lunes, 7 de septiembre de 2020

CABEZA DE ZANAHORIA


 

        Christopher era un adolescente de quince años que no resaltaría de los demás chicos de su edad si no fuera por su cabello color rojo encendido, producto de su herencia irlandesa; pertenecía al clan de los Brennan, quienes, al no encontrar un buen futuro económico en su país de origen, decidieron venir a establecerse en México para tener una mejor fortuna.

         Al pelirrojo no le molestaba el hecho de ser diferente, a pesar que debido a su físico se había ganado el mote de Cabeza de Zanahoria, por lo que era más fácil que sus escasos amigos y compañeros de clase se dirigieran hacia él con ese apodo que como su nombre real.

         Con todo, Cabeza de Zanahoria llevaba una vida apacible y cómoda, ya que su padre y tíos habían fundado una empresa de construcción, lo que le permitía a la familia darle al joven todo lo que materialmente puede desear alguien de su edad: buena ropa, viajes durante los periodos vacacionales y claro, los dispositivos electrónicos que todo chico en la actualidad desea poseer.

         Cabeza de Zanahoria no sentía especial afecto por sus raíces irlandesas; escuchaba a sus parientes hablar con nostalgia de la “Homeland”, que era como llamaban ellos a la madre patria, pero como el adolescente ya había nacido fuera de ella, en realidad no podía extrañar nada de eso y la verdad de las cosas era que tampoco le importaba.

         Pero todo eso estaba a punto de cambiar.

         Christopher conservaba algunos juguetes de su niñez, los cuales tenía acomodados arriba de su ropero junto con algunos muñecos de peluche que asemejaban personajes de la cultura irlandesa; peluches que no se había atrevido a desechar para no decepcionar a sus padres quienes le habían hecho tales obsequios en sus cumpleaños, alegando que eso formaba parte de sus orígenes por lo que debía de sentirse orgulloso del lugar de donde había venido la familia original.

         Una tarde que entró apresuradamente a su recámara para cambiarse de ropa y salir con sus amigos, notó distraídamente la presencia de algo extraño; desde la imagen de su espejo de medio cuerpo que tenía en su habitación, alcanzó a ver de reojo que algo se movía arriba de su ropero, pero cuando volteó rápidamente no vio nada extraño, por lo cual lo atribuyó a las prisas para salir a divertirse con su pandilla.

         Durante el transcurso de la velada fuera de casa olvidó el incidente, hasta que cuando llegó por la noche antes de encender la luz, comenzó a escuchar unos pasos muy tenues; eran los pasos de algo o alguien pequeño, incluso se oían como los pasos de un niño. Cabeza de Zanahoria se quedó inmóvil intentado ubicar el origen de dichos sonidos hasta que entre las sombras de la oscuridad alcanzó a ver una pequeña silueta que corría para esconderse bajo su cama. Sintiendo que el miedo comenzaba a dominarlo, rápidamente encendió la lámpara que tenía al lado de su cama y se acercó a su lecho; caminó lentamente mientras sus cabellos de color rojo furioso se le erizaban en la nuca y se agachó, levantando la colcha de su cama; tragando saliva, inclinó la cabeza para asomarse debajo del mueble y cuando poso su mirada en medio de las sombras, suspiró con alivio al darse cuenta que no había nada fuera del polvo y un par de cajas de zapatos que guardaba debajo en ese lugar.

         Esa noche no durmió tranquilamente como acostumbraba.

         Soñaba con demonios vestidos a la usanza de los antiguos irlandeses que se reían con maldad y que lo perseguían incesantemente; pero lo más macabro era que de vez en cuando se despertaba en medio de la noche para volver a escuchar los pequeños pasos que ya había percibido con anterioridad. Cuando a las tres de la mañana volvió a despertar, ya no oyó pasos, sino que escuchó una suave sonrisa burlona arriba de su ropero; presa del terror, no se atrevió a encender la luz y mejor tomó una lámpara de mano que tenía guardada en su buró y dirigió el haz de luz hacia arriba del mueble para iluminar sus juguetes. Cuando pensó que no había nada de qué preocuparse, alumbró los mencionados peluches y con horror se dio cuenta que había un muñeco de aproximadamente cincuenta centímetros de alto, vestido con un saco, un pantalón corto y un bombín, todo de color verde; dicho muñeco tenía una sonrisa diabólica, la cual mostraba una especie de colmillos en lugar de dientes; Cabeza de Zanahoria pensó preocupado que no recordaba haber visto ese muñeco antes, pero para no seguir dejando volar su imaginación, arrojó una toalla sobre aquel extraño ser y se volteó, dándole la espalda a tan horripilante figura para intentar volver a dormir.

         Al otro día despertó sintiéndose somnoliento por la falta de descanso y cuando su mente recordó lo acontecido la noche anterior, volteó presuroso hacia su ropero y vio que la toalla que había arrojado estaba hecha bola en el suelo; se levantó rápidamente para subirse a una silla y revisar arriba del mueble, pero sonrió con alivio al darse cuenta que el horrendo muñeco que creía haber visto la noche anterior ya no estaba.

Durante el transcurso del día siguió pensando que todo había sido producto de su imaginación y casi lo creyó, hasta que cuando en la escuela entró al sanitario, al pasar junto al espejo del lavabo, vio una vez más la figura del muñeco de los horribles colmillos, quien seguía sonriendo burlonamente; salió corriendo del baño y ya no pudo concentrarse en sus clases, por lo que en cuanto llegó a su casa habló por teléfono con su tío Michael, quien al ser el mayor de toda la familia, era una persona llena de sabiduría.

         Cuando su tío contestó la llamada, Cabeza de Zanahoria preguntó:

         -Hola tío Michael, disculpa que te moleste con estas tonterías; ¿Tú conoces un personaje vestido de saco y pantalón corto de color verde y que usa pelo y barba tan rojas como mi cabello?-.

         El tío, después en pensar un poco le contestó:

         -Bueno Christopher, en realidad lo que me estás describiendo es un Leprechaun; es lo que en occidente se conoce como Gnomo o duende. ¿Por qué?-.

         Cabeza de Zanahoria analizó la respuesta y volvió a preguntar:

         -Y dime: ¿Son buenos o malos?-.

         Michael le contestó de manera más seria:

         -Pues mira, la mayoría simplemente son criaturas traviesas, pero existen algunos que son de naturaleza más maligna-.

         Y añadió ya francamente preocupado:

         -Espero que no te hayas encontrado con uno, ¿O sí?-.

         El joven, cada vez más intrigado decidió mentir y le contestó:

         -No, lo que pasa es que lo vi en un libro si mal no recuerdo; pero, ¿Por qué no debería encontrarme con uno de ellos?-.

         El tío le contentó con una voz cargada de temor:

-Lo que pasa es que sobre el clan Brennan pesaba una maldición acerca de que cada cierto tiempo llega un Leprechaun a asesinar a algún miembro de la familia-.

Cabeza de Zanahoria con un hilo de voz le preguntó:

-Y en dado caso, ¿Hay alguna manera de acabar con un demonio de esos?-.

Michael dijo, ya más seguro de sí mismo:

-Pues yo nunca he escuchado hablar de alguien que haya matado a un Leprechaun; pero no lo tomes tan en serio sobrino, pues muchas de las cosas que se platican de la Homeland en realidad son leyendas antiguas; o al menos eso es lo que yo espero-.

         Cuando el pelirrojo cortó la comunicación, se sentó en el sillón de su sala completamente desolado, ya que se daba cuenta que ahora él había sido escogido como la nueva víctima de la maldición familiar y que tal vez no tendría salida; desanimadamente salió a caminar para intentar asimilar lo que le acontecía, por lo que se echó a andar por las calles de la ciudad.

         Cuando dio vuelta en una esquina, iba tan inmerso en sus tristes pensamientos que cuando empezó a poner atención a su entorno, se dio cuenta que no había persona alguna en las calles; comenzó a sudar frío y cuando volteó hacia la calle de enfrente, se dio cuenta con pavor que ahí se encontraba el Leprechaun, quien ahora lo saludaba maléficamente sin dejar de emitir su risa burlona; lo más horrible de todo era que el duende traía en su mano derecha un enorme cuchillo que movía de un lado hacia otro. Cabeza de Zanahoria no lo pensó dos veces, por lo que dándole la espalda al gnomo comenzó a correr desesperadamente pensando que dada la diferencia de tamaño, era imposible que el Leprechaun lo pudiera alcanzar; antes de dar vuelta en una esquina, volteó su mirada y desesperado vio que la infernal criatura a pesar de su corta estatura, corría casi con la misma velocidad que la del pelirrojo, por lo que éste reanudó su carrera mientras sentía que con cada paso comenzaba a sofocarse y el sudor ahora le corría a raudales por toda su cara.

         Recordó que cerca de ahí se encontraba un edificio que la empresa de su papá estaba construyendo, por lo que dirigió sus zancadas hacia la estructura en busca de ayuda o por lo menos refugio. Cuando llegó vio que no había absolutamente nadie en dicho edificio, pero aun así entró corriendo por los pasillos llenos de montículos de arena y bultos de cemento hasta que se topó de frente con una pared de aproximadamente metro y medio de alto que acababan de levantar por lo que ahí se detuvo recargándose en el muro para recuperar la respiración. Volteó hacia sus espaldas y vio que el Leprechaun ya se encontraba frente a él, acercándose con su enorme cuchillo y su risa infernal; cuando éste levantó el arma para arrojarse sobre de Cabeza de Zanahoria, el pelirrojo de manera desesperada intentó escalar la pequeña pared y cuando llegó a la cima, el muro comenzó a derrumbarse, cayendo una lluvia ladrillos en el suelo con Cabeza de Zanahoria sobre de ellos, desmayándose.

         Después de un par de horas, el adolescente despertó tratando de ubicarse mentalmente; vio que estaba lleno de polvo y cemento y que todo su cuerpo presentaba raspones producto de la caída. Cuando recordó lo que había pasado, se levantó rápidamente buscando al Leprechaun; volteó hacia todos lados y no lo encontró hasta que se le ocurrió levantar los tabiques caídos y cuando levantó los últimos vio con extrañeza que en el suelo solo había una mancha de una sustancia viscosa de color verde. Pensó con alivio que el gnomo había muerto aplastado por la barda así que comenzó a sonreír, dándose cuenta que después de todo sí se podía matar a un Leprechaun; rio de manera jactanciosa pensando que todas las leyendas de la Homeland eran simples miedos de personas primitivas e ignorantes así que se levantó sacudiéndose el polvo de su ropa y emprendió el camino de regreso a casa, caminando de manera arrogante en medio de la oscuridad que comenzaba a caer sobre la ciudad.

         Cuando llegó a su casa, vio que estaba solo, por lo que decidió esperar hasta el día siguiente para platicarle a alguien su aventura; pensaba que al primero al que le hablaría sería a su tío, para que cuando éste fuera a visitar la Homeland, pudiera presumirle a los descendientes del clan Brennan que su sobrino había sido el primer irlandés que había matado a un Leprechaun y lo mejor de todo, un descendiente de la familia original irlandés ya nacido en América había acabado con la maldición, algo que ellos nunca habían podido lograr.

         Entró a su recámara, pero antes de encender la luz, escuchó una tenue risa proveniente de una de las esquinas de la habitación, y luego escuchó otra y otra más, hasta que el sonido se convirtió en un coro de risas; lentamente estiro la mano hacia el interruptor y cuando la recamara se iluminó, el pelirrojo vio con horror que la habitación estaba completamente llena de Leprechauns, vestidos con el mismo traje completamente verde y la misma sonrisa diabólica.

Comenzaron a acercarse mientras Christopher cerraba los ojos con tristeza pensando que esta vez tendría que correr mucho más rápido.

         Los gritos de Cabeza de Zanahoria fueron acallados por el sonido de una macabra melodía tradicional irlandesa.