domingo, 22 de diciembre de 2019

NIÑA BONITA




         Elena se sentía feliz; finalmente había llegado a la cúspide de su carrera de pedagogía, pues la acababan de nombrar directora de una escuela de educación básica. Había trabajado duro desde que terminó su formación académica por lo que consideraba este logro como la más grande de sus satisfacciones personales.
         Había batallado con todo; a pesar de su origen humilde, su mamá le consiguió una beca en una muy costosa y prestigiada escuela donde cursó desde el kínder hasta la universidad, lo que le ocasionó que no siempre pudiera cumplir con sus obligaciones como estudiante al no tener a veces los recursos necesarios para comprar los materiales solicitados, sufrir las humillaciones de sus compañeras con mejor posición económica quienes, a pesar de que Elena las ayudaba con sus tareas, nunca la vieron como a una igual; más adelante, tuvo que soportar directores arrogantes que no permitían que implantara nuevas técnicas de enseñanza que ella estaba segura funcionarían; pasar quince años cambiando de escuela hasta encontrar alguna donde de verdad pudiera explotar todos su potencial, hasta el hecho de dejar de lado su sueño de tener una familia propia, el cual resentía más y más cada que veía algún pequeño que era ignorado o maltratado por sus propios padres.
         En la actualidad llevaba siete años laborando en el Instituto Primavera, pequeña escuela particular la cual era considerada como una de las más prestigiadas de la ciudad, por lo que literalmente, le había costado sangre, sudor y lágrimas haber sido aceptada en ella.
         Desde el momento que llegó, empleó toda su dedicación a sus labores tanto de enseñanza como administrativas de tal manera que en poco tiempo se hizo indispensable para la anciana directora que administraba la institución, por lo que cuando ésta se retiró Elena sabía que el puesto de directora lógicamente recaería en ella.
         Aun así, tuvo que batallar con maestras más maduras que ella, las cuales no podían soportar la idea de que una persona de treinta y siete años dirigiera la escuela en la cual ellas tenían hasta veinte años de antigüedad.
         Algo similar le sucedió con los dueños de la escuela, ancianos todos ellos que tampoco confiaban en la juventud de Elena, pero que a regañadientes aceptaron las recomendaciones que les había expresado la antigua directora en cuanto a que ella era la indicada para el puesto.
         Con los padres de los pequeños estudiantes tampoco le fue mejor, pues eran personas de buena posición económica, motivo por el cual se conducían con un aire prepotente y que no dejaban de recalcar su supuesta superioridad, producto de sus fortunas personales.
         Debido a todo lo anterior, la una vez entusiasta maestra que buscó superarse a base de su carrera, con el paso del tiempo se le fue agriando el carácter producto de la frustración, por lo que después de un par de años en el puesto se dio cuenta que tal parecía que había caído en una trampa de la cual no había escapatoria.
         Dejó de disfrutar su trabajo.
         Actividades que antes amaba realizar, como suplir a alguna maestra ausente y disfrutar darles clases a niños y niñas de seis o siete años, ahora lo veía como una pesada carga; juegos que antes practicaba con los chiquillos actualmente los tenía prohibidos tanto para ella como para el demás personal docente, pues se había obsesionado con la eficiencia, pues ahora con los único que le importaba era que los alumnos obtuvieran las mejores calificaciones sin importar si los chicos se aburrieran en las aulas de clase.
         Incluso su misma apariencia había cambiado; los vestidos ligeros con motivos florales que acostumbraba utilizar al principio de su carrera, ahora los había cambiado por adustos trajes sastre de falda y saco, siempre de color gris, azul marino o de plano, negros; su largo cabello obscuro que acostumbraba usar suelto sobre de su espalda adornado con coloridos moños, ahora lo recogía en un rígido chongo que utilizaba a diario.
         Lo peor era su expresión, pues su cara anteriormente invadida siempre por una cálida sonrisa que nunca tenía empacho en mostrársela a las demás personas, ahora se había convertido en una mueca desagradable.
         Su carácter se había avinagrado de tal manera que en un par de ocasiones llegó a escuchar que algunos niños se referían a ella cuando se acercaba diciendo: “ahí viene la vieja bruja”.
         Definitivamente se había amargado.
         Hasta que sucedió algo que cambió por completo su vida.

         Tenía ya tres años en el puesto de directora cuando una gélida mañana de invierno se encontraba revisando los estados financieros del colegio, sintiéndose orgullosa de las ganancias que tenía la institución; sonrió amargamente al recordar la conversación telefónica que había tenido con el socio mayoritario del colegio Primavera, quien la había felicitado debido a que la escuela marchaba sobre ruedas y que gracias a la gestión de Elena, los únicos problemas que se habían presentado eran un par de quejas de padres de familia acerca de la falta de actividades recreativas para los infantes; nada del otro mundo, pues la experimentada pedagoga los había podido convencer de que era mejor una escuela seria que un centro de diversión infantil.
         Cuando más ensimismada estaba en sus propios pensamientos, entró corriendo a su oficina la maestra de primer grado, la señorita Margarita quien, al ver a Elena, exclamó desesperada:
         -¡Señorita directora, venga conmigo por favor!-.
         Elena inmediatamente se levantó de su asiento para seguir su empleada y al ver que se dirigían a los baños de las niñas, la cuestionó:
         -Pero que pasa maestra; ¿Se accidentó algún alumno?-.
         La aludida siguió caminando de forma apresurada mientras explicaba nerviosamente:
         -La verdad no lo sé; ¿Recuerda a Malenita, la niña que es muy introvertida? Me pidió permiso para ir al baño, pero como pasó el tiempo y no regresó, la fui a buscar y la encontré de forma muy rara-.
         Elena dijo preocupada:
         -¿Rara en qué sentido?-.
         La maestra, quien apenas iba a cumplir un año en la escuela, solo atinó a decir:
         -Yo creo que es mejor que la vea usted misma-.
         Ambas entraron a los sanitarios recorriendo la zona de lavabos y cuando llegaron al fondo de los baños la directora alcanzó a ver a la chiquilla quien se encontraba hincada y con las manitas cubriéndole completamente el rostro.
         Elena hizo una mueca de fastidio; lanzó un largo suspiro y dijo con el tono de voz menos serio que pudo:
         -Hola Malenita, ¿Estás herida?-.
         La niña sin dejar de taparse la cara, solo movió negativamente la cabeza.
         La directora entonces exclamó:
         -Bueno; dinos que te pasa para que te podamos ayudar-.
         Pero la infante seguía sin emitir una sola palabra mientras las adultas se miraban una a la otra de forma confundida. A Elena lo único que se le ocurrió fue hincarse frente a la pequeña y tomándole suavemente las manos le descubrió la cara solo para contemplar con horror la palidez de su rostro; tratando de no dejarse llevar por el miedo, dijo suavemente:
         -¿Qué fue lo que te asustó?-.
         Malenita levantó su mirada sin expresión y simplemente dijo dos palabras:
         “NIÑA BONITA”.
         Lo dijo con un tono de voz tan gélido que la maestra Margarita dio un par de pasos para atrás mientras que la directora levantó suavemente a la chiquilla para cargarla entre sus brazos; en cuanto la niña llegó al regazo de Elena, la abrazó fuertemente por el cuello.
         Las dos profesoras salieron del baño mientras Elena le ordenaba a su empleada:
         -Llama a sus papás para que vengan por ella-.
         Los progenitores de Malenita a regañadientes acudieron a recoger a su hija y se la llevaron sin decir palabra alguna.
         A partir de ahí la chiquilla ya no regresó.
         Elena sabía que los papás estaban en un proceso de divorcio por lo que atribuyó el episodio a un colapso nervioso de la niña al ver derrumbarse su familia, así que cuando los señores acudieron a dar de baja a su pequeña hija, simplemente les entregó la documentación correspondiente sin hacer preguntas.
         Obviamente, le encomendó a la profesora Margarita que no comentara nada de lo que había sucedido, principalmente para respetar la intimidad de la familia de la pequeña, algo a lo que la maestra se comprometió a cumplir.
         Con el paso del tiempo se olvidó el incidente, pero en la cabeza de la directora no dejaban de darle vueltas las palabras que la chiquilla había dicho con ese tono tan extraño en la voz.
         A partir de ahí las cosas comenzaron a cambiar.

         A pesar de que era política de la escuela tener orden en la institución, después del incidente de Malenita, el ambiente escolar se vio ensombrecido por un silencio que extrañaba las risas infantiles, como si los mismos alumnos sospecharan que algo malo había sucedido; las mismas maestras se notaban incómodas como si las obligaran a cumplir con su trabajo, mientras que un aire tenso se respiraba en el frío ambiente invernal, como si el mal clima se hubiera apoderado del corazón de todos y todas.
         Pero lo peor estaba por venir.
         Sucedió que poco a poco le comenzaron a llegar comentarios a Elena de parte de su personal de que las niñas y niños no querían ir al baño solos; al borde del llanto les rogaban a las maestras que las acompañaran a los sanitarios y una vez que terminaban de usarlos, salían casi corriendo de ahí, olvidando incluso de lavarse las manos, costumbre que anteriormente tenían muy arraigada.
         Pero había más.
         Algunos chiquillos se quedaban después de clases para practicar algún deporte o porque estaban inscritos en el grupo de gimnasia, pero ahora en cuanto sonaba el timbre de salida, inmediatamente corrían hacia la puerta de entrada para esperar impacientes a que sus papás los recogieran.
         Todo esto desconcertaba a Elena, y más cuando en una ocasión escuchó cuando un niño le preguntó a una de sus compañeritas que si pensaba quedarse a lo cual la chiquilla asustada le dijo en voz baja:
         -No, porque aquí espantan-.
         La directora decidió tomar cartas en el asunto.
         Convocó a una junta con sus profesoras y cuando todas se encontraban en su oficina, comenzó a hablar:
         -Todas hemos notado que a partir del episodio de Malenita, las cosas han cambiado en la escuela; se respira un ambiente como de peligro en cada rincón de las instalaciones lo cual notamos principalmente por las actitudes de los niños, por eso organicé esta junta para que ustedes me informen si saben algo al respecto pues esta situación no puede continuar-.
         Todas se miraron unas a otras hasta que la maestra Martha tomó la palabra:
         -Efectivamente; las cosas han cambiado desde lo de Malenita-. Volteó a ver a las presentes y continuó. –Todas nos enteramos de ello, pero no se lo hemos comentado ni a los niños o a sus papas, por lo que hasta donde ellos saben, la niña se fue de la escuela debido a problemas familiares; lo que sí es un hecho es que algo está ocurriendo, pues hemos notado que niños que anteriormente en el recreo se apartaban de los demás alumnos ahora se integran con ellos, pero no por amistad, sino más bien como protección; nadie quiere ir a los baños solo y menos quedarse después de clase, pero cuando algunas de nosotras los hemos interrogado, no hay ningún niño que nos quiera decir algo al respecto y simplemente dicen: “No sé”-.
         Se escucharon murmullos de afirmación hasta que la maestra Jovita, señora de más de sesenta años interrumpió los comentarios diciendo:
         -Lo más recomendable en estos casos es que si no tenemos información de primera mano, tenemos que comenzar a analizar posibles causas a fin de eliminar posibilidades-.
         Todas guardaron silencio, hasta que Elena dijo:
         -Tiene razón Jovita; con todos sus años de experiencia, ¿Qué se le ocurre?-.
         La dulce anciana dijo suavemente:
         -Mira hijita; la primera y más horrenda explicación es un depredador sexual-.
         Todas emitieron exclamaciones de espanto hasta que la directora exclamó:
         -Estoy de acuerdo con usted al plantear esa primera alternativa; desgraciadamente eso es prácticamente imposible, pues aquí trabajamos puras mujeres incluyendo al personal de limpieza y todas sabemos que es tres veces más fácil que un depredador sea un hombre que una mujer, independientemente que tengo muy buenas referencias de todas ustedes como para sospechar de alguien-.
         Tomo aire mientras eliminaba los malos pensamientos de su mente y continuó:
         -La única posibilidad sería alguien de afuera lo cual es ilógico, ya que las instalaciones están diseñadas de tal manera que nadie puede entrar sin que alguna de nosotras se diera cuenta, sin contar del patrullaje de la policía en el exterior, por lo que esa opción queda descartada-.
         Todas guardaron silencio, analizando las palabras de su jefa, hasta que alguien dijo dudosamente:
         -¿No será que vieron algún animal salvaje?-.
         Elena movió la cabeza de forma negativa y dijo:
         -Imposible; nada más grande que una rata podía rondar la escuela; en cuanto a plagas, sabemos que cada tres meses se destina un fin de semana para fumigar la escuela y buscar roedores o algo que se parezca, por lo que la idea de algún bicho raro no tiene razón de ser-.
         Una profesora con más de diez años en la escuela, comentó de forma pensativa:
         -Bueno, de que hay algo que los asusta, eso es un hecho; me pregunto si no está pasando lo que sucedió en una escuela donde trabajé hace algunos años-. Todo el personal miro de manera interrogante a la maestra por lo que ésta continuó. –Un niño vio una película de un asesino en serie que sabe Dios porque se lo permitieron los padres; el hecho es que llegó a la escuela a platicar la historia a sus compañeritos de tal manera que provocó una especie de histeria colectiva pues la mayoría de los niños comenzó a negarse a comprar en la cooperativa, debido a que el asesino del filme atendía la tienda de una escuela, por lo que nos costó mucho trabajo convencer a los alumnos de que la historia no era real. Claro que se llamó a los padres del chiquillo para regañarlos por permitir que su hijo viera cosas así-.
         La maestra Jovita dijo suavemente:
         -En mi carrera como docente yo también viví un par de episodios similares; el problema es que, a comparación de aquellas ocasiones, en este caso yo sí veo verdaderas actitudes de miedo, como si el peligro fuera real y no producto de la imaginación de los niños-.
         Elena decidió intervenir:
         -Pues no sé si esto sirva de algo, pero cuando la maestra Margarita y yo acudimos a rescatar de los baños a Malenita, ella mencionó algo de una niña y en un par de ocasiones he escuchado que algunos chiquillos han comentado que aquí espantan; ¿Alguien sabe algo al respecto?-.
         La mayoría de las profesoras fruncieron el ceño pues la idea les parecía a todas luces ridícula, pero con el rabillo del ojo, la directora notó como dos de las maestras más jóvenes abrían los ojos asustadas y bajaban la mirada, por lo que decidió cambiar de táctica.
         Con una sonrisa relajada en el rostro, comentó:
         -Es obvio que nadie de nosotras cree en ese tipo de cosas; incluso, estoy perfectamente enterada de que antes de que se construyera aquí la escuela lo único que había antes eran unas oficinas de gobierno que tenían décadas de estar en pie, por lo que no podemos pensar que los niños hablen de historias de que antes había panteones, iglesias o cosas así-. Y sin dejar de sonreír, finalizó. –Bueno, entonces les encargo a todas que cualquier cosa que sepan al respecto, por muy insignificante que sea, me lo informen, así como cualquier idea que se les ocurra-.
         Todas entendieron que la junta había terminado por lo que se dirigieron a la salida, mientras Elena exclamaba:
         -Nos vemos mañana como de costumbre, a excepción de las maestras Karla y Doris, pues quiero comentar lo de sus evaluaciones del último periodo-.
         Todas se despidieron hasta que solo se quedaron las aludidas, las cuales seguían sin levantar la mirada; la directora se sentó en su silla y les dijo amablemente:
         -Siéntense profesoras, quiero platicar con ustedes-.
         Ambas docentes se sentaron tímidamente frente a su jefa y guardaron silencio, el cual fue roto por Elena:
         -Ustedes saben algo al respecto, ¿Verdad?-.
         La maestra Karla se tapó la boca mientras sus ojos brillaban como si estuviera a punto de llorar, mientras la profesora Doris decía titubeante:
         -Usted sabe que como Karla y yo tenemos menos de veinte y cinco años hemos hecho buena amistad, por lo que nos platicamos todo, incluyendo algunas cosas raras que nos han sucedido aquí-.
         La directora frunció el ceño y reclamó:
         -¿Y por qué no dijeron nada hace rato que pregunté?-.
         Karla, con los ojos humedecidos por el llanto, exclamó:
         -Nos ha costado mucho trabajo que las demás maestras debido a sus años de experiencia nos tomen en serio, pues por nuestra edad ha sido difícil integrarnos con ellas, por lo que acordamos que esto no se lo íbamos a comentar a nadie, pues podría ocasionarnos burlas y desprecios-.
         Elena lo pensó un poco y dijo comprensivamente:
         -Las entiendo; yo también pasé por eso cuando comencé mi carrera en la docencia-. Suspiró melancólicamente mientras amargos recuerdos invadían su mente, pero moviendo la cabeza los eliminó y añadió. –Pero ahora estamos solas y pueden contarme lo que les haya sucedido; como les dije a todas, cualquier cosa por muy insignificante que pudiera ser, nos podría ayudar a resolver esta situación, pues hasta ahorita los dueños de la institución no están enterados y quiero que así siga, al menos hasta que lo resolvamos-. Trató de suavizar su mirada y finalizó. –Les prometo que lo que me digan no saldrá de mí-.
         Doris, quien parecía que había estado aguantando la respiración mientras su jefa hablaba, dejó salir el aire de sus pulmones y comenzó:
         -En una ocasión que me quedé en mi salón después de clases para calificar trabajos, estaba sentada en mi escritorio; me consta que ya no había niño alguno pues hacía más de una hora que habían tocado el timbre de salida, por lo que estaba completamente sola-.
         Karla emitió un casi imperceptible sonido de angustia, por lo que Doris le apretó afectuosamente una mano y continuó:
         -Estaba mi salón el que como usted sabe, se encuentra al fondo de la escuela y todas las demás profesoras ya se habían retirado; incluso ese día ni siquiera usted se encontraba pues tuvo que ir a ver a las personas que pintaron la reja, por lo que las únicas que estaban eran las señoras de la limpieza que en ese momento aseaban los salones que están en la entrada-.
         Sintiendo como un malestar le comenzaba a nacer en el fondo del estómago, Elena solo dijo:
         -Sí; recuerdo ese día. Continúa-.
         Con una voz que cada vez se oía más temerosa, la joven prosiguió:
         -Estaba ensimismada leyendo los trabajos de mis alumnos por lo que al principio no me di cuenta de sonidos raros que estaba escuchando hasta que, cuando me levanté de mi escritorio para buscar mi portafolios, noté que lo que oía eran unos pasos suaves y ligeros como de un niño-. Hizo una mueca de angustia y reanudó su relato. –Sentí curiosidad y salí de mi salón para ver si todavía había algún niño que no lo hubieran recogido sus papás y que andaba jugando por la escuela-.
         La profesora Doris siguió hablando:
         -Salí al pasillo sorprendida pues no vi a nadie; recordé lo que se había comentado de los baños por lo que me dirigí hacia allá y cuando iba a llegar a los sanitarios escuché claramente la risa de una niña; entré a los baños de las alumnas y cuando estaba en los lavabos, escuché más fuertemente la risa, por lo que me convencí de que efectivamente se encontraba una alumna en la escuela y que al escucharme se escondió ahí. Me dirigí a los excusados y comencé a abrir uno a uno para encontrar a la niña y llevármela a mi salón y que ahí esperara a sus papás, pero cada que abría una de las puertas y veía que no había nadie, sentí cada vez más miedo, hasta que llegué al último-.
         Un ligero temblor invadió su cuerpo, por lo que la directora, cada vez más impactada por lo que estaba escuchando, la apremió:
         -¿Y qué viste?-.
         Doris, al borde del llanto, dijo con un tono de voz casi imperceptible:
         -No había nadie-.
         Elena sintió como un extraño frio subía por toda su columna vertebral hasta depositarse en su nuca, mientras unas molestas punzadas comenzaban a nacerle en sus sienes; trato de mantener la compostura y mirando a Karla, le dijo con más tranquilidad de la que tenía dentro de sí:
         -¿Y tú que me puedes decir Karlita?-.
         La jovencita, suspirando entrecortadamente y sin soltar la mano de Doris, dijo:
         -Pues es algo parecido señorita directora; como vivo con mi hermana que es madre soltera y tiene dos niños de menos de cinco años no tengo tranquilidad para trabajar en mi casa por lo que acostumbraba quedarme después de clases para preparar mi material para los siguientes días-. Se limpió las lágrimas que comenzaban a brotarle y continuó. –En una ocasión que estaba en mi salón, sola como Doris, me dieron ganas de ir al baño, pero cuando llegué al servicio de profesoras me di cuenta que estaba cerrado, por lo que fui al de las alumnas; una vez que lo utilicé, me estaba lavando las manos en los lavabos, cuando de reojo vi como una pequeña figura pasaba corriendo detrás de mí para dirigirse hacia el fondo de los excusados. Pensé que simplemente era el reflejo de mi pelo que caía a los lados de mi cara y entonces escuché una sonrisa traviesa lo cual me llamó mucho la atención pues sabía que no había nadie más en la escuela; fui temblando de miedo hacia el fondo de los sanitarios, pero a diferencia de Doris, simplemente me asomé y no vi absolutamente a nadie, por lo que mejor preferí salir de ahí-. Otra vez se tapó la boca angustiada y antes de que Elena dijera algo, casi gritó. –Cuando iba saliendo volví a escuchar esa risa infantil, como si me persiguiera, por lo que comencé a correr por todo el patio hasta que llegué a mi salón; recogí como pude mis cosas y sin mirar atrás, salí apresurada de la escuela-.
         La directora cerró suavemente los ojos, completamente sorprendida y asustada de lo que acababa de escuchar; ella misma se asombró de lo firme que se escuchó su voz cuando preguntó:
         -¿Y no han vuelto ver o escuchar algo así?-.
         Doris se persignó, mientras Karla decía espantada:
         -¡Ni Dios lo quiera!; después de lo que pasó jamás nos hemos vuelto a quedar después de clases-.
         La maestra Doris añadió:
         -Después de lo que le pasó a Karla, todavía pasaron varios días antes de que me lo contara; de hecho, me dijo que no me lo decía para que yo no pensara que estaba loca, pero cuando le platiqué lo mío, ambas nos dimos cuenta que era demasiado parecido como para ser una coincidencia-.
         La directora guardó silencio unos instantes y entonces dijo:
         -Pueden retirarse-.
         Las jovencitas como impulsadas por un resorte, se levantaron aliviadas y casi corrieron hacia la puerta.
         Ella jamás supo si el alivio era debido a que se había acabado el interrogatorio o a que se habían podido desahogar hablando de los extraños sucesos que les habían ocurrido.
         Pero antes de que las maestras abandonaran su oficina, les comentó:
         -Y no le digan a nadie lo que me platicaron-.
         Doris dijo casi con sorna, mientras sonreía tímidamente:
         -¡Ni locas!-.
         Y se retiraron.

         Elena se recargó en su mullido sillón.
         Emitió un sonoro suspiro mientras su mente analizaba lo que había escuchado.
         Sintió como le reconfortaba la idea que no había una persona perversa que fuera un peligro para los chiquillos, pero inmediatamente su alma se sintió invadida por el terror que le provocaba la idea de que algo fuera de este mundo era lo que angustiaba a los niños.
         Si el problema crecía y se daba una desbandada de alumnos; ¿Qué le iba a informar a los dueños?
         ¿Los padres están dando de baja a sus hijos porque en la escuela hay un fantasma?
         Por Dios; si ni siquiera ella creía en fantasmas. La habían educado bajo la religión católica, en la cual se hablaba de almas en pena que no descansaban debido a los pecados que habían cometido en vida, pero; ¿Qué pecados podría tener una niña como andar penando en la escuela?
         Sabía que antes de que ella tomara el mando de la institución, ésta ya tenía cinco años de antigüedad; debido a su alto grado de responsabilidad, se había dedicado a leer todos y cada uno de los expedientes de los alumnos que habían estudiado ahí, por lo que estaba segura que jamás se había dado un suceso tan trágico como el que una alumna falleciera dentro de las instalaciones escolares.
         Aun así, quiso comprobarlo.
         Llamó al socio mayoritario de la escuela por teléfono y cuando éste le contestó, simplemente abordó el tema diciendo:
         -Buenas tardes, señor Ricardo; disculpe que lo moleste, pero me gustaría hacerle una pregunta-.
         Del otro lado de la línea, escuchó el tono arrogante acostumbrado del acaudalado dueño de la institución quien, sin responder el saludo, dijo molesto:
         -¿Cuál es el problema señorita directora?-.
         Elena dijo titubeante:
         -Me preguntaba si en el historial del alumnado de la escuela hubo algún alumno que haya fallecido dentro de las instalaciones del instituto-.
         Por el tono de voz, inmediatamente se dio cuenta de la impertinencia de la pregunta cuando el señor Ricardo dijo al borde de la furia:
         -¡Jamás ha habido un suceso de esa naturaleza en el Instituto Primavera; no entiendo por qué me hace esa pregunta tan estúpida!-.
         La directora solo atinó a decir:
         -Lo que pasa es que escuché a una madre de familia que comentó algo al respecto, pero estoy segura que se refería a la escuela donde antes estudiaba su hijo; disculpe la molestia-.
         El silencio de su jefe solo la angustió más; sobre todo cuando el señor Ricardo comentó:
         -La seguridad de los educandos es nuestra prioridad pues sobre eso descansa el prestigio de nuestra honorable institución educativa, así que jamás ha pasado algo más que una cortada o raspón de los mocosos que tienen el privilegio de contratar nuestros servicios-. Y para demostrar el poder que tenía sobre de su empleada, añadió con un tono de amenaza. –Y espero que así siga-.
         Ella dijo sumisamente:
         -No se preocupe, así será; tenga por seguro que la…-.
         Pero antes de que pudiera terminar la conversación, escuchó como su prepotente jefe cortaba la comunicación.

         La angustia se apoderaba cada vez más y más del alma de Elena, pues no sabía cómo asimilar lo sucedido.
         Peor aún; no sabía cómo resolverlo.
         En su larga experiencia en el ramo educativo, jamás había experimentado algo ni remotamente parecido.
         ¿Histeria colectiva, como había dicho la maestra Jovita?
         La idea se derrumbaba por sí misma, debido a que eso aplicaba si solo los alumnos lo experimentaran.
         Pero; ¿Qué pasaba con las maestras?
         No por el hecho de ser jóvenes iba a dudar de sus palabras; a pesar de su poca experiencia por su juventud, estaban perfectamente recomendadas, independientemente de que la misma Elena las había investigado exhaustivamente como lo hacía con todas las profesoras de nuevo ingreso; incluso recordaba como a las chicas les había extrañado cuando les había pedido los números telefónicos de todos sus familiares y amigos, los cuales había utilizado para ver que pensaban las personas que conocían a sus futuras empleadas. Por otro lado, los exámenes psicométricos que habían realizado y que habían sido examinados minuciosamente por psicólogos contratados por la institución no habían arrojado algún problema mental que llamara la atención.
         Además; ¿Qué ganarían las jovencitas con inventar eso?
         Sabía que en los programas de supuestos avistamientos de ovnis y fantasmas se contrataban personas las cuales, sin ser actores profesionales, juraban haber tenido contacto con seres del más allá o de otros planetas, pero simplemente lo hacían por dinero.
         Pero en el caso actual; ¿Qué ganarían con mentir?
         Tenían más que perder que lo que pudieran ganar.
         Solo había una única y aterradora respuesta.
         Estaban diciendo la verdad.
         La directora se apretó las sienes con ambas manos sintiendo como la jaqueca que le había comenzado desde que escuchó el testimonio de sus jóvenes maestras, hora crecía de forma exponencial, hasta sentir la sensación de que su cabeza estaba a punto de estallar.
         Con una extremada angustia decidió ir al lugar de los hechos.

         Las piernas de Elena se movían de manera automática; era como si tuvieran vida propia mientras caminaba hacia los sanitarios de los alumnos. Su mente racional le decía que no siguiera caminando, pero su cuerpo tenía otra orden.
         Había que investigar.
         El horario de clases terminaba a las dos de la tarde; con el tiempo de la junta y los momentos en que estuvo cavilando en su oficina, su reloj marcaba casi las cuatro.
         No había absolutamente nadie más que ella en la escuela.
         Incluso, las señoras que se encargaban de la limpieza habían terminado sus labores hacía una media hora.
         Estaba completamente sola.
         Tratando de hacer acopio de un valor que en estaba apoyado en su alto grado de responsabilidad, llegó a las puertas de los sanitarios escolares.
         Se detuvo a un par de metros de los baños y los contempló.
         Era una estructura dividida en dos por la mitad de tal manera que la parte derecha correspondía al baño de los varones mientras que la parte de la izquierda eran los sanitarios de las niñas; cada uno de los sanitarios medía aproximadamente diez metros de frente por cinco de fondo y a su vez, cada uno de ellos tenía un muro que lo dividía por el medio; en la parte de enfrente estaban los lavabos mientras que en la parte posterior estaban cinco excusados, cada uno con una puerta que dejaba un espacio vació de treinta centímetros en la parte inferior, de tal manera que si alguien estaba ocupando uno de ellos, se podía notar al ver los pies del ocupante por debajo.
         Se decidió a entrar.
         Le provocó una extraña tristeza escuchar el silencio del lugar; estaba tan acostumbrada a las voces y risas infantiles que el hecho de estar en un ambiente desprovisto de esos sonidos, le provocaban ganas de llorar.
         Se detuvo frente a los cinco lavabos y los contempló uno a uno; pulcramente aseados debido al profesionalismo de las señoras de la limpieza.
         Intentando acumular más valor dobló la esquina de la pared y se dirigió a los excusados; lo mismo, contempló las puertas abiertas mientras sentía como su corazón palpitaba aceleradamente al escuchar como la tercera puerta se balanceaba suavemente emitiendo un lúgubre rechinido.
         Se dirigió al excusado más cercano el cual tenía la puerta abierta al igual que los otros cuatro y parándose en la entrada lo contempló.
         Una pregunta invadió su mente.
         “¿Qué es que lo estoy buscando? ¿Qué el fantasma se me aparezca para decirle que no lo quiero volver a ver por aquí?”
         Quiso sonreír, pero su boca solo esbozó una mueca de angustia; se dirigió a los siguientes excusados y cuando llegó al último, suspiró de alivio; en el fondo les rogaba a todos los santos habidos y por haber no haber encontrado nada fuera de lo normal.
         Se dio la media vuelta para retirarse, pero cuando estaba caminando frente a los lavabos tuvo la sensación de que no estaba sola; volteó a ver dichos muebles y trató de distraer su mente pensando que los espejos que estaban frente a los lavabos no tenían razón de ser pues las niñas a esa edad no son tan vanidosas como las adolescentes; aun así, los pusieron a pesar de su objeción. Se contempló a sí misma, sorprendida de la imagen que le proyectaba el cristal, la cual la deprimió.
         Una mujer que a pesar de no llegar todavía a los cuarenta años de edad, se veía como de sesenta debido al rictus de tirante seriedad que se reflejaba.
         Se veía a sí misma como una mujer amargada.
         Sus ojos comenzaron a humedecerse de la tristeza que embargaba su corazón, cuando un ruido extraño llamó su atención.
         Caminó rápidamente hacia los excusados mientras sentía que alguien dentro de su mente le ordenaba ir a revisar el último; cuando llegó a éste, abrió los ojos desmesuradamente al ver que en la pared estaban escritas un par de palabras con una burda caligrafía que a todas luces se veía infantil:
         “NIÑA BONITA”.
         Sintió como si estuviera a punto de desmayarse; su mente trataba de encontrar una respuesta lógica al contemplar lo que sus ojos registraban. Gotas de sudor comenzaron a recorrer su cara, arruinando el maquillaje perfectamente aplicado en su rostro; trató de convencerse a sí misma que cuando revisó los excusados la primera vez, pasó por alto las palabras que ahora contemplaban sus incrédulos ojos.
         Sin dejar de leer los garabatos descubiertos, caminó hacia atrás hasta salir de los sanitarios.
         El aire fresco jamás le pareció tan hermoso.
         Sentía como hubiera entrado a un lugar maldito y salido de él.
         Y lo mejor de todo; había salido a salvo.
         Desgraciadamente, ella menos que nadie estaba a salvo.

         Los días siguieron pasando mientras el ambiente en el instituto Primavera cada vez era más triste; las maestras, otrora personas alegres, ahora se veían apesadumbradas mientras que los alumnos se comportaban de una manera angustiada.
         Era como si la escuela fuera un ser vivo que hubiera caído en depresión; como si el aire del terror que lo había invadido se negara a soltarlo y lo abrazara como si fuera un amante celoso.
         Todo para desesperación de Elena.
         Le preocupaba sobremanera que el siguiente viernes tenía que rendir su informe mensual a los dueños de la institución; su alto grado de responsabilidad le dictaba que tenía que informar de lo sucedido.
         Era lunes, por lo que tenía algunos días para resolver la situación.
         El problema era que no tenía idea como hacerlo.
         Al final de la jornada se encontraba en su oficina, pensando que hacer hasta que una idea le llegó al cerebro, como si fuera la tenue luz de un faro en medio de una tormenta; luz que, a pesar de los obstáculos del ambiente, luchaba desesperadamente por lograr su misión.
         Darle claridad a la realidad.
         Al día siguiente mandó llamar a Jaimito, un alumno de sexto grado al cual le había dado clases cuando llegó a primero; de alguna manera y debido a la pobre relación que el chiquillo tenía con sus padres, había formado un lazo de confianza con Elena, por lo que ésta consideraba que si el alumno sabía algo podrían hablar al respecto.
         No estaba equivocada.
         A primera hora del martes le encargó a la profesora Jovita que le mandara a sus oficinas al chiquillo, el cual en cuanto llegó frente a la directora, le dijo con cara asustada:
         -Buenas tardes maestra Elena, ¿Hice algo malo?-.
         La directora sonrió con nostalgia, recordando los tiempos en que disfrutaba dar clases, pues el simple hecho de ver a uno de sus exalumnos más queridos, le trajo bellos recuerdos su memoria. Sin soltar su sonrisa, le dijo al alumno:
         -No Jaimito; no has hecho nada malo, solo quiero platicar contigo-.
         Al ver que el infante se relajaba, se dio cuenta que si sabía algo no tendría empacho en comunicárselo, por lo que en cuanto tomó asiento, comenzó a hablar con él:
         -¿Cómo te va en tus clases?-.
         El chiquillo dijo emocionado:
         -¡Muy bien!, me ha dicho la maestra Jovita que soy de los mejores alumnos del grupo-.
         Elena esbozo una sonrisa de orgullo, el cual le expresó:
         -No me sorprende; sé que eres un niño muy inteligente y que tienes un gran futuro en la vida. Y dime, ¿Cómo está la situación con tus papás?-.
         Jaimito, mostrando la inteligencia por la cual era halagado intentó responder, pero la sonrisa se le congeló en los labios al decir:
         -Usted no me llamó para preguntarme de mis clases ¿Verdad?-.
         Elena sonrió amigablemente y contestó:
         -Tienes toda la razón; ¿Entonces sabes por qué estás aquí?-.
         El niño bajó la mirada angustiado y dijo temerosamente:
         -Sí; es por NIÑA BONITA-.
         Elena se quedó con la boca abierta, pues no se imaginaba que iba a llegar al fondo del asunto tan fácil; no quiso demostrar su desesperación, por lo que trató de ser cautelosa:
         -Platícame de ella-.
         Jaimito se movió incomodo en la silla mientras se jalaba el cuello de la camisa escolar; miró directamente a la directora la cual notó el miedo en los ojos del chiquillo. Trató de darle confianza sonriendo más ampliamente, pero el niño seguía viéndola seriamente, hasta que se decidió a hablar:
         -Se supone que es un juego-.
         Elena, tratando de contener su curiosidad, lo interrumpió:
         -¿Un juego?, ¿De qué?-.
         El pequeño suspiró y confesó:
         -No sé quién lo comenzó; simplemente se empezó a regar como todos los chismes de que fulanita anda con zutanito y cosas así-.
         -Entiendo; continúa-.
         -Lo que se dijo es que aquí en la escuela podíamos conocer a una niña-.
         Elena lo interrumpió tratando de no mostrar su emoción:
         -NIÑA BONITA ¿Verdad?-.
         Jaimito contestó:
         -Sí; es ella-.
         La directora dijo seriamente:
         -¿Pero quién es?-.
         El niño comenzó a sudar y exclamó:
         -No es exactamente una persona; más bien es como decía mi tía Marcela-.
         Cada vez más desesperada, Elena dijo:
         -¿Qué decía?-.
         El chiquillo dijo seriamente:
         -Es un conjeto… un consorte… algo así-.
         La maestra cayó en cuenta y lo corrigió:
         -Un conjuro-.
         Jaimito sonrió emocionado y confirmó:
         -¡Sí; eso!-.
         Elena comenzó a retorcerse los dedos de ambas manos y dijo:
         -Bueno; eso ya lo entendí así que platícame más-.
         El niño volvió a ponerse serio y comentó:
         -Se supone que, si dices unas palabras, NIÑA BONITA viene a ti-.
         La maestra no sabía si creer, pero dadas las cosas que le habían platicado y las que ella misma había experimentado, ahora prácticamente nada la asombraba a estas alturas, por lo que preguntó:
         -¿Y cuáles son esas palabras?-.
         El chico volvió a poner cara de espanto y contestó:
         -¡No! No las quiero decir porque no quiero que se aparezca-.
         Elena hizo una mueca de frustración, pero mientras pensaba como obtener más información, Jaimito le dio la respuesta:
         -Pero las tengo escritas-.
         Y buscó dentro de su mochila hasta que sacó un papel arrugado el cual casi le fue arrebatado por la directora; tratando de contenerse, tomo la hoja de cuaderno y notando como le temblaban las manos, leyó:

         “Niña bonita, juega conmigo
         Porque se acerca el invierno,
         Niña Bonita, Juega conmigo
         Porque el frío es eterno.

Niña bonita, juega conmigo
Y escribe en mi cuaderno,
         Niña Bonita, Juega conmigo
         Y si no lo haces vete al infierno”.
        
         Al leer esas palabras, efectivamente Elena sintió como si el frio de todos los inviernos que hubieran castigado al planeta, se alojaran en su sencillo corazón; sintió como si todo el hielo provocado por esos inviernos lo cargara sobre de sus hombros.
         Era un peso que ningún ser humano debería de cargar, por muchos pecados que hubiera cometido.
         Comenzó a llorar en silencio; las lágrimas corrían por sus mejillas sin control. Jaimito la contempló con mirada seria y en el fondo de su inexperto corazón la entendió pues también su rostro fue bañado por tristes lágrimas; antes de que Elena reaccionara, el chiquillo se levantó de su asiento y corrió a abrazarla.
         De alguna manera, Elena se sintió menos sola en el mundo.
         Cuando se recuperaron, la directora le dijo al niño:
         -Y dime, ¿Qué significa todo esto?-.
         El niño contestó:
         -Lo único que sabemos es que, si recitamos esos versos en el baño, ella se aparece-.
         -¿Eso fue lo que le pasó a Malenita?-.
         -Sip; ella no creía que fuera cierto hasta que pidió permiso para ir a los sanitarios y de ahí nunca más la volvimos a ver, hasta que la maestra Margarita nos dijo que sus papas la habían sacado de la escuela-.
         Elena quiso saber más, pero pensó que ya había abusado de la ayuda del niño así que se levantó de su silla y le dijo:
         -Has sido de mucha ayuda; te prometo que voy a hacer todo lo posible para arreglar esto-.
         Jaimito esbozó una sonrisa llena de esperanza y le contestó:
         -Estoy seguro de que lo va a hacer maestra; yo siempre he sabido que usted puede solucionar cualquier cosa-.
         Y salió de la oficina.
        
         Elena no sabía que pensar.
         ¿Una niña que se aparecía en su escuela?
         Jamás se imaginó que algo pudiera sucederle; obviamente, durante su formación profesional nunca la enseñaron a lidiar con una situación de esa naturaleza. Su imaginación volaba a mil por hora mientras sentía como la cabeza le daba vueltas.
         Sentía que la vida le estaba jugando una broma cruel, pues cuando finalmente había alcanzado la cúspide de su carrera, ahora le pasaba esto; independientemente de que se le hubiera agriado el carácter con los años, sentía que tenía una responsabilidad muy grande con los niños que estudiaban en el colegio, así como con sus papás quienes les habían confiado a sus hijos.
         Debía de hacer algo, pero no tenía ni la más remota idea de que podía ser.
         Espero a que diera la hora de salida y cuando la última maestra abandonó la institución, se dedicó a buscar todo lo que pudiera encontrar en internet.
         Primero buscó con las palabras “NIÑA BONITA”, pero sin suerte, pues solo les salían artículos de chiquillas que modelaban ropa infantil, así como cuentos para niños.
         Cambió la búsqueda introduciendo palabras tales como escuelas donde asustan o leyendas de colegios con fantasmas, pero los resultados solo arrojaban historias tan inverosímiles que no tenían ni un ápice de credibilidad.
         Frustrada, se recargó en su silla y comenzó a cavilar.
         Lo único que le llamó la atención es que, en todos esos relatos de apariciones, todas las visitas de los espectros eran nocturnas, por lo que de repente se le ocurrió una idea tan lúgubre que desde que aterrizó en su mente, le provocó una extraña y molestia angustia en su pecho.
         Regresaría al colegio esa misma noche.

         Iban a dar las doce de la noche cuando la directora Elena metió la llave en la reja del instituto; no había velador debido a que las autoridades hacían rondines periódicos, por lo que simplemente esperó a que pasara una patrulla que se acercaba lentamente y entonces abrió la entrada.
         La escuela le pareció tan silenciosa que el rechinido de la reja casi la hizo brincar del miedo; aun así, se arrebujó el abrigo negro que llevaba encima, gesto por completo inútil, pues desde que bajó de su coche sentía que un intenso frio la aprisionaba haciéndola temblar de pies a cabeza.
         Lo peor era el temor que no la abandonaba y que por el contrario, crecía con cada paso que daba por el pasillo hacia su oficina; trató de caminar lo más rápido que pudo y cuando llegó al edificio administrativo inmediatamente abrió la puerta de su oficina para casi correr hacia su escritorio donde sabía que guardaba una lámpara y en cuanto la tuvo en las manos, apagó la luz, pues no tenía manera de explicar su presencia en la institución en el caso de que la policía viera luces dentro de la misma.
         Dirigió la luz de la linterna hacia el suelo frente a ella para guiarse, cosa innecesaria, pues la noche era tan clara que podía ver nítidamente el contorno de las aulas, así como los árboles que se encontraban en el patio; en realidad, llevaba encendida la lámpara debido al temor infantil que todas las personas le tienen a la oscuridad. Siguió caminando cuando comenzó a sentir que ligeras ráfagas de viento comenzaban a pasearse por toda la escuela, las cuales hacían ulular las ramas de los árboles, sonidos parecidos a lamentos que parecían advertirle que no siguiera adelante, lo cual estuvo a punto de hacer pues se detuvo en el camino un par de ocasiones, pero retomando sus pasos, siguió andando mientras pensaba que era la única manera de resolver el misterio que aquejaba a la comunidad estudiantil que estaba bajo su cargo.
         Cuando llegó a la entrada de los baños contempló con la tímida luz de la linterna la puerta; tomó todo el aire que pudieron contener sus pulmones y la empujó; alumbró la entrada pues no quería encender las luces y comenzó a pasear el destello de la lámpara por todo el lugar. Avanzó sigilosamente, escuchando como la llave de agua de uno de los lavabos goteaba, sonido que haciendo eco en las paredes del inmueble, no hacía más que aumentar su angustia. Cerró dicha llave y se dirigió a los excusados, iluminándolos lentamente uno por uno; se dirigió al primero y lo abrió encontrándolo tétricamente vacío y repitiendo la operación con todos, se sintió satisfecha momentáneamente al darse cuenta que estaba completamente sola en el lugar.
         Pero aún faltaba lo más importante.
         Regresó a los lavabos y alumbrando el espejo de uno de ellos se sorprendió al ver su imagen en el mismo, la cual reflejaba todo el pavor que sentía al estar ahí; metió su temblorosa mano en el bolsillo de su abrigo sintiendo como sus dedos se movían torpemente en el interior. Cuando encontró lo que buscaba, no supo si sintió satisfacción o que sentimiento fue el que el experimentó que le hizo brincar el corazón.
         Sacó la arrugada hoja de papel que le había dado Jaimito con los versos de NIÑA BONITA
         Suspiro resignadamente y mientras dejaba la lámpara apuntando hacia el espejo, tomo el papel con ambas manos y comenzó a recitar en voz alta:

         “Niña bonita, juega conmigo
         Porque se acerca el invierno,
         Niña Bonita, Juega conmigo
         Porque el frío es eterno.

Niña bonita, juega conmigo
Y escribe en mi cuaderno,
         Niña Bonita, Juega conmigo
         Y si no lo haces vete al infierno”.

         No se había dado cuenta del grado de terror que se apoderaba de su alma hasta que escuchó su empavorecida voz haciendo eco en la soledad de la noche; sus palabras se escucharon tan tristes que incluso estuvo a punto de echarse a llorar, pero aun así tuvo el valor suficiente para terminar el poema.
         Cuando el silencio regresó al lugar, todos sus sentidos se pusieron en alerta, esperando captar algo en el ambiente, pero para su buena fortuna solo la melancólica noche le contestó.
         Transcurrieron minutos interminables hasta que comenzó a sentir un alivio reconfortante que incluso provocó que su asustada expresión comenzara a cambiar hasta que en el espejo contempló como su boca trataba de mostrar una tenue sonrisa.
         Hasta que todo cambió.
         Sintió una incomodidad que le iba naciendo desde la nuca hasta regarse por todo su cuerpo; era una sensación de que estaba sucediendo algo que su cerebro de adulto no alcanzaba a comprender.
         Tuvo la sensación de que no estaba sola.
         Y fue cuando escuchó el peor ruido que sus oídos hubieran captado en toda su vida.
         Eran sollozos infantiles.
         Conforme el sonido crecía quiso salir corriendo, pero su cuerpo se negaba a obedecer las órdenes de su cerebro, por lo que se quedó petrificada frente al espejo, mientras sentía como su boca se secaba y que sus ojos se abrían desmesuradamente; contemplaba su propia imagen en el espejo como si fuera la de otra persona.
         Una persona completamente aterrada.

         El llanto se escuchaba suavemente, como si la persona que llorara tuviera miedo de que alguien la escuchara, pero eran los suficientemente claros como para provocarle una infinita tristeza a Elena; cuando la sensación se le hizo insoportable, reunió toda su fuerza de voluntad para dirigirse al origen del angustiante sonido y pudo darse cuenta que éste provenía del fondo de los excusados, por lo que con manos temblorosas tomó su linterna y se dirigió hacia allá.
         Cuando el haz de luz iluminó la estancia, Elena estuvo a punto de arrojar la lámpara al ver la imagen que se encontraba frente a ella.
         En el fondo del sanitario había una niña hincada en el suelo llorando.
         Elena se quedó paralizada como si sus pies estuvieran pegado al piso, mientras contemplaba a la infante que se encontraba como a unos tres metros de distancia, por lo que la pudo contemplar detenidamente, mientras sentía como las pulsaciones de su corazón amenazaban con hacerle estallar el pecho.
         La niña se hallaba en el suelo de espaldas a la directora, vestida con un uniforme escolar diferente al de los estudiantes del colegio primavera; calzaba zapatos negros desgastados y vestía un raído suéter azul marino y falda gris tableada. Elena siguió analizando a la chiquilla, dándose cuenta de que estaba peinada con unas largas trenzas negras que le llegaban a media espalda; aun cuando no la estaba viendo de frente, se dio cuenta que la nena, que no se veía de más de ocho años abrazaba algo que apretaba desesperadamente contra su pecho el cual subía y bajaba con cada sollozo que emitía.
         Elena se sintió tan contagiada por la desdicha que emitía la personita que se encontraba frente a ella, que también le dieron ganas de llorar; cuando su pesadumbre se hizo insoportable, caminó hacia la niña y cuando estuvo frente a ella, se agachó para estará a su altura sin dejar de sentir temor, le preguntó:
         -¿Tú eres Niña Bonita, verdad?-.
         La pequeña dejó de llorar y se quedó quieta unos segundos y entonces se volteó, para mostrar su carita llorosa y contestar tristemente:
         -Sí-.
         Elena al ver el rostro de la chiquilla, comenzó a sentir como el miedo se iba diluyendo de su corazón por lo que siguió hablando:
         -¿Y por qué lloras amor?-.
         La nena se enjuagó sus lágrimas con la manga de su viejo suéter y contestó:
         -Porque nadie quiere jugar conmigo-.
         Elena comenzó a sentir como los recuerdos de su propia infancia comenzaban a invadir su mente, por lo que para alejarlos simplemente dijo:
         -Sí; yo sé lo que se siente no tener con quien jugar-. Y sonriendo amigablemente, se dio cuenta de que el objeto que la chiquilla abrazaba cariñosamente, por lo que añadió. –Pero veo que tienes una muñeca que puede jugar contigo; ¿Puedo verla?-.
         Niña Bonita con recelo abrió los brazos y levantando el juguete se lo mostró a la directora quien, al verlo, sintió que algo extraño nacía dentro de ella; para dejar de pensar en eso, siguió hablando:
         -Es una muñeca muy bonita; creo que yo tenía una muy parecida-. Sintiéndose cada vez más relajada, se sentó en el suelo junto a la chiquilla y comenzó a platicar con la extraña niña. –Cuando yo tenía tu edad y también iba a la escuela, tenía compañeras que tampoco querían jugar conmigo; se burlaban de mí porque era pobre y no era tan bonita como ellas-. La sonrisa se le congeló en el rostro mientras los tristes pensamientos del pasado recorrían su memoria como si fuera una vieja película, pero aun así continuó. –Yo me preguntaba porque no me querían, si a final de cuentas todas éramos iguales, o al menos así me parecía a mí; sin embargo, siempre sentí que no encajaba por lo que comencé a alejarme de las demás y terminé jugando con mi muñeca-. Hizo un gesto de amargura y finalizó. –No era lo mismo, pero trataba de divertirme como podía-.
         Niña Bonita contemplaba a la directora con expresión curiosa, y cuando ésta terminó de hablar, le preguntó seriamente:
         -¿Y eso cómo te hizo sentir?-.
         Elena comenzó a sentir como un nudo comenzaba a ahogarle la garganta, por lo que contestó con un profundo tono de tristeza:
         -Completamente sola-.
         Niña Bonita le sonrió y le dijo:
         -Platícame más-.
         Y antes de que se diera cuenta, comenzó a platicarle todos sus miedos, angustias y frustraciones de su niñez; de la frustración al ver como las demás niñas de familias adineradas nunca la vieron como su igual; le contó de la ocasión que festejó su cumpleaños número nueve y que con toda la ilusión del mundo pudo convencer a su mamá para que le comprara un sencillo pastel; de cómo estuvo intentando adornar su casa con  lo que pudo encontrar y que se notara el ambiente festivo y de cómo se pasó toda una semana haciendo a mano las invitaciones para todos sus compañeras de grupo, para que todo resultara en que ninguna de ellas se apareciera en su fiesta.
         Le platicó de que intentaba ganarse el afecto de las demás niñas ayudándoles en sus tareas para lo cual todas ellas la buscaban, pero en cuanto obtenían la calificación que necesitaban, inmediatamente le dejaban de hablar y solo se dirigían a ella para seguir burlándose de su humilde origen.
         Elena nunca había platicado con nadie de todo eso; principalmente de las desagradables emociones que toda su triste niñez le había hecho sentir por lo que se tapó la cara para no comenzar a llorar.
         Recargó su espalda contra la fría pared de los sanitarios y cuando bajó las manos, puedo notar como Niña Bonita le sonreía cariñosamente.
Entonces, la chiquilla levantó las manos y le ofreció su muñeca.
Elena emitió un doloroso gemido para abrazar desesperadamente el juguete.
Y comenzó a llorar.
Sintió como todo el dolor que había guardado durante tantos años ahora se desbordaba incontrolablemente, rompiendo todas las barreras que ella había construido a lo largo de los últimos años, mientras no dejaba de abrazar a la muñeca.
Pero después de unos minutos, sintió como una placentera paz comenzaba a invadir su atormentada alma, por lo que más tranquilamente fue dejando de sollozar para comenzar a limpiarse las lágrimas que habían bañado su cara y regresándole la muñeca a Niña Bonita, le dijo resignadamente:
-No tuve una bonita niñez, ¿Verdad?-.
La chiquilla le contestó comprensivamente:
-Lo sé-.
Elena continuó:
-Pero creo que ahora me siento mejor-.
Su pequeña acompañante repitió:
-Lo sé-.
Elena, confundida preguntó:
-¿Y cómo sabes tanto?-.
Niña Bonita levantó sus pequeñas manos para tomarle el rostro a Elena y le dijo con una sonrisa traviesa:
-¿Todavía no sabes quién soy?-.
La directora dijo asustada:
-No; no lo sé-.
La nena dijo traviesamente:
-Yo soy tú-.
Y antes de que Elena pudiera exclamar algo, completó:
-Y vengo a jugar contigo-.
Fue cuando la maestra se dio cuenta de muchas cosas.
El uniforme de la pequeña era igual que el que ella usaba en su infancia; las trenzas eran las mismas que su mamá le hacía todas las mañanas antes de irse a la escuela; la expresión de ilusión que tenía era la misma de Elena cuando era una niña y finalmente, la muñeca que abrazaba desesperadamente contra su pecho era la misma que le habían traído los Santos Reyes al cumplir los seis años de edad.
En eso, una duda la atacó:
-¿He muerto y ahora me encuentro con los fantasmas de mi pasado?-.
Niña Bonita rio juguetonamente y le contestó:
-Nop; vengo a decirte que ya no eres la niña temerosa y triste que eras antes. Ahora eres una mujer exitosa que no necesita buscar el afecto de nadie porque ya lo tienes, aunque no te hayas dado cuenta-.
Elena, todavía no muy convencida, dijo con ironía:
-Sobre todo el afecto de mis alumnos-.
Niña Bonita contestó:
-¿Lo dices por lo apodos que te ponen? Recuerda que en tu escuela todos los maestros tenían sobrenombres, pero en el fondo, todos los niños de aquí te quieren mucho; incluso sus papás que saben que sus hijos se encuentran en buenas manos al estar bajo tu cuidado-.
Y antes de que la directora pudiera exclamar algo, la niña completó:
-La gente te aprecia más de lo que te imaginas, simplemente tienes que abrirte ante ellos para darte cuenta de todo lo bueno que tienes en tu vida-.
Una lágrima rodó por la mejilla derecha de Elena; Niña Bonita levantó una de sus manos y la enjugó mientras le decía con su cálida voz infantil:
-¿Harás eso por mí?-.
Elena sintió como si toda lo bueno de la vida inundara su corazón y contestó con una amplia sonrisa:
-Te prometo que así será-.
Niña Bonita la abrazó y dijo confiadamente:
-Yo sé que así será-.
Y añadió:
-Y por eso te voy a dejar mi muñeca-. Sonrió y corrigió. –Bueno; nuestra muñeca. Cuando tengas dudas de lo que estás haciendo, simplemente tómala entre tus manos y sabrás que estás en el camino correcto. ¿Recuerdas su nombre?-
La directora dijo emocionada:
-Matilda-.
Niña Bonita emitió una risa emocionada y le contestó:
-Sip; ella siempre nos acompañó, así como siempre te seguirá acompañando-.
Elena sonrió más confiadamente, pero en eso recordó:
-¿Pero que fue entonces lo que pasó con Malenita?-.
Niña Bonita dijo seriamente:
-Ahora sabes que no soy un fantasma; lo que pasó con ella es que tiene muchos problemas con su familia, pero debemos estar seguras que en su momento las cosas se van a solucionar, así que solo hay que desearle lo mejor de la vida, como a todas las personas que conoces, sean buenas o malas contigo-.
         La maestra se dio cuenta que la conversación había terminado, por lo que dijo algo preocupada:
         -¿Te volveré a ver?-.
         Niña bonita dijo afectuosamente:
         -¿Claro!; solo recuerda que cuando quieras verme simplemente tienes que buscarme dentro de ti-.
         Elena dijo con una amplia sonrisa en el rostro:
         -Así lo haré-.
         Ambas se levantaron del piso y entonces Niña Bonita dijo:
         -¿Recuerdas cuál era el juego que más nos gustaba?-.
         Elena casi gritó:
         -¡El juego de las escondidas!-.
         La chiquilla exclamó:
         -Entonces ya sabes; cuenta hasta diez-.
         Y añadió traviesa:
         -Pero sin hacer trampa ¿Eh?-.
         La directora se volteó contra la pared para taparse la cara y comenzó a contar:
         Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y gritó:
         -¡Lista o no, allá voy!-.
         Cuando se dio la vuelta, se dio cuenta que se encontraba completamente sola.
         Ya lo sabía.
         Sonrió pensando que no importaba que Niña Bonita se hubiera ido.
         Sabía dónde encontrarla.
        
         A partir de esa noche, la vida de Elena cambió diametralmente.
         Volvió a tomarle el gusto a la enseñanza; saludaba a todas sus subalternas con una sonrisa en el rostro; a los padres de familia los trataba con comprensión pues sabía que lo único que buscaban era el bienestar de sus hijos. En cuanto a los alumnos, modificó las formas de enseñanza, siempre buscando que aprendieran, pero sin dejar de ver el conocimiento como algo divertido.
         Le emocionó cuando los dueños de la institución le hicieran un reconocimiento público frente a todos los estudiantes y padres de familia al final de ese curso, pero en el fondo sabía que la mejor felicitación era la que se hacía ella misma.
         Como le había prometido a Niña Bonita, se había abierto más a las personas, notando con agrado que no necesitaba buscar el aprecio de los demás, sino que éste llegaba por sí solo.
         Incluso, había conocido a alguien con quien estaba saliendo regularmente.
         Hasta los alumnos decían que iban a terminar casados.
         Así lo esperaba ella también, pues le emocionaba la idea de unir su vida a la de alguien más e incluso, tener hijos.
         De hecho, le gustaría tener una niña.

         Después de todo, necesitaba a alguien para dejarle de herencia a Matilda.