Elena
se sentía feliz; finalmente había llegado a la cúspide de su carrera de
pedagogía, pues la acababan de nombrar directora de una escuela de educación
básica. Había trabajado duro desde que terminó su formación académica por lo
que consideraba este logro como la más grande de sus satisfacciones personales.
Había
batallado con todo; a pesar de su origen humilde, su mamá le consiguió una beca
en una muy costosa y prestigiada escuela donde cursó desde el kínder hasta la
universidad, lo que le ocasionó que no siempre pudiera cumplir con sus
obligaciones como estudiante al no tener a veces los recursos necesarios para
comprar los materiales solicitados, sufrir las humillaciones de sus compañeras
con mejor posición económica quienes, a pesar de que Elena las ayudaba con sus
tareas, nunca la vieron como a una igual; más adelante, tuvo que soportar
directores arrogantes que no permitían que implantara nuevas técnicas de
enseñanza que ella estaba segura funcionarían; pasar quince años cambiando de
escuela hasta encontrar alguna donde de verdad pudiera explotar todos su
potencial, hasta el hecho de dejar de lado su sueño de tener una familia
propia, el cual resentía más y más cada que veía algún pequeño que era ignorado
o maltratado por sus propios padres.
En
la actualidad llevaba siete años laborando en el Instituto Primavera, pequeña
escuela particular la cual era considerada como una de las más prestigiadas de
la ciudad, por lo que literalmente, le había costado sangre, sudor y lágrimas
haber sido aceptada en ella.
Desde
el momento que llegó, empleó toda su dedicación a sus labores tanto de enseñanza
como administrativas de tal manera que en poco tiempo se hizo indispensable
para la anciana directora que administraba la institución, por lo que cuando
ésta se retiró Elena sabía que el puesto de directora lógicamente recaería en
ella.
Aun
así, tuvo que batallar con maestras más maduras que ella, las cuales no podían
soportar la idea de que una persona de treinta y siete años dirigiera la
escuela en la cual ellas tenían hasta veinte años de antigüedad.
Algo
similar le sucedió con los dueños de la escuela, ancianos todos ellos que
tampoco confiaban en la juventud de Elena, pero que a regañadientes aceptaron
las recomendaciones que les había expresado la antigua directora en cuanto a
que ella era la indicada para el puesto.
Con
los padres de los pequeños estudiantes tampoco le fue mejor, pues eran personas
de buena posición económica, motivo por el cual se conducían con un aire
prepotente y que no dejaban de recalcar su supuesta superioridad, producto de
sus fortunas personales.
Debido
a todo lo anterior, la una vez entusiasta maestra que buscó superarse a base de
su carrera, con el paso del tiempo se le fue agriando el carácter producto de
la frustración, por lo que después de un par de años en el puesto se dio cuenta
que tal parecía que había caído en una trampa de la cual no había escapatoria.
Dejó
de disfrutar su trabajo.
Actividades
que antes amaba realizar, como suplir a alguna maestra ausente y disfrutar
darles clases a niños y niñas de seis o siete años, ahora lo veía como una
pesada carga; juegos que antes practicaba con los chiquillos actualmente los
tenía prohibidos tanto para ella como para el demás personal docente, pues se
había obsesionado con la eficiencia, pues ahora con los único que le importaba
era que los alumnos obtuvieran las mejores calificaciones sin importar si los
chicos se aburrieran en las aulas de clase.
Incluso
su misma apariencia había cambiado; los vestidos ligeros con motivos florales
que acostumbraba utilizar al principio de su carrera, ahora los había cambiado
por adustos trajes sastre de falda y saco, siempre de color gris, azul marino o
de plano, negros; su largo cabello obscuro que acostumbraba usar suelto sobre
de su espalda adornado con coloridos moños, ahora lo recogía en un rígido
chongo que utilizaba a diario.
Lo
peor era su expresión, pues su cara anteriormente invadida siempre por una
cálida sonrisa que nunca tenía empacho en mostrársela a las demás personas,
ahora se había convertido en una mueca desagradable.
Su
carácter se había avinagrado de tal manera que en un par de ocasiones llegó a
escuchar que algunos niños se referían a ella cuando se acercaba diciendo: “ahí
viene la vieja bruja”.
Definitivamente
se había amargado.
Hasta
que sucedió algo que cambió por completo su vida.
Tenía
ya tres años en el puesto de directora cuando una gélida mañana de invierno se
encontraba revisando los estados financieros del colegio, sintiéndose orgullosa
de las ganancias que tenía la institución; sonrió amargamente al recordar la
conversación telefónica que había tenido con el socio mayoritario del colegio
Primavera, quien la había felicitado debido a que la escuela marchaba sobre ruedas
y que gracias a la gestión de Elena, los únicos problemas que se habían
presentado eran un par de quejas de padres de familia acerca de la falta de
actividades recreativas para los infantes; nada del otro mundo, pues la
experimentada pedagoga los había podido convencer de que era mejor una escuela
seria que un centro de diversión infantil.
Cuando
más ensimismada estaba en sus propios pensamientos, entró corriendo a su
oficina la maestra de primer grado, la señorita Margarita quien, al ver a
Elena, exclamó desesperada:
-¡Señorita
directora, venga conmigo por favor!-.
Elena
inmediatamente se levantó de su asiento para seguir su empleada y al ver que se
dirigían a los baños de las niñas, la cuestionó:
-Pero
que pasa maestra; ¿Se accidentó algún alumno?-.
La
aludida siguió caminando de forma apresurada mientras explicaba nerviosamente:
-La
verdad no lo sé; ¿Recuerda a Malenita, la niña que es muy introvertida? Me
pidió permiso para ir al baño, pero como pasó el tiempo y no regresó, la fui a
buscar y la encontré de forma muy rara-.
Elena
dijo preocupada:
-¿Rara
en qué sentido?-.
La
maestra, quien apenas iba a cumplir un año en la escuela, solo atinó a decir:
-Yo
creo que es mejor que la vea usted misma-.
Ambas
entraron a los sanitarios recorriendo la zona de lavabos y cuando llegaron al
fondo de los baños la directora alcanzó a ver a la chiquilla quien se
encontraba hincada y con las manitas cubriéndole completamente el rostro.
Elena
hizo una mueca de fastidio; lanzó un largo suspiro y dijo con el tono de voz
menos serio que pudo:
-Hola
Malenita, ¿Estás herida?-.
La
niña sin dejar de taparse la cara, solo movió negativamente la cabeza.
La
directora entonces exclamó:
-Bueno;
dinos que te pasa para que te podamos ayudar-.
Pero
la infante seguía sin emitir una sola palabra mientras las adultas se miraban
una a la otra de forma confundida. A Elena lo único que se le ocurrió fue
hincarse frente a la pequeña y tomándole suavemente las manos le descubrió la
cara solo para contemplar con horror la palidez de su rostro; tratando de no
dejarse llevar por el miedo, dijo suavemente:
-¿Qué
fue lo que te asustó?-.
Malenita
levantó su mirada sin expresión y simplemente dijo dos palabras:
“NIÑA BONITA”.
Lo
dijo con un tono de voz tan gélido que la maestra Margarita dio un par de pasos
para atrás mientras que la directora levantó suavemente a la chiquilla para
cargarla entre sus brazos; en cuanto la niña llegó al regazo de Elena, la
abrazó fuertemente por el cuello.
Las
dos profesoras salieron del baño mientras Elena le ordenaba a su empleada:
-Llama
a sus papás para que vengan por ella-.
Los
progenitores de Malenita a regañadientes acudieron a recoger a su hija y se la
llevaron sin decir palabra alguna.
A
partir de ahí la chiquilla ya no regresó.
Elena
sabía que los papás estaban en un proceso de divorcio por lo que atribuyó el
episodio a un colapso nervioso de la niña al ver derrumbarse su familia, así
que cuando los señores acudieron a dar de baja a su pequeña hija, simplemente
les entregó la documentación correspondiente sin hacer preguntas.
Obviamente,
le encomendó a la profesora Margarita que no comentara nada de lo que había
sucedido, principalmente para respetar la intimidad de la familia de la
pequeña, algo a lo que la maestra se comprometió a cumplir.
Con
el paso del tiempo se olvidó el incidente, pero en la cabeza de la directora no
dejaban de darle vueltas las palabras que la chiquilla había dicho con ese tono
tan extraño en la voz.
A
partir de ahí las cosas comenzaron a cambiar.
A
pesar de que era política de la escuela tener orden en la institución, después
del incidente de Malenita, el ambiente escolar se vio ensombrecido por un
silencio que extrañaba las risas infantiles, como si los mismos alumnos
sospecharan que algo malo había sucedido; las mismas maestras se notaban
incómodas como si las obligaran a cumplir con su trabajo, mientras que un aire
tenso se respiraba en el frío ambiente invernal, como si el mal clima se
hubiera apoderado del corazón de todos y todas.
Pero
lo peor estaba por venir.
Sucedió
que poco a poco le comenzaron a llegar comentarios a Elena de parte de su
personal de que las niñas y niños no querían ir al baño solos; al borde del
llanto les rogaban a las maestras que las acompañaran a los sanitarios y una
vez que terminaban de usarlos, salían casi corriendo de ahí, olvidando incluso
de lavarse las manos, costumbre que anteriormente tenían muy arraigada.
Pero
había más.
Algunos
chiquillos se quedaban después de clases para practicar algún deporte o porque
estaban inscritos en el grupo de gimnasia, pero ahora en cuanto sonaba el
timbre de salida, inmediatamente corrían hacia la puerta de entrada para
esperar impacientes a que sus papás los recogieran.
Todo
esto desconcertaba a Elena, y más cuando en una ocasión escuchó cuando un niño
le preguntó a una de sus compañeritas que si pensaba quedarse a lo cual la
chiquilla asustada le dijo en voz baja:
-No,
porque aquí espantan-.
La
directora decidió tomar cartas en el asunto.
Convocó
a una junta con sus profesoras y cuando todas se encontraban en su oficina,
comenzó a hablar:
-Todas
hemos notado que a partir del episodio de Malenita, las cosas han cambiado en
la escuela; se respira un ambiente como de peligro en cada rincón de las
instalaciones lo cual notamos principalmente por las actitudes de los niños,
por eso organicé esta junta para que ustedes me informen si saben algo al
respecto pues esta situación no puede continuar-.
Todas
se miraron unas a otras hasta que la maestra Martha tomó la palabra:
-Efectivamente;
las cosas han cambiado desde lo de Malenita-. Volteó a ver a las presentes y
continuó. –Todas nos enteramos de ello, pero no se lo hemos comentado ni a los
niños o a sus papas, por lo que hasta donde ellos saben, la niña se fue de la
escuela debido a problemas familiares; lo que sí es un hecho es que algo está
ocurriendo, pues hemos notado que niños que anteriormente en el recreo se
apartaban de los demás alumnos ahora se integran con ellos, pero no por
amistad, sino más bien como protección; nadie quiere ir a los baños solo y
menos quedarse después de clase, pero cuando algunas de nosotras los hemos
interrogado, no hay ningún niño que nos quiera decir algo al respecto y
simplemente dicen: “No sé”-.
Se
escucharon murmullos de afirmación hasta que la maestra Jovita, señora de más
de sesenta años interrumpió los comentarios diciendo:
-Lo
más recomendable en estos casos es que si no tenemos información de primera
mano, tenemos que comenzar a analizar posibles causas a fin de eliminar
posibilidades-.
Todas
guardaron silencio, hasta que Elena dijo:
-Tiene
razón Jovita; con todos sus años de experiencia, ¿Qué se le ocurre?-.
La
dulce anciana dijo suavemente:
-Mira
hijita; la primera y más horrenda explicación es un depredador sexual-.
Todas
emitieron exclamaciones de espanto hasta que la directora exclamó:
-Estoy
de acuerdo con usted al plantear esa primera alternativa; desgraciadamente eso
es prácticamente imposible, pues aquí trabajamos puras mujeres incluyendo al
personal de limpieza y todas sabemos que es tres veces más fácil que un
depredador sea un hombre que una mujer, independientemente que tengo muy buenas
referencias de todas ustedes como para sospechar de alguien-.
Tomo
aire mientras eliminaba los malos pensamientos de su mente y continuó:
-La
única posibilidad sería alguien de afuera lo cual es ilógico, ya que las
instalaciones están diseñadas de tal manera que nadie puede entrar sin que
alguna de nosotras se diera cuenta, sin contar del patrullaje de la policía en
el exterior, por lo que esa opción queda descartada-.
Todas
guardaron silencio, analizando las palabras de su jefa, hasta que alguien dijo
dudosamente:
-¿No
será que vieron algún animal salvaje?-.
Elena
movió la cabeza de forma negativa y dijo:
-Imposible;
nada más grande que una rata podía rondar la escuela; en cuanto a plagas,
sabemos que cada tres meses se destina un fin de semana para fumigar la escuela
y buscar roedores o algo que se parezca, por lo que la idea de algún bicho raro
no tiene razón de ser-.
Una
profesora con más de diez años en la escuela, comentó de forma pensativa:
-Bueno,
de que hay algo que los asusta, eso es un hecho; me pregunto si no está pasando
lo que sucedió en una escuela donde trabajé hace algunos años-. Todo el
personal miro de manera interrogante a la maestra por lo que ésta continuó. –Un
niño vio una película de un asesino en serie que sabe Dios porque se lo
permitieron los padres; el hecho es que llegó a la escuela a platicar la
historia a sus compañeritos de tal manera que provocó una especie de histeria
colectiva pues la mayoría de los niños comenzó a negarse a comprar en la
cooperativa, debido a que el asesino del filme atendía la tienda de una
escuela, por lo que nos costó mucho trabajo convencer a los alumnos de que la
historia no era real. Claro que se llamó a los padres del chiquillo para
regañarlos por permitir que su hijo viera cosas así-.
La
maestra Jovita dijo suavemente:
-En
mi carrera como docente yo también viví un par de episodios similares; el
problema es que, a comparación de aquellas ocasiones, en este caso yo sí veo
verdaderas actitudes de miedo, como si el peligro fuera real y no producto de
la imaginación de los niños-.
Elena
decidió intervenir:
-Pues
no sé si esto sirva de algo, pero cuando la maestra Margarita y yo acudimos a
rescatar de los baños a Malenita, ella mencionó algo de una niña y en un par de
ocasiones he escuchado que algunos chiquillos han comentado que aquí espantan;
¿Alguien sabe algo al respecto?-.
La
mayoría de las profesoras fruncieron el ceño pues la idea les parecía a todas
luces ridícula, pero con el rabillo del ojo, la directora notó como dos de las
maestras más jóvenes abrían los ojos asustadas y bajaban la mirada, por lo que
decidió cambiar de táctica.
Con
una sonrisa relajada en el rostro, comentó:
-Es
obvio que nadie de nosotras cree en ese tipo de cosas; incluso, estoy
perfectamente enterada de que antes de que se construyera aquí la escuela lo
único que había antes eran unas oficinas de gobierno que tenían décadas de
estar en pie, por lo que no podemos pensar que los niños hablen de historias de
que antes había panteones, iglesias o cosas así-. Y sin dejar de sonreír,
finalizó. –Bueno, entonces les encargo a todas que cualquier cosa que sepan al
respecto, por muy insignificante que sea, me lo informen, así como cualquier
idea que se les ocurra-.
Todas
entendieron que la junta había terminado por lo que se dirigieron a la salida,
mientras Elena exclamaba:
-Nos
vemos mañana como de costumbre, a excepción de las maestras Karla y Doris, pues
quiero comentar lo de sus evaluaciones del último periodo-.
Todas
se despidieron hasta que solo se quedaron las aludidas, las cuales seguían sin
levantar la mirada; la directora se sentó en su silla y les dijo amablemente:
-Siéntense
profesoras, quiero platicar con ustedes-.
Ambas
docentes se sentaron tímidamente frente a su jefa y guardaron silencio, el cual
fue roto por Elena:
-Ustedes
saben algo al respecto, ¿Verdad?-.
La
maestra Karla se tapó la boca mientras sus ojos brillaban como si estuviera a
punto de llorar, mientras la profesora Doris decía titubeante:
-Usted
sabe que como Karla y yo tenemos menos de veinte y cinco años hemos hecho buena
amistad, por lo que nos platicamos todo, incluyendo algunas cosas raras que nos
han sucedido aquí-.
La
directora frunció el ceño y reclamó:
-¿Y
por qué no dijeron nada hace rato que pregunté?-.
Karla,
con los ojos humedecidos por el llanto, exclamó:
-Nos
ha costado mucho trabajo que las demás maestras debido a sus años de
experiencia nos tomen en serio, pues por nuestra edad ha sido difícil
integrarnos con ellas, por lo que acordamos que esto no se lo íbamos a comentar
a nadie, pues podría ocasionarnos burlas y desprecios-.
Elena
lo pensó un poco y dijo comprensivamente:
-Las
entiendo; yo también pasé por eso cuando comencé mi carrera en la docencia-.
Suspiró melancólicamente mientras amargos recuerdos invadían su mente, pero
moviendo la cabeza los eliminó y añadió. –Pero ahora estamos solas y pueden
contarme lo que les haya sucedido; como les dije a todas, cualquier cosa por
muy insignificante que pudiera ser, nos podría ayudar a resolver esta
situación, pues hasta ahorita los dueños de la institución no están enterados y
quiero que así siga, al menos hasta que lo resolvamos-. Trató de suavizar su
mirada y finalizó. –Les prometo que lo que me digan no saldrá de mí-.
Doris,
quien parecía que había estado aguantando la respiración mientras su jefa
hablaba, dejó salir el aire de sus pulmones y comenzó:
-En
una ocasión que me quedé en mi salón después de clases para calificar trabajos,
estaba sentada en mi escritorio; me consta que ya no había niño alguno pues
hacía más de una hora que habían tocado el timbre de salida, por lo que estaba
completamente sola-.
Karla
emitió un casi imperceptible sonido de angustia, por lo que Doris le apretó
afectuosamente una mano y continuó:
-Estaba
mi salón el que como usted sabe, se encuentra al fondo de la escuela y todas
las demás profesoras ya se habían retirado; incluso ese día ni siquiera usted
se encontraba pues tuvo que ir a ver a las personas que pintaron la reja, por
lo que las únicas que estaban eran las señoras de la limpieza que en ese
momento aseaban los salones que están en la entrada-.
Sintiendo
como un malestar le comenzaba a nacer en el fondo del estómago, Elena solo
dijo:
-Sí;
recuerdo ese día. Continúa-.
Con
una voz que cada vez se oía más temerosa, la joven prosiguió:
-Estaba
ensimismada leyendo los trabajos de mis alumnos por lo que al principio no me
di cuenta de sonidos raros que estaba escuchando hasta que, cuando me levanté
de mi escritorio para buscar mi portafolios, noté que lo que oía eran unos
pasos suaves y ligeros como de un niño-. Hizo una mueca de angustia y reanudó
su relato. –Sentí curiosidad y salí de mi salón para ver si todavía había algún
niño que no lo hubieran recogido sus papás y que andaba jugando por la
escuela-.
La
profesora Doris siguió hablando:
-Salí
al pasillo sorprendida pues no vi a nadie; recordé lo que se había comentado de
los baños por lo que me dirigí hacia allá y cuando iba a llegar a los
sanitarios escuché claramente la risa de una niña; entré a los baños de las
alumnas y cuando estaba en los lavabos, escuché más fuertemente la risa, por lo
que me convencí de que efectivamente se encontraba una alumna en la escuela y
que al escucharme se escondió ahí. Me dirigí a los excusados y comencé a abrir
uno a uno para encontrar a la niña y llevármela a mi salón y que ahí esperara a
sus papás, pero cada que abría una de las puertas y veía que no había nadie,
sentí cada vez más miedo, hasta que llegué al último-.
Un
ligero temblor invadió su cuerpo, por lo que la directora, cada vez más
impactada por lo que estaba escuchando, la apremió:
-¿Y
qué viste?-.
Doris,
al borde del llanto, dijo con un tono de voz casi imperceptible:
-No
había nadie-.
Elena
sintió como un extraño frio subía por toda su columna vertebral hasta
depositarse en su nuca, mientras unas molestas punzadas comenzaban a nacerle en
sus sienes; trato de mantener la compostura y mirando a Karla, le dijo con más
tranquilidad de la que tenía dentro de sí:
-¿Y
tú que me puedes decir Karlita?-.
La
jovencita, suspirando entrecortadamente y sin soltar la mano de Doris, dijo:
-Pues
es algo parecido señorita directora; como vivo con mi hermana que es madre
soltera y tiene dos niños de menos de cinco años no tengo tranquilidad para
trabajar en mi casa por lo que acostumbraba quedarme después de clases para
preparar mi material para los siguientes días-. Se limpió las lágrimas que
comenzaban a brotarle y continuó. –En una ocasión que estaba en mi salón, sola
como Doris, me dieron ganas de ir al baño, pero cuando llegué al servicio de
profesoras me di cuenta que estaba cerrado, por lo que fui al de las alumnas;
una vez que lo utilicé, me estaba lavando las manos en los lavabos, cuando de
reojo vi como una pequeña figura pasaba corriendo detrás de mí para dirigirse
hacia el fondo de los excusados. Pensé que simplemente era el reflejo de mi
pelo que caía a los lados de mi cara y entonces escuché una sonrisa traviesa lo
cual me llamó mucho la atención pues sabía que no había nadie más en la
escuela; fui temblando de miedo hacia el fondo de los sanitarios, pero a
diferencia de Doris, simplemente me asomé y no vi absolutamente a nadie, por lo
que mejor preferí salir de ahí-. Otra vez se tapó la boca angustiada y antes de
que Elena dijera algo, casi gritó. –Cuando iba saliendo volví a escuchar esa
risa infantil, como si me persiguiera, por lo que comencé a correr por todo el
patio hasta que llegué a mi salón; recogí como pude mis cosas y sin mirar
atrás, salí apresurada de la escuela-.
La
directora cerró suavemente los ojos, completamente sorprendida y asustada de lo
que acababa de escuchar; ella misma se asombró de lo firme que se escuchó su
voz cuando preguntó:
-¿Y
no han vuelto ver o escuchar algo así?-.
Doris
se persignó, mientras Karla decía espantada:
-¡Ni
Dios lo quiera!; después de lo que pasó jamás nos hemos vuelto a quedar después
de clases-.
La
maestra Doris añadió:
-Después
de lo que le pasó a Karla, todavía pasaron varios días antes de que me lo
contara; de hecho, me dijo que no me lo decía para que yo no pensara que estaba
loca, pero cuando le platiqué lo mío, ambas nos dimos cuenta que era demasiado
parecido como para ser una coincidencia-.
La
directora guardó silencio unos instantes y entonces dijo:
-Pueden
retirarse-.
Las
jovencitas como impulsadas por un resorte, se levantaron aliviadas y casi
corrieron hacia la puerta.
Ella
jamás supo si el alivio era debido a que se había acabado el interrogatorio o a
que se habían podido desahogar hablando de los extraños sucesos que les habían
ocurrido.
Pero
antes de que las maestras abandonaran su oficina, les comentó:
-Y
no le digan a nadie lo que me platicaron-.
Doris
dijo casi con sorna, mientras sonreía tímidamente:
-¡Ni
locas!-.
Y
se retiraron.
Elena
se recargó en su mullido sillón.
Emitió
un sonoro suspiro mientras su mente analizaba lo que había escuchado.
Sintió
como le reconfortaba la idea que no había una persona perversa que fuera un peligro
para los chiquillos, pero inmediatamente su alma se sintió invadida por el
terror que le provocaba la idea de que algo fuera de este mundo era lo que
angustiaba a los niños.
Si
el problema crecía y se daba una desbandada de alumnos; ¿Qué le iba a informar
a los dueños?
¿Los
padres están dando de baja a sus hijos porque en la escuela hay un fantasma?
Por
Dios; si ni siquiera ella creía en fantasmas. La habían educado bajo la
religión católica, en la cual se hablaba de almas en pena que no descansaban
debido a los pecados que habían cometido en vida, pero; ¿Qué pecados podría
tener una niña como andar penando en la escuela?
Sabía
que antes de que ella tomara el mando de la institución, ésta ya tenía cinco
años de antigüedad; debido a su alto grado de responsabilidad, se había
dedicado a leer todos y cada uno de los expedientes de los alumnos que habían
estudiado ahí, por lo que estaba segura que jamás se había dado un suceso tan
trágico como el que una alumna falleciera dentro de las instalaciones escolares.
Aun
así, quiso comprobarlo.
Llamó
al socio mayoritario de la escuela por teléfono y cuando éste le contestó,
simplemente abordó el tema diciendo:
-Buenas
tardes, señor Ricardo; disculpe que lo moleste, pero me gustaría hacerle una
pregunta-.
Del
otro lado de la línea, escuchó el tono arrogante acostumbrado del acaudalado
dueño de la institución quien, sin responder el saludo, dijo molesto:
-¿Cuál
es el problema señorita directora?-.
Elena
dijo titubeante:
-Me
preguntaba si en el historial del alumnado de la escuela hubo algún alumno que
haya fallecido dentro de las instalaciones del instituto-.
Por
el tono de voz, inmediatamente se dio cuenta de la impertinencia de la pregunta
cuando el señor Ricardo dijo al borde de la furia:
-¡Jamás
ha habido un suceso de esa naturaleza en el Instituto Primavera; no entiendo
por qué me hace esa pregunta tan estúpida!-.
La
directora solo atinó a decir:
-Lo
que pasa es que escuché a una madre de familia que comentó algo al respecto,
pero estoy segura que se refería a la escuela donde antes estudiaba su hijo;
disculpe la molestia-.
El
silencio de su jefe solo la angustió más; sobre todo cuando el señor Ricardo
comentó:
-La
seguridad de los educandos es nuestra prioridad pues sobre eso descansa el
prestigio de nuestra honorable institución educativa, así que jamás ha pasado
algo más que una cortada o raspón de los mocosos que tienen el privilegio de
contratar nuestros servicios-. Y para demostrar el poder que tenía sobre de su
empleada, añadió con un tono de amenaza. –Y espero que así siga-.
Ella
dijo sumisamente:
-No
se preocupe, así será; tenga por seguro que la…-.
Pero
antes de que pudiera terminar la conversación, escuchó como su prepotente jefe
cortaba la comunicación.
La
angustia se apoderaba cada vez más y más del alma de Elena, pues no sabía cómo
asimilar lo sucedido.
Peor
aún; no sabía cómo resolverlo.
En
su larga experiencia en el ramo educativo, jamás había experimentado algo ni
remotamente parecido.
¿Histeria
colectiva, como había dicho la maestra Jovita?
La
idea se derrumbaba por sí misma, debido a que eso aplicaba si solo los alumnos
lo experimentaran.
Pero;
¿Qué pasaba con las maestras?
No
por el hecho de ser jóvenes iba a dudar de sus palabras; a pesar de su poca
experiencia por su juventud, estaban perfectamente recomendadas,
independientemente de que la misma Elena las había investigado exhaustivamente
como lo hacía con todas las profesoras de nuevo ingreso; incluso recordaba como
a las chicas les había extrañado cuando les había pedido los números
telefónicos de todos sus familiares y amigos, los cuales había utilizado para
ver que pensaban las personas que conocían a sus futuras empleadas. Por otro
lado, los exámenes psicométricos que habían realizado y que habían sido
examinados minuciosamente por psicólogos contratados por la institución no
habían arrojado algún problema mental que llamara la atención.
Además;
¿Qué ganarían las jovencitas con inventar eso?
Sabía
que en los programas de supuestos avistamientos de ovnis y fantasmas se
contrataban personas las cuales, sin ser actores profesionales, juraban haber
tenido contacto con seres del más allá o de otros planetas, pero simplemente lo
hacían por dinero.
Pero
en el caso actual; ¿Qué ganarían con mentir?
Tenían
más que perder que lo que pudieran ganar.
Solo
había una única y aterradora respuesta.
Estaban
diciendo la verdad.
La
directora se apretó las sienes con ambas manos sintiendo como la jaqueca que le
había comenzado desde que escuchó el testimonio de sus jóvenes maestras, hora
crecía de forma exponencial, hasta sentir la sensación de que su cabeza estaba
a punto de estallar.
Con
una extremada angustia decidió ir al lugar de los hechos.
Las
piernas de Elena se movían de manera automática; era como si tuvieran vida
propia mientras caminaba hacia los sanitarios de los alumnos. Su mente racional
le decía que no siguiera caminando, pero su cuerpo tenía otra orden.
Había
que investigar.
El
horario de clases terminaba a las dos de la tarde; con el tiempo de la junta y los
momentos en que estuvo cavilando en su oficina, su reloj marcaba casi las
cuatro.
No
había absolutamente nadie más que ella en la escuela.
Incluso,
las señoras que se encargaban de la limpieza habían terminado sus labores hacía
una media hora.
Estaba
completamente sola.
Tratando
de hacer acopio de un valor que en estaba apoyado en su alto grado de
responsabilidad, llegó a las puertas de los sanitarios escolares.
Se
detuvo a un par de metros de los baños y los contempló.
Era
una estructura dividida en dos por la mitad de tal manera que la parte derecha
correspondía al baño de los varones mientras que la parte de la izquierda eran
los sanitarios de las niñas; cada uno de los sanitarios medía aproximadamente
diez metros de frente por cinco de fondo y a su vez, cada uno de ellos tenía un
muro que lo dividía por el medio; en la parte de enfrente estaban los lavabos
mientras que en la parte posterior estaban cinco excusados, cada uno con una
puerta que dejaba un espacio vació de treinta centímetros en la parte inferior,
de tal manera que si alguien estaba ocupando uno de ellos, se podía notar al
ver los pies del ocupante por debajo.
Se
decidió a entrar.
Le
provocó una extraña tristeza escuchar el silencio del lugar; estaba tan
acostumbrada a las voces y risas infantiles que el hecho de estar en un
ambiente desprovisto de esos sonidos, le provocaban ganas de llorar.
Se
detuvo frente a los cinco lavabos y los contempló uno a uno; pulcramente
aseados debido al profesionalismo de las señoras de la limpieza.
Intentando
acumular más valor dobló la esquina de la pared y se dirigió a los excusados;
lo mismo, contempló las puertas abiertas mientras sentía como su corazón
palpitaba aceleradamente al escuchar como la tercera puerta se balanceaba suavemente
emitiendo un lúgubre rechinido.
Se
dirigió al excusado más cercano el cual tenía la puerta abierta al igual que
los otros cuatro y parándose en la entrada lo contempló.
Una
pregunta invadió su mente.
“¿Qué
es que lo estoy buscando? ¿Qué el fantasma se me aparezca para decirle que no
lo quiero volver a ver por aquí?”
Quiso
sonreír, pero su boca solo esbozó una mueca de angustia; se dirigió a los
siguientes excusados y cuando llegó al último, suspiró de alivio; en el fondo
les rogaba a todos los santos habidos y por haber no haber encontrado nada
fuera de lo normal.
Se
dio la media vuelta para retirarse, pero cuando estaba caminando frente a los
lavabos tuvo la sensación de que no estaba sola; volteó a ver dichos muebles y
trató de distraer su mente pensando que los espejos que estaban frente a los
lavabos no tenían razón de ser pues las niñas a esa edad no son tan vanidosas
como las adolescentes; aun así, los pusieron a pesar de su objeción. Se
contempló a sí misma, sorprendida de la imagen que le proyectaba el cristal, la
cual la deprimió.
Una
mujer que a pesar de no llegar todavía a los cuarenta años de edad, se veía
como de sesenta debido al rictus de tirante seriedad que se reflejaba.
Se
veía a sí misma como una mujer amargada.
Sus
ojos comenzaron a humedecerse de la tristeza que embargaba su corazón, cuando
un ruido extraño llamó su atención.
Caminó
rápidamente hacia los excusados mientras sentía que alguien dentro de su mente
le ordenaba ir a revisar el último; cuando llegó a éste, abrió los ojos
desmesuradamente al ver que en la pared estaban escritas un par de palabras con
una burda caligrafía que a todas luces se veía infantil:
“NIÑA BONITA”.
Sintió
como si estuviera a punto de desmayarse; su mente trataba de encontrar una
respuesta lógica al contemplar lo que sus ojos registraban. Gotas de sudor
comenzaron a recorrer su cara, arruinando el maquillaje perfectamente aplicado
en su rostro; trató de convencerse a sí misma que cuando revisó los excusados
la primera vez, pasó por alto las palabras que ahora contemplaban sus
incrédulos ojos.
Sin
dejar de leer los garabatos descubiertos, caminó hacia atrás hasta salir de los
sanitarios.
El
aire fresco jamás le pareció tan hermoso.
Sentía
como hubiera entrado a un lugar maldito y salido de él.
Y
lo mejor de todo; había salido a salvo.
Desgraciadamente,
ella menos que nadie estaba a salvo.
Los
días siguieron pasando mientras el ambiente en el instituto Primavera cada vez
era más triste; las maestras, otrora personas alegres, ahora se veían apesadumbradas
mientras que los alumnos se comportaban de una manera angustiada.
Era
como si la escuela fuera un ser vivo que hubiera caído en depresión; como si el
aire del terror que lo había invadido se negara a soltarlo y lo abrazara como
si fuera un amante celoso.
Todo
para desesperación de Elena.
Le
preocupaba sobremanera que el siguiente viernes tenía que rendir su informe
mensual a los dueños de la institución; su alto grado de responsabilidad le
dictaba que tenía que informar de lo sucedido.
Era
lunes, por lo que tenía algunos días para resolver la situación.
El
problema era que no tenía idea como hacerlo.
Al
final de la jornada se encontraba en su oficina, pensando que hacer hasta que
una idea le llegó al cerebro, como si fuera la tenue luz de un faro en medio de
una tormenta; luz que, a pesar de los obstáculos del ambiente, luchaba
desesperadamente por lograr su misión.
Darle
claridad a la realidad.
Al
día siguiente mandó llamar a Jaimito, un alumno de sexto grado al cual le había
dado clases cuando llegó a primero; de alguna manera y debido a la pobre
relación que el chiquillo tenía con sus padres, había formado un lazo de
confianza con Elena, por lo que ésta consideraba que si el alumno sabía algo
podrían hablar al respecto.
No
estaba equivocada.
A
primera hora del martes le encargó a la profesora Jovita que le mandara a sus
oficinas al chiquillo, el cual en cuanto llegó frente a la directora, le dijo
con cara asustada:
-Buenas
tardes maestra Elena, ¿Hice algo malo?-.
La
directora sonrió con nostalgia, recordando los tiempos en que disfrutaba dar
clases, pues el simple hecho de ver a uno de sus exalumnos más queridos, le
trajo bellos recuerdos su memoria. Sin soltar su sonrisa, le dijo al alumno:
-No
Jaimito; no has hecho nada malo, solo quiero platicar contigo-.
Al
ver que el infante se relajaba, se dio cuenta que si sabía algo no tendría
empacho en comunicárselo, por lo que en cuanto tomó asiento, comenzó a hablar
con él:
-¿Cómo
te va en tus clases?-.
El
chiquillo dijo emocionado:
-¡Muy
bien!, me ha dicho la maestra Jovita que soy de los mejores alumnos del grupo-.
Elena
esbozo una sonrisa de orgullo, el cual le expresó:
-No
me sorprende; sé que eres un niño muy inteligente y que tienes un gran futuro
en la vida. Y dime, ¿Cómo está la situación con tus papás?-.
Jaimito,
mostrando la inteligencia por la cual era halagado intentó responder, pero la
sonrisa se le congeló en los labios al decir:
-Usted
no me llamó para preguntarme de mis clases ¿Verdad?-.
Elena
sonrió amigablemente y contestó:
-Tienes
toda la razón; ¿Entonces sabes por qué estás aquí?-.
El
niño bajó la mirada angustiado y dijo temerosamente:
-Sí;
es por NIÑA BONITA-.
Elena
se quedó con la boca abierta, pues no se imaginaba que iba a llegar al fondo
del asunto tan fácil; no quiso demostrar su desesperación, por lo que trató de
ser cautelosa:
-Platícame
de ella-.
Jaimito
se movió incomodo en la silla mientras se jalaba el cuello de la camisa
escolar; miró directamente a la directora la cual notó el miedo en los ojos del
chiquillo. Trató de darle confianza sonriendo más ampliamente, pero el niño
seguía viéndola seriamente, hasta que se decidió a hablar:
-Se
supone que es un juego-.
Elena,
tratando de contener su curiosidad, lo interrumpió:
-¿Un
juego?, ¿De qué?-.
El
pequeño suspiró y confesó:
-No
sé quién lo comenzó; simplemente se empezó a regar como todos los chismes de
que fulanita anda con zutanito y cosas así-.
-Entiendo;
continúa-.
-Lo
que se dijo es que aquí en la escuela podíamos conocer a una niña-.
Elena
lo interrumpió tratando de no mostrar su emoción:
-NIÑA
BONITA ¿Verdad?-.
Jaimito
contestó:
-Sí;
es ella-.
La
directora dijo seriamente:
-¿Pero
quién es?-.
El
niño comenzó a sudar y exclamó:
-No
es exactamente una persona; más bien es como decía mi tía Marcela-.
Cada
vez más desesperada, Elena dijo:
-¿Qué
decía?-.
El
chiquillo dijo seriamente:
-Es
un conjeto… un consorte… algo así-.
La
maestra cayó en cuenta y lo corrigió:
-Un
conjuro-.
Jaimito
sonrió emocionado y confirmó:
-¡Sí;
eso!-.
Elena
comenzó a retorcerse los dedos de ambas manos y dijo:
-Bueno;
eso ya lo entendí así que platícame más-.
El
niño volvió a ponerse serio y comentó:
-Se
supone que, si dices unas palabras, NIÑA BONITA viene a ti-.
La
maestra no sabía si creer, pero dadas las cosas que le habían platicado y las
que ella misma había experimentado, ahora prácticamente nada la asombraba a
estas alturas, por lo que preguntó:
-¿Y
cuáles son esas palabras?-.
El
chico volvió a poner cara de espanto y contestó:
-¡No!
No las quiero decir porque no quiero que se aparezca-.
Elena
hizo una mueca de frustración, pero mientras pensaba como obtener más
información, Jaimito le dio la respuesta:
-Pero
las tengo escritas-.
Y
buscó dentro de su mochila hasta que sacó un papel arrugado el cual casi le fue
arrebatado por la directora; tratando de contenerse, tomo la hoja de cuaderno y
notando como le temblaban las manos, leyó:
“Niña bonita, juega conmigo
Porque se acerca el invierno,
Niña Bonita, Juega conmigo
Porque el frío es eterno.
Niña bonita, juega conmigo
Y escribe en mi cuaderno,
Niña Bonita, Juega conmigo
Y si no lo haces vete al infierno”.
Al
leer esas palabras, efectivamente Elena sintió como si el frio de todos los
inviernos que hubieran castigado al planeta, se alojaran en su sencillo
corazón; sintió como si todo el hielo provocado por esos inviernos lo cargara
sobre de sus hombros.
Era
un peso que ningún ser humano debería de cargar, por muchos pecados que hubiera
cometido.
Comenzó
a llorar en silencio; las lágrimas corrían por sus mejillas sin control.
Jaimito la contempló con mirada seria y en el fondo de su inexperto corazón la
entendió pues también su rostro fue bañado por tristes lágrimas; antes de que
Elena reaccionara, el chiquillo se levantó de su asiento y corrió a abrazarla.
De
alguna manera, Elena se sintió menos sola en el mundo.
Cuando
se recuperaron, la directora le dijo al niño:
-Y
dime, ¿Qué significa todo esto?-.
El
niño contestó:
-Lo
único que sabemos es que, si recitamos esos versos en el baño, ella se
aparece-.
-¿Eso
fue lo que le pasó a Malenita?-.
-Sip;
ella no creía que fuera cierto hasta que pidió permiso para ir a los sanitarios
y de ahí nunca más la volvimos a ver, hasta que la maestra Margarita nos dijo
que sus papas la habían sacado de la escuela-.
Elena
quiso saber más, pero pensó que ya había abusado de la ayuda del niño así que
se levantó de su silla y le dijo:
-Has
sido de mucha ayuda; te prometo que voy a hacer todo lo posible para arreglar
esto-.
Jaimito
esbozó una sonrisa llena de esperanza y le contestó:
-Estoy
seguro de que lo va a hacer maestra; yo siempre he sabido que usted puede
solucionar cualquier cosa-.
Y
salió de la oficina.
Elena
no sabía que pensar.
¿Una
niña que se aparecía en su escuela?
Jamás
se imaginó que algo pudiera sucederle; obviamente, durante su formación
profesional nunca la enseñaron a lidiar con una situación de esa naturaleza. Su
imaginación volaba a mil por hora mientras sentía como la cabeza le daba
vueltas.
Sentía
que la vida le estaba jugando una broma cruel, pues cuando finalmente había
alcanzado la cúspide de su carrera, ahora le pasaba esto; independientemente de
que se le hubiera agriado el carácter con los años, sentía que tenía una
responsabilidad muy grande con los niños que estudiaban en el colegio, así como
con sus papás quienes les habían confiado a sus hijos.
Debía
de hacer algo, pero no tenía ni la más remota idea de que podía ser.
Espero
a que diera la hora de salida y cuando la última maestra abandonó la
institución, se dedicó a buscar todo lo que pudiera encontrar en internet.
Primero
buscó con las palabras “NIÑA BONITA”, pero sin suerte, pues solo les salían
artículos de chiquillas que modelaban ropa infantil, así como cuentos para
niños.
Cambió
la búsqueda introduciendo palabras tales como escuelas donde asustan o leyendas
de colegios con fantasmas, pero los resultados solo arrojaban historias tan
inverosímiles que no tenían ni un ápice de credibilidad.
Frustrada,
se recargó en su silla y comenzó a cavilar.
Lo
único que le llamó la atención es que, en todos esos relatos de apariciones,
todas las visitas de los espectros eran nocturnas, por lo que de repente se le
ocurrió una idea tan lúgubre que desde que aterrizó en su mente, le provocó una
extraña y molestia angustia en su pecho.
Regresaría
al colegio esa misma noche.
Iban
a dar las doce de la noche cuando la directora Elena metió la llave en la reja
del instituto; no había velador debido a que las autoridades hacían rondines
periódicos, por lo que simplemente esperó a que pasara una patrulla que se
acercaba lentamente y entonces abrió la entrada.
La
escuela le pareció tan silenciosa que el rechinido de la reja casi la hizo
brincar del miedo; aun así, se arrebujó el abrigo negro que llevaba encima,
gesto por completo inútil, pues desde que bajó de su coche sentía que un
intenso frio la aprisionaba haciéndola temblar de pies a cabeza.
Lo
peor era el temor que no la abandonaba y que por el contrario, crecía con cada
paso que daba por el pasillo hacia su oficina; trató de caminar lo más rápido
que pudo y cuando llegó al edificio administrativo inmediatamente abrió la
puerta de su oficina para casi correr hacia su escritorio donde sabía que
guardaba una lámpara y en cuanto la tuvo en las manos, apagó la luz, pues no
tenía manera de explicar su presencia en la institución en el caso de que la
policía viera luces dentro de la misma.
Dirigió
la luz de la linterna hacia el suelo frente a ella para guiarse, cosa
innecesaria, pues la noche era tan clara que podía ver nítidamente el contorno
de las aulas, así como los árboles que se encontraban en el patio; en realidad,
llevaba encendida la lámpara debido al temor infantil que todas las personas le
tienen a la oscuridad. Siguió caminando cuando comenzó a sentir que ligeras
ráfagas de viento comenzaban a pasearse por toda la escuela, las cuales hacían
ulular las ramas de los árboles, sonidos parecidos a lamentos que parecían
advertirle que no siguiera adelante, lo cual estuvo a punto de hacer pues se
detuvo en el camino un par de ocasiones, pero retomando sus pasos, siguió andando
mientras pensaba que era la única manera de resolver el misterio que aquejaba a
la comunidad estudiantil que estaba bajo su cargo.
Cuando
llegó a la entrada de los baños contempló con la tímida luz de la linterna la
puerta; tomó todo el aire que pudieron contener sus pulmones y la empujó;
alumbró la entrada pues no quería encender las luces y comenzó a pasear el
destello de la lámpara por todo el lugar. Avanzó sigilosamente, escuchando como
la llave de agua de uno de los lavabos goteaba, sonido que haciendo eco en las
paredes del inmueble, no hacía más que aumentar su angustia. Cerró dicha llave
y se dirigió a los excusados, iluminándolos lentamente uno por uno; se dirigió
al primero y lo abrió encontrándolo tétricamente vacío y repitiendo la
operación con todos, se sintió satisfecha momentáneamente al darse cuenta que
estaba completamente sola en el lugar.
Pero
aún faltaba lo más importante.
Regresó
a los lavabos y alumbrando el espejo de uno de ellos se sorprendió al ver su
imagen en el mismo, la cual reflejaba todo el pavor que sentía al estar ahí;
metió su temblorosa mano en el bolsillo de su abrigo sintiendo como sus dedos se
movían torpemente en el interior. Cuando encontró lo que buscaba, no supo si
sintió satisfacción o que sentimiento fue el que el experimentó que le hizo
brincar el corazón.
Sacó
la arrugada hoja de papel que le había dado Jaimito con los versos de NIÑA
BONITA
Suspiro
resignadamente y mientras dejaba la lámpara apuntando hacia el espejo, tomo el
papel con ambas manos y comenzó a recitar en voz alta:
“Niña bonita, juega conmigo
Porque se acerca el invierno,
Niña Bonita, Juega conmigo
Porque el frío es eterno.
Niña bonita, juega conmigo
Y escribe en mi cuaderno,
Niña Bonita, Juega conmigo
Y si no lo haces vete al infierno”.
No
se había dado cuenta del grado de terror que se apoderaba de su alma hasta que
escuchó su empavorecida voz haciendo eco en la soledad de la noche; sus
palabras se escucharon tan tristes que incluso estuvo a punto de echarse a llorar,
pero aun así tuvo el valor suficiente para terminar el poema.
Cuando
el silencio regresó al lugar, todos sus sentidos se pusieron en alerta,
esperando captar algo en el ambiente, pero para su buena fortuna solo la
melancólica noche le contestó.
Transcurrieron
minutos interminables hasta que comenzó a sentir un alivio reconfortante que
incluso provocó que su asustada expresión comenzara a cambiar hasta que en el
espejo contempló como su boca trataba de mostrar una tenue sonrisa.
Hasta
que todo cambió.
Sintió
una incomodidad que le iba naciendo desde la nuca hasta regarse por todo su
cuerpo; era una sensación de que estaba sucediendo algo que su cerebro de
adulto no alcanzaba a comprender.
Tuvo
la sensación de que no estaba sola.
Y
fue cuando escuchó el peor ruido que sus oídos hubieran captado en toda su
vida.
Eran
sollozos infantiles.
Conforme
el sonido crecía quiso salir corriendo, pero su cuerpo se negaba a obedecer las
órdenes de su cerebro, por lo que se quedó petrificada frente al espejo,
mientras sentía como su boca se secaba y que sus ojos se abrían
desmesuradamente; contemplaba su propia imagen en el espejo como si fuera la de
otra persona.
Una
persona completamente aterrada.
El
llanto se escuchaba suavemente, como si la persona que llorara tuviera miedo de
que alguien la escuchara, pero eran los suficientemente claros como para
provocarle una infinita tristeza a Elena; cuando la sensación se le hizo
insoportable, reunió toda su fuerza de voluntad para dirigirse al origen del
angustiante sonido y pudo darse cuenta que éste provenía del fondo de los
excusados, por lo que con manos temblorosas tomó su linterna y se dirigió hacia
allá.
Cuando
el haz de luz iluminó la estancia, Elena estuvo a punto de arrojar la lámpara
al ver la imagen que se encontraba frente a ella.
En
el fondo del sanitario había una niña hincada en el suelo llorando.
Elena
se quedó paralizada como si sus pies estuvieran pegado al piso, mientras
contemplaba a la infante que se encontraba como a unos tres metros de
distancia, por lo que la pudo contemplar detenidamente, mientras sentía como
las pulsaciones de su corazón amenazaban con hacerle estallar el pecho.
La
niña se hallaba en el suelo de espaldas a la directora, vestida con un uniforme
escolar diferente al de los estudiantes del colegio primavera; calzaba zapatos
negros desgastados y vestía un raído suéter azul marino y falda gris tableada.
Elena siguió analizando a la chiquilla, dándose cuenta de que estaba peinada
con unas largas trenzas negras que le llegaban a media espalda; aun cuando no
la estaba viendo de frente, se dio cuenta que la nena, que no se veía de más de
ocho años abrazaba algo que apretaba desesperadamente contra su pecho el cual
subía y bajaba con cada sollozo que emitía.
Elena
se sintió tan contagiada por la desdicha que emitía la personita que se
encontraba frente a ella, que también le dieron ganas de llorar; cuando su
pesadumbre se hizo insoportable, caminó hacia la niña y cuando estuvo frente a
ella, se agachó para estará a su altura sin dejar de sentir temor, le preguntó:
-¿Tú
eres Niña Bonita, verdad?-.
La
pequeña dejó de llorar y se quedó quieta unos segundos y entonces se volteó,
para mostrar su carita llorosa y contestar tristemente:
-Sí-.
Elena
al ver el rostro de la chiquilla, comenzó a sentir como el miedo se iba
diluyendo de su corazón por lo que siguió hablando:
-¿Y
por qué lloras amor?-.
La
nena se enjuagó sus lágrimas con la manga de su viejo suéter y contestó:
-Porque
nadie quiere jugar conmigo-.
Elena
comenzó a sentir como los recuerdos de su propia infancia comenzaban a invadir
su mente, por lo que para alejarlos simplemente dijo:
-Sí;
yo sé lo que se siente no tener con quien jugar-. Y sonriendo amigablemente, se
dio cuenta de que el objeto que la chiquilla abrazaba cariñosamente, por lo que
añadió. –Pero veo que tienes una muñeca que puede jugar contigo; ¿Puedo
verla?-.
Niña
Bonita con recelo abrió los brazos y levantando el juguete se lo mostró a la
directora quien, al verlo, sintió que algo extraño nacía dentro de ella; para
dejar de pensar en eso, siguió hablando:
-Es
una muñeca muy bonita; creo que yo tenía una muy parecida-. Sintiéndose cada
vez más relajada, se sentó en el suelo junto a la chiquilla y comenzó a
platicar con la extraña niña. –Cuando yo tenía tu edad y también iba a la
escuela, tenía compañeras que tampoco querían jugar conmigo; se burlaban de mí
porque era pobre y no era tan bonita como ellas-. La sonrisa se le congeló en
el rostro mientras los tristes pensamientos del pasado recorrían su memoria
como si fuera una vieja película, pero aun así continuó. –Yo me preguntaba
porque no me querían, si a final de cuentas todas éramos iguales, o al menos
así me parecía a mí; sin embargo, siempre sentí que no encajaba por lo que
comencé a alejarme de las demás y terminé jugando con mi muñeca-. Hizo un gesto
de amargura y finalizó. –No era lo mismo, pero trataba de divertirme como
podía-.
Niña
Bonita contemplaba a la directora con expresión curiosa, y cuando ésta terminó
de hablar, le preguntó seriamente:
-¿Y
eso cómo te hizo sentir?-.
Elena
comenzó a sentir como un nudo comenzaba a ahogarle la garganta, por lo que
contestó con un profundo tono de tristeza:
-Completamente
sola-.
Niña
Bonita le sonrió y le dijo:
-Platícame
más-.
Y
antes de que se diera cuenta, comenzó a platicarle todos sus miedos, angustias
y frustraciones de su niñez; de la frustración al ver como las demás niñas de
familias adineradas nunca la vieron como su igual; le contó de la ocasión que
festejó su cumpleaños número nueve y que con toda la ilusión del mundo pudo
convencer a su mamá para que le comprara un sencillo pastel; de cómo estuvo
intentando adornar su casa con lo que
pudo encontrar y que se notara el ambiente festivo y de cómo se pasó toda una
semana haciendo a mano las invitaciones para todos sus compañeras de grupo,
para que todo resultara en que ninguna de ellas se apareciera en su fiesta.
Le
platicó de que intentaba ganarse el afecto de las demás niñas ayudándoles en
sus tareas para lo cual todas ellas la buscaban, pero en cuanto obtenían la
calificación que necesitaban, inmediatamente le dejaban de hablar y solo se
dirigían a ella para seguir burlándose de su humilde origen.
Elena
nunca había platicado con nadie de todo eso; principalmente de las
desagradables emociones que toda su triste niñez le había hecho sentir por lo
que se tapó la cara para no comenzar a llorar.
Recargó
su espalda contra la fría pared de los sanitarios y cuando bajó las manos,
puedo notar como Niña Bonita le sonreía cariñosamente.
Entonces, la
chiquilla levantó las manos y le ofreció su muñeca.
Elena emitió un
doloroso gemido para abrazar desesperadamente el juguete.
Y comenzó a llorar.
Sintió como todo el dolor
que había guardado durante tantos años ahora se desbordaba incontrolablemente,
rompiendo todas las barreras que ella había construido a lo largo de los
últimos años, mientras no dejaba de abrazar a la muñeca.
Pero después de unos
minutos, sintió como una placentera paz comenzaba a invadir su atormentada
alma, por lo que más tranquilamente fue dejando de sollozar para comenzar a
limpiarse las lágrimas que habían bañado su cara y regresándole la muñeca a
Niña Bonita, le dijo resignadamente:
-No tuve una bonita niñez,
¿Verdad?-.
La chiquilla le
contestó comprensivamente:
-Lo sé-.
Elena continuó:
-Pero creo que ahora
me siento mejor-.
Su pequeña
acompañante repitió:
-Lo sé-.
Elena, confundida preguntó:
-¿Y cómo sabes
tanto?-.
Niña Bonita levantó
sus pequeñas manos para tomarle el rostro a Elena y le dijo con una sonrisa
traviesa:
-¿Todavía no sabes
quién soy?-.
La directora dijo
asustada:
-No; no lo sé-.
La nena dijo
traviesamente:
-Yo soy tú-.
Y antes de que Elena
pudiera exclamar algo, completó:
-Y vengo a jugar
contigo-.
Fue cuando la maestra
se dio cuenta de muchas cosas.
El uniforme de la
pequeña era igual que el que ella usaba en su infancia; las trenzas eran las
mismas que su mamá le hacía todas las mañanas antes de irse a la escuela; la
expresión de ilusión que tenía era la misma de Elena cuando era una niña y
finalmente, la muñeca que abrazaba desesperadamente contra su pecho era la
misma que le habían traído los Santos Reyes al cumplir los seis años de edad.
En eso, una duda la
atacó:
-¿He muerto y ahora
me encuentro con los fantasmas de mi pasado?-.
Niña Bonita rio
juguetonamente y le contestó:
-Nop; vengo a decirte
que ya no eres la niña temerosa y triste que eras antes. Ahora eres una mujer
exitosa que no necesita buscar el afecto de nadie porque ya lo tienes, aunque
no te hayas dado cuenta-.
Elena, todavía no muy
convencida, dijo con ironía:
-Sobre todo el afecto
de mis alumnos-.
Niña Bonita contestó:
-¿Lo dices por lo
apodos que te ponen? Recuerda que en tu escuela todos los maestros tenían
sobrenombres, pero en el fondo, todos los niños de aquí te quieren mucho;
incluso sus papás que saben que sus hijos se encuentran en buenas manos al
estar bajo tu cuidado-.
Y antes de que la
directora pudiera exclamar algo, la niña completó:
-La gente te aprecia
más de lo que te imaginas, simplemente tienes que abrirte ante ellos para darte
cuenta de todo lo bueno que tienes en tu vida-.
Una lágrima rodó por
la mejilla derecha de Elena; Niña Bonita levantó una de sus manos y la enjugó
mientras le decía con su cálida voz infantil:
-¿Harás eso por mí?-.
Elena sintió como si
toda lo bueno de la vida inundara su corazón y contestó con una amplia sonrisa:
-Te prometo que así
será-.
Niña Bonita la abrazó
y dijo confiadamente:
-Yo sé que así será-.
Y añadió:
-Y por eso te voy a
dejar mi muñeca-. Sonrió y corrigió. –Bueno; nuestra muñeca. Cuando tengas
dudas de lo que estás haciendo, simplemente tómala entre tus manos y sabrás que
estás en el camino correcto. ¿Recuerdas su nombre?-
La directora dijo
emocionada:
-Matilda-.
Niña Bonita emitió
una risa emocionada y le contestó:
-Sip; ella siempre
nos acompañó, así como siempre te seguirá acompañando-.
Elena sonrió más
confiadamente, pero en eso recordó:
-¿Pero que fue
entonces lo que pasó con Malenita?-.
Niña Bonita dijo
seriamente:
-Ahora sabes que no
soy un fantasma; lo que pasó con ella es que tiene muchos problemas con su
familia, pero debemos estar seguras que en su momento las cosas se van a
solucionar, así que solo hay que desearle lo mejor de la vida, como a todas las
personas que conoces, sean buenas o malas contigo-.
La
maestra se dio cuenta que la conversación había terminado, por lo que dijo algo
preocupada:
-¿Te
volveré a ver?-.
Niña
bonita dijo afectuosamente:
-¿Claro!;
solo recuerda que cuando quieras verme simplemente tienes que buscarme dentro
de ti-.
Elena
dijo con una amplia sonrisa en el rostro:
-Así
lo haré-.
Ambas
se levantaron del piso y entonces Niña Bonita dijo:
-¿Recuerdas
cuál era el juego que más nos gustaba?-.
Elena
casi gritó:
-¡El
juego de las escondidas!-.
La
chiquilla exclamó:
-Entonces
ya sabes; cuenta hasta diez-.
Y
añadió traviesa:
-Pero
sin hacer trampa ¿Eh?-.
La
directora se volteó contra la pared para taparse la cara y comenzó a contar:
Diez,
nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y gritó:
-¡Lista
o no, allá voy!-.
Cuando
se dio la vuelta, se dio cuenta que se encontraba completamente sola.
Ya
lo sabía.
Sonrió
pensando que no importaba que Niña Bonita se hubiera ido.
Sabía
dónde encontrarla.
A
partir de esa noche, la vida de Elena cambió diametralmente.
Volvió
a tomarle el gusto a la enseñanza; saludaba a todas sus subalternas con una
sonrisa en el rostro; a los padres de familia los trataba con comprensión pues
sabía que lo único que buscaban era el bienestar de sus hijos. En cuanto a los
alumnos, modificó las formas de enseñanza, siempre buscando que aprendieran,
pero sin dejar de ver el conocimiento como algo divertido.
Le
emocionó cuando los dueños de la institución le hicieran un reconocimiento
público frente a todos los estudiantes y padres de familia al final de ese
curso, pero en el fondo sabía que la mejor felicitación era la que se hacía
ella misma.
Como
le había prometido a Niña Bonita, se había abierto más a las personas, notando
con agrado que no necesitaba buscar el aprecio de los demás, sino que éste
llegaba por sí solo.
Incluso,
había conocido a alguien con quien estaba saliendo regularmente.
Hasta
los alumnos decían que iban a terminar casados.
Así
lo esperaba ella también, pues le emocionaba la idea de unir su vida a la de
alguien más e incluso, tener hijos.
De
hecho, le gustaría tener una niña.
Después
de todo, necesitaba a alguien para dejarle de herencia a Matilda.