Siempre creí en la magia.
Desde
pequeña creía que Santa Claus existía, que los magos de verdad sacaban conejos
de sus sombreros o los artistas callejeros que levitaban frente a la vista de
las personas.
Hasta
que terminé decepcionada al darme cuenta que los regalos de Navidad me los
compraban mis papas; que los magos y demás prestidigitadores simplemente hacían
trucos con las manos, engañando a las personas al hacernos creer que tenían
poderes especiales.
Aun así, a pesar de
crecer hasta hacerme una adulta respetable y muy responsable en mi trabajo de
ejecutiva de ventas, seguía con la idea de encontrar algo que me volviera a
hacer creer en lo mágico, hasta la fecha sin suerte.
Hasta que la
encontré.
Lo reconozco, siempre
he sido una chica solitaria, principalmente debido a que a que cuando platico
con alguien acerca de la magia, lo único que recibo son burlas, por lo que, a
estas alturas de mi vida, he decidido alejarme de las personas y prefiero la
soledad de los espacios abiertos, como las montañas y los animales, pues,
debido a mi trabajo, me puedo costear viajes por todo el mundo en parajes que
la gente no visita regularmente o, en el peor de los casos, los zoológicos.
Para este siguiente
fin de semana planee un viaje hacia unas montañas desconocidas que quedaban
como a tres horas de mi lugar de residencia; estaba bastantemente emocionaba,
pues visitaría un sitio al cual nunca había ido con anterioridad. No me
asustaba, pues debido a mi larga experiencia como montañista, estaba segura que
no tendría ningún problema de supervivencia ni mucho menos que corriera peligro
alguno.
Me vestí como
acostumbraba hacerlo en mis viajes, cargué mi mochila con mis aditamentos de
supervivencia, algunos víveres y me lancé a la aventura.
En cuanto estacioné
mi coche al final del camino donde comenzaban las faldas de las montañas,
inmediatamente bajé para comenzar mi recorrido; sonreí para mis adentros al
darme cuenta de la soledad que albergaba aquel lugar, pues de esa manera no
sería molestada por familias escandalosas que supuestamente llevan a sus hijos
a conocer la naturaleza. Tendría todo el lugar para mí sola.
Me eché a caminar por
una vereda que hallé mientras mis pulmones se llenaban del aire puro que se
respira en medio de la vegetación, mientras mi nariz se llenaba de los olores
característicos del ambiente; olor a humedad, hierba fresca e incluso el
perfume de algunas flores nativas del lugar.
Seguí avanzando con
alegría hasta que después de una hora aproximadamente, noté con desilusión que
el camino se terminaba; volteé hacia los lados contrariada, esperando encontrar
una nueva vereda, pero para mi frustración no encontré nada, por lo que me
senté para pensar mi próximo movimiento. La primera idea que llegó a mi mente
fue regresar, pero me daba cuenta que aún no era ni siquiera medio día y que el
clima era tan agradable que era una lástima desperdiciar el tiempo que había
tardado en llegar hasta ese hermoso lugar como para regresar ahora. La otra
idea, más riesgosa, era continuar mi recorrido caminando en medio de la
vegetación; sabía que no había animales salvajes por esos lares, y dado que no
me había encontrado a ningún ser humano por los alrededores, no había peligro
que correr y más tomando en cuenta que tenía tanta experiencia como exploradora
que no podía perderme o sufrir algún accidente.
Me decidí por esta
última opción y levantándome rápidamente, me dirigí hacia unas enormes ramas
que tapaban el frente del fin del camino, pero cuando las hice a un lado para
comenzar a avanzar, un escalofrío me recorrió la espalda al ver un letrero
escrito burdamente en una tabla de madera que decía de forma desesperada:
“Por lo que más
quiera, no se atreva a avanzar más allá de este punto”.
Con morbosa
curiosidad, toqué el letrero, el cual inmediatamente cayó a mis pies de tan
viejo que estaba; iba a levantarlo cuando noté que del otro lado de donde
estaba escrita la advertencia, había unos extraños símbolos dibujados en color
rojo. No era yo una arqueóloga, pero inmediatamente noté que dichas figuras
correspondían a una escritura muy, muy antigua; lo más raro era la apariencia
del repugnante líquido con el cual estaban escritos los viejos caracteres, pues
incluso me pareció sangre.
De repente, dentro de
mí nació una vez más la idea de buscar la magia que tan esquivamente me había
eludido toda mi triste vida, por lo que no hice caso a las señales de alarma
que sonaban en mi cerebro y me adentré en la vegetación, decidida a encontrar
lo que tanto había estado buscando.
Caminaba entre
arbustos que me llegaban hasta las rodillas y que me arañaban los tobillos,
debido a que yo llevaba la acostumbrada bermuda de campismo; en los pocos
lugares donde no había vegetación, sobresalían raíces retorcidas que
pertenecían a los misteriosos árboles que de repente, me parecía que miraban
curiosos a la extraña visitante, aunque por ocasiones, sentía que en realidad
me miraban burlones.
Después de avanzar
trabajosamente por algunos minutos más, vi que delante de mí se encontraba un
oscuro promontorio, por lo que pensé en detenerme ahí para refrescarme con una
de las botellas de agua que siempre llevaba en mis viajes.
Cuando llegué a la
extraña figura, le quité la maleza que la cubría a fin de sentarme en ella,
para darme cuenta con sorpresa que en realidad se trataba de un pozo; mientras
bebía agua, me dediqué a contemplarlo largamente, pues no me imaginaba que por
ahí existiera algún poblado que pudiera utilizarlo, pero al ver la desolación
del lugar, concluí que, si alguna ocasión hubo gente por ahí, tenían siglos de
haberse ido.
Como en la parte de
arriba tenía una tabla de manera desvencijada, la quité para poder investigar
más a fondo y cuando la derruida madera cayó, inmediatamente me asomé sintiendo
inmediatamente un olor a moho, mientras contemplaba un tenebroso y oscuro hoyo
que parecía no tener fin; saqué mi lámpara para alumbrar, pero nunca llegó la
luz hasta el dichoso fondo. No contenta con lo anterior, arrojé una piedra para
escuchar su sonido al tocar el agua, pero por más que agucé el oído, el ruido
esperado jamás llegó.
Tal vez estaba seco.
Comencé a rodearlo
para seguir satisfaciendo mi curiosidad y cuando llegué al otro lado, noté que
al pie del pozo había una piedra plana enterrada en el suelo que tenía palabras
escritas; le eché agua para quitarle la tierra y leí:
“SI TÚ ME DAS ALGO
VALIOSO PARA TI, YO TE DARÉ LO QUE SIEMPRE HAS SOÑADO”.
Me quedé boquiabierta
pues entendí lo que había encontrado.
Un pozo de los
deseos.
Inmediatamente la
emoción se apoderó de mí, pues en mis incontables y solitarios viajes por todo
el mundo, había hallado multitud de fuentes y pozos de los deseos, donde
invariablemente arrojaba una moneda con la esperanza de que mis sueños se
cumplieran; después de todo, no perdía la fe en pensar que la magia existía.
Desgraciadamente,
ninguno me había cumplido mis sueños.
Pensé que tal vez
éste si cumpliera su palabra por lo que, a punto de arrojar una moneda, recordé
que el letrero decía que debía arrojar algo valioso para mí, así que me detuve
a pensar; concluí que lo único valioso que traía conmigo era una cadena de oro
que un pretendiente me había regalado en alguna ocasión. Recordé con tristeza a
esa persona quien, a pesar de que la llegué a querer mucho, sufrí una gran
decepción al saber que era casado; seguía usando la cadenita pues me daba la
esperanza de encontrar a alguien que de verdad me amara, así que me la quité y
la arrojé al pozo. Esperé un par de minutos mientras sentía como una extraña
paz me invadía. Después, tomé mi mochila y caminé contenta de regreso a la
civilización, pero cuando me iba a subir a mi coche, me di cuenta con
desagradable sorpresa que no había pedido un deseo; sonreí para mis adentros
pues pensé que, si el pozo era real, sabría lo que yo quería.
Regresé a casa para
ducharme y sentarme a cenar; una vez que terminé, ya por la noche, me senté en
la sala de mi casa para trabajar en algunos pendientes de trabajo que tenía,
pero cuando estaba por comenzar, escuché unos tenues ruidos en la puerta de
entrada por lo que, extrañada, me dirigí para ver el origen de esos sonidos.
Abrí la puerta
suavemente y me encontré de frente con un pequeño gato negro con algunas
ligeras manchas marrones. El felino me miraba curioso como si me pidiera
permiso para pasar por lo que, invadida por la ternura, no solo se lo permití,
sino que lo cargué para que él comenzara a lamer cariñosamente mi cara; me
provocó tal alegría que lo abracé riendo, hasta que me di cuenta de algo
extraño.
Tenía el mismo olor a
moho del pozo de los deseos.
Me di cuenta que el
pozo sabía que lo que más deseaba en el mundo era un ser vivo que me amara; no
era precisamente una persona, pero la elección me parecía adecuada, así que
metí al pequeño animalito en mi casa para inmediatamente llevarlo a bañar para
quitarle el desagradable olor a humedad y darle algo de comer; el gato se dejó
bañar dócilmente y después de que se comió una lata de atún que le serví,
inmediatamente corrió a acurrucarse a mi lado, mientras yo seguía trabajando en
mi computadora.
A partir de ahí nos
hicimos inseparables, pues solo lo dejaba para ir a trabajar, pero en cuanto
podía, regresaba a mi casa para estar con mi nueva mascota; para donde quiera
que yo fuera dentro de mi casa, él iba conmigo, se dormía en mi misma cama y no
se separaba de mí por las noches, mientras yo trabajaba o simplemente veía
televisión.
Literalmente, estaba
enamorada de mi gato y él de mí.
Lo único que me
inquietaba era que, por más que lo limpiara y lo bañara con mi desodorante, no
podía quitarle el olor a moho.
Aun así, durante una
semana fui feliz.
Desgraciadamente, la
felicidad nunca es eterna.
El siguiente fin de
semana, salí al jardín de mi casa para darle mantenimiento a mi jardín; vivo en
unos suburbios donde ninguna de las casas tiene rejas, lo que le da al lugar un
aspecto encantador. Saqué a mi gatito para que me hiciera compañía pero como insistentemente
se me acercaba, no me dejaba trabajar, por lo que tomé una diminuta pelota de
plástico que le había comprado y se la arrojé para que jugara con ella; a los pocos
segundos regresó con el juguete entre sus pequeños colmillos, por lo que se la
arroje una vez más, pero cuando a la siguiente ocasión regresó más rápido con
ella, simplemente la arrojé por detrás de mí distraídamente; cuando me incliné
sobre una de mis plantas, escuché un chirrido de coche que hizo que se me
erizaran los vellos de mi nuca y cuando volteé, vi con horror que mi pequeño
gatito había muerto atropellado por un auto.
Pase un par de
semanas inconsolable, pensando todas las noches en que debía haber actuado de
forma diferente; “hubiera” dejado a mi gato dentro de la casa, “hubiera”
arrojado la pelota hacía otro lado. Tristemente pensaba que el “hubiera” no
existe, pues solo existe lo que hacemos o dejamos de hacer y que el pasado no
se puede cambiar.
De repente, abrí los
ojos en la oscuridad para darme cuenta con alegría que no podía cambiar el
pasado, pero sí el futuro.
Después de noches de
insomnio, finalmente dormí tranquilamente pues sabía lo que tenía que hacer.
Al otro día por la
mañana, hablé a mi oficina para avisar que no me presentaría a trabajar y me
dirigí al bosque, hacia el pozo de los deseos.
Caminaba rápidamente
entre la vegetación, pues sentía que el camino era eterno para llegar a mi
destino, hasta que con alegría alcancé a ver el pozo a la distancia; aceleré el
paso y cuando llegué a él, sofocadamente me quité mi morral para sacar un
pequeño objeto de él.
Era un anillo.
Recordé con nostalgia
el origen de la joya, pues era un anillo que mi abuela me había regalado meses
antes de morir; me dolía deshacerme de él, pero sabía que el sacrificio valía
la pena, por lo que lo arrojé al pozo sin pensar nada más.
Sabía que el pozo
entendería.
Llegué alegremente a
mi casa y me dispuse a esperar, espera que no tardó mucho, pues al poco rato
escuché suaves gemidos en mi puerta y cuando la abrí me encontré con un pequeño
cachorro que me miraba con enormes y tiernos ojos.
Era del mismo color
que mi antiguo gato.
Inmediatamente lo
levanté para abrazarlo, notando que tenía el mismo olor que el felino y que el
pozo. No me importó, pues sabía que era el pequeño precio que tenía que pagar
para conservarlo.
Al igual que con el
gato, este perrito no se separaba de mí en ningún instante lo cual a mí me
complacía sobremanera, pero para evitar repetir los anteriores errores decidí
jamás separarme de él, por lo que incluso me lo llevaba a trabajar; mi jefe al
principio protestó peo como yo era su vendedora estrella, acepto a
regañadientes y más al ver la docilidad del can, el cual se ganó la voluntad de
todos los miembros de la pequeña empresa donde yo laboraba.
Eran tiempos muy
felices.
Estaban
por cumplirse dos meses desde que había llegado mi nueva mascota, por lo que
decidí celebrarlo e ir a una pastelería a comprar algo rico para mí y de ahí ir
a una tienda especializada en comida especial para perro, a fin de comprarle
algún suculento bocadillo a mi cachorro, pero como ese fue un día muy ajetreado,
cuando salimos de la oficina eran casi las ocho de la noche, hora en que la
mayoría de establecimientos acostumbraban cerrar, por lo que ambos subimos a mi
coche y aceleré lo más que pude para poder hacer las compras planeadas.
No vi cuando un camión de carga embistió
mi vehículo.
Desperté
en el hospital sin saber dónde me encontraba; sentí un poco de alivio al ver
las caras preocupadas de mi jefe y mi secretaría, quienes me preguntaban cómo
me sentía. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, inmediatamente pregunté
por mi mascota y cuando ambos se miraron tristemente uno al otro, supe lo que
había pasado.
Mi
perro no había sobrevivido al choque.
Mi
jefe me dio un par de semanas para reponerme del accidente, semanas que no
hicieron más que acrecentar mi desolación, pues me la pasaba pensando en mi
mascota perdida.
Aun
así, no veía la hora en poder volver a caminar pues tenía la respuesta a mi
reciente pérdida.
Todavía
rengueaba un poco cuando, a las tres semanas de mi accidente, me dirigía, una
vez más, hacia el pozo de los deseos.
Estaba
dispuesta a ofrecer lo que fuera con tal de obtener algo mucho mejor de lo que
hasta ahorita me había otorgado, aunque todavía no sabía qué.
Decidí
dejárselo a la sabiduría del pozo.
Una
vez que llegué a mi destino, recargué ambas manos en las orillas para recuperar
el aliento, y una vez que lo hice, saqué del bolsillo de mi bermuda una hoja y
comencé a leer en voz alta lo que previamente había escrito:
“Te
he dado cosas valiosas para mí y tú me has dado migajas, por lo que ahora te
permito que tú decidas tomar lo más valioso que tengo, para que, a tu vez, me
otorgues lo que siempre he deseado: nunca más estar sola”.
Arrojé
la hoja hacia adentro y sonreí satisfecha, pues sabía que el fervor de mi deseo
era tan fuerte que iba a recibir mi recompensa inmediatamente; ¿Quién sabe? Tal
vez a hora me enviaría un hombre de carne y hueso. No sabía si sería alguien
normal, pero en el fondo no me importaba, pues a final de cuentas, estaba
segura que me iba a querer mucho más que lo animalitos que previamente habían
llegado a mi vida.
En
eso, sentí en las plantas de los pies como la tierra temblaba; me asomé ansiosa
por la orilla del pozo y entre la negrura del fondo, alcancé a ver una silueta
lejanamente humana que subía rápidamente.
Sonreí emocionada,
hasta que algo ocurrió.
Comencé
a escuchar un infernal gruñido que subía de volumen tan rápido como el terror que
crecía en mi corazón para después abrazar todo mi cuerpo, paralizándome por
completo y congelando la sonrisa en mi rostro.
Dos
garras negras del tamaño de mi cabeza me jalaron hacia adentro.
Mientras
iba cayendo, pensaba que después de todo, la magia existe.
Pero
es algo horrible.
Y
fue cuando me tragó la oscuridad.