viernes, 3 de julio de 2020

EL DESIERTO



         ¿Cómo diablos llegué aquí?
         He estado tanto tiempo en este lugar que mi mente se halla confundida.
         Oh sí, ya recuerdo; fue a causa de un pleito con mi mujer porque perdí mi trabajo.
         Pero lo mejor será comenzar por el principio.
         Trabajaba en una empresa transnacional como gerente de ventas; a final de cuentas estudié una carrera profesional para trabajar de administrativo. Desde que terminé mis estudios inmediatamente encontré acomodo en esta compañía donde me dediqué al trabajo como todo recién egresado: con las ilusiones de comenzar como auxiliar mientras construía mi propio imperio y ¿Por qué no? Llegar a tener mi propia agencia de consultoría financiera.
         Desgraciadamente uno no piensa lo mismo a los veintidós años que a los treinta y cinco pues la idea era solo conseguir experiencia en el mundo de los negocios y después independizarme; sin embargo, una cosa llevó a la otra pues poco a poco fui ascendido de puesto; en algunas ocasiones por mi desempeño y en otras porque corrí con la suerte de que mi jefe inmediato renunciaba o como sucedió en una ocasión en que el gerente de ventas se suicidó debido a que perdió las ganas de vivir.
         ¿Por qué llegaría a esa terrible decisión?
         También conocí el amor, o al menos eso creí en su momento, pues conocía a una chica dentro de la misma empresa, una secretaria de carácter agradable y bonita figura que al igual que yo, buscaba abrirse paso en el mundo laboral. Salimos un par de años hasta que decidimos casarnos en una fastuosa boda, pues yo ya tenía un buen nivel tanto dentro de la firma como económicamente hablando por lo que incluso el gerente general fue invitado a nuestra fiesta, la cual resultó tan exitosa que durante varios meses estuvimos recibiendo felicitaciones mi mujer y yo.
         De momento pensamos en no tener hijos pues mi esposa, contagiada por mis sueños de ambiciosos proyectos pensó que lo mejor era ahorrar lo más que pudiéramos para iniciar en el futuro un proyecto propio.
         Ahora me arrepiento de no tener niños en la casa pues ésta se escucha tan silenciosa todas las noches que regreso del trabajo; una enorme casa pues nuestros sueldos alcanzan para eso y más, pero que a pesar de todo no cuenta con la felicidad de escuchar risas infantiles.
         Hemos viajado por todo el mundo; no tanto por diversión sino que cuando uno llega a cierto nivel en cuanto al ambiente de los negocios, inmediatamente se adquieren ciertos compromisos sociales, como presumir de costosos paseos con los compañeros de trabajo, hablar de ropa comprada en tiendas exclusivas así como fiestas que uno tiene que organizar para poder asegurar alianzas estratégicas y así engrosar la cuenta de los dueños de la compañía; fiestas donde mi mujer hace de anfitriona perfecta, pues se ha vuelto incluso más ambiciosa que yo pues solo hace amistad con las personas que piensa que nos pueden servir en el futuro; fiestas donde los únicos que disfrutan son los muertos de hambre que vienen a ellas; personas que tal vez tienen más dinero que nosotros pero que jamás rechazan una invitación a comer y beber gratis y que cuando se van ni siquiera son capaces de corresponder con un simple “Gracias”.
         Todo eso lo veíamos como una inversión a futuro, pues en el presente todo lo anterior solo me ha traído cansancio y hastío.
         ¿Cuándo comenzó el declive?
         Creo que fue una cuestión mental, pues de repente empecé a perder el interés en todo.
         Empecé a cuestionar mi vida preguntándome cual era el fin de todo esto.
         ¿Poder, fama, fortuna?
         De repente me di cuenta que nada de eso valía la pena, pues trabajar de sol a sol sin tener nada más que hacer más que dedicarme a mi empleo no era el objetivo de la vida.
         Siempre he hecho lo que me han dicho; obedece a tus padres, se educado, estudia, trabaja, cásate, reprodúcete y muere.
         Pero, ¿Dónde quedan los verdaderos sueños?
         Incluso he llegado a recordar mis ilusiones de niño.
         ¡Por Dios, yo quería ser bombero!
         Desgraciadamente cuando las personas me escuchaban decir eso, me decían que era una ocupación muy peligrosa y que los sueldos eran tan bajos que los hombres que se dedicaban a eso prácticamente lo hacían por amor al arte.
         Me dejé convencer pues me olvidé de ello y escogí una de las tantas profesiones respetables que hay en el mundo.
         Me convertí en un esclavo del sistema.
Un esclavo que obedece a todos y a todo ya que el Estado me dice que gobierno me conviene; la iglesia me dice en quien debo creer; mi familia me dice que debo de hacer para ser alguien respetable y los medios me dicen que debo comprar para ser feliz.
         Es una forma muy cómoda de vivir pues te quita presión acerca de tener que decidir el rumbo de tu vida, pero tiene la desgracia de que no necesariamente te consigue la felicidad.
         Más bien es una forma comodina de vivir, pues vives en tu zona de confort, aparentemente sin preocuparte de nada.
         Dicen que a los hombres nos llega la crisis de la madurez cuando entramos a los cuarenta, pero creo que a mí me llegó antes.
         Es como si siempre hubiera vivido dormido y ahora quisiera despertar; como cuando uno tiene una pesadilla horrenda y por más que uno intenta abrir los ojos no puede volver a la conciencia.
         Recuerdo como me reí cuando el licenciado Jiménez renunció a una prometedora carrera en el área de crédito y cobranzas para abrir una tienda de figuras de cerámica que él mismo modelaba; todos lo criticamos hasta el cansancio pensando que estaba loco y más cuando supimos que apenas sacaba para comer. Sin embargo, lo más sorprendente fue que cuando me lo encontré seis meses después me di cuenta que el anterior ejecutivo de gesto adusto se había convertido en una persona completamente relajada, cuya sonrisa que mostraba en el rostro jamás lo abandonó durante la media hora que estuvimos platicando.
         Era una sonrisa de completa felicidad.
         Todavía me atreví a preguntarle qué es lo que le había dicho su esposa cuando renunció a lo que el simplemente me contestó:
         “Ella me apoya al cien por ciento”.
         Ahora lo envidio.
         Lo envidio porque tuvo el valor de vivir fuera del sistema, algo que yo nunca me he atrevido a hacer pues tristemente ahora me doy cuenta que en realidad nunca he hecho algo que yo de verdad haya querido.
         Nunca he sido verdaderamente yo.
         Pero lo peor de todo es la pregunta que no me abandona desde hace algunos años:
         “¿Quién soy yo en verdad?”
         He vivido con miedo, pero no de vivir fuera del sistema, sino de encontrar la respuesta a esa pregunta; tal vez porque si la encuentro me daré cuenta de cuanto he desperdiciado mi vida.
         Lógicamente, todo lo anterior llegó a afectar mis obligaciones laborales, pues cada vez me costaba más trabajo levantarme para ir a mi empleo y cuando llegaba a la empresa, todo el día estaba de mal humor; incluso llegué a desatender varias de mis obligaciones debido a las largas horas durante las cuales reflexionaba acerca de mi vida y de la existencia en general.
         Me sentía como si cuando hubiera nacido me hubieran dado un instructivo de vida el cual he seguido al pie de la letra durante todos los años que he estado en este mundo; tal vez mi antiguo jefe que se suicidó lo hizo porque pensó que solamente así iba a ser libre de verdad.
Pero yo nunca haría eso; la iglesia dice que el suicidio es un pecado y yo obedezco como buen esclavo por lo que no lo veo como alternativa.
         Ingenuamente pensé que dentro del mismo sistema podría yo hacer las cosas a mi manera como cuando le propuse cambiar las estrategias de venta al gerente general para manejar un sistema más innovador y fuera de lo común; él, como buen esclavo se negó pues decía que los estudios realizados señalaban que, así como estaban las cosas era como se debían hacer.
         Entonces exploté.
         Fue un conflicto tan grande que tuve que renunciar pues de otra manera me hubieran echado sin duda alguna, tomando en cuenta que después de que el gerente no aceptó mis sugerencias, lo golpeé en la cara.
         Un esclavo no tiene permitido hacer eso.

         Cuando llegué a casa esa noche el pleito con mi esposa fue terrible pues ella, a pesar de no llegar a los treinta años de edad ya tenía todo un plan de vida para los dos; cuantos hijos íbamos a tener, a los cuantos años, a que escuela iban a asistir; incluso tenía planeada mi fecha de retiro para irnos a vivir a una casa a las orillas de la playa tal y como había leído en una revista, por lo que mi renuncia estropeaba todos sus planes.
         También ella es una esclava
         En el fondo no esperaba que entendiera mi estado de ánimo, pues cada que yo cuestionaba la situación existencial en que me encontraba, ella como buena esclava, decía que esas eran ideas propias de un joven desubicado y que no correspondían a una persona madura y responsable como lo era yo.
         Deje de hablar acerca de mis pensamientos.
         Para intentar convencerla le dije que pidiera dos semanas de permiso y que nos fuéramos de vacaciones a un lugar retirado por lo que alquilamos una pequeña casa a las orillas del desierto para descansar un poco; estaba muy reacia a la idea pues consideraba un peligro estar lejos de las amistades quienes, por medio de recomendaciones, me podrían encontrar un empleo adecuado a mis aptitudes y nivel económico. El solo pensar en volver a trabajar en lo mismo hizo que se me revolviera el estómago y la única manera de convencerla de mi idea fue diciéndole que después de unos días de relajamiento iba a regresar con un mejor ánimo para poder dedicarme a mi carrera una vez más.
         A regañadientes aceptó; nos fuimos a la cabaña donde no hacíamos otra cosa más que pasear por los alrededores, comer a nuestras horas y terminar los días viendo televisión para después irnos a descansar.
         Desgraciadamente yo no me relajaba.
         El sistema me había domesticado a tal grado que no sabía qué hacer con tanto tiempo libre, pues me había dedicado tanto a mi profesión que me daba cuenta que en realidad nunca había cultivado una afición o gusto por alguna actividad en particular por lo que me sentía perdido.
         Estaba institucionalizado.
         Es como si hubiera vivido en una cárcel; una cárcel que al principio odiaba, que después había aceptado y que finalmente, dependía de ella para vivir.
         Dependía tanto de ella que en mis pesadillas soñaba que seguía trabajando en mi oficina y peor aún, me sentía feliz ahí.
         Pero cuando despertaba me daba cuenta que no podía ser feliz si seguía viviendo de esa manera.
          A la semana de estar supuestamente descansando, me habló un antiguo compañero de universidad quien se había enterado de mi situación actual y me ofrecía un puesto en la compañía donde él laboraba con un buen horario y excelente sueldo; en otros tiempos hubiera matado por una oportunidad como esa, pero en las actuales circunstancias dudé. Le dije que me diera unos días para pensarlo y que yo le avisaría a lo que él me contestó que aceptaba pero que no me tardara mucho pues el lugar estaba muy peleado y que, si no me decidía, se lo asignarían a otra persona; nos despedimos mientras yo me quedé con el teléfono en las manos analizando lo que había escuchado.
         ¿De verdad era eso lo que yo quería?
         Como el esclavo que soy tengo miedo; miedo de perder mi libertad, pero peor aún, miedo de desear volver a la prisión de la cual he salido.
         Ese es el problema con el sistema; te manipula de tal manera que te obliga a aceptar sus condiciones por lo que vivir fuera de la norma es perderlo todo.
         Te obliga a vivir con miedo.
         Miedo a ti mismo y a tus sueños.
         Pensé que al menos tenía unos días para pensarlo, por lo que de momento no se lo dije a mi mujer; ya habría tiempo para ello.
         El problema fue que no sé cómo diablos, pero se enteró antes de que yo se lo dijera, por lo que se desató la hecatombe.
         Me dijo de todo; que debía dejar mis dudas infantiles y tonterías acerca de la vida y que comenzara a comportarme como un adulto por lo que debíamos regresar inmediatamente para concertar una cita con mi amigo y aceptar su ofrecimiento. Me dijo que yo era un profesionista que tenía la obligación de ejercer mi carrera para vivir como vive todo el mundo.
         Salí enfurecido de la casa para adentrarme en el desierto; planeaba caminar sin rumbo un par de horas y pensar acerca de lo que me había dicho mi esposa, así como de las dudas que tenía acerca de mi propia vida.
         Mientras caminaba bajo el sol abrazador del mediodía me di cuenta que había salido sin pensar siquiera en protegerme la cabeza con alguna gorra y que solo había tomado una botella de agua, la cual destapé para sentarme y refrescarme un poco sin dejar de analizar el conflicto existencial que no me abandonaba desde hacía ya varios años.
         Me terminé mi botella y seguí caminando.
Pensé con amargura que en realidad no tenía salida; había nacido esclavo y que así es como debía vivir: dentro del sistema; que mi miedo era tan grande que no me iba a atrever a desafiar a la vida.
         Lo más desconsolante era que no había nacido esclavo; que todos nacemos con el poder de decisión de vivir dentro o fuera de la norma, pero yo mismo había elegido la esclavitud.
         Era esclavo por decisión propia.
         Decidí con amargura que era el momento de regresar por lo que volví sobre mis propios pasos.
         O al menos eso pensé.
         Después de caminar varias horas y mientras el sol se iba ocultando comencé a darme cuenta con creciente temor que no sabía hacia donde me dirigía pues por más que caminaba según yo de regreso, no alcanzaba a ver la cabaña que habíamos rentado; es más no tenía ni idea de donde me encontraba.
         Dentro de mi confusión mental, me había perdido.
         Antes de que el pánico se apoderara de mí, traté de recordar en qué posición estaba el sol cuando me metí al desierto; sabía que lo tenía a mis espaldas pues era donde más sentía el abrazante calor del astro rey, pero cuando volteé al cielo para ubicarme, con desesperación noté que la tarde había caído por lo que había perdido mi punto de referencia.
         Hice un análisis de mis opciones; una, seguir caminando hasta encontrar el camino de regreso lo cual no era recomendable pues era posible que en lugar de regresar me adentrara cada vez más en el desierto; dos, buscar un refugio y al día siguiente seguir buscando la salida; pero esta opción también entrañaba sus peligros, pues no sabía que tipo de animales peligrosos habitaban por esta zona; por otro lado, había escuchado que en el desierto el clima es muy cambiante pues mientras que en el día hace un intenso calor por la noche dicho calor se transforma en un frío que cala hasta los huesos. Pensé que, con todo, la segunda alternativa era la menos peligrosa pues no era para nada seguro seguir caminando en la noche y más cuando al voltear al cielo me di cuenta que no se veían trazas de luna por lo que la oscuridad iba a ser casi total.
         Dado lo anterior, busqué un refugio para guarecerme pero al voltear hacía todos lados, con desilusión me di cuenta que no había ningún lugar donde pudiera ponerme a salvo pues no había ningún cerro o montaña en las cercanías para encontrar una cueva y mientras el pánico invadía mi mente creí que la mejor solución era dormir en la copa de algún árbol para de esa manera estar a salvo de cualquier tipo de depredador; una vez más volteé hacia todos lados pero ni siquiera eso encontré, pues lo único que adornaba el paisaje eran pequeños matorrales secos y que lo más cercano a un árbol eran unos enormes cactus que crecían de manera anárquica por todo el lugar; imposible subir a ellos debido a las largas espinas que los protegían.
         Con desconsuelo me acerqué a uno de ellos para recostarme a un lado de unos pequeños matorrales que crecían tímidamente al lado del gigante; me acomodé sobre de mi lado izquierdo para recargar mi cabeza sobre mi brazo e intentar dormir un poco, pero fue imposible pues estaba tan acostumbrado a los lujos que me había brindado mi trabajo que no pude pegar ojo durante toda la noche.
         Después de pasar interminables horas durante las cuales en ocasiones dormitaba solo para ser despertado por extraños sonidos que no me atrevería a decir si eran de animales o del simple viento, finalmente en la madrugada pude dormir unos cuantos minutos hasta que me despertaron los potentes rayos solares que me daban directamente en la cara pues me había rodado sobre de mi espalda debido a lo cual, al abrir los ojos toda mi cara estaba bañada en sudor.
         Me levanté como pude, completamente adolorido debido a lo duro del suelo mientras recordaba donde estaba; cuando los pensamientos comenzaron a tomar forma en mi mente me di cuenta con espanto que no había sido un sueño y que en realidad estaba perdido en medio del desierto.
         Mi estómago reclamó el habitual desayuno, pero de momento preferí ignorarlo pues creía más urgente el abastecimiento de agua ya que el día anterior solo me había tomado la botella de medio litro con la que salí de la cabaña y dada la cantidad de sudor que había desechado, mi cuerpo sentía una enorme sed como jamás había experimentado en toda mi cómoda vida.
         En las pocas ocasiones que vi programas televisivos en la enorme pantalla de cincuenta pulgadas que tenía en la sala de mi casa llegué a ver partes de programas de supervivencia, pero como el aparato no era una de mis pasiones no les puse mucha atención; mientras me maldecía por esto último         recordé vagamente que los cactus guardan agua, así que dándole vueltas al ejemplar junto al cual había intentado dormir, pensé como podía sacar el vital líquido. Sabía que algunas especies en la punta tienen un charco de agua que cae debido al rocío de la noche, pero escalar los tres metros de medía era casi imposible; pensé en derribarlo, pero aparte de que era muy grueso para lograrlo sin la herramienta adecuada, al caer toda el agua se derramaría debido a lo cual tuve que desechar ese plan.
         De repente recordé que el cuerpo mismo de la planta acostumbra conservar agua así que con alegría me di cuenta que lo único que tenía que hacer era abrirlo y extraer el líquido.
         ¿Pero cómo hacerlo?
         Busqué entre las escasas pertenencias que tenía en mi bolsillo, pero no había nada que pudiera cortar, pues solo contaba con mi cartera y unas cuantas monedas; intenté usar una de mis tarjetas de crédito, pero se rompió debido a la dureza de la superficie del cactus; entonces recordé mi cinturón y rápidamente me lo quité para tomar la punta de la hebilla y así abrir la planta.
         Desgraciadamente dada la longitud de aproximadamente cinco centímetros de largo del metal, mis manos terminaron completamente arañadas por las espinas mucho más largas del cactus, pero finalmente, después de batallar un largo rato, pude arrancar un pedazo de corteza de unos diez por veinte centímetros de la espinosa planta.
         Cuando retiré el pedazo observé el interior; solo se veía una masa de color verde claro completamente mojada. No esperaba que al abrir la planta fuera a brotar el agua como si de una fuente se tratase, pero al contemplar el interior me pregunté cómo iba a poder beberla.
         Lo único que se me ocurrió fue pegar mi boca a la carnosidad del cactus y comenzar a chupar desesperadamente mientras sentía con alivio como el líquido entraba en mi reseca boca. A pesar de que me parecía que estaba masticando pasto el agua que pude extraer me supo a gloria; seguí chupando hasta que ya no saqué nada. No me preocupó pues ahora sabía cómo abastecer mi necesidad de agua, por lo que apliqué el mismo tratamiento en la planta, pero en otro lugar y a otra altura; es sorprendente la cantidad de agua que pueden albergar estos ejemplares de la naturaleza, pues después de realizar la misma operación en varias ocasiones pude darme por saciado.
         Otra cosa era la comida. No sabía si alguna planta de las que me rodeaban era comestible por lo que preferí dejar eso para después y me quité mi playera para amarrarla alrededor de la cabeza; sabía que de todos modos mi espalda iba a recibir los estragos de los rayos del sol y que iba a terminar quemada, pero también sabía que lo más indispensable era cubrirme la cabeza para no sufrir una insolación, por lo que la humedecí lo más que pude con lo que pude extraer del cactus y con ese extraño turbante comencé  a caminar.
         Como ahora si podía ubicar la posición del sol caminé en la dirección hacia donde yo creía que estaba la cabaña y de forma decidida me dirigí hacia allá, pero en eso me asaltó una duda: en realidad no conocía las dimensiones ni la forma del desierto donde me hallaba; ¿Y si caminaba en la dirección correcta pero alejado un par de kilómetros de mi destino? Esto es, caminaría en paralelo pasando a los dos supuestos kilómetros por uno de los lados de la cabaña.
         Tenía que arriesgarme.

Seguí caminando mientras pensaba que a estas alturas mi esposa ya habría notificado a las autoridades de mi desaparición por lo que aun cuando caminara en paralelo pasando de largo la cabaña, había una enorme posibilidad de que me encontraran mucho antes de que eso sucediera.
         Mientras me encontraba en medio de tan agresivo ambiente comencé a cavilar en lo que me había pasado últimamente. ¿Era tan mala mi vida? en realidad lo tenía todo; una profesión con la promesa de un buen puesto, estaba casado y tenía dinero más que suficiente en mi cuenta bancaria.
         ¿Qué tan malo era ser esclavo del sistema?
         Empecé a extrañar mi vida anterior, así como lo que antes odiaba: levantarme temprano, el tráfico, el mal humor de la gente en las calles, la aburrida vida de oficina, los compañeros impertinentes y que Dios me perdone, incluso llegué a extrañar el no tener una vida propia.
         Pensé regresar a la civilización para aceptar mi destino dejando de lado mis sueños locos de libertad y falta de identidad; que se encargaran de eso los músicos y sus canciones de protesta.
         Iba a seguir el ritmo del rebaño de ovejas al cual siempre había pertenecido.
         Pero antes de que siguiera con esas ideas mi estómago empezó a gruñir; me di cuenta que tenía que encontrar alimento de forma inmediata.
         ¿Pero qué hacer?
         Obviamente no iba a ir al primer local de comida rápida donde daría mi tarjeta de crédito para obtener comida como siempre había hecho.
         No, tenía que ser yo mismo quien me proveyera de alimento.
         Sabía que lo más sustancioso era comer carne, pero no tenía ni idea de cómo obtenerla; había visto ratas y otros roedores más grandes deambular por el ambiente, pero no sabía cómo cazarlos. Poner trampas era demasiado complicado para mí y como no sabía cuánto tiempo tardaría en caer la presa, era muy probable que antes de cazar algo antes moriría de hambre.
         Me decidí por algo más primitivo.
         En cuanto vi al siguiente roedor pasar a unos metros de mí comencé a corretearlo, pero el animalillo fue más veloz que yo y en segundos desapareció en medio del desierto, así que decidí utilizar lo que en administración se llama “Prueba y error”: si algo no te funciona, simplemente lo desechas y buscas otra alternativa por lo que en este caso, me armé de todas las piedras que pude cargar entre mis manos y busqué una nueva víctima; a los cuantos minutos paso otro animalillo más grande que una rata y por lo tanto un poco más pesado lo que me dio confianza para poder alcanzarla. En cuanto lo tuve cerca de mí comencé a corretearlo y como me llevaba una cierta ventaja fue entonces cuando comencé a arrojarle las piedras; la primera pasó lejos de él pero la segunda le dio entre las patas por lo que rodó y cuando quiso levantarse presa de la desesperación, solté las piedras que todavía cargaba y me arrojé sobre de él; ambos dimos vueltas entre la tierra que se levantó y en medio de una nube de polvo pude agarrarle el cuello y torciéndolo violentamente lo maté.
         Me quedé hincado en el suelo completamente sofocado mientras contemplaba mi obra; observé los vidriosos ojos del roedor que parecían preguntarme desde el más allá:
         ¿Por qué?
         Yo jamás había matado algo más grande que una araña y eso con mucha repulsión pues la única vez que lo hice fue porque me obligó mi mujer pues encontró un arácnido en medio de la cocina y cuando éste corrió en medio de los gritos de mi esposa yo simplemente levanté mi pie y deje caer mi lujoso zapato sobre la indefensa criatura.
         Cuando levanté el pie y vi la maza asquerosa en el suelo quise volver el estómago, pero para no mostrar debilidad frente a mi mujer simplemente me quité los zapatos, los metí a una bolsa y los arrojé a la basura.
         Esto era algo completamente diferente.
         No sentía la misma repulsión que experimenté cuando maté a la araña. No, en esta ocasión la sensación que me embargaba era de alivio y una mucho más extraña.
         Orgullo.
         Comencé a sonreír y contestando la ficticia pregunta del roedor dije en voz alta:
         “Es la ley del más fuerte amigo”.
         Bueno, ya tenía la comida.
         ¿Cómo iba a prepararla?
         Ni hablar de hacer una fogata pues no tenía ni la más remota idea para producir fuego por lo que iba a tener que comerla cruda; pensé que eso me iba a aterrar, pero era tanta mi hambre que cada vez se me hacía menos repugnante el hecho de comer carne cruda.
         Saqué otra vez mi cinturón y con la punta de la hebilla me dediqué durante la siguiente hora a desollar al animalillo; cuando después de mucho trabajo pude abrirle la parte del estómago, jalé toda la piel hasta dejarlo casi desnudo por así decirlo y entonces si llegó la peor parte: abrirlo por completo para sacarle las tripas.
         En cuanto la hebilla penetró la piel, la sangre comenzó a brotar, pero sin hacer caso al asco que me provocaba el tener las manos bañadas en el líquido hemático, le saqué todos los órganos que pude mientras intentaba soportar el olor que despedían las tripas que iba extrayendo.
         Cuando el roedor quedó más o menos vacío pensé en que hubiera sido formidable tener un poco de agua para por lo menos enjuagarlo.
         Mi último gesto de decencia.
         Contemplé al animal por algunos minutos y me di cuenta que ahora ya no había marcha atrás.
         Comencé a comer.
         Traté de comer lo más que pude pues no sabía cuándo iba a volver a hacerlo y cuando terminé simplemente arrojé los restos a un lado de forma despectiva para levantarme y seguir caminando; en cuanto mi cuerpo se puso en movimiento me di cuenta como mis fuerzas se iban recuperando gracias al recién alimento consumido por lo que incluso me sentí de buen humor así que seguí caminando de regreso hacia el mundo que conocía.
         Caminé todo el día, pero sin ver a lo lejos más que desierto; me preguntaba si este lugar tendría fin e incluso llegué a pensar que en realidad había muerto y que ahora me encontraba en medio del infierno, sin tener manera alguna de salir de ahí.
         Siempre me había imaginado que el infierno era como el lugar donde ahora me encontraba; un desierto interminable con un calor sofocante que no me dejara incluso pensar y una sed que no me abandonara por más cactus que chupara de los que me encontraba en el camino.
         Cuando el cielo comenzó a oscurecer el ambiente me detuve al pie de un cactus para tratar de dormir con la esperanza de que al día siguiente finalmente pudiera encontrar la salida de tan cruel lugar; en cuanto me senté me quité los costosos tenis que calzaba pues mis pies estaban deshechos de tanto caminar pues obviamente ese no era el calzado indicado para un lugar tan agresivo como lo es el desierto.
         De repente empecé a sentir nauseas que anteriormente solo había experimentado cuando bebía demasiado; sabía lo que venía a continuación pues en cuanto me recosté de lado volví el estómago.
         Era lógico, pues no estaba acostumbrado a comer carne cruda.
         Sin embargo, lo que más me preocupaba era contraer una enfermedad que me pudiera haber transmitido el roedor que me había comido, pero tomando en cuenta que eran animales silvestres cuya comida no estaba llena de químicos como los alimentos procesados que los humanos civilizados consumen, el peligro era mínimo.
         Esa noche pude dormir mucho mejor.
         La temperatura sí bajaba por la noche, pero no a un nivel alarmante y eso, solo a altas horas de la madrugada; con todo, al menos dormí las horas suficientes para que en cuanto salió el sol, pude levantarme mucho más descansado que el día anterior.
         En cuanto me puse de pie y me calcé inmediatamente y me dediqué a saciar mi sed con el cactus que me había servido de compañía durante la noche para inmediatamente comenzar a buscar mi “almuerzo”.

         Así fue como siguió pasando el tiempo durante mi aventura en ese inolvidable lugar; caminaba mientras hubiera luz solar y dormía en cuanto caía la noche. En cuanto a mi subsistencia alimenticia, los cactus me proveían de agua y cada vez me era más fácil cazar roedores pues incluso había desarrollado una técnica; buscaba alguno que estuviera comiendo y una vez que terminaba sabía que correría más lentamente debido a su estómago lleno por lo que lo correteaba sin fatigarme demasiado mientras le arrojaba piedras y en cuanto una le daba inmediatamente me arrojaba sobre de él para torcerle el cuello.
         Hasta mi estómago había encontrado su propia técnica pues había dejado de vomitar por las noches.
         Con todo, seguía preocupándome el hecho de no encontrar la salida del desierto a pesar de caminar sin descanso, pero aun así no me rendía; si iba a morir al menos lo iba a hacer luchando por salir de ese infierno.
         Dentro de todo me sucedían algunas cosas que en su momento me levantaban el ánimo como lo que me pasó al quinto día cuando levanté mi mirada al horizonte y alcancé a ver un objeto de color azul por lo que corrí hacia él; cuando llegué me di cuenta que me encontraba en medio de los restos de un campamento.
         Me dediqué a revisar lo que habían dejado los campistas mientras reía, pues cosas que en el mundo civilizado eran basura en las circunstancias actuales constituían para mí un tesoro de incalculable valor.
El objeto de color azul que había visto a la distancia era un viejo morral al que le faltaba un tirante y con un enorme hoyo en la parte de abajo; vi que le colgaban un par de agujetas por lo que pensé que si le amarraba una de ellas se podía cerrar el boquete. Había una delgada cuerda de plástico de aproximadamente dos metros de largo que guardé en mi nuevo morral pues sabía que me iba a ser de gran utilidad lo cual comprobé cuando vi un par de pedazos de llanta; pensé en amarrarlos a las suelas de mis tenis pues debido al tiránico calor que hacía que el suelo prácticamente hirviera, la suela de mi calzado no me protegía gran cosa por lo que con estos nuevos artefactos iba a poder caminar con más confianza.
Por otro lado, me encontré una botella de agua obviamente vacía, pero pensé en llevármela pues en caso de encontrar un riachuelo podía sacar agua fácilmente e incluso llevarla conmigo; pero lo mejor de todo fue que medio enterrado en la tierra estaba el mango de una sartén que de primera instancia era algo inservible pero analizándolo más a fondo me di cuenta que este objeto simplemente era una larga lamina de metal que de un lado se hallaba doblado de forma cilíndrica para poder agarrar la sartén pero del otro lado sobresalía la punta de la lámina sin doblar por lo que lo podría utilizar como una especie de cuchillo; no tenía el filo necesario pero al menos sería más útil para desollar animales que la punta de la hebilla de mi cinturón.
Mientras observaba mis riquezas recién adquiridas caí en cuenta de una cosa: era posible que si encontraba las huellas de los campistas podía asimismo encontrar el camino de regreso a casa, pero cuando revisé los alrededores no encontré nada; con desilusión pude comprobar que habían estado ahí hacía ya mucho tiempo pues debido a los vientos que llegaban a invadir el territorio, las huellas ya se habían borrado; además, dado que los objetos que encontré estaban semienterrados entre la tierra, eso me llevó a la conclusión de que habían estado ahí hacía mucho tiempo.
Aun así, el hecho de encontrar huellas de presencia humana me levantó el ánimo; de hecho, me hizo sentirme menos solo. Como quiera que sea, presentía que no estaba lejos de mi destino.
Solo me preocupaba que los anteriores visitantes hubieran sido deportistas extremos que gustan de adentrarse en terreno completamente virgen para sobrevivir a las inclemencias del clima, pues eso me indicaría que estaba todavía muy lejos mi retorno.
Decidí olvidarme de cualquier pensamiento pesimista y más cuando al caminar un poco más me encontré una vieja playera manchada; ahora tenía con que cubrirme la parte superior de mi cuerpo que había comenzado a despellejarse producto de los rayos del sol que caían a plomo sobre de mi espalda y pecho.
Desgraciadamente siguieron pasando los días y yo seguía tratando de sobrevivir en el desierto, pero como el ser humano es un animal de costumbres, poco a poco me fui adaptando a mi nuevo entorno; al principio me molestaba la suciedad que había invadido mi cuerpo producto del polvo que me atosigaba a cada paso y a los ríos de sudor que bajaban interminablemente desde la cabeza hasta los pies, pero con el paso del tiempo ese tipo de cosas me dejó de importar; incluso, me sentía cómodo por el hecho de no tener que pensar en asearme, cortarme la barba que ahora me crecía anárquicamente por mi cara o peinarme; cosas que en la civilización son signos de decencia ahora me parecían ridículas pues dudaba que los habitantes del desierto que ahora me alimentaban me fueran a criticar por ello.
Definitivamente me sentía más libre.
Después de perder la cuenta de los días en que anduve vagando por el terreno agreste en el que me encontraba, a lo lejos noté un manchón de hierbas de un color verde más encendido que la mayoría que había visto hasta el día de hoy por lo que apresuré el paso; conforme me acercaba más contemplaba fascinado el hecho de que dichas hierbas eran grandes matorrales, por lo que casi corrí pues eso solo podía significar una cosa.
Había encontrado agua.
Mi suposición fue correcta pues en cuanto llegué a la maleza vi que efectivamente había una laguna de aproximadamente unos veinte metros de circunferencia por lo que riendo escandalosamente me arrojé para darme un chapuzón en ella; no me preocupó el hecho de que pudiera ser una fosa honda pues era un buen nadador, pero en cuanto me puse de pie en medio de la laguna me di cuenta que solo tenía como un metro y medio de profundidad. Me pase como media hora entrando y saliendo del agua que se sentía tan fresca que parecía que me encontraba en medio del mar al frente de una de las tantas playas que habíamos visitado mi esposa y yo a lo largo y ancho del mundo.
Cuando deje de retozar en la laguna regresé a la orilla donde había dejado mi morral para sacar la botella vacía que había encontrado; la enjuagué lo mejor que pude para llenarla hasta el borde y la levanté sobre mi cabeza para contemplarla extasiado, como si fuera un tributo que se ofrece a los dioses.
La incliné lentamente frente a mi boca y comencé a beber.
Jamás había probado algo más exquisito; era como si los dioses hubieran aceptado mi tributo y me hubieran dado como regalo el más suculento elixir que pudiesen haber creado desde el inicio de los tiempos. Hasta la parte más insignificante de mi castigado cuerpo sentía como bajaba el líquido por mi garganta para bañar mi interior; era como si todas mis células cantaran a coro de la alegría que sentían al verse alimentadas por lo más preciado que puede tener el hombre.
Agua.
Nada más me importaba; si en ese momento me hubieran cambiado mi botella de agua por todo la fama y fortuna del mundo lo hubiera rechazado de inmediato, pues ahora me daba cuenta que nada de eso tenía la más mínima importancia e incluso internamente me reía de todos los esclavos del mundo que luchan por forjar su imperio económico cuando lo único que le hace falta a un hombre es satisfacer sus necesidades más básicas.
Volví a llenar mi botella y la bebí ahora más pausadamente; tomé una tercera botella solo para abastecer mi cuerpo hasta el límite y llenándola una vez más, la introduje en mi morral.
En seguida, me acosté en la maleza que adornaba el oasis que acaba de encontrar sintiéndome el hombre más feliz del mundo; nada me preocupaba, ni siquiera el hecho de estar perdido en un lugar desconocido y con un destino incierto; no me importaba el nuevo trabajo que me habían ofrecido ni si jamás volvía a trabajar en toda mi vida; no me importaba el dinero o las cosas materiales que me estuvieran esperando en mi lujosa casa tales como mi coche último modelo, mi fastuosa ropa o los artefactos electrónicos con que había adornado mi mansión; no me importaba mi esposa ni persona alguna que conociera o que hubiera conocido durante mi existencia.
Solo importaba el momento presente.
Me quedé dormido un par de horas y cuando me desperté noté con agrado que el buen humor aún me invadía, por lo que me levanté alegremente para explorar un poco el lugar. Buscaba referencias para que, si en algún momento tenía que regresar a él, lo pudiera encontrar con facilidad, y cuando llegué al otro lado de la laguna vi con alegría varias botellas de agua vacías lo que me indicaba que el lugar era visitado por seres humanos. Recogí dichas botellas para llenarlas y guardarlas en mi morral solo como precaución, pues me daba cuenta que, si el lugar era conocido por los lugareños, tarde o temprano alguien llegaría y me encontraría.
Decidí darme un último chapuzón y cuando estaba en medio del agua comencé a escuchar a lo lejos un estruendo que conforme pasaban los segundos se oía cada vez más fuerte.
¡Era un helicóptero!
Inundado por la alegría que embargaba mi corazón quise brincar en medio de la laguna para levantar mis brazos y que me vieran, pero mis pies se resbalaron con el fondo fangoso de la fosa y mientras trataba de recuperar el equilibrio el aparato dio media vuelta y se alejó rápidamente en la dirección por la que había venido.
Cuando finalmente me puse de pie contemplé como se alejaba el helicóptero; sin embargo, eso no me preocupó.
Solo era cuestión de seguir su camino y finalmente regresaría a casa.
Casa.
Que hermosa palabra.
 Salí del agua y con una sonrisa en el cansado rostro me eché el morral a la espalda cargado de mis botellas de agua junto mis escasas pertenencias las cuales habían aumentado pues entre la basura dejada por la gente que había visitado el oasis me había encontrado una mugrosa cobija, un largo pedazo de vidrio que me serviría mejor que mi rudimentario cuchillo y lo mejor de todo; unos lentes oscuros que ahora me evitarían el sufrimiento del viento, así como del resplandor del sol en la tierra.
Me puse mis “nuevas” gafas de sol y comencé a caminar con la misma elegancia con la que entraba en mi oficina todas las mañanas.

Todavía caminé como unas tres horas y cuando el sol se encontraba en toda su plenitud subí un pequeño cerro que me había encontrado a medio camino y cuando llegué a la cima creí ver un espejismo.
Frente a mí se encontraba un pueblo que a pesar de ser pequeño tenía todo lo que se espera de un poblado humano; postes de luz, coches, calles pavimentadas y en algunas casas se alcanzaban a ver antenas parabólicas que indicaban que incluso tenían televisión por cable.
Había llegado a mi destino.
Disfruté por unos minutos mi victoria y mientras contemplaba las casas pensaba en lo que iba a recuperar; un nuevo trabajo dentro de la administración como corresponde a un profesionista de mi área de estudios; mi esposa con la cual tendría hijos y envejecería conmigo; mi enorme casa llena de todos los objetos que siempre había utilizado para hacerme la vida más cómoda.
Estaba listo para regresar y contar mi fantástica aventura; incluso hasta me haría de fama pues estaba seguro que tendría incontables entrevistas en los medios de comunicación.
Hasta me imaginaba los encabezados de los periódicos:
“Administrativo sin ningún tipo de preparación en supervivencia sale con vida de uno de los más crueles desiertos del país”
¿Quién sabe? Tal vez hasta una película harían de mí; claro que tendría que contratar a un representante para las negociaciones pues necesitaría a alguien que me consiguiera el mejor precio de las entrevistas que daría, así como los derechos de autor de mi historia.
Mi futuro iba a ser envidiable.
Pero mis pies no se movían.
         ¿Por qué?
         La sonrisa se me congeló en los labios mientras una palabra comenzaba a retumbar dentro de mi cabeza.
         “Esclavo”.
         Me apreté las sienes mientras cerraba los ojos fuertemente, pero la palabra se repetía interminablemente hasta que caí de rodillas mientras comenzaba a llorar.
         Era como si todos los animales del desierto que estaba a mis espaldas me lo gritaran; hasta las mismas piedras unían sus voces repitiendo la misma palabra; incluso sentía que los cactus se movían burlonamente al compás del incesante coro.
         “Esclavo”
         Mientras seguía llorando comencé a pensar:
         ¿A qué iba a volver?
         ¿A realizar una actividad que no me gustaba?
         ¿A vivir con una esposa para la cual simplemente era un escalón para su propio éxito?
         ¿A ocupar la celda en la que había estado viviendo toda mi existencia?
Me levanté con aire triste y mientras me limpiaba las lágrimas de mis ojos contemplé una vez más el poblado, signo del camino a casa.

Entonces me di la media vuelta y me regresé al desierto.