viernes, 15 de mayo de 2020

EL ARMA DEL ASESINO



            Soy un cuchillo.
            Así es; soy un cuchillo.
            Fui creado por un artesano que se dedicaba a la elaboración de diferentes artefactos de metal en el sur de México. No sé si mi creador fuera considerado incluso un artista, pues notaba que cada que la gente entraba a su tienda, salía maravillada por todos los utensilios que él fabricaba y de donde nadie salía sin llevarse varios de ellos.
            En mi caso, no sé si me creó con tanto amor que me transmitió algo de su conciencia, lo cual me permite pensar; no me puedo mover porque soy un objeto inanimado y no puedo hablar ya que no me hicieron una boca, pero si puedo darme cuenta de todo lo que pasa a mi alrededor.
            Tanto lo bueno como lo malo.
            Me sentí extremadamente emocionado cuando una joven pareja me compró debido a que iniciaban su vida marital y estaban amueblando su casa, por lo que necesitaban todo lo necesario para su cocina.
            Esa fue la mejor etapa de mi vida.
            Recuerdo con placer la ilusión que ambos demostraban al llegar a nuestra nueva casa y comenzar con su matrimonio, pues como a la señora le gustaba mucho cocinar, trabajo no me faltaba.
            Las cosas fueron mejorando con el paso del tiempo, pues creo si tuviera ojos, lloraría al recordar la ocasión cuando mi dueña le avisó a su marido que estaba embarazada; en esos días solo me utilizaba de vez en cuando pues debido a su estado, debía llevar una dieta especial. No me molestaba eso en lo más mínimo, pues lo importante para mí no era ser usado todos los días, pues solo entraba en acción al preparar los alimentos que le iban a ayudar a traer una nueva vida al mundo, por lo que me esmeraba en cortar las verduras con pulcritud y tomando en cuenta que la señora me prefería a mí que a los demás cuchillos con los que contaba, filo nunca me faltaba.
            Cuando el pequeño llegó a la casa, a él solo le preparaban papillas hechas en la licuadora, por lo que yo solo era utilizado cuando la ama de casa preparaba una comida especial para su marido; esperaba con placer el momento en que se la servía, pues sabía yo que en cuanto ella ponía toda la suculenta comida en la mesa, inmediatamente me ponía a un lado para que ambos, en medio de risas de alegría, partían la carne conmigo o cualquier otra cosa que la señora preparara para la ocasión.
            Creo que incluso llegué a sentir como me transmitían su felicidad cada que me tomaban por el mango de cerámica con el cual estaba recubierta mi empuñadura.
            En cuanto su hijo creció y comenzó a caminar, acompañaba a su mamá a todas partes, cocina incluida; ella siempre le advertía mientras preparaba la comida que jamás debía de tocarme pues era demasiado peligroso para él, pero niño al fin, en varias ocasiones sentí como entraba y, subiéndose a una silla, estiraba sus pequeñas manitas para intentar agarrarme; en una ocasión noté con espanto como sus cálidos dedos me tocaron pero no por el mango sino por la empuñadura; se escuchó su grito de dolor, mientras un delgado hilo de sangre corría por todo mi cuerpo de metal. En cuanto la señora oyó los lloridos de su niño, inmediatamente corrió para ver qué pasaba y cuando vio la mano sangrante del infante, lo cargó para consolarlo, sin evitar regañarlo debido a su desobediencia.
            Nunca antes me había sentido tal mal como en esa ocasión, pues fue cuando me di cuenta que, así como podía provocar placer y ser de utilidad, también podía causar daño.
            Esa fue toda una revelación para mí.
            Afortunadamente el chiquillo aprendió la lección pues jamás se me volvió a acercar; ni a mí ni a ninguno de mis compañeros de cocina.
            Debido a lo anterior, seguí a cargo de las cenas especiales, pues la señora siempre me tuvo a buen resguardo, para el caso de que su hijo volviera a tener curiosidad acerca de mí.
            Pero las cosas cambiaron; y no para bien.

            Al estar encerrado en la alacena, pude notar que cada vez era menos utilizado, pues las cenas especiales que la señora le preparaba a su marido se iban espaciando cada vez más; cuando ella abría la puerta, con ilusión esperaba el momento de ser utilizado para ayudar en la preparación de una comida sofisticada, solo para darme cuenta con tristeza que me utilizaba para cortar alguna fruta o legumbre, lo cual hacía solo porque los otros cuchillos estaban sucios, dejándome confundido acerca de que estaba pasando.
            ¿La señora había encontrado un trabajo por lo que ya no tenía tiempo de prepararle la cena a su marido?
            ¿Tendría alguna enfermedad que le impedía cocinar?
            O; pero aún:
            Le había dejado de interesar la cocina.
            No tardé mucho en darme cuenta del triste motivo de mi poco uso.
            Sucedió que una tarde escuché a la señora entrar a la cocina y como hacía ruidos que me indicaban que depositaba cosas en la mesa, comencé a emocionarme, pues me imaginaba que esa tarde si iba a ser ocupado; no me equivoqué, pues a los pocos minutos fui sacado de mi lugar para ver como ella alegremente comenzaba a preparar la comida; mi emoción creció al escuchar como mi dueña cantaba con entusiasmo, anticipando la ocasión para la cual se preparaba.
            Estaba contagiado por su dicha, por lo que traté de hacer mi mejor esfuerzo y cortar todo lo que me ponía enfrente, terminando mi parte del trabajo cuando ella comenzó a meter los alimentos en el horno; me lavó concienzudamente y me dejó escurriendo en el fregadero.
            Me sentía feliz, pues me imaginaba que había ocurrido algo importante en la vida de la pareja por lo que iba a haber una celebración.
            Que equivocado estaba.
            Se escuchó el timbre de la puerta por lo que mi dueña inmediatamente corrió a abrir, llenándose el ambiente de alegres risas, pero cuando regresó la señora a la cocina para comenzar a cargar la comida vi que iba del brazo de un hombre.
            El cual no era su marido.
            Entre los dos cargaron las viandas para dirigirse con ellas al comedor tomándome también a mí, por lo que pude estar presente durante todo el fatídico evento.
            Era aberrante la manera como la mujer lisonjeaba al desconocido quien, con arrogante semblante, simplemente sonreía satisfecho al escuchar las palabras de adulación de la tonta mujer.
            Cuando me utilizaron para partir el plato principal, les juro que lo hice con toda la furia que pudiera albergar un simple objeto de metal, asqueado de las críticas que hacía le señora a su ausente marido, quejándose de su falta de atención y comprensión hacia sus sentimientos, cosa que yo sabía era una completa mentira.
            Después de la opípara cena y dos botellas de vino que consumieron, los impúdicos amantes comenzaron a besarse de forma desenfrenada, hasta que mi joven dueña tomó de la mano al atractivo hombre para guiarlo a las habitaciones superiores de la casa, dejándome abandonado en medio de la mesa, sucio y triste por lo que había atestiguado.
            “Qué tontos son los seres humanos”, pensé; “Cuando tienen lo más importante en su vida, simplemente tiran a la basura su propia felicidad”.
            Después de esa ocasión, jamás volví a ser utilizado.
            Desde la alacena donde me guardaba se escuchaban las peleas de la pareja; él le reclamaba el hecho de tener un amante, cuando siempre la había tratado bien y le había dado todo lo que le pedía, mientras que ella cínicamente negaba las acusaciones.
            Hubiera querido tener boca para desmentir sus sucias palabras.
            Hasta que el fin llegó.
            Un par de semanas después de la última pelea, se abrió la gaveta donde yo descansaba para notar que la señora sacaba con lágrimas en los ojos todo lo que ahí había. En la mesa de la cocina ya no había nada de utensilios, solo un par de cajas donde ella repartía los objetos; pensé que unos iban a ser regalados o tirados a la basura y otros conservados, por lo que esperaba que yo fuera de éstos últimos.
            Cerró la caja donde me encontraba y un hombre la subió a un camión de mudanzas, confirmando mi deseo de seguir siendo útil y mientras el vehículo avanzaba, me preguntaba con quién me iba a quedar, si con el señor o la señora.
            Prefería mil veces quedarme con él.
            Seguía con mis conjeturas al respecto cuando se escuchó un fuerte golpe que hizo que la caja donde me habían guardado saliera volando junto con las demás hasta caer en el camino; como era una tarde lluviosa, inmediatamente me hundí en medio del lodo, mientras varias personas corrían para auxiliar a los humanos que habían quedado atrapados en los vehículos involucrados en el accidente.
            Después de varias horas, llegaron varios policías y mientras unos revisaban la escena del accidente, otros recogían todo lo que se había esparcido en el camino.
            Recogieron todas las cosas, menos a mí.
            Fue ahí cuando se acabó mi feliz etapa con esa familia.

            No sé cuánto estuve en el fango; tal vez fueron meses o incluso años, pues sentía como toda mi estructura se iba llenando de óxido con el paso del tiempo.
            Hasta que sentí que alguien escarbaba arriba de mí.
            Cuando la luz me dio de lleno, fui sacado por unas manos grandes y ásperas; el hombre que me había tomado me levantó hasta la altura de sus ojos y me contempló largamente.
            Como obviamente no podía hacer nada, simplemente les puedo decir que dicho sujeto me guardó en un sucio morral para llevarme a su casa; cuando me sacó noté que estábamos en su sótano, el cual estaba lleno de un sinfín de herramientas y otros artefactos metálicos cuya función desconocía.
            Desgraciadamente, después me iba a enterar para que servían.
            El repulsivo hombre se dedicó las siguientes dos horas a limpiarme concienzudamente para después afilarme de manera perfecta; me animó darme cuenta que después de tanto tiempo en el olvido, iba a tener la hermosa apariencia con la cual había sido creado.
            Una vez que estuvo satisfecho, el extraño hombre me contempló con una misteriosa sonrisa en su boca.
            Sentí como si toda la maldad del mundo se proyectara en esos perversos ojos.
            Pasaron varios días, hasta que una noche mi nuevo dueño me sacó del elaborado estuche donde me había guardado para meterme en su cintura y nos encaminamos a la calle.
            Me preguntaba a que se dedicaba este sujeto, pues consideraba que no cualquiera le pone tanta atención a un cuchillo como él lo había hecho; tal vez sería un famoso cocinero por lo que trabajo no me faltaría.
            Jamás me imaginé cual iba a ser mi nuevo destino.
            Después de caminar varias calles, llegamos a una avenida extremadamente oscura, donde mi dueño se recargo en una esquina y esperó.
            A los pocos minutos se escucharon pasos que se iban acercando y antes de que comprendiera la situación, fui sacado de forma veloz de la cintura del hombre, mientras escuchaba gritos y risotadas de mi dueño.
            Y fue cuando ocurrió.
            Fui incrustado violentamente en el pecho de la persona que se había acercado momentos antes.
            No puedo describir la sensación repugnante al ser bañado completamente de la sangre tibia y espesa de la pobre víctima; ignoro por qué, pero conforme la sangre corría, yo mismo sentía como la vida del pobre hombre se iba extinguiendo, en medio de gritos de dolor.
            Una vez que cayó al piso, mi dueño me saco de su cuerpo y tranquilamente me limpió con un trapo que llevaba consigo para guardarme otra vez.
            Y nos alejamos en medio de la noche.

            Entendía poco de la naturaleza humana, pues solo había tenido una dueña, así que siempre me imaginé que mi función era la de cortar comida para alimentar a las personas.
            Jamás me imaginé que pudiera ser utilizado para acabar con la vida de un ser humano.
            Desgraciadamente no fue la única ocasión.
            Tal vez la muerte en la cual había participado solo había sido una especie de ensayo, pues la siguiente ocasión que me sacó de mi estuche me di cuenta que estábamos en el sótano del horrible sujeto, en el cual también se hallaba una persona amarrada a un poste de madera con la cabeza tapada con una capucha.
            Mi dueño me puso en una mesa donde se encontraban otras herramientas diversas; le guitó la capucha a su víctima y comenzó a burlarse de él dándole fuertes golpes con sus manos y pies mientras la otra persona solo gemía de dolor, pues estaba amordazado.
            Cuando creí que esto era perverso, vino lo peor.
            El psicópata comenzó a tomar las herramientas para torturar a la indefensa persona; no quiero describir todas las horrendas cosas que le hizo a su cuerpo y cuando pensé que se había olvidado de mí, fue cuando me tomo entre sus asquerosos dedos.
            Me había reservado para el terrible final.
            Cuando se acercó al pobre hombre, éste se hallaba al borde del desmayo, debido a las largas horas de martirio, por lo que mi demente propietario simplemente me hundió entre sus costillas para repetir esa acción incontables veces.
            Una vez más, me sentí asqueado de haber participado en tal carnicería.
            Cuando el pobre humano finalmente expiró, su victimario comenzó a reír desaforadamente, produciendo unos ruidos ensordecedores, como salidos del infierno.
            Fui guardado en mi estuche para la siguiente ocasión.
            Para mi mala fortuna y la de las siguientes víctimas, esas ocasiones se repitieron más de lo que hubiéramos querido.
            Cuando no era usado por varios días para mi horrible tarea, me preguntaba si estaba destinado eternamente a causar dolor a las personas.
            Tal vez lo mejor hubiera sido seguir enterrado en medio de la tierra hasta el final de los tiempos.
            Recuerdo que una ocasión en que mis antiguos dueños me utilizaron para una cena romántica y después de comer, se sentaron a ver un programa de televisión donde dijeron una frase que en ese momento no entendía, pero que ahora había podido comprobar su veracidad:
            “Las armas no son malas; malas son las personas que las usan”.
            No; yo no era culpable del uso que me daba mi pervertido dueño.
            Aun así, eso no me consolaba en lo más mínimo.
            Pero en esta vida nada es eterno; ni siquiera la maldad.

            La siguiente ocasión que fui sacado de mi estuche para cumplir con mi ingrata tarea, esta vez me sorprendió que los acostumbrados gemidos de nuestras víctimas se oían diferentes a los anteriores, por lo que con horror noté que eran sollozos de una mujer.
            Había algo en esos sonidos que me traían viejos recuerdos, pero no atinaba a saber de qué se trataba.
            Cuando el asesino levantó la capucha de la persona que había atrapado, encontré la razón.
            En la madera se hallaba amarrada mi antigua dueña, quien al verse liberada comenzó a llorar desconsoladamente; para provocarse más placer, su captor le quitó la mordaza por lo que la joven señora comenzó a suplicar por su vida, diciéndole que no le hiciera daño, pues acababa de reconciliarse con su esposo y pensaba enmendar los errores de su pasado.
            Cuando escuché eso me dio mucha alegría, pues era bueno saber que mis antiguos dueños habían decidido darse una segunda oportunidad.
            Lástima que ahora era demasiado tarde para eso.
            Ella seguía tratando de convencer al asesino diciéndole que no quería dejar a su hijo en la orfandad mientras él solo emitía burlonas risotadas; el hombre siguió mofándose de las súplicas de su recién capturada presa y para callarla, me clavó fuertemente al lado de su mano derecha, haciéndole pegar un sobresalto de angustia.
            Mi dueño caminó a la mesa mientras le explicaba que buscaba con que herramienta iba a comenzar con su “diversión”.
            Ella volteó a verme y cuando sus ojos comenzaron a brillar, entendí el por qué.
            Estiró su mano tratando de que yo cortara las ataduras que la aprisionaban.
            Cómo hubiera querido yo hacerme más grande para poder contar por completo las cuerdas; aun así, ella siguió frotando su mano para liberarse, mientras yo notaba como unos delgados hilos de sangre escurrían por su piel, pues en su desesperación por soltarse, no le importaba que también su mano fuera cortada.
            Desgraciadamente en ese momento el psicópata regresó con un largo gancho y se lo acercó a unos centímetros de su cara, por lo que ella se quedó inmóvil sin dejar de llorar.
            La contempló deleitándose con su sufrimiento; me sacó de entre la madera y recorrió su suave cuello con mi filo provocándole un ligero arañazo en su blanca piel, mientras le decía todo lo que le pensaba hacer.
            Y fue cuando ocurrió.
            Ella jaló rápidamente su mano, rompiéndose la parte de la cuerda que no había alcanzado a cortar y me agarró también; el hombre quedó tan sorprendido que cuando quiso jalarme para que la señora me soltara, ella hizo un giro con sus dedos y me empujo en el pecho del asesino.
            Cómo me deleité al notar como la sangre de ese monstruo recorría toda mi hoja, hasta bañar mi empuñadura con su inmunda sangre; el sujeto cayó al suelo, sorprendido de que su aparentemente débil víctima lo había vencido.
            Su respiración se hizo más tenue hasta que exhaló su último suspiro.
            Conmigo dentro de él.
            La señora emitió sollozos de susto y de alivio y una vez que se recuperó, soltó sus ligaduras para correr escaleras arriba.
            Horas después bajaron infinidad de policías y personas que revisaban el lugar, mientras otras más sacaban fotografías del asesino serial, que era como llamaban a mi último dueño.
            Finalmente, alguien me sacó de su asqueroso cuerpo y me guardó en una bolsa de plástico.
            Después de todo ese horrible episodio, fui relegado a una caja de cartón que fue depositada en una bodega de la policía durante mucho tiempo.
            No me importaba; después de todo lo que había pasado era mejor estar guardado a ser utilizado para causar tanto dolor. Me emocionaba el saber que había ayudado a mi antigua dueña y que, de alguna manera, había contribuido a evitar que un monstruo como mi antiguo dueño dejara de hacer daño.
            Actualmente me siento contento, pues hace un par de días me sacaron de mi caja y mientras un policía me contemplaba, otro le preguntaba que iban a hacer conmigo, a lo que su compañero le contestó que todos los objetos de metal que se habían utilizado en crímenes se iban a donar a una fábrica que se dedica a fundirlos para hacer instrumental hospitalario, principalmente para médicos ginecólogos.
            Eso es algo que da mucho gusto, después de haber creado tanta muerte.
            Ahora voy a ayudar a crear vida.

viernes, 1 de mayo de 2020

MONSTRUOS DE LA NOCHE



         Me llamo Brenda; trabajo en una tienda departamental, tengo veinte y cuatro años y desde los diez y siete me fui a vivir sola.
            ¿Quieren saber por qué?
            Tengo un secreto que a nadie le he revelado.
            Al menos hasta ahora.
            Soy un monstruo.
            Lo sé; todo mundo dice que tiene mal carácter y que cuando se enoja se transforma en un ser horrendo.
            Pero yo literalmente soy un monstruo.
          Todo comenzó una noche durante mi adolescencia; ya había recibido señales, pues cada que algo me molestaba, algo muy desagradable dentro de mi comenzaba a surgir. Sentía como si toda la furia del mundo se acumulara en mi interior hasta el punto de casi enloquecer.
           Con el paso del tiempo, la situación se fue agravando, pues bastaba con que alguna de mis pequeñas hermanas tomara algo mío para que mi cabeza explotara y comenzaba a gritar, rompiendo cosas e insultando a todo mundo. Mis papás intentaron de todo; psicólogos y terapeutas que me decían que mi carácter irascible era algo propio de mi edad, grupos de apoyo que lo único que hacían era obligarnos a tomarnos de las manos y entonar canciones estúpidas de superación personal, las cuales para mí sonaban francamente ridículas, hasta que, al borde de la desesperación, me llevaron con sacerdotes e incluso con supuestos curanderos, porque pensaban que yo estaba embrujada.
            Todo fue inútil.
            La situación fue empeorando, hasta que explotó.
            Una noche que me fui a dormir enfurecida porque mi mamá no me había permitido ir a una fiesta, me acosté tratando de dormir, cosa punto menos que imposible; daba de vueltas en mi cama presa de una extraña inquietud pues me movía dormitando a ratos, para despertar sobresaltada mientras notaba como mi pijama se encontraba completamente mojada por el sudor que producía mi cuerpo a chorros, a pesar de que estábamos en pleno invierno. Intentaba tranquilizarme a mí misma, tratando en vano de recordar los consejos que me habían dado infinidad de especialistas que había visitado a lo largo de mi adolescencia, pero nada parecía funcionar.
            Hasta que sucedió.
       Voltee a ver mi reloj de noche, agobiada por el cansancio de intentar dormir; cuando leí los números me di cuenta que el aparato marcaba las tres y media de la madrugada cuando, al seguir contemplando los dígitos, sentí como si estos salieran del reloj y comenzaran a danzar frente a mis ojos; los cerré presa del espanto, pero los números ahora se habían metido en mi mente, moviéndose de un lado hacia otro velozmente, como si se burlaran de mi desesperación; cuando estuve a punto de perder la razón, sentí como la cólera que había inundado mi cuerpo, ahora se apoderaba de él, mientras de mis labios comenzaban a surgir una serie de gruñidos inhumanos; yo misma me asusté al escuchar dichos sonidos y cuando creía que lo que me sucedía era algo horrendo, llegó lo peor.
            Mi cuerpo comenzó a crecer distorsionándose mis brazos y piernas, mientras notaba en medio de la semioscuridad de mi recámara, como en los grotescos dedos de mis manos salían burdos pelos, como si de un animal salvaje se tratase.
            Intenté levantarme como pude de mi cama y cuando me puse de pie, me di cuenta con horror que no podía pararme derecha, sino que tenía una postura encorvada, como si fuera un cavernícola de los que había visto en las películas. El terror que se había apoderado de mí dio paso a una cólera ciega; tenía ganas de destruirlo todo, si era posible, destruir el mundo entero.
                  Tenía ganas de matar.
            Mi último resquicio de cordura me hizo ver que incluso mi familia estaba en peligro, por lo que me arrojé a través de la ventana rompiéndola en mil pedazos; una vez que me encontré en el patio de mi casa, con una agilidad increíble brinqué la reja de la entrada y comencé a correr por las calles solitarias.
            Sentía como el aire frío de la noche hería mi piel la cual, a pesar de estar llena de pelo, acusaba los aguijonazos del gélido ambiente lo cual me hacía enfurecer más y más.
            Me erguí lo más que pude y en medio de la calle levanté mi cabeza hacia el estrellado cielo y solté el rugido más espantoso que ser humano alguno hubiera oído.
            Afortunadamente eso me sirvió como desahogo, pues mi mente y mi corazón comenzaron a calmarse lentamente, hasta sentirme completamente relajada; con alivio noté como los inmundos pelos que habían crecido en mi cuerpo iban desapareciendo y los enormes colmillos que habían surgido de mi boca, ahora se transformaban en mis blancos y alineados dientes que normalmente tenía.
            Volteé a ver confundida mi pijama completamente desgarrada, por lo que con preocupación eché a correr de regreso a mi casa, dándole gracias a Dios de no haberme encontrado con persona alguna; cuando llegué a mi casa noté con preocupación que mis papás estaban en la entrada gritando mi nombre, pues habían oído el escándalo al romper la ventana de mi habitación. Me dirigí al patio trasero y entré sigilosamente por la ventana rota y lo más rápido que pude me cambié el pijama, ocultando la ropa desgarrada debajo de mi cama y salí al encuentro de mis padres quienes, al verme, me abrazaron aliviados, preguntándome que había sucedido. Yo simplemente les expliqué que en uno de mis ataques de furia había roto la ventana y me había salido a vagar por las calles para tranquilizarme; ellos me miraron incrédulos, sospechando que había algo más, pero no dijeron nada y todos nos fuimos a acostar.
            Por primera vez en muchos años dormí tranquila.
            Pero a partir de ahí, mi vida cambió por completo.

            Por lo menos una noche de la semana me veía atacada por un episodio más de bestialidad como el que ya relaté, por lo que comencé a dormir con la puerta asegurada con un candado que había comprado para tal fin, pues no quería dañar a mi familia; la ventana, después de que la arreglaron, siempre la tenía abierta y en cuanto sentía como la rabia se apoderaba de mí, inmediatamente salía corriendo de mi casa.
            Desgraciadamente las cosas fueron subiendo de tono.
            En una ocasión que corría en medio de la noche destruyendo todo lo que encontraba a mi paso, mi ahora fino olfato detectó algo; el olor de otro ser vivo.
            Caminé sigilosamente, acallando lo más que pude mis gruñidos y entonces lo vi.
            Un enorme perro hurgaba en un bote de basura; era de una raza de los que utilizan para pelear, pues lo notaba en las patas musculosas que mostraba al moverse. Mi ahora pequeña parte humana pensó que era el perro de alguien y que por eso se veía bien alimentado, pero que se había escapado al igual que yo y vagaba libremente.
            Ese fue su error.
            Cuando me fui acercando más, el robusto can sintió mi presencia y sin amilanarse, comenzó a gruñirme, por lo que yo también le mostré mis enormes colmillos.
            Nos miramos largamente hasta que, como si nuestros instintos se hubieran puesto de acuerdo, nos arrojamos uno sobre del otro para comenzar la batalla.
            Jamás me sentí tan viva en la vida.
            Era como si hubiera nacido para ello.
            El perro lanzaba tarascadas que solo daban en el aire, pues yo me defendía dándole manotazos en el rostro, provocándole enormes heridas con mis largas uñas; un par de sus mordidas me alcanzaron a rozar, pero sin provocarme gran daño.
            Hasta que comenzó el ataque final.
            El animal se arrojó desesperadamente sobre de mí haciendo caer sobre de mi espalda, sin dejar de tirar mordidas; con mi garra izquierda lo tenía agarrado del pecho, mientras con la derecha esquivaba sus dientes, hasta que le levanté la cabeza para dejar expuesto su cuello.
            Con toda mi furia, le tire una mordida destrozándole la garganta.
            Mi contrincante, ahora presa del miedo trataba de seguir ladrando, pero yo misma sentía como se ahogaba en su propia sangre, hasta que ya no se movió más.
            Todavía con mis fauces sobre su cuello, lo jaloneé hacia los lados para arrojarlo despectivamente sobre la banqueta.
            Lo contemplé mientras me posaba sobre de mis pies y mis manos en el pavimento de la calle, saboreando el triunfo de la batalla.
            Satisfecha, me di la media vuelta para irme de regreso a mi casa.
            Al otro día cuando desperté, después de cambiarme la ropa, me metí al baño para asearme y cuando contemplé mi imagen en el espejo estuve a punto de gritar horrorizada, pues la imagen que veían mis ojos era la de mi cara completamente bañada en sangre, de la cual aún sentía su sabor en mis labios.
            Corrí al retrete para volver el estómago.
            A partir de esa ocasión comencé a sentir temor todo el tiempo.
         ¿Qué pasaría si en la siguiente ocasión me encontraba con un ser humano?
         Desgraciadamente tuve la oportunidad de comprobarlo.
            En una ocasión que me acosté muy molesta por la obvia consecuencia de mi extraño comportamiento por lo cual habían bajado mis calificaciones y recibir la respectiva reprimenda de mis padres, comencé a sentir los ya clásicos síntomas de mi nueva condición, por lo que inmediatamente salí a recorrer las calles.
            Fue cuando me encontré por primera vez a una persona.
            Se notaba que evidentemente había salido tarde trabajar pues caminaba con paso cansino; lo observé unos momentos mientras sentía como mi hocico se llenaba de saliva, como saboreando anticipadamente el festín del que me iba a deleitar y comencé a seguirlo, mientras gruñía amenazadoramente.
            Y entonces me decidí a atacar.
            Iba a dar vuelta en una esquina cuando me arrojé sobre de él; estaba tan sorprendido que no atinó a emitir palabra alguna por lo que, en medio de gruñidos espantosos, le lanzaba zarpazos con mis enormes garras, las cuales hacían jirones su ropa, provocándoles profundas heridas.
            Y fue cuando empezó a gritar despavoridamente, debido al terror que lo aprisionaba y al dolor de las cortadas que le habían provocado mis largas uñas.
            Trataba de tirarme manotazos que yo fácilmente evitaba, como si jugara con sus débiles defensas, hasta que se rindió, resignándose a su suerte.
            Incliné mi horrenda cabeza de monstruo sobre de su cara, mientras un hilo de baba le caía en sus mejillas y lo contemplé largamente, emitiendo macabros ruidos con mi hocico.
            Abrí mis fauces para lanzarme sobre de su cuello, hasta que nuestras miradas se encontraron.
            En lo profundo de sus ojos pude notar su pertenencia a la raza humana; raza a la que yo anteriormente también pertenecía.
            Algo dentro de mí se conmovió y asqueada de la bestia en la cual me había convertido, levanté enfurecida mi cabeza al cielo y lancé un sonoro rugido de frustración.
            Me levanté rápidamente y en cuatro patas, me eché a correr, dejando al hombre malherido detrás de mí.
            Al otro día, en cuanto desperté, en cuanto recordé lo acontecido la noche anterior comencé a llorar.
            Me estaba convirtiendo en algo sumamente peligroso para la gente.
            Sabía que ahora había traspasado la barrera después de la cual era una amenaza para los demás.
            En cuanto vi a mis padres en la cocina, donde se encontraban desayunando, les comuniqué que me iba de la casa; para mi profundo dolor, no hicieron ningún comentario para convencerme de quedarme.
            Incluso alcancé a ver una sensación de alivio en su mirada.
            Con lágrimas en los ojos, tomé toda la ropa que pude, mis papeles personales y salí a buscar mi propio destino.

            Como era de esperarse, a mis diez y siete años, las oportunidades de encontrar un buen empleo eran muy escasas, por lo que trabajé de lo que pude y viví donde me permitían pasar la noche a cambio de unas cuantas monedas.
            Hasta que llegué a la situación en la que actualmente me encuentro.
            Resulta que a los diez y nueve años, vi un anuncio en una tienda departamental de mucho prestigio, donde a base de utilizar todas mis habilidades de convencimiento incluyendo las súplicas, logré que me dieran una oportunidad de laborar ahí; al principio solo tenía como trabajo el arreglar la ropa que los clientes dejaban descuidadamente en los mostradores y anaqueles de la tienda, pero debido a mi inteligencia innata y las ganas de salir adelante, un año después me dieron el puesto de vendedora en el departamento de ropa para caballeros.
            Fue entonces cuando mi vida mejoró.
            Aun cuando el sueldo no era tan exorbitante, las comisiones si eran muy atractivas, las cuales para mí eran fáciles de ganar, debido al personal encanto que utilizaba para tratar a los clientes y como siempre fui una chica bonita, eso también contribuyó a elevar mi situación económica, pues me permitió rentar una habitación que, si bien no era muy grande, nunca se compararía con los nidos de ratas a los cuales llegué cuando me salí de mi casa.
            Las cosas en general iban mejorando, pues incluso comencé a hacer amistad con las demás vendedoras, entre las cuales había varias chicas de mi edad que me invitaban a fiestas o lugares de moda a donde yo acudía gustosa a tomar un par de copas o simplemente a bailar.
            Pero el monstruo dentro de mí también cambió.
            Y no para bien.
            Los ataques me seguían ocurriendo a la misma hora de la madrugada, por lo que simplemente dejaba la puerta de mi departamento abierta para que en cuanto me sucediera, pudiera salir a vagar por las calles; me llegué a encontrar animales callejeros de los cuales, por vergüenza no les diré que hice con ellos, pero siempre trataba de evitar el contacto con seres humanos, cosa algo complicada, tomando en cuenta que tanto mi lugar de trabajo como mi nueva casa se encontraban en el centro de la ciudad; aun así pude darme mis mañas para eludirlos y no causarles ningún daño. Otra cosa que pude solucionar fue lo de la ropa, pues ahora dormía con pijamas enormes, por lo que cuando me transformaba en monstruo, la misma solo quedaba rota, por lo que no regresaba casi desnuda como me llegó a ocurrir en mis primeras mutaciones.
            Pero entonces me ocurrió un episodio que nunca voy a olvidar.
            En una ocasión, en la tienda me tocó atender a un millonario arrogante que no estaba conforme con ninguna de las prendas que yo le ofrecía, hasta que en medio de gritos e insultos humillantes hacia mi persona se fue son comprar nada, dejándome completamente frustrada; lo peor fue que cuando mi jefa se dio cuenta me regaló alegando que la tienda había perdido un cliente importante debido a mi ineptitud como vendedora, a pesar de que mis altas comisiones demostraban lo contrario; no contenta con el regaño, me dijo que no me iba a mi casa hasta que volviera a acomodar toda la ropa que se había probado el engreído sujeto; la tienda por lo regular cerraba a las nueve de la noche, pero entre el regaño y el acomodo de la ropa, me dieron las once y entonces pude salir.
            Llegué a la calle frustrada, pues ya no iba a alcanzar el transporte público; intenté tomar un taxi, pero no se veía ninguno las calles, así que con gran enojo de mi parte comencé a caminar para ver si en el trayecto encontraba algún medio de transporte o si no, tendría que regresar andando hasta mi departamento. Mis pies me dolían pues en la tienda nos exigían utilizar tacones altos para dar una mejor imagen y desgraciadamente ese día en particular no había cargado mis zapatos de tacón bajo que me ponía a la salida del trabajo.
            Cada penoso paso que daba hacía crecer mi furia; furia en contra del cliente, de mi jefa, de mi trabajo, del mundo entero; pero al menos era un enojo controlable y lo mejor de todo, no era de madrugada.
            Pero las cosas iban a cambiar.
            Mientras seguía caminando inmiscuida en mi molestia, se me emparejó un coche oscuro desde el que se asomó un chico como de mi edad, quien me invitó en medio de palabras obscenas un aventón para llevarme a mi casa; volteé a verlo con desprecio y me di cuenta que no venía solo, sino que estaba acompañado por otros dos sujetos. Cuando le dije que no me interesaba, los tres comenzaron a burlarse, haciéndome enojar cada vez más y cuando deje de contestar sus burlas, uno de ellos exclamó:
            -Pues si no es por las buenas, será por las malas-.
            Y bajándose rápidamente del vehículo, me rodearon y comenzaron a acercarse; intenté buscar una ruta de escape, cuando uno de ellos me abrazó por detrás y otro intentaba tomar mis piernas me di cuenta con espanto que querían subirme a su coche para abusar de mí.
         El tercero intentó taparme la boca, pero sin conseguirlo.
            De todos modos, ni siquiera intenté pedir ayuda.
            El monstruo dentro de mí comenzó a despertar.
            Mientras forcejeaba con mis captores, sentía como mi cuerpo empezaba a crecer, mientras mis piernas y brazos se iban llenando de pelo; el tipo que finalmente había podido poner sus manos sobre de mi boca, las retiró asustado al escuchar mis gruñidos apagados, que no se identificaban ni por asomo con una voz humana. Los tres me soltaron al unísono, dejándome caer violentamente en la banqueta, para contemplar paralizados por el horror, como mi cara se trasformaba en la de un monstruo peludo y de largos colmillos.
            Y una mirada de furia y desprecio por todo lo vivo.
            Uno intentó gemir cuando vio como el tamaño que iba tomando mi cuerpo hacía jirones mi ropa mientras mis zapatos caían a los lados de mis ahora enormes patas traseras.
            Fue cuando ataqué.
            Me arrojé sobre de los dos que tenía frente a mí derribándolos en el piso; les lanzaba rápidos y certeros zarpazos en medio de sus gritos de horror y mis inhumanos rugidos.
            La sangre volaba por todas partes mientras alaridos de dolor llenaban el silencio de la noche, hasta que los solté; no quise seguir con ellos y volteé a ver al tercero, al cual no había tocado todavía.
            Era apenas un adolescente que me miraba con cara de niño aterrorizado; pensé en acercarme y entonces volteé hacia abajo.
            Se había orinado del susto.
            Simplemente emití un sonido gutural y el chiquillo reaccionó, para salir corriendo con semblante lleno de pavor.
            Mientras iba retomando mi cordura humana, tomé mi ropa desecha y mi bolsa de mano y abandoné rápidamente el lugar.
            Cuando pude llegar a mi departamento, ya me había medio vestido con los jirones de ropa que pude recuperar, tomé un largo baño y me dispuse a dormir, pero esto último no pude hacerlo por dos cosas.
            La primera cuestión que tomé en consideración fue el haber disfrutado el daño que les provoqué a esos chicos; no era por el hecho de que hubieran recibido su merecido, sino el placer que había sentido antes y durante el ataque. Era una emoción como nunca antes había sentido; un gusto que rayaba en lo morboso, incluso en la excitación.
            Y eso me dio miedo.
            Pero lo que más me preocupó, fue lo siguiente que pensé.
            El monstruo podía surgir incluso antes de llegar la fatídica hora de las tres y media de la madrugada; algo me decía que la bestia no se despertaría en el día, pero, aun así, era una situación muy peligrosa.
            ¿Qué pasaría si surgiera en medio de mi trabajo?
            Aparte de lo peligroso que era el hecho de transformarme en medio de tanta gente, siempre existía la posibilidad de ser atrapada.
            ¿Qué explicación podía dar a lo que me sucedía?
            Independientemente de que podía terminar muerta.
            Decidí alejarme de los demás humanos, para evitar el riesgo de lastimarlos.
            No podía dejar de trabajar pues de alguna manera debía de subsistir, además de que me gustaba mucho a lo que me dedicaba, por lo que lo que hice fue reducir el contacto al mínimo.
            Solo hablaba con los clientes lo necesario y en cuanto a compañeras de trabajo, jefes y demás personas con las que convivía, a todas las hice a un lado de mi vida; dejé de aceptar invitaciones a cualquier lugar u ocasión especial, hasta que mis anteriores amigas dejaron de acercarse a mí, pensando erróneamente que me había vuelto una arrogante pues incluso algunas de ellas me dejaron de hablar.
            Nunca me sentí más sola que nunca.
            Pero en el fondo me consolaba saber que lo hacía por su propio bien.
            Hasta que él llegó a mi vida.

            Después de varios años de vivir sin tener amistad con nadie, llegó mi jefa una media hora antes de cerrar y me ordeno:
            -Va a venir un cliente muy importante que quiero que te esmeres en atender lo mejor posible; no podemos dejarlo ir con la competencia, pues sabemos que posee una gran fortuna y piensa vestirse con las marcas exclusivas que manejamos-. Hizo una desagradable pausa y advirtió. -No necesito decirte que, si no lo hacemos nuestro cliente, será tu responsabilidad por lo que tendrás que irte despidiendo de tu puesto-.
            Yo simplemente asentí sin demostrar mi molestia, pues ya había estado en situaciones similares; un viejo forrado de billetes que siente que todo el mundo está a su servicio y que hay que rendirle pleitesía.
            Pero nada me preparó para lo que me iba a encontrar.
            Ante mí estaba parado el hombre más guapo que hubiera visto en mi corta vida.
            Tenía el pelo completamente negro al igual que los ojos, lo que contrastaba sobremanera con la blancura de su piel, la cual mostraba casi el mismo blanco de su sonrisa que no tuvo empacho en mostrarme una vez que entré a la pequeña sala destinada a la atención de los clientes especiales.
            Tratando de recuperarme, intenté adoptar mi actitud profesional y correspondiendo sonreí tímidamente para decirle mientras le extendía la mano:
            -Buenas noches; mi nombre es Brenda y voy a atenderlo en todo lo que se le ofrezca-.
            Noté inmediatamente la mirada de admiración sus ojos, mientras sentía como apretaba mi mano suavemente y me decía de forma traviesa:
            -¿En todo lo que yo le pida?-.
            Sonreí ante la broma, pues me di cuenta que no me hablaba con ninguna huella de morbo en sus palabras, como acostumbraban hacerlo los clientes más pedantes que había atendido con anterioridad.
            Le dije nerviosa:
            -Bueno; me refiero a los artículos que desee que le muestre-.
            El amplió su sonrisa y exclamó:
            -Yo también me refería a eso; así que comencemos-.
            Solté su mano, sorprendida de la frialdad de su piel, lo que atribuí al hecho de que estábamos casi por terminar el año el cual se auguraba iba a ser muy frío; lo volví a mirar a los ojos y le pregunté:
            -¿Qué le gustaría ver primero?-.
            Él contestó simplemente:
            -Quiero ver unos trajes, así que muéstreme lo que tenga de la última temporada de la colección Armani-.
            Sentí un extremo placer en mis oídos al notar su profunda voz que derrochaba seguridad en sí mismo, así que solo atiné a decir:
            -¿Algún color en particular?-.
            Él dijo viéndome fijamente:
            -Negros, como el que traigo-. Y añadió como en broma. –Después de todo es el color de la elegancia, ¿O no?-.
            Me dio su talla y me dirigí al almacén para buscar los trajes más finos de la marca que me había pedido, imaginándome de antemano que le iban a quedar como si fueran a la medida, pues debajo de su elegante ropa, se adivinaba una silueta esbelta y bien formada, cosa que yo siempre tenía que tomar en consideración con todos los clientes para saber que prendas les favorecían más.
            Se midió varios trajes hasta que escogió tres de los más caros, los cuales pagó sin chistar, a diferencia de otros clientes desagradables los cuales, a pesar de nadar en dinero, siempre renegaban de los precios.
            Una vez que le dije la fecha de cuando iba a estar listo el dobladillo de los pantalones de los trajes, él me dijo:
            -Me dio mucho gusto que me haya atendido tan bien señorita Brenda-. Tomó su abrigo y continuó. –Por cierto, soy el señor Turner, pero prefiero que me hable por mi nombre: Michael-. Me extendió la mano y me dijo con voz cálida. –Espero que comencemos una buena relación a partir de esto-.
            Yo sonreí nerviosamente y le comenté:
            -Se refiere a usted y la tienda, ¿Verdad?-.
            Me miró intensamente a los ojos y contestó:
            -No; en esta ocasión sí me refiero a usted-.
            Y efectivamente; a partir de ahí comenzó nuestra amistad.

            Michael acudía por lo menos una vez por semana a comprar y siempre exigía que lo atendiera yo, sin importar cuales eran los artículos que pensaba adquirir, para molestia de mis examigas debido a que las comisiones de esas ventas se iban a mi cuenta, pero en el fondo eso no me importaba; obviamente no era por el dinero sino por el placer de convivir con alguien tan atractivo como el señor Turner, por lo que en cuanto me pidió la primera cita, no dudé en aceptar.
            Él siempre acudía a comprar casi al cerrar la tienda, debido a sus múltiples ocupaciones, por lo que no me extrañó cuando me citó en un fino restaurante en mi día de descanso, para vernos a las ocho de la noche.
            Me encantaba oírlo hablar.
            Me platicaba de su trabajo, pues era dueño de una empresa de importaciones, principalmente de productos que adquiría en Europa del Este, por lo que regularmente tenía que viajar hacia aquellos países; pero no solo hablaba de él, sino que me animaba a que yo le contara la historia de mi vida. Yo le contaba algunas cuestiones personales, pero obviamente no le decía toda la verdad, pues le había comentado que me había salido de mi casa debido a mi espíritu de independencia, por lo que quería abrirme paso en la vida por mí misma.
            No le había preguntado su edad, pero le calculaba unos cuarenta años, lo que me indicaba que era todo un hombre de mundo que sabía tratar a las mujeres, cosa que comprobé cuando sin darme cuenta, comencé a platicarle de mis sueños e ilusiones que tenía yo de mi futuro; claro que no dejaban ser sueños, pues debido a mi terrible secreto, sabía perfectamente que jamás iba a poder lograr lo que yo más anhelaba: una vida normal.
            En las posteriores citas, él notaba que de repente me ponía triste cuando hablaba del futuro, pero respetuoso que era, jamás me preguntaba el por qué.
            Aun así, era yo completamente feliz.
            Y cuando me besó por primera vez, supe lo que era el amor.
            Él, por su parte, jamás hablaba del futuro, pero a mí eso no me importaba pues lo único que ocupaba mi mente era vivir el presente.
            Siempre y cuando fuera con mi amado Michael.
            Yo misma me daba cuenta que la felicidad me salía por todos los poros de mi cuerpo, pues incluso había vuelto a frecuentar a mis antiguas amistades, las cuales al principio me aceptaron a regañadientes, pero al darse cuenta que seguía siendo la misma persona que antes, me admitieron de regreso.
            Incluso ellas mismas se daban cuenta que ahora estaba enamorada; me preguntaban de mi relación con Michael poniendo ojos ensoñadores cuando les platicaba la manera como él me trataba y lo disfrutaban, pues notaban que nuestro amor era sincero; ni yo lo buscaba por su dinero, ni él me buscaba para una aventura, pues hasta la fecha no habíamos hecho el amor todavía.
            Pero había algo mucho más importante.
            El monstruo no había vuelto a aparecer.
            Había notado con alivio que, aparte de los días en que sentía que la furia se apoderaba de mí y que el monstruo aparecía, invariablemente en las noches de luna llena era cuando sufría mi transformación, pero desde que me hice novia de Michael, ni siquiera en esas fatídicas ocasiones había surgido la bestia.
            Pensaba que el amor es tan fuerte que podía curarlo todo.
            Incluso hasta las cosas que parecen salidas del infierno.
            Pero desgraciadamente, este amor tenía que experimentar algo más.

            Nuestro noviazgo había durado casi un año por lo que, para celebrarlo, Michael me invitó a cenar en el restaurante más exclusivo de la ciudad; después de disfrutar los finos platillos, salimos tomados de la mano, felices de estar juntos.
            Era casi la medianoche, por lo que caminamos un par de calles en medio de la soledad nocturna, pues Michael me había comentado que como había llegado un poco tarde, no había alcanzado lugar en el estacionamiento del establecimiento.
            Para llegar al coche de mi amado, teníamos que cruzar un oscuro callejón, al final del cual se veían un par de sombras lo cual hizo que inexplicablemente sintiera miedo, pero sin dejar de apretar la mano de Michael, seguimos caminando.
            Mi presentimiento se hizo realidad.
            Cuando llegamos a las sombras, vimos que eran dos tipos mal encarados que nos miraban de manera desafiante; al intentar pasar junto de ellos, nos cortaron el paso diciendo:
            -¡Miren a los noviecitos!, seguramente tendrán algo bueno que nos puedan dar-.
            Michael caballerosamente se paró frente a los delincuentes, cubriéndome de forma protectora y preguntó tranquilamente:
            -¿Nos pueden dejar pasar por favor?-.
            Los malhechores comenzaron a reírse y uno de ellos sacando una navaja, exclamó:
            -¡Estás loco viejo; vamos a quitarles todo lo que tengan!-.
            Mi amado sonrió y con su acostumbra seguridad, simplemente contestó sonriendo:
            -Ustedes no quieren hacer eso-.
            Los tipos se vieron el uno al otro sorprendidos, hasta que el más peligroso de ellos, gritó:
            -¿Sabes algo viejo? Nos vamos a llevar todo tu dinero y hasta a tu noviecita para divertirnos con ella-.
            Y metió la mano en la cintura para intentar sacar una pistola.
            Fue más de lo que pude soportar.
            No toleraba que le hablaran así al amor de mi vida y peor aún, que intentaran hacerle daño.
            Empecé a temblar, primer aviso de que el monstruo comenzaba a despertar y mientras los ladrones discutían con Michael, sonidos guturales comenzaban a salir de mi garganta.
            Cuando el tipo quiso apuntar con el arma hacia él, el primer rugido salió de mi boca.
            Los tres voltearon sorprendidos hacia mí.
            Pudieron ser testigos de cómo mi cuerpo comenzaba a crecer mientras mi ropa se hacía trizas; con horror contemplaron como toda mi anteriormente femenina figura se llenaba de pelo obscuro, mientras las uñas y los colmillos sobresalían de mis garras y hocico respectivamente.
            Los bandidos, completamente paralizados por el terror, solo abrían desmesuradamente los ojos mientras presenciaban mi infernal transformación; cuando el de la pistola quiso reaccionar y trató de levantar la pistola para disparar, brinqué pasando velozmente al lado de Michael, para caerle encima.
            De hecho, me arrojé sobre de los dos ladrones.
            Fue una orgía de sangre, pues utilicé garras y dientes con ellos, hasta que ya no se movieron más.
            Una vez que terminé mi horrenda obra, los contemplé en el suelo completamente destrozados, respirando entrecortadamente.
            Poco a poco sentí como el monstruo comenzaba a desaparecer.
            Caí de rodillas en el suelo y comencé a llorar.
            No por los tipos a los cuales había despedazado, sino porque ahora Michael conocía mi obscura naturaleza.
            Levanté tímidamente mi mirada para verlo.
            Él solo me observaba, con una mirada seria y sin emoción alguna en los ojos.
            Hasta que yo comencé a hablar:
            -Ahora ya conoces mi secreto-.
            Se inclinó sobre mí y respetuosamente cubrió mi desnudez con su abrigo para decir con voz lúgubre:
            -Todos tenemos secretos-.
            Intentando enjuagar mis lágrimas, sin poder seguirlo viendo, pues sabía que lo había pedido para siempre, solo repliqué:
            -Pues a menos que me digas que eres casado, no tienes un secreto como el mío-.
            Él dijo enigmáticamente:
            -¿Sabes que si no hubieras hecho lo que hiciste, yo hubiera acabado con ellos?-.
            Quise sonreír, pero solo me salió un triste gemido al contestar:
            -Eso es imposible; uno de ellos tenía una pistola-.
            Michael exclamó:
            -Yo también tengo un secreto-.
            Lo miré desde el suelo expectante, por lo que él se inclinó hasta la altura de mi cara diciendo lentamente:
            -Yo soy un vampiro-.
            Y me dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
            Adornada con unos largos y blancos colmillos.
            Me acarició con ternura mi mejilla y dijo cariñosamente:
            -Si tú guardas mi secreto, yo guardaré el tuyo-.
            Me tomó entre sus brazos para cargarme mientras yo lo abrazaba, llena de amor.
            Y nos perdimos en medio de la noche.