jueves, 16 de enero de 2020

LA VERDADERA HISTORIA DE LA LLORONA



         ¿A quién no le han contado el relato de la llorona?
         Yo lo escuché incontables veces desde que era pequeño; que era una mujer que había ahogado a sus hijos y por eso estaba condenada a buscarlos por toda la eternidad en mitad de la noche lanzando lamentos horripilantes al aire.
         O al menos eso es lo que se cuenta.
         Pero solo yo conozco la verdad.
         Me llamo Rodrigo y esto es lo que me sucedió.
        
         Me case a los treinta y dos años con una excompañera de universidad llamada Clara; después de un par de años de feliz matrimonio tuvimos un hijo al que simplemente llamaré Junior. Dada la calidad de vida de la caótica ciudad en la que vivíamos, pensamos que no era el mejor lugar para criar a un bebé por lo que decidimos irnos a ocupar una casa que un tío le había heredado en su tierra natal, Guanajuato.
         La verdad yo esperaba algo mejor de nuestra nueva morada debido a lo cual me mostré sorprendido al llegar a dicha casona y encontrarme con una mansión colonial que si bien tenía un aspecto impresionante, a todas luces se veía vieja y obviamente descuidada; era de dos pisos y altas paredes y en medio de la sala tenía una chimenea que afortunadamente nos iba a servir en tiempos de fríos, pero eso no evitaba su aspecto tan serio e incluso fantasmagórico.
         Dicha apariencia no tenía gran problema pues con el paso del tiempo y mi sueldo que ganaba como consultor independiente de empresas de computación podíamos repararla.
         Lo que me preocupaba era el aire tétrico que ahí se respiraba.
         Desde el día que llegamos y que Clara abrió la gran reja que protegía nuestra mueva casa, al escuchar el lúgubre rechinar del metal, me di cuenta que en esa mansión nos iba a ocurrir algo espeluznante, tan horrendo que era imposible de describir.
         Con todo, habitamos nuestro nuevo hogar llenos de ilusiones; en los primeros días quise contratar albañiles para que se dedicaran a hacer las reparaciones que el lugar necesitaba con urgencia; me extrañó sobremanera que en cuanto les decía dónde iban a laborar, varios de ellos se arrepentían y me recomendaban que buscara a alguien más. Cuando le pregunté a mi mujer a qué se debía eso, me comentó:
         -Aquí todavía tienen muy arraigadas viejas malas costumbres; a mi familia no la aceptan muy bien debido a que siempre tuvimos dinero-. Y añadió despreocupada. –En realidad la gente nos tiene envidia-.
         Tuve a que ir a un lugar más alejado para conseguir trabajadores; al principio la remodelación iba conforme a lo planeado, pero al pasar los días comenzaron a suceder cosas extrañas; la casa se encontraba un poco alejada de las demás casas y mientras en el día yo iba a ver a mis nuevos clientes que había conseguido en los complejos industriales que se encontraban a unos cuantos kilómetros y mi esposa se iba a hacer sus compras de productos que vendía por internet, los albañiles se quedaban prácticamente solos durante el día.
         En varias ocasiones que regresaba yo de mis compromisos laborales, notaba que el semblante de mis empleados lucía preocupado e incluso se veían francamente asustados; traté de no darle importancia al asunto, pero en una ocasión cuando estaba hablando con don José, el jefe de la cuadrilla, éste me comentó:
         -Oiga patrón; ¿Cuánto tiempo tiene viviendo en esta casa?-.
         Yo le contesté distraídamente:
         -Acabamos de llegar; ¿Por qué?-.
         El señor entrado en años, me dijo preocupado:
         -Por los años que llevo en este negocio, sé que todas las casas tienen su historia y está en particular me llama la atención-.
         Le dije confundido por sus palabras:
         -Bueno, esta casa pertenecía a un familiar de mi mujer, por lo que su historia no la conozco-.
         Cuando vi que el albañil guardaba silencio, sentí curiosidad:
         -¿Hay algo más verdad?-.
         El señor se quitó su mugrosa gorra y pasándose la mano por el cabello, dijo incómodo:
         -Lo que pasa es que en esta casa se oyen ruidos-.
         -¿Ruidos; como de qué o qué?-.
         El tipo se veía preocupado, por lo que dijo incómodo:
         -Cuando estamos en el patio, sentimos como si de los cuartos de arriba alguien nos estuviera viendo, pero sabemos que ni usted ni su esposa se encuentran aquí-.
         Contesté tratando de quitarle importancia al asunto:
         -Bueno, esa sensación le da a cualquiera que está en un lugar que no es su casa, ¿Pero qué hay de los ruidos?-.
         El señor dijo seriamente:
         -Cuando hemos estado trabajando dentro de la casa, se escuchan pasos en la parte de arriba; cosas que se caen e incluso en una ocasión uno de mis ayudantes me juró que cuando estaba en la cocina vio pasar una sombra a su lado que hablaba como en otro idioma-. Y finalizó. –Jamás regresó a trabajar; ni siquiera vino por su pago de esa semana-.
         Como ese tema me desagradaba, simplemente dije seriamente:
         -Yo no creo en esas cosas-.
         Y di por terminada la conversación.

         Una semana después de lo acontecido, le indiqué a los albañiles que había que derribar una pared que dividía dos de las habitaciones de la parte superior de la casa, pues quería tener una estancia más grande para convertirla en estudio; ese día no salí pues me dediqué a trabajar desde mi computadora así que me encontraba en la sala cuando a los veinte minutos bajó corriendo el albañil, completamente aterrado:
         -¡Patrón, patrón; venga rápido!-.
         Subí corriendo las escaleras pensando que alguno de sus ayudantes se había accidentado, pero cuando entré a la habitación superior me encontré con que sus dos trabajadores estaban rezando; volteé a ver a don José interrogante y él me explicó a toda prisa:
         -Estábamos tumbando la pared como usted nos ordenó, pero cuando le di un marrazo al muro inmediatamente se cayó completo-. Respiró agitadamente y continuó. –Detrás de esa pared como a cinco centímetros había otra pared que tiene esto-.
         Y señalando hacia enfrente de nosotros contemplé lo que los había asustado.
         La pared que había estado escondida ahora se mostraba frente a mí.
         Lo extraño no era el muro en sí, sino que a todo lo largo y ancho se encontraba llena de símbolos extraños y dibujos que todas luces mostraban imágenes de demonios.
         -¿Pero qué diablos…?-.
         Y antes de que completara la frase, uno de los trabajadores dijo:
         -Exactamente patrón; esto es cosa del Diablo-.
         Completamente confundido, solo atiné a decir:
         -¡Pues entonces también tumben esa pared!-.
         Pero don José, quitándose su gorra, dijo tímidamente:
         -Usted nos disculpará patrón, pero ninguno de nosotros se atrevería a tocar algo así; si quiere nos puede despedir, pero nadie se va a acercar a eso-.
         Contrariado, exclamé:
         -¡Bueno, pues entonces terminen con la demás tareas para los que los contraté y ya veré que hago yo!-.

         Cuando esa noche llegó Clara, le informé de todo lo sucedido y cuando subimos para que le mostrara lo que estaba dibujado en la extraña pared, ella contempló las horrendas figuras por varios minutos, como si la estuviera leyendo; entonces, lanzo un suspiro satisfecha y dijo suavemente:
         -Estas son tonterías que le gustaba hacer a mi tío; no te preocupes por eso ya que, dentro de las costumbres arraigadas de los lugareños, también han dicho que mi familia practicaba la brujería-.
         Yo dije confundido:
         -¿Pero esto lo vamos a dejar así?-.
         Ella tomó una brocha que estaba dentro de un bote de pintura que habían dejado los albañiles y pasándola por la superficie de la pared y dijo:
         -Simplemente hay que pintar y se acabó el problema-.
         Soltó la brocha y salió tranquilamente de la habitación.
         Yo me quedé perplejo.
         Tomé tímidamente la brocha que ella había agarrado y seguí pintando la pared como ella lo había hecho, pensando en su reacción.
         Era posible que como yo siempre había vivido en el centro del país, no conociera la manera de actuar y razonar de la gente de provincia; me incomodaba el hecho de que consideraran a mi mujer una bruja, pero dada su reacción pensé que para ella era algo tan natural ser víctima de chismes de pueblo.
         Seguía cavilando en eso mientras continuaba tapando con pintura los horrendos dibujos de la pared, cuando empecé a prestar más atención a ellos.
         Había algunos que parecían demonios alados, los cuales parecían luchar con otros entes a los que no se les distinguía bien la forma, debido a que varias figuras estaban casi borradas por el paso del tiempo; cuando volteé más arriba me encontré con una especie de formación de estrellas, pero como yo nunca me interesé por la astronomía, no supe de qué se trataba.
         Seguía pintando confundido, pero entonces me di cuenta que cada que pasaba la brocha sobre de la figura de un demonio, parecía como si éste gruñera y cuando la pasaba sobre de los otros seres, sentía como si dentro de mi cabeza escuchara lamentos.
         Cómo me alegré de terminar esa horrenda tarea.

         A partir de ahí las cosas cambiaron por completo.
         Los albañiles terminaron dos semanas antes de lo previsto y cuando le hice el último pago a don José, noté la cara de alivio que mostró al saber que habían terminado; pero antes de que se fuera, me dijo en voz baja:
         “Le recomiendo que en cuanto pueda patrón, mande bendecir la casa”.
         Cuando se lo comenté a mi esposa, ésta dijo con desprecio:
         -Esas son tonterías; no servirá de nada-.
         Como ni ella ni yo somos católicos, deje de insistir en el tema, pero si me sorprendió su molesta reacción.
         Esa era otra de las cosas que me confundían sobremanera.
         La nueva actitud de Clara.
         Al principio cuando nos conocimos, ella era una persona muy alegre; nos gustaba ir a comer, al cine o a cualquier lugar donde nos divirtiéramos. Más adelante, cuando nos casamos y tuvimos a nuestro hijo, me enternecía ver la manera como lo cuidaba; lo bañaba, lo vestía y lo alimentaba como toda madre amorosa lo hace, pero desde que descubrimos las extrañas inscripciones en la pared, su carácter se modificó al punto de que al niño lo seguía atendiendo, pero sin la sonrisa acostumbrada; en cuanto a mí, sentía que se había levantado una barrera entre los dos, pues habíamos perdido la costumbre de charlar por las noches por horas y horas y en la actualidad solo me hablaba cuando necesitaba algo. Cuando la cuestioné acerca de su actitud, simplemente me respondía:
         “No lo entenderías”.
         Todo eso me volvía loco.
         Pero lo peor estaba por llegar.

         Un par de noches después de que se fueron los trabajadores, acosté a Junior en su cama sintiéndolo especialmente inquieto; cuando por fin pude hacerlo dormir, me retiré a nuestra recámara para comprobar que Clara ya se había dormido, por lo que apagué la luz y traté de hacer lo mismo.
         Después de varias horas de dar vueltas en la cama comprobé que me era imposible conciliar el sueño; sentía como si la inquietud del niño se me hubiera contagiado pues me sentía extrañamente angustiado. Voltee a ver el reloj que tengo en mi buro y vi que iban a dar las tres de la mañana y cuando estaba a punto de cerrar los ojos para intentar dormir, fue cuando lo escuché.
         El grito más aterrador que ser humano alguno haya oído.
         ¡Aaaayyyy, mis hijossssss…!
         Los cabellos de mi nuca se me erizaron hasta el punto que pensé que se habían convertido en alambres; con la boca completamente seca, me incorporé y desperté a mi esposa:
         -¡Clara, Clara!, ¿Escuchaste eso?-.
         Ella, sin abrir los ojos contestó enojada:
         -¡Déjame dormir y no me molestes!-.
         Pensé que tal vez me había imaginado lo que acababa de escuchar, cuando se volvió a oír lo mismo:
         ¡Aaaayyyy, mis hijossssss…!
         Lo más aterrador era que el primer grito lo había escuchado en la lejanía, pero éste último sentía que había salido de la entrada de mi casa; desesperadamente moví a Clara para decirle:
         -¡Otra vez, otra vez! Estoy seguro que también lo escuchaste-.
         Ella se incorporó y desesperada dijo:
         -¿Escuchar qué?-.
         Dije asustado:
         -¡Eso que se oye!-.
         Ella suspiró fastidiada y contestó de mala gana:
         -Mira, tú estás acostumbrado a los ruidos de la ciudad, pero aquí en el campo se oyen muchas cosas que, al no saber que son, se imagina uno tonterías-.
         Repliqué:
         -¿Pero entonces esto qué es?-.
         Clara se dio la media vuelta dándome la espalda y terminó la conversación diciendo:
         -¡No lo sé!, lo más seguro es que es un perro que aúlla-.
         Ya no quise insistir más.
         Me pase lo que restaba de la noche en vela, pues era imposible dormir después de lo que había experimentado; conocía la historia de la Llorona y me preguntaba si eso era lo que había escuchado o que alguien quien no tenía nada que hacer, se dedicaba a espantar a los vecinos gritando en mitad de la noche.
         Miles de preguntas inundaban mi cerebro.
         Pero entre todas sobresalía una:
         ¿Por qué Clara no me preguntó lo que había escuchado?

         Como sabía que con mi mujer no iba a encontrar las respuestas que buscaba, me dediqué a buscar información en internet; había infinidad de versiones acerca de la Llorona, muchas de las cuales francamente sonaban inverosímiles, si es que en ese tema se puede utilizar esa palabra; pero cuando pensé que todo era producto de viejas leyendas entré a una página que se veía más seria que las demás pues había sido creada por personas que afirmaban contar entre sus colaboradores a psicólogos, sociólogos, historiadores e incluso ingenieros que aseguraban haber inventado aparatos que podían captar energía que no provenía de ningún ser vivo. Pensé que ahí encontraría información relevante hasta que abrí un artículo que hablaba precisamente de la Llorona, y fue cuando la sangre se me heló en las venas al leer un párrafo que decía:
         “...al igual que las brujas, la Llorona ronda lugares donde hay niños pequeños, pues al confundirlos con sus propios hijos, busca apoderarse de sus pequeñas almas; desgraciadamente, a diferencia de las brujas quienes pueden ser ahuyentadas poniendo una cubeta de agua en la puerta o unas tijeras abiertas debajo de la almohada del pequeño, en el caso de la Llorona no hemos podido encontrar información verificable para saber cómo evitar su cometido…”
         Me quedé impactado.
         ¿Es que acaso Junior estaba en peligro?
         ¿La Llorona rondaba mi casa pues quería llevarse su alma inocente?
         Claro que siempre existía una lógica opción:
         Todo era producto de mi imaginación.
         Pero el tiempo se encargaría de desmentirme.

         A la tarde siguiente, contento con la idea de que todo lo que había vivido era efectivamente producto de mi imaginación, tal vez alimentada por el aspecto no muy agradable de mi nueva casa, así como el hecho de vivir entre gente supersticiosa, salí de una de las empresas a donde había ido a dar mantenimiento a sus computadoras
Subí a mi coche contento con haber terminado mi trabajo por lo que hasta encendí la radio para escuchar un poco de música; llegué a las últimas viviendas del caserío que colindaba con mi casa desde donde seguía un camino despoblado de aproximadamente un kilómetro de distancia el cual, al no tener casas a las orillas, se encontraba sin pavimentar. La noche ya estaba casi cayendo por lo que puse las luces altas de mi coche para guiarme mejor, pero entonces el vehículo se comenzó a jalonear hasta que se detuvo por completo. Me sentí extrañado pues mi coche era de modelo reciente y siempre trataba de llevarlo al servicio correspondiente por lo que no sabía que le había pasado; cuando cavilaba en esto me di cuenta que también el radio comenzó a comportarse de manera extraña, pues la señal de la música se había ido y solo se escuchaba una estática que cuando quise sintonizar otra estación el mismo ruido se amplió, de tal manera que entre lo que se escuchaba, creía yo percibir una especie de susurros humanos. Decidí mejor apagarlo.
Como entre mis aptitudes no se encuentra la de la mecánica, preferí mejor descender del coche y caminar hasta llegar a mi hogar; después de todo, así descompuesto, era difícil que alguien pensara en robarlo.
Cuando cerré las puertas del coche, sentí como me invadía una fría ráfaga de viento helado lo cual me extrañó pues todavía no comenzaban los fríos de fin de año; aun así, me cerré la chamarra y como no había alumbrado público que iluminara el camino, saqué la lámpara que siempre cargo en la guantera y encendiéndola, comencé a caminar.
Me asombró el silencio que se sentía en el lugar, pues solo escuchaba mis pisadas sobre de la tierra suelta, así como solo alcanzaba a ver unos tres metros delante de mí pues mi lámpara era muy pequeña; trataba de pensar en cosas agradables, intentando bloquear los recuerdos de mis últimas experiencias, pues no quería sugestionarme y dejar que el miedo me invadiera.
Comencé a pensar en Junior y como me gustaba jugar con él, contemplarlo cuando dormía y cosas así; incluso sonreí al pensar en la tontería de que existiera un ente tan malvado que quisiera hacerle daño, así fuera de este mundo o de fuera de él.
Pero cuando me sentía más tranquilo y relajado, levanté el haz de luz de mi linterna para alumbrar hacia adelante y vi una figura moverse en el camino.
El mido comenzó apoderarse de mí, pero aun así traté de comportarme como un adulto y aceleré un poco el paso para comenzar a distinguir lo que habían visto mis ojos; cuando alcancé dicha figura no sé si con alivio o con terror pude darme cuenta que era una mujer la que caminaba delante de mí.
Cuando casi llegaba a su lado vi que la mujer se encontraba vestida con una especie de camisón largo, completamente blanco, mientras que su largo cabello negro le caía por toda su espalda, pero lo más llamativo era que caminaba con una suavidad que parecía que sus pies no tocaban el piso; intenté alumbrar hacía abajo y vi con espanto que a diferencia de mis propios zapatos que se encontraban llenos de polvo, sus pies descalzos así como su túnica estaban impecables, como si la misma tierra tuviera temor de atreverse a tocar a dicha persona.
Sabía que muchas mujeres de los alrededores todavía acostumbraban usar vestidos típicos de la región, pero si bien los suyos también eran blancos, éstos se encontraban adornados con alegres figuras de colores llamativos; llegué a pensar en acercarme y saludar a la mujer, pues después de todo era el único sr vivo que se encontraba cerca de mí por lo que sería agradable tener compañía en esas circunstancias, pero cuando comencé a acercarme me detuvo algo que noté:
Toda su ropa estaba completamente mojada.
De golpe llegaron a mi cerebro todas las cosas que había leído de la Llorona; que había ahogado a sus hijos y que siempre se aparecía cerca de lugares donde hay agua; recordé que cerca de mi casa se encontraba un viejo pozo al que los nativos de las poblaciones vecinas no se atrevían a sacar agua; recordé también las cosas extrañas que acababa de vivir en los últimos días por lo que incluso pensé en darme la media vuelta y regresar al refugio de mi carro, pero entonces me llegó la idea de que si ella iba en la misma dirección que la mía, también podía dirigirse hacia mi casa, por lo que pensando en mi hijo aceleré el paso a fin de rebasar a la extraña figura que me acompañaba por el camino.
Pasé junto a ella como a medio metro de distancia sin decir una sola palabra mientras ella también seguía caminando en silencio; mi mente lógica me decía que no había nada que temer y que me encontraba en compañía de una persona normal, pero mi corazón solo repetía las palabras:
“No voltees, no voltees”.
Decidí escuchar a éste último, por lo que cuando rebasé al ente comencé a sentirme aliviado, pero fue cuando escuché:
         ¡Aaaayyyy, mis hijossssss…!
         Sentí como si el corazón se me hubiera detenido por unos instantes interminables y cuando comenzó a latir de nuevo, lo hizo a una velocidad tan desaforada que lo único que atiné a hacer fue echarme a correr desesperadamente; llevaba la boca abierta por lo que sentía como el gélido viento entraba en mis pulmones y me lastimaba la garganta impidiéndome respirar de manera normal, pero mis quijadas se negaban a cerrarse pues lo único que escuchaba dentro de mi cabeza era:
         “¡Corre; corre lo más rápido que puedas!”.
         Después de avanzar un par de cientos de metros y cuando creía que ya me había alejado lo suficiente, escuché una vez más el infernal lamento:
         ¡Aaaayyyy, mis hijossssss…!
         Lo más pavoroso de todo es que esté último grito lo escuché exactamente detrás de mi cabeza como si el espectro corriera a la misma velocidad que yo.
         Haciendo un esfuerzo sobrehumano aceleré mi carrera y cuando alcancé a ver la lámpara que alumbraba tímidamente la entrada de mi casa pensé que ahí podía estar a salvo; cuando me acercaba a la reja no pensé en sacar la llave para abrir sino que aprovechando la velocidad de mi carrera me arrojé sobre de la barda para brincarla violentamente y caer del otro lado, sobre de los rosales que habíamos plantado en el jardín; rodé una par de metros para incorporarme rápidamente y dirigirme hacia la puerta de mi casa. Intenté sacar mis llaves, pero el temblor que se había apoderado de mis manos lo hacía imposible; cuando finalmente pude tomar la llave con firmeza abrí la puerta violentamente pero cuando me di la media vuelta para cerrarla alcancé a ver a la Llorona que se encontraba frente a la reja de mi casa.
         Fue más de lo que pude soportar y me desmayé.
         Aproximadamente una hora después desperté en el suelo al escuchar que mi esposa llegaba a la casa cargando a Junior; lancé un suspiro de alivio al darme cuenta que no les había pasado nada y tratando de poner mi mejor cara les di la bienvenida.
         Si Clara notó algo raro en mi semblante, no dijo nada.

         Al otro día fui a un mercado que se instalaba en las calles del poblado vecino para comprar las provisiones necesarias para la comida, mientras cavilaba en lo sucedido la noche anterior.
         Desgraciadamente mis pensamientos no eran nada positivos pues me daba cuenta que efectivamente, la Llorona rondaba mi casa.
         Quería apoderarse del alma de Junior.
         Y no estaba dispuesto a permitírselo.
         Cuando reflexionaba en ello, me percaté que había un puesto donde se exhibían figuras extrañas y un sinfín de hierbas desconocidas para mí; me acerqué y señalando una figura al azar le pregunté a la señora que atendía el puesto y le pregunté:
         -¿Esta figura es de adorno o tiene un propósito?-.
         La señora me dijo muy seriamente:
         -Sirve para proteger a las personas del mal de ojo-.
         A estas alturas nada me parecía inverosímil y al ver que no decía nada, la señora me dijo amablemente:
         -¿Cómo que anda buscando patrón?-.
         Contesté tímidamente:
         -Algo que aleje a los malos espíritus y espectros-.
         La señora, casi una anciana se me quedó viendo fijamente como si quisiera penetrar en mis pensamientos y me dijo:
         -Usted tiene un niño chiquito ¿Verdad?-.
         Repliqué sorprendido:
         -¿Cómo lo sabe?-.
         Con una voz llena de sabiduría me explicó:
         -Porque las almas de los niños son las más buscadas por los demonios debido a su inocencia-.
         Me quedé petrificado al confirmar mis sospechas, pero antes de que dijera algo, la señora me dijo confiadamente:
         -No se preocupe patrón, yo le voy a dar algo que le va a servir de mucho-.
         Y tomando una pulsera adornada con objetos extraños, me la dio y dijo:
         -Esta pulsera ya está curada, pues se hizo mediante un rito que solo algunas personas conocemos; tiene símbolos que alejan a los malos espíritus y el ojo disecado de un venado que va a proteger a su hijo-.
         Se me hizo grotesco ponerle a Junior un objeto que tenía la parte muerta de un animal, pero me encontraba tan asustado que tomé la pulsera e inmediatamente la pagué, pero cuando me iba a dar la media vuelta, la señora me dijo con una sonrisa:
         -No se preocupe patrón; encomiéndese a Dios y verá que todo va a salir bien-.
         Le di las gracias y me alejé del lugar.
         Cuando llegué a mi casa fui a donde estaba mi hijo y le puse la pulsera en su pequeña manita e inmediatamente sentí como si de vedad un halo de protección comenzara a cubrir a mi pequeño, por lo que me sentí reconfortado.
         Cosa muy diferente de Clara.
         Cuando llegó quiso cargar a Junior, pero cuando vio su pulsera, comenzó a gritar:
         -¿Pero qué tontería es esta? ¿Por qué le pusiste esto a nuestro hijo?-.
         Le contesté confundido por su reacción:
         -No tiene nada de malo, es para su protección-.
         Pero ella insistió:
         -¡Estas son solo tonterías que la gente de aquí todavía cree; yo no estoy dispuesta a que mi hijo se contagie de esas supercherías!-.
         Para no entrar en conflicto, repliqué:
         -Bueno, si no te grada entonces quítasela-.
         Ella pareció dudar un momento y dijo:
         -Tú se la pusiste, tú se la quitas-.
         Completamente extrañado, le quité la pulsera al niño y la arrojé en un plato de cerámica que teníamos de adorno en la mesa de la sala; Clara vio el objeto con repugnancia y volteando a ver a la chimenea la cual teníamos encendida y tomando la pulsera con todo y plato la arrojó al fuego.
         Antes de que yo pudiera decir algo, tomó a Junior entre sus brazos, pero antes de que se fuera, repliqué:
         -Cosas muy extrañas han estado sucediendo últimamente que ya ni sé que está pasando; por eso fue que se me ocurrió hacer esto-.
         Ella, dándose la media vuelta, simplemente dijo con voz seria:
         -No te preocupes; todo está a punto de terminar-.
         Y se fue con nuestro hijo dejándome solo.

         Mi mente se sumergía cada vez más en el caos y ya no sabía que pensar.
         Me encontraba en medio de una situación que no alcanzaba a comprender; sentía que me enfrentaba a algo que no tenía ni idea de que era; fantasmas, almas, embrujos y demás cosas que jamás había conocido. Por el otro lado estaba la actitud de Clara, quien había cambiado por completo y a quien sentía que cada vez conocía menos, como si fuera otra persona distinta a la chica alegre y romántica con la que me casé.
         ¿Qué había querido decir con sus últimas palabras?
         ¿Acaso sabía algo que no me quería decir?
         Durante los siguientes tres días, en cuanto tenía algo de tiempo en mi trabajo, me dedicaba a seguir buscando información al respecto en internet, sin encontrar algo que me pudiera servir en la situación actual.
         Al cuarto día mientras vagaba desesperado por no encontrar respuestas, abrí una página que solo contenía imágenes de demonios y seres del inframundo y cuando estuve a punto de cerrarla vi un dibujo que me llamó la atención; era un grupo de estrellas en el cielo que debajo tenía la frase:
         “Formación del Dios Nergal”.
         Algo dentro de mí me decía que ahí había algo, pero no atinaba a saber qué.
         Hasta que la idea llegó a mi cerebro:
         ¡Yo ya conocía esa imagen!
         ¡Esta dibujada en la pared de mi casa que los albañiles no quisieron derribar!
         Comencé a buscar desaforadamente toda la información que pude recopilar, hasta que fui a dar con un blog de unas personas que decían ser estudiosos de lo esotérico y comencé a leer:
         “…se llama la formación del Dios Nergal a la posición que tienen un conjunto de estrellas que se agrupan de cierta manera cada cuarenta años; esto es, cada generación tiene que sufrir por ella. ¿Por qué? Porque cuando las estrellas se alinean de esa forma se abre un portal al inframundo por lo que muchos seres malignos tienen el poder de atravesar dicho portal mediante invocaciones de sus seguidores a fin de apoderarse de las almas de los más vulnerables, o sea, los niños pequeños…”
         Sentía como un sudor frío comenzaba a bajar por el cuello cuando seguí leyendo:
         “…afortunadamente, existen grupos de sectas que se dedican a combatir a dichos demonios para frenar su entrada a nuestro mundo los cuales se hacen llamar los Hijos de la Diosa Ereshkigal; sus cargos se heredan de padres a hijos y especialmente a las hijas, de las cuales hasta donde se ha sabido, existen desde tiempos remotos, incluso antes de la era de Cristo…”
         ¡Ahora todo estaba claro para mí!
         ¡Clara pertenecía a la secta de Ereshkigal e iba a combatir a la Llorona para evitar que se llevara el alma de nuestro pequeño hijo!
         ¿Cómo podía haber estado tan ciego y dudar de mi propia esposa cuando ella lo único que quería era llevar a cabo su misión para la cual la habían entrenado?
         Ella ya sabía la batalla que se le venía encima pues por eso me dijo que todo estaba a punto de acabar.
         ¿Pero cuando?
         Busqué más información acerca de la formación de Nergal y fue cuando el alma se me cayó a los pies.
         Esa conjunción de estrellas se formaba esta misma noche.
         Empecé a recordar la última platica que tuve con ella en la cual le dije que tenía que terminar con lo que estaba haciendo y que probablemente me tenía que quedar hasta tarde; ella insistió en que tomara todo el tiempo que considerara necesario y cuando le pregunté el porqué, simplemente me dijo:
         “Lo sabrás cuando regreses”.
         El desenlace del enfrentamiento entre el bien y el mal iba a culminar hoy mismo.
         Mi mente se inundaba de imágenes y pensamientos hasta el punto en que ya no reconocía ni mi propio nombre.
         ¿Iba a dejar a mi mujer sola en su lucha contra los seres malignos?
         No; si me había casado con ella era para estar en las buenas y en las malas por lo que haría todo lo posible para defender a mi esposa y a mi hijo.
         Me levanté rápidamente dejando mi computadora encendida y tomando mi chamarra salí a toda prisa del lugar.
         Aunque tal vez lo mejor hubiera sido haber leído el artículo completo.

         Subí a mi coche mientras sentía como el corazón me latía desbocadamente; en cuanto lo encendí aceleré a fondo desesperado por rebasar a los coches que se me atravesaban en el camino, pues notaba que ya estaba oscureciendo. En realidad, no sabía dónde se iba a dar la batalla, solo rezaba con que fuera en mi propia casa.
         Mi corazón me decía que así sería.
         Esperaba impaciente que cambiase la señal de alto hasta que no pude más y metiéndome a la cuneta del camino volví a acelerar para poder cruzar la avenida y sin saber de dónde me encontré con el costado de un tráiler contra el cual me estrellé; me arrastró unos cuantos metros hasta que el chofer frenó y mi coche semidestrozado quedó a media calle. Aturdido por el golpe, comencé a salir por la ventanilla de mi vehículo mientras la gente se arremolinaba a mi alrededor; algunas gotas de sangre me escurrían por la cara al recibir el impacto del parabrisas, pero eso no me importaba pues comenzaba a sospechar que las fuerzas del mal intentaban ponerme obstáculos para que no llegara al lugar de la pelea entre el bien y el mal.
         Nada me iba a impedir llegar; me sentía tan decidido que ni siquiera la muerte me iba a detener; volteé a ver a una señora que salió de una camioneta y le dije:
         -¡Deme las llaves de su coche!-.
         La señora me vio con una cara de espanto que simplemente obedeció; me subí al vehículo y una vez más aceleré y cuando llegué al camino que separaba al poblado de mi casa recordé que ahí fue donde me encontré a las Llorona unas noches atrás, pero como sabía que lo más probable era que ya hubiera llegado a mi hogar, de momento podía conducir sin peligro. Estuve a punto de chocar con los árboles de las orillas debido a los hoyos que tenía la senda, pero recuperando el control pude finalmente legar a la mansión.
         Apagué el motor intentando escuchar algo, pero no se oía nada; di algunas respiraciones profundas para calmarme, pues en el estado en que me encontraba no iba a servir de mucho. Bajé silenciosamente de la camioneta y me acerqué a la reja, pero preferí brincarme la barda para no hacer ruido y me acerqué con sigilo a la puerta de la casa; pegué mi oído a la madera y escuché unos susurrantes rezos por lo que otra vez la furia se apoderó de mí y con todas mis fuerzas me arrojé sobre la puerta para abrirla violentamente.
         Nunca pensé encontrar lo que vi.
         Mi hijo estaba acostado en medio de la sala sobre de una manta roja, mientras mi esposa, vestida completamente de negro y portando unos collares de figuras extrañas, atizaba el fuego de la chimenea; cuando me vio, con cara de auténtica sorpresa me dijo enfurecida:
         -¿Qué estás haciendo aquí?-.
         Dije decididamente:
         -Vine a salvar a mi hijo de la Llorona-.
         Ella guardó silencio por unos instantes en los que emitió una ligera sonrisa y entonces exclamó:
         -No sabes en lo que te estás metiendo-.
         Me acerqué a ella y tomándola de las manos, le dije:
         -Estaremos juntos en esto-.
         Clara iba a decir algo más, pero en eso, algo nos hizo voltear a la entrada de la casa.
         La Llorona había entrado.
         Las luces principales de la casa estaban apagadas, pues mi mujer solo tenía prendidas algunas velas las cuales, junto con el fuego de la chimenea, no hacían más que darle un aspecto más terrorífico al fantasma que había llegado.
         Con el terror que me había paralizado, simplemente contemplé a la Llorona.
         Traía el vestido largo blanco con el que la había visto en la anterior ocasión; el pelo largo y negro la caía sobre la cara impidiéndome ver sus facciones y cuando volteé hacia el piso vi con espanto que su cuerpo escurría agua, la cual se esparcía por la alfombra donde estaba parada.
         Sentí temor pues no sabía si los conocimientos esotéricos que tuviera mi esposa pudieran ser suficientes para combatirla.
         Aun así, yo estaba dispuesto a hacer lo que fuera para salir victoriosos en la batalla contra las fuerzas del mal.
         En realidad, no sabía que tenía que hacer por lo que el alma se me cayó al suelo cuando vi que la Llorona comenzó a caminar hacia nosotros.
         Pero antes de que pudiera reaccionar, Clara se soltó de mis manos y gritó:
         -¡Este niño me pertenece!-.
         Y empujándome precipitadamente se arrojó sobre del maléfico visitante.
         Jamás había visto tal grado de furia en el rostro de mi esposa y más me sorprendió cuando tomo a la Llorona de los brazos, quien también levantó los suyos y comenzaron a forcejear.
         Estaba petrificado del horror, por lo que lo único que pude hacer fue contemplar la pelea.
         Ambas se lanzaban manotazos que no hacían ningún daño a quien los recibiera, mientras yo escuchaba con horror los gruñidos, así como palabras ininteligibles que lanzaban las dos.
         En eso, Junior comenzó a llorar con un llanto que evidentemente mostraba miedo, por lo que fue cuando reaccioné.
         Me lancé sobre de la Llorona, quien simplemente me lanzó un manotazo con la mano izquierda que me arrojo a unos tres metros de distancia; mi sorprendido cuerpo golpeo violentamente con la pesada vitrina que teníamos junto a la pared, la cual, al recibir el golpe, se comenzó a tambalear, por lo que intenté moverme para que no me cayera encima; aun así, cuando cayó alcanzó a aprisionarme mis pies, provocándome un fuerte grito de dolor.
         Intenté sacar mis extremidades inferiores, pero era inútil, pues el golpe me había dejado sin fuerzas así que tendido boca abajo en el piso contemplando sorprendido la extraña batalla que se estaba librando frente a mí.
         Ambas tenían toda la ropa desgarrada, así como mi esposa la cara llena de arañazos, de los cuales escurrían delgados hilos de sangre; seguían forcejeando una contra la a otra y de los empujones que se propinaban, chocaban con los muebles de la casa los cuales en medio de un escandaloso estruendo se rompían en miles de pedazos.
         Me sentía fascinado, si es que se puede utilizar esa palabra en las presentes circunstancias, de la fuerza y la furia que mostraban las contrincantes; de hecho, la que más me asombró fue Clara, pues jamás le había visto un semblante tan colérico en su cara.
         Era como si se hubiera transformado en otra persona, pues incluso ella también tenía un aspecto tan siniestro que consideraba que tenía muchas posibilidades de ganar la batalla.
         Pero la situación dio un vuelco desesperado.
         Volteé a ver a mi pequeño hijo quien lloraba desesperado en el piso y cuando volví mi mirada a la pelea que se desarrollaba delante de mí, noté con satisfacción que mientras mi esposa recitaba conjuros en lenguas extrañas, la fuerza de la Llorona iba bajando de intensidad; su debilidad fue tan manifiesta que Clara le dio un empujón tan fuerte que el cuerpo del espectro golpeó contra el pilar que estaba junto a la chimenea quedando inclinada a punto de caer exactamente frente al fuego.
         Mi esposa emitió una risa maquiavélica y dijo triunfante:
         -¡Esto se acaba ahora!-.
         Y se echó a correr en contra de la Llorona para empujarla hacia dentro de la chimenea, pero en el último momento y con una diabólica rapidez, el fantasma tomó el impulso de mi mujer para darle la media vuelta y arrojarla al fuego.
         Yo simplemente grité:
         -¡Nooo!-.
         Mientras lágrimas de infinita tristeza comenzaban a bañar mi rostro, escuchaba sin poder hacer nada los gritos de dolor de Clara quien era consumida por el fuego que comenzó a salir de la chimenea, amenazando con expandirse por toda la estancia; luces de colores salían de entre las llamas violentamente hasta que en un par de minutos todo el fuego se consumió, dejando la casa casi en penumbras.
         La Llorona, quien no se había movido mientras todo eso había sucedido, ahora caminó hacia Junior e inclinándose lo cargó entre sus brazos.
         El niño dejó de llorar.
         En medio de mis gemidos, solo suplicaba:
         -¡No; no lo lastimes!-.
         El fantasma volteó a verme e hizo un ademán con la mano que provocó que la vitrina se levantara; con mucho sufrimiento de mi parte intenté levantarme, pero no pude, por lo que solo me quedé hincado, viendo como la Llorona abrazaba fuertemente al infante.
         Solo atiné a decir:
         -¡Por favor, no le hagas daño!-.
         Fue cuando la Llorona habló:
         -No vengo a hacerle daño-.
         Me quedé petrificado.
         Y más cuando se acercó a mí y depositó a mi hijo entre mis brazos.
         No podía emitir sonido alguno, así que solo abracé desesperadamente a Junior mientras contemplaba al extraño ser que estaba de pie frente a nosotros.
         La Llorona se levantó suavemente el cabello que le cubría su rostro, permitiéndome ver su cara.
         Era de color pálido con una suave belleza empañada por una mirada de profunda tristeza; ambos nos observamos unos segundos, has que lleno de miedo pregunté:
         -¿Entonces qué haces aquí; no vienes a llevarte el alma de los niños?-.
         Ella lanzó un suspiro de cansancio y dijo:
         -Eso es lo que todos creen, pero están equivocados-.
         Y comenzó su relato:
         “Yo estaba casada con un rico y poderoso hacendado al cual le di dos hermosos hijos, pero él se enamoró de una mujer perversa, la cual practicaba la magia negra; cuando yo me enteré se lo dije a mi esposo, pero él ya se encontraba bajo su maléfico poder. Después, supe que esa mujer me quería quitar a mi marido para llevárselo junto con mis hijos, los cuales pensaba sacrificar en una ceremonia y ofrecérselos al Príncipe de las Tinieblas…”
         Hizo una mueca de infinito dolor y continuó:
         “No estaba dispuesta a permitir que ese fuera el destino de mis hijos, por lo que me los llevé al rio y los ahogué; inmediatamente después me arroje yo también a las aguas pues sabía que lo que había hecho estaba mal”
         Comenzó a llorar y finalizó:
         “Pero cuando llegué frente al Altísimo, Él me dijo que el amor era lo que me había empujado a hacer lo que hice, por lo que tenía derecho a entrar al Cielo, pero yo me negué; le pedí permiso para seguir en este mundo”
         Como guardó silencio unos instantes, le pregunté:
         -¿Entonces qué fue lo que pasó aquí?-.
         Ella guardo silencio unos instantes y contestó:
         -Tu esposa era una bruja y pensaba ofrecer en sacrificio a tu hijo-.
         Me quedé con la boca abierta y cuando iba a reclamar, comencé a pensar en su actitud desde que todo este horrible episodio había comenzado; su incredulidad acerca de los ruidos y apariciones que yo había experimentado; la frialdad con la que había comenzado a tratarme; la indiferencia que mostraba hacia Junior y finalmente, el hecho de que no quiso tocar el amuleto que yo le había comprado a mi hijo.
         Volví a llorar mientras abrazaba a Junior amorosamente.
         La Llorona guardó un respetuoso silencio para que yo me desahogara; cuando comencé a calmarme, levanté mi llorosa mirada y le dije con admiración:
         -Sacrificaste tu descanso eterno para venir a salvar a los niños que están en peligro ¿Verdad?-.
         Ella se acercó y paso un dedo que se veía como el de una persona que ha pasado mucho tiempo debajo del agua por la mejilla de mi pequeño, el cual emitió un sonido de satisfacción y entonces me dijo suavemente:
         -Así como tu hijo-.
         Mirándola directamente a sus melancólicos ojos, le dije con admiración:
         -Ese es el mejor sacrificio que puede hacer una verdadera madre-.
         Ella sonrió tímidamente, pero en eso algo se me ocurrió:
         -¿Entonces tu grito no es para asustar sino por tu preocupación por los niños que están en peligro?-.
         Ella dijo seriamente:
         -Es para advertir a los servidores del mal que los estoy vigilando, pero con el paso del tiempo la gente ha comenzado a inventar historias acerca de mí y no se dan cuenta que estoy para ayudarlos-.
         Bajé la mirada, avergonzado de pertenecer a las personas que, sin saber la realidad, se dedican a esparcir rumores afectando incluso a los seres que ya no habitan nuestro mundo.
         Levanté la cabeza para agradecerle lo que había hecho por mi hijo, pero ya era tarde.
         La Llorona se había ido.

         Después del horror que experimentamos Junior y yo, tome todas nuestras cosas y abandonamos la casa para irnos a vivir lejos de ese horrendo lugar a fin de comenzar una nueva vida ay olvidarnos de esos malignos recuerdos.
         Lo que si tengo muy presente es que cuando regresé a la empresa donde estaba trabajando en esos días para recoger mi computadora, me di cuenta que la había dejado encendida mostrando la página que me había llevado a comprender parte de lo que había vivido.
         Antes de apagar la máquina, terminé de revisar el artículo y casi me caigo de espaldas al leer lo siguiente:
         “…desgraciadamente, algunas mujeres pertenecientes a estos grupos han caído bajo el influjo de Nergal, quien se dedica a seducirlas para convertirlas en sus adeptas; lo más preocupante de todo, es que el dios les exige cono prueba de lealtad el sacrificio de sus propios hijos…”
         Comencé a sentir escalofríos al darme cuenta del peligro tan grande que había corrido mi pequeño hijo.
         Todo eso intenté dejarlo atrás al mudarnos; a él solo le he dicho que su mamá falleció en un desgraciado accidente con la chimenea de la casa y cada aniversario de su muerte, le permito poner un ramo de flores frente a una fotografía de ella que tenemos exhibida en una vitrina en nuestra nueva casa.
         Jamás le contaré la verdad de lo que ocurrió, pues como dijo alguien muy sabio:

         “En esta vida hay cosas que es mejor ignorar”.