domingo, 12 de abril de 2020

VOCES EN LAS PAREDES



         Magda se sentía extremadamente contenta; finalmente habían podido comprar la casa de sus sueños.
         Era un esfuerzo que, junto con su esposo Rodrigo, había anhelado desde que se casaron, doce años atrás; decidieron dedicar sus recursos económicos primero a tener familia, por lo que en la actualidad tenían dos niños, Mateo de diez años y Juanito de siete. No se arrepentían, pues desde que se comprometieron para casarse, así lo habían planeado, por lo que se volvieron locos de contentos al anunciarle Magda a su esposo que estaba embarazada; ella tuvo que dejar de trabajar, mientras que Rodrigo se buscó un empleo más redituable para hacerle frente a los gastos que siempre conlleva agrandar la familia.
         Al principio sufrieron un poco para ajustarse a su nuevo presupuesto, pero todo eso perdía importancia al ver la alegría que demostraba el pequeño durante sus primeros años de vida; una vez que se fueron adaptando a la nueva situación, tuvieron su segundo hijo a fin de cumplir con sus planes de vida.
         Después del nacimiento de Juanito, la señora se dedicó a elaborar pasteles, biscochos y demás antojos que había aprendido en unas clases de alta repostería que cursó cuando era soltera; se le daba bien la cocina por lo que sabía que, de esa manera, tenían más oportunidad de ahorrar a fin de comprarse un hogar propio.
         Y finalmente lo habían conseguido.
         Resulta que un amigo del trabajo de Rodrigo lo recomendó con un primo que vivía en el norte del país, por lo que aquel, después de consultarlo con Magda, había cerrado el trato para comprar la vivienda; a la pareja de primera instancia no les agradaba mucho la idea de irse a vivir a provincia después de haber estado en la capital del país durante toda su vida, pero tomando en cuenta el precio, decidieron cambiar de residencia, por lo que Rodrigo tramitó su cambio a la sucursal que su empresa tenía por esos rumbos y empacaron sus maletas rumbo a su nueva aventura. Magda por su parte, ya había hecho una buena clientela para sus pasteles, pero confiaba en su buena mano para la cocina, por lo que sabía que a donde llegara, en cuanto promocionara sus productos, no iba a tener problemas.
         Los cuatro llegaron con las ilusiones que tiene toda familia al saber que poseen una casa propia, por lo que no les molestó que ésta necesitara un sinfín de reparaciones, pues debido a que el anterior dueño había dejado de habitarla hacía varios años, estaba descuidada; lo que si les llamó la atención al cerrar el trato fue la cara de alivio del anterior propietario, pero se lo atribuyeron a que finalmente había podido vender su casa y así disfrutar del dinero producto de la venta.
         Que equivocados estaban.

         La casa se encontraba un poco alejada de una colonia habitada por familias de clase media; el centro de trabajo de Rodrigo estaba como a treinta minutos y la escuela para los niños se ubicaba a un par de colonias, lo cual significaba que en términos generales, estaban en una buena ubicación, por lo que en cuanto terminaron de instalarse y que a Rodrigo se le terminaron los días de permiso que había solicitado para mudarse, éste se fue a trabajar a su nueva empresa; los niños comenzaron a asistir a la escuela pues su papá los podía llevar por las mañanas mientras Magda los recogería a la salida en un pequeño coche que se había comprado para hacer las entregas de sus pasteles. Una vez que se quedó sola la primera mañana de clases, comenzó a elaborar sus ricos postres y una vez que hizo una cantidad respetable de ellos, se encaminó a la colonia cercana a fin de ofrecerlos; la gente la veía con desconfianza y más de uno levantó las cejas sorprendido cuando la joven señora les decía donde vivía, pero en cuanto probaban las ricas golosinas que Magda llevaba  de muestra, se olvidaban de todo y comenzaban a comprarle su producto, así como a encargarle pasteles para cumpleaños y celebraciones diversas, independientemente de que dos panaderías de otras colonias le hicieron encargos más grandes para revender los pasteles en sus negocios.
         Todo lo anterior le vino de perlas al matrimonio, pues prácticamente todo el sueldo de Rodrigo, así como las ganancias de Magda se iban en comprar material para las reparaciones que tan urgentemente necesitaba su nueva casa. Para ahorrar lo más que pudieran, decidieron ellos mismo encargarse de dichos arreglos, pues mientras Rodrigo, quien sabía un poco de albañilería hacía algunos pequeños resanes, Magda y sus hijos se dedicaban a pintar las paredes de la vivienda; incluso Juanito quien, por su corta edad, no era muy cuidadoso con la brocha, trataba de contribuir, para terminar siempre bañado de pintura, provocando las risas de todos.
         Para todos, esos fueron días de mucha felicidad.
         La cual desgraciadamente no duró mucho, pues la casa, al igual que las personas, guardaba “esqueletos en el armario”.
         De forma literal.

         La primera señal de que algo no andaba bien la recibió Magda en una ocasión que fue a entregar un pastel a una vecina; después de salir de la casa de su clienta y antes de subirse a su pequeño coche, se dio cuenta que a unos metros una anciana se le quedaba viendo entre asustada y curiosa por lo que pensando que su fama como buena repostera estaba creciendo, la joven se acercó a la extraña persona y le dijo:
         -Hola, buenos días, me llamo Magda. ¿Usted es de por aquí?-.
         La anciana, sin regresar el saludo, le preguntó:
         -¿Usted es la señora que vive en la gran casa vieja?-.
         Magda, sin perder la sonrisa, contestó:
         -¿La casa vieja?-.
         La envejecida mujer le dijo:
         -Es que así es como conocemos a la casa donde usted vive-.
         Magda, más tranquila, dijo:
         -Sí; yo soy la señora de los pasteles que es como ahora me empiezan a conocer los vecinos-.
         Pero la anciana replicó:
         -¿Y no le da miedo vivir ahí?-.
         La joven extrañada replicó:
         -¿Y por qué debería darme miedo?-.
         La venenosa vecina comenzó a explicar:
         -No me haga caso, porque esto lo dicen las viejas chismosas que no tienen nada que hacer, pero se cuenta que hace muchos años en esa casa ocurrió algo muy feo-.
         Magda, comenzando a fastidiarse, dijo en un tono más cortante:
         -¿Y qué fue lo que se supone que ocurrió?-.
         La anciana contestó con miedo en la voz:
         -Es que cuentan que ahí vivía una señora que le hacía a la brujería, pero que una noche se volvió loca; mató a su hijo que le iba a ofrecer al Diablo y luego se suicidó-.
         Magda comenzó a sentir miedo, por lo que la veterana señora con sus repulsivos dedos de arpía, la tomó de un brazo y exclamó:
         -¡Pero no haga caso señito; como le dije, son chismes de viejas que les encanta meterse en lo que no les importa!-.
         La joven, intentando no demostrar el asco que le daba el contacto de la vieja loca, contestó enfadada:
         -Pues espero que esos chismes se acaben, porque tengo niños en mi casa y no quisiera que escucharan semejantes tonterías-.
         Y se dio la media vuelta para subir a su coche y alejarse.
         Por la noche pensó en comentarle a Rodrigo lo sucedido, pero prefirió no darle importancia a lo que le platicó la vieja; pensaba, sin menospreciar a sus vecinos, que era muy probable que por esos lugares todavía les dieran importancia a leyendas urbanas y relatos producto de la tradición que se da mucho en provincia.
         Aun así, esa noche le costó mucho dormir.
         Como a eso de las tres de la madrugada, se levantó para tomar un vaso de leche a ver si le ayudaba con la falta de sueño y se encaminó a la cocina.
         Cuando llegó a la habitación, se sirvió el líquido y sentándose en la mesa comenzó a beberlo, mientras se daba cuenta que solo el silencio de la noche la acompañaba.
         Cuando puso el vaso sobre de la mesa, comenzó a escuchar unos ruidos extraños. Decidió no moverse y aguzar el oído para identificar los sonidos.
         Eran como pequeños pasos que se acercaban a la cocina, pero lo más extraño que se oían como apagados, no como las pisadas de sus hijos cuando se levantan en la noche. Estos se oían como si salieran de otra habitación a pesar de que prácticamente los oía en la entrada de la cocina. Se levantó rápidamente para dirigirse a la estancia y encender la luz.
         No había nada.
         Nada ni nadie.
         Pensó que se estaba dejando llevar por los chismes de la vieja demente que se había encontrado en la mañana por lo que prefirió olvidar el asunto y se fue a dormir.

         La siguiente señal se dio cuando, después de arreglar el jardín y la fachada exterior de la casa, la alegre familia comenzó a reparar el interior de la misma; comenzaron a pintar de la entrada principal, continuando con la cocina para después seguir con los dormitorios y una vez que terminaron, llegaron a una habitación que se encontraba en el fondo del corredor del piso superior. Los cuatro integrantes de la familia contemplaron extrañados la desvencijada puerta de madera que tapaba la entrada de dicha habitación.
         Magda dijo:
         -¿Y que hay con este cuarto?-.
         Rodrigo comentó:
         -Algo recuerdo que me dijo el dueño que se utilizaba para guardar cosas inservibles-. Tomó el picaporte e intentó abrir sin conseguirlo y añadió. –No me dio la llave, pero aun cuando se ve muy fuerte la puerta, creo que podría abrirla con una barreta-.
         Todos guardaron un incómodo silencio al escuchar esas palabras, hasta que Juanito dijo con miedo:
         -¿Y la vas a abrir, papá?-.
         Magda contestó por él:
         -No hijo. No tenemos tantas cosas como para necesitar un cuarto así-. Se movió incomoda y completó. –Además, lo que haya adentro no tenemos algún lugar para ponerlo o donde ir a tirarlo-.
         Rodrigo concluyó con un tono de alivio:
         -Pues entonces así que se quede; ya después veremos qué hacemos con este cuarto-.
         A pesar de que todos se alejaron con alivio de la habitación, a partir de ahí nadie se sintió igual que antes.
         Sobre todo, por las noches.
         Cada que Magda se iba a dormir, antes de conciliar el sueño, comenzaba a escuchar ruidos raros por toda la casa; en ocasiones eran como crujidos que le atribuía a la edad de la construcción, pero a veces eran más bien como rasquidos en las paredes por lo que pensó que la casa era más vieja de lo que se imaginaba. Aun así, se había dado cuenta durante las reparaciones que la estructura era sólida, por lo que no corrían ningún peligro.
         Hasta que las cosas subieron de tono.
         Sus hijos, quienes inicialmente había sido niños alegres, ahora se habían vuelto callados y taciturnos, hasta que una tarde cuando todavía no regresaba Rodrigo del trabajo, Magda les preguntó que estaba pasando. Mateo clavó su mirada en el plato de comida que tenía delante de él, mientras Juanito veía a su madre con miedo en los ojos.
         La señora comenzó a asustarse por lo que les dijo:
         -Si algo les sucede, necesito que me digan; si no, no puedo ayudarlos-.
         El más pequeño volteó a ver a su hermano y exclamó tímidamente:
         -¿Le digo?-.
         Mateo simplemente asintió, por lo que Juanito le dijo a su mamá casi en susurros:
         -Creo que en esta casa espantan-.
         Magda sintió como el alma se le caía a los pies, pero tratando de no demostrar sus preocupación, preguntó suavemente:
         -¿Y por qué crees eso hijito?-.
         Fue Mateo el que contestó:
         -Es que por las noches escuchamos ruidos-.
         Ella comentó tranquilamente:
         -Bueno, eso es común en las casas antiguas; los pisos crujen y los techos, aunque sean de cemento, con el calor emiten sonidos, pero no hay nada de qué preocuparse-.
         Juanito dijo casi al borde de las lágrimas:
         -Es que los ruidos que escuchamos vienen de las paredes-.
         Magda sentía como la boca se le comenzaba a secar, por lo que con dificultad preguntó:
         -¿Y qué es lo que escuchan?-.
         Los niños comenzaron a hablar atropelladamente:
         -A veces escuchamos como si rascaran las paredes-.
         -En ocasiones se escucha como si tocaran la puerta, pero el ruido viene de dentro de las paredes-.
         Mateo finalizó aterrado:
         -Parece como si alguien estuviera ahí dentro-.
         Magda no supo que contestar, por lo que trató en vano de consolarlos:
         -No se preocupen, les prometo que vamos a averiguar qué está pasando; de momento no le digan a su papá, pues está muy ilusionado con la nueva casa-.
         Y terminaron de comer en silencio.

         Por la noche, fieles a su promesa, los niños no le mencionaron nada a Rodrigo, por lo que simplemente merendaron los cuatro tranquilamente y se fueron a dormir.
         Pero Magda en lo que menos pensaba era en descansar, pues se sentía demasiado preocupada para incluso cerrar los ojos; daba vueltas en su cama pensando lo que estaba sucediendo en su nueva casa, pues no podía creer lo que sus hijos le habían confesado.
         Lo que más le asustaba era que ella misma había experimentado las mismas extrañas manifestaciones, pues aparte de escuchar ruidos extraños, por las mañanas en que su marido e hijos salían de la casa y ella se quedaba sola, sentía como si una presencia extraña la acompañara todo el tiempo; era como un invitado que no ha sido convidado a una fiesta o como una pieza que no encaja en un rompecabezas, por más que se esfuerza en formar parte de él.
          A veces sentía tan fuerte la desagradable compañía que encendía la radio subiendo el volumen casi al máximo para, por lo menos de esa manera, sentir que estaba en compañía de seres humanos de verdad y cuando salía a hacer sus entregas, sentía con alivio la caricia del sol y el aire fresco de la mañana que respiraba, a diferencia del maligno ambiente que se había apoderado de su nueva morada.
         Pero aún faltaba lo peor.
         Volteó a ver su reloj despertador y se dio cuenta que daban las tres y media, cuando algo dentro de ella comenzó a crecer; era como si el silencio nocturno se convirtiera en un sonido tan fuerte que amenazaba con embotarle los sentidos mientras su frente se perlaba de finas gotas de sudor frío haciendo que cerrara sus ojos fuertemente.
         Y fue cuando escuchó los ruidos más aterradores de que haya tenido memoria.
         Sus oídos fueron inundados por sonidos como sutiles sollozos que de repente eran apagados por infernales carcajadas; era como si el autor de las risas se burlara del dolor y sufrimiento de la persona que lloraba por lo que trató de abrir sus ojos, pero una fuerza más grande que ella se lo impedía. Quiso mover el cuerpo para salir de la cama, pero se encontraba completamente paralizada, como si su cuerpo solo hubiera sido diseñado para respirar, pero no para hacer ningún tipo de movimiento.
         Y entonces escuchó lo peor de todo.
         Eran gritos de espanto lanzados por sus propios hijos.
         Fue cuando pudo reaccionar.
         Se levantó de golpe para encender la luz, y cuando volteó a la puerta, ésta se abrió violentamente para dejar entrar a Mateo y Juanito, quienes presa del horror, entraban llorando a la habitación.
         Todo el escándalo despertó también a Rodrigo quien, sin poder reaccionar, sintió como los chiquillos se arrojaban sobre él gritando:
         -¡Ahí están, ahí están!-.
         El hombre completamente confundido y todavía adormilado, preguntó sorprendido:
         -¿Quiénes? ¿Quiénes están?-.
         Juanito contestó desesperado:
         -¡Los ruidos! ¡Los ruidos que salen de las paredes!-.
         Magda, aunque ya podía moverse, no atinaba a hacer algo y completamente muda por el espanto, no atinaba a decir algo, por lo que Rodrigo se levantó violentamente de la cama y preguntó desesperado:
         -¿Cuáles ruidos?-.
         Mateo exclamó:
         -¡Los ruidos  que parecen voces y llantos!-. Tomo aire y añadió. -¡Y salen de las paredes!-.
         Rodrigo analizó unos segundos lo que acababa de escuchar y tomando un bat que siempre tenía debajo de la cama, dijo decidido:
         -Creo que alguien se metió a la casa; voy a averiguar-.
         Magda y los chicos, quienes ya sabían lo que sucedía, lo siguieron, pero él les advirtió:
         -¡Quédense aquí; iré yo solo!-.
         Pero en cuanto dejó la habitación, la joven salió detrás de él con sus hijos abrazados a sus piernas; caminaron los cuatro lentamente hacia el cuarto de los niños el cual tenía la puerta abierta y la luz encendida. Rodrigo se asomó y entonces entró violentamente con el bat fuertemente tomado entre sus manos.
         No había nadie en la habitación.
         Con una sonrisa de alivio, volteó a ver a su familia y dijo tranquilamente:
         -Al parecer tuvieron una pesadilla-.
         Pero Mateo reclamó:
         -¿Los dos soñamos lo mismo?-.
         Y Juanito, sin dejar de llorar, insistió:
         -¡No papá; se escuchan ruidos como si hubiera gente dentro de las paredes!-.
         El hombre, con un tono de contenida impaciencia, dijo suavemente:
         -Mira hijo; las paredes son demasiado delgadas para que alguien se meta ahí-. Se acercó a la puerta y continuó. –Estas son de las llamadas paredes dobles; son dos hojas de madera que están unidas entre sí con un espacio en medio para cables y tubería, pero no para que quepa una persona. Yo creo que un animal que se…-.
         La voz se le congeló cuando todos escucharon pequeños chillidos desesperados que salían, no de la habitación de los niños sino del cuarto que no habían querido abrir.
         Todos voltearon asustados hacia la puerta que tapaba el misterioso cuarto, la cual parecía burlarse del terror que se apoderaba de los espectadores; Rodrigo sacó fuerzas de su miedo y dijo enojado:
         -¡Esto debe tener una explicación coherente!-.
         Y se dirigió decididamente hacia la puerta, mientras Magda, abrazada por sus hijos, lo seguían con la mirada, incapaces de detener al enfurecido hombre.
         Cuando el señor llegó frente a la puerta, los ruidos comenzaron a escucharse más y más fuerte, por lo que tomando el bat lo dejó caer sobre del picaporte, el cual salió volando hasta caer frente a su familia.
         Entonces los lamentos se callaron.
         Todos voltearon a verse entre sí con mirada atemorizada, hasta que Rodrigo posó su mano en la puerta y la empujó suavemente.
         No se veía absolutamente nada pues el cuarto estaba completamente a oscuras; Rodrigo pensó que no había nada que temer y trató de sonreír, pero la sonrisa se quedó a medias cuando todos escucharon con terror un ruido que venía de dentro de la habitación.
         Era como un rumor de miles de voces que subían cada vez más de volumen, haciéndose insoportable; de repente, el ruido se fue transformando hasta escucharse como si fueran miles de pequeños pasos que se dirigían hacia la salida de la infernal habitación.
         Todos se pegaron a las paredes sorprendidos al contemplar como miles de ratas salían corriendo despavoridas y emitiendo sus característicos chillidos, para dirigirse hacia las escaleras, buscando la salida de la casa.
         Cuando el último de los roedores pasó corriendo junto a ellos, solo el silencio abrazaba el ambiente.
         Poco a poco comenzaron a moverse; los niños abrazaron más fuerte a Magda y empezaron a llorar de nuevo, mientras Rodrigo se acercaba y los rodeaba con sus brazos a los tres.
         La familia completa bajó hasta llegar a la sala y después de que Magda les sirvió un vaso de leche a los asustados chiquillos, comenzaron a comentar acerca de todo lo que había sucedido, hasta que el matrimonio llegó a la única conclusión.
         Por un lado, si la casa estaba infestada de ratas, eso podía ser peligroso para sus hijos, pues dado que dichos animales son muy insalubres y transmiten un sinfín de enfermedades, era un ambiente antihigiénico.
         Por el otro lado, tanto Magda como Rodrigo le tenían fobia a toda clase de roedores, cosa que recordaron con una risa de complicidad, pues siempre les había sorprendido gratamente lo mucho que tenían en común, desde los mismos gustos hasta los mismos miedos.
         Decidieron abandonar su casa.

         Dos días después, los hombres contratados para transportar sus muebles, subieron las últimas pertenencias de la familia de Magda en el camión de mudanzas y arrancaron mientras ella, junto con sus hijos y Rodrigo, guardaban pequeñas cajas llenas de objetos delicados en la cajuela del coche del jefe de familia.
         Habían rentado un departamento en un edificio multifamiliar a cinco kilómetros de su antigua casa, el cual habían contratado con una renta aceptable para su presupuesto, por lo que inmediatamente cerraron el trato; dejaron ahí el coche de Magda y fueron a recoger sus cosas.
         Los niños se subieron alegremente a los asientos traseros del vehículo, mientras la joven señora salía de la casa con la última de las cajas, siendo contemplada por Rodrigo, quien se encontraba recargado sobre de la puerta del conductor; le sonrió a su esposa y le preguntó:
         -¿Te da tristeza mudarnos otra vez?-.
         Ella se recargó junto a su esposo y tomándolo cariñosamente de su mano, comentó con una sonrisa en el rostro:
         -De hecho, no; el lugar donde vamos a vivir está lleno de personas, las que pueden llegar a ser mis clientes y como también tienen hijos, los nuestros tendrán con quien jugar-. Emitió un suspiro de confianza y añadió. –En cuanto a la casa, con las remodelaciones que le hicimos, no creo que tengamos problema en venderla-.
         Le dio un suave beso a su esposo y se subió en el asiento del pasajero; Rodrigo suspiró satisfecho y también abordó el vehículo.
         Encendió el motor, pero antes de echar a andar el coche, le dijo a su esposa:
         -¿Sabes algo? A pesar de nuestras fobias, me da gusto saber que teníamos un problema de ratas y no de fantasmas-.
         Magda sonrió aliviada y simplemente dijo:
         -A mí también-.
         Y arrancaron el coche.

         Una vez que el coche se perdió en la distancia, en una de las ventanas aparecieron de la nada dos extrañas figuras, una más grande que la otra. La pequeña, que asemejaba un niño con una palidez extrema, le preguntó a la otra:
         -Ya no van a regresar, ¿Verdad mamá?-.
         La figura grande, que tenía el rostro de una mujer de aspecto cadavérico y cuencas sin ojos, contestó con voz cavernosa:
         -Así es hijo; ahora podemos seguir viviendo en nuestra casa-.

miércoles, 1 de abril de 2020

NEBRO Y NOIR



         
            Diciembre, 2184.
         Estoy sentado en la mesa de un pequeño restaurante, supuestamente disfrutando una aromática bebida; los demás toman sus tazas de café para resistir el gélido ambiente característico de esta época del año. Hace mucho tiempo que dejé de sentir sensaciones como el frío y el calor, pero me encuentro aquí simplemente para contemplar a la raza a la cual alguna vez pertenecí a fin de encontrar lo que de verdad me puede alimentar.
         Reflexionando, creo que debería comenzar mi historia desde el principio.
         Me llamo Nebro y soy un Vampiro.

         Febrero, 2020.
         La conocí en un bar.
         Sí; sé que suena a cliché, pero es la verdad.
         En los tiempos en que contaba con poco más de veinte años y que frecuentaba el ambiente Dark me llamó la atención una sensual chica la cual, a pesar de su piel blanca, se maquillaba con colores claros para aparentar una extrema palidez. Demonios; si la hubieran conocido, también se hubieran enamorado de ella como yo lo hice. Mostraba una apariencia lúgubre como todos los que acostumbrábamos visitar esos lugares, pero cuando sonreía mostrando sus blanquísimos dientes, sentía que me transportaba a otro mundo; un lugar donde las reglas de la física y la metafísica con las cuales se rige la vida humana no son válidas.
         Pero lo que más me conquistó de esa hermosa mujer fue su autenticidad.
         Verán; desde esos tiempos me daba cuenta que yo era diferente a los demás seres humanos, pues no comulgaba con las ideas convencionales de todos los “normales”; esclavos del sistema que viven una vida vacía la cual es dictada por las instituciones.
         Nace, vive, estudia, cásate, reprodúcete.
         Y muere.
         Yo siempre creí que había algo más en la vida.
         Me enfurecía que en esos tiempos los millenials y postmillenials se atrevieran a invadir el espacio de nosotros los renegados del sistema simplemente por pose; eran épocas en las cuales estaba de moda ser tenebroso, tener gusto por lo macabro y cosas que no cualquiera gusta de tener por afición.
         ¡Imbéciles!
         Si supieran cual es el precio que se debe de pagar por ser diferente a las masas.
         No se preocupen; eso lo sabrán al final de mi historia.
         El hecho es que la primera vez que platiqué con Noir, me di cuenta con gran alegría del corazón que alguna vez habitó mi pecho, que ella sí era auténtica.
         No sé si exista el destino; el hecho es que después de verla en varias ocasiones me la encontré en una fresca noche de verano. Mientras yo pedía una cerveza en la barra del lugar, ella se acercó a pedir lo mismo parándose a mi lado; en cuanto mi nariz sintió el aroma de su perfume del cual ella nunca me dijo el nombre pero que olía a flor de muerto, volteé a verla bendiciendo mi suerte de tener junto a mí a la persona que llegaría a ser el ser más importante en mi vida.
         No me consideraba tímido; aun así, cuando sus traviesos ojos negros se posaron en mí y me sonrió no supe que contestar. Ella se dio cuenta de mi turbación, por lo que comprensivamente me dijo:
         -Hola, me llamo Noir; ¿Y tú?-.
         Su voz sonó dentro de mi cabeza como la más sensualmente macabra melodía que ser humano alguno pudiera haber creado, por lo que después de algunos segundos, simplemente contesté con una tranquilidad que estaba lejos de sentir:
         -Me llamo Nebro-.
         Ella amplió su sonrisa; recibió su cerveza a la cual le dio un pequeño trago y comentó:
         -¿Sabes que nuestros nombres tienen el mismo origen?-.
         Comenzando a relajarme, dije:
         -Sí; NEGRO-.
         Ella me miró directamente a los ojos como estudiándome, y al ver que los dos éramos auténticos amantes de lo extraño, dijo con su sensual voz:
         -Dicen que polos opuestos se atraen, pero yo creo que fuerzas iguales siempre deben estar juntas-.
         Yo solo asentí.
         A partir de ese mágico momento nos volvimos inseparables.

         No tardamos en hacernos novios.
         Noir y yo pasábamos todo el tiempo libre que nos dejaban nuestros aburridos e insulsos empleos, para disfrutar nuestra mutua compañía. Íbamos a museos, visitando exposiciones macabras como las que exhibían instrumentos de tortura; asistíamos a eventos en librerías donde se presentaban y leían fragmentos de relatos de poetas malditos; íbamos a panteones donde nos sentábamos en medio de las tumbas para hablar de filosofía y discutíamos de las teorías de grandes pensadores incomprendidos por la humanidad, tal y como nos sentíamos nosotros mismos.
         Amábamos la muerte.
         Noir y yo gustábamos de platicar de ella horas y horas; leíamos las lápidas de los difuntos y nos imaginábamos como habían vivido su existencia terrenal y principalmente, la manera como pensábamos que habían fallecido.
         De hecho, teníamos una competencia.
         Recorríamos las tumbas para ver quien encontraba el sepulcro más antiguo; el nombre más extraño; la persona que había muerto más joven. Me encantaba ver como Noir corría entre las sepulturas, mientras su largo y pesado vestido de estilo gótico le impedía moverse con la libertad de la que gozaba su alma.
         Al final, el que ganaba la competición obtenía lo mismo.
         Una amorosa sesión de besos de parte del otro.
         Esa era la vida-muerte que disfrutábamos Noir y yo.
         Pero las cosas cambiaron.

         En una de las tantas reflexiones que tuvimos mi chica y yo acerca de la muerte, ella se puso seria de pronto y me dijo:
         -¿Te gustaría que nuestro amor durara para siempre?-.
         Con la impetuosidad que nos daba nuestra juventud, contesté sin dudarlo:
         -¡Claro! No hay algo que desee más en el mundo-.
         Ella mostró un semblante enigmático y comentó:
         -¿Conoces a los muertos vivos?-.
         Sonreí condescendiente y exclamé:
         -¡Pero si es de lo que hablamos siempre!-.
         Ella, sin dejar de mirarme seriamente, contestó:
         -Me refiero a los vampiros-.
         Dejé de sonreír para analizar sus palabras y dije:
         -Claro que sé a qué te refieres; ¿Por qué lo preguntas?-.
         Con una mirada ensoñadora comenzó a explicar:
         -¿No sería maravilloso vivir para siempre; que el tiempo perdiera su significado y que lo único que importara fuera la eternidad para disfrutar de lo que sentimos el uno por la otra?-.
         Comencé a reflexionar.
         ¿Estar con Noir hasta el fin de los tiempos?
         No había nada que anhelara más en todo el mundo.
         De eso se trata la vida ¿No?; ¿Una relación que perdure más allá de lo que los seres humanos conciben como tiempo?
         Noir simplemente dijo:
         -Conozco a alguien que nos puede convertir en vampiros-.
         Me puse a pensar.
         Los vampiros se alimentan de la vida de los seres humanos.
         Pero después de todo; ¿No es cierto que en fondo todos succionamos la vida de los demás?
         Nos aprovechamos de su tiempo, su atención, su afecto.
         De ahí a succionar su vida solo hay un simple paso.
         El amor.
         Suspiré y decididamente le dije a mi chica:
         -Sea; nos volveremos vampiros-.

         Dos noches después de nuestra última conversación, Noir y yo acudimos a un edificio desvencijado, el cual extrañamente nunca había tomado en consideración, a pesar de haber vivido toda mi existencia en la ciudad; mi amada me dijo simplemente que cuando alguien busca algo con todo el deseo de su corazón lo encuentra, pero cuando no es su propósito en la vida, simplemente pasa de largo.
         Llegamos a la parte posterior del inmueble al cual se accedía por un callejón solitario; empujamos una pesada puerta de hierro para penetrar en el lugar.
         Cuando dimos los primeros pasos en el interior, estuve a punto de arrepentirme, pues comencé a escuchar lejanos gemidos como venidos de ultratumba. Eran lamentos como de almas en pena; voces que expresaban una tristeza infinita que ningún ser humano merecería sentir en su interior.
         Noir se dio cuenta de mi momentánea debilidad, por lo que me tomó fuertemente de la mano y me dijo:
         -No te preocupes mi amor; todo va a salir bien-.
         Llegamos a una enorme estancia donde se encontraba un gran número de personas las cuales, ataviadas con túnicas negras, entonaban un lúgubre cántico; cuando dirigí mi mirada al frente, vi a un tipo completamente calvo que tenía tatuada una cruz al revés en su frente; cuando posó su horrible mirada en nosotros, sentí como me hubiera asomado al infierno.
         En cuanto nos vio, dijo con una profunda voz que sonó como un estruendo:
         -¿Quiénes son ustedes que osan visitar este rincón del maligno?-.
         Antes de que pudiera reaccionar, exigió:
         -¡Digan sus nombres!-.
         Caminamos tímidamente entre los presentes, quienes guardaron silencio desde que el Sumo Sacerdote comenzara a hablar y cuando estábamos como a dos metros de él, hizo una ademan con su mano derecha para que nos detuviéramos y entonces mi amada hincó su rodilla derecha en el suelo y dijo solemnemente:
         -¡Yo soy Noir y vengo a formar parte de ustedes!-.
         Yo estaba petrificado de la sorpresa, por lo que no atinaba a mover un solo músculo de mi cuerpo, lo que hizo que mi chica volteara a verme, impaciente.
         Decidí imitarla e hincándome torpemente en el suelo, repetí sus palabras:
         -¡Yo soy Nebro y vengo a formar parte de ustedes!-.
         El siniestro ser que estaba frente a nosotros sonrió satisfecho; tomo una enorme copa dorada y metiendo un objeto en ella, se nos acercó y comenzando a agitarla sobre de Noir y de mí, comenzó a exclamar:
         -¡IN NOMINE LUCIFERI EXCELSIS!-.
         Mientras trataba de entender las palabras recitadas, me di cuenta con horror que el objeto que movía el líder de la secta era una flor negra que arrojaba un oscuro y nauseabundo líquido; en medio de la semioscuridad estuve a punto de desmayarme cuando noté que lo que caía sobre de nosotros era sangre.
         Quise salir corriendo de aquel infernal lugar, pero Noir, al darse cuenta de mis dudas, apretó fuertemente mi mano, lo cual me dio la confianza suficiente para seguir siendo parte de ese horrendo rito.
         Mientras seguía escuchando las grotescas palabras del sacerdote, comencé a darme cuenta con terror que dichos sonidos ya no salían de los labios de esa extraña criatura, sino que nacían de dentro de mí.
         Mi corazón latía desesperadamente, mientras seguía escuchando:
         ¡O KAKOS THEOS DAIMOJN PNEUMA TOU OURANOU THUMETHETJHE PNEMA TES GES!
         Cuando creí que no podía soportar más, las últimas palabras retumbaron en mi cabeza:
         -¡SANGRIS VIVRE!-.
         Fue cuando me desmayé.

         Desperté no sé cuántas horas después; tal vez dormí un día completo o más, no lo sé. Lo único que recuerdo es que estaba acostado en un colchón que olía a muerte; cuando intenté ordenar mis pensamientos, volteé a mi derecha y noté que a mi lado estaba durmiendo Noir. Su semblante era tan apacible que pensé que lo que había vivido era simplemente un sueño de mi loca cabeza.
         Pero algo había cambiado.
         En cuanto mi mente comenzó a funcionar, una sed como nunca había sentido en toda mi vida se apoderó de mí; intenté buscar como apaciguarla y entonces me llegó el más hermoso olor que mis fosas nasales hubieran podido alguna vez experimentar.
         El olor de la sangre.
         Mi mirada vagó desesperada por toda la oscura habitación en la cual me encontraba y cuando identifiqué de donde venía el olor, me levanté rápidamente y corrí hacia una mesa de madera que se encontraba en la estancia.
         Cuando llegué a ella, contemplé la enorme copa que el sacerdote había utilizado en la infame ceremonia de la cual mi chica y yo habíamos sido parte; incliné mi cara sintiendo como mi boca comenzaba a salivar.
         No dudé más.
         Con dedos temblorosos, levanté violentamente la copa y la acerqué a mis sedientos labios.
         La sangre me supo a gloria.
         No. De hecho, no existe una palabra para describir el sabor del líquido que bajó por mi garganta.
         Era un sabor tan delicioso que me provocaba una morbosa satisfacción como cuando sabes que estás haciendo algo malo, pero aun así lo haces.
         Excitación.
         Mientras saciaba mi impura sed, Noir se despertó y al ver lo que estaba haciendo, se movió más rápidamente que un animal en celo y arrebatándome la copa, comenzó a beber.
         Cuando nos terminamos la sangre, nos miramos fijamente el uno a la otra.
         Ambos contemplamos nuestra horrenda sonrisa, mostrando las rojas bocas, producto del líquido hemático que acabábamos de saborear.
         Y la excitación nos venció.
         Comenzamos a besarnos salvajemente, mientras arrancábamos nuestras ropas hasta quedar completamente desnudos.
         Anteriormente, en un par de ocasiones habíamos llegado a tener sexo, pero en este momento era como si esas ocasiones pasadas hubieran sido solo un juego.
         Esto era de verdad hacer el amor.
         Sentíamos como si toda la energía del Universo se hubiera acumulado dentro de nosotros; como si la sangre que habíamos bebido hubiera agudizado todos nuestros sentidos.
         Sentía cada una de las células del cuerpo de Noir en una perfecta comunicación con las mías.
         Como si fuéramos piezas de un rompecabezas que habían encontrado la conexión perfecta.
         Terminamos nuestra sacrílega unión bañados en sudor; un sudor que olía a muerte.
         Y así fue como nos volvimos vampiros.

         Pasaron días, semanas, meses, años, no lo sé. Lo único que puedo decir es que fue la mejor época de mi vida, si es que a mi nueva condición se le puede llamar vida.
         Después de todo, soy lo que los “normales” conocen como los muertos-vivos.
         Lo que sí puedo platicarles es que, como les dije anteriormente, el hecho de ser vampiro hace que todos tus sentidos se afinen de tal manera que sientes como el aire de la noche acaricia tu piel; que los sonidos de la música que nos encanta escuchar a Noir y a mí, la percibimos como si viniera de dentro de nuestro interior; los olores son maravillosos, pues sabemos por medio de ellos en donde podemos encontrar nuestro alimento; nuestra vista es tan asombrosa que podemos ver a grandes distancias incluso con los ojos cerrados; el sentido del tacto es tan sensible que cuando Noir y yo hacemos el amor siento como su cuerpo vibrara al mismo compás que el mío, llegando a una sincronización tal, que parecemos notas musicales que armonizan unas con otras.
         Pero lo mejor es el sentido del gusto.
         Nada se compara al sabor de la sangre; sentir como recorre toda tu garganta mientras va alimentado todas y cada una de las partes de tu cuerpo, como si cada molécula de tu ser cantara al recibir el líquido vital.
         No hay nada más sensual que ser un vampiro.
         No existe tiempo y espacio para nosotros.
         Pero también tiene su lado oscuro, si es que se le puede llamar así.
         Lo noté desde la primera vez que ataqué a un ser humano para saciar mi hambre.
         Y de ahí no ha parado.
         Verán; así como uno les quita su energía a las personas también adquieres parte de ellas.
         La primera vez que me di cuenta de ello, estuve a punto de suicidarme.
         Pero obviamente es algo que no puedo hacer.
         No puedes matar lo que no está vivo.
         Resulta que bebí la sangre de un tipo de no más de treinta años de edad.
         Desde que me acerqué a él me di cuenta que había algo malo, pero mi hambre era tan grande que no pude resistir.
         Una vez que hube terminado de saciar mi sed, comencé a sentir sensaciones extrañas dentro de mí.
         Era como si con su sangre le hubiera absorbido su alma.
         Experimenté sus sentimientos, sensaciones de una manera tan vívida que casi no podía soportarlo.
         Sentí su propia angustia dentro de mi cabeza, como si se hubiera mimetizado conmigo; mi corazón se estrujaba al darme cuenta de su tristeza al no tener alguien su vida; sufrí junto con él la melancolía que lo acompañaba por haberse enamorado de una mujer que solo lo utilizó para sus fines personales.
         Si eso no les parece extraño, lo peor fue cuando, al no encontrar donde saciar mi hambre, se me ocurrió atacar a una adolescente.
         Fue lo peor que pude experimentar en esta nueva condición.
         Una vez que me bebí toda su sangre, mi alma, si es que todavía la conservo, se inundó de una infinita tristeza; inmediatamente me di cuenta que esa melancolía venía de las ganas que esa pobre chica tenía por suicidarse, debido a la soledad y rechazo que sufría por parte de los demás.
         Jamás me sentí más solo en la vida.
         Me sentí exactamente cómo se sintió ella durante los pocos años que habitó este mundo.
         Como un fantasma al que nadie ve y nadie toca.
         Comencé a llorar de la pena, al darme cuenta que tal vez le hice un favor al arrancarle su vida.

         Con todo, la vida de vampiro era de lo más espectacular de lo que Noir y yo pudiéramos imaginar; dormíamos todo el día y por las noches salíamos a vagar; eso lo habíamos hecho anteriormente, pero ahora teníamos la ventaja de que, independientemente que a una persona le extrajéramos su sangre, teníamos el poder de manipular su mente, por lo que cuando necesitábamos dinero o cualquiera otra cosa material que se nos ocurriera, bastaba con ordenarle a un ser humano que nos lo diera, para obtenerlo de manera inmediata.
         Otro aspecto importante era la comunicación que manteníamos entre los nuestros, pues en cuanto nuestro líder supremo, del cual me está prohibido incluso pronunciar su nombre nos llamaba, inmediatamente acudíamos ante él.
         En una ocasión en que la llamada fue más fuerte que las anteriores, Noir y yo nos dirigimos rápidamente al edificio donde se había llevado a cabo nuestra iniciación; si en anteriores ocasiones el gesto adusto del sumo sacerdote inspiraba miedo, en esta ocasión se le veía preocupado.
         Una vez que toda la Legión estuvo frente a él, comenzó a hablar con su grave y lúgubre voz:
         -¡Sabemos que en esta vida siempre se ha manejado la dualidad, por lo que así como existe lo malo, existe lo bueno; así como existe lo bueno, existe lo malo-. Dejó una dramática pausa y prosiguió. -¡Hay seres humanos que nos cazan, por lo que siempre hemos estado atentos a sus movimientos, pero últimamente ellos han ganado más batallas que nosotros!-.
         Se escucharon murmullos aprensivos en la estancia, hasta que nuestro Gran Maestre nos calló con un ademán de su mano derecha:
         -¡Están muy cerca de nosotros, por lo que la batalla final está por venir; debemos estar muy alertas porque en cuanto ésta se dé, no vamos a esperar piedad!-.
         Apretó su huesudo puño y añadió con furia:
         -¡Pero nosotros tampoco la daremos, pues sabemos que los humanos son más débiles que nosotros!-.
         Llenó sus pulmones y gritó:
         -¡¡Perderemos mil batallas, pero ganaremos la guerra!!-.
         Todos sentimos como nuestros ánimos se exaltaban, mientras el sumo sacerdote vociferaba:
         -¡Lucifer es nuestro señor; Él nos guiará a la victoria!-.
         Abandonamos el lugar con la esperanza de salir victoriosos en la guerra entre el bien y el mal.
         Pero las cosas no iban a salir como lo esperado.

         Estábamos Noir y yo en un concierto de una banda alemana de metal industrial escuchando una canción que supuestamente hablaba de un rito para invocar al Diablo; ambos sonreíamos al oír la sarta de tonterías que decía la melodía. Esa es otra de las ventajas de ser vampiros; entendemos todos los idiomas del mundo, incluyendo los que llaman lenguas muertas. De hecho, conocemos el dialecto de seres que habitaron el mundo antes que los seres humanos; seres que ni siquiera en sus más locas pesadillas han conocido; seres que no merecieron siquiera arrastrarse en este planeta y que afortunadamente para la raza humana, se extinguieron hace miles de años.
         Aun así, los riffs de guitarra que producía la banda nos gustaba, por lo que disfrutábamos la noche.
         Hasta que el fin comenzó.
         De repente, comenzamos a ver las luces del escenario más y más brillantes; primero nos deslumbraron, pero la intensidad creció de tal manera que los colores se fueron transformando en sonidos; sonidos que atormentaban nuestros sentidos hasta hacernos sentir que estábamos perdiendo la razón.
         Nos tapamos los oídos de manera desesperada y cuando nuestras miradas se encontraron, supimos lo que había pasado.
         Los “normales” habían encontrado nuestra madriguera.
         Inmediatamente salimos corriendo del lugar para defender a los nuestros.
         En cuanto llegamos a la calle, inmediatamente nos subimos a los edificios; no piensen que los vampiros volamos como en las películas, pero sí tenemos una fuerza tan grande que podemos brincar distancias increíbles, por lo que en pocos segundos llegamos a nuestro sagrado templo.
         Una vez que estuvimos frente al edificio, pudimos contemplar la hecatombe.
         La masacre había comenzado.
         No creo que sus sentidos humanos puedan imaginar lo que mi amada chica y yo contemplamos, pero trataré de describirlo.
         Entramos al edificio en medio de llamaradas de fuego intenso y gritos de horror y furia.
         Era la brutalidad en su máxima expresión.
         Nadie daba ni pedía cuartel.
         Cualquiera pudiera pensar que los humanos no tendrían oportunidad de tener la suficiente fuerza o recursos para acabar con los no muertos.
         Pero los “normales” traían refuerzos.
         Los Ángeles de la Luz.
         Aun cuando nuestro Padre Lucifer literalmente significa “Ángel de Luz”, no deja de ser un renegado caído en desgracia por cometer el “infame” pecado de querer ejercer su libre albedrío. En sentido contrario, existen infinidad de ángeles que siguen siendo fieles a nuestro Gran Enemigo.
         Y eran ellos los que comandaban la batalla.
         Escenas de horror se veían por todo el lugar.
         En una esquina veíamos como varios de los nuestros atacaban a los humanos que se habían atrevido a combatirnos; los colmillos de los vampiros relucían de la furia con la cual combatían, pero no para chuparles la sangre, sino que simplemente los tomaban entre sus poderosas manos y los desmembraban, haciendo saltar ríos de sangre que caían en el sucio suelo, mientras los mortales exclamaban alaridos de dolor; en otras partes del lugar, veíamos a los ángeles como volaban por los aires provistos de espadas que refulgían del fuego sagrado, otorgado por nuestro Gran Enemigo, las cuales en cuanto atravesaban a uno de los no muertos, los pulverizaban en el aire.
         Eran escenas que podían llevar a la locura a cualquier ser vivo que pudiera atestiguar tal dantesco escenario.
         Cuando quisimos tomar parte en la batalla, escuchamos la llamada de nuestro Gran Maestre quien gritó de forma desesperada:
         -¡Noir, Nebro; tomen el sagrado cáliz; es la única manera que tenemos para sobrevivir-.
         Cuando se acercó un ángel con su espada, nuestro sumo sacerdote abrió desmesuradamente la boca para dejar salir una llamarada de fuego que envolvió al angelical ser en un fuego que lo consumió en instantes mientras nuestro líder volvió a ordenar:
         -¡Ustedes son la única esperanza de nuestra raza!-.
         Noir y yo corrimos hacia el altar; una vez que estuvimos ahí, mi chica tomó la enorme y enjoyada copa y, mientras yo la protegía, regresamos hacia la salida; yo ingenuamente pensaba que en medio del caos de la batalla nadie nos había puesto atención, por lo que pensé que podíamos huir sin problemas.
         Grave error.
         Cuando estábamos a punto de llegar a la puerta, un ángel descendió exactamente frente a nosotros; levantó su flamígera espada y lanzó un golpe sobre la cabeza de Noir; intenté empujarla hacia un lado y fue cuando sentí como si algo mucho más grande que yo creciera dentro de mí.
         Sentí una ira como jamás había experimentado en toda mi vida.
         Era como si todo el odio del mundo se hubiera acumulado dentro mí.
         La sensación crecía de tal manera que pensaba que iba a explotar de cólera.
         Hasta que comprendí.
         Lo que sentí dentro de mí era la misma furia de Lucifer.
         Sentía como si yo mismo fuera nuestro Guía Supremo; experimentaba la frustración que tuvo él al cuestionarle al Altísimo el derecho a gobernarse a sí mismo; sentí la decepción al negarle tal derecho e incluso pude sufrir la enorme tristeza al ser echado del paraíso; de hecho, en mi mente se formó la imagen de Lucifer vagando por el desierto al ser expulsado del Cielo.
         Sentí en lo más profundo de mi ser su soledad.
         Y eso fue lo que me impulsó a hacer lo que hice.
         Levanté mi mano derecha y la incrusté directamente en la mandíbula del ángel; sus hermosos rizos rubios se movieron violentamente a los lados de su cara mientras yo estiraba mis dedos y le arrebataba su propia espada.
         En cuanto la tuve entre mis manos, asesté el golpe mortal.
         Cuando la espada hizo contacto con su cabeza, ésta inmediatamente rodó por el suelo; la contemplé unos segundos completamente sofocado, pero en eso, su testa se hizo polvo al igual que el resto de su cuerpo.
         Volteé a ver a Noir y la levanté rápidamente para salir corriendo del lugar.
         Una vez que estuvimos en el callejón pensé que el peligro había pasado, pero una pesada sensación se había apoderado de mí; cuando volteé a ver a mi amada chica, entendí el por qué.
         La espada del ángel la había herido.
         Lanzándome una mirada de amor infinito, se dobló sobre sí misma en el suelo, mientras yo intentaba ponerla de pie.
         Ella respiraba entrecortadamente; le tome cariñosamente sus delicadas manos, mientras ella me decía con una voz llena de amor:
         -Toma el cáliz; eres nuestra única esperanza-.
         Me di cuenta que a pesar de ser un no muerto, todavía tenía sentimientos humanos, pues las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro al momento que exclamaba:
         -No puedes morir; recuerda que hicimos esto para alcanzar la inmortalidad-.
         Ella me contempló con una mirada de infinita tristeza y sabiduría y me dijo lentamente:
         -No hay nada eterno en todo el Universo; todo tiene un principio y un final-. Jaló todo el aire que pudo y sonriendo trabajosamente continuó. –Incluso nosotros tenemos caducidad-.
         Le besé tiernamente la frente y dije:
         -Yo buscaba la inmortalidad solo para estar contigo-.
         Ella comenzó a llorar y contestó:
         -No sé qué haya después de esto, pero te prometo que ahí te voy a esperar-.
         Y con un suspiro finalizó:
         -Recuerda que te amo-.
         Iba a contestarle, cuando se hizo polvo entre mis manos.

Diciembre, 2184.
         Cada que recuerdo esa escena mis ojos se llenan de lágrimas, por lo que trato de evitar esos sentimientos.
         En cuanto mi Legión, he tratado de contactarlos mentalmente, pero sin éxito.
         Al perecer todos fueron eliminados.
         Termino mi insignificante bebida y me pongo de pie.
         Mi futura víctima se está despidiendo de sus amigas.
         Cuando se echa a andar, camino yo también.
         Es una chica hermosa; de hecho, tiene la misma mirada traviesa que mi chica.
         Pero no por eso la voy a perdonar.
         A final de cuentas, tengo que sobrevivir.
         Digamos que es un tributo a Noir; después de todo, era ella la que quería la inmortalidad para nosotros.
         Y de hecho la tengo.
         La inmortalidad.
         Lo único malo es que estoy completamente solo.