sábado, 15 de febrero de 2020

EL COLLAR DE LA MUERTA



         En el México antiguo, todas las familias que se consideraban de buena cuna, veían como una obligación tener una extensa servidumbre; sin embargo, en la casa de los López y Castro contaban solo con una sirvienta, una cocinera y la infaltable niñera para los vástagos de siete y cinco años que habían procreado. Las anteriores cuidadoras de niños no habían durado debido a la distancia que había entre la finca familiar y el pueblo más cercano, lo que ocasionaba que no hubiera grandes distracciones para los días de descanso. El señor de la casa, don Gustavo, estuvo entrevistando nuevas candidatas hasta que dio con Marisol, una joven de veinte y dos años, delgada y de una belleza sencilla y discreta, la cual contrastaba con la escandalosa ambición que albergaba su corazón.
         En cuanto vio a su futuro patrón, se le plantó en la mente la idea de terminar como la señora de la casa por lo que no le importaba que su futuro jefe tuviera más de cuarenta años; éste era de carácter apacible lo cual le caía de perlas a la jovencita y aún más, no le importaba que estuviera felizmente casado con la señora Elsa.
         El señor López y Castro quedo conforme con la actitud seria y profesional de la joven por lo que inmediatamente la contrató, así que Marisol terminó instalándose en las habitaciones destinadas a los empleados de la mansión.
         Al principio cumplió a cabalidad con sus obligaciones ya que les tenía paciencia a los niños, pero desgraciadamente esto era solo debido a que los consideraba como una simple herramienta en la culminación de sus planes. Buscó por todos los medios hacerse indispensable para que los señores de la casa le tuvieran toda la confianza posible, pero en cuanto a sus avances con el señor Gustavo, éstos eran infructuosos, debido que él estaba verdaderamente enamorado de su esposa.
         Todo lo anterior desesperaba a la jovencita ya que aparte de retrasar sus planes de llegar a ser la señora de la casa, provocó que le naciera un odio inconmensurable a la señora Elsa la cual, ignorante del plan maquiavélico de su empleada, le había tomado aprecio con el paso de los días.
         Independientemente de las perversas maquinaciones que tenía Marisol, le tenía envidia a la señora debido a la diferencia de clases; Elsa era una persona educada, de familia de legendario abolengo y muy hermosa, todo lo que la niñera siempre había querido ser; a lo anterior había que añadir la ropa tan elegante que la señora de la casa utilizaba y que lucía como si hubiera nacido con ella puesta y en especial, la cantidad de joyas que poseía, producto de regalos de su cariñoso marido. Marisol codiciaba en especial un collar con cadena negra y que lucía un extraño símbolo que la jovencita dentro de su ignorancia, desconocía su significado; la señora Elsa jamás se lo quitaba debido a que era una posesión de familia heredada desde varias generaciones atrás.
         La joven niñera siguió con el plan trazado por algunos meses pero al ver que no avanzaba al ritmo que se imaginaba, decidió tomar medidas más drásticas.
Asesinar a la señora Elsa.
         Como tenía la libertad de moverse por toda la casa, no le presentó ninguna dificultad entrar a la cocina y verter un veneno a base de hierbas ponzoñosas que le recomendó una bruja que conocía. La señora López y Castro comió sus alimentos sin ningún problema; sin embargo, a partir de ese día, comenzó a gestarse dentro de ella una enfermedad que después de un par de semanas, la llevó a la muerte.
         El señor Gustavo se encontraba inconsolable debido a que no podía soportar el dolor de haber perdido a la compañera de su vida; mientras tanto Marisol, después del entierro y de los acostumbrados nueve días de duelo, se dedicó en cuerpo y alma a hacerse indispensable para su patrón, hasta el grado que él, deshecho por la pérdida tan grande, decidió prácticamente dejarle el mando de la casa.
         La chica acompañaba a todas horas al señor López y Castro y cada que tenía oportunidad, buscaba convencerlo acerca de que necesitaba una nueva esposa que le ayudara con la educación de sus hijos así como la necesaria compañía para los años que le quedaban de vida; tanto estuvo insistiendo hasta que el ahora viudo, debido a los numerosos negocios a los que se dedicaba, así como la lejanía de su casa, le hacía imposible conocer candidatas adecuadas para tal fin, finalmente terminó proponiéndole matrimonio a la misma Marisol, quien no cabía en sí de gozo al darse cuenta de que después de tanto tiempo su plan había resultado como ella se lo había imaginado.
         Después de una sencilla ceremonia donde la única contenta era la jovencita, los recién casados regresaron a su casa e inmediatamente la antigua niñera dio las órdenes pertinentes a los criados para que enviaran sus pertenencias a la recámara del señor Gustavo.
         Pasaron un par de días y Marisol le propuso a su flamante marido que le permitiera vestir la costosa ropa de su antigua esposa, alegando que era de la misma talla de ella, y que no tenía ningún sentido que dichas prendas se echaran a perder por lo que lo más práctico era que las usara; don Gustavo se resistió al principio diciendo que la ropa de su difunta esposa le traía recuerdos tristes, pero una vez más, se dejó convencer por Marisol.
         La recién casada no cabía de gozo cuando llegaron los sirvientes con los baúles llenos de las finas ropas de la señora Elsa y casi brincó de alegría cuando encontró el alhajero de la difunta; sintió que finalmente había triunfado cuando sacó el tan codiciado collar, el cual sostuvo entre sus dedos sintiendo una extraña sensación, cosa que atribuyó a la alegría de saberlo suyo.
         En la misma cena de ese día decidió estrenar uno de los más caros vestidos, sonriendo con burla al darse cuenta que le quedaba a la perfección. Bajó al enorme comedor tratando de lucir el elegante vestido, pero se quedó atónita cuando el señor Gustavo comenzó a llorar, por lo que le reclamó molesta:
         -¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que no me veo bonita?-.
         López y Castro dijo tristemente:
         -Es que esa ropa me trae malos recuerdos-.
         Marisol decidió cambiar de táctica y zalamera se dio la media vuelta frente a su ahora marido, mientras lo consolaba diciendo:
         -Pero es que si te das cuenta, creo que incluso me queda mejor que a la pobre difunta doña Elsa-.
         Y para terminar de convencerlo, intentó abrazarlo cariñosamente, pero en cuanto sus brazos hicieron contacto con el cuerpo de don Gustavo, sintió como si la prenda se hiciera cada vez más pequeña hasta llegar a un punto en que le era imposible respirar; don Gustavo, al ver la expresión de desesperación, le preguntó asustado:
         -¿Qué te pasa; por qué pones esa cara?-.
         La ex niñera le indicó con señas que se estaba ahogando, pues incluso el cuello del vestido le apretaba tanto que no podía articular palabra, por lo que su marido desesperadamente tomó un cuchillo de la mesa y comenzó a romper el fastuoso vestido hasta dejarlo hecho jirones en el suelo, mientras ella lo contemplaba aterrada.
Marisol no supo explicarse que le había sucedido, por lo que mejor se fue a acostar sin cenar, bastante sorprendida por lo que había experimentado.
         Al otro día, al recordar el extraño evento simplemente se lo atribuyó a la emoción de poseer tan finos ropajes y a la extrañeza de su cuerpo de ser vestido con tanta elegancia, acostumbrado como estaba a la sencilla ropa que había utilizado durante toda su vida.
         Sin embargo no quiso quedarse con la duda, por lo que aprovechó cuando el señor Gustavo salió con sus dos hijos para visitar a la familia de doña Elsa y dado que era el día libre de la servidumbre, esperó a que cayera la noche para dirigirse a su alcoba y ponerse otro vestido de la difunta; se lo probó satisfecha al ver que también le quedaba a la perfección e incluso intentó abrazarse a sí misma como una forma inconsciente de felicitarse por el éxito logrado, pero cuando sus brazos tocaron sus costados, una vez más el vestido pareció reducirse hasta que sintió como le apretaba los brazos, las piernas y lo más peligroso, el torso, el cual a cada segundo se iba vaciando de aire, ocasionando que Marisol empezara a experimentar una vez los signos de asfixia. Como el vestido tenía un cierre al frente, la jovencita desesperadamente jaló el broche de dicho cierre, abriendo los ojos aterrada al ver que se rompía entre sus dedos; al borde del desmayo jaló ambos lados del vestido el cual se fue rompiendo a lo largo del cierre, mientras intentaba recuperar la conciencia, sintiéndose aliviada cuando el oxígeno regresó a sus pulmones.
         La ambiciosa niñera comenzó a sospechar que había algo extraño en lo que estaba sucediendo, lo cual más que darle miedo, le provocó una enorme furia que ocasionó que gritara desesperada:
         -¡Maldita estúpida, ni con esto me vas a quitar la satisfacción de que ahora soy yo la que tengo todo lo que te pertenecía!-.
         Y emitiendo sonoras carcajadas, completó:
         -¡Incluyendo a tu amado marido!-.
         Solo el silencio le contestó.
         Marisol comenzó a reírse de manera burlona; sabía cómo podía vengarse de la difunta, así que tomó la caja donde se encontraba el codiciado collar y lo saco para ponerlo a la altura de su vista y así admirarlo; sonriendo malévolamente abrió el broche de la joya para ponérselo alrededor del cuello y se dirigió hacia el espejo de cuerpo entero que adornaba la habitación. Cuando tuvo frente a sí misma su propia imagen, dijo en voz alta como si hablara con su rival:
         -¿Verdad que se me ve mejor a mí que a ti?-.
         Contempló la imagen del collar en el espejo, pero cuando dirigió la mirada hacia su cara el espejo no reflejaba la faz de la Marisol sin que era la cara de la difunta Elsa, quien la observaba con mirada majestuosa y mientras la joven sentía como el terror invadía todo su cuerpo, la imagen de la muerta le contestó:
         “Sí; te queda tan bien que mereces tenerlo puesto para toda la vida”.
         Inmediatamente el collar se fue haciendo más y más pequeño hasta que comenzó a apretar su delgado cuello; Marisol enterró sus uñas en su propia carne para intentar arrancárselo, pero el delgado collar cada vez se sentía más duro que el acero, por lo que todos sus esfuerzos eran en vano. La joya siguió apretando su carne mientras la cara de la joven se iba poniendo más y más pálida y unos delgados hilos de sangre escurrían por su delicado pecho. Cayo de rodillas al piso y cuando su cabeza llegó al suelo volteó hacia el espejo y entonces vio la imagen de la señora Elsa, quien simplemente le mostraba una sonrisa llena de satisfacción en su rostro.

         Al otro día cuando regresó el señor Gustavo, encontró a Marisol tirada en el piso de la recámara con una mueca de terror en su cara y los ojos desmesuradamente abiertos; al acercarse pudo notar una extraña línea roja alrededor de su cuello y a un lado del inerte cuerpo estaba tirada la caja del collar favorito de doña Elsa…
Vacío.
         A partir de ese entonces, el señor López y Castro vivió sus últimos días lleno de una extraña tranquilidad; gustaba mucho de irse a dormir temprano debido principalmente a que en cuanto cerraba los ojos comenzaba a soñar con su amada esposa, la elegante señora Elsa, quien lo visitaba y platicaba con él, para terminar ambos bailando en el jardín de la mansión mientras don Gustavo la miraba embelesado, deleitándose con su infinita belleza…

         …Adornada con el hermoso collar negro y su enigmático símbolo.

domingo, 2 de febrero de 2020

LA NOCHE DEL PERRO


  
         Julián se sentía contento.
Finalmente había podido comprarle el faro nuevo a su bicicleta.
Vivía en un pueblo alejado de la ciudad; lugar donde para fortuna de los habitantes, se había instalado una empresa como a tres kilómetros, la cual había dado empleo a Julián y a sus vecinos, por lo que todos tenían la esperanza de que el progreso comenzara a beneficiarlos.
         Eran los tiempos en que poblados como ese no gozaban de los servicios más básicos pues no tenían agua potable, drenaje ni ninguna de las comodidades a las que estamos acostumbrados hoy en día por lo que, para llegar al lugar de trabajo, Julián tenía que recorrer un par de calles empedradas de la colonia, así como una larga vereda para finalmente llegar a la carretera, la cual se había construido y pavimentado a iniciativa de la fábrica recién instalada.
         Debido a lo anterior, Julián se sentía afortunado pues a diferencia de sus amigos y vecinos, había podido comprarse su bicicleta a fuerza de estar ahorrando algunos meses; sabía que era un gasto justificado pues con esa máquina en sus manos, era capaz de transportarse él mismo, así como en ocasiones a su joven esposa, por lo que, acompañados de su pequeña hija, salían de vez en cuando a visitar a la suegra del joven obrero.
         Como tardaron mucho en comenzar las labores formalmente en la compañía, tenían mucho trabajo atrasado, lo cual trajo como consecuencia que se laborara las 24 horas; los trabajadores tenían que rolarse los turnos, situación que ocasionó que, en la presente situación Julián se encontraba laborando en el turno nocturno.
         No le molestaba trabajar de noche; sabía que su esposa e hija estaban a buen resguardo ya que su madre, quien vivía al lado de ellos, estaba al pendiente de su nuera y su nieta por lo que no había nada que temer. Por otro lado, Julián sabía que el turno nocturno era el más relajado; el trabajo seguía siendo pesado como cualquier otro, pero no tenía la presión de los supervisores quienes vigilaban a los trabajadores en los turnos matutino y vespertino casi como si de celadores se tratase. El único pendiente que tenía el joven trabajador al laborar por las noches era el hecho de que a pesar de que había una carretera recién construida, ésta no contaba con el alumbrado público que ahora acompaña a las grandes vialidades, dado lo cual, en más de una ocasión había estado a punto de caer de su bicicleta con las obvias y dolorosas consecuencias.
         Como ahora su sencillo vehículo contaba con luz propia, Julián se sentía confiado de poder viajar de manera segura hacia su centro de trabajo; incluso se pudo dar el lujo de salir de su casa quince minutos después de la hora acostumbrada. Se despidió de su esposa, tomó su bolsa de comida, atándola a la parte trasera de su bicicleta y encendiendo su recién comprado foco comenzó a pedalear alegremente; las calles y veredas de su colonia no representaron ninguna dificultad para él, ya que las conocía tan profundamente, que incluso las podía recorrer con los ojos cerrados. Cuando llegó a la orilla de la carretera, se detuvo y miró a ambos lados; lo hizo más por costumbre que por otra cosa, ya que por esos tiempos era muy difícil que circulara algún coche por ahí y sólo de vez en cuando pasaban los camiones de carga que se dirigían a la empresa donde laboraba, pero aquellos solo eran vistos durante el día. Miro hacia arriba y admiró el cielo lleno de estrellas por lo que sonrió y volviendo a subir a su bicicleta comenzó a pedalear tranquilamente.
         Julián iba absorto en sus pensamientos, haciendo planes acerca de lo que le pensaba comprar a su pequeña hija con el sueldo de esa semana por lo que pedaleaba emocionado pensando en lo bien que lo estaba tratando la vida; casado con una buena mujer y una pequeña hija, aunado a lo cual un buen trabajo que acababa de conseguir, lo que le daba la confianza de que poco a poco mejorarían su nivel de vida.
         El joven seguía pedaleando cuando al levantar la vista hacia el frente del camino, alcanzó a ver en medio de la carretera una sombra que se movía más adelante; le extrañó tener compañía a esas horas de la noche, pues ni siquiera sus compañeros transitaban a esa hora debido a que, al no tener bicicleta, tenían que salir más temprano de sus casas para llegar a tiempo a su empleo.
         Cuando el faro recién comprado comenzó a iluminar la sombra, Julián pudo darse cuenta que era un perro de enorme tamaño; no conocía de perros ya que nunca le había llamado la atención poseer alguno, así que solo intuyó que el robusto can pertenecía a la raza de los bulldogs. Cuando finalmente pudo alcanzar al animal, este volteó tranquilamente y se hizo a un lado de la carretera de tal manera que ambos caminaron lado a lado; el humano volteó a su derecha que era por donde transitaba tranquilamente el perro y lo contempló: los músculos se adivinaban fuertes y macizos bajo la pelambrera oscura; tenía la lengua ligeramente de fuera, mientras emitía suaves jadeos.
         Julián no sabía si sentirse reconfortado de tener compañía en su camino nocturno o sentirse cada vez más confundido por la docilidad de dicho animal, ya que éste nunca hizo intentos por huir al acercarse a él y, por el contrario, sin importar la velocidad que el joven imprimiera a los pedales, dicho canino siempre se le emparejaba para seguir trotando a su mismo paso.
         La extraña pareja siguió avanzando por unos cuantos cientos de metros en silencio, ya que Julián solo escuchaba en medio de la semioscuridad el suave ronroneo de la cadena de su bicicleta acompañado del golpeteo de las garras del misterioso animal sobre el camino asfaltado; por momentos cuando volteaba a verlo de reojo, creyó incluso ver que cuando las uñas del bulldog raspaban el suelo, salían unas pequeñísimas chispas blancas, que se desvanecían en medio de la noche.
         Como todo hombre rudo que cuando se ve en una situación extraña decide utilizar el buen humor para aligerar el ambiente, Julián quiso gastarle una broma a su inesperado acompañante, por lo que se le ocurrió echarle la bicicleta encima al siniestro can para asustarlo al sentir éste el resplandor de la luz: hizo un movimiento violento con el manubrio, pero en cuanto la luz comenzó a alumbrar al animal sucedió algo espeluznante:
¡El faro nuevo se apagó repentinamente!
         Julián sintió como si todo el miedo del mundo se acumulara dentro de su pecho, por lo que de manera instintiva trato de enderezar el manubrio de su bicicleta y comenzó a pedalear furiosamente; pedaleaba y pedaleaba como si en ello le fuera la vida, mientras escuchaba los espantosos ladridos del perro justo detrás de su cabeza. Con terror notaba como un sudor frío escurría desde su nuca para bajar a todo lo largo de su espalda, mientras dentro de él escuchaba una voz que le decía: “Hagas lo que hagas, no voltees, nunca voltees”.
         Llegó a la fábrica en un tiempo record, y cuando se paró frente a la pequeña puerta de entrada, se bajó de la bicicleta para golpear dicha puerta violentamente y cuando el vigilante la abrió, se encontró con un Julián pálido del susto y completamente sofocado; el joven trabajador casi derribó al viejo guardia, quien se extrañó de la rapidez con la que entraba el visitante, ya que sabía que había tiempo de sobra para poder checar la entrada. A Julián nada de lo anterior le importó; prácticamente arrojó la bicicleta en el rincón donde siempre acostumbraba dejarla y no se sintió fuera de peligro sino hasta que llegó a su lugar de trabajo, donde se sentó momentáneamente para recuperar la respiración y limpiarse el sudor.
         Comenzó con su jornada de trabajo, tratando de convencerse a sí mismo que lo que había experimentado solo había sido producto de su imaginación o algo que había soñado.
         Cuando llegó la hora descanso, el joven obrero ya se sentía un poco más tranquilo, así que se dirigió hacia su bicicleta para tomar su bolsa de comida; mientras sacaba sus alimentos, volvió a preguntarse qué era lo que había pasado:
¿Por qué se había apagado el faro nuevo de su bicicleta exactamente cuándo quiso alumbrar al perro? Su faro le había salido muy barato.
¿Significaba que estaba tan mal hecho que solo había tenido un par de horas de duración? ¿Había salido defectuoso? ¿Era casualidad que justo en ese momento hubiera fallado?
         Mientras se seguía haciendo estas preguntas pensó que la única manera de salir de dudas era revisar el dichoso faro cosa que, de solo pensarlo, le provocaba una opresión en el pecho que no lo dejaba respirar; finalmente hizo acopio del poco valor que le quedaba y caminó al frente de la bicicleta para poder mirarla.

         A Julián se le cayó la bolsa de comida cuando al ver su bicicleta pudo darse cuenta que el manubrio estaba quemado y que el faro estaba completamente carbonizado.