lunes, 15 de julio de 2019

EL PÓKER DEL DIABLO



         Martín era un jugador empedernido; le gustaba jugar de todo y por supuesto apostar hasta lo que no tenía. A veces ganaba y a veces perdía como todo jugador, pero últimamente estaba atravesando una racha de mala suerte, debido a que en uno de los lugares clandestinos en los que acostumbraba jugar se le había ocurrido hacer trampa, como solía hacer en otras ocasiones, solo que esta vez lo habían descubierto los dueños del lugar.
         Había quedado a deber una cantidad exorbitante de dinero, pero como en el mundo de las apuestas no se mata al deudor pues así no se recupera la deuda, simplemente le pusieron una tremenda golpiza que lo mando al hospital por dos meses, con la consigna de que al salir tenía que pagar lo que debía; al menos le habían permitido saldar la deuda en partes.
         Por otro lado, Martín brincaba de un trabajo a otro y cuando ganaba, dejaba de trabajar hasta que se le acababa el dinero, pero en las circunstancias actuales el ridículo sueldo que ganaba lo utilizaba para pagar la renta de un cuartucho donde vivía y mal comer y para saldar su deuda de juego acostumbraba retar a sus compañeros de trabajo y mediante trampas, sacar algo de dinero el cual obviamente, no era suficiente para hacer frente a su compromiso.
Todo esto lo tenía desesperado.
         El juego que más le gustaba jugar era uno que involucraba los naipes, llamado 21, donde los jugadores sacan cartas hasta llegar al mencionado número y el que se acerca más, gana la mano; de esta manera, se suman los valores de las diferentes cartas del 2 al 10 y el Joker, el Rey y la Reina tienen un valor de medio número, y los ases sólo suman un punto y finalmente, si alguien se pasa del 21, automáticamente pierde.
         Martín, como todo buen jugador tenía su propia baraja de póker y a veces en solitario, jugaba sacando las cartas hasta llegar al número deseado e imaginando todo el dinero que podía ganar en un casino si llegaba al ansiado 21.
         Tenía por costumbre dejar su mazo de naipes en la sencilla mesa que utilizaba para desayunar, comer y cenar, la cual se encontraba en mitad de la humilde vivienda que habitaba.
         Una noche, frustrado por la falta de excitación del juego que su mente y su cuerpo le exigía exclamó fuertemente: “Tengo tan mala fortuna que ni siquiera el Diablo jugaría conmigo”. Barajeó las cartas una vez más, para tomar cinco de ellas y dejarlas frente a él; las volteó y vio que sumaban siete, por lo que volvió a maldecir su suerte.
Molesto consigo mismo, prefirió irse a acostar.
         Al otro día se levantó y desayunó frugalmente aún enojado con su situación actual; antes de irse a trabajar decidió tomar sus naipes por si en el trabajo alguien se animaba a jugar con él; se acercó a la mesa y vio con asombro que del otro lado del montón de cartas, había cinco de ellas volteadas boca arriba que sumaban ocho tantos. Inmediatamente pensó que alguien se había metido en su casa para jugarle una broma, pero al revisar puertas y ventanas desechó la idea; de todos modos, sabía que en las casas vecinas vivían personas demasiado ancianas como para poder realizar una broma nocturna como la que él se hubiera imaginado. Pensó no darle importancia, imaginando que era posible que hasta él mismo, angustiado por la falta de juego, se había levantado por la noche y en medio de una especie de sonambulismo, había jugado él solo.
          Dejó las cartas tal y como estaban y por la noche, cuando regresó y terminó de cenar, por simple curiosidad sacó una carta más y vio que ahora su mano sumaba quince puntos.
         Cuando se levantó la siguiente mañana, distraídamente se acercó a su mesa y la sangre se le heló en las venas al comprobar que la mano de cartas frente a la suya ahora sumaba doce. Lo anterior le dio demasiado miedo para pensar; quiso recoger todas las cartas e incluso tirarlas a la basura, pero el alma de jugador que tenía lo frenó; como todo apostador que sabe cuándo tiene posibilidades de ganar una jugada, decidió esperar.
         Por la noche, antes de acostarse a dormir, sacó una carta más del mazo y con satisfacción comprobó que ahora sumaban dieciséis. Pensó que su suerte comenzaba a cambiar, al menos en este juego lo cual lo animó para mejor salir en busca de sus compañeros de aventuras a ver si podía prolongar su reciente buena racha, así que se vistió para irse rápidamente.
         Regresó entrada la noche con unas copas de más y un poco de dinero que ganó en el transcurso de la misma; no era la gran cosa, lo cual no le preocupaba; no, lo que le incomodaba era que durante el tiempo que estuvo jugando cartas con sus amigos, se la pasó pensando en la jugada que tenía sobre su mesa, en la cual todavía no sabía contra quien estaba jugando. Le intrigaba saber cuál carta sacaría su contrincante y le incomodaba el hecho de tener que esperar hasta la mañana siguiente para saberlo.
         En cuanto entró se dirigió a la mesa y con una emoción inusitada acompañada de temor vio que su desconocido contrincante ya había hecho su jugada y sus cartas ahora sumaban diecisiete. Decidió terminar de una vez por todas con el juego y se sentó enfrente de sus cartas para dirigirse al mazo de cartas restantes y sacar la suya.
         En cuanto se sentó, sintió como si alguien se sentara enfrente de él, incluso vio una tenue sombra con figura casi humana, pero como el jugador profesional que era no se amilanó y dijo en voz alta:
-Si vamos a jugar, podemos apostar algo; toda tu fortuna contra la mía-.
Cuando terminó de decir lo anterior, escuchó una voz que le decía:
“Tú no tienes fortuna”.
Martín preguntó:
-¿Entonces qué apostamos?-.
La voz contestó:
“Mi fortuna contra tu alma”.
Martín estuvo a punto de caer de la silla del salto tan fuerte que experimentó su cuerpo, pero inmediatamente se dio cuenta que no podía levantarse; algo dentro de él le indicaba que estaba a punto de jugar el juego de su vida, ya que se encontraba jugando contra el mismo Diablo a quien no podía hacer las trampas que acostumbraba hacer al jugar a los naipes; sabía que este contrincante no aceptaría que lo engañaran, pero asimismo sabía que si el Demonio ganaba, no iba a faltar a su palabra en cuanto al monto del premio. Reflexionó acerca del precio que tendría que pagar si perdía, pero en el fondo pensó con tristeza que le había dedicado tanto tiempo a las apuestas, que había sacrificado muchas cosas y que había hecho tantas cosas deshonestas que en realidad ni él mismo sabía si todavía poseía un alma.
Además, pensó, ¿Qué importaba?, después de todo, una apuesta era una apuesta, algo que él jamás rechazaba y por el otro lado, la recompensa era algo por lo cual valía la pena arriesgarlo todo.
         Se decidió y tomó su siguiente carta: sacó el dos de corazones por lo que tenía dieciocho; era un buen número, pensó sonriendo, pero dicha sonrisa se le congeló en la cara cuando vio que una carta se deslizaba del mazo para acercarse a las demás cartas de su contrincante como si una mano invisible la moviera. Al voltearse la carta, vio que era el tres de diamantes lo que sumaba veinte; creyó escuchar una especie de risa burlona que salía de la sombra que estaba sentada frente a él. Empezó a sudar frío pensando que si sacaba más de tres iba a perder la mano así como su alma. Aun así, sabía que el Diablo tenía que sacar un dos para vencerlo, y como ya había tres números dos en las cartas jugadas, era muy difícil que lo lograra; solo esperaba que no usara sus poderes para inventarse una carta nueva o poder ver a través de ellas.
         Martín se quedó completamente inmóvil y volvió a respirar cuando vio que salía el as de tréboles, lo que le daba al Príncipe de las Tinieblas un total de veinte, así que sintiéndose confiado, inmediatamente sacó la suya y vio que era el dos de diamantes, por lo que estaban empatados. Bastaba con que uno de los dos sacara un as para poder ganar, pero solo faltaba uno por salir; el joven no se preocupaba mucho, ya que con que el Diablo sacara una carta que no fuera dicho as, Martín se podía declarar vencedor.
         Se deslizó una carta frente a él y el corazón se le cayó a los pies cuando comprobó que era el rey de diamantes; Martín no había tomado en cuenta que reyes, reinas y jokers solo valían medio punto, por lo que el juego del Diablo ahora sumaba veinte y medio.
Ahora la presión estaba sobre de Martín, ya que tenía prácticamente todas las probabilidades en su contra; se quedó viendo sus cartas reflexionando en el hecho de perder su alma mientras ríos de sudor le recorrían el cuello, mojando su vieja camisa.
No sabía si al levantar la carta equivocada su cuerpo iba a arder en impresionantes llamaradas; si un hoyo se abriría en el suelo y se lo tragaría para llevarlo a los confines del Infierno o si simplemente se iba a sentir como un envase de cerveza usado: completamente vacío.
         Quiso encomendarse a Dios, pero en eso escuchó:
         “No, Él no va a venir a salvarte; estamos jugando solo tú y yo”.
Volvió a escuchar la risa burlona enfrente de él, por lo que desechó la idea de ponerse a rezar ya que se daba cuenta que estaba completamente solo en esta situación. Le había dado la espalda a Jesucristo y al mundo en general, por lo que no contaba más que con él mismo, así que violando todas las reglas de un buen jugador de no mostrar emoción alguna, comenzó a reír y simplemente levantó la carta.
         Sacó el as de espadas y se desmayó.
         Cuando despertó a la mañana siguiente, seguía sentado en la misma silla; no había cartas y frente a él no se encontraba nadie, pero sobre la mesa había un saco negro bastante voluminoso. Cuando lo abrió vio que estaba lleno de joyas, monedas de oro y billetes de diferentes países y denominaciones; sacaba y sacaba cosas y se daba cuenta que el saco jamás se vaciaba por lo que casi con lágrimas en los ojos, vio con alivio que el Diablo cumplió su promesa, por lo que tomo su tesoro y levantándose rápidamente, pensó en salir corriendo de su casa para no volver jamás. Alcanzó a ver de reojo que debajo de donde había estado el saco de joyas y dinero, estaba la carta del as de espadas; estaba quemada exactamente en el centro como si un dedo de fuego la hubiera tocado.
         Todos sus sueños de jugador se habían cumplido; había ganado una apuesta y se había llevado el premio mayor.
         Rio satisfactoriamente con todas sus fuerzas pero en eso su risa se apagó cundo se dio cuenta de algo:
         Al Diablo no le gusta perder.

¿Qué va a pasar cuando quiera la revancha?

martes, 2 de julio de 2019

LA REPORTERA



         Martha se recibió con honores en la carrera de periodismo y cuando el rector de la prestigiosa universidad donde estudió dio su discurso de despedida, ensalzó las cualidades de la joven así como su tenacidad para llegar a ser la número uno de toda la generación; finalizó diciendo que le auguraba uno de los mejores lugares dentro del periodismo nacional o incluso internacional y mencionó una palabra que a la chica jamás se le olvidó: ambición.
         Sí; porque Martha era extremadamente ambiciosa pues incluso antes de comenzar a buscar trabajo ya se imaginaba conduciendo uno de los más prestigiosos noticieros televisivos ya que se sentía confiada en que su belleza, porte y habilidades para la oratoria le conseguirían el puesto soñado.
         Desgraciadamente se topó con la cruel realidad.
         Cuando comenzó a asistir a entrevistas de trabajo, se sintió cada vez más y más desilusionada, pues lo único que le ofrecían eran empleos menores; esto es, trabajos de oficina donde solo se dedicaría a redactar noticias que las grandes estrellas del canal recitarían frente a la cámara. Lo más que logró fue que le ofrecieran la sección del clima, pero solo si utilizaba atuendos sensuales; no lo aceptó pues no quería ser recordada solo por su físico, sin contar que parte del “trato” era acostarse con los ejecutivos que tenían a su cargo la sección de noticias. No es que le importara usar su cuerpo como arma para lograr todo lo que se había propuesto, pero en el fondo buscaba evitarlo en la medida de lo posible, pues si las cosas le salían como ella lo esperaba, el día de mañana este tipo de sucesos pasados le podrían afectar.
         Después de pensarlo mucho y a insistencia de los integrantes de su familia, con resignación aceptó un trabajo mal pagado en el cual tenía que sacar noticias de internet para enviárselas al equipo de noticias de la cadena televisiva para la cual aceptó laborar.
         Pasaron cuatro años en esa situación, la cual desesperaba sobremanera a Martha cuando uno de los reporteros que se dedicaban a cazar noticias en las calles decidió renunciar, debido a lo cual la ambiciosa chica fue ascendida de puesto. Su trabajo consistía en recorrer la ciudad en busca de alguna noticia y en el mejor de los casos, ir a donde la redacción le indicara a fin de cubrir algún suceso, principalmente de nota roja; con el tiempo y como todo reportero, Martha se dio cuenta que mientras más sangrientas fueran las noticias, más interés despertaban en la gente por lo que mientras recorría las calles subida en la destartalada moto que le habían asignado, buscaba sucesos tales como accidentes, asaltos, suicidios o cualquier otra cosa que despertara el morbo del público.
         Desgraciadamente, cada que tenía la suerte de encontrarse algún evento digno de trasmitirse en vivo en el noticiario, los reporteros de la competencia ya se encontraban ahí, lo que ocasionaba que perdiera la primicia; sabía que eso no era bueno para la televisora para la cual trabajaba, lo cual confirmaba cuando al hacer el enlace con el noticiario, los conductores de éste secretamente se burlaban al comentarle que la noticia que notificaba, ya se había dado en los demás canales televisivos.
         Todo lo anterior llenaba de frustración a la chica pues sabía que de esa manera, iba a llegar a los ochenta años viajando en moto en busca de noticias.
         Eso no era el plan de vida que se había trazado.
         Hasta que su suerte cambió.

         Una tarde hubo un accidente que involucró a tres coches, uno de los cuales volcó sobre de la fachada de una casa, atropellando a uno de sus habitantes; cuando Martha llegó al lugar de los hechos, una vez más vio con molestia que la competencia ya se encontraba ahí, por lo que grabó algunas escenas que transmitió en vivo así como el reporte de los cuerpos de rescate y cuando terminó, se dedicó a vagar por entre la gente pensando que más hacer; se le ocurrió que para dar más colorido a sus reportajes, sería buena idea entrevistar a los testigos, aun cuando los corresponsales de los demás noticieros ya lo habían hecho. Dirigió la mirada entre la multitud buscando a quien entrevistar, pero en eso sus ojos se detuvieron en la cara de un hombre de aproximadamente cuarenta años que se encontraba como a unos cinco metros de ella; portaba un traje negro así como camisa y corbata del mismo color, su pelo relucía algunas canas lo que le confirmó la edad, a pesar de llevarlo cubierto por un sombrero de fieltro, obviamente negro. Lo que más le llamó la atención de semejante personaje era que, a diferencia de las demás personas que revelaban en sus caras miedo, sorpresa o incluso fascinación por lo que contemplaban, ese misterioso hombre no mostraba expresión alguna; eso, aunado al lúgubre aspecto del tipo, hizo que Martha se le acercara tímidamente y al tenerlo de frente, él volteó a verla directamente a sus ojos, ocasionándole que un escalofrío subiera por toda su espalda. Sintiendo que el corazón se le salía del pecho le preguntó:
         -Buenas tardes señor, ¿Usted vio todo el accidente?-.
         El sujeto contestó con una voz profunda que tenía un desagradable tono cavernoso:
         -Sí; yo lo vi todo-.
         Ella preguntó lo primero que le llegó a su turbada mente:
         -¿Y qué piensa de lo que pasó?-.
         La tétrica figura simplemente dijo:
         -Vivir y morir es lo mismo; la vida y la muerte son solo un juego-.
         “Fantástico”, pensó desilusionada; “Un filósofo callejero”.
         Apagó su micrófono y sacó su celular para ver si tenía algún mensaje que le indicara alguna otra noticia que cubrir; cuando vio que no había nada, suspiró desalentada y fue cuando el raro personaje le preguntó:
         -¿Ya no me va a entrevistar?-.
         Ella simplemente dijo sin dejar de contemplar su teléfono:
         -No; ya no tiene caso-.
         Él le tomó la barbilla con dos dedos, los cuales se sentían tétricamente helados y cuando sus miradas se encontraron, ella sintió que se desmayaba de terror y más cuando su acompañante le dijo:
         -¿Y si supiera que yo tengo información más valiosa que esto que acaba de ocurrir?-.
         Ella se le quedó viendo sorprendida; el tipo le daba pavor pero con todo, sentía también la curiosidad que impulsa a todo reportero a investigar todo lo que pudiera llegar a ser noticia.
         El insistió:
         -¿No está interesada?-.
         Martha dudo, pero como estaba tan necesitada de algo que impulsara su carrera, tomó la decisión que iba a cambiar su vida.
         -Sí; si estoy interesada-.
         De reojo, comenzó a darse cuenta asustada que toda las personas alrededor de ellos, como si se hubieran puesto de acuerdo se iban alejando; cuando ambos quedaron solos en medio de la banqueta, el sombrío sujeto le dijo:
         -Yo puedo decirle donde y cuando van a ocurrir las cosas-.
         Ella, confundida preguntó:
         -¿Se refiere a accidentes, asaltos y cosas así?-.
         Él contestó:
         -Así es-.
         La chica insistió incrédula:
         -¿Y cómo es eso?, ¿Acaso puede ver el futuro?-.
         El hombre de negro esbozo un intento de sonrisa que lo hizo ver más aterrador y contestó enigmáticamente:
         -Digamos que tengo mis métodos-.
         Martha iba recuperando su natural confianza en sí misma y mientras su parte racional le decía que estaba ante un farsante, su parte emocional la impulsaba a seguir investigando.
         Después de todo; ¿Qué podía perder?
         Dijo más resueltamente:
         -¿Y cómo funciona?-.
         Él simplemente le contestó:
         -Me da su número de teléfono y cuando se presente algo yo le digo a dónde acudir-.
         La reportera ya había recobrado su aplomo profesional, por lo que le dijo:
         -En esta vida nada es gratis; ¿Qué quiere a cambio?-.
         Él le dijo seriamente:
         -El precio es que me deje acompañarla-.
         Ella dudo por unos segundos.
         Y le dio su número de teléfono.
         Por la noche, cuando Martha se fue a la cama no pudo dormir. Desde que llegó a su departamento y mientras analizaba el extraño acontecimiento que le había sucedido en la tarde anterior, más se convencía de que había tomado una mala decisión; después de todo no conocía al hombre con el cual acababa de hacer el extraño trato.
         ¿Y si era un loco que pensaba secuestrarla?
         ¿Y si iba a hacer algo horrible y quería asegurarse de que todo el mundo se enterara lo más pronto posible de sus fechorías?
         “Bueno”, suspiró; “Vale la pena el riesgo”.

         Con la luz del día siguiente, Martha cada vez estaba más convencida que la tarde anterior se había encontrado simplemente con un sujeto perturbado que buscaba sus cinco minutos de fama; recordó  que estuvo a punto de sonreírle cuando al pedirle a él su número telefónico, él le dijo confiadamente: “No se preocupe; usted sabrá cuando sea yo”.
         La mañana estuvo aburrida pues no sucedió nada digno de mención; un par de abolladuras entre dos coches y un embotellamiento a causa de una marcha por lo que se metió a desayunar a un pequeño restaurante y cuando estaba a punto de terminar sus alimentos sonó un mensaje en su celular; lo tomó y cuando lo revisó, el texto solo decía:
“La veo en esta dirección en cinco minutos”.
La reportera inmediatamente se dio cuenta de quién era el mensaje, y más cuando al querer comprobar el número desde donde venía, el aparato solo indicaba que era un número privado; sintiendo como la adrenalina y el miedo se apoderaban de ella, inmediatamente corrió a su moto para dirigirse al lugar señalado.
Cuando llegó a la esquina indicada, ya la estaba esperando el misterioso personaje conocido el día anterior; más tardó ella en estacionarse, cuando él ágilmente se subió a la máquina ordenándole con su horrible voz lúgubre:
-Siga por esta avenida y yo le indicaré donde dar vuelta-.
Ella estuvo conduciendo a toda velocidad, mientras detrás de ella seguía las instrucciones que le indicaba su macabro acompañante, indicaciones que a veces incluso le parecía que salían de su propia cabeza; a los diez minutos se detuvieron en una esquina y mientras el hombre de negro se bajaba, le ordenó:
-Encienda su cámara y diríjala hacia la intersección-.
Martha portaba una mini cámara en un costado de su casco, por lo que obedeció y pulsó el botón de encendido, pero en eso se dio cuenta que estaban en un lugar solitario por lo que su sentido de alerta se activó; comenzaba a sospechar que había caído en una trampa pues no pasaba absolutamente nada. Como si su acompañante le leyera la mente, le dijo detrás de ella:
-No deje de grabar-.
Y fue cuando sucedió.
A lo lejos comenzó a escuchar un rugido que se iba a acercando rápidamente y cuando el ruido se hizo casi insoportable ella lo identificó; era el sonido del motor de un coche que se acercaba a toda velocidad. El vehículo se dirigía hacia la esquina donde estaban parados y cuando llegó ahí, las llantas comenzaron a rechinar, señal de que el conductor perdía el control, para finalmente estrellarse estrepitosamente con el poste de luz eléctrica que se encontraba afuera de una casa.
Pedazos de metal y plástico volaron por todas partes mientras el transformador que se encontraba en la punta del poste comenzaba a lanzar chispazos hasta que explotó, ocasionando que el poste donde se hallaba cayera sobre de la fachada de la casa que tenía enfrente y que los cables cayeran en medio de la calle; ella quiso correr víctima del pánico, pero en eso sintió los dedos del misterioso personaje que se hundían en su hombro derecho, como si fueran las garras de un ave de rapiña mientras escuchaba a sus espaldas:
-No se mueva; no le va a pasar nada-.
Ella obedeció, paralizada por el terror y por la opresión de los dedos huesudos que le apretaban su carne; con extraña fascinación contempló un cable que chicoteaba en la calle lanzando chispas hacia todos lados mientras se acercaba peligrosamente hacia su posición; cuando éste llegó a treinta centímetros de sus pies, dejo de lanzar chispas. Suspiró aliviada y escuchó:
-Ya puede acercarse-.
Pero antes de comenzar a correr hacia el accidente, murmuró:
-¿No deberíamos llamar a la policía y a los cuerpos de rescate?-.
Él dijo tranquilamente:
-No se preocupe; ya vienen en camino-.
Y mientras ella se acercaba al vehículo siniestrado, a lo lejos comenzó a escuchar las sirenas de patrullas y ambulancias; pudo realizar tomas de cerca del accidente acontecido dándose cuenta con pavor que el conductor se hallaba muerto, pues se hallaba completamente bañado en sangre por lo que ahora dirigió su cámara hacia la casa donde había caído el poste. Afortunadamente tuvo la sangre fría para llamar a la televisora a fin de mandar las imágenes que estaba captando para ser reproducidas en vivo.
Llegaron los policías y paramédicos para sacar a las personas heridas de la casa que se encontraba a punto de colapsar, mientras una multitud de personas se acercaban al lugar; estuvo como dos horas cubriendo el accidente, mientras de vez en cuando mandaba enlaces a fina dar el reporte de las últimas noticias acerca del suceso.
Una vez que se llevaron a los últimos afectados del sangriento percance regresó a su moto, completamente bañada en sudor del esfuerzo experimentado, así como el cuerpo adolorido producto de la tensión de lo que acababa de ser testigo.
Pensaba llevar de regreso a su acompañante así como darle las gracias pues había cumplido con lo pactado, pero por más que lo buscó, nunca lo encontró.
Esa noche todos en la cadena televisiva la felicitaron, incluyendo al dueño de la estación a quien, al interrogarla acerca de cómo había tenido la suerte de estar ahí, humildemente contestó:
-Sólo hice lo que me enseñaron en la escuela: estar en el lugar y en el momento correcto-.
         Cuando llegó a su departamento se sentía exhausta; le gustó mucho haber hecho su trabajo de informar a las personas pero al mismo tiempo se sentí triste por haber presenciado algo tan impactante como un accidente donde habían muerto tres personas; el conductor y dos de los habitantes de la casa donde había caído el poste de luz. Quiso consolarse pensando que así eran los accidentes; nadie sabía dónde y cuando iban a ocurrir.
         A excepción de su cómplice.
         Prefirió no pensar en él y trató de dormir.
         Pero con lo que no contaba era con las pesadillas; soñaba que veía una vez más el accidente pero que a diferencia de lo que en realidad ocurrió, en su sueño el conductor seguía vivo y le pedía ayuda, pero su macabro acompañante la agarraba fuertemente, impidiéndole actuar.
         Se levantó con un extraño dolor de cabeza pero una vez que tomó su café matutino y se puso en marcha hacia su trabajo, decidió olvidar todo lo que había soñado.

         El siguiente mensaje lo recibió antes del medio día; le mandaron una dirección que cuando buscó con el GPS de su celular, se dio cuenta extrañada que era un terreno descampado en una zona desolada de la ciudad; aun así, recogió a su repulsivo compañero calles más adelante y sin hacerle ninguna pregunta, aceleró lo más que pudo hasta llegar al destino acordado.
         Se estacionó junto a un canal de aguas residuales, el cual medía aproximadamente tres metros de ancho; el lugar se encontraba solitario por lo que Martha quiso interrogar a su acompañante, pero antes de que lo hiciera, el extraño hombre le dijo:
         -Encienda su cámara y diríjala al centro del canal-.
         Ella obedeció dirigiendo la lente hacia el lugar indicado cuando en eso, comenzaron a salir unas pequeñas burbujas de entre el agua nauseabunda; el extraño fenómeno fue creciendo más y más hasta que la reportera no pudo contener la curiosidad y dijo sin dejar de grabar:
         -¿Qué diablos es eso?-.
         El macabro personaje simplemente contestó:
         -Debajo del canal hay una tubería de gas-.
         Martha quiso decir algo pero él completó:
         -Y en un momento va a estallar-.
         La reportera abrió los ojos desmesuradamente cuando se escuchó un fuerte estallido que ocasionó que ella quedara completamente bañada de agua asquerosa, pero sin causarle ningún daño.
         Pero lo peor estaba por venir.
         Cuando Martha trataba de recobrarse de la sorpresa, con horror vio como comenzaron a caer cadáveres enfrente de ella; petrificada por el horror, contó hasta cuatro cuerpos que, hinchados y descompuestos mostraban sus horribles facciones putrefactas, como estrellas de cine que acudían a escena en una película de horror.
         Película donde Martha era la directora.
         Al borde del desmayo, quiso voltear a reclamar el horrendo espectáculo al que había sido invitada a ser testigo, cuando el hombre de negro se paró junto a ella, pero antes de que lo pudiera interrogar, comenzó a escuchar un murmullo que venía de él; suavemente desmontó la cámara de su casco para seguir grabando mientras volteaba a verlo de reojo.
         Jamás se hubiera imaginado lo que contempló.
         El extraño ser tenía los ojos en blanco, mientras con un extraño rictus en la cara recitaba una serie de palabras incomprensibles; Martha sabía que era un idioma diferente al cual hablaba, pero algo muy dentro de ella le decía que incluso esas eran palabras dichas en un idioma muy antiguo; palabras que tal vez nunca deberían de ser repetidas por ser humano alguno.
         Pero tal vez su acompañante ni siquiera pertenecía a la raza humana.
         Quiso decir algo pero ningún sonido salía de su boca mientras su cuerpo se negaba a moverse; no supo cuánto tiempo pasó y finalmente pudo recuperarse cuando las patrullas y equipos de rescate hicieron su aparición.
         Su alma de reportera tomó el control y comenzó a mandar mensajes y enlaces de video al noticiero que en esos momentos se transmitía, mientras seguían llegando más y más policías e incluso funcionarios gubernamentales.
         Cuando finalmente llegó a la televisora, otra vez fue blanco de felicitaciones de todos y cada uno de sus compañeros; los más nuevos la veían con admiración, mientras que los más experimentados la veían con respeto. Mientras recibía las palabras de reconocimiento profesional, pudo ver en una de las pantallas un reportaje más extenso acerca de la noticia de la cual ella había sido parte; efectivamente, una tubería de gas había estallado dejando al descubierto cuatro de seis cadáveres de policías que habían estado investigando una red de trata de blancas y que habían desaparecido hacía un par de semanas; el gobierno había estado buscándolos durante todo ese tiempo, por lo que se anotaban un triunfo, al menos por recuperar los cadáveres y así darles un poco de consuelo a sus afligidas familias.
         Una vez más recibió las felicitaciones del dueño de la televisora, el cual inmediatamente ordenó que le dieran una mejor moto para transportarse, así como un sustancial aumento de sueldo.
         Todo para complacencia de Martha.

         Y así siguió la vida de la novel reportera.
         Cada vez era más reconocida pues hasta otras televisoras la entrevistaban ofreciéndole incluso un puesto entre sus filas; ella declinaba amablemente pues en su propio centro de trabajo el dueño le había prometido que un par de meses la iban a ascender como titular de un nuevo noticiero en horario estelar.
         Hasta ya le habían puesto nombre:
         “El lugar y momento correcto”.
         Pero no todo era alegría.
         Después de cada suceso del cual era avisado por el extraño hombre que había conocido, las pesadillas eran cada vez peores; cuando era testigo de una pelea callejera donde uno de los contendientes moría porque el otro sacaba una pistola y le disparaba, soñaba que era ella la que recibía los tiros; si era un accidente automovilístico, soñaba que era ella la que se encontraba dentro del vehículo accidentado y mientras trataba de salir de él, sentía todo el dolor y la angustia de la persona que fallecía en ese evento.
         Pero lo peor era que pasara lo que pasara en su sueño, su extraño acompañante siempre se encontraba junto a ella recitando las mismas extrañas y macabras palabras ya muy conocidas por Martha, y después de pronunciarlas, tomaba el alma de ella y se la llevaba al infierno.
         Cada vez se preguntaba más y más quien era ese horrendo personaje; en ocasiones llegó a pensar que él mismo ocasionaba los sucesos de los que ella informaba, pero al mismo tiempo se daba cuenta que eso era imposible, pues en todos los casos se encontraba junto a ella cuando ocurrían las desgracias; a menos…
         A menos que tuviera el poder de conocer el futuro.
         ¿Quién o qué sería capaz de tener un poder así?
         Solamente Dios.
         Dios o el Diablo.
         Experimentó un sobresalto cuando esa horrenda palabra sonó en su mente.
Revisaba las grabaciones de todas las noticias que había transmitido desde que lo había conocido hasta que notó algo todavía más extraño; se puso unos audífonos para escuchar hasta el más mínimo detalle para descubrir con pavor que nunca se escuchaban los rezos del hombre de negro, a pesar de encontrarse siempre a su lado. Sabía que su cámara era un aparato de lo más avanzado por lo que no comprendía porque no se escuchaba nada de lo que él decía; aparte, estaba el hecho de que una vez que ella terminaba sus reportajes y lo buscaba, jamás lo volvía a ver hasta la siguiente ocasión en que él se comunicaba con ella.
Pero había algo más.
Revisó un par de videos y cuando calculó que su horrendo compañero terminaba de recitar las fatídicas palabras, en las imágenes se veían unas tenues sombras que salían de las personas que morían para volar hacia la dirección de ella, pero cuando iban a llegar, pasaban al lado de la reportera.
¿Serían sus almas y él les ayudaba a cruzar?
¿Pero cruzar a dónde?
¿Hacia el cielo…?
¿…O hacia el infierno?
Lo que si era un hecho y que más mortificaba a Martha era que todos los sucesos de los cuales le había avisado, involucraban muertes.
Se sentía al borde de un colapso nervioso.
Con todo, había algo todavía peor que le preocupaba.
¿Qué pasaría cuando ella dejara de andar en las calles para conducir el noticiario nocturno?
Martha estaba a punto de averiguarlo.

Recibió el ya acostumbrado mensaje como las cinco de la tarde el cual indicaba una dirección aproximadamente a cincuenta kilómetros de la ciudad en medio de la carretera; recogió con desgano a su siniestro acompañante y aceleró. Cada vez le parecían más repulsivas las manos delgadas y secas que le abrazaban la cintura casi con desesperación; pero lo peor de todo era su olor. Era un olor muy desagradable que Martha hasta la fecha no atinaba a identificar pero que aun así le producía un infantil miedo. En algunas ocasiones quiso entablar plática con su macabro compañero pero como éste jamás le contestaba dejo de hacerlo. Sin embargo, en esta ocasión tenía algo muy importante que comunicarle por lo que volvió a insistir:
-¿Sabes que dentro de una semana voy a ser la titular de un noticiero?-.
Dijo ella tratando de hacerse oír en medio del viento que circulaba a su alrededor, notando con espanto que la voz de él se escuchaba tranquilamente, como si el mismo aire tuviera miedo de tocar las vibraciones de su voz:
-Sí; ya lo sabía-.
Tratando de ocultar el temor en su voz, exclamó:
-Esta será nuestra última noticia; ¿Qué va a pasar después?-.
Él dijo con la misma voz cavernosa:
-Esto se va a acabar-.
Extrañada, Martha exclamó:
-¿Y cómo?-.
No recibió respuesta.
Antes de salir de la ciudad, se detuvieron en un semáforo; la joven reportera desconcertada, volteó a su lado para ver su reflejo en los ventanales de un edificio que se hallaba situado en la esquina donde estaba el semáforo que los detenía.
El alma se le cayó a los pies cuando vio que en la imagen que le devolvía el vidrio.
No había nadie más que ella en la moto.
De repente dio un sobresalto.
Había identificado el olor que despedía su infernal acompañante.
Lo había olido por primera vez cuando falleció su abuela y ella tenía seis años de edad; recordó con repulsión como sus padres la obligaron a despedirse de la anciana, cargándola sobre el féretro para darle un beso al cadáver.
Incluso recordó también cuando invitaron a su grupo en la universidad a visitar la morgue; en cuanto entró y sintió ese repugnante hedor, salió corriendo del edificio pata volver el estómago en medio de la banqueta.
Era el olor de la muerte.
En cuanto se posó la luz verde en el semáforo, aceleró lo más que pudo para llegar al lugar acordado y deshacerse del extraño ser que había conocido.
Alguien que le había traído la fama y la gloria.
Pero que también le había traído interminables noches de desvelo y pesadillas que incluso le habían ocasionado pérdida de peso así como unas ojeras que cada vez le costaba más trabajo ocultar con su maquillaje.
Llegaron al lugar acordado en medio de la nada; no pasaban coches ni de ida ni de vuelta, por lo que solo el silencio los acompañaba. Martha se bajó cansadamente de la moto y cuando volteó a su lado ya se encontraba su acompañante quien la miraba fijamente.
Ella dijo:
-¿Y ahora?-.
Él solo dijo:
-Encienda su cámara-.
-¿Hacia dónde la dirijo?-.
-Hacia donde quiera-.
La reportera explotó:
-¿Y ahora que va a pasar?-.
Al no obtener respuesta, gritó:
-¿Va a explotar un camión de pasajeros? ¿Van a salir los muertos de la tierra?-.
Y comenzando a llorar, finalizó:
-Ya no puedo seguir con esto-.
Y fue lo último que dijo.

El noticiario de esa noche no comenzó como de costumbre; en lugar de la alegre melodía con la que iniciaba, inmediatamente salieron a cuadro las caras de los conductores, mientras la imagen de un moño negro ocupaba la esquina superior derecha. Uno de los reporteros dijo seriamente:
-Buenas noches, les damos la bienvenida mi compañera Karen Sánchez y su servidor Michael González-.
La chica intervino:
-Desgraciadamente iniciamos esta emisión con una triste noticia para esta televisora-.
Michael suspiró incómodamente y dijo:
-Nuestra reportera estrella, Martha Gutiérrez falleció mientras cubría una más de sus oportunas noticias-.
Karen dijo con voz entrecortada:
-Se encontraba a las afueras de la ciudad en su moto; se detuvo al lado de la carretera cuando se abrió un socavón cayendo ella dentro-.
Ahogó un gemido de dolor por lo que Michael continuó.
–Las autoridades dicen que esa no es una zona de hundimientos pero que un socavón es un enorme hoyo en la tierra que se puede producir en cualquier lado y en cualquier momento-.
Karen leyó lo que había en los papeles que tenía frente a ella y dijo entrecortadamente:
-Un caso de mala suerte; estar en el lugar y en el momento equivocado-.
Michael, al borde de las lágrimas, dejo de lado lo que tenía escrito frente a él y dijo espontáneamente:
-No Karen, fue todo lo contrario-.
Tomó aire trabajosamente y completó:
-Estuvo en el lugar y en el momento correcto para ser noticia-.
Y comenzó a llorar desconsoladamente.