sábado, 4 de diciembre de 2021

SUICIDIO FALLIDO


         Iván y Rubén eran un par de chicos que acaban de llegar a la mayoría de edad; esto es, a los dieciocho años, por lo que, a diferencia de sus congéneres que sienten que tienen la vida por delante, ellos se encontraban decepcionados del mundo. Eran rechazados por los demás e incluso sufrían abusos en su escuela, principalmente porque no eran muy agraciados físicamente, lo cual no necesariamente significaba que fueran feos, pero dadas las presiones sociales que oprimen a todas las personas de esa edad, no cumplían con los cánones dictados por la sociedad, por lo cual decidieron apartarse de los demás, así como vestirse de forma estrafalaria, solo para molestar a la gente.

         Asimismo, comenzaron a escuchar música que no es del agrado de la mayoría, pues les encantaban las bandas que hablaban en sus letras de muerte, satanismo, mutilación y demás temas extraños que a los demás provoca miedo. Gustaban de vestir de negro con playeras de sus artistas favoritos, llenas de calaveras y demonios, lo cual acentuaba su diferencia para con los otros.

         Iván, quien en un inicio era tímido, había desarrollado una depresión causada por el rechazo, principalmente de las chicas y se la pasaba quejándose de todo y de todos; Rubén por su parte hacía lo mismo, pero él desembocaba su frustración en el coraje y la envidia que le tenía a los demás chicos “populares” de su escuela y siempre que podía, se peleaba con algunos de ellos, por lo que llegaron ambos a tener fama de “intocables”.

         Debido a sus problemas existenciales, a veces se reunían en la casa de alguno de ellos para escuchar música y cuestionarse acerca de la vida, la cual consideraban una porquería; en algunas ocasiones incluso llegaron a contemplar el suicidio, pero en realidad solo lo hacían como una especie de desahogo, pues se ponían a pensar en cuáles serían las consecuencias de tal decisión; algunas veces pensaban simplemente acabar con sus vidas, pero en otras incluso se imaginaban provocando una masacre en su escuela, para terminar después con un pacto suicida, pero todo lo anterior no pasaba de sueños desvariados.

         Hasta que Rubén cambio el tono de sus palabras.

 

         Estaba Iván de visita en la casa de su único amigo, como de costumbre quejándose de la última chica a la cual pensó en hablarle, pero que lo había rechazado, cuando Rubén le dijo:

         -¡Definitivamente este mundo es un asco; yo creo que lo mejor es pegarnos un  tiro en la cabeza!-.

         Iván puso la acostumbrada cara de compungido y dijo lacónicamente:

         -Sí; creo que tienes razón-.

         Pero como no añadió nada, Rubén insistió:

         -¡Pero yo estoy hablando en serio; debemos terminar con todo!-.

         Iván comenzó a tener miedo, por lo que dijo preocupado:

         -Bueno, siempre hemos hablado de eso, pero pensé que solo bromeábamos-.

         Rubén dijo:

         -Pues ya llegó el momento de hablar en serio-.

         Su amigo simplemente contestó:

         -Tal vez tengas razón-.

 

         Y a partir de ese fatídico día, Rubén se dedicó a bombardear a su depresivo amigo con todo tipo de información y comentarios acerca del suicidio; le mandaba por wattsapp enlaces de páginas que hablaban de las estadísticas de personas que habían decidido terminar con sus vidas o incluso noticias de gente que se había arrojado de puentes o a las vías del metro y cuando se encontraban en la escuela o en la casa de alguno de ellos, no dejaba de machacar a Iván con la idea del autosacrificio.

         El chico al principio no le dio mucha importancia a lo que le comentaba su amigo y solo lo soportaba, pero a raíz de tanta insistencia, poco a poco comenzó a pensarlo él mismo con seriedad; después de todo: ¿Qué diferencia habría en el mundo si ellos ya no lo habitaban? El planeta seguiría girando, la vida continuaría y sus familias, quienes al principio los extrañarían, con el paso de los días, terminarían por olvidarlos, pensaba.

         En cuanto a las chicas que había conocido, si vivo no era importante para ellas, muerto menos; incluso, tal vez hasta sería una lección para esas mujeres y así ya no se comportarían tan arrogantes como lo hicieron con él. Con suerte, a partir de allí, vivirían amargadas al saber lo que provocaron.

         Se lo tenían merecido.

         Rubén pensaba lo mismo, pues le decía:

         -Nuestro acto sería un escarmiento para todas las personas que nos han rechazado y que jamás nos entendieron; vivirán reflexionando en la forma tan horrible como se comportaron con nosotros-.

         Y añadía macabramente:

         -Tal vez con el tiempo, hasta nos acompañen en ese camino-.

         Y reía con burlonas carcajadas, mientras Iván lo veía aún dudoso.

 

         Una tarde en que estaban ambos sentados en la banca de un parque cercano a sus casas, mientras contemplaban a los chicos y chicas pasar pasando un rato agradable entre ellos, se escuchó la voz de Rubén decir:

         -Sí, estúpidos; ríanse ahora que pueden, pues cuando nos dejen de ver, llorarán lágrimas de sangre-.

         Iván volteó a verlo y dijo tristemente:

         -¿Entonces de verdad lo vamos a hacer?-.

         Su amigo contestó decidido:

         -¡Claro! Es la única solución a nuestros problemas-.

         Y añadió:

         -¿O te estas acobardando?-.

         Iván contestó:

         -No sé; todavía no me decido-.

         Rubén casi gritó:

         -¡No hay nadie a quien le importemos; nuestras familias casi ni nos hacen caso y en cuanto a los de la escuela, siempre nos han rechazado!-.

         Y para reafirmar la idea, completó:

         -¡Y no me hagas que te recuerde cuantas chicas te han despreciado; a esas es a quienes más les va a asustar lo que hagamos-.

         El otro chico preguntó:

         -¿Cómo?-.

         El siniestro joven dijo:

         -Dejaremos una nota suicida donde culpemos a todos de nuestra muerte-.

         Iván dijo preocupado:

         -Tal vez sea cierto, pero poco a poco nos olvidarán-.

         Rubén esbozó una sonrisa maquiavélica y dijo en voz baja:

         -Es que todavía no te he dicho lo mejor-.

         Y antes de esperar otra queja, continuó:

         -Encontré en internet un libro de los llamados “ocultos” que dice que si hacemos el ritual que está escrito ahí, una vez que nos suicidemos, podremos liberar nuestras almas para seguir en este asqueroso mundo-.

         Iván asustado, replicó:

         -¿Y eso de que nos sirve?-.

         Rubén culminó triunfante:

         -¡Pues que podremos asustarlos como almas en pena por toda la eternidad!-.

         Y comenzó a reír desquiciado.

 

         Una semana después le mando un mensaje a Iván, que simplemente decía:

         “Te espero a las 2:30 de la madrugada en la casa abandonada que está a dos calles de la tuya”.

         Iván se extrañó al principio cuando vio dicho mensaje, pero en el fondo confió, pues últimamente era algo muy común en Rubén que hicieron cosas fuera de lo común, por lo que, a la hora señalada, salió de su recámara sigilosamente para no despertar a sus padres y se encaminó al lugar de la cita.

         Al llegar al lugar de su destino, en cuanto entró sintió como un gélido frío invadía su cuerpo e incluso su alma, pues presentía que algo muy importante para él estaba a punto de ocurrir.

         Subió en la semioscuridad del lugar, el cual estaba alumbrado solo por la luz de la luna que se filtraba por los huecos de las ventanas, por lo que pudo subir las escaleras hasta llegar al último piso de la construcción.

         Ahí estaba su amigo Rubén.

         El chico estaba sentado en medio de la habitación principal y frente a él había una mesa desvencijada donde había colocado una vela negra que iluminaba tímidamente la estancia; al lado de ella se encontraban unas hojas impresas en computadora, un crucifijo y lo más aterrador: un cuchillo antiguo.

         Se preguntó que le tenía preparado su amigo.

         Casi brincó sobresaltado cuando Rubén dijo con burla:

         -Pensé que no ibas a venir-.

         Iván solo dijo:

         -¿Y qué hacemos aquí?-.

         El otro chico se levantó y dijo lúgubremente:

         -Ha llegado el momento de cumplir con nuestro pacto suicida-.

         Iván sintió como el alma se le caía a los pies, pero no contestó nada, pues comenzó a analizar la situación.

         Llegó a la triste conclusión de que su amigo tenía razón; había llegado el momento de acabar con sus horribles vidas.

         Solo preguntó:

         -¿Y qué es todo esto que trajiste?-.

         Rubén, al darse cuenta que su amigo no protestaba, dijo con confianza en la voz:

         -Es todo lo necesario para hacer el ritual que liberará nuestras almas para lo que te dije-.

         Iván sonrió melancólicamente y completó:

         -Atormentar a los que nos lastimaron por toda la eternidad-.

         Rubén dijo secamente:

         -Exacto-.

         Y comenzó a explicar:

         -En estas hojas vienen los rezos que tenemos que decir para comenzar el rito; pero antes, con este cuchillo debemos sacarnos unas gotas de sangre para sellar el pacto, apagamos la vela y terminamos lo que venimos a hacer.

         Al no recibir contestación, siguió hablando:

         -Todo está como decía el libro; es el sexto día del sexto mes del año y para que funcione como queremos, debemos suicidarnos a las tres de la madrugada-.

         Iván dijo extrañado:

         -¿Y por qué a esa hora en particular?-.

         Rubén explicó:

         -Porque es la hora contraria a la muerte de Cristo quien, según la biblia, murió a las tres de la tarde-.

         Iván calló unos segundos sin siquiera moverse hasta que dijo con decisión en la voz:

         -Hagámoslo-.

         Y comenzaron el ritual.

         Tomaron el cuchillo viejo y se hicieron una pequeña cortada en la palma de una de sus manos para después unirlas entre sí, mientras ambos recitaban el conjuro que se hallaba impreso en las hojas, frente a la vela negra y el crucifijo que ahora habían colocado de cabeza.

         En cuanto dijeron la última palabra en latín, una ráfaga de viento inundó la habitación, casi apagando la vela y mientras Iván sentía un lúgubre escalofrío en su cuerpo, Rubén dijo emocionado:

         -Eso quiere decir que nuestra petición fue escuchada-.

         Iván solo exclamó:

         -¿Y cómo lo vamos a hacer?-.

         Su amigo, sin decir una palabra, jaló un morral que estaba en el piso y saco dos pistolas para ofrecerle una a Iván, mientras le decía:

         -No me preguntes como las conseguí; solo póntela en la sien derecha para que no falles-.

         En cuanto el otro chico sintió el peso del arma en su mano todavía ensangrentada, sintió como si toda la tristeza del mundo se acumulara dentro de él, por lo que comenzó a llorar; Rubén, para evitar que se arrepintiera, lo consoló diciendo:

         -No te preocupes; después ya no sentiremos ese dolor que nos impide vivir-.

         Se pararon uno frente al otro, uno de cada lado de la mesa y cuando Rubén se puso el arma en la cabeza, Iván lo imitó y sonrió tímidamente.

         Rubén dijo:

         -Te veo del otro lado amigo-.

         Iván contestó:

         -Allá nos vemos-.

         Los dos cerraron los ojos y se escuchó una fuerte detonación que hizo que las ratas que habitaban la casa corrieran despavoridas, mientras un tétrico olor a pólvora comenzó a impregnar el lugar.

         Y luego, solo el silencio invadió la habitación.

 

         Después de un par de minutos, Rubén se levantó del suelo donde había caído; estaba aturdido por el ruido provocado por los disparos, pues incluso sentía como los oídos le zumbaban. Exhaló un par de respiraciones y se tocó la cabeza donde había apoyado la pistola para revisarse; la salva que había introducido en el arma había funcionado a la perfección, pues sonó como un disparo real e incluso el fogonazo le provocó una pequeña quemadura que se le curaría en un par de días.

         Comenzó a reír malévolamente mientras se acercaba a Iván; encendió la lámpara de su celular para revisar el cuerpo inerte de su antiguo amigo e incluso se inclinó para tener una mejor vista.

         Contempló largamente el cadáver el cual de una parte de la cabeza lucía un orificio por donde había entrado la bala, mientras que, por el otro lado, parte del cráneo se había hecho pedazos, por lo que de ahí brotaba un hilo de sangre que escurría por el piso, como queriendo huir de la horrenda aventura que acababan de experimentar los jóvenes.

         El chico comenzó a reír a carcajadas que por momentos rayaban en la locura, mientras pensaba que su plan había resultado justo como él había querido.

         Nuca había pensado en suicidarse; al contrario de Iván quien siempre pensaba en acabar con su propia vida, Rubén con lo que soñaba era con lastimar a los demás. Planeaba incitar a las personas a suicidarse, pero primero debía comprobar si de verdad podía hacerlo por lo que tomó como conejillo de indias a su depresivo compañero de aventuras; sabía que con las demás personas iba a ser más difícil, pero en el fondo se daba cuenta que acababa de adquirir el poder de influenciar a la gente para que por sí mismos, acabaran con sus vidas.

         Recogió alegremente todas sus cosas a excepción de la pistola que había usado Iván, mientras se congratulaba a sí mismo de lo bien que habían salido las cosas.

         O al menos eso era lo que pensaba el joven, quien no se dio cuenta de que, en cuanto salió a la oscuridad de la noche, el alma de Iván iba detrás de él.

 

         Dispuesto a atormentarlo por toda la eternidad.