Iván
y Rubén eran un par de chicos que acaban de llegar a la mayoría de edad; esto
es, a los dieciocho años, por lo que, a diferencia de sus congéneres que
sienten que tienen la vida por delante, ellos se encontraban decepcionados del mundo.
Eran rechazados por los demás e incluso sufrían abusos en su escuela,
principalmente porque no eran muy agraciados físicamente, lo cual no
necesariamente significaba que fueran feos, pero dadas las presiones sociales
que oprimen a todas las personas de esa edad, no cumplían con los cánones
dictados por la sociedad, por lo cual decidieron apartarse de los demás, así
como vestirse de forma estrafalaria, solo para molestar a la gente.
Asimismo,
comenzaron a escuchar música que no es del agrado de la mayoría, pues les
encantaban las bandas que hablaban en sus letras de muerte, satanismo,
mutilación y demás temas extraños que a los demás provoca miedo. Gustaban de
vestir de negro con playeras de sus artistas favoritos, llenas de calaveras y
demonios, lo cual acentuaba su diferencia para con los otros.
Iván,
quien en un inicio era tímido, había desarrollado una depresión causada por el
rechazo, principalmente de las chicas y se la pasaba quejándose de todo y de
todos; Rubén por su parte hacía lo mismo, pero él desembocaba su frustración en
el coraje y la envidia que le tenía a los demás chicos “populares” de su
escuela y siempre que podía, se peleaba con algunos de ellos, por lo que
llegaron ambos a tener fama de “intocables”.
Debido
a sus problemas existenciales, a veces se reunían en la casa de alguno de ellos
para escuchar música y cuestionarse acerca de la vida, la cual consideraban una
porquería; en algunas ocasiones incluso llegaron a contemplar el suicidio, pero
en realidad solo lo hacían como una especie de desahogo, pues se ponían a
pensar en cuáles serían las consecuencias de tal decisión; algunas veces
pensaban simplemente acabar con sus vidas, pero en otras incluso se imaginaban
provocando una masacre en su escuela, para terminar después con un pacto
suicida, pero todo lo anterior no pasaba de sueños desvariados.
Hasta
que Rubén cambio el tono de sus palabras.
Estaba
Iván de visita en la casa de su único amigo, como de costumbre quejándose de la
última chica a la cual pensó en hablarle, pero que lo había rechazado, cuando
Rubén le dijo:
-¡Definitivamente
este mundo es un asco; yo creo que lo mejor es pegarnos un tiro en la cabeza!-.
Iván
puso la acostumbrada cara de compungido y dijo lacónicamente:
-Sí;
creo que tienes razón-.
Pero
como no añadió nada, Rubén insistió:
-¡Pero
yo estoy hablando en serio; debemos terminar con todo!-.
Iván
comenzó a tener miedo, por lo que dijo preocupado:
-Bueno,
siempre hemos hablado de eso, pero pensé que solo bromeábamos-.
Rubén
dijo:
-Pues
ya llegó el momento de hablar en serio-.
Su
amigo simplemente contestó:
-Tal
vez tengas razón-.
Y
a partir de ese fatídico día, Rubén se dedicó a bombardear a su depresivo amigo
con todo tipo de información y comentarios acerca del suicidio; le mandaba por wattsapp
enlaces de páginas que hablaban de las estadísticas de personas que habían
decidido terminar con sus vidas o incluso noticias de gente que se había
arrojado de puentes o a las vías del metro y cuando se encontraban en la
escuela o en la casa de alguno de ellos, no dejaba de machacar a Iván con la
idea del autosacrificio.
El
chico al principio no le dio mucha importancia a lo que le comentaba su amigo y
solo lo soportaba, pero a raíz de tanta insistencia, poco a poco comenzó a
pensarlo él mismo con seriedad; después de todo: ¿Qué diferencia habría en el
mundo si ellos ya no lo habitaban? El planeta seguiría girando, la vida
continuaría y sus familias, quienes al principio los extrañarían, con el paso
de los días, terminarían por olvidarlos, pensaba.
En
cuanto a las chicas que había conocido, si vivo no era importante para ellas,
muerto menos; incluso, tal vez hasta sería una lección para esas mujeres y así
ya no se comportarían tan arrogantes como lo hicieron con él. Con suerte, a
partir de allí, vivirían amargadas al saber lo que provocaron.
Se
lo tenían merecido.
Rubén
pensaba lo mismo, pues le decía:
-Nuestro
acto sería un escarmiento para todas las personas que nos han rechazado y que
jamás nos entendieron; vivirán reflexionando en la forma tan horrible como se
comportaron con nosotros-.
Y
añadía macabramente:
-Tal
vez con el tiempo, hasta nos acompañen en ese camino-.
Y
reía con burlonas carcajadas, mientras Iván lo veía aún dudoso.
Una
tarde en que estaban ambos sentados en la banca de un parque cercano a sus
casas, mientras contemplaban a los chicos y chicas pasar pasando un rato
agradable entre ellos, se escuchó la voz de Rubén decir:
-Sí,
estúpidos; ríanse ahora que pueden, pues cuando nos dejen de ver, llorarán
lágrimas de sangre-.
Iván
volteó a verlo y dijo tristemente:
-¿Entonces
de verdad lo vamos a hacer?-.
Su
amigo contestó decidido:
-¡Claro!
Es la única solución a nuestros problemas-.
Y
añadió:
-¿O
te estas acobardando?-.
Iván
contestó:
-No
sé; todavía no me decido-.
Rubén
casi gritó:
-¡No
hay nadie a quien le importemos; nuestras familias casi ni nos hacen caso y en
cuanto a los de la escuela, siempre nos han rechazado!-.
Y
para reafirmar la idea, completó:
-¡Y
no me hagas que te recuerde cuantas chicas te han despreciado; a esas es a quienes
más les va a asustar lo que hagamos-.
El
otro chico preguntó:
-¿Cómo?-.
El
siniestro joven dijo:
-Dejaremos
una nota suicida donde culpemos a todos de nuestra muerte-.
Iván
dijo preocupado:
-Tal
vez sea cierto, pero poco a poco nos olvidarán-.
Rubén
esbozó una sonrisa maquiavélica y dijo en voz baja:
-Es
que todavía no te he dicho lo mejor-.
Y
antes de esperar otra queja, continuó:
-Encontré
en internet un libro de los llamados “ocultos” que dice que si hacemos el ritual
que está escrito ahí, una vez que nos suicidemos, podremos liberar nuestras
almas para seguir en este asqueroso mundo-.
Iván
asustado, replicó:
-¿Y
eso de que nos sirve?-.
Rubén
culminó triunfante:
-¡Pues
que podremos asustarlos como almas en pena por toda la eternidad!-.
Y
comenzó a reír desquiciado.
Una
semana después le mando un mensaje a Iván, que simplemente decía:
“Te
espero a las 2:30 de la madrugada en la casa abandonada que está a dos calles
de la tuya”.
Iván
se extrañó al principio cuando vio dicho mensaje, pero en el fondo confió, pues
últimamente era algo muy común en Rubén que hicieron cosas fuera de lo común,
por lo que, a la hora señalada, salió de su recámara sigilosamente para no
despertar a sus padres y se encaminó al lugar de la cita.
Al
llegar al lugar de su destino, en cuanto entró sintió como un gélido frío
invadía su cuerpo e incluso su alma, pues presentía que algo muy importante
para él estaba a punto de ocurrir.
Subió
en la semioscuridad del lugar, el cual estaba alumbrado solo por la luz de la
luna que se filtraba por los huecos de las ventanas, por lo que pudo subir las
escaleras hasta llegar al último piso de la construcción.
Ahí
estaba su amigo Rubén.
El
chico estaba sentado en medio de la habitación principal y frente a él había
una mesa desvencijada donde había colocado una vela negra que iluminaba
tímidamente la estancia; al lado de ella se encontraban unas hojas impresas en
computadora, un crucifijo y lo más aterrador: un cuchillo antiguo.
Se
preguntó que le tenía preparado su amigo.
Casi
brincó sobresaltado cuando Rubén dijo con burla:
-Pensé
que no ibas a venir-.
Iván
solo dijo:
-¿Y
qué hacemos aquí?-.
El
otro chico se levantó y dijo lúgubremente:
-Ha
llegado el momento de cumplir con nuestro pacto suicida-.
Iván
sintió como el alma se le caía a los pies, pero no contestó nada, pues comenzó
a analizar la situación.
Llegó
a la triste conclusión de que su amigo tenía razón; había llegado el momento de
acabar con sus horribles vidas.
Solo
preguntó:
-¿Y
qué es todo esto que trajiste?-.
Rubén,
al darse cuenta que su amigo no protestaba, dijo con confianza en la voz:
-Es
todo lo necesario para hacer el ritual que liberará nuestras almas para lo que
te dije-.
Iván
sonrió melancólicamente y completó:
-Atormentar
a los que nos lastimaron por toda la eternidad-.
Rubén
dijo secamente:
-Exacto-.
Y
comenzó a explicar:
-En
estas hojas vienen los rezos que tenemos que decir para comenzar el rito; pero
antes, con este cuchillo debemos sacarnos unas gotas de sangre para sellar el
pacto, apagamos la vela y terminamos lo que venimos a hacer.
Al
no recibir contestación, siguió hablando:
-Todo
está como decía el libro; es el sexto día del sexto mes del año y para que
funcione como queremos, debemos suicidarnos a las tres de la madrugada-.
Iván
dijo extrañado:
-¿Y
por qué a esa hora en particular?-.
Rubén
explicó:
-Porque
es la hora contraria a la muerte de Cristo quien, según la biblia, murió a las
tres de la tarde-.
Iván
calló unos segundos sin siquiera moverse hasta que dijo con decisión en la voz:
-Hagámoslo-.
Y
comenzaron el ritual.
Tomaron
el cuchillo viejo y se hicieron una pequeña cortada en la palma de una de sus
manos para después unirlas entre sí, mientras ambos recitaban el conjuro que se
hallaba impreso en las hojas, frente a la vela negra y el crucifijo que ahora
habían colocado de cabeza.
En
cuanto dijeron la última palabra en latín, una ráfaga de viento inundó la
habitación, casi apagando la vela y mientras Iván sentía un lúgubre escalofrío en
su cuerpo, Rubén dijo emocionado:
-Eso
quiere decir que nuestra petición fue escuchada-.
Iván
solo exclamó:
-¿Y
cómo lo vamos a hacer?-.
Su
amigo, sin decir una palabra, jaló un morral que estaba en el piso y saco dos
pistolas para ofrecerle una a Iván, mientras le decía:
-No
me preguntes como las conseguí; solo póntela en la sien derecha para que no
falles-.
En
cuanto el otro chico sintió el peso del arma en su mano todavía ensangrentada,
sintió como si toda la tristeza del mundo se acumulara dentro de él, por lo que
comenzó a llorar; Rubén, para evitar que se arrepintiera, lo consoló diciendo:
-No
te preocupes; después ya no sentiremos ese dolor que nos impide vivir-.
Se
pararon uno frente al otro, uno de cada lado de la mesa y cuando Rubén se puso
el arma en la cabeza, Iván lo imitó y sonrió tímidamente.
Rubén
dijo:
-Te
veo del otro lado amigo-.
Iván
contestó:
-Allá
nos vemos-.
Los
dos cerraron los ojos y se escuchó una fuerte detonación que hizo que las ratas
que habitaban la casa corrieran despavoridas, mientras un tétrico olor a
pólvora comenzó a impregnar el lugar.
Y
luego, solo el silencio invadió la habitación.
Después
de un par de minutos, Rubén se levantó del suelo donde había caído; estaba
aturdido por el ruido provocado por los disparos, pues incluso sentía como los
oídos le zumbaban. Exhaló un par de respiraciones y se tocó la cabeza donde
había apoyado la pistola para revisarse; la salva que había introducido en el
arma había funcionado a la perfección, pues sonó como un disparo real e incluso
el fogonazo le provocó una pequeña quemadura que se le curaría en un par de
días.
Comenzó
a reír malévolamente mientras se acercaba a Iván; encendió la lámpara de su
celular para revisar el cuerpo inerte de su antiguo amigo e incluso se inclinó
para tener una mejor vista.
Contempló
largamente el cadáver el cual de una parte de la cabeza lucía un orificio por
donde había entrado la bala, mientras que, por el otro lado, parte del cráneo
se había hecho pedazos, por lo que de ahí brotaba un hilo de sangre que
escurría por el piso, como queriendo huir de la horrenda aventura que acababan
de experimentar los jóvenes.
El
chico comenzó a reír a carcajadas que por momentos rayaban en la locura,
mientras pensaba que su plan había resultado justo como él había querido.
Nuca
había pensado en suicidarse; al contrario de Iván quien siempre pensaba en
acabar con su propia vida, Rubén con lo que soñaba era con lastimar a los
demás. Planeaba incitar a las personas a suicidarse, pero primero debía
comprobar si de verdad podía hacerlo por lo que tomó como conejillo de indias a
su depresivo compañero de aventuras; sabía que con las demás personas iba a ser
más difícil, pero en el fondo se daba cuenta que acababa de adquirir el poder
de influenciar a la gente para que por sí mismos, acabaran con sus vidas.
Recogió
alegremente todas sus cosas a excepción de la pistola que había usado Iván,
mientras se congratulaba a sí mismo de lo bien que habían salido las cosas.
O
al menos eso era lo que pensaba el joven, quien no se dio cuenta de que, en
cuanto salió a la oscuridad de la noche, el alma de Iván iba detrás de él.
Dispuesto
a atormentarlo por toda la eternidad.