jueves, 15 de agosto de 2019

PROHIBIDO MORIR



         Tadeo siempre había sigo un apasionado de las cosas fuera de lo común; desde pequeño cuando sus compañeritos de la escuela gustaban de comprar comics de superhéroes, él siempre compraba revistas donde se hablara de temas extraordinarios; desde lo macabro hasta ovnis, muertes espeluznantes, desapariciones de personas, seres extraños cuya existencia jamás se había podido comprobar, entre otras cosas igual de inverosímiles. Una vez que llegó a la edad adulta, buscó por todos los medios posibles participar en las publicaciones tanto físicas como en línea escribiendo acerca de esos temas.
         En la actualidad, escribía para un magazine que se publicaba cada mes y que trataba todos los tópicos que él amaba; se documentaba lo más que podía acerca de algo y comenzaba a escribir para después mandar su contribución a la publicación. Se había hecho de un nombre dentro del mundo de lo misterioso.
         Pero no se sentía satisfecho.
         En el fondo lo que siempre había buscado algo que hasta la fecha no había podido encontrar.
         La inmortalidad.
         Hacía ejercicio, llevaba una vida extremadamente saludable  y sin vicios así como una dieta diseñada específicamente para él por un caro nutriólogo que había contratado. Además, consumía cualquier producto que según se decía, retrasaba la vejez, pero con desilusión se daba cuenta que él no quería retrasar el tiempo.
         Él quería vivir eternamente.
         Leyó e investigó infinidad de historias al respecto; la fuente de la eterna juventud, razas antiguas que vivían por cientos de años en la Tierra para después irse a vivir a un planeta remoto de la vía láctea, pero nada le daba la respuesta que buscaba.
         Hasta que le llegó la oportunidad de su vida.

         Resulta que encontró en una de las páginas de internet de su preferencia una pequeña mención de un poblado en el sur del país donde la gente no moría, pues incluso llegaban a vivir más de cien años; el artículo iba acompañado de un par de fotos donde se veían personas extremadamente ancianas que mostraban una sonrisa tímida exhibiendo una boca sin un solo diente. Tadeo se emocionó pues pensó que en este caso sí podía ir a investigar personalmente, por lo que buscó en Google Maps la ubicación del poblado e inmediatamente se fue a reservar un pasaje de camión para llegar a dicho lugar.
         Cuando bajó del autobús después de cinco horas de ajetreado viaje, inmediatamente se dirigió a la base de taxis que se encontraba afuera de la terminal, donde los choferes casi obligaban a los pasajeros a subir a sus unidades; en cuanto Tadeo se acercó a uno de ellos, éste ofreció sus servicios pero cuando el joven le dijo a donde tenía pesando ir, al chofer se le borró la sonrisa del rostro y dijo con tono serio:
         -¿Y por qué quiere ir allá joven; tiene parientes en ese pueblo?-.
         Tadeo contestó desconcertado:
         -Pues no; en realidad quiero ir a hacer una investigación acerca de los pobladores-.
         Los demás choferes se acercaron y le recomendaron preocupados:
         -Usted no sabe en lo que se mete; mejor regrese por donde vino y olvídese del asunto-.
         El escritor cada vez se emocionaba más, pues sabía que si la gente mostraba miedo acerca de algún tema era porque valía la pena investigarlo, por lo que exclamó decidido:
         -No se preocupen que yo a esto me dedico; solo necesito saber quién me puede llevar-.
         Los choferes se alejaron de él e hicieron un círculo entre ellos para dialogar; Tadeo solo escuchaba exclamaciones tales como: “Yo ni loco voy para allá”, “A mí ni me miren”, “Dios me ampare si voy” y cuando creyó que nadie lo llevaría, se le acercó un hombre como de cincuenta años quien resignadamente le dijo:
         -Venga joven, yo lo llevaré-.
         Tadeo sonrió triunfalmente y comentó:
         -¿Usted es el más valiente de todos?-.
         El chofer, antes de subirse a su unidad, dijo tristemente:
         -No; simplemente soy el que más necesita el dinero-.
         Y arrancó el coche con el escritor de copiloto.

         Recorrieron la carretera aproximadamente una hora en silencio y cuando Tadeo estuvo a punto de preguntar si faltaba mucho, el taxi se metió en una vía secundaría en muy mal estado y a cuyos lados se alzaba una exuberante vegetación que en lugar de darle al paisaje una imagen idílica, lo hacía más siniestro; el joven, pensando que estaban a punto de llegar a su destino se asombró al darse cuenta que todavía recorrieron una hora más de camino y mientras daba tumbos dentro del taxi, comentó para aligerar el ambiente lúgubre que se cernía entre ambos:
         -Está un poco lejos el poblado ¿Verdad?-.
         El taxista dijo incómodo:
         -No tanto como uno quisiera-.
         Tadeo añadió:
         -¿Y por qué nadie quiere ir a ese lugar?-.
         El cincuentón solo contestó:
         -Usted se dará cuenta cuando llegue ahí-.
         En eso, el taxi se detuvo y antes de que Tadeo dijera algo, el taxista señaló hacia su derecha donde se veía un camino de terracería y exclamó:
         -El pueblo que usted busca está al final de este camino-.
         Tadeo reclamó:
         -¿Y por qué no me lleva hasta allá? La vía se ve en buen estado-.
         El taxista, cada vez más asustado solo contestó:
         -Es lo más cerca que lo puedo dejar; nadie lo llevaría más adelante-.
         Resignado, el escritor de lo extraño se bajó del taxi, tomó su morral y se quedó contemplando el misterioso camino; intentó caminar pero sus pies se negaban a obedecerlo, por lo que volteó a ver al taxista y le dijo:
         -¿Y cómo le puedo hacer para regresar?-.
         El taxista lo vio con una mirada indefinible y dijo enigmáticamente:
         -Nunca nadie ha regresado de ahí-.
         Y arrancó velozmente.

         Tadeo se cargó su morral y comenzó a caminar lentamente mientras trataba de adivinar con la mirada hasta donde llegaba el camino por el cual circulaba; no se alcanzaba a ver el fin por lo que suspirando, caminó cada vez más deprisa. Había llegado a la terminal de autobuses como a las tres de la tarde y por el trayecto que acaba de recorrer calculaba que era como las cinco de la tarde pues no usaba reloj para comprobarlo; caminó lo que calculó un par de horas hasta que al dar la vuelta en una ligera curva se encontró de frente con un letrero de madera que atravesaba todo el camino a una altura de aproximadamente tres metros que rezaba:
         “San Juan Apóstol”.
         Se sintió como un intruso que está a punto de entrar en una casa ajena y mientras contemplaba las primeras casas del poblado, notó que debajo del letrero había otro debajo donde habían anotado con palabras burdas:
         “Población: 457 habitantes”.
         Sintió escalofríos que le recorrían todo el cuerpo al notar con los últimos rayos del sol que sobre los números alguien había escrito con grandes letras rojas:
“PROHIBIDO MORIR”.
         El miedo le impedía moverse hasta que recordó que estaba ahí para escribir tal vez la mejor historia en su carrera de escritor de lo extraño y lo mejor de todo, encontrar lo que tanto tiempo había buscado, por lo que haciendo acopio de toda su valentía, cruzó el letrero para introducirse en el pueblo.
         Lo primero que notó fue a un par de ancianas quienes, inclinadas sobre de unos matorrales, parecían arrancar hierba de una pequeña parcela al lado del camino; cuando Tadeo pasó junto de ellas, levantaron la mirada contemplándolo un par de segundos para inmediatamente regresar a su labor. El escritor siguió caminando hasta llegar a lo que parecía el centro del pueblo; había una fuente derruida en el centro de la cual se notaba a leguas que había dejado de circular el agua hacia años, sino es que siglos. La observó unos instantes y se sentó para descansar un poco mientras examinaba las casas que rodeaban a la fuente; todas las viviendas se veían humildes y pequeñas, pero lo más llamativo es que la mayoría se veían al borde del colapso pues les faltaban tejas en el techo mientras que las puertas de madera se veían desvencijadas.
         “Es un pueblo en decadencia” pensó. Vio pasar a varios ancianos quienes lo miraban tristemente y seguían su camino; comenzó a darse cuenta que en ese lugar no había gente joven y que si la hubo, lo más lógico era pensar que habían emigrado a las grandes ciudades.
         Con el tiempo se daría cuenta lo equivocado que estaba al respecto.

         Descansó unos quince minutos más hasta que sintió que la tristeza que comenzó a embargarlo desde que entro a San Juan Apóstol se hacía insoportable, por lo que le dijo al primer viejo que pasó frente a él:
         -Buenas tardes señor ¿Me podría decir quien me podría dar alojamiento y comida? Traigo dinero para pagarlo-.
         El anciano lo contempló con mirada enigmática y contestó:
         -El dinero no tiene importancia en este lugar-.
         Y antes de que Tadeo dijera algo, el viejo continuó:
         -Venga; se puede quedar en mi casa-.
         El escritor caminó detrás del lugareño adaptando su paso a la lentitud del caminar de su recién conocido anfitrión hasta que llegaron a una casa igual de derruída que las otras; abrieron la puerta de entrada la cual parecía a punto de deshacerse de lo vieja que estaba y entraron.
         Inmediatamente el instinto de investigador del joven comenzó a trabajar contemplando la estancia de la casa; los pocos muebles que había se veían antiquísimos y en las paredes había unos cuadros bañados en polvo que mostraban una familia compuesta por una pareja con dos niños parecidos al hombre que lo había invitado, por lo que Tadeo comentó amigablemente:
         -¿Es usted y su esposa?-.
         El anciano observó la imagen señalada y contestó tristemente:
         -No; yo soy uno de los niños-.
         El joven se sorprendió por lo que solo atinó a decir:
         -Yo me llamo Tadeo ¿Y usted?-.
         El viejo guardo silencio unos instantes, como si tratara de recordar su propio nombre hasta que dijo secamente:
         -Anselmo-.
         Tadeo sonrió y dijo:
         -Bueno señor Anselmo, le agradezco su hospitalidad; si pudiera darme algo de comer le agradeceré mucho-.
         El anciano se movió lentamente hacia un fogón que se encontraba al fondo de la habitación, lo encendió para calentar una olla que se hallaba sobre él y cuando empezó a humear sirvió una pequeña porción en un plato que le puso al inesperado visitante quien al ver el platillo, inmediatamente se sentó a la mesa; iba a sonreír para agradecer la comida pero sus facciones se congelaron cuando olió lo que estaba a punto de comer. Sus fosas nasales se inundaron de un olor parecido a la humedad; comenzó a comer con recelo evitando las náuseas al darse cuenta que el alimento le sabía a tierra.
         No; de hecho sabía a viejo.
         Era tanta su hambre que se terminó la precaria ración y sin decir alguna palabra, hizo el plato a un lado de él.
         Como don Anselmo se había sentado en una silla desvencijada, Tadeo acercó su propia silla para sentarse frente a él; pensaba comenzar su investigación lo más rápidamente posible y largarse de ese extraño lugar por lo que comenzó a interrogar al anciano:
         -¿Sabe don Anselmo? Yo vengo porque leí un artículo que decía que en este lugar la gente vive por muchos años-.
         El viejo sonrió tímidamente y contestó:
         -Sí; mucha gente ha venido a tratar de comprobar eso-.
         El escritor quiso preguntar más acerca de los anteriores visitantes, pero prefirió decir:
         -¿Entonces es cierto; la gente de por aquí tiene tan buena salud que viven muchos años?-.
         Don Anselmo dijo enigmáticamente:
         -Vivimos muchos años pero lo de la salud es una cosa muy diferente-.
         -¿A qué se refiere?-.
         -Todos estamos llenos de achaques propias de la vejez; no es tan agradable como se oye eso de vivir muchos años-.
         Tadeo insistió:
         -Pero el artículo insinuaba que incluso la gente de aquí no muere; ¿Es verdad?-.
         Don Anselmo, como si le hablara a un niño, exclamó:
         -Mejor no se meta en esas cosas joven; si va a hacer su reportaje, hágalo, pero solo con lo que está a la vista-.
         Y se levantó para traerle un petate a Tadeo para que pudiera pasar la noche; el joven desconcertado se tendió en el suelo junto a su anfitrión y trató de dormir, pensando que no le iba a costar trabajo, tomando en cuenta la larga travesía que tuvo que realizar para llegar a su destino.
         Estaba equivocado.
         El silencio se había apoderado de la noche; a pesar de la vegetación tan exuberante que contempló durante el camino hacia San Juan Apóstol, aquí la hierba se veía igual de decrépita que sus habitantes y en cuanto a animales, Tadeo no había visto ninguno desde que había llegado al poblado, por eso le llamó la atención que en medio de la oscuridad se escuchara con toda claridad sonidos como de seres reptando, pues podía notar el ruido de la tierra al ser raspada por un cuerpo cuando se arrastra; cuando pensaba con temor que tal vez después de todo aquí hubiera víboras y que alguna de ella se le pudiera acercar en busca de calor, el corazón se le detuvo cuando escuchó lejanos lamentos lastimeros.
         Se incorporó en su petate para aguzar el oído intentando en vano calcular la distancia de donde venían tan espeluznantes sonidos pero no pudo; se volvió a acostar para darse cuenta con terror que dichos lamentos se convertían en murmullos.
         Cuando pensó que la situación no podía ser más horrible, la piel se le erizó al darse cuenta que esos sonidos venían de debajo de la tierra.
         Se desmayó.

         Al otro día se levantó con el cuerpo adolorido como si le hubieran dado una paliza; inocentemente trataba de atribuir su condición al hecho de que anteriormente jamás había dormido en el suelo,  pero lo que más le intrigaba era el cansancio que pesaba sobre de su humanidad.
         Desayunó la misma comida horrible del día anterior y le dijo a don Anselmo que si no había ningún problema, quería dar un recorrido por todo el pueblo; aquel simplemente dijo:
         -Cómo usted diga joven-.
         Salió hacia las calles de terracería del poblado el cual, a diferencia del clima extremadamente caluroso de la región, aquí el sol se asomaba tímidamente, lanzando tristes destellos sobre de las casuchas casi inservibles que el joven tenía a la vista.
         A los lados de casi todas las viviendas había una pequeña parcela donde los ancianos se inclinaban trabajosamente para darle mantenimiento a sus plantíos; por más que quiso, Tadeo no pudo identificar qué era lo que había sembrado en los terrenos. Siguió caminando entre las casas, encontrándose de vez en cuando con viejos y viejas que lo miraban por algunos instantes y después seguían su camino; el joven investigador se sentía cada vez más intrigado por las personas que se encontraba a su paso, pues todas ellas tenían la misma mirada.
         Una mirada de tristeza infinita.
         Sacó su cámara digital para tomarles algunas fotos a fin de obtener pruebas de lo que estaba documentando, pero cundo revisaba en la pantalla de su aparato las imágenes, las figuras de los ancianos se veían extrañamente borrosas; se lo atribuyó a la falta de luz así como su inexperiencia en el ramo de la fotografía, por lo que prefirió seguir caminando a todo lo largo del pueblo hasta llegar al extremo de éste, dándose cuenta sorprendido que había llegado a la entrada del panteón.
         Se paró en la entrada decidiéndose a entrar y cuando lo hizo, el miedo y el silencio lo hicieron caminar lentamente entre las tumbas; se acercó a algunas lápidas para leer el mensaje de despedida que se les había puesto a los difuntos para sentir como casi se le doblaban las piernas al leer la fechas de nacimiento y muerte de los finados. Haciendo cálculos mentales todas manejaban cifras de personas que habían vivido ciento veinte, ciento treinta hasta que llegó al único mausoleo del lugar que se encontraba en el fondo del camposanto el cual simplemente tenía escrito en la puerta:
Enoc.
1796-1952.
         Se quedó admirando la sepultura mientras el corazón le brincaba dentro de su pecho buscando una respuesta; trató de consolarse pensando que la ignorancia de los habitantes del pueblo era el motivo por el cual habían puesto esas cifras tan extrañas, pues sabía que estaba perfectamente documentado que solo un puñado de personas en el mundo habían vivido más de los cien años y que incluso a falta de papeles como acta de nacimiento o registros religiosos, en algunas de ellas se desconfiaba de la veracidad de su edad.
         Prefirió dejar a los muertos en paz y regresó a la casa de don Anselmo.
         No se había dado cuenta del paso del tiempo hasta que cuando llegó a la puerta de la entrada de su anfitrión, las sombras de la noche comenzaban a caer sobre él; entró y vio al anciano sentado en la misma silla deteriorada que el día anterior; cuando lo vio entrar quiso levantarse para servirle de comer, pero Tadeo le dijo melancólicamente:
         -No se preocupe, no tengo hambre; solo estoy muy cansado-.
         Y se acostó a dormir.
         Cuando despertó después de una noche infernal acompañada de los mismos ruidos extraños de la noche anterior, se dio cuenta preocupado de que en lugar de sentirse más repuesto, ahora estaba mucho más cansado; prefirió no darle importancia al hecho y siguió con su tarea de investigación, sacando fotos de los habitantes, las casas y los sembradíos que encontraba a su paso. Decidió dejar el panteón al final, pero por la tarde cuando quiso dirigirse hacia él, el cansancio no se lo permitió.
         Se sentó en una piedra que encontró en el camino para respirar sofocadamente; estaba extremadamente confundido tonado en cuenta su buena condición física; no tomaba ni tampoco fumaba por lo que no sabía que le estaba sucediendo a su cuerpo al cual cada vez le costaba más obedecer las órdenes que le enviaba su cerebro. Tal vez la extraña dieta que estaba llevando ahora, comiendo quien sabe qué cosa, estaba provocando que su cuerpo no recibiera los nutrientes necesarios para poder subsistir.
         Esa noche, cuando llegó con don Anselmo, decidió interrogarlo:
         -Quisiera hacerle algunas preguntas y si no le molesta, las voy a grabar-.
         Como el anciano no contestara nada, encendió su grabadora y comenzó a cuestionarlo:
         -¿Cuántos años tiene usted?-.
         Con aire cansino, el viejo contestó:
         -Si mal no recuerdo, tengo ciento diez y siete años-.
         El joven prosiguió, cada vez más asustado:
         -¿Desde hace cuánto tiempo vive en este pueblo?-.
         -Toda mi vida-.
         -¿Y sus vecinos?-.
         -Lo mismo-.
         -¿Por qué no hay gente joven?-.
         Don Anselmo sonrió melancólicamente, como si recordara una época más agradable y contestó:
         -Todos fuimos jóvenes alguna vez, pero ahora ya no-.
         -Pero; ¿Nadie ha tenido hijos durante este tiempo?-.
         -Los que fuimos jóvenes ahora ya somos ancianos; demasiado viejos para tener hijos-. Y antes de que el escritor dijera algo, continuó. –Tal vez sea mejor así-.
         Prefirió cambiar el rumbo de la conversación:
         -Veo que todos ustedes usan ropa muy desgastada, casi harapos; ¿Qué pasa si necesitan más ropa o alguna otra cosa que no les de la tierra?-.
         -Aquí tenemos todo lo que necesitamos; cuando uno es viejo se dejan de desear muchas cosas-.
         -¿Y si necesitan un doctor?-.
         -Nadie se ha enfermado desde hace muchos años-.
         Tadeo se dio cuenta que había llegado el momento de hacer la pregunta más importante, por lo que dijo con temor en la voz:
         -¿Quién fue Enoc?-.
         El anciano sonrió amargamente y contestó:
         -Fue el primer habitante del pueblo-. Y haciendo una extraña mueca de repulsión, añadió. –Y fue el iniciador de todo-.
         El investigador, más y más intrigado, dijo:
         -Pero entonces aquí la gente si se muere ¿Verdad? Viven muchos años pero eventualmente llegan a morir-.
         El viejo lo miró directamente a los ojos como queriendo confesar algo pero bajando la mirada contestó:
         -Más o menos-.
         Tadeo iba a preguntar algo más pero la respuesta le llegó en forma de campanadas que se escucharon a lo lejos; abrió los ojos sorprendido y exclamó:
         -¿Qué es eso?-.
         Don Anselmo se levantó cansadamente para tomar su raído sombrero mientras contestaba:
         -Es la campana de la iglesia que llama a muerto-.
         Y salió de su casa acompañado del joven quien se sorprendió al ver pasar el cortejo fúnebre; cuatro ancianos cargaban trabajosamente una simple caja de madera, mientras un sinfín de viejos y viejas trabajosamente caminaban detrás del féretro. Algunos cargaban ramos de flores marchitas entre las manos, mientras otros se detenían por momentos intentando descansar de la caminata.
         Tadeo sintió compasión por ellos por lo que dentro de su propio cansancio se acercó a las personas que cargaban el ataúd y sonriendo a uno de ellos se puso en su lugar para cargar con el difunto; se acomodó la caja lo mejor que pudo sobre de su hombro izquierdo sorprendido de la falta de peso de la caja. Le sorprendía el hecho de que a pesar de que se sentía extremadamente cansado desde que había llegado al poblado, ahora podía caminar tranquilamente con el ataúd sobre de él.
         La fúnebre procesión llegó al panteón donde ya había una fosa abierta; los ancianos bajaron con dificultad la caja y comenzaron a palear hasta que dejaron el sencillo ataúd tapado con tierra mientras las mujeres depositaban sus secas flores sobre la tierra removida. Una vez que cayó la última decadente flor, todos comenzaron a retirarse hasta que solo se quedaron don Anselmo y Tadeo frente a la tumba. El anciano volteó a ver al joven y poniéndose su sombrero se dio la media vuelta dejando a Tadeo sumamente intrigado por lo que acababa de experimentar.
         Por un  lado, no dejaba de llamarle la atención la ligereza de la caja del difunto que había transportado; pensaba sin convencerse a sí mismo que tal vez era debido a que como seguramente era un anciano como todos los demás, su cuerpo pesaba muy poco, pero aun así la falta de peso le preocupaba.
         Por otro lado, no entendía porque la fosa para enterrar la caja no sobrepasaba la altura de ésta, de tal manera que la tierra que le arrojaron encima casi quedó al ras del piso; tal vez dentro de su falta de cultura, los habitantes del pueblo no sabían que los muertos se deben de enterrar a un mínimo de dos metros para que la descomposición del cadáver no afecte a los vivos, o quizás era lo más que podían escarbar los ancianos.
         ¿O era otra cosa?
         Decidió irse a dormir sin dejar de pensar en el asunto.

         Los días siguieron pasando para el investigador, quien seguía buscando el motivo por el cual los pobladores de San Juan Apóstol vivían tantos años; no sabía si era debido al clima del lugar, la comida tan asquerosa que consumían a la cual él también comenzaba a acostumbrarse o incluso el agua, la cual para su gusto tenía un sabor muy diferente a la que normalmente tomaba en las botellas compradas en centros comerciales. Ésta última le sabía deliciosa principalmente cuando la consumía después de hacer ejercicio, a diferencia del agua de este lugar, la cual por más que la tomaba siempre le quedaba una sensación de sed dentro de él.
         Por otro lado, estaba la actitud taciturna de los ancianos; cavilaba que si una persona vivía muchos años era motivo de alegría, pues uno de los sueños más grandes del ser humano es vivir por siempre, pero cuando intentó entrevistarlos para saber sus impresiones al respecto, simplemente le sonreían tímidamente y guardaban silencio.
         Era como si estuvieran cansados de vivir.
         Todo lo anterior lo intrigaba sobremanera; sin embargo, había algo que de verdad le preocupaba.
         Cada día que pasaba aumentaba su cansancio, de tal manera que los últimos días incluso habían comenzado a dolerle todas las articulaciones del cuerpo lo que le provocaba que comenzara a caminar encorvado; pero lo peor de todo era que el pelo se le había comenzado a caer. Recordaba que en su familia no había habido casos de calvicie por lo que no atinaba a encontrar el motivo de su nuevo aspecto.
         Lo peor fue cuando se acercó a un riachuelo para enjuagarse la cara; se inclinó sobre del agua para notar asustado que habían comenzado a salirle canas.
         Se levantó aterrorizado pues sabía que a sus veinte y cinco años era casi imposible que su pelo perdiera el color, y más con la rapidez con la que le ocurría; se volvió a inclinar para notar con espanto que alrededor de los ojos y la boca se le notaban algunas arrugas mientras que su piel había tomado un tono cenizo.
         ¿Se estaría contagiando de algo?
         Tenía la certeza de que la clave de todo estaba en la tumba del recién fallecido por lo que esa noche estaba decidido a salir de dudas acerca de lo que le estaba pasando.

         En medio de la oscuridad en cuanto escuchó la suave respiración de don Anselmo, Tadeo se dio cuenta que era el momento esperado. Se levantó intentando no hacer ruido y tomando la vela que estaba sobre de la mesa, salió sigilosamente de la casa; buscó al lado de la puerta hasta que encontró una pala que había visto el día anterior y cuando la tuvo entre sus manos, comenzó a caminar lentamente hacia el panteón.
         Llegó ante la tumba recientemente utilizada y encendió la vela mientras la contemplaba.
         ¿Estaba dispuesto a profanar un sagrado sepulcro sólo para satisfacer su curiosidad?
         Sabía que ahora era cuestión de vida o muerte por lo que hizo acopio de todo su valor y comenzó a excavar trabajosamente, deteniéndose por momentos para descansar; algunas semanas atrás la hubiera abierto sin problemas pero ahora cada que paleaba, todo su cuerpo protestaba por el esfuerzo utilizado. Siguió cavando hasta que descubrió la caja del difunto; se enjuagó el sudor con su playera y poniéndose de rodillas desató la sencilla cuerda que servía de cerradura del ataúd para abrirlo lentamente mientras acercaba la vela para ver mejor.
         Estaba vacía.
         En lugar de respuestas encontró más preguntas.
         No estaba seguro de que esperaba hallar dentro de la caja, pero ahora que había comprobado su contenido, su mente era un caos.
         ¿Lo habían sacado o siempre estuvo vació?
         ¿Esta gente padecía demencia senil y les gustaba jugar al entierro?
         Y lo más importante:
         ¿Dónde estaba el cuerpo?
         Seguía reflexionando al respecto cuando de repente escuchó unos suaves pasos entre la hierba; levantó la vela rápidamente pero se tranquilizó al ver que era don Anselmo, quien se sentó en una piedra junto a él y dijo con voz triste:
         -No podía dejar de buscar la vida eterna ¿Verdad joven?-.
         Tadeo sintió como la furia se apoderaba de él y comenzó a gritar:
         -¡Sí; pero por lo que se ve, aquí todos están locos!-. Y señalando el sepulcro recién abierto, continuó. -¡Enterrar cajas vacías; eso es de dementes!-.
         Apretó fuertemente la mandíbula y cuando abrió la boca uno de sus dientes cayó frente a él; Tadeo lo vio asombrado y siguió vociferando:
         -¿Lo ve? ¡Algo aquí les está dañando el cuerpo y la mente porque ya no razonan como seres humanos!-. Contempló el diente caído y exclamó. –Se me cae el pelo, me salen canas y ahora hasta pierdo los dientes como si fuera…-.
         Los ojos casi se le salen de las órbitas al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir, por lo que don Anselmo amablemente continuó por él:
         -…Un anciano ¿Verdad?-.
         El viejo se levantó trabajosamente y le dijo:
         -¿Quiere saber la verdad? Acompáñeme-.
         El investigador lo siguió como manso cordero dándose cuenta con horror que se dirigían al mausoleo de Enoc; cuando llegaron a la reja  de entrada, don Anselmo la abrió tranquilamente. Ambos entraron y cuando el viejo tomo una lámpara de aceite y la encendió, el corazón de Tadeo brincó al ver en medio de la estancia un ataúd desvencijado por el paso del tiempo.
         Dijo asustado:
         -¿Es el féretro de Enoc?-.
         El viejo levantó más la lámpara para alumbrar el lugar y dijo:
         -Sí; el iniciador de todo-.
         Tadeo comentó:
         -Y supongo que ahora sí me va a platicar toda la historia ¿No?-.
         Don Anselmo lo contempló por algunos segundos y comenzó su relato:
         -“Enoc era un joven como tú, que buscaba la eterna juventud; buscó por todos lados hasta que en un libro maldito encontró la respuesta. Hizo un pacto con un ser tan horrible cuyo nombre me niego a repetir…”-. Hizo un gesto de espanto, pero tomando aire, continuó. –“…El ser le dio lo que quería, pero llegó un momento que eso no fue suficiente para Enoc, pues también quería el poder que ostentaba el demonio que le dio tal regalo…”-.
         Tadeo lo interrumpió diciendo:
         -El poder de dar vida eterna-.
         Don Anselmo afirmó tristemente:
         -Así es; buscaba conseguir riquezas a cambio de otorgar su poder a las personas, pero cuando el ser se dio cuenta de lo que quería, le lanzó una maldición-.
         El investigador, tratando de controlar su terror, preguntó con voz temblorosa:
         -¿Cuál?-.
         El viejo contestó con una mueca de asco:
         -Enoc iba a tener vida eterna, pero no juventud; viviría por siempre pero su cuerpo se iba a deteriorar. Fue maldecido él y la tierra donde nació-. Una lágrima comenzó a escurrirle por su arrugada mejilla y completó. –Así como nosotros-.
         Tadeo se sentía al borde de la locura pues no podía creer lo que sus oídos escuchaban; no entendía como algo que podría que ser un don se pudiera convertir en una maldición.
         Pero lo peor estaba por venir.
         Preguntó:
         -Pero entonces; ¿Qué hay del entierro falso?-.
         El viejo dijo incómodo:
         -Cuando uno de nosotros se siente demasiado cansado para vivir, les avisa a los demás quienes le organizamos un falso sepelio como un homenaje a su vida; enterramos una caja con su nombre y le ponemos su lápida-.
         Tadeo exclamó:
         -Pero si no pueden morir; ¿Qué pasa con ellos?-.
         Don Anselmo no le contestó; simplemente se acercó a la parte de la cabecera del féretro de Enoc para inclinarse en el suelo y levantar una puerta de madera. Para asombro del investigador, en cuanto dicha puerta fue abierta, inmediatamente comenzaron a oírse los lamentos y murmullos que lo habían aterrorizado todas las noches desde que había llegado al poblado. El viejo alumbró la entrada que había estado tapada con la puerta para mostrar una escalera de piedra que descendía; comenzó a bajar mientras le decía a Tadeo:
         -Acompáñeme-.
         El buscador de la vida eterna con el cerebro bloqueado de la impresión, simplemente bajó los escalones detrás del viejo y conforme descendían más, los murmullos provenientes de abajo iban acallándose; cuando llegaron a terreno firme, don Anselmo levantó la lámpara para alumbrar el lugar.
         Tadeo pensó que había descendido al infierno.
         Unas sombras que se hallaban al fondo de la cueva se fueron acercando y cuando el haz de luz de la lámpara dio sobre de ellas, el escritor vio con horror que eran unas momias que se movían lentamente hacia ellos; su piel tenía un aspecto oscuro y acartonado y la mayoría carecía de dientes y pelo lo que les daba un aspecto más horrendo. Algunas trataban de hablar pero solo salían gemidos de sus gargantas; caminaban trabajosamente e incluso algunas rengueaban levantando las manos en dirección de los inesperados visitantes. El investigador notó que a los lados de la caverna habían más momias que no se podían levantar por lo que solo alzaban sus manos mirándolo con ojos de tristeza.
         Tadeo dijo horrorizado:
         -¡Pero qué es todo esto!-.
         Don Anselmo dijo tranquilamente:
         -Es el fin de todas las cosas-.
         Y antes de recibir una respuesta, explicó:
         -Como te dije antes podemos vivir eternamente, pero nuestro cuerpo se sigue deteriorando, así que cuando alguien ya no quiere estar entre los vivos lo traemos a este lugar-.
         Tadeo con lágrimas en los ojos, preguntó:
         -¿Y cuánto tiempo están aquí?-.
         El anciano alumbró un rincón de la cueva y dijo:
         -Hasta que sucede esto-.
         El investigador contempló lo que el viejo había alumbrado; unos pedazos de huesos sobre de los cuales había una calavera que solo tenía un ojo el cual observaba detenidamente a Tadeo.
Don Anselmo dijo proféticamente:
         -“Polvo eres y en polvo te convertirás”-.
         El ahora anciano dijo desesperado mientras veía como algunas momias se acercaban trabajosamente hacia ellos:
         -¿Pero por qué no se van de esta tierra maldita?-.
         El viejo dijo tristemente:
         -¿Huir a dónde? No hay lugar en este mundo para escapar de la eternidad-.
         Cuando las momias estaban a punto de tocar a Tadeo, éste dijo aterrado:
         -¿Y por qué me está diciendo todo esto?-.
         Don Anselmo sonrió lúgubremente y respondió:
         -Porque ahora tú eres uno de nosotros-.
         Y apagó la lámpara de un soplido.

jueves, 1 de agosto de 2019

MR. MÚSCULO



              Fernando se sentía frustrado a sus veinte y dos años.
   Había terminado la carrera de químico farmacéutico y conseguido un empleo en un importante laboratorio de medicinas, pero en el fondo se sentía insatisfecho.
       Sentía que nunca había destacado en nada; sus calificaciones no habían sido sobresalientes, no tenía suerte con las mujeres y lo peor de todo era su físico.
         En realidad no era mal parecido, pero lo que más le acomplejaba era que media uno ochenta de estatura, pero pesaba sesenta kilos, pues era extremadamente delgado; sentía que eso era lo que repelía a las chicas a las cuales se atrevía a acercarse, por lo que caminaba encorvado y a diferencia de otras personas, su misma altura le restaba agilidad debido a lo cual, nunca había destacado en los deportes.
         Todas las noches se pasaba horas y horas pensando en que merecía ser algo más que lo demás, pero no sabía en qué.
         Quería sus quince minutos de fama.
         Cada que tenía tiempo libre en su trabajo, se dedicaba a vagar por internet, sintiendo una frustrante envidia al ver las fotos de los deportistas y actores de moda; renegaba sintiendo que la vida había sido injusta con él al darle ese físico endeble, pues consideraba que con esa altura, si fuera más musculoso, entonces sí sería un triunfador.
         Hasta que su vida cambió.
         Resulta que la empresa estaba intentando competir en el ramo de los suplementos alimenticios, por lo que a varios departamentos incluyendo el de Fernando, les dieron un curso de dos semanas acerca de la naturaleza y efectos de los esteroides anabólicos, a fin de evitar experimentar con esas sustancias, pues aparte de peligrosas, estaban prohibidas por la ley.
         Fue cuando la oportunidad se le presentó al joven químico.
         O al menos, fue lo que él pensó.
         Aparte del curso que le impartieron, buscó más información en internet y cuando consideró que ya tenía lo necesario, echó a andar su plan.
         Se iba a meter a entrenar a un gimnasio y por medio de los esteroides, pensaba construirse un cuerpo de campeonato.
         Mientras más reflexionaba en ese hecho, más se convencía que esa era la solución a sus problemas y con una sonrisa en la cara, se imaginaba las miradas de admiración de las mujeres así como las de envidia de sus pocos amigos, quienes cada que tenían oportunidad, se burlaban de su cuerpo de escoba.
         La siguiente semana se inscribió a un gimnasio, pues sabía que los esteroides le iban a dar la masa muscular pero que aun así, tenía que moldearla mediante el ejercicio; se encontró con un buen entrenador el cual como la mayoría, inmediatamente le ofreció su propio catálogo de drogas, siendo rechazadas por Fernando, pues sabía que las que le mencionaba el musculoso tipo eran las formas más comerciales a diferencia de las que él podía conseguir, cuyos resultados eran más rápidos y más eficaces.
         Después de comenzar a entrenar, se puso en contacto con un par de proveedores de sustancias químicas que surtían el laboratorio donde trabajaba, los cuales no tuvieran empacho en conseguirle lo solicitado; Fernando pudo inmediatamente aplicarse las dosis adecuadas con base en su altura y peso, así como las sustancias limpiadoras que se tienen que consumir después de un “ciclo”.
         A los tres meses comenzó a ver resultados.
         Donde antes no había más que esqueleto, ahora se contemplaban grandes músculos que comenzaban a darle una apariencia de desnudista profesional a Fernando.
         Se sentía complacido al darse cuenta que ahora sus amigos ya no se burlaban de él, sino que lo veían con respeto e incluso con un aire de miedo, pues consideraban que si lo hacían enojar, de un puñetazo podía tumbarles los dientes.
         Pero lo mejor era el tema de las mujeres, pues como en todo gimnasio, no faltan las chicas que toman de pretexto el ejercicio para ir a conocer hombres musculosos, por lo que no le faltaban citas al ahora fornido joven.
         Pero no todo salía según lo esperado.
         En una ocasión otro usuario del gimnasio lo retó a competir para ver quien hacía más repeticiones en la prensa para piernas, poniendo de peso trescientos sesenta kilos; Fernando desgraciadamente aceptó el reto, pues inmediatamente se dio cuenta con frustración que solo pudo hacer seis repeticiones mientras que su contrincante hizo doce. Le dolió hasta el alma ver las miradas de desilusión de sus nuevas admiradoras, quienes decepcionadas se alejaron de él en cuanto terminó la apuesta.
         Esa noche se puso a analizar lo acontecido y llegó a la conclusión de que las drogas jamás iban a suplir la masa muscular extraída de las proteínas a base de una dieta saludable; se daba cuenta que su contrincante tenía una figura envidiable pues era un mesomorfo; esto es, personas que no necesitan de grandes dietas o rutinas extremas, pues su cuerpo aprovecha todas las calorías que recibe a diferencia de Fernando, quien tenía una figura ectomorfa, los cuales queman inmediatamente las calorías que reciben, por lo que no aumentan su masa muscular más que en pequeñas cantidades.
Debido a eso había tenido que recurrir a los esteroides.
         Físicamente ambos se ven iguales, pero el joven químico sabía que sus músculos eran falsos, por lo que decidió jamás volver a aceptar ese tipo de retos, pues incluso dejó de ir al gimnasio por tres días, debido a una lesión en la rodilla derecha, producto del esfuerzo realizado.
         Pero las circunstancias guiaron al joven por otro camino.
         Cuando regresó al gimnasio vio con curiosidad un cartel que invitaba a los usuarios a participar en un concurso de fisiculturismo; su entrenador, al notar su interés le preguntó:
         -¿Quieres participar Fernando?-.
         El joven contestó decidido:
         -Sí; creo que puedo hacer un buen papel, pero tengo una duda-.
         El tipo le dijo:
         -Pues no sé qué duda, yo también creo que tienes grandes posibilidades de estar entre los mejores lugares-.
         Fernando dijo tímidamente:
         -¿En estos concursos no hacen pruebas antidopaje?-.
         El entrenador, extrañado dijo:
         -Imposible; esas pruebas son caras por lo que en estos concursos locales no se ocupan de eso, por eso yo también voy a participar-. Y añadió. –De todos modos no tendrías problema, pues tú me has dicho que has subido de peso gracias a una buena dieta-. Y sonriendo finalizó. –Ni siquiera aceptaste ningún producto de mi “farmacia”-.
         “Así que este va a ser mi camino en la vida”, pensó el joven.
“Voy a dedicarme a los concursos de fisiculturismo”.
         Como faltaban tres meses para dicha competencia, aumentó la dosis de esteroides que se inyectaba regularmente, confiado en que jamás lo iban a descubrir; subió un poco la intensidad de su rutina de ejercicio y esperó el paso del tiempo.
         Una semana antes del evento hasta él mismo estaba asombrado de los cambios en su cuerpo.
         Sus músculos ya de por si grandes, ahora se veían enormes; incluso la voz se le había engrosado, dándole un tono grave y sensual que volvía locas a las mujeres que se acercaban a platicar con él.

         El gran día llegó.
         Se compró un traje de baño negro con una calavera dibujada en el trasero, pues ese iba a ser su sello de distinción; como todos los demás participantes, redujo su consumo de agua al mínimo para deliberadamente deshidratarse y que la piel se viera más pegada al músculo; se aplicó bronceador artificial así como una cantidad industrial de aceite en todo el cuerpo para poder jugar con las luces y sombras del escenario a fin de lucir una mejor figura.
         En realidad todo fue solo cuestión de trámite, pues en cuanto subió al estrado y comenzar a posar, se dio cuenta con satisfacción de las miradas de aprobación por parte de los jueces al contemplar la perfección de su cuerpo así como los admirados gritos de las personas que habían acudido a la competencia las cuales, sin importar que habían ido a apoyar a otros concursantes, gritaron emocionados cuando Fernando terminó su rutina de poses.
         Para nadie fue una sorpresa cuando los jueces anunciaron a Fernando como el ganador; incluso la chica de una página de internet dedicada al ejercicio lo entrevistó, sin molestarse en ocultar su mirada de lujuria al estar cerca del ganador. Pero lo mejor fue la mirada de envidia de su instructor cuando fue a felicitarlo, pues no creyó que su “pupilo” pudiera derrotarlo.
         Todo para gran satisfacción del novel fisiculturista.
         A partir de ese día, Fernando se dedicó a buscar infinidad de concursos, a veces locales, a veces regionales, en todos los cuales terminaba como el vencedor, pues no había nadie que se le comparara con el cuerpo que químicamente había diseñado para sí mismo; cuando se iba acercando la competencia, simplemente aumentaba las dosis de las sustancias prohibidas que consumía y pasado el evento, tomaba las respectivas drogas para eliminar los residuos de los esteroides inyectados.
         Ahora sus noches ya no eran de angustia pues se pasaba largas hora recordando lo vivido en los últimos dos años; le emocionaba hasta las lágrimas la fama que ahora había conseguido pues en los concursos de mayor renombre, las revistas especializadas en entrenamiento, canales locales de televisión y estaciones de radio se peleaban por entrevistarlo; las marcas patrocinadoras de dichos concursos le pagaban por anunciar sus productos y las mujeres competían por su atención.
         Pero como todo en la vida, había un lado oscuro.
         De unos meses a la fecha, Fernando comenzaba a notar las consecuencias de las sustancias que se había inyectado, pues lo primero fue que comenzó a desarrollársele un severo acné en la cara; él jamás había tenido problemas al respecto por lo que le asustó la apariencia que daba así que cambió las drogas que consumía. Cuando creyó que había solucionado la situación, se le presentaron otros problemas más graves pues de los pezones le comenzó a supurar una sustancia desagradable mientras que sus riñones comenzaban a fallar pues después de una competencia en la que se había pasado los anteriores cuatro días con el nivel de agua al mínimo, en cuanto terminaba la competencia consumía todo el líquido posible, lo que le ocasionaba una severa irritación al ir al baño a desechar el agua, pues en esas ocasiones sentía que orinaba navajas de afeitar. Incluso, llegaba a un nivel de deshidratación casi al límite de tal manera que cuando llegaba el día de la competición, en cuanto se levantaba de la cama inmediatamente un dolor de cabeza comenzaba a atacarlo y no se le quitaba hasta dos días después, molestia acompañada de nauseas que lo mandaban al baño para volver el estómago cada media hora.
         Para la deshidratación comenzó a imitar a sus oponentes, por lo que en los dos días anteriores al concurso no tomaba agua, sino que consumía vino; no era lo mismo que el agua, pero por lo menos lograba el efecto deseado de ver sus músculos marcados así como le disminuía un poco los dolores de cabeza.
         En cuanto a los demás malestares, espació las dosis de esteroides lo más que pudo a fin de no perder los músculos ganados pero no le servía de nada, pues en cuanto se comenzaba a preparar para el siguiente evento, tenía que aumentar las dosis.
         Otra cosa era su carácter.
         Debido a la estimulación en la producción de testosterona, todos los días se sentía de mal humor y en algunas ocasiones en las cuales anteriormente había actuado con prudencia, veía con preocupación que ahora respondía muy agresivamente, por lo que terminó teniendo varias peleas callejeras; todo sin contar que la presión arterial se le subía y bajaba caprichosamente, lo que le provocaba temblores y mareos.
        
         Fernando llegó al siguiente nivel cuando comenzó a participar en eventos estatales hasta llegar al campeonato nacional; ahí si se aplicaban pruebas antidopaje, pero eso a él no le preocupaba, pues a pesar de que ya había dejado su empleo en el laboratorio donde antiguamente laboraba, seguía en contacto con excompañeros, quienes lo asesoraban con nombres de drogas que podían limpiarle el organismo, al menos para los días de competencia; prácticamente lo que hacían esas drogas era ocultar los esteroides de tal manera que sus pruebas siempre salían limpias.
         Ganó fácilmente el campeonato nacional de fisiculturismo y Fitness como era de esperarse.
         Una semana después de la victoria se encontraba en su casa cuando recibió la llamada de una de sus más fieles admiradoras; en otras ocasiones en cuanto escuchaba su voz, automáticamente se excitaba por lo que le llamó la atención que ahora simplemente le contestara como si fuera un robot y una vez que la chica colgó, Fernando comenzó a angustiarse.
         Corrió hacia el baño y se quitó el pantalón de entrenamiento que utilizaba a diario para bajar la tanga que utilizaba; esa prenda siempre se le hizo más propia para gays, pero desde que su cuerpo creció descomunalmente, se dio cuenta que no había calzoncillos que pudieran entrar por sus enormes piernas, razón por la cual tampoco utilizaba pantalones normales, pues no había tallas que pudiera vestir de manera correcta.
         Se tocó el pene y con terror notó que a pesar de la estimulación no podía lograr una erección.
         Salió corriendo del baño para buscar los apuntes que tomó durante el curso de esteroides que le dieron años atrás en su anterior empleo; los revisó a fondo hasta que encontró lo que esperaba: todo lo que le sucedía eran efectos de las sustancias que se había inyectado. En el fondo lo sabía, pero quería corroborar lo que sospechaba.
         Los daños eran irreversibles.
         Al otro día fue a sacar una cita médica y solicitó que le hicieran un conteo de esperma así como un análisis a su hígado.
         Cuando fue a los pocos días para saber los resultados, el doctor en turno lo metió a su oficina.
         El galeno tenía un expediente en sus manos; lo revisó a fondo y contempló a Fernando hasta que le dijo:
         -Usted se inyecta esteroides anabólicos, ¿Verdad joven?-.
         El fisiculturista bajó la mirada avergonzado y dijo tímidamente:
         -Así es-.
         El doctor suspiró y comenzó a informarle:
         -En cuanto al conteo de esperma, no hay otra manera de decirlo más que de forma directa-.
         Guardó silencio un instante y añadió:
         -Es usted completamente estéril-.
         Fernando cerró los ojos angustiado y con un hilo de voz dijo:
         -¿Y el hígado?-.
         El médico dijo incómodo:
         -Por su profesión usted sabe que una de las muchas funciones de dicho órgano es la de metabolizar los medicamentos para distribuirlos por todo el cuerpo-. Hizo una pausa y continuó. –El problema es que los esteroides son demasiado agresivos a pesar de las sustancias limpiadoras que usan ustedes; debido a eso, su hígado ha trabajado horas extras por lo que se encuentra al borde de una falla total-.
         Fernando dijo con un tono de esperanza en la voz:
         -¿Hay algo que pueda hacer?-.
         El doctor simplemente dijo:
         -Mire; en cuanto al primer problema, resígnese a que jamás va a tener hijos y por parte del hígado, es muy posible que necesite un trasplante en poco tiempo-.
         El joven como entre nubes le dio las gracias y se levantó; pero cuando iba a abrir la puerta, el médico le dijo:
         -Deje de meterle porquerías a su cuerpo, porque esto va a empeorar-.

         Fernando sentía su ánimo por los suelos.
         ¿Había valido la pena todo?
         ¿Fama, fortuna a cambio de su salud?
         O peor aún. De su vida.
         Por primera vez había encontrado algo en lo que era mejor que los demás y ahora tenía que abandonarlo; sí, sabía que había hecho trampa, pero al involucrarse en el mundo del fisiculturismo se había dado cuenta que todos los participantes sin excepción hacían trampa.
         Tal vez él había hecho demasiada trampa.
         Actuó muy ambiciosamente y quiso conquistar lo que a otros les había costado más tiempo.
         Seguía rumiando su supuesta mala suerte cuando sonó el teléfono.
         Lo contestó y después de escuchar la información iba a contestar que no cuando algo se encendió en su cerebro.
         Iba a dejar las competencias pero lo iba a hacer en la cima.
         Lo acababan de invitar a la mayor competencia de fisiculturismo a nivel mundial.
         Mr. Músculo.
         Iba a romper el record mundial como el hombre más musculoso.

         Fernando subió al coche de su proveedor de esteroides que había conocido cuando trabajaba de químico; cuando éste lo vio le dijo:
         -Traje lo que me pediste, pero primero quiero comprobar si es lo que quieres. Esta sustancia solo se maneja a nivel veterinario. ¿Estás seguro de querer inyectarte esto?-.
         Fernando dijo seriamente:
         -Claro. Tres días después de la última dosis me voy a inyectar otra sustancia para limpiarme y así no la van a encontrar en el examen antidopaje-.
         -¿Que sustancia es?-.
         Cuando el fisiculturista le dijo el nombre, asintió y replicó:
         -Sí; la conozco. Pero incluso esa sustancia es muy, muy fuerte para el cuerpo humano-.
         Como Fernando no dijera nada, continuó:
         -Mira, cada quien sabe lo que hace, pero no quiero que quede en mi conciencia decirte que esto no está bien; claro que no van a encontrar esto en tu organismo, pero la cosa es que una vez que te lo inyectes ya no hay marcha atrás en cuanto a las consecuencias-.
         Fernando pagó y bajó del coche, pero antes de retirarse, se asomó por la ventanilla y preguntó:
         -¿Y cuáles son esas consecuencias?-.
         El tipo dijo con un tono de preocupación en la voz:
         -No te va gustar saberlo-.
         Y arrancó.

         El lugar donde se celebraría la competencia en Inglaterra estaba a reventar.
         Había un mar de gente entre los cuales destacaban figuras del ambiente artístico y deportivo así como una enorme cantidad de reporteros de todos los medios de comunicación dedicados al deporte; obviamente, se iba a televisar el evento como pago por evento debido a la magnitud del acontecimiento.
         Fernando entro por la parte de atrás y se dirigió a su vestidor; desde hacía tres días que se había inyectado la sustancia limpiadora le había nacido un estallante dolor de cabeza que no lo dejaba en paz; se sentía mareado debido a la deshidratación, mareos que ni siquiera el vino había podido amortiguar y lo más preocupante de todo era que a pesar del poco nivel de agua en su cuerpo sudaba copiosamente. Se sentó trabajosamente en la banca del vestidor y quiso quitarse la ropa; los músculos le habían crecido tanto que la sudadera y el pantalón de ejercicio se le veían como una segunda piel a pesar de ser de la talla más grande que utilizan los fisiculturistas. Con mucho trabajo se cambió, pero cuando comenzó a aplicarse el aceite en el cuerpo, la vista se le nubló por lo que se dirigió al baño y cuando llegó ahí, comenzó a toser sintiendo ganas de volver el estómago, escupió en el WC y cuando miro hacia abajo, aterrado notó que acababa de arrojar sangre. Salió con mucho trabajo del baño y se recostó, pero en eso le vino un punzante dolor en los riñones que le impidieron moverse; se quedó respirando con dificultad hasta que el dolor fue más soportable.
         Terminó de aplicarse el aceite y fue cuando lo llamaron.
         Había llegado la hora.

         Había vencido.
         Fernando escuchaba como si estuviera en medio de un trance los elogios del conductor de la competencia, mientras él estaba parado detrás de su trofeo y delante del segundo y tercer lugar; un francés y un cubano respectivamente. Había hecho un esfuerzo sobrehumano para mantener las poses durante su actuación que lo había dejado exhausto, pero en eso el conductor volteó a verlo para pedirle que posara una vez más para que la gente volviera a admirar su imponente físico.
         Fernando pensaba librarse de eso, pero sabía que eso era lo que se acostumbraba en todas las competencias, por lo que sonrió débilmente para prepararse mientras las demás personas que ocupaban el escenario se retiraban hasta dejarlo solo.
         Comenzó a escucharse la ya comúnmente conocida canción “We are the champions” por el sonido del auditorio mientras Fernando tomaba todo el aire que sus pulmones podían aceptar y comenzó a posar.
         En cuanto adoptó la primera pose, sus descomunales músculos resaltaron debido a las luces del lugar lo que provocó los aplausos de la gente; a la siguiente pose, todos los presentes se pusieron de pie para aplaudir a rabiar, mientras Fernando comenzaba a recuperar su confianza. Inspirado, aplicó más esfuerzo a fin de que los músculos se vieran más enormes de lo que ya eran; el público gritaba a rabiar pues jamás habían visto antes un cuerpo tan perfecto frente a ellos. El joven adoptó la siguiente pose pensando que se hablaría de él durante muchos años; se convertiría en un ejemplo para las nuevas generaciones de concursantes; pensaba que la gente que anteriormente lo había ignorado, ahora lo idolatraba; las mujeres que anteriormente lo habían rechazado, ahora tenían fantasías sexuales donde él era el protagonista.
         Comenzó a reír sintiendo que ahora tenía al mundo a sus pies; veía a todos con arrogancia, pues reconocían que él era el mejor.
         Mientras contemplaba las miradas de veneración que incluso provocaba lágrimas en algunos, Fernando comenzó a reír con burla.
         “Malditos imbéciles; son todos míos” pensó.
“Sigan adorándome”.
         Pero de repente todo cambió.
         A Fernando se le borró la sonrisa del rostro cuando se dio cuenta que algo extraño se formaba dentro de él. Sentía que algo horriblemente doloroso crecía y crecía como queriendo salir sin control; aun así, tomó aire para adoptar la última pose y cuando creía haberlo conseguido, fue cuando ocurrió.
         Su cuerpo estalló.
         Las personas de las primeras filas gritaban con horror mientras contemplaban como sus costosas ropas se hallaban bañadas de sangre y vísceras, mientras las mujeres se desmayaban y los hombres volvían el estómago. Los conductores del evento desde su cabina de transmisión no se atrevían a decir una sola palabra, mientras el director de cámaras completamente petrificado, no atinaba a dar la orden de irse a comerciales…


         Efectivamente, durante muchos años se habló de lo acontecido en el evento de Mr. Músculo pues después de su última emisión, dicha competencia se canceló debido a que se hicieron investigaciones las cuales llegaron a la conclusión de que todos los participantes habían utilizado esteroides.
         ¿Fernando?
Claro que rompió un record.
         El record de haber sido el poseedor del primer lugar de Mr. Músculo por menos tiempo.
         Quince minutos.

         Sus quince minutos de fama.