sábado, 13 de marzo de 2021

PADRE SOL

 


            Los científicos se hallaban alarmados.

            La intensidad del calor emitido por el sol subía de temperatura a velocidades alarmantes; no pasaba un solo día en que dicho aumento se detuviera. Al principio se imaginaban que era una simple ola de calor, pero con el paso del tiempo notaron que era algo más.

            En realidad, nadie se ponía de acuerdo; algunos decían que el astro rey estaba envejeciendo al punto de explotar, pero las fechas no coincidían pues se había calculado a lo largo de los tiempos que todavía tendría muchos millones de años de vida; otros decían que en términos llanos, el sol estaba “enfermo” y que esa enfermedad acabaría por afectar a los demás planetas, la Tierra incluida; incluso hubo sectas religiosas que lo veían como un castigo de Dios por desafiar las leyes de la naturaleza y destruir nuestro ecosistema.

            Lo único cierto era que, si las cosas seguían como estaban, terminaríamos por quemarnos vivos. Con todo, los hombres de ciencia aún tenían esperanzas de que solo fuera un fenómeno pasajero.

            Hasta que ocurrió.

            Después de unos tres meses en que la raza humana padeció las temperaturas más altas que jamás se hubieran registrado, los responsables de los más poderosos telescopios anunciaron la fatídica noticia: Mercurio estaba a punto de colapsar.

            Dijeron que, a la velocidad del aumento del calor, este pequeño planeta solo tenía un par de semanas de vida.

Pero también en eso se equivocaron, pues a los diez días ocurrió lo inimaginable.

            Mercurio estalló en miles de pedazos y aun cuando nuestro planeta no estaba en la trayectoria de los desechos, si lo estaba la luna, la cual sufrió los impactos de los pedazos de Mercurio, que estuvieron a punto de sacarla de su órbita, provocando las consabidas marejadas en todo el mundo, inundando países enteros. Si eso no fuera suficiente, el aumento de calor ya había derretido los polos casi por completo, por lo que el nivel del mar había subido en algunas partes varios metros de su nivel original. Tal parecía que, si no moríamos calcinados, terminaríamos por morir ahogados.

            Era como si los nuevos jinetes del Apocalipsis se hubieran desatado para extinguir a los pecadores seres humanos.

            Después de pasar ese trago amargo, durante el cual se perdió la cuarta parte de la zona habitable del planeta junto con su población, se empezaron a plantear posibles soluciones para evitar una catástrofe mayor; la preocupación más urgente era la del sustento, pues con el calor, grandes porciones del mundo sufrían sequias en sus siembras, disminuyendo la comida disponible.

            Otra cosa era el agua.

            A pesar de subir el nivel de mar, como es sabido, es agua salada, no apta para el consumo humano pues, en sentido contrario, grandes ríos y lagos de agua dulce terminaron por secarse por completo, provocando el pánico entre la población, pues incluso se desataron guerras entre países a fin de conservar el agua necesaria para su propia gente. En el caso de la comida, se buscaron otras maneras de sembrar, pero era punto menos que imposible alimentar a más de cinco mil millones de seres humanos, independientemente de que dichas alternativas llevarían su tiempo; tiempo con el que no contábamos, pues cada día que pasaba la temperatura seguía aumentando, secándolo todo, incluso animales que anteriormente vivían seguros en su entorno. La gente comenzó a guarecerse en sus propias casas, lo cual, como es de esperarse, colapsó el sistema económico de prácticamente todos los países. Por si lo anterior no fuera suficiente, las pocas zonas verdes fueron devoradas por los enormes incendios que se declararon en todos los continentes, provocados por el intenso calor, que hacía presa fácil los secos campos, contaminando también las zonas aún útiles.

            Y ese fue el principio del fin.

            La gente comenzó a morir; al principio fueron unos cuantos cientos, ya sea de hambre o sed, hasta que simplemente morían de calor, pues los pocos que se aventuraban a salir de sus casas para buscar alimento, caían en las calles víctimas de la insolación, de tal manera que solo se encontraban sus restos secos en las calles y espacios abiertos.

            Las cifras de muertos subieron por miles hasta llegar a millones.

            Debido a eso, grandes grupos de humanos se organizaron por sí mismos, intentando llegar a zonas más frescas si es que las había, pero desgraciadamente muchos más murieron en el camino, pues por más protección que utilizaran, los materiales se derretían sobre de sus propios cuerpos, llegándose a dar los casos en que literalmente las personas estallaban en llamas.

            Los pocos que lo consiguieron, decidieron refugiarse en cuevas, pero al llegar se dieron cuenta que todo lo que pudiera ser necesario para su subsistencia, o se había quedado en el camino o bien, no lo tenían.

            Solo unos cuantos pudimos sobrevivir.

 

            Me hallaba remendando los cables de una de las plantas eléctricas que alimentaban el aire acondicionado de la enorme cueva en la que llevamos viviendo más de un año, desesperado pues el simple hecho de que una sola de estas máquinas falle, automáticamente eleva la temperatura de nuestro refugio a límites preocupantes, por lo que me hallaba bañado en sudor; odiaba sudar pues como la poca agua que teníamos solo la utilizábamos para beber, bañarse estaba estrictamente prohibido. El simple olor de mi sucio cuerpo me revolvía el estómago, por lo que me encontraba de un humor de los mil demonios, pues una vez más me cuestionaba si ésta se podría considerar vida; lo único que me consolaba era que, como tenía la carrera de ingeniería, era uno de los habitantes más útiles del clan al que ahora pertenecía.

            Me quité la raída playera junto con los pantalones para quedarme solo en calzoncillos a fin de mitigar el calor y seguir trabajando; no me quitaba los zapatos, pues alguien había tenido el ingenio de conseguir calzado de material aislante, lo que disminuía el calor que la misma tierra transmitía a las plantas de nuestros pies, pero, aun así las ampollas que se me habían formado desde hacía varios días, comenzaban a molestarme.

            Seguía maldiciendo la suerte de la humanidad cuando en eso llegó uno de mis pocos amigos que habían sobrevivido en este lugar, Mike.

            Se paró a mi lado también bañado en repugnante sudor y me preguntó:

            -¿Cómo vas John; ya está lista?-.

            Le contesté de mala gana:

            -Sería mucho más fácil si tuviera cinta de aislar nueva, pues la que uso está llena de tierra y casi no tiene pegamento-.

            El comenzó a reír, haciendo gala de su eterno buen humor y exclamó:

            -Sí; y si yo tuviera la oportunidad de regresar a mi enorme casa, ahorita estaría sumergido en la piscina de mi patio-.

            Intenté imitar su risa, pero solo me salió un gemido, por lo que él continuó:

            -Pero se hace lo que se puede con lo que se tiene. ¿No?-.

            No me quedó más que contestar:

            -Lo cual cada vez es menos-.

            Una vez que terminé de forrar el recubrimiento derretido del cable, lo coloqué en su lugar e intenté encender el aparato. Comenzó a emitir un sonido lento, pero en segundos, dicho sonido se fue regularizando hasta que tomó su paso y comenzó a trabajar en medio de su habitual estruendo.

            Suspiré y dije casi gritando sobre del escándalo:

            -Ya está arreglado-.

            Mike sonrió una vez más y dijo:

            -Gracias a Dios-.

            Yo nunca fui una persona religiosa pues me consideraba hombre de ciencia por lo que le dije amargamente:

            -No metas a Dios en esto, pues él ya se olvidó de nosotros-.

            Mi amigo me miró seriamente y dijo:

            -No necesariamente; tal vez solo nos enseña una lección-.

            Repliqué:

            -Pues como que la lección ya duro bastante ¿No crees?-.

            Y proseguí:

            -Además, creo que hay maneras menos crueles para mostrarnos su punto-.

            Sin dejar su optimismo, Mike comentó:

            -¿Nunca te golpeó un maestro para que aprendieras algo? Pues es lo mismo-.

            Y ante de que volviera a quejarme, sentenció:

            -A veces es necesario sufrir para poder valorar lo importante en nuestras vidas-.

            Y caminamos de regreso hacia el centro de nuestro ahora nuevo mundo.

 

            El refugio como era de esperarse, era una cueva que descendía hacia las entrañas de la tierra; más o menos como a la mitad se encontraban las plantas eléctricas que alimentaban el aire acondicionado, pues como todo mundo sabe, en las cuevas no circula el aire como en la superficie, amén de que, se produce un calor sofocante, por lo que consideramos que ese era el mejor lugar para poder solucionar ese problema a medias; bajando decenas de metros, habíamos construido unas cuantas casuchas con el material que pudimos encontrar arriba y que ahora daba refugio a los pocos cientos de personas que ahora habitábamos ahí.

            A pesar de nuestras carencias tratábamos de utilizar sistemas como cuando vivíamos en el mundo normal, por lo que teníamos una persona encargada de llevar la cuenta de los días, meses y años, el cual nos indicaba la fecha exacta; Mike y yo sabíamos que el día de hoy, viernes, nos tocaba reunirnos todos alrededor de nuestro gobernante.

            Mark.

            Cuando llegamos al centro del “poblado” todos los habitantes se hallaban reunidos ahí, cosa que no era de extrañar, pues a pesar de que cada uno de nosotros teníamos asignadas nuestras tareas, una vez que las cumplíamos, no había gran cosa que hacer. Aparte, siempre era necesario enterarnos de las últimas noticias, para encontrar nuevas alternativas para poder seguir viviendo.

            Si es que a esto se le podía llamar vida.

            Mark salió de su precaria vivienda y se subió en una enorme piedra plana que utilizaba como especie de púlpito, al lado del cual se encontraban las personas con mayor educación y conocimientos de nosotros, incluyéndome a mí; tomé mi lugar a su izquierda y nuestro líder comenzó a hablar:

            -¡Buenos días, habitantes de “Ciudad Esperanza”!-. Dijo, señalando el nombre con el que había bautizado a nuestra comunidad y sonriendo prosiguió.

            -¡Espero que todos se encuentren bien; pónganse cómodos que les daré las últimas noticias con las que contamos!-.

            Era tal su liderazgo y la confianza que inspiraba que inmediatamente todos lo obedecieron.

            Mientras la gente tomaba su lugar, comencé a reflexionar; teníamos la fortuna de contar con un buen líder, pues en algunas ocasiones que nos pudimos comunicar con otras comunidades por medio de radios desvencijados que alguien tuvo el atino de llevar a nuestro nuevo mundo, supimos de otros clanes donde todos habían desaparecido, producto de revueltas en contra de su dirigente el cual, embriagado de poder, había construido un reinado de terror, producto de la tiranía con la cual gobernaba.

            Como si Mark me leyera el pensamiento, comenzó su discurso:

            -Una vez más les agradezco que me hayan elegido como su líder; cuando tomé el juramento, les dije que me iba a encargar de que pudiéramos vivir lo mejor posible dadas nuestras circunstancias-. Hizo una pausa y añadió. –He tratado de gobernar con justicia, siempre ayudado por mi equipo de trabajo-. Movió el brazo para abarcarnos a los que estábamos a su alrededor, todos los cuales hicimos un movimiento de cabeza en señal de reconocimiento, mientras Mark seguía hablando. –Sé que en algunas ocasiones he sido duro, pero siempre he tratado de actuar en favor del bienestar de la comunidad, dejando de lado intereses personales de cualquiera que busque lograr algo a base del egoísmo, pues a final de cuentas todos formamos parte de la misma comunidad y todo debemos de velar por el bienestar de todos-.

            Muchos comenzaron a aplaudir, pero él inmediatamente los calló:

            -No les digo esto para que me admiren, sino para que se den cuenta que la única manera de sobrevivir al cataclismo en el cual estamos, es trabajar en conjunto…-.

            Mientras seguía hablando, yo lo contemplaba pensando profundamente en sus palabras; Mark siempre comenzaba hablando de cosas positivas, pues sabía que el peor enemigo que teníamos éramos nosotros mismos o, dicho de otra manera, nuestro estado de ánimo, pues habíamos tenido incontables suicidios de personas que habían colapsado mentalmente debido a la depresión reinante en la situación en la cual estábamos. Me estremecí al recordar los episodios más sórdidos al respecto, de personas que, cansadas del sufrimiento, simplemente se dirigían a la entrada de la cueva y echaban a correr, para comenzar a incendiarse inmediatamente en medio de grotescos movimientos de su cuerpo envuelto en llamas, todo adornado por horrendos gritos de dolor. Los más prudentes habían terminado con su vida dejándose caer de algunos de los acantilados que había en las partes más profundas de la caverna.

Pero había casos todavía más aterradores.

            Hubo personas que se fueron a dormir y simplemente no despertaron.

            Los tres doctores con que contábamos, al tener ni el instrumental médico más básico, no se atrevían a hacer la respectiva necropsia ni menos a declarar una causa de muerte, por lo que simplemente llegaban a una aterradora conclusión.

            Esas personas habían muerto de tristeza.

            Preferí dejar de lado esos pensamientos lúgubres y concentrarme en lo que decía Mark:

            -…Debido a lo anterior, comenzaremos con las noticias de esta semana-. Sacó un pedazo de cartón donde había hecho algunas anotaciones y volteando a ver a un anciano a su derecha, le preguntó:

            -Señor Elías, fecha por favor-.

            El aludido se acercó al frente de la multitud y con un pedazo de madera en las manos, dijo lo más fuerte que pudo:

            -Estamos a 5 de abril del año 2035; esto es, llevamos 452 días viviendo aquí-.

            Se escucharon gemidos angustiados, por lo que rápidamente Mark retomó la palabra y sin dejar su sonrisa, intentó tranquilizarlos diciendo:

            -Recuerden lo que siempre les he dicho; no se enfoquen en lo malo sino en lo bueno. No llevamos 452 días sufriendo la situación en la que vivimos, sino que llevamos 452 días con vida y mientras hay vida…-.

            Dejo la última palabra en el aire y miró a la multitud de manera interrogante, hasta que todos gritaron al unísono:

            -¡¡Hay Esperanza!!-.

            Nuestro líder sonrió aún más, satisfecho de lo que escuchamos todos y dijo:

            -¡Así es como debemos de ver la situación!-.

            Y continuó:

            -Señor Robert, infórmenos de nuestros animales por favor-.

            Un tipo de no más de treinta años de edad, que aparentaba el doble, dijo apesadumbrado:

            -Como ya todos saben, en teoría tenemos animales más que suficientes para poder aprovecharlos en lo posible; tenemos leche y carne, pero nuestro ganado sigue sin poder ser controlado como debiera-. Y a manera de disculpa prosiguió. –A pesar de que he seguido los consejos que todos me han dado, no he logrado que se comporten como debe de ser; es como si ellos mismos estuvieran deprimidos, pues la leche es escasa y han disminuido los nacimientos de los animales-.

            Tenía razón; eso se notaba a leguas, pues al tomar la leche, ésta tenía un sabor amargo y rancio. En cuanto a la carne, cada cuatro semanas se sacrificaban algunos animales para aprovechar la carne, pero la misma tenía un sabor insípido, lo cual, aunado a que no se podía cocinar con los condimentos que se utilizaban antaño, le daba un sabor nauseabundo.

            A pesar de las exclamaciones de preocupación, Mark dijo:

            -Al menos de momento, el porcentaje de escasez de nuevos ejemplares todavía no es motivo de preocuparse, pues tenemos lo suficiente; sin embargo, se aceptan propuestas para hacer algo al respecto, por lo que los que tengan alguna idea, diríjanse con el señor Robert para ponerla en práctica. Siguiente punto: señor John, ¿Cómo van las plantas eléctricas?-.

            Como era mi turno, caminé al frente y dije con una seguridad que estaba lejos de sentir:

            -Hace un momento terminé de reparar la última, pero como he comentado las últimas semanas, al no tener refacciones, dos de ellas colapsaron quedando inservibles-. Mi ánimo se notó cuando dije con un tono de pena. -De las restantes, tenemos que reducir su horario de trabajo unas tres horas al día, para no saturarlas y poderlas utilizar un poco más-.

            Se escucharon exclamaciones de fastidio y resignación, pero de todos modos tuve que completar mi informe, diciendo:

            -Pero eso no es lo peor-.

            Todos guardaron silencio expectantes, Mark incluido, mientras yo me decidía a dar la noticia; me di cuenta que era algo que no podía callar y solté la bomba:

            -Solo tenemos gasolina para dos semanas más-.

            Y bajé la cara avergonzado.

            Sabíamos lo que eso significaba.

            Había que hacer una expedición al exterior.

            Todos nos estremecimos al pensar en esa dura tarea, pues en estas ocasiones se armaban grupos de aproximadamente doce personas, la cuales tenían la encomienda de ir a una refinería que se encontraba a varios kilómetros de distancia de Ciudad Esperanza; tenían que empujar carretas donde se transportaban barriles a fin de llenarlos del preciado combustible con las consabidas dificultades.

            En el mejor de los casos, de los doce regresaban cuatro o cinco al borde de la inanición y la insolación, ya que toda la ruta debía de cumplirse en una sola noche, pues al salir el sol, era un evidente suicidio estar bajo los rayos solares; con el escaso material con que contábamos, todos los ingenieros habíamos intentado diseñar trajes que protegieran de la radiación solar, pero hasta la fecha no habíamos tenido éxito. Siempre experimentábamos con algo nuevo, pero, o el material era demasiado débil, era demasiado pesado o simplemente no servía.

            Algunas mujeres comenzaron a llorar, por lo que Mark tomó la palabra diciendo:

            -Todos sabemos del peligro de la misión, pero es algo a lo que nos tenemos que enfrentar en su momento y más tomando en cuenta que estamos en la época del año más calurosa, pero nuestros ingenieros han diseñado un nuevo aditamento que creemos que esta ocasión puede traer con vida a la mayoría de los expedicionarios…-.

            Un anciano lo interrumpió reclamando:

            -¡Sí, pero siempre sucede lo mismo; solo unos cuantos regresan. Yo he perdido dos hijos en esas expediciones en las cuales nos llenan de cuentos de que ahora si van a regresar todos con vida!-.

            Antes de que nuestro líder contestara, un ingeniero se adelantó:

            -Entiendo su punto de vista señor Dan, pero hacemos lo que podemos con lo que contamos; si usted tiene una mejor idea, nos gustaría escucharla-.

            El viejo simplemente bajó la mirada avergonzado, por lo que Mark añadió:

            -Como bien dice Brad, hacemos lo que podemos con lo que contamos y lo seguiremos haciendo así; se hará un sorteo para ver quiénes son los designados para cumplir con esta peligrosa pero necesaria misión para la supervivencia de Ciudad Esperanza-.

            Una señora madura también protestó:

            -¿Y por qué solo entran al sorteo los hombres de la población y no ustedes que son los supuestos expertos?-.

            Se escucharon voces que apoyaban la idea de la mujer, por lo que Mark dijo comprensivamente:

            -Sé que esto les pueda parecer injusto, pero desgraciadamente en la situación en la que estamos, tenemos miembros de la comunidad que son esenciales para la supervivencia del clan; recuerden que en alguna ocasión yo me llegué a ofrecer para entrar en el sorteo, pero la mayoría de ustedes decidieron que yo no podía correr el riesgo de no regresar, pues se quedarían sin mi gobierno-.

            Y para reafirmar su posición, completó:

            -¿Quieren que yo entre en el concurso? Yo no tengo ningún problema de hacerlo-.

            Poco a poco se elevaron las voces que se negaban a aceptar la propuesta.

            Todos sabíamos que contábamos con un buen líder.

            Mark, tratando de no perder su optimismo, dijo:

            -Finalmente; señor Andrew, ¿Qué nos puede decir de la temperatura?-.

            Todos guardamos silencio, incluso aguantando la respiración, mientras se acercaba al frente un señor maduro, quien estaba especializado en los estudios del clima. Sacó lentamente sus gruesas gafas de aumento y estudiando las pocas hojas de papel con las que contábamos y que tenía en una mano y un termómetro de suelo en la otra, dijo con el tono monótono de costumbre:

            -La información es la siguiente: la temperatura se ha estabilizado, pero sigue en una medición peligrosa para la raza humana y no ha bajado-.

            Se escucharon exclamaciones de desilusión mientras el experto remataba:

            -Y no parece que vaya a haber algún cambio-.

            Se escucharon suspiros de resignación mientras algunos cuantos comenzaban a llorar.

            Los entendía, pues yo tenía el mismo sentimiento.

            Como comenté anteriormente, cuando comenzó el aumento de la temperatura, muchos nos imaginamos que era algo temporal; una vez que Mercurio fue destruido por el sol, pensamos que después seguiría Venus, cosa que no pudimos comprobar pues fue cuando comenzamos a refugiarnos en cuevas; al no ver estragos como cuando Mercurio colapsó, nos imaginamos que Venus había sobrevivido, lo cual nos llenó de una ilusión que aumentó al notar que la temperatura de nuestro planeta, si bien era letal para toda forma de vida, había dejado de aumentar; pensamos que ahora iría en retroceso, por lo que era comprensible nuestra desilusión al darnos cuenta que, hasta la fecha, no era así.

            Tal parecía que el sol se burlaba de nosotros, manteniendo el grado de radiación suficiente para aniquilarnos.

            Volteé a ver a nuestro líder, el cual mostró un pequeño gesto de contrariedad en una de las comisuras de su boca, pero antes de que sucediera otra cosa, levantó las manos y volvió a sonreír:

            -Bueno; no son las noticias que esperábamos, pero hay que tomar en cuenta que sobrevivimos una semana más-. Y antes de que alguien más protestara, gritó:

            -¡Mientras hay vida…!-.

            La gente dijo desganadamente:

            -¡Hay Esperanza!-.

            Y terminó la reunión.

 

            Esa noche no pude dormir.

            Mientras daba de vueltas en la delgada cobija extendida en el suelo caliente de mi “habitación”, no dejaba de pensar que esta era una lucha estéril.

            Era una lucha entre el Sol y la raza humana.

            Una lucha que estábamos destinados a perder.

            Me sentí extremadamente cansado; no por todo el tiempo en que estuve arreglando la planta de luz, sino cansado de todo.

            Estaba harto de vivir bajo la tierra; de la comida insípida; del temor de quedarnos sin combustible o de que todas las plantas de luz se descompusieran al mismo tiempo.

            Comencé a ver a la muerte como una liberación.

            Sentía envidia de las personas que se habían ido de este mundo por propia decisión.

            Deseé tener su fuerza de voluntad para hacer lo mismo.

            Me imaginaba que ahora estaban en un lugar mucho mejor que el mío; un lugar donde no hubiera calor.

            ¡Maldita sea! Si yo siempre había odiado las épocas calurosas; me encantaban los meses de invierno, pues si hacía demasiado frío simplemente me abrigaba más y no había problema, pero en épocas de calor ¿Qué hacer? No podía quitarme la piel para no sentirlo.

            Añoraba las noches frías en las cuales echaba un sinfín de cobijas en mi suave colchón y simplemente cerraba los ojos para dormir cómodamente y despertar al día siguiente; sí, despertaba temblando de frío, pero en cuanto me ponía mi ropa térmica, salía hacia mi trabajo feliz de soportar el clima.

            ¿Cómo sería el Paraíso?

            A estas alturas, lo imaginaba como una habitación con aire acondicionado; sí, había calor, pero pensaba que los que estaban ahí estaban completamente desnudos, sentados frente a un ventilador, saboreando un rico cono de helado.

            Mi preferido era el helado de fresa, pensaba mientras se me hacía agua la boca.

            Aquí todo era caliente.

            El suelo, la comida, el agua, el ambiente.

            Estuve a punto de levantarme de mi cama y jalarme los cabellos hasta arrancármelos.

            Había caído en depresión; el enemigo más mortal en este tiempo.

           

            Pero aún faltaba lo peor.

            Los siguientes días, seguí realizando mis tareas como de costumbre, pero lo hacía de forma mecánica; como si fuera otra persona la que actuara en mi nombre.

            Y cuando me iba a acostar, rendido del cansancio producto de mis actividades, no podía dormir.

            El suelo me parecía cada vez más duro que antes; trataba de acomodarme para descansar, pero era imposible.

            Aun así, lo peor me sucedía cuando al filo de la madrugada finalmente podía dormitar un poco.

            Las pesadillas.

            Soñaba con mi familia; estábamos todos sentados a la mesa, cuando de repente entraba una oleada de calor que nos consumía a todos; literalmente sentía el dolor del fuego que me abrazaba, mientras veía como mis padres y mis hermanos explotaban en una fulgurante lluvia de cenizas de todos colores.

            Trataba de protegerlos, pero el mismo fuego me abrazaba; en vano trataba de quitarme las llamas de mis brazos mientras gritaba desesperadamente.

            Había una pesadilla todavía más horrenda.

            Mi prometida.

            Le había propuesto matrimonio en medio de una cena en un caro y lujoso restaurante; en mi sueño revivía esa escena, pero cuando ella me daba el sí, como si fuera una bomba nuclear que hubiera caído en el lugar, todo se llenaba de una deslumbrante luz blanca que me enceguecía y cuando finalmente podía abrir los ojos, en mis manos se encontraba el dedo carbonizado de mi amada chica, adonado por el derretido anillo de compromiso.

            La pesadilla se siguió repitiendo durante todas las noches de las siguientes semanas, durante las cuales se hizo el sorteo para designar a quienes iban a buscar la valiosa gasolina para echar a andar las plantas eléctricas; esta vez se escogieron a quince hombres de los cuales regresaron tres aterrados miembros de la comunidad quienes solo pudieron traer cinco barriles de combustible, suficiente para un mes; cuando comencé a llenar los depósitos de las plantas de luz, me sentí asqueado. No del olor de la gasolina, sino del hecho de que esa gasolina había costado vidas humanas.

            La gasolina me olía a sangre.

            Las siguientes juntas de información traían más malas noticias; desde que los animales comenzaban a morir; que el encargado del invernadero responsable de las legumbres, informaba que los vegetales no estaban creciendo como para satisfacer las necesidades de la población, hasta el hecho de que las plantas de luz se descomponían cada vez más frecuentemente, pues se encontraban al borde del colapso.

           

            Una mañana intentaba arreglar por milésima vez una planta de luz, cuando llegó Mike quien, a diferencia de otras ocasiones, no estaba acompañado de su habitual buen humor; se paró a mi lado y tocándome el hombro, simplemente me dijo:

            -Mark organizó una junta del Consejo-.

            Sentí como si una flameante mano tocara mi alma y pregunté:

            -No es nada bueno ¿Verdad?-.

            Mi amigo simplemente dijo:

            -La junta es ahora mismo-.

            Dejé las pinzas que tenía en mis manos y lo seguí, como si fuera un delincuente que va a resignado a cumplir con su sentencia de muerte.

            Llegamos al centro de Ciudad Esperanza y nos dirigimos al Cuartel General.

            A diferencia de las viviendas de la población, que tenían como entrada una cortina pues, como todo pertenecía a todos, no había nada que robar, el Cuartel si tenía una puerta, por lo que solo se podía entrar si estabas autorizado para ello; no era una cuestión de arrogancia, sino que Mark lo manejaba de esa manera pues como él mismo decía: “A pesar de que vivimos muy rudimentariamente, siempre debe haber un orden, pues eso es lo que nos diferencia de los demás animales”.

            Mike y yo entramos para contemplar que todos los demás miembros del Consejo se encontraban concentrados alrededor de nuestro líder el cual, sorpresivamente para todos, tenía un gesto serio; guardamos silencio y entonces Mark habló:

            -Tenemos un problema-.

            Todos los temores que me habían invadido desde hace varias semanas atrás se juntaron en el fondo de mi alma, al tiempo que retorcía mis dedos de ambas manos angustiadamente; traté de mostrar serenidad y pregunté:

            -¿Qué sucede?-.

            El gobernante de Ciudad Esperanza dijo lúgubremente:

            -Se nos está acabando el agua-.

            Todos guardamos un silencio sepulcral.

            En anteriores reuniones se había llegado a plantear ese problema; cuando llegamos a esta enorme caverna, no lo hicimos al azar, sino que nos dimos cuenta que tenía lo esencial, un pozo subterráneo de agua que nos podía proveer el preciado líquido. Sabíamos que era algo seguro, pues al ser un manantial subterráneo, no se podía ver afectado por el aumento de temperatura como ocurría con lo depósitos acuíferos de la superficie; los expertos en la materia habían calculado que podíamos aprovechar esa agua sin problemas, pero según lo que nos comunicaba Mark, el pozo se estaba secando.

            Mike preguntó:

            -¿Sabemos cuánto nos puede durar lo que tenemos?-.

            Roster, quien era el encargado del tema, suspiró cansinamente y exclamó:

            -Cuando llegamos aquí pude descender y me di cuenta que el pozo era muy amplio y en ese entonces no teníamos problemas, pues a pesar de que consumíamos el agua, se iba regenerando el nivel, pero de algunos meses para acá, vemos que disminuye, pero ya no sube-. Hizo un gesto de pesar y completó. –Se está acabando el agua-.

            Todos sabíamos lo que eso significaba.

            Muchas cosas se podían reemplazar; encontrar alternativas, suplir con algo más, pero en el caso del agua, como es bien sabido, toda forma de vida terrestre depende de ella.

            Mark, quien estaba sentado en una actitud pensativa, dijo:

            -¿Ideas?-.

            Elías dijo tímidamente:

            -¿Y si armamos expediciones como las de la gasolina para ir a buscar agua?-.

            Mike contestó:

            -Imposible; una cosa es traer gasolina que en el mejor de los casos nos puede durar un par de meses si la racionamos y otra traer el agua suficiente para todos-. A punto de llorar, añadió. –El agua no la podemos racionar, pues estamos al mínimo del consumo para poder sobrevivir-.

            Todos guardamos silencio, hasta que nuestro líder, tratando de recuperar su habitual optimismo, dijo:

            -Bueno; de momento no digan nada, principalmente los que tienen familia, mientras todos vamos a intentar encontrar una solución a este problema-.

            Todos nos levantamos, preocupados por la situación y salimos del Cuartel

 

            No sé cómo hayan pasado los siguientes días los demás miembros del Consejo, pero de mi parte, me sentía angustiado, pues por más que me devanaba los sesos, no podía encontrar una solución a este problema; de momento, lo único que se hizo fue que se encargó a algunos ingenieros que, de manera discreta, se dedicaran a escarbar en lo más profundo de muestra caverna, con la esperanza de encontrar agua, hasta la fecha, sin éxito.

            Esperanza.

            Para mí, esa palabra cada vez carecía más y más de sentido.

            Parecía que después de todo, estábamos destinados a la extinción. Hacía mucho que el encargado de las comunicaciones no había tenido contacto con otras comunidades; era muy probable que se hubieran enfrentado al mismo problema y no habrían sobrevivido.

            Estaba yo al borde de la desesperación, pues desde unas semanas atrás había comenzado a escuchar una voz dentro de mí que me decía lo mismo una y otra vez.

            Escapa.

            No hay salida; no hay a donde ir; no existe alternativa.

            EL ÚNICO ESCAPE ES LA MUERTE.

 

            Estaba arreglando por enésima vez una de las plantas eléctricas, cuando llegó Mike; con semblante serio, se paró a mi lado y me preguntó:

            -¿Cómo vas?-.

            Le dije con pesar en la voz:

            -Esta porquería acaba de morir-.

            Preocupado me dijo:

            -¿Tendremos que reducir el horario de funcionamiento?-.

            Contesté con amargura:

            -Es peor; esta planta estaba conectada directamente a las demás por lo que tendríamos que reducir el horario a menos de doce horas-.

            Mike analizó lo que le acababa de decir y dijo angustiado:

            -Pero según los cálculos de Mark, eso es casi un suicidio-.

            Lo miré a los ojos y simplemente exclamé:

            -Tienes toda la razón-.

            Ambos nos sentamos en el caliente suelo de la caverna, enfrascados en nuestros propios pensamientos, hasta que no soporté el silencio y le pregunté a mi entrañable amigo:

            -¿Qué crees que es nuestra vida?-.

            Mike frunció el ceño y confundido, replicó:

            -No te entiendo-.

            Desahogué toda la tristeza contenida en mi alma y le dije:

            -Para mí esta vida es una prisión; esta caverna es nuestra celda pues no podemos salir-.

            Al ver que las lágrimas escurrían por mi cara, Mike contestó:

            -Si lo ves de esa manera, significa que no hay escape ¿Verdad?-.

            Tomé una pequeña piedra, la lancé con furia al fondo de la caverna y dije con amargura:

            -Sí lo hay-.

            Mi apreciable amigo dijo con miedo en la voz:

            -¿Cuál es?-.

            Suspiré con resignación y solté:

            -La muerte-.

            Mike se levantó rápidamente y me reclamó:

            -¡Pero no puedes hacer eso; eres muy necesario para Ciudad Esperanza!-.

            Lentamente comencé a explicarme:

            -¿Por qué no? Lo que yo hago lo puede hacer cualquiera de los demás ingenieros del Consejo-. Me enjuagué mis lágrimas y seguí. –Es más; sería una persona menos que necesitaría comida, atención y lo más importante: agua-.

            Mike también comenzó a llorar mientras decía angustiadamente:

            -¿Pero eso en donde me deja a mí? Aunque no lo he demostrado, eres de lo poco que me sostiene; tú me das fuerzas para seguir en este horrible lugar-.

            Le dije fríamente:

            -Nadie tiene importancia, pues a final de cuentas, ya estamos todos condenados-.

            Y continué:

            -Me siento cansado; cansado de intentar arreglar aparatos que sé que terminarán por dejar de funcionar; de la vida que tenemos-. Me limpié una lágrima con rabia y grité:

            -¡Pero de lo que más estoy cansado es de la estúpida esperanza de que la temperatura baje!-. Tomé aliento y proseguí. -¡Me doy cuenta que la esperanza es un sentimiento muy peligroso pues nos ciega para ver la realidad!-. Ahogué un gemido y finalicé con amargura. –Y la realidad es que todos vamos a morir-.

            Lo único que pudimos hacer fue abrazarnos y llorar como niños asustados.

 

            Al día siguiente me levanté con una actitud que no había tenido desde que comenzó esta tragedia.

Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo.

            Tomé los cartones que utilizaba para escribir mis diagramas de las plantas de luz y les hice anotaciones complementarias para que cualquier ingeniero pudiera interpretarlas; me puse el harapo que usaba como playera y mis mugrosos pantalones para dirigirme hacia donde estaban las plantas de luz.

            Caminé pesadamente como si fuera un condenado a muerte y cuando llegué a mi destino, revisé que todas las máquinas trabajaran como debían; consideraba que mi decisión no debía afectar a los demás que querían seguir vivir en el horrendo mundo en el que se había convertido nuestro planeta.

            Una vez que comprobé su funcionamiento, lancé un largo suspiro y me quité mis botas aislantes; sentí como el calor abrazaba sin piedad mis pies desnudos, pero no me importó.

            Comencé a caminar hacia la entrada de la caverna; mientras daba un paso detrás de otro, recordé a todas las personas que había conocido a lo largo de mi vida; mis padres, mis hermanos, mis amigos de los cuales solo quedaba Mike quien, estaba seguro que entre la comunidad de Ciudad Esperanza podría encontrar alguien mejor que yo, alguien menos cobarde quien sería el receptor de su apreciable afecto; recordé a mi prometida Amanda y sonreí, pues sabía que en unos cuantos segundos iba a encontrarme con ella.

            Seriamos felices donde quiera que nos viéramos.

            Las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas evaporándose casi al instante, pues el calor era cada vez más y más sofocante; sentía como si fuera un pavo en Navidad a punto de entrar al horno. A diferencia de esa ave que ya estaba muerta, yo estaba vivo, por lo que sentía todo el dolor que produce el maldito calor que se volvió mi enemigo desde hacía más de un año.

            Divisé la entrada de la cueva; el resplandor del sol me deslumbraba, pero no me importaba pues sabía que sería algo momentáneo, pues en unos cuantos segundos, la muerte como una seductora amante, me tomaría entre sus brazos y me llevaría hacia el paraíso.

            Sentí como la temperatura tan elevada comenzaba a hacer estragos en mí, pues mi piel me comenzaba a arder y mi cansado cuerpo se llenaba más y más de sudor, como la última reacción del organismo para mantenerme fresco mientras mi corazón se aceleraba a mil por hora; a lo lejos escuché ruidos, pero no les puse atención pues sabía que la insolación produce alucinaciones.

            De repente, levanté la vista hacia la entrada de la caverna y entre la luz enceguecedora alcancé a ver a Amanda, quien enfundada en una ligera blusa de algodón y un sexy short me tendía la mano; comencé a reír como demente, pues sabía que estaba a punto de reencontrarme con ella para volver a estar juntos.

            Juntos por siempre.

            Hasta que, de repente, sentí como una fuerza extraña me echaba hacia atrás.

            Antes de que pudiera reaccionar, volteé mi mirada confundido.

            Era Mike.

            Lloraba desconsoladamente mientras me gritaba:

            -¡No lo hagas John; no puedes irte!-.

            Dentro de la debilidad que me había provocado la cercanía del incesante calor le reclamé:

            -¡Déjame, quiero ser libre!-.

            Mike exclamó:

            -¡Recuerda lo que dijo Mark; mientras hay vida…!-.

            Como entre sueños dije débilmente:

            -Hay Esperanza….-.

            Mike dijo jubiloso, sin dejar de llorar:

            -¡Así es; así es!-.

            Yo me había caído el suelo, de lo aturdido que me sentía, por lo que exclamé:

            -La esperanza ha muerto-.

            Mi gran amigo dijo desesperadamente:

            -¡No; no es así! Aquí la traigo-.

            Al borde del desmayo, trataba de asimilar lo que me intentaba decir Mike, pues sabía que la esperanza es una sensación, no un objeto.

            Hasta que me di cuenta que mi apreciable amigo levantaba un artefacto en su mano y me lo ponía directamente en la cara…

 

            Comencé a reír a carcajadas, como si hubiera perdido la razón, pues lo que tenía ante mí era el termómetro de suelo del señor Andrew, el cual mostraba una lectura sorprendente.

            La temperatura había bajado diez grados.

 

            La Esperanza para la humanidad, finalmente había llegado.

 

 

            Cris Harris. Todos los derechos reservados.