Los
científicos se hallaban alarmados.
La
intensidad del calor emitido por el sol subía de temperatura a velocidades
alarmantes; no pasaba un solo día en que dicho aumento se detuviera. Al
principio se imaginaban que era una simple ola de calor, pero con el paso del
tiempo notaron que era algo más.
En
realidad, nadie se ponía de acuerdo; algunos decían que el astro rey estaba
envejeciendo al punto de explotar, pero las fechas no coincidían pues se había
calculado a lo largo de los tiempos que todavía tendría muchos millones de años
de vida; otros decían que en términos llanos, el sol estaba “enfermo” y que esa
enfermedad acabaría por afectar a los demás planetas, la Tierra incluida; incluso
hubo sectas religiosas que lo veían como un castigo de Dios por desafiar las
leyes de la naturaleza y destruir nuestro ecosistema.
Lo
único cierto era que, si las cosas seguían como estaban, terminaríamos por
quemarnos vivos. Con todo, los hombres de ciencia aún tenían esperanzas de que
solo fuera un fenómeno pasajero.
Hasta
que ocurrió.
Después
de unos tres meses en que la raza humana padeció las temperaturas más altas que
jamás se hubieran registrado, los responsables de los más poderosos telescopios
anunciaron la fatídica noticia: Mercurio estaba a punto de colapsar.
Dijeron
que, a la velocidad del aumento del calor, este pequeño planeta solo tenía un
par de semanas de vida.
Pero también en eso se
equivocaron, pues a los diez días ocurrió lo inimaginable.
Mercurio
estalló en miles de pedazos y aun cuando nuestro planeta no estaba en la
trayectoria de los desechos, si lo estaba la luna, la cual sufrió los impactos
de los pedazos de Mercurio, que estuvieron a punto de sacarla de su órbita,
provocando las consabidas marejadas en todo el mundo, inundando países enteros.
Si eso no fuera suficiente, el aumento de calor ya había derretido los polos
casi por completo, por lo que el nivel del mar había subido en algunas partes
varios metros de su nivel original. Tal parecía que, si no moríamos calcinados,
terminaríamos por morir ahogados.
Era
como si los nuevos jinetes del Apocalipsis se hubieran desatado para extinguir
a los pecadores seres humanos.
Después
de pasar ese trago amargo, durante el cual se perdió la cuarta parte de la zona
habitable del planeta junto con su población, se empezaron a plantear posibles
soluciones para evitar una catástrofe mayor; la preocupación más urgente era la
del sustento, pues con el calor, grandes porciones del mundo sufrían sequias en
sus siembras, disminuyendo la comida disponible.
Otra
cosa era el agua.
A
pesar de subir el nivel de mar, como es sabido, es agua salada, no apta para el
consumo humano pues, en sentido contrario, grandes ríos y lagos de agua dulce
terminaron por secarse por completo, provocando el pánico entre la población,
pues incluso se desataron guerras entre países a fin de conservar el agua necesaria
para su propia gente. En el caso de la comida, se buscaron otras maneras de
sembrar, pero era punto menos que imposible alimentar a más de cinco mil millones
de seres humanos, independientemente de que dichas alternativas llevarían su
tiempo; tiempo con el que no contábamos, pues cada día que pasaba la
temperatura seguía aumentando, secándolo todo, incluso animales que
anteriormente vivían seguros en su entorno. La gente comenzó a guarecerse en
sus propias casas, lo cual, como es de esperarse, colapsó el sistema económico
de prácticamente todos los países. Por si lo anterior no fuera suficiente, las
pocas zonas verdes fueron devoradas por los enormes incendios que se declararon
en todos los continentes, provocados por el intenso calor, que hacía presa
fácil los secos campos, contaminando también las zonas aún útiles.
Y
ese fue el principio del fin.
La
gente comenzó a morir; al principio fueron unos cuantos cientos, ya sea de
hambre o sed, hasta que simplemente morían de calor, pues los pocos que se
aventuraban a salir de sus casas para buscar alimento, caían en las calles
víctimas de la insolación, de tal manera que solo se encontraban sus restos
secos en las calles y espacios abiertos.
Las
cifras de muertos subieron por miles hasta llegar a millones.
Debido
a eso, grandes grupos de humanos se organizaron por sí mismos, intentando
llegar a zonas más frescas si es que las había, pero desgraciadamente muchos más
murieron en el camino, pues por más protección que utilizaran, los materiales
se derretían sobre de sus propios cuerpos, llegándose a dar los casos en que
literalmente las personas estallaban en llamas.
Los
pocos que lo consiguieron, decidieron refugiarse en cuevas, pero al llegar se
dieron cuenta que todo lo que pudiera ser necesario para su subsistencia, o se
había quedado en el camino o bien, no lo tenían.
Solo
unos cuantos pudimos sobrevivir.
Me
hallaba remendando los cables de una de las plantas eléctricas que alimentaban
el aire acondicionado de la enorme cueva en la que llevamos viviendo más de un
año, desesperado pues el simple hecho de que una sola de estas máquinas falle,
automáticamente eleva la temperatura de nuestro refugio a límites preocupantes,
por lo que me hallaba bañado en sudor; odiaba sudar pues como la poca agua que
teníamos solo la utilizábamos para beber, bañarse estaba estrictamente
prohibido. El simple olor de mi sucio cuerpo me revolvía el estómago, por lo
que me encontraba de un humor de los mil demonios, pues una vez más me
cuestionaba si ésta se podría considerar vida; lo único que me consolaba era
que, como tenía la carrera de ingeniería, era uno de los habitantes más útiles
del clan al que ahora pertenecía.
Me
quité la raída playera junto con los pantalones para quedarme solo en
calzoncillos a fin de mitigar el calor y seguir trabajando; no me quitaba los
zapatos, pues alguien había tenido el ingenio de conseguir calzado de material
aislante, lo que disminuía el calor que la misma tierra transmitía a las
plantas de nuestros pies, pero, aun así las ampollas que se me habían formado
desde hacía varios días, comenzaban a molestarme.
Seguía
maldiciendo la suerte de la humanidad cuando en eso llegó uno de mis pocos
amigos que habían sobrevivido en este lugar, Mike.
Se
paró a mi lado también bañado en repugnante sudor y me preguntó:
-¿Cómo
vas John; ya está lista?-.
Le
contesté de mala gana:
-Sería
mucho más fácil si tuviera cinta de aislar nueva, pues la que uso está llena de
tierra y casi no tiene pegamento-.
El
comenzó a reír, haciendo gala de su eterno buen humor y exclamó:
-Sí;
y si yo tuviera la oportunidad de regresar a mi enorme casa, ahorita estaría
sumergido en la piscina de mi patio-.
Intenté
imitar su risa, pero solo me salió un gemido, por lo que él continuó:
-Pero
se hace lo que se puede con lo que se tiene. ¿No?-.
No
me quedó más que contestar:
-Lo
cual cada vez es menos-.
Una
vez que terminé de forrar el recubrimiento derretido del cable, lo coloqué en
su lugar e intenté encender el aparato. Comenzó a emitir un sonido lento, pero
en segundos, dicho sonido se fue regularizando hasta que tomó su paso y comenzó
a trabajar en medio de su habitual estruendo.
Suspiré
y dije casi gritando sobre del escándalo:
-Ya
está arreglado-.
Mike
sonrió una vez más y dijo:
-Gracias
a Dios-.
Yo
nunca fui una persona religiosa pues me consideraba hombre de ciencia por lo
que le dije amargamente:
-No
metas a Dios en esto, pues él ya se olvidó de nosotros-.
Mi
amigo me miró seriamente y dijo:
-No
necesariamente; tal vez solo nos enseña una lección-.
Repliqué:
-Pues
como que la lección ya duro bastante ¿No crees?-.
Y
proseguí:
-Además,
creo que hay maneras menos crueles para mostrarnos su punto-.
Sin
dejar su optimismo, Mike comentó:
-¿Nunca
te golpeó un maestro para que aprendieras algo? Pues es lo mismo-.
Y
ante de que volviera a quejarme, sentenció:
-A
veces es necesario sufrir para poder valorar lo importante en nuestras vidas-.
Y
caminamos de regreso hacia el centro de nuestro ahora nuevo mundo.
El
refugio como era de esperarse, era una cueva que descendía hacia las entrañas
de la tierra; más o menos como a la mitad se encontraban las plantas eléctricas
que alimentaban el aire acondicionado, pues como todo mundo sabe, en las cuevas
no circula el aire como en la superficie, amén de que, se produce un calor
sofocante, por lo que consideramos que ese era el mejor lugar para poder
solucionar ese problema a medias; bajando decenas de metros, habíamos construido
unas cuantas casuchas con el material que pudimos encontrar arriba y que ahora
daba refugio a los pocos cientos de personas que ahora habitábamos ahí.
A
pesar de nuestras carencias tratábamos de utilizar sistemas como cuando
vivíamos en el mundo normal, por lo que teníamos una persona encargada de
llevar la cuenta de los días, meses y años, el cual nos indicaba la fecha
exacta; Mike y yo sabíamos que el día de hoy, viernes, nos tocaba reunirnos todos
alrededor de nuestro gobernante.
Mark.
Cuando
llegamos al centro del “poblado” todos los habitantes se hallaban reunidos ahí,
cosa que no era de extrañar, pues a pesar de que cada uno de nosotros teníamos
asignadas nuestras tareas, una vez que las cumplíamos, no había gran cosa que
hacer. Aparte, siempre era necesario enterarnos de las últimas noticias, para encontrar
nuevas alternativas para poder seguir viviendo.
Si
es que a esto se le podía llamar vida.
Mark
salió de su precaria vivienda y se subió en una enorme piedra plana que
utilizaba como especie de púlpito, al lado del cual se encontraban las personas
con mayor educación y conocimientos de nosotros, incluyéndome a mí; tomé mi lugar
a su izquierda y nuestro líder comenzó a hablar:
-¡Buenos
días, habitantes de “Ciudad Esperanza”!-. Dijo, señalando el nombre con el que
había bautizado a nuestra comunidad y sonriendo prosiguió.
-¡Espero
que todos se encuentren bien; pónganse cómodos que les daré las últimas
noticias con las que contamos!-.
Era
tal su liderazgo y la confianza que inspiraba que inmediatamente todos lo
obedecieron.
Mientras
la gente tomaba su lugar, comencé a reflexionar; teníamos la fortuna de contar
con un buen líder, pues en algunas ocasiones que nos pudimos comunicar con
otras comunidades por medio de radios desvencijados que alguien tuvo el atino
de llevar a nuestro nuevo mundo, supimos de otros clanes donde todos habían
desaparecido, producto de revueltas en contra de su dirigente el cual,
embriagado de poder, había construido un reinado de terror, producto de la
tiranía con la cual gobernaba.
Como
si Mark me leyera el pensamiento, comenzó su discurso:
-Una
vez más les agradezco que me hayan elegido como su líder; cuando tomé el
juramento, les dije que me iba a encargar de que pudiéramos vivir lo mejor
posible dadas nuestras circunstancias-. Hizo una pausa y añadió. –He tratado de
gobernar con justicia, siempre ayudado por mi equipo de trabajo-. Movió el
brazo para abarcarnos a los que estábamos a su alrededor, todos los cuales
hicimos un movimiento de cabeza en señal de reconocimiento, mientras Mark
seguía hablando. –Sé que en algunas ocasiones he sido duro, pero siempre he
tratado de actuar en favor del bienestar de la comunidad, dejando de lado
intereses personales de cualquiera que busque lograr algo a base del egoísmo, pues
a final de cuentas todos formamos parte de la misma comunidad y todo debemos de
velar por el bienestar de todos-.
Muchos
comenzaron a aplaudir, pero él inmediatamente los calló:
-No
les digo esto para que me admiren, sino para que se den cuenta que la única
manera de sobrevivir al cataclismo en el cual estamos, es trabajar en conjunto…-.
Mientras
seguía hablando, yo lo contemplaba pensando profundamente en sus palabras; Mark
siempre comenzaba hablando de cosas positivas, pues sabía que el peor enemigo
que teníamos éramos nosotros mismos o, dicho de otra manera, nuestro estado de
ánimo, pues habíamos tenido incontables suicidios de personas que habían
colapsado mentalmente debido a la depresión reinante en la situación en la cual
estábamos. Me estremecí al recordar los episodios más sórdidos al respecto, de
personas que, cansadas del sufrimiento, simplemente se dirigían a la entrada de
la cueva y echaban a correr, para comenzar a incendiarse inmediatamente en
medio de grotescos movimientos de su cuerpo envuelto en llamas, todo adornado
por horrendos gritos de dolor. Los más prudentes habían terminado con su vida
dejándose caer de algunos de los acantilados que había en las partes más
profundas de la caverna.
Pero había casos
todavía más aterradores.
Hubo
personas que se fueron a dormir y simplemente no despertaron.
Los
tres doctores con que contábamos, al tener ni el instrumental médico más
básico, no se atrevían a hacer la respectiva necropsia ni menos a declarar una
causa de muerte, por lo que simplemente llegaban a una aterradora conclusión.
Esas
personas habían muerto de tristeza.
Preferí
dejar de lado esos pensamientos lúgubres y concentrarme en lo que decía Mark:
-…Debido
a lo anterior, comenzaremos con las noticias de esta semana-. Sacó un pedazo de
cartón donde había hecho algunas anotaciones y volteando a ver a un anciano a
su derecha, le preguntó:
-Señor
Elías, fecha por favor-.
El
aludido se acercó al frente de la multitud y con un pedazo de madera en las
manos, dijo lo más fuerte que pudo:
-Estamos
a 5 de abril del año 2035; esto es, llevamos 452 días viviendo aquí-.
Se
escucharon gemidos angustiados, por lo que rápidamente Mark retomó la palabra y
sin dejar su sonrisa, intentó tranquilizarlos diciendo:
-Recuerden
lo que siempre les he dicho; no se enfoquen en lo malo sino en lo bueno. No
llevamos 452 días sufriendo la situación en la que vivimos, sino que llevamos
452 días con vida y mientras hay vida…-.
Dejo
la última palabra en el aire y miró a la multitud de manera interrogante, hasta
que todos gritaron al unísono:
-¡¡Hay
Esperanza!!-.
Nuestro
líder sonrió aún más, satisfecho de lo que escuchamos todos y dijo:
-¡Así
es como debemos de ver la situación!-.
Y
continuó:
-Señor
Robert, infórmenos de nuestros animales por favor-.
Un
tipo de no más de treinta años de edad, que aparentaba el doble, dijo
apesadumbrado:
-Como
ya todos saben, en teoría tenemos animales más que suficientes para poder
aprovecharlos en lo posible; tenemos leche y carne, pero nuestro ganado sigue sin
poder ser controlado como debiera-. Y a manera de disculpa prosiguió. –A pesar
de que he seguido los consejos que todos me han dado, no he logrado que se
comporten como debe de ser; es como si ellos mismos estuvieran deprimidos, pues
la leche es escasa y han disminuido los nacimientos de los animales-.
Tenía
razón; eso se notaba a leguas, pues al tomar la leche, ésta tenía un sabor
amargo y rancio. En cuanto a la carne, cada cuatro semanas se sacrificaban
algunos animales para aprovechar la carne, pero la misma tenía un sabor
insípido, lo cual, aunado a que no se podía cocinar con los condimentos que se
utilizaban antaño, le daba un sabor nauseabundo.
A
pesar de las exclamaciones de preocupación, Mark dijo:
-Al
menos de momento, el porcentaje de escasez de nuevos ejemplares todavía no es
motivo de preocuparse, pues tenemos lo suficiente; sin embargo, se aceptan
propuestas para hacer algo al respecto, por lo que los que tengan alguna idea,
diríjanse con el señor Robert para ponerla en práctica. Siguiente punto: señor
John, ¿Cómo van las plantas eléctricas?-.
Como
era mi turno, caminé al frente y dije con una seguridad que estaba lejos de
sentir:
-Hace
un momento terminé de reparar la última, pero como he comentado las últimas
semanas, al no tener refacciones, dos de ellas colapsaron quedando
inservibles-. Mi ánimo se notó cuando dije con un tono de pena. -De las
restantes, tenemos que reducir su horario de trabajo unas tres horas al día,
para no saturarlas y poderlas utilizar un poco más-.
Se
escucharon exclamaciones de fastidio y resignación, pero de todos modos tuve
que completar mi informe, diciendo:
-Pero
eso no es lo peor-.
Todos
guardaron silencio expectantes, Mark incluido, mientras yo me decidía a dar la
noticia; me di cuenta que era algo que no podía callar y solté la bomba:
-Solo
tenemos gasolina para dos semanas más-.
Y
bajé la cara avergonzado.
Sabíamos
lo que eso significaba.
Había
que hacer una expedición al exterior.
Todos
nos estremecimos al pensar en esa dura tarea, pues en estas ocasiones se
armaban grupos de aproximadamente doce personas, la cuales tenían la encomienda
de ir a una refinería que se encontraba a varios kilómetros de distancia de Ciudad
Esperanza; tenían que empujar carretas donde se transportaban barriles a fin de
llenarlos del preciado combustible con las consabidas dificultades.
En
el mejor de los casos, de los doce regresaban cuatro o cinco al borde de la
inanición y la insolación, ya que toda la ruta debía de cumplirse en una sola
noche, pues al salir el sol, era un evidente suicidio estar bajo los rayos
solares; con el escaso material con que contábamos, todos los ingenieros
habíamos intentado diseñar trajes que protegieran de la radiación solar, pero
hasta la fecha no habíamos tenido éxito. Siempre experimentábamos con algo nuevo,
pero, o el material era demasiado débil, era demasiado pesado o simplemente no
servía.
Algunas
mujeres comenzaron a llorar, por lo que Mark tomó la palabra diciendo:
-Todos
sabemos del peligro de la misión, pero es algo a lo que nos tenemos que
enfrentar en su momento y más tomando en cuenta que estamos en la época del año
más calurosa, pero nuestros ingenieros han diseñado un nuevo aditamento que
creemos que esta ocasión puede traer con vida a la mayoría de los
expedicionarios…-.
Un
anciano lo interrumpió reclamando:
-¡Sí,
pero siempre sucede lo mismo; solo unos cuantos regresan. Yo he perdido dos
hijos en esas expediciones en las cuales nos llenan de cuentos de que ahora si
van a regresar todos con vida!-.
Antes
de que nuestro líder contestara, un ingeniero se adelantó:
-Entiendo
su punto de vista señor Dan, pero hacemos lo que podemos con lo que contamos;
si usted tiene una mejor idea, nos gustaría escucharla-.
El
viejo simplemente bajó la mirada avergonzado, por lo que Mark añadió:
-Como
bien dice Brad, hacemos lo que podemos con lo que contamos y lo seguiremos
haciendo así; se hará un sorteo para ver quiénes son los designados para
cumplir con esta peligrosa pero necesaria misión para la supervivencia de Ciudad
Esperanza-.
Una
señora madura también protestó:
-¿Y
por qué solo entran al sorteo los hombres de la población y no ustedes que son
los supuestos expertos?-.
Se
escucharon voces que apoyaban la idea de la mujer, por lo que Mark dijo
comprensivamente:
-Sé
que esto les pueda parecer injusto, pero desgraciadamente en la situación en la
que estamos, tenemos miembros de la comunidad que son esenciales para la
supervivencia del clan; recuerden que en alguna ocasión yo me llegué a ofrecer
para entrar en el sorteo, pero la mayoría de ustedes decidieron que yo no podía
correr el riesgo de no regresar, pues se quedarían sin mi gobierno-.
Y
para reafirmar su posición, completó:
-¿Quieren
que yo entre en el concurso? Yo no tengo ningún problema de hacerlo-.
Poco
a poco se elevaron las voces que se negaban a aceptar la propuesta.
Todos
sabíamos que contábamos con un buen líder.
Mark,
tratando de no perder su optimismo, dijo:
-Finalmente;
señor Andrew, ¿Qué nos puede decir de la temperatura?-.
Todos
guardamos silencio, incluso aguantando la respiración, mientras se acercaba al
frente un señor maduro, quien estaba especializado en los estudios del clima.
Sacó lentamente sus gruesas gafas de aumento y estudiando las pocas hojas de
papel con las que contábamos y que tenía en una mano y un termómetro de suelo
en la otra, dijo con el tono monótono de costumbre:
-La
información es la siguiente: la temperatura se ha estabilizado, pero sigue en
una medición peligrosa para la raza humana y no ha bajado-.
Se
escucharon exclamaciones de desilusión mientras el experto remataba:
-Y
no parece que vaya a haber algún cambio-.
Se
escucharon suspiros de resignación mientras algunos cuantos comenzaban a
llorar.
Los
entendía, pues yo tenía el mismo sentimiento.
Como
comenté anteriormente, cuando comenzó el aumento de la temperatura, muchos nos
imaginamos que era algo temporal; una vez que Mercurio fue destruido por el
sol, pensamos que después seguiría Venus, cosa que no pudimos comprobar pues
fue cuando comenzamos a refugiarnos en cuevas; al no ver estragos como cuando
Mercurio colapsó, nos imaginamos que Venus había sobrevivido, lo cual nos llenó
de una ilusión que aumentó al notar que la temperatura de nuestro planeta, si
bien era letal para toda forma de vida, había dejado de aumentar; pensamos que
ahora iría en retroceso, por lo que era comprensible nuestra desilusión al
darnos cuenta que, hasta la fecha, no era así.
Tal
parecía que el sol se burlaba de nosotros, manteniendo el grado de radiación
suficiente para aniquilarnos.
Volteé
a ver a nuestro líder, el cual mostró un pequeño gesto de contrariedad en una
de las comisuras de su boca, pero antes de que sucediera otra cosa, levantó las
manos y volvió a sonreír:
-Bueno;
no son las noticias que esperábamos, pero hay que tomar en cuenta que
sobrevivimos una semana más-. Y antes de que alguien más protestara, gritó:
-¡Mientras
hay vida…!-.
La
gente dijo desganadamente:
-¡Hay
Esperanza!-.
Y
terminó la reunión.
Esa
noche no pude dormir.
Mientras
daba de vueltas en la delgada cobija extendida en el suelo caliente de mi
“habitación”, no dejaba de pensar que esta era una lucha estéril.
Era
una lucha entre el Sol y la raza humana.
Una
lucha que estábamos destinados a perder.
Me
sentí extremadamente cansado; no por todo el tiempo en que estuve arreglando la
planta de luz, sino cansado de todo.
Estaba
harto de vivir bajo la tierra; de la comida insípida; del temor de quedarnos
sin combustible o de que todas las plantas de luz se descompusieran al mismo
tiempo.
Comencé
a ver a la muerte como una liberación.
Sentía
envidia de las personas que se habían ido de este mundo por propia decisión.
Deseé
tener su fuerza de voluntad para hacer lo mismo.
Me
imaginaba que ahora estaban en un lugar mucho mejor que el mío; un lugar donde
no hubiera calor.
¡Maldita
sea! Si yo siempre había odiado las épocas calurosas; me encantaban los meses
de invierno, pues si hacía demasiado frío simplemente me abrigaba más y no
había problema, pero en épocas de calor ¿Qué hacer? No podía quitarme la piel
para no sentirlo.
Añoraba
las noches frías en las cuales echaba un sinfín de cobijas en mi suave colchón
y simplemente cerraba los ojos para dormir cómodamente y despertar al día
siguiente; sí, despertaba temblando de frío, pero en cuanto me ponía mi ropa
térmica, salía hacia mi trabajo feliz de soportar el clima.
¿Cómo
sería el Paraíso?
A
estas alturas, lo imaginaba como una habitación con aire acondicionado; sí,
había calor, pero pensaba que los que estaban ahí estaban completamente
desnudos, sentados frente a un ventilador, saboreando un rico cono de helado.
Mi
preferido era el helado de fresa, pensaba mientras se me hacía agua la boca.
Aquí
todo era caliente.
El
suelo, la comida, el agua, el ambiente.
Estuve
a punto de levantarme de mi cama y jalarme los cabellos hasta arrancármelos.
Había
caído en depresión; el enemigo más mortal en este tiempo.
Pero
aún faltaba lo peor.
Los
siguientes días, seguí realizando mis tareas como de costumbre, pero lo hacía
de forma mecánica; como si fuera otra persona la que actuara en mi nombre.
Y
cuando me iba a acostar, rendido del cansancio producto de mis actividades, no
podía dormir.
El
suelo me parecía cada vez más duro que antes; trataba de acomodarme para
descansar, pero era imposible.
Aun
así, lo peor me sucedía cuando al filo de la madrugada finalmente podía
dormitar un poco.
Las
pesadillas.
Soñaba
con mi familia; estábamos todos sentados a la mesa, cuando de repente entraba
una oleada de calor que nos consumía a todos; literalmente sentía el dolor del fuego
que me abrazaba, mientras veía como mis padres y mis hermanos explotaban en una
fulgurante lluvia de cenizas de todos colores.
Trataba
de protegerlos, pero el mismo fuego me abrazaba; en vano trataba de quitarme
las llamas de mis brazos mientras gritaba desesperadamente.
Había
una pesadilla todavía más horrenda.
Mi
prometida.
Le
había propuesto matrimonio en medio de una cena en un caro y lujoso
restaurante; en mi sueño revivía esa escena, pero cuando ella me daba el sí,
como si fuera una bomba nuclear que hubiera caído en el lugar, todo se llenaba
de una deslumbrante luz blanca que me enceguecía y cuando finalmente podía
abrir los ojos, en mis manos se encontraba el dedo carbonizado de mi amada
chica, adonado por el derretido anillo de compromiso.
La
pesadilla se siguió repitiendo durante todas las noches de las siguientes
semanas, durante las cuales se hizo el sorteo para designar a quienes iban a
buscar la valiosa gasolina para echar a andar las plantas eléctricas; esta vez
se escogieron a quince hombres de los cuales regresaron tres aterrados miembros
de la comunidad quienes solo pudieron traer cinco barriles de combustible,
suficiente para un mes; cuando comencé a llenar los depósitos de las plantas de
luz, me sentí asqueado. No del olor de la gasolina, sino del hecho de que esa
gasolina había costado vidas humanas.
La
gasolina me olía a sangre.
Las
siguientes juntas de información traían más malas noticias; desde que los
animales comenzaban a morir; que el encargado del invernadero responsable de
las legumbres, informaba que los vegetales no estaban creciendo como para
satisfacer las necesidades de la población, hasta el hecho de que las plantas
de luz se descomponían cada vez más frecuentemente, pues se encontraban al
borde del colapso.
Una
mañana intentaba arreglar por milésima vez una planta de luz, cuando llegó Mike
quien, a diferencia de otras ocasiones, no estaba acompañado de su habitual
buen humor; se paró a mi lado y tocándome el hombro, simplemente me dijo:
-Mark
organizó una junta del Consejo-.
Sentí
como si una flameante mano tocara mi alma y pregunté:
-No
es nada bueno ¿Verdad?-.
Mi
amigo simplemente dijo:
-La
junta es ahora mismo-.
Dejé
las pinzas que tenía en mis manos y lo seguí, como si fuera un delincuente que
va a resignado a cumplir con su sentencia de muerte.
Llegamos
al centro de Ciudad Esperanza y nos dirigimos al Cuartel General.
A
diferencia de las viviendas de la población, que tenían como entrada una
cortina pues, como todo pertenecía a todos, no había nada que robar, el Cuartel
si tenía una puerta, por lo que solo se podía entrar si estabas autorizado para
ello; no era una cuestión de arrogancia, sino que Mark lo manejaba de esa
manera pues como él mismo decía: “A pesar de que vivimos muy rudimentariamente,
siempre debe haber un orden, pues eso es lo que nos diferencia de los demás
animales”.
Mike
y yo entramos para contemplar que todos los demás miembros del Consejo se
encontraban concentrados alrededor de nuestro líder el cual, sorpresivamente
para todos, tenía un gesto serio; guardamos silencio y entonces Mark habló:
-Tenemos
un problema-.
Todos
los temores que me habían invadido desde hace varias semanas atrás se juntaron
en el fondo de mi alma, al tiempo que retorcía mis dedos de ambas manos
angustiadamente; traté de mostrar serenidad y pregunté:
-¿Qué
sucede?-.
El
gobernante de Ciudad Esperanza dijo lúgubremente:
-Se
nos está acabando el agua-.
Todos
guardamos un silencio sepulcral.
En
anteriores reuniones se había llegado a plantear ese problema; cuando llegamos
a esta enorme caverna, no lo hicimos al azar, sino que nos dimos cuenta que
tenía lo esencial, un pozo subterráneo de agua que nos podía proveer el
preciado líquido. Sabíamos que era algo seguro, pues al ser un manantial
subterráneo, no se podía ver afectado por el aumento de temperatura como
ocurría con lo depósitos acuíferos de la superficie; los expertos en la materia
habían calculado que podíamos aprovechar esa agua sin problemas, pero según lo
que nos comunicaba Mark, el pozo se estaba secando.
Mike
preguntó:
-¿Sabemos
cuánto nos puede durar lo que tenemos?-.
Roster,
quien era el encargado del tema, suspiró cansinamente y exclamó:
-Cuando
llegamos aquí pude descender y me di cuenta que el pozo era muy amplio y en ese
entonces no teníamos problemas, pues a pesar de que consumíamos el agua, se iba
regenerando el nivel, pero de algunos meses para acá, vemos que disminuye, pero
ya no sube-. Hizo un gesto de pesar y completó. –Se está acabando el agua-.
Todos
sabíamos lo que eso significaba.
Muchas
cosas se podían reemplazar; encontrar alternativas, suplir con algo más, pero
en el caso del agua, como es bien sabido, toda forma de vida terrestre depende
de ella.
Mark,
quien estaba sentado en una actitud pensativa, dijo:
-¿Ideas?-.
Elías
dijo tímidamente:
-¿Y
si armamos expediciones como las de la gasolina para ir a buscar agua?-.
Mike
contestó:
-Imposible;
una cosa es traer gasolina que en el mejor de los casos nos puede durar un par
de meses si la racionamos y otra traer el agua suficiente para todos-. A punto
de llorar, añadió. –El agua no la podemos racionar, pues estamos al mínimo del
consumo para poder sobrevivir-.
Todos
guardamos silencio, hasta que nuestro líder, tratando de recuperar su habitual
optimismo, dijo:
-Bueno;
de momento no digan nada, principalmente los que tienen familia, mientras todos
vamos a intentar encontrar una solución a este problema-.
Todos
nos levantamos, preocupados por la situación y salimos del Cuartel
No
sé cómo hayan pasado los siguientes días los demás miembros del Consejo, pero
de mi parte, me sentía angustiado, pues por más que me devanaba los sesos, no
podía encontrar una solución a este problema; de momento, lo único que se hizo
fue que se encargó a algunos ingenieros que, de manera discreta, se dedicaran a
escarbar en lo más profundo de muestra caverna, con la esperanza de encontrar
agua, hasta la fecha, sin éxito.
Esperanza.
Para
mí, esa palabra cada vez carecía más y más de sentido.
Parecía
que después de todo, estábamos destinados a la extinción. Hacía mucho que el
encargado de las comunicaciones no había tenido contacto con otras comunidades;
era muy probable que se hubieran enfrentado al mismo problema y no habrían
sobrevivido.
Estaba
yo al borde de la desesperación, pues desde unas semanas atrás había comenzado
a escuchar una voz dentro de mí que me decía lo mismo una y otra vez.
Escapa.
No
hay salida; no hay a donde ir; no existe alternativa.
EL
ÚNICO ESCAPE ES LA MUERTE.
Estaba
arreglando por enésima vez una de las plantas eléctricas, cuando llegó Mike; con
semblante serio, se paró a mi lado y me preguntó:
-¿Cómo
vas?-.
Le
dije con pesar en la voz:
-Esta
porquería acaba de morir-.
Preocupado
me dijo:
-¿Tendremos
que reducir el horario de funcionamiento?-.
Contesté
con amargura:
-Es
peor; esta planta estaba conectada directamente a las demás por lo que
tendríamos que reducir el horario a menos de doce horas-.
Mike
analizó lo que le acababa de decir y dijo angustiado:
-Pero
según los cálculos de Mark, eso es casi un suicidio-.
Lo
miré a los ojos y simplemente exclamé:
-Tienes
toda la razón-.
Ambos
nos sentamos en el caliente suelo de la caverna, enfrascados en nuestros
propios pensamientos, hasta que no soporté el silencio y le pregunté a mi
entrañable amigo:
-¿Qué
crees que es nuestra vida?-.
Mike
frunció el ceño y confundido, replicó:
-No
te entiendo-.
Desahogué
toda la tristeza contenida en mi alma y le dije:
-Para
mí esta vida es una prisión; esta caverna es nuestra celda pues no podemos
salir-.
Al
ver que las lágrimas escurrían por mi cara, Mike contestó:
-Si
lo ves de esa manera, significa que no hay escape ¿Verdad?-.
Tomé
una pequeña piedra, la lancé con furia al fondo de la caverna y dije con
amargura:
-Sí
lo hay-.
Mi
apreciable amigo dijo con miedo en la voz:
-¿Cuál
es?-.
Suspiré
con resignación y solté:
-La
muerte-.
Mike
se levantó rápidamente y me reclamó:
-¡Pero
no puedes hacer eso; eres muy necesario para Ciudad Esperanza!-.
Lentamente
comencé a explicarme:
-¿Por
qué no? Lo que yo hago lo puede hacer cualquiera de los demás ingenieros del
Consejo-. Me enjuagué mis lágrimas y seguí. –Es más; sería una persona menos
que necesitaría comida, atención y lo más importante: agua-.
Mike
también comenzó a llorar mientras decía angustiadamente:
-¿Pero
eso en donde me deja a mí? Aunque no lo he demostrado, eres de lo poco que me
sostiene; tú me das fuerzas para seguir en este horrible lugar-.
Le
dije fríamente:
-Nadie
tiene importancia, pues a final de cuentas, ya estamos todos condenados-.
Y
continué:
-Me
siento cansado; cansado de intentar arreglar aparatos que sé que terminarán por
dejar de funcionar; de la vida que tenemos-. Me limpié una lágrima con rabia y
grité:
-¡Pero
de lo que más estoy cansado es de la estúpida esperanza de que la temperatura
baje!-. Tomé aliento y proseguí. -¡Me doy cuenta que la esperanza es un
sentimiento muy peligroso pues nos ciega para ver la realidad!-. Ahogué un
gemido y finalicé con amargura. –Y la realidad es que todos vamos a morir-.
Lo
único que pudimos hacer fue abrazarnos y llorar como niños asustados.
Al
día siguiente me levanté con una actitud que no había tenido desde que comenzó
esta tragedia.
Sabía lo que tenía que
hacer y cómo hacerlo.
Tomé
los cartones que utilizaba para escribir mis diagramas de las plantas de luz y
les hice anotaciones complementarias para que cualquier ingeniero pudiera
interpretarlas; me puse el harapo que usaba como playera y mis mugrosos
pantalones para dirigirme hacia donde estaban las plantas de luz.
Caminé
pesadamente como si fuera un condenado a muerte y cuando llegué a mi destino,
revisé que todas las máquinas trabajaran como debían; consideraba que mi
decisión no debía afectar a los demás que querían seguir vivir en el horrendo
mundo en el que se había convertido nuestro planeta.
Una
vez que comprobé su funcionamiento, lancé un largo suspiro y me quité mis botas
aislantes; sentí como el calor abrazaba sin piedad mis pies desnudos, pero no
me importó.
Comencé
a caminar hacia la entrada de la caverna; mientras daba un paso detrás de otro,
recordé a todas las personas que había conocido a lo largo de mi vida; mis
padres, mis hermanos, mis amigos de los cuales solo quedaba Mike quien, estaba
seguro que entre la comunidad de Ciudad Esperanza podría encontrar alguien
mejor que yo, alguien menos cobarde quien sería el receptor de su apreciable afecto;
recordé a mi prometida Amanda y sonreí, pues sabía que en unos cuantos segundos
iba a encontrarme con ella.
Seriamos
felices donde quiera que nos viéramos.
Las
lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas evaporándose casi al instante,
pues el calor era cada vez más y más sofocante; sentía como si fuera un pavo en
Navidad a punto de entrar al horno. A diferencia de esa ave que ya estaba
muerta, yo estaba vivo, por lo que sentía todo el dolor que produce el maldito
calor que se volvió mi enemigo desde hacía más de un año.
Divisé
la entrada de la cueva; el resplandor del sol me deslumbraba, pero no me
importaba pues sabía que sería algo momentáneo, pues en unos cuantos segundos,
la muerte como una seductora amante, me tomaría entre sus brazos y me llevaría
hacia el paraíso.
Sentí
como la temperatura tan elevada comenzaba a hacer estragos en mí, pues mi piel me
comenzaba a arder y mi cansado cuerpo se llenaba más y más de sudor, como la
última reacción del organismo para mantenerme fresco mientras mi corazón se
aceleraba a mil por hora; a lo lejos escuché ruidos, pero no les puse atención
pues sabía que la insolación produce alucinaciones.
De
repente, levanté la vista hacia la entrada de la caverna y entre la luz
enceguecedora alcancé a ver a Amanda, quien enfundada en una ligera blusa de
algodón y un sexy short me tendía la mano; comencé a reír como demente, pues
sabía que estaba a punto de reencontrarme con ella para volver a estar juntos.
Juntos
por siempre.
Hasta
que, de repente, sentí como una fuerza extraña me echaba hacia atrás.
Antes
de que pudiera reaccionar, volteé mi mirada confundido.
Era
Mike.
Lloraba
desconsoladamente mientras me gritaba:
-¡No
lo hagas John; no puedes irte!-.
Dentro
de la debilidad que me había provocado la cercanía del incesante calor le
reclamé:
-¡Déjame,
quiero ser libre!-.
Mike
exclamó:
-¡Recuerda
lo que dijo Mark; mientras hay vida…!-.
Como
entre sueños dije débilmente:
-Hay
Esperanza….-.
Mike
dijo jubiloso, sin dejar de llorar:
-¡Así
es; así es!-.
Yo
me había caído el suelo, de lo aturdido que me sentía, por lo que exclamé:
-La
esperanza ha muerto-.
Mi
gran amigo dijo desesperadamente:
-¡No;
no es así! Aquí la traigo-.
Al
borde del desmayo, trataba de asimilar lo que me intentaba decir Mike, pues
sabía que la esperanza es una sensación, no un objeto.
Hasta
que me di cuenta que mi apreciable amigo levantaba un artefacto en su mano y me
lo ponía directamente en la cara…
Comencé
a reír a carcajadas, como si hubiera perdido la razón, pues lo que tenía ante
mí era el termómetro de suelo del señor Andrew, el cual mostraba una lectura
sorprendente.
La
temperatura había bajado diez grados.
La
Esperanza para la humanidad, finalmente había llegado.
Cris Harris. Todos los derechos reservados.