martes, 15 de octubre de 2019

EL CACIQUE



         Don Mateo era el cacique de Pueblo Nuevo, un asentamiento de casas que se encontraba en la sierra del sur del país; la generosa vegetación adornaba los paisajes del idílico lugar cuyos habitantes desgraciadamente no podían disfrutar debido al duro trabajo que tenían que desempeñar de sol a sol, siempre bajo las implacables órdenes del acaudalado “Señor”.
         Los descendientes de la etnia propia del lugar, si bien no eran tan explotados como sus ancestros, aún sufrían maltratos tales como solo poder trabajar en la finca de don Mateo, así como comprar en su tienda los artículos necesarios para vivir vendidos a precios exorbitantes. Asimismo, en caso de tener algún apuro económico tenían que acudir al viejo abusivo, quien no tenía empacho en prestarles dinero, pero a costa de elevadísimos intereses. Tomando en cuenta que por esos alejados parajes la única vía de comunicación con la civilización como tal era una carretera que pasaba como a cinco kilómetros de distancia, cuando le llegaba su mercancía, el viejo avaro reclutaba a la mayoría de sus trabajadores para que a golpe de mula, llevaran los víveres recién adquiridos.
         Como todo cacique, él era la completa autoridad de Pueblo Nuevo, pues contaba con dos supuestos policías que obviamente, actuaban bajo las órdenes del señor todopoderoso; en caso de que algún nativo se atreviera a protestar debido a los abusos de que eran víctimas, inmediatamente don Mateo mandaba a sus esbirros a “convencer” al rijoso, mediante amenazas en el mejor de los casos y en situaciones más extremas, se llegaba incluso a la desaparición del inconforme, para ejemplo de todos los demás habitantes de Pueblo Nuevo.
         Era tal su poder que incluso se encargaba del registro civil decidiendo él mismo quien se podía casar y con quien; las pocas celebraciones como bautizos, primeras comuniones y demás ritos religiosos necesitaban de su aprobación para poderse llevar a cabo, obviamente en complicidad del viejo párroco de la pequeña capilla con la que contaba el pueblo.
         Algunos habitantes, al ver la manera tan tiránica como eran gobernados por el cruel hombre, habían decidido huir del lugar, pero tomando en cuenta lo alejado del poblado, la mayoría no se atrevía a aventurarse a emigrar a las grandes ciudades lo cual, aunado a la falta de educación y cultura de las que eran víctimas, los hacía aceptar su destino como mansos borregos.
         Como era de esperarse en estas circunstancias, don Mateo cobraba por todo pues su ambición no tenía límites.
         Algo muy peculiar era que como también se encargaba de la administración del panteón del pueblo, en cuanto sabía que alguien acababa de fallecer, inmediatamente mandaba a uno de sus ayudantes el cual, acompañado del sacerdote, entre ambos comprometían a los deudos a pagar la grosera cantidad que pedía para que se pudiera llevar a cabo el entierro del difunto; sus cómplices les recitaban todos los gastos que tenían que cubrir y en cuanto los afligidos familiares del muerto protestaban por la falta de dinero, en seguida el padre recitaba un sermón lleno de sutiles amenazas declarando que si el fallecido no era sepultado en tierra santa, su espíritu estaría condenado a vagar por toda la eternidad sin obtener el descanso divino. Obviamente, a los dolientes no les quedaba de otra más que aceptar los abusivos cobros de don Mateo, quedando una deuda prácticamente de por vida, pues aparte de cargar con los compromisos propios del finado que don Mateo trasladaba a los parientes vivos, éstos quedaban además obligados a cubrir los gastos del sepelio con su trabajo en la finca. Claro, con sus respectivos intereses.
         Esa era la vida de Pueblo Nuevo, coto de poder del ambicioso personaje.
         Hasta que todo cambió.

         Una tarde estaba don Mateo como de costumbre contando su dinero mal habido, cuando entró Sabás, supuesto encargado de la seguridad del poblado quien le dijo contento:
         -¿Qué cree patrón? Se acaba de morir don Martín anoche-.
         El cacique sonrió con ambición y exclamó:
         -Me parece muy bien; ya tenía mucho que no cobraba por un entierro. Ya sabes que en esos casos se saca buen dinero-.
         Y completó con burla:
         -De todos modos el viejito ya sobraba en el mundo-.
         Sabás celebró la broma y preguntó:
         -¿Me voy a hacerles la cuenta del entierro?-.
         Don Martín lo pensó unos momentos y contestó serio:
         -Sí; pero yo te acompaño, pues como el señor según era curandero y muy apreciado, no quiero que la indiada se nos alebreste-.
         Y tomando su sombrero, replicó:
         -Además, es una forma de demostrar mi poder enseñándoles que por mucho respeto que se le tuvieran al muerto, aquí mando yo-.
         Cuando llegaron a la humilde casucha del finado y entraron, lo primero que escucharon fueron los llantos de dolor de los tres hijos de don Martín, pues éste había muerto viudo; aun así, las vecinas quienes apreciaban al amable anciano, sollozaban desconsoladas.
         Con falso respeto, don Mateo se quitó el sombrero y cuando lo vieron los hijos de don Martín, aquel inmediatamente sintió las miradas recelosas de los hombres que rodeaban la cama donde habían tapado al difunto con una sábana blanca; él no se amilanó y dijo autoritariamente:
         -Bueno, pues es una desgracia lo que ocurrió, pero ya saben que se tiene que hacer una serie de trámites para enterrar a su pariente-.
         Pero antes de que prosiguiera uno de los hijos exclamó:
         -Sí; ya esperábamos su visita-.
         Y completó cono odio en la voz:
         -Es como cuando se muere un animal; inmediatamente comienzan a rodearlo los buitres-.
         Don Mateo volteó a ver a su policía y dijo con falso pesar:
         -¿Te das cuenta Sabás? Uno trata de ayudar a pasar este trago amargo a la familia que ha sufrido una pérdida como esta y así es como le pagan-.
         Su cómplice rió burlón y contestó:
         -Así es la gente de ingrata patrón-.
         Como el cacique se dio cuenta que las demás personas presentes comenzaban a verlo despectivamente también, intentó imponer su ley:
         -Bueno, en estos casos está el gasto de la caja, la misa, el transporte y lo más importante: el costo de la fosa-.
         Sacó una libreta donde empezó a anotar números y cuando le dio la cuenta al hijo mayor de don Martín, éste gritó indignado:
         -¡Pero es que esto de plano es un abuso!-.
         Al acercarse los otros hijos, uno de ellos exclamó:
         -¡Pero si la caja es de pura madera; y el transporte nada más son dos personas las que cargan la caja! Eso lo podemos hacer nosotros-.
         El otro hijo quiso utilizar otra táctica:
         -Tenga consideración don Mateo; estamos gastados de todo lo que ese abusivo doctor nos cobró-.
         Don Mateo comenzó a decir molesto:
         -Ese doctor trabaja para mí, y sus tarifas yo las autorizo, así que no hay nada de abusos-.
         Y antes de que las cosas se le salieran de las manos, añadió:
         -Además; ¿Si don Martín era curandero porque no se curó a sí mismo?-.
         -Porque así no son las cosas-.
         Todos guardaron silencio, asustados de escuchar estas palabras y voltearon a ver al recién llegado, quien las había pronunciado.
         Era don Vicente, compadre de toda la vida de don Martín y de casi la misma edad del finado.
         Estaba parado con expresión desafiante en la puerta del jacal apoyado en su viejo bastón de madera; nadie se atrevió a decir nada, por lo que prosiguió:
         -Mi compadre dio su vida y sus conocimientos para aliviar las dolencias de los demás, no para salvarse a sí mismo-.
         Don Mateo, tratando de recuperar la compostura dijo burlón:
         -Sí; ya conozco la historia de que supuestamente le ayudaban los espíritus en sus curaciones-.
         Sabás dijo asustado:
         -¿Espíritus?-.
         Don Vicente fue quien contestó:
         -Sí; los espíritus que habitan esta región-.
         Don Mateo replicó:
         -¡Pues valientes espíritus que no pudieron evitar que se muriera!-.
         Don Vicente le lanzó una mirada penetrante y exclamó:
         -Es que esto no fue una muerte sino un sacrificio de salvación-.
         Uno de los hijos del difunto preguntó curioso:
         -¿Salvación de quién?-.
         Don Vicente apretó su bastón y sentenció:
         -La salvación del pueblo-.
         Y mirando directamente a la cara de don Mateo, concluyó:
         -De usted-.
         Y se dio la media vuelta para alejarse lentamente.
         Todos guardaron silencio unos momentos hasta que el cacique desesperado, ordenó:
         -¡Pues todas esas son tonterías, así que si quieren enterrar a su muerto, van a tener que pagarme los gastos!-.
         Y salió casi corriendo de la casita seguido por Sabás.

         Como a la media hora del desagradable encuentro con don Vicente, estaba don Mateo en su oficina cuando entró Rogelio, quien era el encargado del panteón así como de preparar los cuerpos de los difuntos antes de enterrarlos; el avaro preguntó molesto:
         -¿Qué diablos haces aquí; no tienes un cuerpo que preparar?-.
         Rogelio dijo asustado:
         -Si patrón, pero hay algo que quiero que vea-.
         El cacique replicó extrañado:
         -¿Ver qué?-.
         El sepulturero buscaba las palabras adecuadas, pero al no encontrarlas, simplemente dijo:
         -Mejor venga a ver en lugar de que le explique-.
         Y salió apresurado sin esperar a don Mateo, quien tomó su sombrero y siguió a su empleado; cuando llegaron a la construcción que se utilizaba de morgue, ambos entraron y al ver el cuerpo de don Martín que seguía tapado con una sábana blanca, don Mateo se persignó y dijo:
         -Bueno, y entonces ¿Qué tengo que ver?-.
         Rogelio, francamente aterrorizado tomo una esquina de la sábana y descubriendo el cadáver, dijo:
         -Esto-.
         Los ojos del ambicioso sujeto se abrieron desmesuradamente al contemplar el cuerpo inerte de don Martín; lo sorprendente no era el cuerpo en sí, sino su apariencia. Los restos del antiguo curandero se encontraban completamente ennegrecidos como si fuera una momia desenterrada después de cientos de años de estar bajo tierra.
         Don Mateo inmediatamente sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón para taparse boca y nariz y exclamó asustado:
         -¿Pues de qué demonios se murió este hombre?-.
         Rogelio exclamó:
         -Ya le fui a preguntar al doctor, pero dice que nunca supo; simplemente se fue debilitando su cuerpo hasta que dejó de respirar-.
         El cacique replicó:
         -Pero sí parece que tiene años de muerto; y huele horrible-.
         El sepulturero comentó preocupado:
         -Es que eso es lo que no entiendo; nunca había visto algo así antes. Ni siquiera el calor sofocante que hace en Pueblo Nuevo puede provocar algo así en un recién fallecido-.
         Don Mateo comenzó a caminar hacia atrás para salir de la habitación mientras ordenaba:
         -Cierra la caja con clavos para que nadie la abra y entiérralo lo más rápido que puedas-.

         Todos los aproximadamente doscientos habitantes de Pueblo Nuevo fueron al entierro de don Martín esa mañana, demostrándole el aprecio que le tuvieron en vida; el único que no acudió aun cuando lo consideraba parte de sus deberes fue don Mateo, pues prefirió enclaustrarse en su casa, todavía asustado de lo que había visto. Le ordenó a Rogelio que no le comentara a nadie lo que había sucedido y que si alguien preguntaba, que dijera que él había dado la orden de cerrar de manera definitiva el ataúd por lo que estaba prohibido abrirlo.
         Por la tarde comenzó a caer una incesante lluvia para sorpresa y susto de todos, pues aun cuando vivían en una zona donde las tempestades son parte de la vida en esta ocasión nadie se atrevió a salir de sus casas, temerosos al escuchar el lúgubre ulular del viento, el cual también parecía lamentar la partida del generoso anciano. Solo don Mateo, quien contemplaba la caída del agua desde la ventana de su residencia, no comparaba al sonido del viento con una lamentación.
         Para él más bien sonaba a un reclamo.
         Pero lo peor estaba por venir.

         A los dos días del entierro de don Martín, el cacique estaba en su casa cuando escuchó el repique de las campanas de la iglesia sonar con el característico ritmo de aviso de que había difunto; iba a salir para buscar a Sabás y preguntarle quien era el nuevo finado, cuando a los diez minutos volvió a escucharse el sonido de las campanas. Pensó molesto que el párroco al ser un anciano, se había olvidado de que ya había hecho sonar las campanas por lo que había ordenado tocarlas otra vez; cuando llegó a la entrada de su casa se topó con su gendarme, quien le comunicó espantado:
         -¡Jefe, jefe! Hay difunto-.
         Don Mateo replico molesto:
         -Ya lo sé idiota ¿Quién se murió?-.
         Sabás dijo con temor en la voz:
         -Es que eso es lo que le iba a decir; no es uno sino dos muertos-.
         El ambicioso sujeto sorprendido preguntó:
         -¿Qué hubo un accidente?-.
         Su empleado contestó:
         -No, cada uno se murió por su lado-.
         Y antes de recibir contestación, continuó:
         -Pero hay algo más-.
         Don Mateo comenzó a sentir como el miedo se apoderaba de él pero aun así, cuestionó:
         -¿Qué?-.
         Sabás dijo con voz temblorosa:
         -Que los dos ya están con Rogelio el sepulturero y ambos se ven igual que el cuerpo de don Martín-.
         Don Mateo abrió desmesuradamente los ojos y gritó:
         -¡Cómo que igual que don Martín!-.
         Sabás casi al borde del desmayo, informó:
         -¡Sí jefe; los dos están completamente negros y parecen momias chupadas!-.
         El cacique se sentó estupefacto en una silla; pensó en ir a verificar la información recibida pero no se atrevió, por lo que simplemente le ordenó a su esbirro que Rogelio hiciera lo mismo que con el anciano.
         Cerrar las cajas y prohibir que alguien las abriera.

         Y a partir de ese entonces, los sucesos se dieron en cascada; no había un solo día en que no hubiera dos, tres o incluso hasta cinco muertos en Pueblo Nuevo. La gente brincaba del pánico cada que escuchaban las campanas de la iglesia e inmediatamente iban a ver a sus parientes y cercanos amigos para comprobar que el difunto no era uno de ellos; cuando los encontraban a todos sonreían de alivio pero cuando era lo contrario, comenzaban los gritos y los sollozos.
         Hicieron lo único que se les ocurrió.
         Fueron a ver a don Mateo.
         Éste recibió una comitiva en la sala de su casa y sin demostrar su propio miedo que no lo había abandonado desde que había visto el cuerpo de don Martín, se sirvió una bebida alcohólica mientras daba de vueltas en la habitación; los habitantes lo contemplaban expectantes y con un ligero aire de esperanza en la mirada, hasta que el cacique habló:
         -Ya hablé con el doctor aquí presente y todavía no sabe a qué se deben tantas muertes-. Y continuó para dar esperanza. –Yo creo que debe ser porque ustedes no se alimentan como se debe; ya saben que en mi tienda hay comida suficiente para que alcance para todos así que yo no sé porque no la compran-.
         Se escuchó un murmullo en la parte de atrás de los presentes de donde sobresalieron las palabras:
         -Sí hay comida, pero nos la cobra como si fuera un restaurante de lujo-.
         Y se soltó el pandemónium.
         Los hombres reclamaban por los abusos del cacique mientras las mujeres lloraban diciendo que era un castigo divino, hasta que don Mateo gritó para callarlos y dijo molesto:
         -¡Con reclamos no vamos a resolver nada; así que ahorita mismo se va a ir el doctor a la capital del país para traer médicos especialistas que vengan a revisarlos a todos para saber que está pasando-.
         Cuando los trabajadores guardaron silencio, algunos respirando con alivio, don Mateo continuó más tranquilo:
         -Hasta que no vengan los expertos no podemos hacer nada, por lo que vamos a tratar de seguir trabajando como siempre-. Y ya más conciliatoriamente completó. –No se preocupen; yo voy a solucionar esto-.
         La gente comenzó a hacer comentarios consolándose unos a otros, confiando en que lo que había ordenado el patrón era lo más adecuando, por lo que abandonaron su casa más tranquilos.
         Una vez que el rico hacendado se quedó a solas con Sabás y el doctor, le dijo a éste último:
         -A ver doctor, ahora sí dígame qué está pasando-.
         El anciano galeno levantó las manos confundido y dijo:
         -Pues lo mismo que usted dijo patrón; no tengo idea porqué la gente se está muriendo-.
         El cacique dijo desesperado:
         -¡Usted debe saber a qué enfermedad nos estamos enfrentando; sus síntomas y sus causas!-.
         El doctor replicó:
         -¡Es que no hay explicación; simplemente se sienten muy cansados y se van a acostar!-. Y terminó diciendo lúgubremente. –Para ya no despertar-.
         Don Mateo pensó unos instantes y preguntó:
         -¿No será que el agua está envenenada o la comida?-.
         El médico inmediatamente exclamó:
         -Si eso fuera ya estaríamos todos muertos, pero a pesar de tantos decesos la mayoría estamos bien-.
         El ambicioso hombre insistió:
         -¿Un virus?-.
         El doctor se rascó la cabeza pensativo y replicó:
         -Por lo regular los virus atacan a los más débiles como ancianos y niños, pero nos consta que hombres que sabemos que eran fuertes como un toro también están cayendo-.
         Don Mateo hizo una mueca de amargura mientras decía:
         -¡Eso es lo que más me preocupa; me estoy quedando sin trabajadores!-.
         Y dirigiéndose hacia el doctor, lo tomó de la solapa violentamente para ordenarle:
         -Pues como les dije a esos ignorantes; te vas con Sabás inmediatamente a la capital a traer a los mejores médicos que encuentres para que vengan a revisar a estos indios, que les hagan estudios o qué sé yo, pero esto se tiene que terminar-.
         Antes de que el médico contestara, dijo Sabás:
         -¿Y quién se va a ocupar de la vigilancia patrón?-.
         Don Mateo enojado dijo:
         -¿Con el miedo que tienen tú crees que van a hacer algo en contra mía?; de todos modos se queda Pedro para lo que se ofrezca, así que ya lárguense porque los quiero de vuelta mañana mismo-.
         Y sus empleados salieron de la habitación.

         Pero pasaron tres días y no se supo nada de ellos.
         Don Mateo estaba desesperado; al principio le agradó la idea de cobrar por tantos entierros, pero con el paso del tiempo comenzaba a preocuparse tanto por la falta de trabajadores en sus plantíos como por el miedo que reinaba el lugar, pues veía a sus jornaleros que se conducían como si fueran condenados a muerte; se veían unos a otros tratando de adivinar si no sería esa la última vez que los contemplaran con vida.
         El cacique incluso llegó a pensar que el doctor y Sabás habían preferido huir a regresar al pueblo, por lo que fue a revisar sus viviendas dándose cuenta que habían dejado todos sus efectos personales, dinero incluido, por lo que desechó la idea.
         Mandó llamar a Pedro y le ordenó lo mismo:
         -Te vas a la capital y me traes al primer doctor que encuentres, pero no quiero que te vayas a tardar como los otros-.
         Pedro dijo seriamente:
         -¿Quiere que a ellos también los vaya a buscar?-.
         El cacique replicó:
         -Ellos no me interesan; lo que me importa es que traigas a alguien que nos diga qué diablos está pasando en Pueblo Nuevo-.

         Pero pasó lo mismo.
         De todos los enviados que había mandado don Mateo, ninguno regresó.
         Empezaron a fallecer también sus empleados de confianza; primero fue el capataz, luego el encargado de la tienda hasta que sucedió lo que más temía.
         Falleció Rogelio el sepulturero.
         Don Mateo ofreció el puesto a quien quisiera ocuparlo, incluso aumentando la paga pero nadie se atrevió a aceptar, por lo que no le quedó de otra más que cumplir con esa función él mismo.
         Sentía tal terror así como repugnancia de tocar los cuerpos momificados que cuando los preparaba para la sepultura, cada dos minutos tenía que salir a volver el estómago.
         Pero lo peor era por las noches.
         Cuando se iba a acostar extremadamente fatigado de preparar tantos cuerpos que en cuanto cerraba los ojos las pesadillas se apoderaban de él; soñaba que todos los muertos se levantaban de sus tumbas para perseguirlo por lo que se refugiaba en su casa, pero en cuanto cerraba puertas y ventanas, las momias se aparecían dentro de su residencia, para devorarlo.
         La situación estaba a punto de volverlo loco.
         El panteón comenzó a ser insuficiente para albergar a tantos muertos, por lo que don Mateo ordenó que una parcela dedicada a sembrar manzanas y que se encontraba al lado del camposanto, fuera habilitada como anexo del cementerio. Le dolió en el alma hacerlo, puesto que esa fruta era la que más le daba a ganar, pero dadas las circunstancias, no podía hacer otra cosa.
         El único consuelo que encontró fue el alcohol.
         Cuando no estaba dando órdenes a los pocos pobladores que quedaban o preparando cuerpos para enterrarlos, se dedicaba a beber grandes cantidades de licor, por lo que prácticamente todo el tiempo estaba borracho. Dentro de sus desvaríos etílicos recordaba si lo que estaba sucediendo era de verdad un castigo divino o simplemente la muerte era quien quería arrebatarle su emporio, su coto de poder donde él era el único dueño y señor.
         Pero él no estaba dispuesto a abandonar sus posesiones, por lo que hizo lo que le dictó el alcohol.
         Reunió al puñado de trabajadores y sus familias que todavía habitaban tristemente Pueblo Nuevo enfrente de su casa y comenzó a dar un discurso. Decía en medio de disparates todo lo que le había costado construir su imperio, por lo que no estaba dispuesto a dejar que la muerte se lo arrebatara; se consideraba lo suficientemente capaz de desafiarla y con la ayuda de todos, su reinado iba a subsistir y que él siempre sería el rey; cuando uno de los pobladores le preguntó cómo lo iba a conseguir, el cacique con una mirada siniestra sacó un pedazo de manta que clavo torpemente en la puerta de su casa.
         Cuando terminó se metió a dormir mientras los asustados trabajadores se acercaron a la manta pero leer con asombro lo que ésta decía:
         PUEBLO NUEVO, PROPIEDAD DE DON MATEO.

         Don Mateo se sintió cada vez más confiado con la nueva acción que acababa de realizar; después de todo él era el emperador de sus tierras por lo que hasta la muerte tendría que respetar su propiedad.
         Se dio cuenta que lo que había hecho surtió el efecto esperado cuando notó con satisfacción que durante los tres días siguientes no hubo un solo deceso en el pueblo; se dedicó a dar órdenes como de costumbre pensando que la supuesta maldición había terminado y que una vez que las cosas siguieran su curso contrataría más gente para labrar sus tierras.
         Sí; don Mateo recuperaría el reino que había edificado a base de los abusos de los que hacía víctimas a sus “súbditos”.
         Lo único que no cambió fue su afición a la botella, pues ésta se había vuelto su compañera inseparable y no iba a ningún lugar sin ella.
         Desgraciadamente, no sería la única compañía.
         Al atardecer del cuarto día sin decesos, el cielo comenzó a oscurecerse amenazando tormenta; el viejo cacique decidió retirarse a su residencia y esperar a que la tempestad amainara, escuchando con satisfacción como el cielo literalmente se caía a pedazos, mientras escuchaba en la comodidad de su lujosa sala, como caían estruendosos truenos y por segundos su estancia se alumbrara por relámpagos de manera tétrica.
         De repente, cayó uno tan cerca de su casa que incluso rompió las ventanas y apagó las velas que había encendido para alumbrarse; cuando la residencia quedó casi a oscuras, el ebrio sujeto se asomó hacia la calle de enfrente para quedar boquiabierto.
         En medio de la vereda se veían bultos tirados en el suelo y cuando quiso averiguar que eran, un rayo alumbró el lugar por lo que notó con horror que eran cuerpos humanos; inmediatamente abrió la puerta para salir corriendo y comprobar lo que había visto.
         Efectivamente, la calle se encontraba repleta de cadáveres; pensó que el rayo que recién había caído había cobrado víctimas mortales, pero el terror le congeló la sangre en las venas cuando al acercarse vio que ninguno de los muertos estaba calcinado.
         Simplemente eran momias ennegrecidas.
         Con el cerebro bloqueado corrió de regreso a su casa para tomar un machete y correr desesperadamente hacia la dirección donde él sabía estaba la salida del pueblo; ya no le importaba conservar sus posesiones, simplemente quería salir corriendo de ese lugar maldito.
         La lluvia caía sin descanso, mientras el loco sujeto a punta de machetazos trataba de cortar la exageradamente tupida vegetación que se encontraba a su paso; sofocadamente lanzaba golpes a diestra y siniestra sin gran éxito debido al licor ingerido, por lo que avanzaba demasiado lento para su propia desesperación.
         Se encontró con un montón de maleza frente a él, por lo que siguió dando de machetazos, con tan mala suerte que debido a su borrachera cayó de bruces en medio del camino; su cara quedó enterrada entre la hierba y cuando la levantó se escuchó un relámpago que alumbró lo que tenía enfrente.
         Eran los cadáveres del doctor y Sabás.
         Momificados.
         Lanzó un grito de terror y echó a correr olvidando su machete y en el paroxismo de la locura, sacó la pistola que siempre cargaba en el cinto y comenzó a disparar sin dejar de huir.
         Después de casi una hora de moverse desaforadamente, llegó a una pared de maleza y mientras la examinaba, se dio cuenta con alegría que reconocía el lugar; había llegado a la salida de Pueblo Nuevo. Desesperadamente con los dedos comenzó a arrancar la necia hierba que se interponía en su camino, haciendo caso omiso de las heridas que se estaba infligiendo en las manos; se dio cuenta que estaba a punto de escapar por lo que con una sonrisa arrancó lo último que se interponía entre él y la libertad.
         La sonrisa se le congeló en la cara cuando contempló el paisaje que se mostraba ante él.
         Era el cementerio de Pueblo Nuevo.
         Quiso volver a correr pero en el fondo se dio cuenta que era inútil, pues estaba atrapado en su propio reino.
         Se acercó a la entrada del panteón y en medio de la lluvia contempló las interminables tumbas que llenaban el lugar.
         Concluyó que solo tenía una vía de escape.
         Sacó la pistola de su cintura y apuntando a su cabeza, apretó el gatillo.
         Pero la bala no salió; extrañado, comprobó que todavía había proyectiles en el arma por lo que se puso el cañón en la boca y volvió a intentarlo.
         La bala se negaba a salir de la pistola.
         Afligido, arrojó el arma y buscó entre las tumbas hasta encontrar una de las sogas que se utilizaban para los entierros; se subió a la rama del único árbol que adornaba el camposanto y ató un extremo de la cuerda mientras que el otro se lo amarró alrededor del cuello.
         Lanzando un suspiro de tristeza se dejó caer.
         Pero la rama que anteriormente había comprobado era lo suficientemente gruesa como para aguantar su cuerpo, se rompió mandándolo estrepitosamente al suelo.
         Cayó en medio del lodazal ocasionado por la ahora escasa lluvia y mientras trataba de encontrar una explicación, algo le tapó la cara.
         Levantó las manos desesperadamente para quitarse el objeto que le impedía ver y cuando se dio cuenta que era, una tristeza infinita se apoderó de él.
         Era un pedazo de manta que tenía escritas las palabras:
         PUEBLO NUEVO, PROPIEDAD DE DON MATEO.
         De rodillas en medio del panteón, se dio cuenta lo que acababa de ocurrir.
         Se levantó trabajosamente mientras dejaba de llover, para dirigirse a su casa; llegó a la entrada de ésta para contemplar los cadáveres tirados en el suelo.
         Después de todo, don Martín sí había salvado a todos los pobladores.
         El cacique estaba seguro que donde quiera que estuvieran sus trabajadores así como sus familias, ahora descansaban eternamente, mientras que él tenía que seguir en ese valle de terror, pues a él mismo le estaba prohibido el descanso.
         Sacó una carreta de su enorme residencia y se dedicó a recolectar los cuerpos de sus antiguos empleados; los llevó a la morgue para prepararlos para su sepultura y una vez que estuvieron listos, los llevó al panteón para sepultarlos.

         Y a partir de ese día, el hombre que no podía morir siguió viviendo por toda la eternidad en su reino.
         Un reino de muertos.

martes, 1 de octubre de 2019

LOS RELATOS DE INFERNO




         Guillermo y Pablo se conocían desde los diez años desde que el segundo llegó al mismo orfanato que el primero y cuando ambos cumplieron la mayoría de edad y tuvieron que salir del lugar, decidieron rentar una vivienda para vivir juntos.
         En estos momentos Guillermo tenía veinte y siete años y trabajaba como administrativo en una pequeña empresa mientras que Pablo, quien contaba con veinte y cuatro, se dedicaba a atender una tienda de comics.
         La relación entre ellos era de cordialidad y respeto, pues había un verdadero afecto entre los dos, lo que conseguía que la convivencia fuera de lo mejor.
         Con sus lógicas diferencias.
         Guillermo era de las personas que no estaban conformes con su situación económica y aunque en su trabajo el sueldo era decoroso, siempre pensaba en tener una gran fortuna, aunque no sabía cómo conseguirla.
         Por su parte, Pablo era una persona melancólica, incluso hasta el grado de llegar a la depresión; le gustaba la música gótica y siempre andaba vestido de negro y dado que no era muy sociable, se refugiaba en la lectura de todas las revistas que llegaban al local que atendía, sintiendo especial afición a las publicaciones que contuvieran relatos de terror; era tanto su gusto por este tipo de literatura que contaba con su colección personal de ejemplares acerca de grandes y pequeños escritores del genero del terror, el horror y demás tópicos extraños.
         En uno de sus tantos periodos de tristeza, se hallaba acostado en la cama de su habitación viendo hacia la pared cuando entró Guillermo, quien al verlo de esa manera, frunció el ceño y le dijo:
         -Por lo que veo, otra vez estas hundido en tu depresión, ¿Verdad?-.
         Pablo simplemente volteó a verlo sin decir nada por lo que su amigo se sentó en una silla al lado de la cama y continuó:
         -¿Y ahora qué es lo que te pasa?-.
         Pablo dijo tranquilamente:
         -No sé; a veces siento que debería hacer algo importante con mi vida. ¿Nunca te ha pasado eso?-.
         Guillermo sonrió irónico y contestó:
         -¡Claro que me ha pasado! Te he dicho infinidad de veces que yo nací para ser millonario-. Soltó una carcajada y continuó: -Pero guapo no soy como para dedicarme a la actuación; no tengo estudios para conseguir un mejor trabajo y finalmente-. Hizo una pausa para ponerse una mano en el pecho de forma dramática y finalizó. -No tengo gran creatividad para ser artista-.
         Esto último llamó la atención de Pablo quien se volteó para mirar de frente a su compañero de morada y exclamó de forma enigmática:
         -¿Y si te dijera que yo sí creo tener talento para algo?-.
         Guillermo, intrigado le contestó:
         -¿Ah sí?, ¿Qué sabes hacer?-.
         Pablo sonrió tímidamente y sentándose en su lecho, comenzó a explicar:
         -Mira, tú sabes que me encantan las historias de terror; de hecho, es lo que más me gusta leer-.
         Guillermo lo interrumpió y dijo con algo de burla:
         -¿Saberlo? Pero si también soy parte de eso; cada que me toca limpiar la casa y entro a tu habitación, no sé cuál de tus posters me da más miedo-. Y señalando los carteles pegados en las paredes continuó: -A veces me da miedo el de las calaveras o a veces sueño con ese maldito payaso que parece que cada que entro aquí me sigue con la mirada-.
         Y temblando cómicamente, preguntó:
         -¿Y todo esto que tiene que ver con el talento que tienes?-.
         Pablo contestó con un matiz de orgullo en la voz:
         -Yo también escribo historias de terror-.
         Guillermo preguntó ansiosamente:
         -¿Y son buenas?, ¿Las has publicado en las revistas que llegan  tu trabajo?-.
         Pablo dijo desanimado:
         -La verdad no sé si son buenas y en cuanto a publicarlas, tengo miedo de que me las rechacen-.
         El cerebro de Guillermo comenzaba a trabajar a mil por hora por lo que dijo ansiosamente:
         -¡Pero si las pagan bien; podrías sacar un buen dinero publicándolas!-.
         Pablo dijo de forma insegura:
         -¿Pero y si a nadie le gustan?-.
         Guillermo dijo de forma más fría:
         -Mira; a mí no me gusta tanto la lectura como a tí, pero sí he leído varias de tus revistas por lo que más o menos sé que es lo que les gusta a la gente que las compra-. Y antes de que Pablo volviera  protestar prosiguió. -Déjame leerlas y te doy mi opinión; si yo creo que son buenas las mandamos a las revistas-.
         Pablo dijo aún reacio:
         -¿Y si no lo son?-.
         Guillermo contestó confiadamente:
         -Pues vemos la manera de mejorarlas-.
         El joven de forma dudosa sacó una caja de debajo de su cama para extraer un cuaderno de entre decenas de libretas que había en el interior, por lo que Guillermo le dijo sorprendido:
         -¿Todas esas son historias?-.
         Pablo le informó:
         -Sí, pero las de hasta abajo son las primeras que escribí; no son muy buenas, pero me sirvieron como ejercicio para afinar mi estilo-. Le dio el cuaderno a su amigo y prosiguió. -Aquí están las últimas que he escrito; creo que son las mejores-.
         Guillermo tomo el cuaderno y exclamó con una sonrisa:
         -Bueno, las voy a leer y te diré que pienso-.
         Se levantó para salir de la habitación pero antes de salir, volteó y le dijo confiadamente:
         -Es más, si tus historias son muy buenas, yo seré tu representante-.
         Pablo simplemente dijo:
         -Eso me ayudaría mucho, porque a pesar de trabajar en una tienda a la que llega mucha gente todos los días, tú sabes que no me gusta el contacto con las personas-.
         Guillermo sonrió comprensivamente y solo exclamó:
         -Lo sé-.
         Y salió de la habitación.

         El siguiente domingo como cada dos semanas, a Pablo le tocaba turno en la tienda de comics, por lo que Guillermo se levantó casi al medio día y después de almorzar, puso uno de los cds que más le gustaba escuchar a Pablo y se dispuso a leer sus historias.
         Mientras más relatos revisaba, más se convencía de que Pablo en verdad tenía talento, de tal manera que si hubiera leído su trabajo por la noche no hubiera podido dormir debido al temor que le provocaban las historias macabras que tenía entre sus manos; aun así, cuando se metió a su habitación, prefirió dormir con la luz encendida lo que no evitó que tuviera horrendas pesadillas que lo hicieron levantarse casi temblando.
         Ese lunes se le hizo interminable, pues solo contaba las horas que faltaban para contarle a Pablo todos los planes que se le habían ocurrido en el transcurso del día.
         Cuando salió de su empleo prácticamente corrió hacia la tienda de comics y cuando lo vio, le dijo atropelladamente:
         -¿Tienes quién te cubra hasta que cierren?-.
         El chico le dijo intrigado:
         -Pues sí, ¿Tienes algún problema?-.
         Guillermo contestó con una amplia sonrisa:
         -No, es todo lo contrario-.
         Pablo fue con una compañera de trabajo para informarle que tenía que salir temprano y cuando regresó, Guillermo lo jaló apresuradamente del brazo para llevárselo a un parque que se encontraba frente a la tienda para buscar una banca libre y cuando la encontró casi aventó a Pablo sobre de ella y sentándose a su lado, le dijo emocionado:
         -Ya leí todas las historias que me diste-.
         El chico hizo una mueca de tristeza y dijo suavemente:
         -¿Y son horrendas verdad?-.
         Guillermo sonriendo dijo:
         -Si-.
         Pablo bajó la mirada abatido y exclamó frustradamente:
         -Sí, lo sabía; yo no sé por qué se me ocurrió que podía ser un gran escritor-.
         Guillermo soltó una sonora carcajada y dándole un golpe en la nuca al chico, le dijo:
         -¡Idiota, me refiero que son magníficos!, no pude dormir del miedo que me provocaron-.
         Pablo dijo emocionado:
         -¿De verdad crees que son bueno?-.
         Guillermo dijo de manera arrogante:
         -Te puedo decir que son mucho mejores que los que publican en tus revistas-.
         Pablo sonrió ampliamente y dijo con orgullo:
         -Nunca creí ser tan bueno-.
         Guillermo ya no contestó pues esperaba que Pablo digiriera sus palabras y después de algunos minutos le dijo:
         -Bueno, ahora a trabajar; primero los registramos para que nadie te los pueda plagiar y después los mandamos a las revistas-. Y antes de que Pablo comenzara a protestar, continuó. -No te preocupes, yo me voy a encargar de todo eso; obviamente, voy a necesitar que me firmes un poder notarial para que yo pueda hacer todos los trámites por ti-.
         Pablo dijo aliviado:
         -¿Entonces yo no necesitaría hablar con nadie ni ir a ningún lado?-.
         Guillermo finalizó con una amplia sonrisa:
         -Claro que no; para eso soy tu representante ¿No?-.
         Y tomando a su amigo por el hombro, ambos se dirigieron a su morada.

         Y efectivamente, Guillermo se encargó de todo.
         Fueron con el notario a firmar el poder, el cual le daba amplias facultades para realizar operaciones en nombre de Pablo; “Incluso para pedir un préstamo en el banco”, había dicho el notario. Guillermo simplemente estaba interesado en el porcentaje de ganancias que había acordado con Pablo, por lo que no pensaba abusar de su confianza.
         Como lo había vaticinado, en cuanto mandaron las primeras historias a las revistas de terror, éstas se mostraron bastante interesadas por lo que las publicaron inmediatamente y al ver el notable éxito de Pablo, le pidieron más material.
         El chico estaba contento, pues le enorgullecía ver el triunfo de haber dado a conocer su trabajo; en el caso de Guillermo, aparte de sentir un genuino orgullo por lo que estaba logrando su amigo, le encantaba ver cómo iban llenándose los bolsillos de ambos de bastante dinero. Pablo no le daba mucha importancia a eso, pues simplemente le pedía de vez en cuando le pedía efectivo a Guillermo para comprar libros y revistas de terror, así como algo de ropa; fuera de eso, no tenía idea de cuánto estaban ganando, hasta que su representante le dijo con alegría en la voz:
         -Yo creo que así como vamos, en un mes podemos dejar de trabajar los dos-.
         Pablo dijo contrariado:
         -¿Dejar de trabajar?, eso me dejaría mucho tiempo de sobra-.
         A lo que Guillermo contestó:
         -Sí, pero eso te daría más tiempo para escribir como hacen los grandes autores; solo se dedican a sus historias y a investigar datos para sus nuevos libros-.
         Pablo sonrió con satisfacción y exclamó:
         -Eso me gustaría mucho-.
         Y efectivamente, en unas cuantas semanas más, ambos renunciaron a su trabajo; Pablo dedicaba su tiempo a escribir, ahora ya no en sus cuadernos, sino en una flamante laptop que Guillermo le había comprado; mientras, éste último se dedicaba principalmente a buscar nuevas publicaciones, incluso en el extranjero, para ofrecer los relatos de su amigo y cuando se sobraba tiempo, pues simplemente lo utilizaba para gastarse lo que sacaba de comisión.
         Pero lo mejor estaba por venir.

         Pablo estaba tranquilamente escuchando su música gótica mientras escribía la más reciente de sus historias cuando entró Guillermo quien, completamente emocionado le dijo:
         -¡Ahora si entramos a las grandes ligas!-.
         Pablo confundido le preguntó:
         -¿A qué te refieres?-.
         -¡Me acaban de hablar de la editorial “La Muerte del Cuervo”!-.
         Pablo exclamó:
         -Pero si esa es la editorial más importante en el género del terror; ¿Qué quiere con nosotros?-.
         Cada que el chico se refería a su labor como escritor, hablaba en plural ya que lo consideraba como un “negocio” de los dos, pues se daba cuenta que sin los esfuerzos de su amigo, jamás hubiera podido dar a conocer sus historias, por lo que había decidido que a Guillermo le tocaría el cincuenta por ciento de las ganancias como comisión. Al principio a su compañero no le pareció buena idea, pero dada la insistencia del chico, decidió aceptar.
         Le dijo triunfalmente:
         -Quieren que escribas un libro-.
         Pablo esbozó una amplia sonrisa y dijo:
     -¡Diablos!, jamás creí que llegaría este momento-.
       Guillermo expreso con un dejo de preocupación:
         -¿No tienes ningún problema con eso?-.
         Pablo dijo alegremente:
         -No, ya tengo dos libros escritos-.
         Guillermo dijo asombrado:
         -¿Y por qué no me lo habías dicho?-.
         -Pues por eso; no creí que se llegara a dar esta oportunidad-.
         Guillermo dijo entonces emocionado:
         -Pues entonces dame uno de esos libros para registrarlo y después llevarlo a la editorial-.
         Pablo se levantó de su asiento y sacando su caja de debajo de su cama, extrajo un engargolado para dárselo a su representante, mientras le comentaba:
         -Este es el primero que escribí; si les gusta, el otro que tengo tiene la continuación de la historia-.
         Guillermo lo tomó pero no se movió de su lugar, por lo que el chico le preguntó:
         -¿Hay algo más?-.
         -Sí, la editorial conoce su negocio por lo que me dijeron que para que el libro se vendiera mucho mejor necesitarías un seudónimo-.
         Pablo dijo contrariado:
         -Nunca pensé en algo así, ¿Qué sugieres?-.
         -¿Cómo se llama tu libro?-.
         -Hades; es el lugar a donde van los muertos según la doctrina cristiana-.
         -¿Es como el infierno?-.
         -Algunos lo piensan así, pero de que hay muertos ahí, los hay-. Dijo el joven con una sonrisa enigmática.
         -¿Y tu segundo libro como se llama?-.
         -Kólasi; eso sí significa infierno en griego-.
         Guillermo reflexionó y de repente dijo:
         -Bueno, dada tu obsesión por el lugar a donde van los pecadores, entonces te llamarás INFERNO-.
         Pablo calló unos segundos y simplemente dijo:
         -Por mí está bien-.
         Y se volteó para seguir escribiendo.

         Y el libro “Hades” resultó todo un éxito.
         Fue muy bien recibido por la crítica y los lectores, lo que provocó que el primer tiraje se agotara en semanas, por lo que se decidió imprimir más ejemplares, los cuales eran literalmente peleados por la gente en las librerías, pues las publicaciones y programas especializados en literatura se deshacían en elogios con el libro debut de Inferno.
         Guillermo estaba feliz, pues si con las historias de Pablo habían podido vivir de sus escritos, con el libro prácticamente se habían vuelto ricos.
         Aunque no todo era miel sobre hojuelas.
         A pesar del éxito obtenido, Pablo continuaba con algunas extrañas costumbres que tenía desde que ambos estaban en el orfanato. Aún no podía superar sus periodos de depresión pues había ocasiones en que se pasaba tres o hasta cuatro días sin levantarse de su cama, por lo que Guillermo se dedicaba a llevarle de comer a su habitación; a veces se acababa los alimentos, a veces solo los probaba y volvía a su estado catatónico.
         El representante no se preocupaba mucho, pues cuando el escritor salía de su tristeza, se dedicaba furiosamente a escribir más y más relatos, a veces sin dormir más que por ratos. Guillermo sabía que los escritores y pintores tienen manías que a veces son difíciles de entender y como el chico seguía escribiendo, él respetaba su comportamiento.
         Lo pudo comprobar una tarde en que Pablo se le acercó con unos papeles en la mano y le preguntó:
         -Oye, estaba leyendo el contrato que firmaste y veo que hay una cláusula que dice que tengo que hacer una serie de presentaciones para promocionar mi libro-.
         Guillermo le contestó tranquilamente:
         -Sí, me dijeron que es una cláusula que siempre se pone en los contratos; ¿Por qué?-.
         El chico dijo angustiado:
         -Tú sabes que a mí no me gusta el contacto con las personas; ¿De qué voy a hablar con ellas?-.
         El representante sonrió comprensivo y le contestó:
         -Tranquilo, yo le comenté eso a tu editor y dijo que no había problema-. Y viendo como Pablo se iba relajando al escuchar sus palabras, prosiguió. -Es más, me dijeron que iban a manejar el mito de que eres un escritor que odia a la gente y que solo le interesa dar a conocer su trabajo, por lo que no iba a dar entrevistas a nadie. De hecho, eso ha aumentado las ventas, pues todo el mundo se pregunta quién es Inferno; incluso,  hasta se ha soltado una infinidad de especulaciones al respecto-.
         El chico, ya más tranquilo dijo:
         -Bueno, en este caso, el mito sí está muy apegado a la verdad ¿O no?-.
         Su representante sonrió y expresó:
         -Pues si eso funciona para vender más libros, que piensen lo que quieran-.
         Pablo simplemente dijo:
         -Gracias por evitarme todo eso de la fama-.
         Guillermo exclamó divertido-.
         -Para eso soy tu representante-.
         Desgraciadamente esa relación no iba a durar para siempre.

         Guillermo acababa de llegar casi al anochecer después de pasar la tarde comprándose ropa en un par de tiendas de marcas exclusivas acompañado de hermosas mujeres quienes, al saber que era de buena posición económica, lo seguían a todas partes. Guillermo les compraba a ellas todo lo que le pedían pues sabía que a cambio de eso tenía sexo asegurado. Se daba cuenta que estaba comprando afecto, pero no le importaba, pues su ritmo de vida actual le satisfacía sobremanera y pensaba comprar con su dinero todo lo que pudiera, incluyendo personas.
         Entró silbando alegremente en el lujoso departamento al que se había mudado con Pablo y cuando llamó a éste, solo el silencio le contestó; lo buscó por toda la casa sin encontrarlo. Se quedó inquieto pues sabía que el chico desde que se había dedicado a escribir, prácticamente no salía a la calle pues incluso cuando quería comprar algo, lo encargaba por internet; le preocupó el hecho de que no tenía manera de comunicarse con él, pues Pablo se había negado a comprarse un celular alegando que al único a quien le pudiera llamar era a Guillermo y dado que vivían juntos, no le veía el caso a tener un teléfono.
         Como el representante se sentía cansado se retiró a su recámara a dormir, pensando que al día siguiente en cuanto viera a Pablo lo regañaría por no avisarle de su salida.
         Al otro día en cuanto se levantó, inmediatamente se dirigió a la recámara del escritor pero cuando entró comprobó angustiado que no había pasado la noche ahí pues su cama se hallaba intacta, tal como la había visto la noche anterior.
         Salió de la habitación y se puso a dar de vueltas en la estancia pensando en donde podría buscarlo; incluso pensó en ir a la antigua tienda de comics para preguntar si sabían algo del joven pero la idea se le hizo ridícula, pues Pablo había perdido todo lazo con sus antiguos compañeros de trabajo a pesar de los esfuerzos de éstos para mantener la relación.
         Cavilaba sobre qué acción tomar cuando reparó en que la laptop de Pablo se hallaba encendida por lo que levantó la tapa encontrando una hoja de texto que decía:
         “Hola Guillermo, espero que recuerdes el cerro de la calavera a donde fuimos hace dos años al fallido día de campo con tus amigas; en cuanto leas este mensaje quiero que vayas por mí a ese lugar…”
         El representante sonrió al recordar la anécdota, pues él había invitado a dos chicas que había conocido para llevarlas a un día de campo, pero dada la personalidad misántropa de Pablo, las mujeres los habían abandonado completamente aburridas y fastidiadas de la actitud del chico.
Pero la sonrisa se le congeló en los labios cuando leyó las últimas palabras del mensaje:
         “Perdóname por todo lo que esto te ocasione”.
         Guillermo salió apresurado del apartamento hacia el lugar señalado presa de una indescriptible angustia; incluso estuvo a punto de chocar en un par de ocasiones mientras conducía su lujoso automóvil y cuando llegó al citado cerro, se bajó corriendo hasta llegar al lugar que le había indicado Pablo.
         Al borde del colapso llegó a un claro donde pudo contemplar al joven escritor sentado en el suelo con la espalda recargada en un enorme árbol; se acercó a él para notar que tenía los ojos cerrados. A su lado había una botella de licor lo cual extrañó sobremanera al representante pues el joven nunca bebía; temiendo lo peor, buscó a los lados del chico para descubrir con infinita tristeza un frasco vacío de calmantes.
         Con la cara bañada en lágrimas, notó que entre las manos de Pablo había una hoja de papel, por lo que angustiadamente la zafó de los dedos inertes del joven y comenzó a leer:
         “Guillermo, si estás leyendo esta carta ya te habrás dado cuenta de lo que hice.
         Pensé que el hecho de cumplir mi sueño de escribir historias de terror me iba a traer la felicidad pero fue todo lo contrario; mientras más escribía más angustiado me sentía, como si los espectros de los cuales hablaba en mis historias vinieran hacia mí para reclamar su pago por hablar de ellos. Siento que me estoy consumiendo en vida, pues cada vez me siento más cansado y sin ánimos para vivir. No lo puedo soportar más.
         Gracias por todo”.
         Guillermo comenzó a sollozar sufriendo por la pérdida de su amigo; pensó que desde que habían iniciado su aventura dentro de la literatura, las cosas iban de lo mejor para ambos.
         Se había equivocado.
         Había estado tan inmerso en disfrutar de su creciente fortuna que no había notado las grandes ojeras y la palidez de su compañero de aventuras; hasta ahora se daba cuenta de que de unos meses a la fecha, sus episodios de inactividad eran cada vez más frecuentes y largos.
         Ahora comprendía el por qué.
         En eso sonó su celular y cuando lo sacó, vio que era el número de su editor; quiso avisarle de lo sucedido para que la noticia se supiera inmediatamente pero antes de que pudiera decir algo, escuchó la conversación atropellada del ejecutivo quien exclamaba:
         -¡Guillermo, que bueno que estas disponible; tengo algo muy importante que decirte!-.
         El representante gimió:
         -¡Qué bueno que llama señor Suárez, lo que pasa es que…!-.
         Pero el editor lo interrumpió:
         -Necesito que en un mes a más tardar me entregues el segundo libro de Inferno, pues esta vez hemos llevado a un acuerdo con editoriales extranjeras con las que hemos formado alianzas estratégicas para que este libro se lance a nivel mundial, escrito en varios idiomas. Esta obra se va a dar a conocer casi en todo el planeta, pues dado el éxito que tuvo el primero en países de habla hispana, este será una bomba-. Guillermo guardó silencio confundido mientras Suarez finalizó. -De hecho, tenemos estipulada una ganancia al doble de la del primer libro; obviamente, renegociaremos el contrato de edición sobre de esa base. Mañana te espero por la mañana para que tú hables directamente con nuestro contacto en Rusia-.
         Guillermo se quedó de piedra.
         ¿Rusia?
         ¿Lanzamiento a nivel mundial?
Y lo más importante:
         ¿Ganar el doble de lo ya obtenido?
         “Pero si con lo que ahorita tenía se podía dar una muy buena vida” pensó.
         Sabía dónde había dejado Pablo su segundo libro, pero…
         ¿Qué pasaría cuando se supiera que el autor había fallecido?
         ¿Sería bueno o malo?
         Mientras cavilaba lo anterior, una idea le golpeó la cabeza:
         “¿Qué estaba pensando? Acababa de encontrar a su amigo de toda la vida muerto hace unos segundos y ya estaba pensando en vender su libro.”
         Empezó a analizar la situación.
         ¿Es lo que hubiera querido Pablo?
         ¿Dar a conocer su libro al mundo?
         Después de todo, en donde quiera que ahora estuviere, ya no lo iba a utilizar; incluso, con lo obtenido de las ventas podía construirle un mausoleo del tamaño de un edificio.
         Su mente se debatía entre el dolor de haber perdido a Pablo y el atractivo de las ganancias.
         Primero quiso asegurarse.
         Sacó su celular y se comunicó con Suarez y cuando el editor le contestó, inmediatamente preguntó:
         -Oiga, acabo de leer un artículo de un escritor que acaba de fallecer; ¿Qué sucede en esos casos?-.
         Suarez contestó seriamente:
         -Pues es toda una desgracia; tuvimos un par de situaciones así y los herederos nos mandaron los últimos libros que escribieron los difuntos pero la crítica y los lectores los hicieron pedazos. Los libros no eran malos en sí, pero la gente pensó que los había escrito algún familiar para aprovechar la fama del escritor original, por lo que no se vendieron; todo un fracaso-. Y antes de que el representante pudiera decir algo, Suarez dijo con burla. -Cuida mucho a Inferno, porque nos está dando mucho dinero a ganar-.
         Esto último fue lo que acabo de decidir a Guillermo.
         “Primero lo primero”, pensó.
         Regresó a su coche para ir a comprar una pala y cuando regresó comenzó a cavar un hoyo y una vez que fue lo suficientemente grande, depositó suavemente el cuerpo de Pablo dentro de la cavidad; lo contempló unos segundos mientras recitaba mentalmente una plegaria y tomando la pala una vez más, le arrojo tierra hasta que el cadáver quedó completamente tapado.
         Se sentó a descansar un poco mientras pensaba que el lugar era muy desolado, motivo por el cual habían llevado a las chicas al día de campo y así tener privacidad con ellas; en el momento actual eso le servía pues nadie iba a visitar ese desolado paraje. Eso evitaba el riesgo de que encontraran el cuerpo y aun cuando así fuese, Guillermo no tendría ningún problema legal pues al practicarle la autopsia a Pablo se darían cuenta que había muerto por una sobredosis de tranquilizantes.
         Por otro lado, no había nadie en el mundo que echara en falta la ausencia de Inferno, pues en los últimos meses solo había tenido contacto con el mismo Guillermo y dado que ambos eran huérfanos, no había familiares que preguntaran por él.
         Se levantó para dirigirse hacia su coche mientras pensaba que podía editar el libro sin problemas dado el poder notarial que le había firmado Pablo, pues tenía acceso total a cuentas bancarias y operaciones con la editorial por lo que mientras pagara los respectivos impuestos, no iba a haber ningún problema.
         O al menos eso es lo que pensaba el antiguo representante.

         El segundo libro de Inferno, “Kólasi”, tuvo el éxito esperado, pues al publicarse a nivel mundial, Guillermo tuvo ganancias millonarias; el único detalle fue que en Europa eran más quisquillosos, pues ellos sí reclamaban la participación del autor en sus eventos, pero su “representante” pudo salir al paso con el plan ya establecido: Inferno no quería ser molestado para nada y no le interesaba aparecer en público.
         Por las noches, mientras Guillermo descansaba en su recién comprada mansión disfrutando de un trago de whiskey de los más costosos, sus pensamientos se dirigían hacia su antiguo amigo; la verdad era que lo extrañaba pues a pesar de su comportamiento extraño, ambos se llevaban bien y como quiera que sea, su talento para escribir lo había conducido a llevar la vida lujosa que ahora disfrutaba.
         Aunque Guillermo no contaba con un giro del destino.
         O del más allá.
         Tomaba el sol a la orilla de su piscina cuando sonó el teléfono; como sabía que era Suarez, inmediatamente atendió la llamada escuchando al editor decir:
         -Hola Guillermo, te tengo muy excelentes noticias-.
         El aludido, pensando que se había autorizado una nueva edición del segundo libro de Inferno, tranquilamente contestó:
         -Me imagino que me va a decir, pero prefiero escucharlo de usted-.
         El editor dijo emocionado:
         -Necesito que Inferno escriba inmediatamente un nuevo libro, pues pensamos manejar los tres como una trilogía y lo mejor de todo es que después de la promoción de este trabajo, ya tenemos comprometidos a productores de Hollywood para que hagan una película de cada una de las obras. ¿Te imaginas? Lo que hemos ganado hasta ahorita no se compara en nada con lo que obtengamos con las películas; será tanto dinero que no te lo vas a acabar en lo que te queda de vida-.
         Guillermo se quedó estupefacto.
         Solo atinó a decir:
         -¿Y en cuanto tiempo quiere el libro?-.
         Suarez contestó:
         -Máximo dos meses-.
         Y colgó.
         El antiguo representante de Inferno se puso a dar de vueltas alrededor de la piscina mientras su mente era un caos.
         ¿Había llegado el momento de dar la noticia de la muerte de Pablo?
         ¿Se podría salvar algo diciendo que Inferno había decidido no escribir más?
         De todos modos, podía seguir viviendo de las regalías de los dos libros ya publicados.
         No; eso no era posible pues en el fondo sabía que iba a llegar un momento en que las ventas se iban a acabar, así que eso no era opción.
         Corrió hacia dentro de la mansión para buscar la caja de escritos de su finado amigo.
         Cuando la encontró desesperadamente empezó a sacar todo lo que encontró, con la esperanza de que hubiera un tercer libro del cual Pablo jamás le había comentado.
         Cuando se convenció que no había nada parecido, fue hacia su antigua laptop y la revisó a fondo encontrando solo esbozos de historias cortas.
         Se sentó en el sofá de la amplia sala para evaluar la situación.
         ¿Y si plagiaba una obra ya escrita?
         No; eso sería muy obvio y lo podían descubrir muy fácilmente.
         Por otro lado, sabía que había escritores que vendían sus obras por una ínfima cantidad como pago, renunciando a sus derechos de las mismas, pero el problema es que tendría que encontrar a alguien que tuviera el mismo estilo de Inferno, lo cual era prácticamente imposible.
         De repente, se le ocurrió una idea salvadora.
         Regresó a la caja de Pablo y eligió tres de las historias que le parecieron las mejores y se sentó frente a la laptop.
         Él mismo iba a escribir el tercer libro.

         Guillermo se dedicó durante una semana completa, día y noche a tratar de completar un libro basado en los escritos de Pablo.
         Hasta que se convenció que no podía lograrlo, pues Inferno tenía un estilo tan peculiar de escribir que pretender replicarlo era francamente imposible.
         Decidió ir más allá.
         Buscó entre las cosas que había conservado de Pablo y sacó su ropa para ponérsela, buscando inspiración.
         Recordó que Inferno escribía más cómodamente cuando lo hacía después de la media noche, por lo que ansiosamente pues no había dormido en dos días, esperó las horas necesarias para comenzar.
         Se preparó un trago, se tomó un par de pastillas de cafeína y comenzó.
         Dieron la una, las dos y las tres de la madrugada hasta que al borde del colapso se dio cuenta que no tenía el talento que le sobraba a Pablo; se pasó desesperadamente las manos por su cara mientras se recargada en el respaldo de su silla, cuando el silencio de la noche fue interrumpido por una cavernosa voz a sus espaldas que le dijo burlonamente:
         -¿Verdad que no es tan fácil?-.
         Guillermo sintió como el alma le caía a los pies y presintiendo lo que iba a encontrar, se volteó lentamente.
         Inferno estaba parado frente a él.
         No sabía si de verdad estaba frente a Pablo o todo era una alucinación, producto de la falta de sueño y el alcohol ingerido, por lo que solo se dedicó a contemplar a la aparición.
         Inferno también lo observaba con su clásica mirada taciturna que no lo había abandonado desde que habitara el mundo de los vivos; la imagen se veía traslúcida por lo que se notaba que no era una persona real, pero lo más macabro era que gran parte de su cuerpo estaba manchado de tierra.
         A su antiguo representante solo se le ocurrió decir:
         -¿Vienes para castigarme?-.
         Pablo sonrió irónico y le contestó:
         -¿Por qué?, tú no me mataste-.
         Guillermo exclamó:
         -Pero no te enterré en un panteón, o sea en tierra santa; tal vez por eso andas penando-.
         El espectro soltó una risotada y dijo:
         -Eso de la tierra santa es una estupidez que ha inventado la iglesia católica-. Tomo una pausa y continuó con una lúgubre sonrisa. -No sabes las cosas de las que me he enterado aquí donde estoy-.
         Guillermo pregunto con miedo:
         -¿Y dónde estás?-.
         Inferno solo dijo:
         -Eso no es relevante; lo que de verdad importa es por qué estoy aquí-.
         El representante casi gritó:
         -¡Entonces vienes a asustarme!-.
         Pablo desesperadamente contestó:
         -¡No seas idiota!, vengo a ayudarte-.
         -¿Ayudarme con qué? ¿Con la salvación de mi alma?-.
         Pablo sonrió y le dijo:
         -No, eso te corresponde a ti; en realidad vengo a ayudarte con el libro que te pidieron-.
         Guillermo no sabía que pensar; incluso pensaba que él mismo había muerto de cansancio y que ahora se encontraba en el mismo lugar que Pablo, pero aun así le preguntó:
         -¿Y cómo piensas ayudarme?-.
         Inferno dijo seriamente:
         -Yo te voy a dictar mi nuevo libro-.
         Y continuó:
         -Solo recuerda que en esta vida todo tiene un precio; ¿Estarías dispuesto a pagarlo?-.
         Guillermo preguntó:
         -¿Y cuál es ese precio?-.
         Inferno solo dijo:
         -Eso solo lo sabrás al final-.
         El antiguo representante sabía que el beneficio económico era algo garantizado por lo que casi gritó:
         -Pues manos a la obra-.
         Y se dedicaron a esa tarea. Pablo dictaba y Guillermo escribía; hasta que éste último cayó desmayado sobre de la computadora.
         Al día siguiente cuando despertó se dio cuenta que la máquina seguía encendida por lo que revisó lo que había en pantalla y notó con espantoso asombro que tenía escritos seis capítulos de un libro llamado “Mictlan”; comenzó a leer asustado y vio que era aún mejor que los dos anteriores.
         Las películas serían un éxito de taquilla.
         Algo dentro de él le decía que la experiencia se iba a repetir todas las noches hasta terminar la obra pero no le importaba, pues estaba a punto de conseguir lo que siempre había anhelado: una gran fortuna.
         Y efectivamente, a la media noche se sentó frente a la laptop y esperó.
         No tuvo que hacerlo mucho tiempo, pues en unos minutos volvió a aparecer Inferno, quien inmediatamente comenzó a dictarle los siguientes capítulos; había momentos en que Guillermo sentía como si sus dedos tuvieran vida propia mientras volaban por el teclado de la computadora hasta que una vez más perdió el sentido.
         Y así se repitieron todas las noches hasta que terminaron el capítulo final que era el número sesenta y seis; cuando dejo de escribir le preguntó a Pablo porque ese número específico, a lo que Inferno dijo con una sonrisa burlona en el rostro:
         -No querrás saber el motivo-.

         A la mañana siguiente, Guillermo inmediatamente llevó el libro terminado al editor, quien al verlo y darle una hojeada, exclamó emocionado:
         -¡Esto es una mina de oro!-.
         Y así fue; la obra rompió todos los records de venta y las películas triunfaron a nivel mundial, ganando además un sinfín de premios en todos los certámenes donde se presentaban.
         Guillermo estaba completamente satisfecho.
         Lo único que le preocupaba era que desde que terminó el libro dictado por Inferno, adolecía de un cansancio que por más que dormía no se podía librar de él; comenzó a asustarse cuando empezó a perder peso, dándose cuenta que la ropa que había comprado hecha a la medida, ahora la sentía cada vez más holgada.
         Quiso evitar el mismo final de Pablo, por lo que contrató a un nutriólogo así como a un entrenador personal para llevar una vida más sana, pero nada funcionaba.
         Aun así, se sintió lo bastante inteligente para evadir su destino por lo que revisó los antiguos escritos de Inferno y cuando encontró algunos que le gustaron, se sentó casi al anochecer frente a la computadora para comenzar su plan: escribir los siguientes libros él mismo.
         Y todo sin la ayuda de Pablo.
         Del cansancio que sentía apenas podía moverse, por lo que lentamente tomó asiento; sus débiles dedos apenas acariciaron las teclas, hasta que su cuerpo se dobló frente a la pantalla.
          Volvió a escuchar la voz cavernosa a sus espaldas:
         -¿Crees poder escribir por ti mismo?-.
         Volteó rápidamente para encontrarse una vez más a Inferno, quien lo contemplaba burlón.
         Se levantó de forma ágil para increparlo:
         -¡Claro!, ¿O crees que eres el único que puede escribir un libro exitoso?-.
         Pablo dijo tranquilamente:
         -La verdad es que sí; si lo creo-.
         Guillermo dijo enfurecido:
         -¡Pues te voy a demostrar que yo también puedo lograrlo!-.
         Inferno contestó:
         -Ya es demasiado tarde para eso-.
         Y al ver la mirada interrogante de Guillermo, señaló hacia la laptop.
         Guillermo se sintió al borde de la locura cuando al voltear contempló su propio cuerpo doblado sobre de la computadora.
         Cayó de rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente hasta que Inferno le puso la mano en el hombro mientras le decía:
         -Te dije que tenías que pagar un precio-.
         Guillermo contestó afligido:
         -¿El precio de mi ambición?-.
         Pablo solo dijo:
         -Si-.
         -Supongo que me lo tengo merecido-. Dijo Guillermo con un tono de amargura en la voz y continuó. -Pero ¿Y tú?, ¿Qué pasará ahora con tu obra?-.
         Inferno dijo tranquilamente:
         -Mis libros se seguirán editando pues Suarez se dedicará a seguir sacando provecho de ellos-. Y con una sonrisa de burla añadió. -Hasta que él también pague su precio-.
         Guillermo se levantó del piso reflexionando sobre lo que había pasado y como había terminado todo hasta que preguntó tristemente:
         -¿No extrañas escribir?-.
         Pablo guardó silencio unos instantes y contestó:
         -Claro que lo extraño, y más con las historias que me he encontrado del otro lado; ya las conocerás tú también-.
         Su ex representante dijo:
         -¿Y cómo le vas a hacer?-.
         Inferno contestó confiadamente:
         -Haré lo mismo que contigo; no faltara algún ambicioso que quiera continuar mi trabajo-.
         Y mientras le pasaba el brazo por el hombro a Guillermo, añadió burlón:
         -Alguien como tú-.
         Y ambos se desvanecieron en el aire.