Sergio
vivía con su esposa e hijos en las afueras de la ciudad de México al ocurrir esta
historia; era una persona muy amigable con sus vecinos y cada que tenía
oportunidad los ayudaba sin esperar algo a cambio, por lo que era alguien muy apreciado.
Había hecho muy buena amistad con los demás habitantes de la colonia, es
especial con su vecino Lalo, con quien tenía una relación de compadrazgo que
tanto gusta a los mexicanos.
Lalo,
a diferencia de Sergio era una persona egoísta e irresponsable, de esas que acostumbran
culpar a todo el mundo de su mediocridad y en especial, culpaba a su mujer de sus
propios traumas, por lo que cada que se emborrachaba acostumbraba utilizarla
como desahogo de sus frustraciones, golpeándola de manera severa. Su esposa
Valeria aguantaba estoicamente las palizas, pensando que era su cruz ya que
vivía con la idea de que esa era la vida que le había mandado Dios por lo cual
no debía quejarse de su desgracia.
A
Sergio no le gustaba la actitud que Lalo tenía con su pareja, pero para bien o
para mal, el irresponsable sujeto había hecho muy buena amistad con él; debido
a lo anterior, respetaba la actitud de su compadre aun cuando no la
compartiera, pues debido a su bondadosa alma, de vez en cuando intentaba darle consejos
acerca de la vida y la manera como él creía que debía comportarse un hombre de
verdad; tener un comportamiento decente, trabajar, así como ser el guardián de
su familia y su proveedor.
Desgraciadamente,
a veces se desilusionaba cuando veía que sus consejos caían en saco roto.
En
varias ocasiones se vio tentado, al escuchar el escándalo protagonizado por sus
compadres producto de sus peleas, ir para intentar apaciguar la tormentosa
relación que llevaba sus vecinos, pero siempre lo detenía su mujer, quien le
decía:
“Si
mi comadre quisiera ayuda, ya nos la hubiera pedido”.
Lo
anterior tenía lógica, lo cual no consolaba a Sergio por lo que, pasada la
tormenta, seguía intentando encaminar a Lalo por la senda del bien.
Desafortunadamente,
la situación iba a dar un vuelco inesperado.
Para
alivio de la esposa de Lalo y para miseria de éste, la señora sufrió un
accidente que le quito la vida por lo que el compadre se encontraba destrozado,
o al menos así lo aparentaba pues durante el sepelio y el entierro, se la paso ahogado
de borracho ya que según decía, se embriagaba para poder soportar el dolor de
su reciente pérdida, cosa que nadie le creyó, pues era de todos sabido la
manera como había tratado a la sufrida mujer, incluyendo Sergio, quien debido
al respeto sagrado que se le tiene al compadrazgo, no se le despegó un momento
y le ayudó en todo lo que pudo.
A
partir de ese fatídico día, Sergio solo llegó a ver a su compadre cuando éste
pasaba de regreso de la acostumbrada juerga; Lalo lo saludaba con su mirada
embrutecida por el alcohol y se metía a su casa para, después de algunos
minutos, escuchar la música preferida de su mujer a todo volumen, cosa que
duraba hasta la madrugada.
Pero
después de unos cuantos días, Sergio dejó de escuchar la música, por lo que una
noche intentó acercarse a la casa de sus vecinos a fin de saber si su compadre
estaba bien; no quiso entrar y simplemente se asomó por la ventana, notando con
frustración que ésta se hallaba con las cortinas corridas. Aun así, se quedó a
un lado de la ventana para ver si escuchaba algo.
Nunca
se imaginó lo que iba a escuchar.
Era
la voz de su compadre, quien en medio de gemidos y sollozos pedía perdón y daba
explicaciones como si fuera un niño regañado; Sergio intentó averiguar que
estaba pasando, por lo que acercó su cara a la ventana y por una pequeña
rendija alcanzó a ver a Lalo, quien se encontraba arrodillado frente a una de
las paredes de su vivienda.
Sergio
comprendió; en esa pared estaba un retrato de la difunta que le habían tomado
en la Basílica de Guadalupe. Conocía bien esa imagen, pues recordaba con
desagrado como su compadre se había quejado del costo de la fotografía, sin
importarle que su esposa se la había pedido como regalo de cumpleaños.
Se
dio cuenta que su compadre no podía vivir con el remordimiento de haber tratado
tan cruelmente a su esposa; aun cuando le pareció extraño lo que contempló, se
fue a su casa más tranquilo, pues sabía que en el fondo era bueno que su
compadre se diera cuenta del daño que le había causado a la pobre mujer.
Sonrió
al pensar que afortunadamente no habían tenido hijos que hubieran tenido que
soportar el mal comportamiento del borracho.
Un
par de días después, la casa de Lalo seguía en completo silencio, por lo que Sergio,
a instancias de su esposa, fue una vez más a visitar a su compadre y tener
noticias de él.
Se
acercó a la ventana de la anterior ocasión y se asomó por la rendija.
Esta
vez la sangre se le heló en las venas de la impresión.
Su
compadre estaba una vez más de rodillas, pidiendo perdón, pero en esta ocasión
no lo hacía frente al cuadro de su esposa, sino que estaba frente a la mesa del
comedor. Sergio pensó que su compadre se había vuelto completamente loco debido
al alcohol, pero en eso, escuchó un extraño sonido.
Era
la voz de una mujer, que se oía en tono apagado en la estancia de la casa de
sus vecinos.
No
alcanzaba a oír que decía la misteriosa voz, pero sí pudo notar algo.
Se
escuchaba completamente triste.
En
eso, para alivio del alma de Sergio, recordó que cuando sus compadres se
casaron les habían hecho un video de su boda, por lo que pensó que Lalo había
puesto el DVD en su reproductor para recordar tiempos mejores y en esta
ocasión, había sentido tal emoción, que le hablaba a la película, como si fuera
su esposa.
Se
alejó de la casa y a su mujer simplemente le dijo que el compadre se hallaba
bien; triste pero bien, así que se fueron a acostar para descansar
tranquilamente.
Pero
por alguna extraña razón, Sergio no podía conciliar el sueño, pues seguía
pensando en Lalo; a pesar del mal comportamiento de su compadre, le dolía en el
alma que hubiera una persona que sufriera tanto por una pérdida como la
acontecida algunas semanas atrás. Pensó que, si él mismo pasara por algo así,
no solo le hablaría a la televisión, sino que le hablaría a las fotos de su
mujer, a su ropa, sus zapatos y a todo lo que le recordara a su querida esposa;
incluso hasta compraría una pantalla más grande que la de su compadre para
contemplar las grabaciones de fiestas que tenía de su mujer e hijos.
Abrió
los ojos sorprendido al darse cuenta de algo.
Dos
semanas antes del fallecimiento de su vecina, Lalo había vendido su televisión
y su reproductor de DVD para poder seguir embriagándose. Quiso consolarse
pensando que el compadre había comprado nuevos aparatos y así recordar a su
esposa muerta, pero cuando quiso volver a cerrar los ojos recordó algo todavía
peor.
Lalo
había roto el DVD de su boda en uno de los tantos pleitos con la difunta.
Sergio
ya no pudo dormir en toda la noche.
Pasaron
algunas semanas más, dentro de las cuales Sergio ya no se quiso acercar a la
casa de su vecino; todavía le preocupaba, pero lo que le impedía ir a visitarlo
era el temor de encontrar algo aún más aterrador que la vez pasada, por lo que
prefirió dejar el asunto por la paz, hasta que en una ocasión Lalo llegó
desesperado a su casa tocando fuertemente a su puerta; cuando Sergio salió vio
a su vecino el cual venía extrañamente sobrio, pero lo que más le llamó la
atención fue la mirada de espanto que mostraba. Lo invitó a pasar a pesar de
ser más de medianoche y cuando lo cuestionó, el compadre no supo cómo explicar
lo que le ocurría, hasta que simplemente le dijo:
-Compadre,
creo que el fantasma de mi mujer me persigue-.
A
pesar de todo lo que había atestiguado semanas atrás, Sergio no quiso creerle,
pensando que todo eran alucinaciones como consecuencia de las continuas juergas
del hombre, pero aun así le preguntó que si estaba seguro de algo así, a lo que
Lalo solo reaccionó levantándose la playera para mostrarle su torso adornado
con unos grandes moretones y rasguños. Sergio se sorprendió al ver hasta qué
grado había llegado la locura del borracho, por lo que prefirió no seguir con
su juego y simplemente le recomendó que antes de irse a dormir rezara algunos
Padres Nuestros, unas Aves Marías y que encendiera una veladora en memoria de
la difunta para así poder apaciguar su conciencia.
Sergio
pensó que de esa manera se iba a quitar de encima las locuras de su compadre
pero al otro día, al llegar de trabajar, lo encontró fuera de su casa sentado
en la banqueta, pero ahora con una expresión de terror en el rostro, por lo que
cuando se acercó, el compadre desesperado volvió a pedirle ayuda y para
corroborar su dicho le mostró la cabeza donde le faltaban unos mechones de
cabello, daño que el borracho atribuía a otro ataque del alma enfurecida de su
fallecida mujer; Sergio quiso acabar con esa situación de una vez por todas,
por lo que le dijo:
-Mire
compadre; mi familia anda de viaje, pues fueron a visitar a mi suegra que está
enferma. Yo no los pude acompañar ya que en mi trabajo no me dieron permiso;
¿Qué le parece si se queda conmigo? Así tendrá algo de compañía-.
Sabía que de esa forma
podía desenmascarar su mentira y convencerlo de que no se dañara él mismo, que
era lo que sospechaba que estaba ocurriendo. El compadre no aceptó de primera
instancia, ya que le decía desesperado que no iba a estar a salvo en ninguna
parte pues pensaba que el espíritu era capaz de encontrarlo en cualquier lugar,
pero como Sergio insistió, finalmente pudo convencerlo y entraron a su casa.
Se
sentaron a cenar y se acostaron en los sofás de la sala, quedando frente a
frente, pues Sergio no quería perder de vista a su vecino y de esa manera,
poder atestiguar sus alucinaciones; le deseó las buenas noches y dándole la
espalda se acomodó hasta quedar profundamente dormido.
Como
a eso de las tres de la mañana, Sergio escuchó unos gemidos lastimeros y cuando
se despertó completamente, dichos sonidos se transformaron en gritos de dolor y
miedo; quiso encender la luz, pero se quedó petrificado de terror al voltear a
ver a Lalo quien entre la oscuridad luchaba con una sombra que se encontraba
inclinada sobre de él, jaloneándolo de un lado hacia otro del sofá; el asustado
borracho gritaba desesperado al sufrir los implacables ataques mientras lloraba
como un niño.
Cuando
Sergio pudo reaccionar, accionó el interruptor de luz por lo que cuando la
claridad iluminó la habitación, inmediatamente la sombra desapareció y fue que
pudo ver la cara mojada de lágrimas de su compadre, así como largos surcos de
sangre en sus mejillas, como los arañazos que provocan las uñas largas.
Completamente
sorprendido, casi le gritó:
-¡Compadre!
¿Qué le pasó?-.
El
aludido dijo desesperadamente:
-¡Le
dije compadre, que mi mujer regresó del más allá para atormentarme!-.
Y
antes de esperar una respuesta, tuvo el descaro de añadir:
-¡Yo,
que tanto la cuidé y la protegí!-.
Sergio
quiso desmentirlo, pero se quedó con la boca abierta cuando el asustado sujeto
dijo:
-¡Usted
es testigo compadre; conmigo nunca le faltó nada pues siempre le di lo
necesario para que estuviera bien vestida y comida!-.
Sergio
sin poder articular palabra, pensó para sus adentros:
“Sí;
pudiste haberle dado todo, menos tranquilidad”.
Pero
antes de que pudiera decirlo en voz alta, el compadre se levantó del sofá para
decirle que era cierto que no había algún lugar en el mundo a donde pudiera huir
del fantasma de su mujer, así que se levantó y sin siquiera ponerse los
zapatos, salió corriendo de la casa de Sergio; éste pensó en seguirlo, pero se
dio cuenta de lo imprudente que era salir a esas horas a detrás de él, así que prefirió
quedarse a dormir un poco y buscarlo a la mañana siguiente. Desgraciadamente
solo pudo dormitar pues la impresión causada por lo que acababa de presenciar
había sido tan fuerte que le impedía descansar.
En
cuanto se asomaron los primeros rayos del sol, se levantó rápidamente para ir a
buscar a Lalo, y cuando llegó a la calle se encontró con un par de amigos a
quienes les preguntó acerca de su compadre, pero ellos solo le dijeron que lo
habían visto pasar diciendo incoherencias y con una botella de licor en las
manos; Sergio iba a continuar con su interrogatorio, cuando en eso se acercó
una vecina visiblemente asustada quien les informó que había ocurrido una
desgracia en el panteón de la localidad; Sergio ya no quiso escuchar más y
temiendo lo peor, se dirigió corriendo al camposanto donde al llegar vio un
gran número de personas que se arremolinaban alrededor de la tumba de la esposa
de su compadre.
Se acercó temeroso
mientras los demás al reconocerlo, respetuosamente le abrieron paso para que pudiera
aproximarse y darse cuenta que, sobre la lápida de la recién fallecida mujer,
se encontraba el cuerpo de Lalo tendido boca abajo con las muñecas
ensangrentadas mientras que a su lado estaban tirados los vidrios rotos de la
botella de alcohol; pero lo más macabro era que en la cruz de piedra que
adornaba la tumba estaba escrito con sangre la palabra:
“CULPABLE”.