domingo, 4 de julio de 2021

LA VENGANZA

 


         Sergio vivía con su esposa e hijos en las afueras de la ciudad de México al ocurrir esta historia; era una persona muy amigable con sus vecinos y cada que tenía oportunidad los ayudaba sin esperar algo a cambio, por lo que era alguien muy apreciado. Había hecho muy buena amistad con los demás habitantes de la colonia, es especial con su vecino Lalo, con quien tenía una relación de compadrazgo que tanto gusta a los mexicanos.

         Lalo, a diferencia de Sergio era una persona egoísta e irresponsable, de esas que acostumbran culpar a todo el mundo de su mediocridad y en especial, culpaba a su mujer de sus propios traumas, por lo que cada que se emborrachaba acostumbraba utilizarla como desahogo de sus frustraciones, golpeándola de manera severa. Su esposa Valeria aguantaba estoicamente las palizas, pensando que era su cruz ya que vivía con la idea de que esa era la vida que le había mandado Dios por lo cual no debía quejarse de su desgracia.

         A Sergio no le gustaba la actitud que Lalo tenía con su pareja, pero para bien o para mal, el irresponsable sujeto había hecho muy buena amistad con él; debido a lo anterior, respetaba la actitud de su compadre aun cuando no la compartiera, pues debido a su bondadosa alma, de vez en cuando intentaba darle consejos acerca de la vida y la manera como él creía que debía comportarse un hombre de verdad; tener un comportamiento decente, trabajar, así como ser el guardián de su familia y su proveedor.

         Desgraciadamente, a veces se desilusionaba cuando veía que sus consejos caían en saco roto.

         En varias ocasiones se vio tentado, al escuchar el escándalo protagonizado por sus compadres producto de sus peleas, ir para intentar apaciguar la tormentosa relación que llevaba sus vecinos, pero siempre lo detenía su mujer, quien le decía:

         “Si mi comadre quisiera ayuda, ya nos la hubiera pedido”.

         Lo anterior tenía lógica, lo cual no consolaba a Sergio por lo que, pasada la tormenta, seguía intentando encaminar a Lalo por la senda del bien.

         Desafortunadamente, la situación iba a dar un vuelco inesperado.

         Para alivio de la esposa de Lalo y para miseria de éste, la señora sufrió un accidente que le quito la vida por lo que el compadre se encontraba destrozado, o al menos así lo aparentaba pues durante el sepelio y el entierro, se la paso ahogado de borracho ya que según decía, se embriagaba para poder soportar el dolor de su reciente pérdida, cosa que nadie le creyó, pues era de todos sabido la manera como había tratado a la sufrida mujer, incluyendo Sergio, quien debido al respeto sagrado que se le tiene al compadrazgo, no se le despegó un momento y le ayudó en todo lo que pudo.

         A partir de ese fatídico día, Sergio solo llegó a ver a su compadre cuando éste pasaba de regreso de la acostumbrada juerga; Lalo lo saludaba con su mirada embrutecida por el alcohol y se metía a su casa para, después de algunos minutos, escuchar la música preferida de su mujer a todo volumen, cosa que duraba hasta la madrugada.

         Pero después de unos cuantos días, Sergio dejó de escuchar la música, por lo que una noche intentó acercarse a la casa de sus vecinos a fin de saber si su compadre estaba bien; no quiso entrar y simplemente se asomó por la ventana, notando con frustración que ésta se hallaba con las cortinas corridas. Aun así, se quedó a un lado de la ventana para ver si escuchaba algo.

         Nunca se imaginó lo que iba a escuchar.

         Era la voz de su compadre, quien en medio de gemidos y sollozos pedía perdón y daba explicaciones como si fuera un niño regañado; Sergio intentó averiguar que estaba pasando, por lo que acercó su cara a la ventana y por una pequeña rendija alcanzó a ver a Lalo, quien se encontraba arrodillado frente a una de las paredes de su vivienda.

         Sergio comprendió; en esa pared estaba un retrato de la difunta que le habían tomado en la Basílica de Guadalupe. Conocía bien esa imagen, pues recordaba con desagrado como su compadre se había quejado del costo de la fotografía, sin importarle que su esposa se la había pedido como regalo de cumpleaños.

         Se dio cuenta que su compadre no podía vivir con el remordimiento de haber tratado tan cruelmente a su esposa; aun cuando le pareció extraño lo que contempló, se fue a su casa más tranquilo, pues sabía que en el fondo era bueno que su compadre se diera cuenta del daño que le había causado a la pobre mujer.

         Sonrió al pensar que afortunadamente no habían tenido hijos que hubieran tenido que soportar el mal comportamiento del borracho.

         Un par de días después, la casa de Lalo seguía en completo silencio, por lo que Sergio, a instancias de su esposa, fue una vez más a visitar a su compadre y tener noticias de él.

         Se acercó a la ventana de la anterior ocasión y se asomó por la rendija.

         Esta vez la sangre se le heló en las venas de la impresión.

         Su compadre estaba una vez más de rodillas, pidiendo perdón, pero en esta ocasión no lo hacía frente al cuadro de su esposa, sino que estaba frente a la mesa del comedor. Sergio pensó que su compadre se había vuelto completamente loco debido al alcohol, pero en eso, escuchó un extraño sonido.

         Era la voz de una mujer, que se oía en tono apagado en la estancia de la casa de sus vecinos.

         No alcanzaba a oír que decía la misteriosa voz, pero sí pudo notar algo.

         Se escuchaba completamente triste.

         En eso, para alivio del alma de Sergio, recordó que cuando sus compadres se casaron les habían hecho un video de su boda, por lo que pensó que Lalo había puesto el DVD en su reproductor para recordar tiempos mejores y en esta ocasión, había sentido tal emoción, que le hablaba a la película, como si fuera su esposa.

         Se alejó de la casa y a su mujer simplemente le dijo que el compadre se hallaba bien; triste pero bien, así que se fueron a acostar para descansar tranquilamente.

         Pero por alguna extraña razón, Sergio no podía conciliar el sueño, pues seguía pensando en Lalo; a pesar del mal comportamiento de su compadre, le dolía en el alma que hubiera una persona que sufriera tanto por una pérdida como la acontecida algunas semanas atrás. Pensó que, si él mismo pasara por algo así, no solo le hablaría a la televisión, sino que le hablaría a las fotos de su mujer, a su ropa, sus zapatos y a todo lo que le recordara a su querida esposa; incluso hasta compraría una pantalla más grande que la de su compadre para contemplar las grabaciones de fiestas que tenía de su mujer e hijos.

         Abrió los ojos sorprendido al darse cuenta de algo.

         Dos semanas antes del fallecimiento de su vecina, Lalo había vendido su televisión y su reproductor de DVD para poder seguir embriagándose. Quiso consolarse pensando que el compadre había comprado nuevos aparatos y así recordar a su esposa muerta, pero cuando quiso volver a cerrar los ojos recordó algo todavía peor.

         Lalo había roto el DVD de su boda en uno de los tantos pleitos con la difunta.

         Sergio ya no pudo dormir en toda la noche.

 

         Pasaron algunas semanas más, dentro de las cuales Sergio ya no se quiso acercar a la casa de su vecino; todavía le preocupaba, pero lo que le impedía ir a visitarlo era el temor de encontrar algo aún más aterrador que la vez pasada, por lo que prefirió dejar el asunto por la paz, hasta que en una ocasión Lalo llegó desesperado a su casa tocando fuertemente a su puerta; cuando Sergio salió vio a su vecino el cual venía extrañamente sobrio, pero lo que más le llamó la atención fue la mirada de espanto que mostraba. Lo invitó a pasar a pesar de ser más de medianoche y cuando lo cuestionó, el compadre no supo cómo explicar lo que le ocurría, hasta que simplemente le dijo:

         -Compadre, creo que el fantasma de mi mujer me persigue-.

         A pesar de todo lo que había atestiguado semanas atrás, Sergio no quiso creerle, pensando que todo eran alucinaciones como consecuencia de las continuas juergas del hombre, pero aun así le preguntó que si estaba seguro de algo así, a lo que Lalo solo reaccionó levantándose la playera para mostrarle su torso adornado con unos grandes moretones y rasguños. Sergio se sorprendió al ver hasta qué grado había llegado la locura del borracho, por lo que prefirió no seguir con su juego y simplemente le recomendó que antes de irse a dormir rezara algunos Padres Nuestros, unas Aves Marías y que encendiera una veladora en memoria de la difunta para así poder apaciguar su conciencia.

         Sergio pensó que de esa manera se iba a quitar de encima las locuras de su compadre pero al otro día, al llegar de trabajar, lo encontró fuera de su casa sentado en la banqueta, pero ahora con una expresión de terror en el rostro, por lo que cuando se acercó, el compadre desesperado volvió a pedirle ayuda y para corroborar su dicho le mostró la cabeza donde le faltaban unos mechones de cabello, daño que el borracho atribuía a otro ataque del alma enfurecida de su fallecida mujer; Sergio quiso acabar con esa situación de una vez por todas, por lo que le dijo:

         -Mire compadre; mi familia anda de viaje, pues fueron a visitar a mi suegra que está enferma. Yo no los pude acompañar ya que en mi trabajo no me dieron permiso; ¿Qué le parece si se queda conmigo? Así tendrá algo de compañía-.

Sabía que de esa forma podía desenmascarar su mentira y convencerlo de que no se dañara él mismo, que era lo que sospechaba que estaba ocurriendo. El compadre no aceptó de primera instancia, ya que le decía desesperado que no iba a estar a salvo en ninguna parte pues pensaba que el espíritu era capaz de encontrarlo en cualquier lugar, pero como Sergio insistió, finalmente pudo convencerlo y entraron a su casa.

         Se sentaron a cenar y se acostaron en los sofás de la sala, quedando frente a frente, pues Sergio no quería perder de vista a su vecino y de esa manera, poder atestiguar sus alucinaciones; le deseó las buenas noches y dándole la espalda se acomodó hasta quedar profundamente dormido.

         Como a eso de las tres de la mañana, Sergio escuchó unos gemidos lastimeros y cuando se despertó completamente, dichos sonidos se transformaron en gritos de dolor y miedo; quiso encender la luz, pero se quedó petrificado de terror al voltear a ver a Lalo quien entre la oscuridad luchaba con una sombra que se encontraba inclinada sobre de él, jaloneándolo de un lado hacia otro del sofá; el asustado borracho gritaba desesperado al sufrir los implacables ataques mientras lloraba como un niño.

         Cuando Sergio pudo reaccionar, accionó el interruptor de luz por lo que cuando la claridad iluminó la habitación, inmediatamente la sombra desapareció y fue que pudo ver la cara mojada de lágrimas de su compadre, así como largos surcos de sangre en sus mejillas, como los arañazos que provocan las uñas largas.

         Completamente sorprendido, casi le gritó:

         -¡Compadre! ¿Qué le pasó?-.

         El aludido dijo desesperadamente:

         -¡Le dije compadre, que mi mujer regresó del más allá para atormentarme!-.

         Y antes de esperar una respuesta, tuvo el descaro de añadir:

         -¡Yo, que tanto la cuidé y la protegí!-.

         Sergio quiso desmentirlo, pero se quedó con la boca abierta cuando el asustado sujeto dijo:

         -¡Usted es testigo compadre; conmigo nunca le faltó nada pues siempre le di lo necesario para que estuviera bien vestida y comida!-.

         Sergio sin poder articular palabra, pensó para sus adentros:

         “Sí; pudiste haberle dado todo, menos tranquilidad”.

         Pero antes de que pudiera decirlo en voz alta, el compadre se levantó del sofá para decirle que era cierto que no había algún lugar en el mundo a donde pudiera huir del fantasma de su mujer, así que se levantó y sin siquiera ponerse los zapatos, salió corriendo de la casa de Sergio; éste pensó en seguirlo, pero se dio cuenta de lo imprudente que era salir a esas horas a detrás de él, así que prefirió quedarse a dormir un poco y buscarlo a la mañana siguiente. Desgraciadamente solo pudo dormitar pues la impresión causada por lo que acababa de presenciar había sido tan fuerte que le impedía descansar.

         En cuanto se asomaron los primeros rayos del sol, se levantó rápidamente para ir a buscar a Lalo, y cuando llegó a la calle se encontró con un par de amigos a quienes les preguntó acerca de su compadre, pero ellos solo le dijeron que lo habían visto pasar diciendo incoherencias y con una botella de licor en las manos; Sergio iba a continuar con su interrogatorio, cuando en eso se acercó una vecina visiblemente asustada quien les informó que había ocurrido una desgracia en el panteón de la localidad; Sergio ya no quiso escuchar más y temiendo lo peor, se dirigió corriendo al camposanto donde al llegar vio un gran número de personas que se arremolinaban alrededor de la tumba de la esposa de su compadre.

Se acercó temeroso mientras los demás al reconocerlo, respetuosamente le abrieron paso para que pudiera aproximarse y darse cuenta que, sobre la lápida de la recién fallecida mujer, se encontraba el cuerpo de Lalo tendido boca abajo con las muñecas ensangrentadas mientras que a su lado estaban tirados los vidrios rotos de la botella de alcohol; pero lo más macabro era que en la cruz de piedra que adornaba la tumba estaba escrito con sangre la palabra:

 

“CULPABLE”.