domingo, 16 de agosto de 2020

CHICO CALAVERA

 

         Miguel era un adolescente de quince años que siempre se había sentido atraído por lo macabro; le atraían de manera muy particular todo lo referente a las calaveras. Usaba ropa negra desde los pies hasta la cabeza; portaba playeras con estampados de esqueletos en diversas posturas y situaciones; le encantaba en particular una que tenía dibujado un esqueleto tocando una guitarra fabricada de huesos humanos. Tenía colguijes y pulseras con figuras de metal en forma de cráneos; incluso se habría tatuado calaveras en todo su cuerpo si no se hubiera lo prohibido expresamente su mamá. Le molestaba dicha prohibición, pero sabía que en cuanto cumpliera la mayoría de edad, el permiso de su progenitora no iba a ser necesario.

         En la escuela donde estudiaba todo el mundo lo veía raro y le tenía miedo, al igual que hace toda la gente cuando se encuentran a una persona diferente. Los estudiantes que lo aborrecían y lo molestaban le habían puesto de apodo “Chico Calavera”, pero a Miguel lejos de molestarle, le gustaba el sobrenombre con el cual lo habían bautizado; incluso lo utilizaba con orgullo. Su gusto obsesivo con los cadáveres humanos descarnados llegaba a tal grado que incluso él mismo se sentía un esqueleto; era demasiado delgado para su 1.80 de estatura, lo cual era más notable debido a la ropa entallada que acostumbraba usar. En fiestas y ocasiones especiales, incluso llegó a maquillarse ligeramente la cara, utilizando polvo blanco para acentuar el tono ya de por sí pálido de su rostro, mientras que alrededor de los ojos y bajo los pómulos utilizaba un tono oscuro, para darse a sí mismo un aspecto cadavérico.

         Al contrario de sus compañeros de estudios, quienes esperaban el día del amor y de la amistad para salir con sus parejas en turno o la Navidad para festejar con amigos y familia, la festividad preferida de Chico Calavera era el día de muertos donde todos, chicos y grandes acostumbran disfrazarse de toda suerte de seres venidos del más allá: brujas, demonios y por supuesto, esqueletos. Chico Calavera se pasaba prácticamente todo el año planeando y confeccionando su disfraz para dicha ocasión tan especial para él; le enorgullecía que cada vez se superaba a sí mismo, pues utilizaba infinidad de materiales para crear su vestimenta, por la cual incluso había llegado a ganar concursos de disfraces.

         Lo que nadie sabía era que Miguel llevaba su gusto por seres tan horrendos a tal extremo que no solo quería parecer una calavera.

Él mismo quería ser una calavera.

A pesar de sus extraños gustos, por el hecho de haber sido criado en una familia católica, sabía que el suicidio era un pecado por lo cual ese camino quedaba descartado; incluso no deseaba ser un muerto, sino más bien ser una calavera viviente. A diferencia de los demás chicos de su edad que sueñan con ser un superhéroe, a Chico Calavera le fascinaba la idea de ser un esqueleto con vida; tal vez de esa manera los demás lo respetarían, pues en el caso de que alguien lo molestara, simplemente se quitaría la ropa para mostrar sus huesos y así sus enemigos huirían despavoridos, mientras él emitiría una risa infernal, la cual había practicado cientos de veces frente al espejo que tenía en su recámara.

         En una ocasión que asistió a una exposición llamada “Culto a la Muerte”, Chico Calavera se encontró con un libro llamado “Muertos Vivientes, Demonios y Esqueletos” por lo que el joven no dudó en comprarlo; sabía que dentro del texto adquirido encontraría la respuesta a sus deseos ya que pensaba que el exagerado precio que había pagado por dicho libro, le garantizaba la seriedad de su contenido.

         Esa noche se dedicó a leer el libro hasta que encontró lo que buscaba: un capítulo llamado “Como convertirse en un esqueleto viviente”; estudió el conjuro el cual le indicaba que su cuerpo iba a ser transformado en un esqueleto con excepción de la cabeza, lo cual le iba bien, ya que así podía burlarse más macabramente de sus burlones compañeros de estudios, mientras les lanzaba maldiciones. Sonrió alegremente pues sabía que ya contaba con la mayoría de los ingredientes: velas negras, tierra de panteón, un cuervo muerto disecado, etcétera; lo demás le iba a costar más trabajo y dinero conseguirlo, pero al cabo de unos cuantos días, lo logró.

         Lo único que le incomodaba era esperar tres noches hasta que hubiera luna llena.

Aun así, se sintió feliz al pensar que pronto haría realidad su más anhelado deseo.

 

         La siguiente noche de luna llena después de cenar, se retiró a su habitación mientras sentía que los minutos se alargaban sobremanera hasta la llegada de la medianoche, hora señalada en el conjuro. Cuando finalmente sus papás se fueron a dormir y no se escuchaban ruidos en toda la casa, comenzó a sacar su material y a manera de festejo, se puso su playera preferida de la calavera roquera tocando la guitarra; terminó los preparativos unos cuantos minutos antes de la hora fatídica, por lo que emocionado sacó el libro de debajo de su cama, abriéndolo en el capítulo señalado y comenzó a recitar el conjuro apropiado, parado en medio de un círculo con un pentagrama alrededor.

         Sorprendido y asustado se dio cuenta que el hechizo comenzaba a surtir efecto; su habitación se oscurecía a pesar de la brillante luz emanada de las velas negras que tenía a su alrededor, mientras sentía dentro de su nariz un olor parecido al azufre, todo adornado con el ruido de sus propios rezos, así como de una serie de lejanas voces que parecían acompañarlo en sus plegarias. Sintió como el ambiente se tornaba cada vez más pesado por lo que comenzó a marearse, hasta que vio como una luz enceguecedora iluminaba la habitación apagando repentinamente las velas y haciendo estallar el foco del techo.

Así de rápido como llego la macabra luz, ésta se apagó mientras que las velas volvieron a encenderse espontáneamente; Chico Calavera intentaba respirar en medio de todo el humo que había inundado su recámara, hasta que al borde del desmayo salió del circulo maldito y caminó hacia atrás hasta chocar con su ropero, escuchándose un violento golpe.

         Cuando Chico Calavera pudo recuperarse completamente, reparó en un hecho muy extraño; cuando su mano chocó con el ropero se oyó un golpe seco, como si algo duro y sólido hubiera chocado con el mueble. La mano le quedó sorpresivamente adolorida aun cuando el impacto no había sido demasiado fuerte, por lo que presa de un extraño temor, levantó su extremidad y lentamente bajó su mirada para ver algo horrendo:

         ¡Su mano no tenía piel y era solo huesos!

         Miguel intentó asimilar lo que acababa de experimentar; quiso corroborarlo y se quitó la playera para comprobar que efectivamente se había convertido por completo en un esqueleto, se tocó el esternón y lo sintió duro, como cualquier superficie ósea, pero lo más sorprendente de todo es que sentía el contacto de sus manos sobre su pecho.

         Quiso repetir la carcajada tantas veces ensayada, pero solo le salió una especie de gruñido; empezaba a sospechar que algo no andaba bien con su reciente transformación por lo que se acercó rápidamente hacia el espejo de su habitación y pudo darse cuenta aterrado que la cabeza también estaba hecha solo de huesos.

         Comprobó con espanto que la transformación había salido mal, ya que no esperaba ver su reflejo en el espejo de esa manera. Quiso gritar de desesperación, pero al no tener lengua, no pudo articular palabra alguna. Rápidamente se acercó a revisar el conjuro recién invocado para encontrar una solución a su predicamento, pero sus falanges solo raspaban las páginas y por lo mismo no podía encontrar lo que buscaba; tomó una goma de borrar para pasar las páginas y revisó el libro de principio a fin, tarea que le llevó casi toda la noche. Finalmente, de manera triste tuvo que hacerse a la idea de que no había manera de corregir lo que había experimentado; cayó de rodillas en el suelo desconsoladamente sintiendo un agudo dolor en las mismas al chocar con el suelo. Se tapó la cara con las manos intentando llorar, pero el hecho de no tener ojos ni lagrimales hacían imposible su deseo.

         No sabía qué hacer; gemía pensando que, si antes lo habían tratado mal por haber sido diferente a los demás, ahora se había convertido por completo en un fenómeno que ocasionaría repulsión a todos los seres humanos. En su afán de convertirse en una calavera, no había buscado un posible conjuro de reversión, por lo que estaba prácticamente destinado a verse de esa manera por siempre. Por primera vez en su vida, contempló de manera seria el suicidio, pero él mismo se daba cuenta que no era posible matar lo que no estaba vivo.

Pero tampoco sabía si podía considerarse como un muerto, ya que aun cuando podía ver con las cuencas vacías de sus ojos y que el aire que entraba por los huecos de en medio de su cara salía entre sus costillas, sabía que dichas sensaciones no eran las de un ser viviente.

         Sintió un profundo dolor en el pecho y subió sus huesudas manos hacia el lugar donde alguna vez tuvo corazón para apoyarlas sobre sí mismo intentando darse consuelo, pero en el fondo sabía que todo era inútil.

         Se maldijo a sí mismo por el estúpido deseo que acababa de complacer; pensó si debía ir a refugiarse a alguna cueva lejana como un moderno Frankenstein, pero no conocía un lugar así y le entristecía abandonar a su familia, quienes aun cuando nunca lo habían comprendido, jamás lo trataron mal. Se acostó boca arriba en el suelo para contemplar el techo, mientras pensaba en su amargo destino. Cada movimiento que hacía provocada un sonido de huesos crujiendo el cual era cada vez más insoportable; como no podía cerrar los ojos al no tener párpados, se tapó los hoyos con las manos, sintiendo con molestia el choque de los huesos de sus dedos contra los de su cráneo. Deseó morir para poder volver a nacer y de esa manera, hacer las cosas de manera diferente, tomando mejores decisiones, pero sabía que no podía volver a comenzar y mucho menos regresar el tiempo.

         Decidió salir a las solitarias calles para vagar sin rumbo, no sin dificultad para abrir la puerta de su casa; iba solo tapado con una enorme gabardina negra, un sombrero del mismo color y unas botas que al tener correas de material adherente, pudo abrochárselas a los pies, lo cual no significaba que no tuviera que caminar lentamente pues con cada paso, dicho calzado amenazaba con salirse de sus extremidades inferiores.

         Comenzó a llover.

         Chico Calavera pensaba que el cielo estaba tan triste como él y que las gotas de lluvia eran lágrimas de pesar por el destino del imprudente joven.

         Quiso guarecerse de la tormenta que se acababa de desatar bajo la marquesina de una tienda, cuando llegó corriendo un transeúnte completamente empapado; llego por detrás de Chico Calavera, por lo que inocentemente le preguntó:

         -Qué maldita lluvia acaba de caer ¿Verdad?, encima de que salí tarde del trabajo no puedo llegar a mi casa por el clima-.

         Como la siniestra figura no le contestó, añadió.

         -¿Vives por aquí?-.

         Fue cuando Chico Calavera quiso hablar y se volteó para contestar la pregunta, pero en cuanto un rayo que cayó en la distancia alumbró su cadavérico rostro, el recién llegado intentó abrir la boca para decir algo, pero su cara quedó petrificada del terror. En cuanto reaccionó, en medio de alaridos se fue corriendo en medio de la lluvia.

         Chico Calavera lo contempló con tristeza mientras corría, solo para darse cuenta de que en realidad, asustar a las personas no era tan divertido como parecía.

         Caminó tristemente hasta llegar a un restaurante de comida rápida que abría las veinte y cuatro horas y como ahora ya había comprobado el espanto que provocaba su apariencia, simplemente se paró en la esquina del negocio, para contemplar la comida que era exhibida en la vitrina.

         Eran tres pizzas recién hechas, su comida favorita.

         Quiso salivar del gusto, pero era cosa imposible, por lo que se dio cuenta con desesperación que jamás iba a poder volver a disfrutar de la comida, pues al no tener órganos internos, no había manera de que pudiera comer y si lo hacía, no le iba a saber a nada la comida.

         Independientemente de que sin importar lo que comiera, el alimento simplemente caería al suelo.

         ¿Será ese su destino de ahora en adelante?

         No podía disfrutar la comida; si quisiera ir a uno de los conciertos que tanto le agradaban, en cuanto lo viera la audiencia, iban a correr despavoridos; ni siguiera podía deleitarse con la misma música pues al no tener orejas, los sonidos le llegaban como apagados y lejanos; de su familia ni hablar, pues nadie estaría dispuesto a convivir con un esqueleto.

         Se dio cuenta con infinita tristeza que, a partir de esa fatídica noche, se hallaba completamente solo.

         Comenzó a valorar su antigua vida la cual, a pesar de los altibajos por los que pasan todos los adolescentes no era tan mala, pues tenía familia y casa; su situación económica no era tan mala pues prácticamente sus papás le daban para comprar todo lo que quisiera; tenía pocos amigos, pero sabía que podía contar con ellos cuando lo necesitara.

         Después de todo, no tenía una mala existencia.

         Y ahora todo eso lo había perdido.

         Se dio la media vuelta y regresó cabizbajo hacia su casa, sin importar la lluvia que caía torrencialmente sobre de él.

         Cuando llegó a su hogar, trató de tomar la llave de la entrada, pero ésta se le cayó de las manos y por más que intentó recogerla no pudo, por lo que solo se le ocurrió brincar la barda, rogándole a todos los santos que sus papás no se dieran cuenta pues en cuanto lo vieran, seguramente tendrían la misma reacción que la persona a la que acababa de asustar.

         Cuando saltó al interior de su casa, sus rodillas se doblaron y cayó estrepitosamente en el duro cemento, sintiendo como todo el dolor del mundo lo atormentaba.

         Se dio cuenta con preocupación que, a causa de no tener piel, eran sus huesos los que recibían directamente el impacto de cada golpe. Si eso no fuera suficiente, notó asustado que uno de sus brazos se le había zafado y estaba como a cinco centímetros de él; lo contempló unos momentos, cuando el brazo comenzó a moverse por sí solo, hasta volver a unirse a su adolorido cuerpo.

         Una vez más comprobó que ni la muerte lo podía liberar de la maldición que él mismo se había provocado.

         Afortunadamente pudo llegar a su recamara en medio del sigilo, por lo que en cuanto entró a su habitación se quitó trabajosamente sus ropas para una vez más, dejarse caer en el suelo boca arriba.

         Quería gritar, pero no podía.

         Quería llorar, pero no podía.

         Simplemente se tapó las cavidades donde anteriormente tuvo ojos y guardó silencio.

         Siguió en esa posición hasta que no supo más de él.

        

         Chico Calavera recuperó la conciencia cuando sintió los rayos del sol que entraban por su ventana y le daban directamente sobre su pecho desnudo, provocándole una molesta sensación de ardor, abrió los ojos y se sintió momentáneamente enceguecido por la luz solar, por lo que subió sus manos para frotárselos, mientras sus labios musitaban un “Maldita sea”, producto de la desolación que aún sentía por lo ocurrido la noche anterior.

         De repente, empezó a reflexionar sobre lo que acababa de hacer; sus párpados se abrieron, su piel se quemaba, su boca articulaba palabras. Chico Calavera no lo podía creer.

Había vuelto a ser un humano normal.

Se levantó rápidamente para verse en el espejo y mientras contemplaba su reflejo, con sus manos comenzó a revisarse su cuerpo; ahí estaba su piel blanca, sus manos delgadas entre las cuales se marcaba el azul de sus venas; dirigió su mirada hacia su cara la cual también había regresado a la normalidad. Veía sus ojos, su nariz que se movía violentamente con cada respiración; su sonrisa traviesa y lo mejor de todo: el pelo rubio del cual se sentía tan orgulloso.

         Chico Calavera se dio cuenta que la vida le daba otra oportunidad y ahora no pensaba desaprovecharla. Arrancó todos los posters de esqueletos, sus playeras negras, colguijes macabros y los envolvió en una sábana, dentro de la cual también introdujo las velas utilizadas en el pasado conjuro y finalmente tomo el libro para mirarlo detenidamente; se decidió y lo arrojó con desprecio entre las demás cosas, todo lo cual pensaba tirar a la basura para jamás volver a saber nada de esqueletos y calaveras.

         ¡Qué preciosa sentía la vida!        

         Con una sonrisa en el rostro, decidió que era momento de disfrutar todo lo que había rechazado del mundo.

         Su sonrisa se hizo más amplia cuando recordó que las cosas siempre pueden ser peores:

 

         Antes de adquirir su gusto por las calaveras, sus criaturas más admiradas eran los zombis necrófagos.


domingo, 2 de agosto de 2020

SOMBRAS EN LA OSCURIDAD



            Espero que en esta casa me vaya mejor que en la anterior.

            Era bastante desagradable tener que soportar fiestas cada tercer día por parte de los propietarios, unos profesionistas que rondaban los treinta años de edad a quienes les encantaba reunirse con supuestos amigos a los que solo utilizaban como posibles clientes de su negocio de ventas.

            Lo que sucede es que por lo regular prefiero la tranquilidad, por lo que la música estridente, gritos de los invitados e incluso sus pleitos, llegaron a hartarme.

            Eso lo disfrutaba en el pasado.

            Cuando estaba vivo.

            Sí; porque actualmente soy un alma en pena que está condenada a compartir su extraña existencia rodeada de seres humanos que desgraciadamente, no saben aprovechar su vida.

            No me pregunten como llegué a esta situación porque ni yo mismo lo sé; lo único que recuerdo es que “desperté”, por decirlo de alguna manera, en una casa abandonada en la que habité durante mucho tiempo. ¿Cuánto? En mi condición el tiempo y el espacio son relativos y no se tiene conciencia de esos conceptos que tanto afligen a los vivos. Tengo algunos vagos recuerdos de mi vida en la Tierra, pero por más que devano mis sesos no encuentro el motivo por el cual no me fui al cielo o, incluso al infierno; tal vez cometí un crimen tan horrible que ni siquiera el Diablo me acepta en su reino.

            Como en la vida normal, en el inframundo también existen reglas; nadie me las dijo ni tengo un reglamento en mis transparentes manos, simplemente las sé. No podemos interactuar con los vivos a menos que se nos dé la orden. Todavía no entiendo ese aspecto, pues al principio me imaginaba que solo podía manifestarme en presencia de personas malvadas, pero en otras ocasiones he tenido contacto con gente común y corriente; ha habido ocasiones en las que sin que yo haga algo, algunas personas, principalmente niños, advierten de mi presencia. Recuerdo que cuando estaba vivo había escuchado historias de gente que tiene la facultad de comunicarse con los muertos; en el caso de los pequeños, ahora compruebo su nivel de percepción, pues en muchas ocasiones me han tomado como su “amigo imaginario”.

            Siguiendo con el inicio de mi historia, después de mucho tiempo de habitar la casa abandonada, me di cuenta con tristeza que unos hombres llegaron con la intención de derribarla; obviamente no me pidieron permiso por lo que en los días subsecuentes pude ver como la casa iba cayendo a pedazos hasta que de repente, aparecí en otro lugar. He estado en infinidad de casas, algunas grandes, otras pequeñas e incluso en otros países; los idiomas no son importantes, pues automáticamente puedo entender lo que la gente dice e incluso leer su escritura. Si de vivo hubiera tenido la oportunidad de transportarme a voluntad de un espacio físico a otro, entendiendo todo en su totalidad, hubiera sido maravilloso.

            Pero en estas circunstancias, nada de eso tiene importancia.

            En la mayoría de ocasiones en que he recibido la orden de hacerme presente, han sido cosas sencillas; produzco algunos sonidos extraños, muevo un poco los muebles o me materializo como una oscura sombra para pasar rápidamente detrás de alguna persona. Algunas veces las personas se han asustado hasta el grado de abandonar su morada, pero en otras, llegan a acostumbrarse a mi compañía, pues incluso han llegado a adoptarme, tomándome como un miembro más de la familia; eso me agrada, pues en esas situaciones ellos respetan mi espacio, mientras que yo solo realizo algunas manifestaciones inofensivas.

            Pero hubo otros momentos más extremos.

            Recuerdo con una insana satisfacción cuando estuve la casa de un tipo de aspecto siniestro y extremadamente solitario del cual al inicio no recibí orden de asustar, por lo que simplemente lo ignoré.

            Hasta que conocí sus sucios secretos.

            Salía por las noches a otra propiedad que también poseía y donde se dedicaba a torturar personas que previamente secuestraba; en cuanto recibí la orden, les juro que realicé mi tarea lo mejor que pude, pues encontré en nuestra casa un enorme baúl donde guardaba todos los “recuerdos” de sus fechorías, desde ropa, mechones de cabellos e incluso fotografías que se había sacado él mismo al momento de asesinar a sus pobres víctimas; con esa información en mis manos, pude aterrarlo haciéndole creer que eran los espíritus de las personas que había asesinado, los cuales ahora regresaban buscando venganza. El tipo, al borde de la locura, se fue corriendo a confesar todos sus crímenes a la policía.

            Todavía de vez en cuando recibo la orden de visitarlo en su celda.

 

            Esa es la existencia que llevo desde hace tanto que ya hasta me acostumbré a mi nueva condición.

            Sé que hay muchos más como yo, pero no tengo contacto con ellos, solo sé que existen.

            Y eso me hace sentirme extremadamente solo.

            Por eso me gusta acercarme a los niños, pues ellos, dentro de su inocencia me aceptan sin asustarse; esa es la única manera como me puedo comunicar con otros seres y agobiar un poco mi soledad.

            Por las noches en las que, por lo regular, la casa que habito se halla en competo silencio, me siento en medio de la oscuridad a reflexionar; si cometí un pecado tan grande que tengo que seguir así, me gustaría saber cuándo se va a terminar mi castigo; si, por el contrario, soy tan valioso que tengo que seguir en este “trabajo”, me gustaría saber cuándo me voy a jubilar.

            Desgraciadamente no hay quien me lo diga.

            A veces me siento tan cansado que si fuera un ser vivo, ya hubiera buscado la manera de irme de este mundo, pero dado que estoy atrapado entre dos dimensiones, no sé cómo escapar de esta prisión.

            Trato de evitar esos pensamientos deprimentes, explorando la nueva casa a la que he llegado actualmente; de momento no hay nadie, por lo que me imagino que sus ocupantes están de viaje; me encontré un documento en la mesa de la sala que tiene escrita la fecha del día siguiente, por lo que en poco tiempo conoceré a mis compañeros de convivencia.

            Espero que sean personas agradables.

 

            Finalmente conocí a mis compañeros de vivienda; es una señora joven llamada Margarita, la cual por lo que comenta es madre soltera, pero que gracias a su trabajo ha podido salir adelante. Por su parte su hija, una preadolescente de 12 años de edad llamada Erika, también se ve agradable al igual que su madre, pues se nota inmediatamente que se llevan bien y que se quieren mucho.

            Creo que aquí voy a estar a gusto.

            O al menos eso es lo que pensaba al principio.

            Durante el transcurso del día, los fantasmas también convivimos con los vivos, pero es tan ajetreada su forma de vida que no nos toman en cuenta; puedes cruzarte con alguno de nosotros en la calle, vernos asomarnos por las ventanas de las casas o incluso, puedes sentarte junto a nosotros en el transporte público.

            Nadie te asegura que la persona que te sonríe en la calle está viva.

            O muerta.

            Con todo, preferimos la noche, pues es cuando podemos vagar por las casas que habitamos o incluso en las grandes ciudades a nuestro entero placer; algunos han sido captados en fotografías o en videos; eso es debido a las órdenes que se les han dado o lo hacen simplemente para recordarle a los seres humanos que estamos ahí, entre las sombras.

            La mejor manera de entender la vida es saber que algún vas a morir.

            Desgraciadamente, la mayoría no se ha dado cuenta de eso y por eso destruyen sus propias vidas.

            En mi caso en particular, he empezado a congeniar con las mujeres que comparten su casa conmigo; me imaginaba que iba a ser así. Han comenzado a notar que hay algo raro en la casa a la que llegaron, pero lo toman con humor.

            No tardarán en hacerme sentir como si fuera parte de la familia.

            La vida de esta pequeña familia es tranquila, pues la señora Margarita se dedica principalmente a su trabajo y cuando está en la casa se ocupa en la limpieza de la misma, por lo que los pocos momentos libres que tiene, los dedica a Erika, llevándola a comer fuera o al cine; por parte de la niña, como cualquier chiquilla de su edad vive enfocada a sus estudios, pero sin dejar de lado su pequeño grupo de amigos quienes, al ser de la misma edad, conviven muy bien con ella. De hecho, su compañía es la que más me gusta, pues, por un lado, es el ser humano que más tiempo está en nuestra casa y por el otro lado, me acepta muy bien, pues después del poco temor que me tuvo al escuchar ruidos extraños en la casa, me considera una especie de confidente; platica conmigo todas las noches y aun cuando no puedo contestarle, me da mucho gusto notar que me toma en cuenta.

            Creo que he empezado a apreciarla, por lo que no me gustaría que nada cambiara mi actual situación.

            Pero los vivos son impredecibles, por lo que las cosas desgraciadamente cambiaron.

 

            Como la señora Margarita tiene muy bonita apariencia, no le falta compañía masculina, hasta que en una ocasión comenzó a incluir en sus conversaciones un nombre en particular, por lo que su hija y yo nos dimos cuenta que había una relación en puerta, cosa que confirmamos días después cuando su mamá comentó que estaba enamorada. Erika inmediatamente la felicitó, pero noté un brillo extraño en su mirada lo cual al principio achaqué a los normales celos que tienen los niños acerca del afecto de sus padres, cuando consiguen una nueva pareja.

            Después pude darme cuenta del verdadero motivo.

            A los dos días de la noticia romántica, la señora anunció que llevaría a su nueva pareja a cenar a la casa, por lo que le recomendaba a su hija que se esmerara en tratarlo bien, pues según ella, “esto era el inicio de algo hermoso”.

            La chiquilla se arregló lo más que pudo para dar una buena imagen al compañero de su mamá y cuando estaba terminando de peinarse en su habitación, escucho la voz de la señora Margarita llamándola; inmediatamente los dos salimos de su recámara para conocer al recién llegado y cuando lo vimos, estoy seguro que pensamos lo mismo.

            Su apariencia era aterradora.

            No me refiero a su vestimenta, pues estaba pulcramente vestido con un traje de diseñador que le sentaba perfectamente a su atlética figura; su cabello tenía un corte impecable que adornaba su atractivo rostro y cuando se movió con una sonrisa que mostraba su blanca dentadura, el ambiente se llenó con el suave aroma de una fina loción.

            No; no era su físico lo que daba miedo.

            Era su mirada.

            Como he dicho antes, las personas, hasta antes de llegar a la adolescencia, son muy perceptibles, pues pueden notar cosas que los adultos no. El problema es que no siempre saben interpretar lo que perciben, por lo que pueden caer en situaciones de riesgo sin darse cuenta.

            En este caso, al parecer Erika sí se dio cuenta, pues inmediatamente se quedó congelada al pie de la escalera contemplando al recién llegado, mientras yo me acercaba a él para poder analizarlo más a fondo.

            A pesar de su atrayente apariencia, sus ojos dejaban ver una maldad que parecía salir desde el mismo fondo de su alma; parecía como una serpiente la cual, puede parecer fascinante e incluso hermosa, pero no por eso deja de ser extremadamente peligrosa.

            Y en este caso, así era.

            Erika, animada por su mamá, se acercó al hombre y le estiró su pequeña mano para saludarlo, cosa que aprovechó el hombre para envolverla en un fuerte abrazo, el cual se me figuró como cuando un animal aprisiona su presa hasta saciarse de ella.

            La niña se separó de forma incómoda, mostrando un rictus de repulsión, el cual solo yo noté, mientras la señora se deshacía en adulaciones hacia el nuevo visitante.

Pasaron los tres a la mesa, siempre seguidos por mí, pues en el ambiente sentía un ambiente de diabólico peligro que me hacía sentir una opresión en el pecho, cosa prácticamente increíble, pues desde que estaba muerto, jamás había sentido algo así.

En cuanto la chica terminó sus alimentos, inmediatamente le pidió permiso a la señora Margarita para retirarse, quien le contestó de manera distraída, por lo que la chiquilla corrió escaleras arriba para refugiarse en su recámara, dejando a los enamorados a solas en la sala.

Yo me quedé contemplando la amorosa escena, tratando de obtener más datos del extraño hombre, pero por más que lo intentaba, no recibía ninguna señal.

Preferí dejar el examen para después y me retiré, pensando que después de todo, en su afán de no estar sola y suplir la falta de padre de Erika, la señora Margarita se la pasaba buscando compañía masculina ocasionando que ninguna de sus relaciones durara, por lo que lo más probable era que esta tampoco lo hiciera.

Pero estaba equivocado.

 

Alan, como se llamaba el sujeto, se volvió asiduo a nuestra casa, por lo que casi no había noche en que no llevara a la señora Margarita de regreso y pasara a cenar o por lo menos quedarse un par de horas, sin olvidar nunca de llevar un pequeño presente para Erika, quien lo aceptaba por educación, pero en cuanto entraba a su recámara, arrojaba el objeto en una caja que tenía en su armario, para jamás volver a tocarlo.

La niña presentía algo, pues evitaba en lo posible la compañía y el contacto con tan repulsivo hombre y cuando éste, falsamente interesado por sus actividades y aficiones le preguntaba algo, ella solo contestaba con monosílabos.

Yo esperaba pacientemente a que el nuevo noviazgo de la señora terminara, pero no había ninguna señal de ello; al contrario, en una ocasión, él soltó un par de palabras enigmáticas acerca de tener un futuro juntos que ocasionaron que a la ingenua mujer se le llenaran los ojos de lágrimas por lo que lo abrazó agradecida de que considerara la idea de cumplir sus sueños de tener una familia completa.

Lo único que me consolaba era el hecho de no haber recibido alguna orden de provocar manifestaciones paranormales, por lo que consideraba que tal vez, después de todo, el tipo era sincero en sus intenciones.

Pero Erika no pensaba lo mismo.

En una ocasión en la cual, cambié de lugar los audífonos de su celular como broma, ella se dio cuenta que no estaban en su lugar de origen y simplemente sonrió.

Y me habló:

-Sé que estás ahí; no sé quién o que seas, pero no creo que seas algo malo-.

Escuchaba atentamente sin provocar ningún movimiento, dejando que siguiera hablando.

-Me imagino que te das cuenta de todo lo que sucede en esta casa; a pesar de que tengo mis dos mejores amigas, a ninguna de ella le he contado de ti y sé que mi mamá tampoco lo ha hecho-. Sonrió traviesa y prosiguió. –Pensarían que estamos locas ¿Verdad?, pero ni siquiera a ellas les he contado lo que te voy a decir-.

Me quedé a la expectativa, hasta que ella borró la sonrisa de su hermoso rostro y dijo gravemente:

-El nuevo novio de mi mamá me da miedo-.

Aun cuando sabía del recelo de la chica hacia el desagradable sujeto, no dejé de sentir angustia dentro de mí por sus palabras; ella volvió a sonreír y preguntó:

-¿Crees que estoy equivocada?-.

Al escuchar esto último, lo único que se me ocurrió fue tocar un collar que tenía colgado en la pared frente a ella y lo moví hacia los lados.

Ella dijo preocupada:

-Sí; sabía que pensabas lo mismo-.

Y se metió entre las frazadas de su cama para intentar dormir.

Toda la noche me la pasé como de costumbre, vagando por toda la casa, pero sin importar donde estuviera, mi mente regresaba a las palabras de Erika; entendía su angustia y me inquietaba pensar en esa situación.

Y había algo más.

Todavía no había recibido la orden de intervenir.

Eso me confundía pues, o era una situación inofensiva o algo mucho más horrendo.

Erika estaba condenada.

 

Dos días después de mi contacto con la chica, la señora Margarita le dijo que iba a ir con Alan a una fiesta, por lo que iba a regresar tarde a lo que ella simplemente le contestó con un resignado “está bien”; después de escuchar las indicaciones de seguridad de la casa, la señora se fue muy alegre a trabajar, dejando a Erika desayunando. Una vez que terminó se dirigió a la puerta, pero antes de salir, dijo alegremente al aire:

-¡Me voy; cuidas la casa y no hagas fiestas mientras no estemos!-.

Y emitiendo sonoras risotadas abandonó el lugar.

Me sentí contento de que me hubiera dicho lo anterior, por lo que traté de quedarme en paz.

El problema era que mientras más transcurrían las horas, en mi interior crecía una angustia indescriptible, como si presintiera que la conclusión de todo se acercara; daba de vueltas por todo el lugar, pero la pesadumbre que me embargaba se negaba a abandonarme.

Ni siquiera me sentí mejor cuando regresó la niña a media tarde; comió y se dedicó a ver videos musicales por horas, tratando de imitar los pasos que veía en la pantalla de su computadora mientras yo la contemplaba embelesado, pues no podía creer que alguien quisiera hacerle daño a una criatura tan agradable e inocente como la jovencita que ahora se movía al compás de la música.

Algo de ella me era familiar, pero no sabía por qué, pues como no podía recordar mi vida pasada, esos pensamientos eran como sueños dentro de mí.

Una vez que la chiquilla se cansó de tanto bailar, se metió al baño para ponerse su pijama y se metió a su cama para dormir, por lo que yo bajé a la sala a esperar a la señora Margarita y verificar que todo había salido bien.

Nunca me imaginé lo que vi a continuación.

Cuando estaban por dar las dos de la madrugada, entraron ambos; ella venía caminando titubeante por lo que noté con espanto que estaba tomada. Sabía que no acostumbraba el alcohol, por lo que por muy mínima que hubiera sido la cantidad consumida, era suficiente para debilitarla.

Mientras Alan por su parte, se veía completamente consciente y lo peor de todo:

Tenía una sonrisa malévola en su cara.

Dejó a la señora Margarita en el sofá y salió para regresar a los pocos minutos con una extraña maleta negra de dónde sacó una pequeña botella cuyo contenido vació en un vaso para dárselo a beber a su novia, la cual, al sentir el repugnante sabor, le preguntó somnolienta:

-¿Qué me estás dando?-.

Él contestó tranquilamente:

-No te preocupes; es una bebida que te va a reanimar-.

Y en cuanto la joven señora bebió, quedó completamente noqueada.

Una vez que Alán comprobó que su nueva pareja estaba fuera de combate, comenzó a soltar insanas risotadas y se dirigió escaleras arriba.

Inmediatamente entendí.

Iba a abusar de Erika.

Lo seguí rápidamente intentando desesperadamente recibir alguna señal de ataque, pero nada ocurría, por lo que sentí como la desesperación se apoderaba de mí y más cuando el tipo se paró frente a la puerta de Erika para abrir suavemente la puerta; intenté adelantarme para mover algún objeto a fin de alertar a la chica, pero con horror noté que no podía lograrlo, por lo que no me quedó más que ser mudo espectador de lo que Alan pretendía, pues de entre sus ropas sacó una larga cuerda y en cuanto llegó a la cama de la chiquilla inmediatamente tapó su boca con una de sus enormes manos y ella, al sentir el violento contacto, abrió los ojos asustada.

La volteó boca abajo casi sentándose sobre de ella, sacó un pañuelo y se lo amarró en la boca con él, para ahogar sus gritos mientras ella intentaba patalear con todas sus fuerzas inútilmente; después, con la cuerda le amarró los brazos y se la echó en los hombros.

Esto último me confundió pues pensaba que, si iba a abusar de ella, lo más lógico era hacerlo ahí mismo.

Tal vez no era un abusador, sino un secuestrador.

¿Pero entonces, que le iba a decir a Margarita cuando se despertara?

Al parecer, no pensaba matar a la señora, pues ya lo hubiera hecho.

A menos que pensara secuestrar a las dos.

Pensaba en todo eso mientras los seguía escaleras abajo, escuchando con angustia los ahogados gemidos de la asustada niña.

Una vez que llegaron a la sala, la depositó descuidadamente en uno de los sillones y jalando su mochila sacó una serie de objetos extraños, tales como velas, figuras de cerámica, un libro antiguo y un enorme cuchillo.

En cuanto los dejó en el suelo, comenzó a desnudarse hasta quedarse en calzoncillos, mostrando en su musculoso torso unas palabras escritas en idioma extraño tatuadas a lo largo y ancho de su dermis.

Algo dentro de mí me indició que dichas palabras eran tan horrendas que ningún ser humano se atrevería a pronunciarlas, de lo mágicas y poderosas que eran.

Ahora lo tenía todo claro.

Alan era un adorador del Diablo.

E iba a realizar un sacrificio en honor al demonio.

Iba a sacrificar a Erika.

El macabro sujeto aventó la mesa del comedor hacia un lado de la habitación y en el desnudo suelo dibujó un enorme pentagrama con un polvo oscuro que sacó de su mochila, mientras yo pensaba desesperadamente que podía hacer para ayudar a las cautivas mujeres.

Pero aún faltaba algo más.

Estaba ensimismado en mis angustiados pensamientos, cuando Alan dijo tranquilamente:

-Espero que te guste el espectáculo que estás a punto de presenciar-.

No entendía a quien le hablaba, hasta que él continuó:

-Sí; te habló a ti, al ánima que habita esta casa-.

Me quedé estupefacto, escuchando sus palabras.

El añadió:

-¿Creíste que no me había dado cuenta de tu presencia? Tengo poderes de los que jamás te hablaron-.

Y riendo burlonamente, finalizó:

            -Sé que eres un alma pura, pero desgraciadamente no hay nada que puedas hacer-.

            La furia se apoderó de mí, pero antes de que pensara en hacer algo, Alan sacó una figura de cerámica de su mochila que asemejaba a un horrendo demonio y la depositó en el suelo; en cuanto el horrible objeto tocó el piso, una extraña debilidad me atacó por lo que me desvanecí en el suelo.

            Él sonrió y dijo:

            -Puedes ver, pero no participar-.

            Tomo el libro entre sus manos y comenzó a recitar lo que contenía, provocando que dos enromes sombras aparecieran en la estancia, mientras se escuchaba un coro infernal de lamentos que anticipaban lo que estaba por venir.

            Las sombras se acercaron y tomaron a Erika entre sus manos para quitarle las cuerdas y acostarla en el centro del círculo; Alan, sin dejar de leer en voz alta las palabras escritas en idioma antiguo, tomó el lago cuchillo y se inclinó sobre la niña, quien lloraba desesperadamente.

            Y yo seguía sin recibir ninguna orden.

            Sentía como una profunda tristeza me invadía, pues ahora pensaba que en realidad no era Dios quien me había puesto en esta dimensión, entre los vivos y los muertos.

            Era el mismo Diablo quien me había mandado aquí para ser parte de este malévolo aquelarre.

            Tal vez había sido una persona tan perversa cuando estaba vivo, que este era mi castigo.

            Me iba a ir al infierno junto con mi querida Erika.

            Alan iba bajando lentamente más y más el arma hacia el pecho de la chiquilla, quien no dejaba de patalear, hasta que ocurrió lo inesperado.

            La niña alcanzó a ver la figura del demonio que me tenía atado al suelo y con un brillo de esperanza en los ojos, lo pateó.

La figura estallo en mil pedazos.

            Sentí como poco a poco recuperaba mis fuerzas.

            Y entonces me abalancé sobre del adorador del demonio.

            No había recibido ninguna orden, por lo que fue mi furia interior la que me permitió arrojarme sobre del diabólico sujeto cayendo los dos al suelo, luchando por el cuchillo.

            Alan, completamente sorprendido, forcejeó conmigo, pero sin soltar el cuchillo, por lo que lo enterró en mi figura; no me podía matar pues yo ya estaba muerto, pero cada cuchillada me provocaba un dolor tan fuerte como si estuviera vivo, minando mis nacientes fuerzas.

            Del techo descendieron dos demonios más para auxiliarlo, por lo que me di cuenta que tenía poco tiempo para actuar, por lo que en medio del atroz dolor que sentía, tomé el cuchillo por la hoja volteándolo para clavarlo en el pecho de mi enemigo.

            El satánico engendro, al sentir como se le hundía el cuchillo, mostró una cara sorprendida, la cual dio pie a dejar de luchar y al soltarme, su cuerpo cayó pesadamente al suelo.

            Las sombras que tenían aprisionada a Erika la liberaron acercándose lentamente a nosotros y cuando el alma de Alan abandonó su cadáver, me contempló asustado exclamando:

            -¡Ayúdame; me dijeron que si no completaba el sacrificio me condenarían al infierno!-.

            Yo simplemente lo ignoré, viendo tranquilamente como las sombras lo tomaban entre sus siniestros brazos y se lo llevaban hacia la oscuridad de la habitación, en medio de los espeluznantes gritos de Alan.

            Miré a donde había caído su cuerpo y pude notar que ahí solo quedaba un humeante montón de cenizas.

            Seguía yo en el suelo, tratando de recuperarme de la impresión, cuando recordé a las mujeres; volteé hacia el sofá y vi que las dos estaban abrazadas, pues Margarita ya se había recuperado de su inconciencia.

            Ambas me miraban fijamente.

            Fue Margarita la que exclamó:

            -Así que tú eres el ánima que habita nuestra casa-.

            Ante de pensarlo, respondí sorprendido de escuchar mi gutural voz:

            -Sí; soy yo-.

            Erika me veía con mirada llena de admiración, que me enterneció hasta lo más profundo y me dijo:

            -Sabía que eras un alma buena-.

            Le sonreí, confundido porque los vivos me pudieran ver; anteriormente ni siquiera yo podía hacerlo, pues movía todas mis extremidades y caminaba, pero no podía ver ninguna parte de mi cuerpo. Ahora, volteé hacia abajo y me daba cuenta que tenía una apariencia semitransparente; contemplé los largos y delgados dedos de mis manos y entonces violentamente lo recordé todo.

            Toda mi vida pasada.

            Como una película en cámara rápida, pasaron por mi mente sucesos de mi existencia; mi niñez, mi adolescencia, cuando me casé, como morí y el dolor de perder a mi familia cuando ocurrió.

            Y lo más importante.

            Tenía una hija de la edad de Erika.

            Me levanté pesadamente y me dirigí a las mujeres que seguían viéndome con afecto.

La niña me preguntó:

-¿Y ahora que va a pasar?-.

Pero antes de que le contestara, noté algo extraño en el techo de la casa.

Les dije:

-No lo sé; pues estoy viendo una luz arriba que me atrae hacia ella-.

Erika dijo emocionada:

-¡Debe ser la luz blanca que te va a llevar al cielo; te lo ganaste por habernos ayudado!-.

Yo contesté confundido:

-La luz no es blanca; es de un color como jamás había visto-.

Margarita dijo seria:

-¿Vas a ir hacia allá?-.

Yo solo exclamé:

-Sea a donde sea que me lleve, tengo que ir-.

Y comencé a caminar hacia el extraño fenómeno; solo alcancé a voltear para decirles:

-Les deseo toda la felicidad del mundo-.

Cuando caminaba hacia la luz, me asaltó una duda que me hizo detenerme:

¿Y si no era el cielo? A pesar de lo sucedido, había violado la ley, pues no había recibido la orden de interferir en la vida terrenal.

Tal vez era la entrada al infierno donde me esperaba mi castigo por haber desobedecido.

Sentía como si lágrimas corrieran por mi cara, pensando que después de todo, el diablo no se había olvidado de mí.

Entonces, suspirando profundamente levanté mi cabeza en todo lo alto para caminar decididamente.

Lo que hubiera detrás de la luz, estaba dispuesto a enfrentarlo.

Había salvado una vida.

Eso es lo único que de verdad importa.