domingo, 25 de noviembre de 2018

LA VELA DE LA VIDA


         En la mayoría de los poblados que se ubican en el sur de México todavía se manejan antiguas creencias que han perdurado a través del paso de los tiempos rebasando las generaciones de sus habitantes las cuales, a pesar de vivir de forma más moderna que sus antecesores, por costumbre y afecto a sus antepasados o incluso por miedo, siguen practicando y respetando.
         En este sentido, en lo más recóndito de la sierra de Oaxaca se encuentra San Pedro del Maíz, un asentamiento humano de aproximadamente 300 años de antigüedad. Los pobladores no tienen mucho contacto con la civilización como tal, pues dedicados a la agricultura, solo van a las ciudades a vender sus productos así como s conseguir lo más esencial para su subsistencia como ropa, zapatos, jabón y alimentos que no cultivan en sus tierras.
         Hace apenas unas décadas el gobierno les llevó instalaciones eléctricas para darles luz y les pavimentó sus calles, construyendo las respectivas banquetas; aún así la gente, principalmente los más ancianos, prefieren vivir como sus ancestros; esto es, siguen creyendo en mitos y leyendas propias del lugar.
         Con todo, con el paso del tiempo fueron llegando nuevos habitantes, como don Alberto, quien al sentirse abrumado por el ajetreo propio de las grandes ciudades llegó a vivir a San Pedro poniendo una tienda en la calle principal; con el paso del tiempo se encariñó de una lugareña, de la cual se hizo su esposo.
         En los días actuales dicho tendero se encontraba feliz pues hace apenas unas semanas que había nacido su primogénito a quien puso de nombre Sergio. Don Alberto era católico como la mayoría de los habitantes del pueblo por lo que llevó a bautizar a su pequeño a la parroquia del lugar, ceremonia seguida de una fastuosa fiesta, pero conocedor de las tradiciones de la familia de su mujer, cuando ésta le solicitó que su hijo también debía ser bautizado conforme a la costumbre local, el citadino aceptó.
         El antiguo rito se llevaba a cabo en una de las cuevas más grandes que circundaban al poblado hacia donde se dirigieron la mayoría de los vecinos para acompañar a don Alberto y su familia. El interior de la cueva se encontraba adornado con pinturas elaboradas a base de pintura de origen natural, mostrando grotescas figuras que parecían danzar bajo la luz de enormes cirios blancos que marcaban el camino hacia el fondo del lugar. Los ancianos, a diferencia de los más jóvenes iban vestidos con la indumentaria perteneciente a la etnia indígena a la cual pertenecían, mientras el tendero contemplaba todo el suceso con curiosidad y un ligero aire de respeto y temor.
         La persona que oficiaba la ceremonia era don Cuco, vecino muy respetado, quien a sus noventa años, era el chamán al cual acudía mucha de la gente para poder ser curado de algún mal o incluso en busca de consejo; éste comenzó con el evento hablándoles a los presentes en un dialecto antiguo mientras cargaba al pequeño Sergio, el cual se revolvía inquieto entre sus brazos.
         Después de varios episodios solemnes, dentro de los cuales les entregaba a los padres del pequeño un trozo de madera adornado con flores del lugar e inscripciones extrañas, el viejo brujo sacó una vela roja de aproximadamente treinta centímetros de largo para proceder a encenderla en medio de cánticos y dejó caer un par de gotas del caliente líquido en la frente del pequeño, quien asustado comenzó a llorar, para preocupación de don Alberto. Éste último se sintió aliviado cuando don Cuco volvió a hablar en español; éste apagó la vela y se dirigió a los padres del recién bautizado para decirles que la ceremonia había terminado y que el nombre del niño era Tech. Cuando el tendero pensó que lo más extraño había pasado, el chamán les dijo que la vela que había utilizado para bautizar a Tech había sido enviada por sus antepasados muertos, quienes desde el más allá velarían por la seguridad del niño con la condición de que Tech siempre debía de cuidar la vela y que por ningún motivo debería ser encendida; cuando don Alberto le preguntó qué pasaría si se desobedeciera dicha orden, don Cuco simplemente dijo:
         “Los muertos vendrán para llevárselo”.
         Después de la comilona que ofrecieron los papás de Sergio a la cual acudió todo el pueblo, don Alberto estaba guardando la ropa ceremonial de su hijo, cuando se encontró con la vela roja; la miró detenidamente sintiendo como un escalofrió subía por su espalda. La contempló largo rato e incluso pensó en la posibilidad de comprobar las palabras de don Cuco y encenderla, pero se dio cuenta que era preferible no tentar las creencias así que la guardó.
         Comprobar si lo que dijo el chamán era cierto, le correspondería a Tech.

         Sergio creció como cualquier niño normal pues se comportaba de forma traviesa teniendo los lógicos accidentes que sufren todos los niños, pero jamás estuvo en peligro de muerte; don Alberto muchas veces se preguntó si eso era debido a la inteligencia con la cual había nacido su hijo o si definitivamente, los muertos lo cuidaban por medio de la vela roja, cual tenía especialmente guardada en una caja de madera en el fondo de su armario.
         Como todos los poblados de la región, San Pedro del Maíz solo contaba con primaria y secundaria, por lo que para que Sergio estudiara la preparatoria, don Alberto decidió mandarlo con un hermano a la ciudad de Oaxaca para dolor de su esposa, quien en el fondo entendía que si quería un buen futuro para su muchacho debía dejarlo ir.
         Sergio partió en medio de abrazos de su padre y sollozos y recomendaciones interminables de su madre y cuando estaba a punto de subirse a la camioneta de su vecino don Mario, quien se había ofrecido a llevarlo a la ciudad, el tendero se acercó a Sergio y le dijo:
         -Tech, no te olvides de llevar lo más importante-.
         Sergio sabía que su padre solo lo llamaba con su nombre indígena cuando le hablaba de forma seria, a diferencia de su madre, quien utilizaba dicho vocablo cuando estaba contenta con él; volteó a ver a su padre y le preguntó respetuosamente:
         -Pero si ya lo llevo todo ¿Qué se me olvida?-.
         Don Alberto saco un morral de lona y sacó una vieja caja de madera de donde extrajo una vela roja y simplemente le dijo:
         -Tu vela-.
         En cuanto la sacó, don Mario de forma respetuosa se quitó el sombrero y agachando la mirada dijo un par de palabras en lengua antigua, mientras don Alberto volvía a guardar el cirio y se lo daba a su hijo, quien solo dijo:
         -Gracias papá-.
         Éste último le contestó:
         -Recuerda lo que te dijimos al respecto de esto, no lo vayas a olvidar nunca-.
         Sergio dijo con tono paciente y ligero aire de fastidio:
         -Si papá, prometo recordarlo todo-.
Y se subió a la camioneta.

         Sergio iba sentado en el asiento de la camioneta con el morral de su vela en el regazo; debido al silencio que el adolescente mostraba, don Mario le comentó:
         -No crees en la tradición de la vela ¿Eh muchacho?-.
         Sergio exclamó incómodo:
         -Es que no entiendo como en estos tiempos todavía haya gente que crea en ese tipo de cosas-.
         Don Mario contestó con otra pregunta:
-¿Por qué crees que en el pueblo nadie se muere de manera accidental?-.
         Sergio no se inmutó y dijo:
         -Hace dos semanas se murió doña Juanita-.
         Don Mario insistió:
         -Sí, pero hay que tomar en cuenta que la señora ya tenía ochenta y dos años-.
         Y se persignó.
         Entonces Tech afirmó con tono triunfal:
         -Pero de todos modos se murió; si lo de la vela fuera cierto, todos vivirían para siempre-.
         Don Mario, sin quitar la mirada del camino replicó:
         -Puede ser, pero hay una verdad universal que no has tomado en cuenta:
         Tech preguntó curioso:
         -¿Qué?-.
         Don Mario volteó a verlo y de forma enigmática dijo:
         -Que en este mundo nadie vive para siempre-.
         Y ambos guardaron silencio el resto del viaje.

         Tech se adaptó fácilmente a su nuevo estilo de vida, pues su rutina se limitaba a ir a la escuela, sacar buenas calificaciones y obedecer a sus tíos, los cuales no lo presionaban demasiado, sino que simplemente cuidaban que se levantara para ir a clases, tenerle ropa y comida lista y evitar que tuviera malas compañías; en cuanto a esto último, al principio el chico se sintió un poco solo pues extrañaba a sus antiguos amigos y a su familia, pero todos los fines de semana hablaba por teléfono con sus padres para que no se preocupara por él. En cuanto a amistades, al principio no se acercaba demasiado a los demás, pero con el paso del tiempo pudo entablar conversación con algunos chicos y chicas de su colegio, los cuales al escuchar que venía de un pueblo alejado de la civilización, al principio lo veían con recelo, pero al darse cuenta que se vestía y hablaba como ellos, no le dieron gran importancia a su origen. Eran esas ocasiones en las cuales Tech agradecía que su padre, antiguo hombre de ciudad, siempre lo educara de tal manera que el joven se podía desenvolver fácilmente fuera de su lugar de nacimiento.
         Sin embargo, como siempre ocurre, había un grupo de jóvenes quienes al tener una alta posición económica, menospreciaban a los demás por considerarlos poca cosa; en este sentido, la familia de Tech tenían tanto o más dinero que esos muchachos arrogantes, debido a que don Alberto, al ser dueño de la única tienda en San Pedro y a que contaba con mercancía que solo él vendía, había hecho una muy buena fortuna, pero jamás le fomentó a Tech la arrogancia de sentirse más que sus vecinos, por lo que el muchacho no entendía como podían haber personas que a la menor provocación sacaran a relucir el dinero de sus padres.
         En el fondo, como cualquier joven de su edad, Tech tenía la ilusión de pertenecer a ese selecto grupo de amistades, a pesar de las advertencias de sus mejores amigos: Mario, quien se sentaba a su lado en las clases y por lo consiguiente inmediatamente hizo amistad con él y Samantha, quien al conocer al joven y darse cuenta que no era mal parecido, también se hizo su amigal, debido principalmente a que secretamente estaba enamorada de él.
         En una ocasión en que el oriundo de San Pedro del Maíz estaba como de costumbre, pasando el tiempo en los jardines de la preparatoria acompañado de Mario y Samantha, vio que se acercaron los niños ricos para molestarlo; cuando llegaron frente a él, el líder  de ellos, llamado Miguel comenzó con su broma favorita:
         -¿Qué pasó Sergio, cuando nos invitas a tu pueblo para que nos enseñes a ordeñar tus vacas?-.
         Mientras sus compinches comenzaban a reír Tech, quien en el fondo no deseaba enemistarse con esos chicos, contestó tranquilamente:
         -Nosotros no tenemos ganado, pues como ya les he dicho anteriormente, nos dedicamos al comercio-.
         Otro chico quiso participar en la burla y dijo con cara inocente:
         -¿Comercio con las vacas?-.
         Todos sus compañeros soltaron la carcajada, mientras Miguel, para defenderlo dijo:
         -Pues solamente que te refieras a las vacas de tu familia, ¿Cuánto pesa tu mamá?-.
         Los desagradables visitantes inmediatamente dejaron de reír mientras Miguel tomaba a Mario por el cuello de su playera y le reclamaba:
         -¡A ti no te estamos hablando, maldito muerto de hambre!-.
         Tech intervino tratando de conciliar la situación:
         -Bueno, ya está bien; miren ¿Qué les parece si compramos unas pizzas y nos vamos a comerlas a mi casa? Bueno, a la casa de mis tíos-.
         Todos quedaron en silencio, sorprendidos de las palabras del joven y entonces Miguel dijo:
         -Pues vamos; de todos modos no tenemos nada que hacer-.
         Cuando sus compañeros de Miguel lo miraron interrogantes, él simplemente les hizo una discreta seña.
         Y se dirigieron hacia la casa de los tíos de Tech.

         Cuando estaban en el establecimiento de pizzas que quedaba a una cuadra de la casa de los tíos de Tech, y mientras Miguel y sus amigos se quedaban adentro hablando tonterías, Samantha y Mario jalaron a su amigo y le dijeron en voz baja:
         -¿Estás seguro de lo que estás haciendo?-. Preguntó Samantha.
         Tech dijo tranquilamente:
         -Pues sí; ¿No dicen que es mejor hacer amigos que enemigos?-.
         Mario exclamó preocupado:
         -Sí, pero con estos animales nunca se sabe; además, ¿No dices que ahorita no están tus tíos? ¿Qué pasa si causan destrozos en tu casa?-.
         Tech contestó con tono seguro:
         -No te preocupes, creo que podré controlarlos; además, no compramos alcohol-.
         Sus amigos ya no añadieron nada, pero en el fondo seguían preocupados.
         Llegaron a la casa de los tíos de Tech y cuando los arrogantes chicos supieron que aquellos no se encontraron se alegraron sobremanera y para sorpresa de Samantha y Mario, todos sacaron de sus morrales varios botellas de cerveza, las cuales inmediatamente destaparon para comenzar a consumir su contenido de forma ruidosa.
Mario simplemente volteó a ver a Tech con una mirada que decía: “Te lo dije”.
         Pero Tech decidió no darle importancia al hecho y cuando le pasaron la botella le dio un largo sorbo; él jamás había tomado, pero en el fondo sabía que no debía de excederse pues había visto los efectos del alcohol en las personas de su pueblo las cuales, cuando eran los días del festejo de San Pedro, tomaban hasta perderse, llegando a realizar acciones ridículas e incluso peligrosas.
         Mientras, Samantha y Mario decidieron imitarlo, pero como sabían de las “hazañas” de Miguel y sus amigos, trataron de tomar lo menos que podían.
         Con el paso de las horas, Miguel y sus amigos se encontraban completamente ebrios, riendo histéricamente de cualquier tontería que hacían; Tech, a pesar tratar de controlarse, llegó un momento en que el alcohol comenzó a afectarle por lo que comenzó a presumir del dinero de su papá, para preocupación de sus amigos, quienes lo miraban sorprendidos.
         En eso Miguel le dijo al joven:
         -A ver Sergio, yo sé que en esos pueblos se cuentan muchas historias de fantasmas que los indios del lugar creen que son ciertas. –Le dio un trago a una cerveza y prosiguió-. Nosotros sabemos que son historias para gente primitiva, pero aun así platícanos una de esa historias.
         Tech, sintiéndose importante se dedicó la siguiente media hora a narrarles la ceremonia de su bautizo, incluyendo el episodio de la vela roja.
         Todos lo escucharon en silencio y cuando terminó su relato, Miguel y todos sus amigos estallaron en carcajadas para disgusto de Tech, quien solo los contemplaba en silencio, hasta que Miguel hizo un ademán para que los demás se callaran y dijo en tono de burla:
         -Muy bien mi querido “Tech”. –Abrazó al joven y volteando a ver a sus compinches con una risa de desprecio en su rostro continuó-. ¿Podemos ver la dichosa vela?
         Mario volteó a ver a su amigo y preocupado le hizo un gesto negativo con la cabeza, pero éste lo ignoró y dijo tranquilamente:
         -Claro, la voy a sacar-.
         Se dirigió a su habitación y regresó con la caja de manera que contenía el cirio; puso el compartimento en la mesa y todos inmediatamente rodearon la caja y cuando Tech la abrió, acercaron sus cabezas empujándose unos a otros para ver el contenido.
         Tech sacó la larga y polvosa vela y mientras Miguel se la arrebataba de las manos, sus amigos lanzaban exclamaciones de desilusión por lo que el ebrio chico dijo:
         -¿Esta es la vela que te protege? yo pensé que era algo más espectacular; me imaginaba que cuando la sacaras iban a desatarse todas las fuerzas del infierno, pero esta es una vela común y corriente-.
         Otro de los borrachos reclamó:
         -Yo creo que nos estás mintiendo-.
         Pero Tech contestó:
         -¡No!, les estoy diciendo la verdad; esta vela es la que me protege-.
         Todos se quedaron en silencio, mientras Miguel quien no soltaba la vela, comenzó a reír diabólicamente y le preguntó:
         -¿Así que si la enciendes los muertos te van a llevar con ellos?-.
         Todos abrieron los ojos sorprendidos, pues en el fondo ya esperaban la siguiente pregunta, la cual no tardó en llegar:
         -¿Qué les parece si lo comprobamos y la encendemos?-.
         Sus amigos inmediatamente gritaron afirmativamente, mientras Tech presa del pánico les gritaba:
         -¡No, no lo hagan! ¡No saben que es lo que va a pasar!-.
         Pero los amigos de Miguel ya habían tomado al joven por los brazos y ante la mirada aterrada de Samantha y Mario dejaron que el borracho muchacho sacara un encendedor dirigiéndola hacia el pabilo del cirio mientras decía burlonamente:
         -Después de todo: ¿Qué es lo peor que puede pasar?-.
Y mientras Tech forcejeaba con los otros chicos quienes no lo soltaban, Miguel activó el encendedor y lo acercó lentamente a la punta de la vela; al principio no se encendía pero después de unos segundos una flama comenzó a aparecer, primero de forma tímida y luego se elevó un par de centímetros hasta que alumbró de forma tan incandescente que Miguel asustado soltó la vela la cual cayó en medio de la mesa.
         Cuando el objeto fulgurante tocó la madera todo se oscureció mientras las caras de los asustados jóvenes eran alumbradas por la llamarada que ahora despedía el objeto de cera; en el techo de la habitación se iba formando una nube negra que comenzaba a descender por toda la estancia, formándose un sinfín de figuras fantasmagóricas que danzaban alrededor de los presentes en medio de canticos expresados por medio de gemidos laastimeros. Incluso Tech, a quien los compinches de Miguel ya habían soltado, se encontraba aterrado y mientras contemplaba el aterrador espectáculo, se dio cuenta que las historias que se contaban en su pueblo eran ciertas y que a pesar de que durante muchos años el mismo no las creyó, ahora se daba cuenta con pavor que en realidad la vela era la puerta de entrada de los muertos a este mundo.
         Cuando todos miraba petrificados la llama de la vela, comenzó a escucharse un ruido que iba creciendo más y más; como el lamento de un alma atormentada que quiere expresarle todo su dolor al mundo entero. Dicho sonido se volvió insoportable y repentinamente sonó un estallido que lanzó a todos los adolescentes a lo largo y ancho de la habitación.

         Todo quedó en silencio por algunos minutos.
         Poco a poco los chicos se fueron levantando del lugar donde habían caído; incluso la borrachera se les había disipado del susto que habían experimentado, cuando se acercaron a la mesa vieron con espanto que el lugar en donde había estado la vela roja, solo mostraba una aterradora sombra provocada por una quemadura. Inmediatamente voltearon a ver a Tech, quien para su sorpresa aún seguía con vida; Samantha suspiró aliviada abrazándolo frenéticamente y fue cuando alguien gritó:
         -¿Y Miguel dónde está?-.
         Voltearon hacia el suelo y todos gritaron de horror al ver al joven quien se hallaba inerte; tenía la superficie de todo el cuerpo carbonizada, los cabellos bancos y los ojos, que intactos miraban hacia el infinito.
         Tal parecía que los muertos en realidad sí habían venido por alguien.
         Pero no había sido por Tech.
        

EL CELULAR


         Juan tenía pensado comprarse un celular desde algunas semanas atrás; se encontraba muy molesto debido a que el último aparato que había poseído se lo habían robado en el transporte público. Reflexionaba, tal vez con justa razón, que no tenía caso comprarse un teléfono de alta categoría toda vez que el anterior, el cual le había costado varios miles de pesos, ahora lo estaría disfrutando el malandrín que se lo había quitado por la fuerza durante el robo; además, tomando en cuenta que no tenía contemplado un gasto así, decidió mejor comprar un celular usado. Investigó entre amigos y familiares buscando quien le vendiera un celular con al menos algunas de las características que él buscaba en un teléfono y que incluso, le eran necesarias para el trabajo de vendedor de una importante empresa de productos de limpieza. Desgraciadamente nadie de sus conocidos tenía planeado vender su teléfono.
         Pero la suerte de Juan estaba a punto de cambiar.
         Al ver que nadie de su entorno lo podía ayudar, decidió arriesgarse a comprar el celular con un desconocido, con el miedo obvio de que le fueran a ver la cara timándole el poco dinero con el que contaba o peor aún, que le vendieran un teléfono robado. Así las cosas, estuvo buscando en conocidas páginas de internet donde se anuncian productos usados a menor precio que los nuevos con la esperanza de encontrar algo de su agrado; buscaba y buscaba pero nada le llamaba la atención ya que los aparatos más baratos eran los más viejos o deteriorados y los que tenían lo que él buscaba, los ofrecían casi al precio de nuevos. Juan empezaba a desesperarse hasta que encontró el anuncio de un celular de una categoría más alta del que le habían robado, pero ofrecido casi a la cuarta parte de lo que él había pagado por el suyo; empezó a dudar de la seriedad del anuncio, pero algo dentro de él le dijo que debía confiar, por lo que marcó el número que había en el anuncio y esperó; cuando le contestaron sintió un poco de alivio al darse cuenta que la voz era la de una mujer de mediana edad, por lo que preguntó:
         -Hola buenas tardes, llamo por la oferta del celular que ofrecen ¿Todavía está disponible?-.
         La mujer le contestó suavemente e incluso con un ligero tono de melancolía:
         -Así es, todavía lo tengo; de hecho a pesar de que lo he ofrecido desde hace dos meses eres la primera persona que pregunta-.
         Juan pensó que la gente al ver las características y precio, pensaban lo mismo que él, que la oferta era un fraude, pero razonó que en todo caso, la señora no tenía la necesidad de hacerle ese comentario, por lo que siguió hablando con la vendedora:
         -Oiga, disculpe la pregunta pero, ¿El precio anunciado es el correcto? Es que se me hace demasiado barato-.
         La dama le contestó:
         -Entiendo tu desconfianza, es posible que por eso nadie más haya llamado; lo que pasa es que lo estoy vendiendo porque me trae malos recuerdos. –Hizo una pausa y continuó-. Pero para tu tranquilidad puedes venir a mi casa y probarlo, además de que te lo voy a dar con la nota de compra de la tienda donde lo adquirí-.
         El joven decidió seguir con la transacción por lo que acordó una cita para el día siguiente y verificar por sí mismo si la oferta era real.

         Juan iba de camino a comprar su posible nuevo celular acompañado de su novia Elizabeth; tal vez no era la mejor opción, pero por lo que había platicado con su futura vendedora, cada vez sentía menos temor de un posible fraude.
         Pero su chica no pensaba lo mismo, por lo que mientras el joven manejaba ella lo seguía cuestionando:
         -Pues no sé; a pesar de todo lo que me has dicho, suena demasiado fantástico que un celular de esas características te lo vendan a ese precio-.
         Juan dijo pacientemente:
         -Ya te dije que lo da a ese precio porque de plano se quiere deshacer de él debido a los malos recuerdos que le trae; además, la zona donde está la casa es más segura incluso que la colonia donde nosotros vivimos, así que no creo que haya problema alguno-.
         Su novia dijo con un tono de crítica:
         -Tú siempre viendo solo lo mejor de las personas. –Y añadió resignadamente-. En fin, veremos qué pasa-.
         Llegaron a la dirección que le habían dado a Juan e inmediatamente se dieron cuenta que la casa era de las más lujosas de la calle donde se encontraba, por lo que el joven cada vez se iba relajando más y más, mientras Elizabeth se sorprendía del tamaño de la casona, por lo que aun así reclamó:
         -¿Lo ves? Por el lujo de la casa dudo mucho que le interese vender su teléfono; esta gente cuando no quiere algo simplemente lo tira a la basura-.
         Juan contestó con una sonrisa:
         -Pues que me digan donde tiran su basura para ir a recogerlo-.
         Llegaron a la reja y tocaron mientras admiraban el cuidado jardín que poseía la casa y después de unos segundos la puerta principal se abrió saliendo una mujer quien al verlos se dirigió hacia ellos; los jóvenes se miraron sorprendidos, ya que la dama en cuestión era una señora ya casi rayando en los cuarenta con una belleza y distinción diga de admirarse, pero lo que más les llamó la atención fue el aire de tristeza que emanaba la dama, lo cual aunado a que su ropa aunque elegante, era completamente negra, les indicaba que esa persona había sufrido una cercana pérdida.
         La señora llegó a la reja e intentó sonreírles, pero solo le salió una mueca melancólica mientras los saludaba:
         -Hola chicos, me imagino que ustedes son los que vienen a comprar el celular-.
         Después de la sorpresa inicial, Juan le contestó:
         -Sí, ¿Usted es la señora Refugio?-.
         La aludida dijo:
         -Así es, pero pasen por favor para que puedan ver el teléfono-.
         Los jóvenes obedecieron y los tres entraron a la sala de la enorme casa dándose cuenta Juan y Elizabeth de que si por fuera se notaba el lujo, por dentro la casa era aún más impresionante, pues estaba amueblada con enseres que ellos solo habían visto en catálogos de tiendas de productos de diseñador; casi les dio pena sentarse en el enorme sofá donde les señaló doña Refugio para esperarla mientras ella iba por el celular.
         Mientras estaban sentados, ambos paseaban la mirada por la estancia, contemplando las esculturas y pinturas que adornaban la habitación, hasta que Elizabeth rompió el silencio diciendo:
         -Definitivamente esta casa suda dinero-.
         Juan reflexionó y comentó:
         -Pues sí, hay lujo desde el techo hasta el tapete de entrada-.
         La chica añadió:
         -¿No te gustaría vivir en un lugar así?-.
         El joven lo pensó unos instantes y contestó:
         -No sé; la casa está muy bonita pero si te das cuenta como que se respira un ambiente de infinita tristeza-.
         Ella analizó la respuesta y a su vez exclamó:
         -¿Si, verdad? Yo creo que a la señora se le murió alguien; su marido o alguien así y por eso anda de luto-.
         Juan iba a contestar cuando en eso regresó la señora Refugio con la caja del celular mientras decía suavemente:
         -Disculpen que no les ofrezca nada de tomar pero es que hoy es el día de descanso de las sirvientas y yo soy una inutilidad en la cocina-.
         La jovencita fue quien contestó:
         -No se preocupe señora; solo venimos por el celular y no le causaremos ninguna molestia-.
         La señora agradeció el gesto con una ligera sonrisa y le entregó a Juan la caja del aparato; el joven sacó el celular dándose cuenta que estaba prácticamente nuevo y cuando vio de reojo las etiquetas del empaque compró que el teléfono había sido comprado en una de las tiendas más lujosas de la ciudad; encendió el aparato y mientras revisaba su funcionamiento Elizabeth, con la clásica curiosidad femenina no resistió la tentación de preguntar:
         -Disculpe señora Refugio, pero si se ve que el aparato está casi nuevo ¿Por qué lo vende?-.
         Juan le dirigió una mirada de reproche, pero la señora dando un largo suspiro comenzó a hablar:
         -Lo que pasa es que yo tengo un celular que utilizo en mis negocios, pero este lo compré solo para que mi hijo me hablara para saludarme-.
         Al ver el gesto de dolor en la cara de doña Refugio la chica tomo suavemente la mano de la señora mientras le decía comprensivamente:
         -Pero él ya no está con nosotros ¿Verdad?-.
         Doña Refugio agradeció el gesto de afecto apretando suavemente los dedos de Elizabeth y dijo:
         -No, falleció hace tres meses-.
         Y antes de que los jóvenes pudieran decir algo, añadió:
         -De hecho, él mismo escogió este modelo de teléfono para ambos; le gustaba tanto su celular que cuando lo sepultamos yo misma eché el suyo dentro de la caja-.
         En eso Juan dijo:
         -Disculpe señora, pero la verdad es que después de escuchar eso no me animo a pagarle tan poco dinero por este aparato-.
         Ella dijo con una sonrisa más relajada:
         -Gracias, eso me demuestra que eres una persona de buen corazón, lo que me indicaría que si te quedas con él, estará en buenas manos-.
         El joven aun así exclamó:
         -¿Pero no lo quiere como recuerdo o algo así?-.
         Doña Refugio volvió a su tono triste y dijo:
         -A veces los recuerdos duelen tanto que resultan insoportables-.
         Juan se quedó callado y sacó la suma de dinero acordada de su cartera para entregarlo a la señora.
         Cuando los chicos se dirigieron a la salida fue entonces que notaron una enorme fotografía que estaba al lado de la puerta la cual mostraba a un niño de mirada traviesa y sonrisa divertida; se dieron cuenta que estaban frente al hijo ausente y antes de que pudiera reaccionar, de los labios de Juan salieron las palabras:
         -¡Pero si era un niño!-.
         Doña Refugio al borde de las lágrimas dijo:
         -Sí, solo tenía siete años-.
Elizabeth, sin pensar en lo que hacía tomo a la señora entre sus brazos para decirle casi llorando:
-¡Lo siento tanto!-.
Y salieron de la casa.

Durante todo el trayecto de regreso, Juan y Elizabeth iban extremadamente callados; reflexionaban acerca de la aventura que acababan de experimentar. Cada uno por su lado filosofaba acerca de la muerte y de la pérdida de un ser querido pensando en la forma como reaccionarían si les ocurriera algo así. Pensaban en miles de escenarios donde alguien conocido abandonara el mundo de los vivos; el trance de los allegados al difunto y todo el proceso del sepelio; Juan se decía que esperaba ilógicamente que jamás le ocurriera algo así, mientras Elizabeth se preguntaba si habría alguien que estuviera preparado no para su muerte, sino para sufrir la ausencia de un ser amado. En lo que ambos coincidían era que cuando salieron de la casa de doña Refugio el aire de las calles les pareció más alegre que nunca.
         Como quiera que sea, Juan en el fondo se sentía contento pues había adquirido un celular de buena calidad, en buen estado y ¿Por qué no decirlo? Incluso pensaba que le había hecho un favor a doña Refugio al quedarse con un aparato que no le traía buenos recuerdos por lo que al tenerlo él, tal vez la señora no sufriría tanto por la muerte de su pequeño hijo. 
         En cuanto dejó a Elizabeth en su casa, Juan se dirigió a la suya encerrándose inmediatamente en su habitación para programar su nuevo teléfono, bajando las aplicaciones necesarias para su trabajo y algunos juegos de los que le gustaba disfrutar cuando tenía algo de tiempo libre; le impresionó la manera de trabajar del aparato lo cual lo convencía cada vez más que había hecho una buena compra. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue que cuando lo revisó antes de personalizarlo era que la señora Refugio no había borrado nada del teléfono; en realidad no tenía más que las aplicaciones de fábrica y en el registro de llamadas solo había un número guardado bajo el nombre de “Pedrito”.
         Eso lo hizo sentirse sumamente triste y por respeto a la señora Refugio y a su dolor de haber perdido a su hijo, decidió no borrar el número.
         Lo que el joven no sabía es que a veces las buenas intenciones no son suficientes.

Después de ese episodio, el joven Juan siguió viviendo su vida como de costumbre, yendo a su trabajo y cumpliendo con sus obligaciones y cuando el tiempo lo permitía, invitaba a Elizabeth al cine, a comer o a cualquiera de los lugares en los que ambos gustaban de pasar sus ratos libres.
         Al siguiente jueves en que llegó hasta casi las diez de la noche de su trabajo después de una inusual y extenuante jornada de labores, decidió ya no cenar para mejor irse inmediatamente a dormir por lo que se despidió de su familia y se dirigió a su habitación; se desvistió, se puso su pijama y en cuanto su cabeza tocó la almohada se perdió en la inconciencia.
         A pesar de lo cansado, por momentos sentía que despertaba o que soñaba que despertaba; por lo regular el joven no tenía pesadillas, pero en esta ocasión cada que cerraba los ojos comenzaba a soñar con figuras fantasmagóricas que lo miraban amenazantes y que cuando él se acercaba, dichas sombras comenzaban a reír con carcajadas infernales que lo hacían despertar con sobresalto. Juan lo atribuía al hecho del enorme cansancio que atacaba a su cuerpo, por lo que intentaba volver a conciliar el sueño.
         En eso, cuando su reloj despertador marcó las tres de la madrugada, sonó su celular.
         El joven entre sueños de manera casi mecánica tomó el teléfono y sintió que la sangra se le helo en las venas al darse cuenta que la llamada provenía del número marcado como “Pedrito”. El aparato sonó como cinco veces mientras Juan no sabía si contestar o no, cuando la llamada terminó. El joven se preguntó si en realidad la señora Refugio se había quedado con el celular de su hijo y trataba de comunicarse con él pero como no se decidió a contestar, no supo que pensar.
         El resto de la noche ya no pudo dormir.

         Al otro día se levantó más cansado que el día anterior y de mal humor por no haber podido dormir; sin embargo, lo que más inquietaba a su mente era la misteriosa llamada que había recibido en la madrugaba, pues razonaba que si doña Refugio se quisiera comunicar con él hubiera llamado a su casa, pues cuando realizaron la transacción del celular, ese había sido el número que Juan había dado de referencia, independientemente de que en todo caso, no hubiera intentado hablar en la madrugada.
         Todo eso lo inquietaba sobremanera, pero con el ajetreo de sus labores poco a poco fue olvidando el asunto y  por la noche, antes de acostarse revisó su teléfono dándose cuenta asustado que el registro de llamadas no tenía ninguna referencia a la que había recibido la noche anterior; se sentó en su cama pensando que tal vez debido al cansancio una de sus pesadillas era precisamente que lo llamaban desde el teléfono de Pedrito.
         Desgraciadamente eso no lo convencía en lo más mínimo.
         Pasaron los días subsecuentes sin ningún otro incidente parecido por lo que comenzaba a creer que en realidad si había tenido una pesadilla horrenda, lo cual le daba más y más confianza en sí mismo y en su cordura.
         Hasta que llegó el siguiente jueves.
         Llegó a su casa a la hora acostumbrada, como a las siete de la noche; cenó tranquilamente e incluso llamó a Elizabeth para platicar de los sucesos del día. Después de su llamada, la cual como de costumbre le ponía de buen humor pues se trataba de su amada novia, vio televisión hasta casi las once; cuando sintió que el sueño lo vencía se fue a su recamara, se vistió para dormir y apagó la luz.
         Cuando dieron las tres de la madrugada se despertó sobresaltado al escuchar que una vez más su teléfono emitía el tono de llamada; se levantó casi de un brinco y encendió la luz, tomando el celular entre sus manos; el alma se le cayó a los pies al ver que la llamada provenía del número de Pedrito.
         Volteó a todos los rincones de su habitación para comprobar que no estaba en medio de una pesadilla y que lo que estaba viviendo era la realidad. Con dedo titubeante oprimió el botón de contestar, apretó fuertemente el aparato llevándoselo a su oido derecho y preguntó con voz temblorosa:
         -¿Hola?-.
         Una voz infantil le contestó con tono angustiado:
         -¡Mamá! ¿Estás ahí?-.
         Las piernas de Juan se le doblaron obligándolo a sentarse en la orilla de su cama, mientras aterrado dijo:
         -¿Quién habla?-.
         La voz del otro lado le dijo:
         -Soy yo mamá, Pedrito-.
         Juan sintió que estaba al borde del colapso y solo atinó a decir:
         -Mira, no sé quién seas, pero este celular se lo compré a la señora Refugio; ahora me pertenece-.
         La voz confundida dijo:
         -¿Me puedes comunicar con mi mamá?-.
         La mente del joven era un torbellino de pensamientos, pues no sabía que era lo que estaba sucediendo, si se había vuelto loco o seguía con la idea de que estaba viviendo una pesadilla tan macabra que creía estar despierto; lo único que se le ocurrió decir fue:
         -¿Para qué quieres hablar con tu mamá?-.
         La voz dijo tristemente:
         -Es que me siento muy solo-.
         Juan no supo que le sorprendió más, si el hecho de hablar con alguien del más allá o las palabras que dijo a continuación:
         -Si quieres, puedes hablar conmigo-.
         Y se pasó gran parte de la noche platicando con Pedrito.

         Al otro día cuando despertó se dio cuenta que estaba acostado como si nada hubiera ocurrido; revisó el historial de llamadas y no le sorprendió ver que no estaba registrada ninguna llamada a las tres de la madrugada, por lo que se levantó para irse a trabajar.
         Durante todo el día tuvo una actitud distante de todo lo que hacía y decía, como si viviera en piloto automático, pues hiciera lo que hiciera su mente volvía una vez más hacía lo que él creía que le había ocurrido la noche anterior.
         Por momentos pensaba que no había sido más que producto de su imaginación, pero también reflexionaba acerca de la muerte, pues se preguntaba hacia donde se iban los seres humanos cuando su tiempo en este mundo se acababa; ¿Había un cielo y un infierno como decían las religiones? Juan nunca había sido muy religioso, pero ahora cuestionaba todo lo que decían los curas en las misas a las que se había visto obligado a asistir; si se supone que los niños son seres inocentes, ¿Por qué Pedrito seguía aquí? ¿Sería una especie de castigo el hecho de no haber ido al cielo? ¿Hizo algo malo en la vida como para no merecer el paraíso?; en eso lo asaltó una duda que hizo que su corazón casi se detuviera: ¿Y si en realidad este mundo es el infierno y Juan es el verdadero muerto? Tal vez era él quien había cometido un pecado tan grande que su castigo era ser atormentado por los fantasmas de las demás personas.
         Todo eso lo estuvo angustiando los siguientes días.

         Como ya se había dado cuenta Juan que las llamadas solo ocurrían en jueves por la madrugada, los demás días de la semana los vivió de manera normal, pero se volvió una persona taciturna e incluso distraída; su familia y la misma Elizabeth que lo conocían como una persona alegre, se sorprendían al ver su ahora actitud seria y reflexiva; incluso cuando su novia lo cuestionaba acerca de su comportamiento, el joven simplemente contestaba que eran cosas de su trabajo, para ya no añadir nada más.
         La siguiente noche de jueves, Juan se acostó en su cama, apago la luz e intentó dormir, sabiendo en el fondo que no lo iba a conseguir y cuando dieron las tres, escuchó ahora sin ningún tipo de sobresalto el tono de llamada de su celular y cuando lo levantó simplemente dijo:
         -Hola Pedrito-.
         Éste le contestó:
         -¿Me puedes comunicar con mi mamá?-.
         Juan contestó pacientemente:
         -Ya sabes que tu mamá no está aquí; ¿Quieres hablar? Pues vamos a platicar-.
         Y una vez más, se pasaron gran parte de la noche hablando como si fueran grandes amigos.
         Y lo siguieron haciendo durante varias semanas más.
         El joven comenzó a tomarle aprecio a Pedrito pues conforme platicaba más y más con él podía comprobar el carácter agradable y dulce del niño; éste le platicaba de lo que había aprendido en la escuela, de cuáles eran las materias que más le gustaban e incluso, quienes eran sus mejores amigos entre sus compañeros del colegio; mientras Juan tristemente notaba de que Pedrito no se había dado cuenta de que ya no estaba vivo. Aun así, nunca lo cuestionó acerca de eso a pesar de que en el fondo tenía la curiosidad de preguntarle acerca de donde creía el niño que estaba y como era ese lugar.
         En varias ocasiones durante el día, pensó en ir a visitar a la señora Refugio para contarle acerca de lo que él estaba viviendo, pero no sabía cómo hacerlo; se decía a sí mismo que era imposible visitar a la señora y decirle: “Hola, estoy recibiendo llamadas en mi celular de su hijo muerto”.
         Eso sonaba fuera de toda realidad.
         Prefirió seguir con sus charlas nocturnas con Pedrito sin platicarle a nadie al respecto, ni siquiera a Elizabeth, pues sabía que nadie le creería ya que no tenía manera de probarlo.
         En una ocasión incluso trató de grabar la conversación, pero al otro día cuando revisó el archivo, solo se escuchaba la voz del joven; eso no le sorprendía pues en un reportaje de fantasmas, el conductor había dicho que no se podía grabar la voz de un muerto, pues debido a que no era parte de este mundo, sus frecuencias se manejaban en planos diferentes.
         No sabía que era lo más loco de todo esto, si alucinar que hablaba con muertos o que en realidad hablaba con muertos.
         Hasta que las cosas cambiaron.

         El siguiente jueves cuando Pedrito se comunicó con Juan, éste inmediatamente se dio cuenta de la angustia del chiquillo en cuanto le dijo:
         -¡Por favor, comunícame con mi mamá!-.
         El joven le contestó pacientemente:
         -Te digo lo mismo de siempre; ya no puedes hablar con ella-.
         Pedrito le preguntó con miedo en la voz:
-¿Por qué no?-.
         Juan supo que había llegado la hora de la verdad, por lo que apretó fuertemente su puño izquierdo, soltó un largo suspiro y le dijo con una infinita tristeza:
         -Porque tú ya estás muerto-.
         Se hizo un silencio interminable al otro lado de la línea hasta que el niño le dijo:
         -Dile a mi mamá que la quiero mucho-.
         Y colgó.
         El chico comenzó a llorar pues en el fondo sabía que jamás iba a recibir otra llamada del pequeño, lo que pudo comprobar al otro día cuando verificó la lista de sus contactos y vio con desolación que el nombre de Pedrito ya no estaba en ella.

         Juan se sintió con la responsabilidad de hablar con doña Refugio para platicarle todo lo que había vivido sin importarle si le creía o no, pero cuando la fue a buscar por más que tocó la reja nadie salió a recibirlo, hasta que una vecina se acercó para informarle que la señora había vendido la casa y que no sabía a donde se había ido.
         Hasta la fecha la sigue buscando pero la esperanza de encontrarla se va agotando cada vez más y más.
Por su parte, desde esos días Juan vive con su propio dolor.
         Extraña a su amigo Pedrito.