domingo, 15 de septiembre de 2019
EL CUENTO DE CHOMPITA
domingo, 1 de septiembre de 2019
ZOMBIE RITUAL
Inició
una tarde de primavera.
Los
muertos comenzaron a levantarse de sus tumbas.
Hubo
casos en que, en el mismo velorio el difunto al que velaban salía violentamente
de su féretro para atacar a los aterrados dolientes sin respetar amigos,
familiares, visitantes.
Los
panteones se fueron quedando vacíos, pues multitud de espectros salían de
dentro de la tierra para atacar a los vivos; los recién enterrados que tenían
sus cuerpos completos corrían con una velocidad aterradora arrojándose sobre de
cualquier ser humano que encontraban a su paso, mientras que los que ya
llevaban años enterrados caminaban con una tétrica lentitud, pero en cuanto
tenían a alguien cerca de ellos, comenzaban a morderlos desesperadamente.
Al
principio se pensó que se trataba de una enfermedad desconocida; las religiones
hablaron de un castigo de Dios, otros decían que simplemente eran
alucinaciones, pero en términos generales nadie supo la causa, por lo que la
gente cansada de buscar respuestas se dejó llevar por el pánico.
Los
más ilusos se refugiaron en iglesias y lugares considerados “sagrados” pero los
recién salidos zombis no respetaron nada; en cuanto llegaban al lugar atraídos
por el ruido de los vivos, se arremolinaban ante las puertas hasta derribarlas
para espanto de los pobres que se habían ocultado los cuales sucumbían bajo las
feroces mordidas de estos seres de ultratumba.
Se
intentó combatirlos como era de esperarse; el ejército y fuerzas armadas
recibieron la orden de defender a las multitudes de los zombis, pero en cuanto
un muerto vivo se infiltraba entre ellos, como si fuera una enfermedad
contagiosa uno a uno todos los combatientes caían entre sus hambrientas fauces,
para minutos después también lanzarse sobre de los que aún estaban con vida.
Claro, se podía
acabar con ellos; desgraciadamente aprendimos demasiado tarde como hacerlo.
Al principio la gente
utilizó armas de fuego y cuchillos, pero con las balas no caían y en cuanto a
las armas blancas, si mutilabas a un zombi, sus partes aún se movían buscando
alguien a quien atacar.
Lo
peor era la cabeza; muchos ingenuos al cortarle esa parte del cuerpo al muerto
viviente pensaban estar a salvo, pero en cuanto se acercaban a la testa
cercenada, ésta inmediatamente comenzaba a lanzar mordidas, contagiando de su
estado a quien tenía la desgracia de sufrir una herida de sus dientes. Con el
tiempo pudimos darnos cuenta que a final de cuentas eran seres físicos por lo
que comenzamos a combatirlos aplastándolos, haciéndolos estallar e incluso
quemándolos; esto último se hacía con mucha precaución pues si el zombi era
veloz, aun con las llamaradas que brotaban de su cuerpo seguía embistiendo a
los vivos, algunos de los cuales, si no murieron de sus agresiones, si lo hicieron
al ser alcanzados por las llamas de fuego de su atacante.
Como
es de esperarse el sistema se colapsó; las personas dejaron de ir a trabajar e
ir a las escuelas para dedicarse a saquear tiendas y supermercados a fin de
abastecerse de víveres y refugiarse en sus casas. Fueron los primeros en caer
pues al llegar la multitud de zombis a sus hogares, era prácticamente imposible
escapar de ellos.
Debido
a lo anterior, la gente comenzó a refugiarse en especies de comunas que al
menos durante algunos meses les sirvió de protección, pero en cuanto llegaban
los muertos, ahora por cientos, caían también bajo su embestida, sumándose
momentos después al ejército de esos seres infernales.
Lo
más horrendo de todo es que los zombis atacaban a las personas a mordidas, pero
en realidad lo que buscaban era arrancarles el corazón a los vivos para
devorarlo, como si de caníbales se tratase. Como es de imaginarse, el corazón
de una persona no alcanzaba a alimentar a tantos muertos, de ahí la fiereza con
la que se arrojaban sobre de las aterradas personas; solo los más rápidos
obtenían lo que querían para dejar a los más lentos desesperadamente
hambrientos.
El
número de vivos descendía rápidamente mientras el de muertos subía
vertiginosamente.
Y
ahí fue cuando comenzó mi historia.
Me
llamo Erick y tengo veinte y tres años; decidí escribir este diario de vida
esperado que alguien lo encuentre y si eres tú el que lo está leyendo ahora,
quiero que aprendas de mi experiencia.
Hace ya un par de
años que comenzó el ataque zombi y hasta la fecha soy de los pocos que
sobreviven; he tenido suerte de seguir vivo, si es que se le puede llamar
suerte a estar en este horrible mundo en el que se ha convertido nuestro
planeta. Trabajaba en un supermercado por lo que en cuanto se desató la
hecatombe fui de los primeros en saquear mi antiguo centro de trabajo; me
refugié en el departamento que rentaba, pero una noche en cuanto escuché los
gritos de terror de los vecinos, inmediatamente salí corriendo para buscar el
cobijo de un bosque que circunda la ciudad donde anteriormente vivía.
Afortunadamente
soy huérfano lo cual es las circunstancias actuales es una ventaja pues no tuve
que matar a nadie de mi familia con mis propias manos como algunos otros se
vieron obligados a hacerlo; muchos se resistieron, pero en cuanto el hermano o
la madre se levantaba para arrojarse sobre de ellos, ni siquiera los más
patéticos ruegos podían detenerlos.
Viví
un tiempo en el bosque alimentándome de algunos pequeños animales que encontré
y en cuanto escuchaba los alaridos de los zombis inmediatamente corría a
subirme a lo más alto de algún árbol sin hacer el menor ruido y rogándole a
Dios que no se rompiera alguna rama que delatara mi escondite; era horrendo y a
la vez fascinante ver marchar el ejercito de los muertos vivos, principalmente
cuándo pasaban durante el día cuando la luz me permitía contemplarlos a mis
anchas desde las alturas. Los de hasta delante caminaban con paso seguro
lanzando horrendos gemidos seguidos de los que carecían de algún miembro o que cojeaban;
pero lo más aterrador era cuando pasaban los últimos que incluso dentro de mi
miedo me provocaban una inmensa lástima; cuerpos mutilados o podridos que
avanzaban penosamente secundados por niños que apenas podían caminar e incluso
torsos sin piernas que se arrastraban con las manos descarnadas. Todos estos
últimos eran los que emitían los quejidos más horribles que ser humano alguno
haya podido escuchar; esperaba hasta que ya no se oía sonido alguno y bajada de
mi precario refugio para inmediatamente recargarme en el árbol y volver el
estómago, pues la horda satánica dejaba un hedor a podredumbre francamente
insoportable, producto de la sangre y vísceras de sus últimas víctimas así como
de su propia descomposición.
Siempre
terminaba llorando.
A
veces dudaba si valía la pena seguir vivo; habitaba un lugar donde el infierno
había ascendido para no abandonarlo jamás. Incluso llegué a pensar en
entregarme a su horripilante gula y convertirme en uno de ellos.
Al
menos así no me sentiría tan solo.
Pero
mi instinto de conservación siempre fue más fuerte que mi soledad por lo que
seguía ocultándome en cuanto veía a la nueva especie que ahora dominaba al
mundo.
En
alguna ocasión intenté unirme a alguna comuna para así, por lo menos tener algo
de compañía, pero como en situaciones desesperadas la naturaleza humana saca a
relucir lo peor de ella no fui aceptado, debido al temor de que sus provisiones
no alcanzaran para alimentar una boca más. Regresé frustrado por el rechazo
recibido para seguir viviendo en el bosque, aunque más delante pude comprobar
que fue la mejor decisión, pues a los tres días regresé al refugio a fin de
hacer otro intento de unirme a ellos y lo encontré vacío.
Los
zombis habían atacado.
A
entrar en la bodega donde esos supervivientes del apocalipsis se habían
refugiado me di cuenta de la carnicería que ahí había tenido lugar; sangre por
todos lados, órganos humanos desparramados por el suelo así como algunos
miembros que se movían grotescamente al caminar entre ellos. Al bode del
desmayo caminé hacia la habitación habilitada como cocina para tomar todos los
alimentos que cupieran en un enorme saco que encontré; cargué con él en mis
hombros así como con un enorme machete que estaba tirado en el suelo y me
regresé al hogar en el que ahora vivía en el mundo de los muertos vivientes.
Me
sentía cansado de no tener un momento de paz; durante el día caminaba
sigilosamente entre la vegetación con la esperanza de encontrar a otro ser
humano que al igual que yo, que también buscara a sus congéneres, pero nunca
tuve éxito. Por las noches me subía a unas ramas donde había colocado un saco
de dormir para intentar descansar pero en realidad nunca podía abandonarme al
sueño como debiera de ser, pues siempre me encontraba en guardia en caso de que
pasaran los zombis por ahí; las primeras semanas definitivamente no dormía pues
a lo lejos escuchaba los gemidos guturales de las bestias y peor aún, hubo
ocasiones en que incluso llegaba a escuchar los gritos de terror de hombres,
mujeres y niños al ser atacados por los muertos vivos.
Vivía
al borde del colapso.
Hay
un dicho que dice: “Dios no te da más de lo que no puedas soportar”; no sé si
sea cierto, pero en mi caso al parecer sí se aplicaba, pues con el paso del
tiempo comencé a darme cuenta que había un par de horas antes del anochecer en
que los zombis desaparecían. No me pregunten qué hacían en ese lapso de tiempo;
no soy científico y nunca he profesado religión alguna, simplemente aprovechaba
esas ocasiones para regresar a la cercana ciudad a fin de conseguir comida. Con
todo, trataba de moverme cautelosamente sin descuidarme; entraba a los
supermercados para sacar botellas de agua para beber así como la poca comida
que todavía había, principalmente alimentos enlatados pues lo que se vendía
fresco hacía mucho que estaba tan podrido como los muertos vivientes. Llegué a
entrar a casas donde los depósitos de agua estaban llenos por lo que cada que
podía utilizaba el agua para asearme; salía del lugar después de revisar la
ropa y si encontraba algo que me quedaba, simplemente me lo ponía. No me
llevaba más de lo que podía cargar y en cuanto a la ropa, solo me llevaba lo
necesario, pues no tenía sentido estar acarreando prendas a mi refugio, pues en
realidad dudaba que hubiera alguien que me las quisiera robar.
En
cuanto a las armas, en tiendas, casas e incluso en las calles, he encontrado un
sinfín de ellas, desde pistolas y rifles, hasta sables y ballestas, incluso
algunas fabricadas caseramente; al principio pensé en acumularlas, pero
inmediatamente deseché la idea, pues por un lado solo podía utilizar un arma a
la vez y por otro, como ya he comentado, solo se puede acabar con los zombis al
cortarles la cabeza, así que creo que mi machete es más que suficiente. Lo que sí
he llegado a transportar a mi refugio fueron varios garrafones de gasolina los
cuales utilicé para fabricar un buen número de cocteles molotov, pues en caso
de un ataque masivo serían de gran utilidad.
Es
tanta la tranquilidad de ese lapso del día que incluso en algunas ocasiones me
he aventurado a vagar por las zonas comerciales; camino por las banquetas
otrora llenas de gente en medio del más absoluto silencio sintiendo como si
estuviera en otro planeta pues no escucho los sonidos que normalmente inundan esas
partes de las grandes ciudades tales como los ruidos de los motores de los
autos, la música de los almacenes, así como las conversaciones y gritos humanos.
Me paro frente a los aparadores de artículos de lujo reflexionando hasta donde
ha llegado la humanidad; ropa y enseres personales obscenamente caros, pomposos
coches, así como un sinfín de aparatos eléctricos que el ser humano ha
inventado a lo largo de su existencia.
Cosas
que ahora no tienen ningún significado para mí, pues solo me siento contento
cuando encuentro alimentos en buen estado y nada más.
Después
de todo, un hombre solo necesita comida, un refugio y algo con que tapar el
cuerpo.
Todo
eso lo tengo yo.
Sonrío
al pensar que, si no fuera por los zombis, tal vez ahora yo sería el rey del
mundo pues tengo todo lo que necesito para vivir.
Aun
así, estoy tan domesticado que extraño mi teléfono celular, mi televisión, así
como mis muebles los cuales, si bien no eran de gran calidad, me daban la
comodidad a la cual me había acostumbrado toda mi vida.
He
recogido un par de periódicos del suelo de días antes de que los muertos se
levantaran y me he dado el lujo de hojearlos tranquilamente en alguna de las
bancas del parque que adorna la ciudad; rio con carcajadas que hacen eco en los
muros de los altos y desolados edificios que me rodean al leer las noticias de
la primera plana donde hablan de conflictos políticos, economía e incluso
chismes de artistas. Me doy cuenta como el ser humano se preocupa y se ocupa de
puras estupideces; si hubieran sabido que estaban condenados a morir estoy
seguro que absolutamente todos hubieran disfrutado de verdad la vida. Saco una
botella de refresco de mi saco de provisiones y lo tomo lentamente, saboreándolo
hasta la última gota; estos pequeños placeres son los que la humanidad debió de
haber apreciado en su momento.
Solo
me hubiera gustado haber estado con alguien para compartir el momento.
Pero
ahora ya es demasiado tarde.
Me
doy cuenta que el ser humano se acostumbra a todo, pues poco a poco me he ido
adaptando a mis nuevas condiciones de vida; incluso por las noches cada vez
duermo mucho mejor. Me subo al árbol que he elegido de recámara amarrándome a
mi saco de dormir y en cuanto cierro los ojos el sueño me invade; cuando
escucho algún ruido ya no despierto sobresaltado como antaño, pues tal parece
que mi subconsciente me avisa cuando de verdad hay peligro ya que cuando solo
es el ruido de un animal me vuelvo a acomodar en mi saco para seguir durmiendo
y si son los zombis los que pasan bajo mi lecho, simplemente me quedo inmóvil
evitando producir cualquier ruido que pueda delatar mi presencia.
Aun
así, he pasado algunos sustos, como una ocasión que estaba preparando mi
desayuno y levanté la mirada del lugar donde estaba sentado para encontrarme de
frente con una zombi a la cual le faltaba un pie y el brazo izquierdo; en
cuanto me vio comenzó a gruñir de forma horrible por lo que corrí hacia mi
árbol para subir hasta las ramas más altas y como la mujer se movía muy
lentamente no pudo alcanzarme, dado lo cual comenzó a arañar el tronco del
árbol para intentar subir sin lograrlo. Sabía que en las alturas estaba a salvo
del monstruo, pero me preocupaba que sus gritos alertaran a los demás zombis.
Sabía lo que tenía que hacer así que con aprensión dentro de mí fui bajando por
las ramas y cuando estuve a un par de
metros del suelo brinqué cayendo detrás de la muerta; ella intentó
voltear pero en eso le lancé un par de machetazos de los cuales el primero le mutiló
la única mano con la que contaba pero el segundo golpe le dio de lleno en el
cuello por lo que su cabeza salió volando a un metro de donde nos
encontrábamos. El torso cayó pesadamente entre la maleza para no moverse más
pero la cabeza aún seguía aullando; con toda la repulsión del mundo empuñé mi
arma con ambas manos y lancé un fuerte machetazo que le dio directamente en
medio de la cara partiéndole el cráneo en dos, haciéndola callar. El corazón
parecía salírseme del pecho debido al miedo que experimentaba así como mi
agitada respiración me hacía sentir que me ahogaba; volteé hacia el suelo para
ver como la mano que le había arrancado se arrastraba hasta llegar a la punta
de mi zapato por lo que con todo mi desprecio la alejé de una violenta patada. Pensé
en quemar el cuerpo de la muerta viviente para evitar cualquier tipo de
sorpresa pero no sabía si eso atraería a los demás seres infernales, por lo que
preferí mudarme a un lugar más alejado del bosque, pues no tenía la menor
intención de dormir bajo el cuerpo de mi víctima; aun cuando había matado un
zombi, pensaba que dicha criatura alguna vez había sido un ser humano como yo,
por lo que me sentí como un asesino.
Me
fui llorando del lugar con un sentimiento de culpa que no me dejó en varios
días.
Fue
algo de lo peor que tuve que vivir en este planeta de muertos.
Cuando
pasaron aproximadamente tres años del inicio del apocalipsis (no he podido
llevar la cuenta exacta del paso del tiempo), comenzó a ocurrir algo extraño.
Habían
pasado ya muchos meses desde la última vez que vi o escuche a algún ser humano
y las casas que visité así como los refugios se encontraban todos en el mismo
estado; sangre y vísceras por todos lados e incluso en algunos de ellos llegue
a encontrar cuerpos de personas las cuales,
víctimas de la desesperación habían decidido suicidarse ya sea ahorcándose o en
casos extremos, familias enteras recostadas en la sala de su hogar o en las
recámaras, todos con tiros en la cabeza.
Ni
siquiera esos cadáveres habían sido respetados, pues en todos los casos los
cuerpos tenían un hoyo en el esternón, donde inmediatamente se les notaba que
al encontrarlos los zombis los habían abierto para comerse sus corazones.
Al
menos esos muertos no habían resucitado también.
Pero
lo excepcional no era eso, sino que comenzaba a notar que también la presencia
de los muertos vivos iba escaseando con el paso del tiempo. Al principio pensé
que habían emigrado en busca de nuevas víctimas pero en una ocasión que
exploraba algunas calles por las cuales nunca había transitado, me encontré con
varias de estas criaturas tiradas en el piso sin moverse; cautelosamente me
acerqué para corroborar si se encontraban sin vida, si se le puede llamar vida
a la existencia de estos horrendos seres. Pateé algunos de ellos para comprobar
que efectivamente no se movían e incluso un par de ellos al tocarlos se
hicieron polvo.
Mientras
los contemplaba comencé a preguntarme qué había pasado.
¿Había más seres
humanos como yo que habían encontrado una nueva manera de aniquilarlos?; Si
esto era cierto, ¿Dónde estaban y por qué no los había visto?
Reflexionaba en ello
cuando otra opción llegó a mi mente.
¿Y si los zombis
también tenían un ciclo de vida que finalmente se había acabado?
Eso me llenaba de
optimismo pues entonces solo sería cuestión de tiempo para que se fueran
extinguiendo uno a uno hasta que la tranquilidad regresara al mundo. Quise
sonreír cuando una horrenda idea invadió mi mente:
Tal
vez murieron de hambre debido a que ya habían acabado con todos los seres
vivos.
¿Sería
yo el último de mi especie?
Decidí
dejar de pensar en esa horrenda idea hasta encontrar una mejor respuesta.
La
cual me llegaría de forma inesperada.
Los
días siguientes, al notar que la horda zombi prácticamente había desaparecido,
pensé en construir una pequeña cabaña en el bosque donde hacía años habitaba;
tiempo me sobraba pues a pesar de que siempre trataba de estar ocupado buscando
comida, explorando o buscando muertos vivos, de todos modos contaba con horas
de ocio las cuales podía dedicar a fabricarme una vivienda pues no me animaba
aun a irme a vivir en alguna casa abandonada; en cuanto al material de
construcción, bien podría acarrearlo de las tiendas de la ciudad.
Otra
cosa era la herramienta, pero como sabía que las fábricas utilizan mejores
máquinas que las caseras que se venden en las tiendas de construcción, decidí
visitar la zona industrial de la ciudad; quedaba algo lejos pero como me había apoderado
de una bicicleta, planeaba ir a explorar y dependiendo de lo que encontrara, ya
me las ingeniaría para transportar lo necesario para mi obra.
Como
precaución, decidí seguir utilizando el lapso de tiempo antes del anochecer
para evitar en lo posible encontrar zombis, aun cuando como ya había comentado,
éstos prácticamente habían desaparecido; llegué a la zona donde las grandes
empresas habían construido enormes naves industriales las cuales se hallaban
abiertas pues se notaba que los muertos vivientes habían atacado en horario de
trabajo, haciendo huir a los pocos empleados que pudieron hacerlo y matando a
la mayoría.
Entré
a un par de fábricas para notar con desanimo que no había nada útil pues habían
pertenecido a compañías que se dedicaban a confeccionar ropa por lo que las
máquinas y herramientas que ahí había no me servían para nada; seguí revisando
las siguientes construcciones cuando noté que comenzaba a oscurecer, pero aun
así me sentí confiado por lo que salí a la avenida principal para comprobar la llegada
de la noche.
Levanté mi mirada al
cielo y descubrí un mundo espectacular.
Las
estrellas comenzaban a brillar tan intensamente y se veían tan cerca que
parecía que si estiraba las manos podía tocarlas; lleno de alegría me acosté a
media calle a contemplar la insólita demostración de la belleza universal. Me
daba cuenta que los astros se veían tan deslumbrantes debido a que no eran
opacados por la obscena brillantez de las luces artificiales de la ciudad; recordé
que había leído en alguna ocasión que debido a la luz provocada por la
electricidad que alumbraba las urbes, el cielo había perdido su natural nitidez
y si le añadíamos la falta de agentes contaminantes que acompañan a las grandes
metrópolis, ahora la claridad del cielo era un espectáculo sorprendente.
Me
recosté plácidamente y sentí como si mi cuerpo se elevara en el cielo y flotara
en medio de las estrellas; imaginaba como se atravesaban cometas y estrellas
fugaces por entre mis piernas.
Comprendí
la magnitud del universo.
Pensé
sonriendo que a comparación del cosmos, yo simplemente era una gota de agua en
la inmensidad del océano.
Tal
vez era el único ser vivo en todo el espacio sideral.
Eso
me llenó de una inmensa felicidad.
Yo,
el único habitante; el universo, mi enorme casa.
Solo
para mí.
De
repente, la sonrisa se congeló en mis labios pues me llegó a la mente lo que
eso significaba.
La
completa soledad.
Una
inmensa tristeza comenzó a apoderarse de mí mientras sentía como mi cuerpo
comenzaba a temblar; mi respiración se hacía cada vez más entrecortada y mis
ojos se llenaban de lágrimas.
Quería
levantarme pero no podía pues los violentos temblores me lo impedían; sentía
como las piedras del pavimento sobre el cual me había acostado me raspaban la
espalda de forma tan dolorosa que incluso me sangraban; traté de respirar
suavemente para tranquilizarme y fue solo hasta que los latidos de mi corazón
se regularizaron que la calma regresó a mi cuerpo.
Y
a mi atormentada alma.
Trabajosamente
levanté mi torso para quedar sentado en el suelo secándome los ojos cuando
comencé a escuchar ruidos; miré al horizonte para contemplar con espanto que como
a unos cincuenta metros de mí se encontraba una horda de zombis caminando hacia
mí. Los de adelante caminaban más rápido que los últimos, pero aun así sus
movimientos eran lentos; quedé paralizado por el terror, pero cuando comenzaron
a aullar fuertemente me levanté para intentar darme la media vuelta y huir;
desgraciadamente enfrente otra multitud de muertos vivientes se dirigía también
hacia mí.
Corrí
hacia la primera fábrica que tenía a mi alcance y antes de entrar me di cuenta
que arriba de la puerta había un letrero con el nombre de la compañía y
entonces se me ocurrió una idea salvadora.
Me
introduje hacia la nave principal mientras los zombis cada vez se acercaban más
y más, como depredadores que huelen la presencia de su presa; llegué al final
de la enorme estancia hasta que volteando hacia arriba encontré lo que buscaba.
Había
entrado en una fábrica de pinturas y en la cima de unos andamios de metal
frente a los cuales me encontraba había enormes barriles de productos químicos;
con una sonrisa malévola vi el inconfundible signo que anunciaba que las sustancias
que contenían eran flamables.
Los
iba a quemar a todos los malditos.
Subí
por una escalera de aproximadamente tres metros y cuando llegué a mi destino
volteé para ver que algunos muertos vivientes también habían comenzado a subir
trabajosamente, por lo que derribé la escalera que cayó con sus ocupantes sobre
de sus compañeros.
Le
quité las tapas a los barriles de metal rogando al cielo que estuvieran llenos;
cuando miré hacia dentro de ellos suspiré aliviado pues efectivamente estaban
colmados de solvente, así que haciendo acopio de todas mis fuerzas los empujé
por la orilla del andamio cayendo todo su contenido sobre los zombis los cuales
ni se inmutaron al ser bañados por el peligroso líquido. Mi plan estaba
saliendo a la perfección, pero en eso me di cuenta con espanto que mis enemigos
comenzaban a agitar violentamente los tubos que fijaban el andamio a la pared
haciéndolo balancear amenazadoramente.
Seguí
empujando más barriles hasta que debido a los movimientos del armatoste en el
que me encontraba, uno de ellos se volcó sobre de mí lo que ocasionó que yo
mismo terminara bañado en la peligrosa sustancia; aun así, saqué la caja de
fósforos que siempre tenía el cuidado de cargar conmigo para terminar mi
infernal tarea, pero el corazón se me detuvo al ver que dichas cerillas se
hallaban completamente mojadas y por ende, inutilizables.
Maldecí
mi suerte cuando la estructura donde me encontraba subido sufrió una sacudida
tan violenta que el último de los barriles que todavía se hallaba cerrado
rodara sobre de mí empujándome hacia el vacío; alcancé a agarrarme
milagrosamente de uno de los pasamanos mientras uno de mis pies era aplastado
por el dichoso barril quedando la mitad de mi cuerpo colgado del andamio.
No
podía estar en peor situación pues los zombis seguían moviendo el andamio el
cual con cada sacudida se iba desprendiendo de la pared; volteé a ver mi pie y
con espanto me di cuenta que si intentaba sacarlo de debajo del barril,
irremediablemente caería al vacío.
Pero
aún; caería en medio de los zombis quienes cada vez gritaban más horrendamente,
como anticipándose al festín que estaban a punto de disfrutar.
Me
agarré lo mejor que pude del tubo del pasamanos y miré hacia abajo; en primer
plano veía mi pie izquierdo que se balanceaba con cada arremetida de los zombis
quienes jalaban los tubos furiosamente. Dirigí la vista hacia ellos para
contemplar con un horror indescriptible sus caras deformadas mientras mis oídos
se inundaban de sus horribles alaridos; alaridos que solo deberían de existir
en el infierno.
En
eso, noté que en medio de los zombis que se empujaban unos a otros hacia el
andamio había uno que no bramaba como los demás y simplemente me contemplaba;
creí notar en su mirada fija un lejano asomo de inteligencia y cuando nuestras
miradas se cruzaron, con una voz cavernosa me gritó:
-¡Humano!-.
Inmediatamente
los gritos de los demás muertos vivientes se fueron acallando hasta convertirse
en un suave coro de gemidos mientras yo no podía creer lo que escuchaba; desde
el inicio de toda esta locura había visto zombis de todo tipo pues incluso en
una ocasión me encontré con una anciana que me perseguía en una silla de
ruedas; a lo largo de todos estos años había matado desde zombis adultos hasta
niños de cinco años que corrían detrás de mí como si yo fuera una pelota de
futbol y ellos jugaran en el parque, pero jamás me había pasado nada igual a lo
que ahora estaba experimentando.
El
zombi insistió preguntándome con una voz autoritaria y llena de amargura:
-¿A dónde vas a huir? Si analizas la
situación no tienes escapatoria-.
Exclamé,
todavía sin creer que estaba hablando con un muerto:
-¿Por
qué tú si puedes hablar y los otros no?-.
El
extraño ser simplemente dijo:
-Eso no es importante-.
Me
di cuenta que estaba ante la oportunidad que estaba buscando: la explicación del
porqué de toda esta aberración del universo.
Aunque
tan vez sería lo último que hiciera en mi vida.
Me sujeté como pude
del tubo con mis sudorosas manos y comencé a interrogarlo:
-¿Por
qué se levantaron los muertos de sus tumbas para comer los corazones de los
vivos?-.
Me
contempló con una mirada llena de melancolía en sus apagados ojos y dijo:
-No te gustará la respuesta-.
Repliqué:
-Aun
así quiero saberlo-.
Me
miró con infinita pena y contestó:
-Para aliviar la tristeza-.
Había
soñado tanto con este momento imaginándome un sinfín de respuestas tales como
extraterrestres, un conjuro infernal o cosas así, pero la que me dio el zombi
era algo que jamás hubiera esperado; como estaba tan impactado por sus palabras
que no atinaba a decir nada, él continuó hablando:
-Veras humano; el mundo enfermó-.
Quiso
hacer una mueca como de resignación con su descarnada boca y siguió explicando:
-Así como el espíritu de una persona se
enferma, así le pasó a la humanidad; a lo largo de los siglos hemos construido
un sistema de vida que nos ha ido aniquilando el espíritu pues nos hemos vuelto
egoístas y solo nos preocupamos por nosotros mismos sin ayudar a los demás;
tenemos modos de vida tan horribles que debemos acudir a desahogos que a la larga
terminaron siendo peores; utilizamos las drogas, el alcohol y demás sustancias
dañinas para evadir la realidad que nosotros mismos hemos contribuido a crear y
mantener; nos lastimamos unos a otros en lugar de respetarnos olvidando que la
única vía para disfrutar la vida es el amor; amor a nosotros, a lo que hacemos,
a nuestros congéneres-.
Suspiró y añadió:
-Y ahora estamos pagando el precio-.
Mis
ojos comenzaron a inundarse de lágrimas al comprender el significado de sus
palabras, por lo que dije tristemente:
-La
humanidad enfermó de depresión-.
El
zombi movió la cabeza afirmativamente y dijo con voz firme:
-Exactamente; lo que los vivos nunca
entendieron es que formamos parte de un sistema mucho más grande que nuestro
propio planeta; lo que hace una sola persona afecta al universo ya que todos
formamos parte de un todo; debido a eso, cuando la humanidad enfermó, su
tristeza nos llegó incluso a los muertos pues nos despertó de nuestro descanso
eterno y regresamos a comer sus corazones-.
Y
antes de que yo replicara algo, agregó:
-Después de todo, si no utilizan su
corazón de la manera correcta, no merecen tenerlo-.
Las
lágrimas ahora brotaban inconteniblemente por todo mi rostro para caer sobre de
los muertos vivos quienes me contemplaban desde el piso; el infernal ser emitió
unos extraños sonidos como si también llorara y dijo:
-La misma humanidad se convirtió en su
peor enemigo por lo que debe ser aniquilada-.
Y
antes de que yo protestara algo, completó:
-Y tú eres la última célula
cancerígena-.
Yo
tenía razón.
Era
el último de mi especie.
Sentí
como si toda la soledad del universo se acumulara en mí; sentía como si toda la
culpa del mundo se acumulara en mi cansado y adolorido cuerpo.
Y
peor aún; en mi atormentada alma.
Aun
así, quise saber más:
-¿Y
qué pasará cuando mi corazón también sea devorado por ustedes?-.
El
zombi dijo lúgubremente:
-Entonces el trabajo estará hecho; la
humanidad como tal dejará de existir-.
Protesté:
-¿Y
qué pasará con ustedes?-.
El
muerto viviente pareció tomar aire y dijo resignadamente:
-En el universo nada es eterno; todo tiene
un principio y un final por lo que una vez que se acaben los vivos, los muertos
también dejaremos de existir tal y como tú mismo lo has visto; muertos que han
dejado de moverse debido a que ya no tienen corazones con los cuales
alimentarse-.
Nadie
merecía escuchar esas palabras; nadie merecía sentir toda esa culpa y tristeza
como la que ahora embargaba mi agobiada alma.
El zombi tenía razón,
pues no tenía sentido seguir viviendo si yo era el último ser vivo de la raza
humana.
No me sentía capaz de
soportar tal soledad.
Nadie podría y nadie
debería vivir solo para siempre.
Pensé que simplemente
debía soltar el tubo al cual se aferraban mis manos desesperadamente; era tan
sencillo dejarse llevar por aquello que el Creador o quienquiera que tomara las
decisiones en el universo ordenara.
Comencé a sollozar y
quise confirmar:
-¿Entonces no hay
salvación?-.
El zombi intentó sonreír
y contestó:
-No; no la hay-.
Y de repente sentí
cono si todo el odio y la amargura en el mundo se acumularan en esa criatura al
escuchar cuando comenzó a gritar:
-¡SE LOS ADVERTÍ; SE LOS DIJE INCONTABLES VECES PERO
NADIE ME ESCUCHÓ; LO SEGUÍ HACIENDO HASTA MI MUERTE PERO TODOS ME IGNORARON!-.
No había defensa
contra su explicación, pensé mientras el muerto vivo seguía vociferando todo su
sufrimiento a la vez que los demás zombis lo secundaban gritando horriblemente.
La humanidad había
enfermado de tristeza y ahora se estaba suicidando tomando a los muertos como
una pistola de la cual las mismas personas habían jalado el gatillo.
Cerré los ojos
sintiendo como una paz que solo se puede encontrar en los sepulcros me abrazaba
cariñosamente mi interior mientras mis dedos comenzaron a aflojarse.
En eso, una sonrisa de
esperanza invadió mi rostro pues ahora sabía lo que tenía que hacer.
Sentí
como si toda la energía del universo se acumulara en mí.
Abracé
fuertemente el tubo del cual me sostenía y jalé violentamente el pie que tenía
aprisionado el barril de químicos; quedé completamente colgado del barandal mientras
el barril rodaba y ocurrió exactamente lo que imaginé: al ser el barril de
metal, cuando en su caída golpeó los tubos del andamio, sacó chispas ocasionando
que explotara de tal manera que una lluvia de fuego líquido se derramara sobre las
infernales criaturas que esperaban mi rendición.
Se
desató el infierno.
O
al menos en mi imaginación siempre pensé que el infierno sería tal y como ahora
lo contemplaban mis ojos.
Seres
grotescos bañados en llamas de fuego que los hacían arder mientras gritaban
desesperadamente al ser víctimas de tal destrucción; incluso muchos de ellos
comenzaron a abrazarse unos a otros propagando la aniquilación que yo había
iniciado. Dejé que ardieran lo más que pude hasta que sentí como la gravedad me
hacía sentir como si me arrancaran los brazos por lo que utilizando mis últimas
fuerzas me impulse hacia arriba hasta finalmente poder llegar a la superficie
del andamio para desde ahí contemplar como los zombis terminaban de arder hasta
convertirse en cenizas en medio de alaridos de pesadilla.
Lo más horripilante
de todo fue que en el pandemónium que se desató incluso llegué a escuchar
sonidos parecidos a risas de alegría.
Después
de todo, estaban regresando a su descanso interrumpido por la estupidez humana.
Desde
el día de la masacre de zombis, decidí moverme de lugar.
Tomé
una enorme camioneta de una agencia automotriz; la llené con la gasolina que
saqué de los demás vehículos y la cargué con todo lo que necesitaba: comida, un
poco de ropa, herramientas, cocteles molotov y mi machete que nunca me había
abandonado.
Y
desde entonces me he dedicado a recorrer las carreteras buscando vida humana
como si fuera un astronauta llegando a un nuevo planeta.
Hasta
ahora no he tenido suerte.
Pero
no pierdo la esperanza.
Dicen
que mientras hay vida habrá esperanza pero yo creo que es al revés, pues la
esperanza es lo que hace que valga la pena vivir.
Precisamente
eso es lo que me motiva a levantarme por las mañanas con una sonrisa en el
rostro; asearme, desayunar y seguir mi camino:
La
esperanza de saber que no soy el último de mi especie.
El título de esta historia está inspirado en la canción Zombie Ritual de la banda de Death Metal norteamericana llamada DEATH, por lo que este relato está dedicado a su fundador Chuck Schuldiner (QEPD).