Magda
se sentía extremadamente contenta; finalmente habían podido comprar la casa de
sus sueños.
Era
un esfuerzo que, junto con su esposo Rodrigo, había anhelado desde que se
casaron, doce años atrás; decidieron dedicar sus recursos económicos primero a
tener familia, por lo que en la actualidad tenían dos niños, Mateo de diez años
y Juanito de siete. No se arrepentían, pues desde que se comprometieron para
casarse, así lo habían planeado, por lo que se volvieron locos de contentos al
anunciarle Magda a su esposo que estaba embarazada; ella tuvo que dejar de
trabajar, mientras que Rodrigo se buscó un empleo más redituable para hacerle
frente a los gastos que siempre conlleva agrandar la familia.
Al
principio sufrieron un poco para ajustarse a su nuevo presupuesto, pero todo
eso perdía importancia al ver la alegría que demostraba el pequeño durante sus
primeros años de vida; una vez que se fueron adaptando a la nueva situación,
tuvieron su segundo hijo a fin de cumplir con sus planes de vida.
Después
del nacimiento de Juanito, la señora se dedicó a elaborar pasteles, biscochos y
demás antojos que había aprendido en unas clases de alta repostería que cursó
cuando era soltera; se le daba bien la cocina por lo que sabía que, de esa
manera, tenían más oportunidad de ahorrar a fin de comprarse un hogar propio.
Y
finalmente lo habían conseguido.
Resulta
que un amigo del trabajo de Rodrigo lo recomendó con un primo que vivía en el
norte del país, por lo que aquel, después de consultarlo con Magda, había
cerrado el trato para comprar la vivienda; a la pareja de primera instancia no
les agradaba mucho la idea de irse a vivir a provincia después de haber estado
en la capital del país durante toda su vida, pero tomando en cuenta el precio,
decidieron cambiar de residencia, por lo que Rodrigo tramitó su cambio a la
sucursal que su empresa tenía por esos rumbos y empacaron sus maletas rumbo a
su nueva aventura. Magda por su parte, ya había hecho una buena clientela para
sus pasteles, pero confiaba en su buena mano para la cocina, por lo que sabía
que a donde llegara, en cuanto promocionara sus productos, no iba a tener
problemas.
Los
cuatro llegaron con las ilusiones que tiene toda familia al saber que poseen
una casa propia, por lo que no les molestó que ésta necesitara un sinfín de
reparaciones, pues debido a que el anterior dueño había dejado de habitarla
hacía varios años, estaba descuidada; lo que si les llamó la atención al cerrar
el trato fue la cara de alivio del anterior propietario, pero se lo atribuyeron
a que finalmente había podido vender su casa y así disfrutar del dinero
producto de la venta.
Que
equivocados estaban.
La
casa se encontraba un poco alejada de una colonia habitada por familias de
clase media; el centro de trabajo de Rodrigo estaba como a treinta minutos y la
escuela para los niños se ubicaba a un par de colonias, lo cual significaba que
en términos generales, estaban en una buena ubicación, por lo que en cuanto
terminaron de instalarse y que a Rodrigo se le terminaron los días de permiso
que había solicitado para mudarse, éste se fue a trabajar a su nueva empresa;
los niños comenzaron a asistir a la escuela pues su papá los podía llevar por
las mañanas mientras Magda los recogería a la salida en un pequeño coche que se
había comprado para hacer las entregas de sus pasteles. Una vez que se quedó
sola la primera mañana de clases, comenzó a elaborar sus ricos postres y una
vez que hizo una cantidad respetable de ellos, se encaminó a la colonia cercana
a fin de ofrecerlos; la gente la veía con desconfianza y más de uno levantó las
cejas sorprendido cuando la joven señora les decía donde vivía, pero en cuanto
probaban las ricas golosinas que Magda llevaba
de muestra, se olvidaban de todo y comenzaban a comprarle su producto,
así como a encargarle pasteles para cumpleaños y celebraciones diversas,
independientemente de que dos panaderías de otras colonias le hicieron encargos
más grandes para revender los pasteles en sus negocios.
Todo
lo anterior le vino de perlas al matrimonio, pues prácticamente todo el sueldo
de Rodrigo, así como las ganancias de Magda se iban en comprar material para
las reparaciones que tan urgentemente necesitaba su nueva casa. Para ahorrar lo
más que pudieran, decidieron ellos mismo encargarse de dichos arreglos, pues
mientras Rodrigo, quien sabía un poco de albañilería hacía algunos pequeños
resanes, Magda y sus hijos se dedicaban a pintar las paredes de la vivienda;
incluso Juanito quien, por su corta edad, no era muy cuidadoso con la brocha,
trataba de contribuir, para terminar siempre bañado de pintura, provocando las
risas de todos.
Para
todos, esos fueron días de mucha felicidad.
La
cual desgraciadamente no duró mucho, pues la casa, al igual que las personas,
guardaba “esqueletos en el armario”.
De
forma literal.
La
primera señal de que algo no andaba bien la recibió Magda en una ocasión que
fue a entregar un pastel a una vecina; después de salir de la casa de su
clienta y antes de subirse a su pequeño coche, se dio cuenta que a unos metros
una anciana se le quedaba viendo entre asustada y curiosa por lo que pensando
que su fama como buena repostera estaba creciendo, la joven se acercó a la
extraña persona y le dijo:
-Hola,
buenos días, me llamo Magda. ¿Usted es de por aquí?-.
La
anciana, sin regresar el saludo, le preguntó:
-¿Usted
es la señora que vive en la gran casa vieja?-.
Magda,
sin perder la sonrisa, contestó:
-¿La
casa vieja?-.
La
envejecida mujer le dijo:
-Es
que así es como conocemos a la casa donde usted vive-.
Magda,
más tranquila, dijo:
-Sí;
yo soy la señora de los pasteles que es como ahora me empiezan a conocer los
vecinos-.
Pero
la anciana replicó:
-¿Y
no le da miedo vivir ahí?-.
La
joven extrañada replicó:
-¿Y
por qué debería darme miedo?-.
La
venenosa vecina comenzó a explicar:
-No
me haga caso, porque esto lo dicen las viejas chismosas que no tienen nada que
hacer, pero se cuenta que hace muchos años en esa casa ocurrió algo muy feo-.
Magda,
comenzando a fastidiarse, dijo en un tono más cortante:
-¿Y
qué fue lo que se supone que ocurrió?-.
La
anciana contestó con miedo en la voz:
-Es
que cuentan que ahí vivía una señora que le hacía a la brujería, pero que una
noche se volvió loca; mató a su hijo que le iba a ofrecer al Diablo y luego se
suicidó-.
Magda
comenzó a sentir miedo, por lo que la veterana señora con sus repulsivos dedos
de arpía, la tomó de un brazo y exclamó:
-¡Pero
no haga caso señito; como le dije, son chismes de viejas que les encanta
meterse en lo que no les importa!-.
La
joven, intentando no demostrar el asco que le daba el contacto de la vieja
loca, contestó enfadada:
-Pues
espero que esos chismes se acaben, porque tengo niños en mi casa y no quisiera
que escucharan semejantes tonterías-.
Y
se dio la media vuelta para subir a su coche y alejarse.
Por
la noche pensó en comentarle a Rodrigo lo sucedido, pero prefirió no darle
importancia a lo que le platicó la vieja; pensaba, sin menospreciar a sus
vecinos, que era muy probable que por esos lugares todavía les dieran importancia
a leyendas urbanas y relatos producto de la tradición que se da mucho en
provincia.
Aun
así, esa noche le costó mucho dormir.
Como
a eso de las tres de la madrugada, se levantó para tomar un vaso de leche a ver
si le ayudaba con la falta de sueño y se encaminó a la cocina.
Cuando
llegó a la habitación, se sirvió el líquido y sentándose en la mesa comenzó a
beberlo, mientras se daba cuenta que solo el silencio de la noche la
acompañaba.
Cuando
puso el vaso sobre de la mesa, comenzó a escuchar unos ruidos extraños. Decidió
no moverse y aguzar el oído para identificar los sonidos.
Eran
como pequeños pasos que se acercaban a la cocina, pero lo más extraño que se
oían como apagados, no como las pisadas de sus hijos cuando se levantan en la
noche. Estos se oían como si salieran de otra habitación a pesar de que
prácticamente los oía en la entrada de la cocina. Se levantó rápidamente para
dirigirse a la estancia y encender la luz.
No
había nada.
Nada
ni nadie.
Pensó
que se estaba dejando llevar por los chismes de la vieja demente que se había
encontrado en la mañana por lo que prefirió olvidar el asunto y se fue a
dormir.
La
siguiente señal se dio cuando, después de arreglar el jardín y la fachada
exterior de la casa, la alegre familia comenzó a reparar el interior de la
misma; comenzaron a pintar de la entrada principal, continuando con la cocina
para después seguir con los dormitorios y una vez que terminaron, llegaron a
una habitación que se encontraba en el fondo del corredor del piso superior.
Los cuatro integrantes de la familia contemplaron extrañados la desvencijada
puerta de madera que tapaba la entrada de dicha habitación.
Magda
dijo:
-¿Y
que hay con este cuarto?-.
Rodrigo
comentó:
-Algo
recuerdo que me dijo el dueño que se utilizaba para guardar cosas inservibles-.
Tomó el picaporte e intentó abrir sin conseguirlo y añadió. –No me dio la
llave, pero aun cuando se ve muy fuerte la puerta, creo que podría abrirla con
una barreta-.
Todos
guardaron un incómodo silencio al escuchar esas palabras, hasta que Juanito
dijo con miedo:
-¿Y
la vas a abrir, papá?-.
Magda
contestó por él:
-No
hijo. No tenemos tantas cosas como para necesitar un cuarto así-. Se movió
incomoda y completó. –Además, lo que haya adentro no tenemos algún lugar para ponerlo
o donde ir a tirarlo-.
Rodrigo
concluyó con un tono de alivio:
-Pues
entonces así que se quede; ya después veremos qué hacemos con este cuarto-.
A
pesar de que todos se alejaron con alivio de la habitación, a partir de ahí
nadie se sintió igual que antes.
Sobre
todo, por las noches.
Cada
que Magda se iba a dormir, antes de conciliar el sueño, comenzaba a escuchar
ruidos raros por toda la casa; en ocasiones eran como crujidos que le atribuía
a la edad de la construcción, pero a veces eran más bien como rasquidos en las
paredes por lo que pensó que la casa era más vieja de lo que se imaginaba. Aun
así, se había dado cuenta durante las reparaciones que la estructura era
sólida, por lo que no corrían ningún peligro.
Hasta
que las cosas subieron de tono.
Sus
hijos, quienes inicialmente había sido niños alegres, ahora se habían vuelto
callados y taciturnos, hasta que una tarde cuando todavía no regresaba Rodrigo
del trabajo, Magda les preguntó que estaba pasando. Mateo clavó su mirada en el
plato de comida que tenía delante de él, mientras Juanito veía a su madre con
miedo en los ojos.
La
señora comenzó a asustarse por lo que les dijo:
-Si
algo les sucede, necesito que me digan; si no, no puedo ayudarlos-.
El
más pequeño volteó a ver a su hermano y exclamó tímidamente:
-¿Le
digo?-.
Mateo
simplemente asintió, por lo que Juanito le dijo a su mamá casi en susurros:
-Creo
que en esta casa espantan-.
Magda
sintió como el alma se le caía a los pies, pero tratando de no demostrar sus
preocupación, preguntó suavemente:
-¿Y
por qué crees eso hijito?-.
Fue
Mateo el que contestó:
-Es
que por las noches escuchamos ruidos-.
Ella
comentó tranquilamente:
-Bueno,
eso es común en las casas antiguas; los pisos crujen y los techos, aunque sean
de cemento, con el calor emiten sonidos, pero no hay nada de qué preocuparse-.
Juanito
dijo casi al borde de las lágrimas:
-Es
que los ruidos que escuchamos vienen de las paredes-.
Magda
sentía como la boca se le comenzaba a secar, por lo que con dificultad
preguntó:
-¿Y
qué es lo que escuchan?-.
Los
niños comenzaron a hablar atropelladamente:
-A
veces escuchamos como si rascaran las paredes-.
-En
ocasiones se escucha como si tocaran la puerta, pero el ruido viene de dentro
de las paredes-.
Mateo
finalizó aterrado:
-Parece
como si alguien estuviera ahí dentro-.
Magda
no supo que contestar, por lo que trató en vano de consolarlos:
-No
se preocupen, les prometo que vamos a averiguar qué está pasando; de momento no
le digan a su papá, pues está muy ilusionado con la nueva casa-.
Y
terminaron de comer en silencio.
Por
la noche, fieles a su promesa, los niños no le mencionaron nada a Rodrigo, por
lo que simplemente merendaron los cuatro tranquilamente y se fueron a dormir.
Pero
Magda en lo que menos pensaba era en descansar, pues se sentía demasiado
preocupada para incluso cerrar los ojos; daba vueltas en su cama pensando lo
que estaba sucediendo en su nueva casa, pues no podía creer lo que sus hijos le
habían confesado.
Lo
que más le asustaba era que ella misma había experimentado las mismas extrañas
manifestaciones, pues aparte de escuchar ruidos extraños, por las mañanas en que
su marido e hijos salían de la casa y ella se quedaba sola, sentía como si una
presencia extraña la acompañara todo el tiempo; era como un invitado que no ha
sido convidado a una fiesta o como una pieza que no encaja en un rompecabezas,
por más que se esfuerza en formar parte de él.
A veces sentía tan fuerte la desagradable
compañía que encendía la radio subiendo el volumen casi al máximo para, por lo
menos de esa manera, sentir que estaba en compañía de seres humanos de verdad y
cuando salía a hacer sus entregas, sentía con alivio la caricia del sol y el
aire fresco de la mañana que respiraba, a diferencia del maligno ambiente que
se había apoderado de su nueva morada.
Pero
aún faltaba lo peor.
Volteó
a ver su reloj despertador y se dio cuenta que daban las tres y media, cuando
algo dentro de ella comenzó a crecer; era como si el silencio nocturno se
convirtiera en un sonido tan fuerte que amenazaba con embotarle los sentidos
mientras su frente se perlaba de finas gotas de sudor frío haciendo que cerrara
sus ojos fuertemente.
Y
fue cuando escuchó los ruidos más aterradores de que haya tenido memoria.
Sus
oídos fueron inundados por sonidos como sutiles sollozos que de repente eran
apagados por infernales carcajadas; era como si el autor de las risas se
burlara del dolor y sufrimiento de la persona que lloraba por lo que trató de
abrir sus ojos, pero una fuerza más grande que ella se lo impedía. Quiso mover
el cuerpo para salir de la cama, pero se encontraba completamente paralizada,
como si su cuerpo solo hubiera sido diseñado para respirar, pero no para hacer
ningún tipo de movimiento.
Y
entonces escuchó lo peor de todo.
Eran
gritos de espanto lanzados por sus propios hijos.
Fue
cuando pudo reaccionar.
Se
levantó de golpe para encender la luz, y cuando volteó a la puerta, ésta se
abrió violentamente para dejar entrar a Mateo y Juanito, quienes presa del
horror, entraban llorando a la habitación.
Todo
el escándalo despertó también a Rodrigo quien, sin poder reaccionar, sintió
como los chiquillos se arrojaban sobre él gritando:
-¡Ahí
están, ahí están!-.
El
hombre completamente confundido y todavía adormilado, preguntó sorprendido:
-¿Quiénes?
¿Quiénes están?-.
Juanito
contestó desesperado:
-¡Los
ruidos! ¡Los ruidos que salen de las paredes!-.
Magda,
aunque ya podía moverse, no atinaba a hacer algo y completamente muda por el
espanto, no atinaba a decir algo, por lo que Rodrigo se levantó violentamente
de la cama y preguntó desesperado:
-¿Cuáles
ruidos?-.
Mateo
exclamó:
-¡Los
ruidos que parecen voces y llantos!-.
Tomo aire y añadió. -¡Y salen de las paredes!-.
Rodrigo
analizó unos segundos lo que acababa de escuchar y tomando un bat que siempre
tenía debajo de la cama, dijo decidido:
-Creo
que alguien se metió a la casa; voy a averiguar-.
Magda
y los chicos, quienes ya sabían lo que sucedía, lo siguieron, pero él les
advirtió:
-¡Quédense
aquí; iré yo solo!-.
Pero
en cuanto dejó la habitación, la joven salió detrás de él con sus hijos
abrazados a sus piernas; caminaron los cuatro lentamente hacia el cuarto de los
niños el cual tenía la puerta abierta y la luz encendida. Rodrigo se asomó y
entonces entró violentamente con el bat fuertemente tomado entre sus manos.
No
había nadie en la habitación.
Con
una sonrisa de alivio, volteó a ver a su familia y dijo tranquilamente:
-Al
parecer tuvieron una pesadilla-.
Pero
Mateo reclamó:
-¿Los
dos soñamos lo mismo?-.
Y
Juanito, sin dejar de llorar, insistió:
-¡No
papá; se escuchan ruidos como si hubiera gente dentro de las paredes!-.
El
hombre, con un tono de contenida impaciencia, dijo suavemente:
-Mira
hijo; las paredes son demasiado delgadas para que alguien se meta ahí-. Se acercó
a la puerta y continuó. –Estas son de las llamadas paredes dobles; son dos
hojas de madera que están unidas entre sí con un espacio en medio para cables y
tubería, pero no para que quepa una persona. Yo creo que un animal que se…-.
La
voz se le congeló cuando todos escucharon pequeños chillidos desesperados que
salían, no de la habitación de los niños sino del cuarto que no habían querido
abrir.
Todos
voltearon asustados hacia la puerta que tapaba el misterioso cuarto, la cual
parecía burlarse del terror que se apoderaba de los espectadores; Rodrigo sacó
fuerzas de su miedo y dijo enojado:
-¡Esto
debe tener una explicación coherente!-.
Y
se dirigió decididamente hacia la puerta, mientras Magda, abrazada por sus
hijos, lo seguían con la mirada, incapaces de detener al enfurecido hombre.
Cuando
el señor llegó frente a la puerta, los ruidos comenzaron a escucharse más y más
fuerte, por lo que tomando el bat lo dejó caer sobre del picaporte, el cual
salió volando hasta caer frente a su familia.
Entonces
los lamentos se callaron.
Todos
voltearon a verse entre sí con mirada atemorizada, hasta que Rodrigo posó su
mano en la puerta y la empujó suavemente.
No
se veía absolutamente nada pues el cuarto estaba completamente a oscuras;
Rodrigo pensó que no había nada que temer y trató de sonreír, pero la sonrisa
se quedó a medias cuando todos escucharon con terror un ruido que venía de
dentro de la habitación.
Era
como un rumor de miles de voces que subían cada vez más de volumen, haciéndose
insoportable; de repente, el ruido se fue transformando hasta escucharse como
si fueran miles de pequeños pasos que se dirigían hacia la salida de la
infernal habitación.
Todos
se pegaron a las paredes sorprendidos al contemplar como miles de ratas salían
corriendo despavoridas y emitiendo sus característicos chillidos, para
dirigirse hacia las escaleras, buscando la salida de la casa.
Cuando
el último de los roedores pasó corriendo junto a ellos, solo el silencio
abrazaba el ambiente.
Poco
a poco comenzaron a moverse; los niños abrazaron más fuerte a Magda y empezaron
a llorar de nuevo, mientras Rodrigo se acercaba y los rodeaba con sus brazos a
los tres.
La
familia completa bajó hasta llegar a la sala y después de que Magda les sirvió
un vaso de leche a los asustados chiquillos, comenzaron a comentar acerca de
todo lo que había sucedido, hasta que el matrimonio llegó a la única
conclusión.
Por
un lado, si la casa estaba infestada de ratas, eso podía ser peligroso para sus
hijos, pues dado que dichos animales son muy insalubres y transmiten un sinfín de
enfermedades, era un ambiente antihigiénico.
Por
el otro lado, tanto Magda como Rodrigo le tenían fobia a toda clase de
roedores, cosa que recordaron con una risa de complicidad, pues siempre les
había sorprendido gratamente lo mucho que tenían en común, desde los mismos
gustos hasta los mismos miedos.
Decidieron
abandonar su casa.
Dos
días después, los hombres contratados para transportar sus muebles, subieron
las últimas pertenencias de la familia de Magda en el camión de mudanzas y
arrancaron mientras ella, junto con sus hijos y Rodrigo, guardaban pequeñas cajas
llenas de objetos delicados en la cajuela del coche del jefe de familia.
Habían
rentado un departamento en un edificio multifamiliar a cinco kilómetros de su
antigua casa, el cual habían contratado con una renta aceptable para su
presupuesto, por lo que inmediatamente cerraron el trato; dejaron ahí el coche
de Magda y fueron a recoger sus cosas.
Los
niños se subieron alegremente a los asientos traseros del vehículo, mientras la
joven señora salía de la casa con la última de las cajas, siendo contemplada
por Rodrigo, quien se encontraba recargado sobre de la puerta del conductor; le
sonrió a su esposa y le preguntó:
-¿Te
da tristeza mudarnos otra vez?-.
Ella
se recargó junto a su esposo y tomándolo cariñosamente de su mano, comentó con
una sonrisa en el rostro:
-De
hecho, no; el lugar donde vamos a vivir está lleno de personas, las que pueden
llegar a ser mis clientes y como también tienen hijos, los nuestros tendrán con
quien jugar-. Emitió un suspiro de confianza y añadió. –En cuanto a la casa,
con las remodelaciones que le hicimos, no creo que tengamos problema en
venderla-.
Le
dio un suave beso a su esposo y se subió en el asiento del pasajero; Rodrigo
suspiró satisfecho y también abordó el vehículo.
Encendió
el motor, pero antes de echar a andar el coche, le dijo a su esposa:
-¿Sabes
algo? A pesar de nuestras fobias, me da gusto saber que teníamos un problema de
ratas y no de fantasmas-.
Magda
sonrió aliviada y simplemente dijo:
-A
mí también-.
Y
arrancaron el coche.
Una
vez que el coche se perdió en la distancia, en una de las ventanas aparecieron de
la nada dos extrañas figuras, una más grande que la otra. La pequeña, que
asemejaba un niño con una palidez extrema, le preguntó a la otra:
-Ya no van a regresar, ¿Verdad mamá?-.
La
figura grande, que tenía el rostro de una mujer de aspecto cadavérico y cuencas
sin ojos, contestó con voz cavernosa:
-Así es hijo; ahora podemos seguir
viviendo en nuestra casa-.
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