domingo, 12 de abril de 2020

VOCES EN LAS PAREDES



         Magda se sentía extremadamente contenta; finalmente habían podido comprar la casa de sus sueños.
         Era un esfuerzo que, junto con su esposo Rodrigo, había anhelado desde que se casaron, doce años atrás; decidieron dedicar sus recursos económicos primero a tener familia, por lo que en la actualidad tenían dos niños, Mateo de diez años y Juanito de siete. No se arrepentían, pues desde que se comprometieron para casarse, así lo habían planeado, por lo que se volvieron locos de contentos al anunciarle Magda a su esposo que estaba embarazada; ella tuvo que dejar de trabajar, mientras que Rodrigo se buscó un empleo más redituable para hacerle frente a los gastos que siempre conlleva agrandar la familia.
         Al principio sufrieron un poco para ajustarse a su nuevo presupuesto, pero todo eso perdía importancia al ver la alegría que demostraba el pequeño durante sus primeros años de vida; una vez que se fueron adaptando a la nueva situación, tuvieron su segundo hijo a fin de cumplir con sus planes de vida.
         Después del nacimiento de Juanito, la señora se dedicó a elaborar pasteles, biscochos y demás antojos que había aprendido en unas clases de alta repostería que cursó cuando era soltera; se le daba bien la cocina por lo que sabía que, de esa manera, tenían más oportunidad de ahorrar a fin de comprarse un hogar propio.
         Y finalmente lo habían conseguido.
         Resulta que un amigo del trabajo de Rodrigo lo recomendó con un primo que vivía en el norte del país, por lo que aquel, después de consultarlo con Magda, había cerrado el trato para comprar la vivienda; a la pareja de primera instancia no les agradaba mucho la idea de irse a vivir a provincia después de haber estado en la capital del país durante toda su vida, pero tomando en cuenta el precio, decidieron cambiar de residencia, por lo que Rodrigo tramitó su cambio a la sucursal que su empresa tenía por esos rumbos y empacaron sus maletas rumbo a su nueva aventura. Magda por su parte, ya había hecho una buena clientela para sus pasteles, pero confiaba en su buena mano para la cocina, por lo que sabía que a donde llegara, en cuanto promocionara sus productos, no iba a tener problemas.
         Los cuatro llegaron con las ilusiones que tiene toda familia al saber que poseen una casa propia, por lo que no les molestó que ésta necesitara un sinfín de reparaciones, pues debido a que el anterior dueño había dejado de habitarla hacía varios años, estaba descuidada; lo que si les llamó la atención al cerrar el trato fue la cara de alivio del anterior propietario, pero se lo atribuyeron a que finalmente había podido vender su casa y así disfrutar del dinero producto de la venta.
         Que equivocados estaban.

         La casa se encontraba un poco alejada de una colonia habitada por familias de clase media; el centro de trabajo de Rodrigo estaba como a treinta minutos y la escuela para los niños se ubicaba a un par de colonias, lo cual significaba que en términos generales, estaban en una buena ubicación, por lo que en cuanto terminaron de instalarse y que a Rodrigo se le terminaron los días de permiso que había solicitado para mudarse, éste se fue a trabajar a su nueva empresa; los niños comenzaron a asistir a la escuela pues su papá los podía llevar por las mañanas mientras Magda los recogería a la salida en un pequeño coche que se había comprado para hacer las entregas de sus pasteles. Una vez que se quedó sola la primera mañana de clases, comenzó a elaborar sus ricos postres y una vez que hizo una cantidad respetable de ellos, se encaminó a la colonia cercana a fin de ofrecerlos; la gente la veía con desconfianza y más de uno levantó las cejas sorprendido cuando la joven señora les decía donde vivía, pero en cuanto probaban las ricas golosinas que Magda llevaba  de muestra, se olvidaban de todo y comenzaban a comprarle su producto, así como a encargarle pasteles para cumpleaños y celebraciones diversas, independientemente de que dos panaderías de otras colonias le hicieron encargos más grandes para revender los pasteles en sus negocios.
         Todo lo anterior le vino de perlas al matrimonio, pues prácticamente todo el sueldo de Rodrigo, así como las ganancias de Magda se iban en comprar material para las reparaciones que tan urgentemente necesitaba su nueva casa. Para ahorrar lo más que pudieran, decidieron ellos mismo encargarse de dichos arreglos, pues mientras Rodrigo, quien sabía un poco de albañilería hacía algunos pequeños resanes, Magda y sus hijos se dedicaban a pintar las paredes de la vivienda; incluso Juanito quien, por su corta edad, no era muy cuidadoso con la brocha, trataba de contribuir, para terminar siempre bañado de pintura, provocando las risas de todos.
         Para todos, esos fueron días de mucha felicidad.
         La cual desgraciadamente no duró mucho, pues la casa, al igual que las personas, guardaba “esqueletos en el armario”.
         De forma literal.

         La primera señal de que algo no andaba bien la recibió Magda en una ocasión que fue a entregar un pastel a una vecina; después de salir de la casa de su clienta y antes de subirse a su pequeño coche, se dio cuenta que a unos metros una anciana se le quedaba viendo entre asustada y curiosa por lo que pensando que su fama como buena repostera estaba creciendo, la joven se acercó a la extraña persona y le dijo:
         -Hola, buenos días, me llamo Magda. ¿Usted es de por aquí?-.
         La anciana, sin regresar el saludo, le preguntó:
         -¿Usted es la señora que vive en la gran casa vieja?-.
         Magda, sin perder la sonrisa, contestó:
         -¿La casa vieja?-.
         La envejecida mujer le dijo:
         -Es que así es como conocemos a la casa donde usted vive-.
         Magda, más tranquila, dijo:
         -Sí; yo soy la señora de los pasteles que es como ahora me empiezan a conocer los vecinos-.
         Pero la anciana replicó:
         -¿Y no le da miedo vivir ahí?-.
         La joven extrañada replicó:
         -¿Y por qué debería darme miedo?-.
         La venenosa vecina comenzó a explicar:
         -No me haga caso, porque esto lo dicen las viejas chismosas que no tienen nada que hacer, pero se cuenta que hace muchos años en esa casa ocurrió algo muy feo-.
         Magda, comenzando a fastidiarse, dijo en un tono más cortante:
         -¿Y qué fue lo que se supone que ocurrió?-.
         La anciana contestó con miedo en la voz:
         -Es que cuentan que ahí vivía una señora que le hacía a la brujería, pero que una noche se volvió loca; mató a su hijo que le iba a ofrecer al Diablo y luego se suicidó-.
         Magda comenzó a sentir miedo, por lo que la veterana señora con sus repulsivos dedos de arpía, la tomó de un brazo y exclamó:
         -¡Pero no haga caso señito; como le dije, son chismes de viejas que les encanta meterse en lo que no les importa!-.
         La joven, intentando no demostrar el asco que le daba el contacto de la vieja loca, contestó enfadada:
         -Pues espero que esos chismes se acaben, porque tengo niños en mi casa y no quisiera que escucharan semejantes tonterías-.
         Y se dio la media vuelta para subir a su coche y alejarse.
         Por la noche pensó en comentarle a Rodrigo lo sucedido, pero prefirió no darle importancia a lo que le platicó la vieja; pensaba, sin menospreciar a sus vecinos, que era muy probable que por esos lugares todavía les dieran importancia a leyendas urbanas y relatos producto de la tradición que se da mucho en provincia.
         Aun así, esa noche le costó mucho dormir.
         Como a eso de las tres de la madrugada, se levantó para tomar un vaso de leche a ver si le ayudaba con la falta de sueño y se encaminó a la cocina.
         Cuando llegó a la habitación, se sirvió el líquido y sentándose en la mesa comenzó a beberlo, mientras se daba cuenta que solo el silencio de la noche la acompañaba.
         Cuando puso el vaso sobre de la mesa, comenzó a escuchar unos ruidos extraños. Decidió no moverse y aguzar el oído para identificar los sonidos.
         Eran como pequeños pasos que se acercaban a la cocina, pero lo más extraño que se oían como apagados, no como las pisadas de sus hijos cuando se levantan en la noche. Estos se oían como si salieran de otra habitación a pesar de que prácticamente los oía en la entrada de la cocina. Se levantó rápidamente para dirigirse a la estancia y encender la luz.
         No había nada.
         Nada ni nadie.
         Pensó que se estaba dejando llevar por los chismes de la vieja demente que se había encontrado en la mañana por lo que prefirió olvidar el asunto y se fue a dormir.

         La siguiente señal se dio cuando, después de arreglar el jardín y la fachada exterior de la casa, la alegre familia comenzó a reparar el interior de la misma; comenzaron a pintar de la entrada principal, continuando con la cocina para después seguir con los dormitorios y una vez que terminaron, llegaron a una habitación que se encontraba en el fondo del corredor del piso superior. Los cuatro integrantes de la familia contemplaron extrañados la desvencijada puerta de madera que tapaba la entrada de dicha habitación.
         Magda dijo:
         -¿Y que hay con este cuarto?-.
         Rodrigo comentó:
         -Algo recuerdo que me dijo el dueño que se utilizaba para guardar cosas inservibles-. Tomó el picaporte e intentó abrir sin conseguirlo y añadió. –No me dio la llave, pero aun cuando se ve muy fuerte la puerta, creo que podría abrirla con una barreta-.
         Todos guardaron un incómodo silencio al escuchar esas palabras, hasta que Juanito dijo con miedo:
         -¿Y la vas a abrir, papá?-.
         Magda contestó por él:
         -No hijo. No tenemos tantas cosas como para necesitar un cuarto así-. Se movió incomoda y completó. –Además, lo que haya adentro no tenemos algún lugar para ponerlo o donde ir a tirarlo-.
         Rodrigo concluyó con un tono de alivio:
         -Pues entonces así que se quede; ya después veremos qué hacemos con este cuarto-.
         A pesar de que todos se alejaron con alivio de la habitación, a partir de ahí nadie se sintió igual que antes.
         Sobre todo, por las noches.
         Cada que Magda se iba a dormir, antes de conciliar el sueño, comenzaba a escuchar ruidos raros por toda la casa; en ocasiones eran como crujidos que le atribuía a la edad de la construcción, pero a veces eran más bien como rasquidos en las paredes por lo que pensó que la casa era más vieja de lo que se imaginaba. Aun así, se había dado cuenta durante las reparaciones que la estructura era sólida, por lo que no corrían ningún peligro.
         Hasta que las cosas subieron de tono.
         Sus hijos, quienes inicialmente había sido niños alegres, ahora se habían vuelto callados y taciturnos, hasta que una tarde cuando todavía no regresaba Rodrigo del trabajo, Magda les preguntó que estaba pasando. Mateo clavó su mirada en el plato de comida que tenía delante de él, mientras Juanito veía a su madre con miedo en los ojos.
         La señora comenzó a asustarse por lo que les dijo:
         -Si algo les sucede, necesito que me digan; si no, no puedo ayudarlos-.
         El más pequeño volteó a ver a su hermano y exclamó tímidamente:
         -¿Le digo?-.
         Mateo simplemente asintió, por lo que Juanito le dijo a su mamá casi en susurros:
         -Creo que en esta casa espantan-.
         Magda sintió como el alma se le caía a los pies, pero tratando de no demostrar sus preocupación, preguntó suavemente:
         -¿Y por qué crees eso hijito?-.
         Fue Mateo el que contestó:
         -Es que por las noches escuchamos ruidos-.
         Ella comentó tranquilamente:
         -Bueno, eso es común en las casas antiguas; los pisos crujen y los techos, aunque sean de cemento, con el calor emiten sonidos, pero no hay nada de qué preocuparse-.
         Juanito dijo casi al borde de las lágrimas:
         -Es que los ruidos que escuchamos vienen de las paredes-.
         Magda sentía como la boca se le comenzaba a secar, por lo que con dificultad preguntó:
         -¿Y qué es lo que escuchan?-.
         Los niños comenzaron a hablar atropelladamente:
         -A veces escuchamos como si rascaran las paredes-.
         -En ocasiones se escucha como si tocaran la puerta, pero el ruido viene de dentro de las paredes-.
         Mateo finalizó aterrado:
         -Parece como si alguien estuviera ahí dentro-.
         Magda no supo que contestar, por lo que trató en vano de consolarlos:
         -No se preocupen, les prometo que vamos a averiguar qué está pasando; de momento no le digan a su papá, pues está muy ilusionado con la nueva casa-.
         Y terminaron de comer en silencio.

         Por la noche, fieles a su promesa, los niños no le mencionaron nada a Rodrigo, por lo que simplemente merendaron los cuatro tranquilamente y se fueron a dormir.
         Pero Magda en lo que menos pensaba era en descansar, pues se sentía demasiado preocupada para incluso cerrar los ojos; daba vueltas en su cama pensando lo que estaba sucediendo en su nueva casa, pues no podía creer lo que sus hijos le habían confesado.
         Lo que más le asustaba era que ella misma había experimentado las mismas extrañas manifestaciones, pues aparte de escuchar ruidos extraños, por las mañanas en que su marido e hijos salían de la casa y ella se quedaba sola, sentía como si una presencia extraña la acompañara todo el tiempo; era como un invitado que no ha sido convidado a una fiesta o como una pieza que no encaja en un rompecabezas, por más que se esfuerza en formar parte de él.
          A veces sentía tan fuerte la desagradable compañía que encendía la radio subiendo el volumen casi al máximo para, por lo menos de esa manera, sentir que estaba en compañía de seres humanos de verdad y cuando salía a hacer sus entregas, sentía con alivio la caricia del sol y el aire fresco de la mañana que respiraba, a diferencia del maligno ambiente que se había apoderado de su nueva morada.
         Pero aún faltaba lo peor.
         Volteó a ver su reloj despertador y se dio cuenta que daban las tres y media, cuando algo dentro de ella comenzó a crecer; era como si el silencio nocturno se convirtiera en un sonido tan fuerte que amenazaba con embotarle los sentidos mientras su frente se perlaba de finas gotas de sudor frío haciendo que cerrara sus ojos fuertemente.
         Y fue cuando escuchó los ruidos más aterradores de que haya tenido memoria.
         Sus oídos fueron inundados por sonidos como sutiles sollozos que de repente eran apagados por infernales carcajadas; era como si el autor de las risas se burlara del dolor y sufrimiento de la persona que lloraba por lo que trató de abrir sus ojos, pero una fuerza más grande que ella se lo impedía. Quiso mover el cuerpo para salir de la cama, pero se encontraba completamente paralizada, como si su cuerpo solo hubiera sido diseñado para respirar, pero no para hacer ningún tipo de movimiento.
         Y entonces escuchó lo peor de todo.
         Eran gritos de espanto lanzados por sus propios hijos.
         Fue cuando pudo reaccionar.
         Se levantó de golpe para encender la luz, y cuando volteó a la puerta, ésta se abrió violentamente para dejar entrar a Mateo y Juanito, quienes presa del horror, entraban llorando a la habitación.
         Todo el escándalo despertó también a Rodrigo quien, sin poder reaccionar, sintió como los chiquillos se arrojaban sobre él gritando:
         -¡Ahí están, ahí están!-.
         El hombre completamente confundido y todavía adormilado, preguntó sorprendido:
         -¿Quiénes? ¿Quiénes están?-.
         Juanito contestó desesperado:
         -¡Los ruidos! ¡Los ruidos que salen de las paredes!-.
         Magda, aunque ya podía moverse, no atinaba a hacer algo y completamente muda por el espanto, no atinaba a decir algo, por lo que Rodrigo se levantó violentamente de la cama y preguntó desesperado:
         -¿Cuáles ruidos?-.
         Mateo exclamó:
         -¡Los ruidos  que parecen voces y llantos!-. Tomo aire y añadió. -¡Y salen de las paredes!-.
         Rodrigo analizó unos segundos lo que acababa de escuchar y tomando un bat que siempre tenía debajo de la cama, dijo decidido:
         -Creo que alguien se metió a la casa; voy a averiguar-.
         Magda y los chicos, quienes ya sabían lo que sucedía, lo siguieron, pero él les advirtió:
         -¡Quédense aquí; iré yo solo!-.
         Pero en cuanto dejó la habitación, la joven salió detrás de él con sus hijos abrazados a sus piernas; caminaron los cuatro lentamente hacia el cuarto de los niños el cual tenía la puerta abierta y la luz encendida. Rodrigo se asomó y entonces entró violentamente con el bat fuertemente tomado entre sus manos.
         No había nadie en la habitación.
         Con una sonrisa de alivio, volteó a ver a su familia y dijo tranquilamente:
         -Al parecer tuvieron una pesadilla-.
         Pero Mateo reclamó:
         -¿Los dos soñamos lo mismo?-.
         Y Juanito, sin dejar de llorar, insistió:
         -¡No papá; se escuchan ruidos como si hubiera gente dentro de las paredes!-.
         El hombre, con un tono de contenida impaciencia, dijo suavemente:
         -Mira hijo; las paredes son demasiado delgadas para que alguien se meta ahí-. Se acercó a la puerta y continuó. –Estas son de las llamadas paredes dobles; son dos hojas de madera que están unidas entre sí con un espacio en medio para cables y tubería, pero no para que quepa una persona. Yo creo que un animal que se…-.
         La voz se le congeló cuando todos escucharon pequeños chillidos desesperados que salían, no de la habitación de los niños sino del cuarto que no habían querido abrir.
         Todos voltearon asustados hacia la puerta que tapaba el misterioso cuarto, la cual parecía burlarse del terror que se apoderaba de los espectadores; Rodrigo sacó fuerzas de su miedo y dijo enojado:
         -¡Esto debe tener una explicación coherente!-.
         Y se dirigió decididamente hacia la puerta, mientras Magda, abrazada por sus hijos, lo seguían con la mirada, incapaces de detener al enfurecido hombre.
         Cuando el señor llegó frente a la puerta, los ruidos comenzaron a escucharse más y más fuerte, por lo que tomando el bat lo dejó caer sobre del picaporte, el cual salió volando hasta caer frente a su familia.
         Entonces los lamentos se callaron.
         Todos voltearon a verse entre sí con mirada atemorizada, hasta que Rodrigo posó su mano en la puerta y la empujó suavemente.
         No se veía absolutamente nada pues el cuarto estaba completamente a oscuras; Rodrigo pensó que no había nada que temer y trató de sonreír, pero la sonrisa se quedó a medias cuando todos escucharon con terror un ruido que venía de dentro de la habitación.
         Era como un rumor de miles de voces que subían cada vez más de volumen, haciéndose insoportable; de repente, el ruido se fue transformando hasta escucharse como si fueran miles de pequeños pasos que se dirigían hacia la salida de la infernal habitación.
         Todos se pegaron a las paredes sorprendidos al contemplar como miles de ratas salían corriendo despavoridas y emitiendo sus característicos chillidos, para dirigirse hacia las escaleras, buscando la salida de la casa.
         Cuando el último de los roedores pasó corriendo junto a ellos, solo el silencio abrazaba el ambiente.
         Poco a poco comenzaron a moverse; los niños abrazaron más fuerte a Magda y empezaron a llorar de nuevo, mientras Rodrigo se acercaba y los rodeaba con sus brazos a los tres.
         La familia completa bajó hasta llegar a la sala y después de que Magda les sirvió un vaso de leche a los asustados chiquillos, comenzaron a comentar acerca de todo lo que había sucedido, hasta que el matrimonio llegó a la única conclusión.
         Por un lado, si la casa estaba infestada de ratas, eso podía ser peligroso para sus hijos, pues dado que dichos animales son muy insalubres y transmiten un sinfín de enfermedades, era un ambiente antihigiénico.
         Por el otro lado, tanto Magda como Rodrigo le tenían fobia a toda clase de roedores, cosa que recordaron con una risa de complicidad, pues siempre les había sorprendido gratamente lo mucho que tenían en común, desde los mismos gustos hasta los mismos miedos.
         Decidieron abandonar su casa.

         Dos días después, los hombres contratados para transportar sus muebles, subieron las últimas pertenencias de la familia de Magda en el camión de mudanzas y arrancaron mientras ella, junto con sus hijos y Rodrigo, guardaban pequeñas cajas llenas de objetos delicados en la cajuela del coche del jefe de familia.
         Habían rentado un departamento en un edificio multifamiliar a cinco kilómetros de su antigua casa, el cual habían contratado con una renta aceptable para su presupuesto, por lo que inmediatamente cerraron el trato; dejaron ahí el coche de Magda y fueron a recoger sus cosas.
         Los niños se subieron alegremente a los asientos traseros del vehículo, mientras la joven señora salía de la casa con la última de las cajas, siendo contemplada por Rodrigo, quien se encontraba recargado sobre de la puerta del conductor; le sonrió a su esposa y le preguntó:
         -¿Te da tristeza mudarnos otra vez?-.
         Ella se recargó junto a su esposo y tomándolo cariñosamente de su mano, comentó con una sonrisa en el rostro:
         -De hecho, no; el lugar donde vamos a vivir está lleno de personas, las que pueden llegar a ser mis clientes y como también tienen hijos, los nuestros tendrán con quien jugar-. Emitió un suspiro de confianza y añadió. –En cuanto a la casa, con las remodelaciones que le hicimos, no creo que tengamos problema en venderla-.
         Le dio un suave beso a su esposo y se subió en el asiento del pasajero; Rodrigo suspiró satisfecho y también abordó el vehículo.
         Encendió el motor, pero antes de echar a andar el coche, le dijo a su esposa:
         -¿Sabes algo? A pesar de nuestras fobias, me da gusto saber que teníamos un problema de ratas y no de fantasmas-.
         Magda sonrió aliviada y simplemente dijo:
         -A mí también-.
         Y arrancaron el coche.

         Una vez que el coche se perdió en la distancia, en una de las ventanas aparecieron de la nada dos extrañas figuras, una más grande que la otra. La pequeña, que asemejaba un niño con una palidez extrema, le preguntó a la otra:
         -Ya no van a regresar, ¿Verdad mamá?-.
         La figura grande, que tenía el rostro de una mujer de aspecto cadavérico y cuencas sin ojos, contestó con voz cavernosa:
         -Así es hijo; ahora podemos seguir viviendo en nuestra casa-.

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