¿Cómo
diablos llegué aquí?
He
estado tanto tiempo en este lugar que mi mente se halla confundida.
Oh
sí, ya recuerdo; fue a causa de un pleito con mi mujer porque perdí mi trabajo.
Pero
lo mejor será comenzar por el principio.
Trabajaba
en una empresa transnacional como gerente de ventas; a final de cuentas estudié
una carrera profesional para trabajar de administrativo. Desde que terminé mis
estudios inmediatamente encontré acomodo en esta compañía donde me dediqué al
trabajo como todo recién egresado: con las ilusiones de comenzar como auxiliar
mientras construía mi propio imperio y ¿Por qué no? Llegar a tener mi propia
agencia de consultoría financiera.
Desgraciadamente
uno no piensa lo mismo a los veintidós años que a los treinta y cinco pues la
idea era solo conseguir experiencia en el mundo de los negocios y después
independizarme; sin embargo, una cosa llevó a la otra pues poco a poco fui
ascendido de puesto; en algunas ocasiones por mi desempeño y en otras porque
corrí con la suerte de que mi jefe inmediato renunciaba o como sucedió en una
ocasión en que el gerente de ventas se suicidó debido a que perdió las ganas de
vivir.
¿Por
qué llegaría a esa terrible decisión?
También
conocí el amor, o al menos eso creí en su momento, pues conocía a una chica
dentro de la misma empresa, una secretaria de carácter agradable y bonita
figura que al igual que yo, buscaba abrirse paso en el mundo laboral. Salimos
un par de años hasta que decidimos casarnos en una fastuosa boda, pues yo ya
tenía un buen nivel tanto dentro de la firma como económicamente hablando por
lo que incluso el gerente general fue invitado a nuestra fiesta, la cual
resultó tan exitosa que durante varios meses estuvimos recibiendo
felicitaciones mi mujer y yo.
De
momento pensamos en no tener hijos pues mi esposa, contagiada por mis sueños de
ambiciosos proyectos pensó que lo mejor era ahorrar lo más que pudiéramos para
iniciar en el futuro un proyecto propio.
Ahora
me arrepiento de no tener niños en la casa pues ésta se escucha tan silenciosa
todas las noches que regreso del trabajo; una enorme casa pues nuestros sueldos
alcanzan para eso y más, pero que a pesar de todo no cuenta con la felicidad de
escuchar risas infantiles.
Hemos
viajado por todo el mundo; no tanto por diversión sino que cuando uno llega a
cierto nivel en cuanto al ambiente de los negocios, inmediatamente se adquieren
ciertos compromisos sociales, como presumir de costosos paseos con los
compañeros de trabajo, hablar de ropa comprada en tiendas exclusivas así como
fiestas que uno tiene que organizar para poder asegurar alianzas estratégicas y
así engrosar la cuenta de los dueños de la compañía; fiestas donde mi mujer
hace de anfitriona perfecta, pues se ha vuelto incluso más ambiciosa que yo
pues solo hace amistad con las personas que piensa que nos pueden servir en el
futuro; fiestas donde los únicos que disfrutan son los muertos de hambre que
vienen a ellas; personas que tal vez tienen más dinero que nosotros pero que
jamás rechazan una invitación a comer y beber gratis y que cuando se van ni
siquiera son capaces de corresponder con un simple “Gracias”.
Todo
eso lo veíamos como una inversión a futuro, pues en el presente todo lo
anterior solo me ha traído cansancio y hastío.
¿Cuándo
comenzó el declive?
Creo
que fue una cuestión mental, pues de repente empecé a perder el interés en
todo.
Empecé
a cuestionar mi vida preguntándome cual era el fin de todo esto.
¿Poder,
fama, fortuna?
De
repente me di cuenta que nada de eso valía la pena, pues trabajar de sol a sol
sin tener nada más que hacer más que dedicarme a mi empleo no era el objetivo
de la vida.
Siempre
he hecho lo que me han dicho; obedece a tus padres, se educado, estudia,
trabaja, cásate, reprodúcete y muere.
Pero,
¿Dónde quedan los verdaderos sueños?
Incluso
he llegado a recordar mis ilusiones de niño.
¡Por
Dios, yo quería ser bombero!
Desgraciadamente
cuando las personas me escuchaban decir eso, me decían que era una ocupación
muy peligrosa y que los sueldos eran tan bajos que los hombres que se dedicaban
a eso prácticamente lo hacían por amor al arte.
Me
dejé convencer pues me olvidé de ello y escogí una de las tantas profesiones
respetables que hay en el mundo.
Me
convertí en un esclavo del sistema.
Un esclavo que
obedece a todos y a todo ya que el Estado me dice que gobierno me conviene; la
iglesia me dice en quien debo creer; mi familia me dice que debo de hacer para
ser alguien respetable y los medios me dicen que debo comprar para ser feliz.
Es
una forma muy cómoda de vivir pues te quita presión acerca de tener que decidir
el rumbo de tu vida, pero tiene la desgracia de que no necesariamente te
consigue la felicidad.
Más
bien es una forma comodina de vivir, pues vives en tu zona de confort,
aparentemente sin preocuparte de nada.
Dicen
que a los hombres nos llega la crisis de la madurez cuando entramos a los
cuarenta, pero creo que a mí me llegó antes.
Es
como si siempre hubiera vivido dormido y ahora quisiera despertar; como cuando
uno tiene una pesadilla horrenda y por más que uno intenta abrir los ojos no
puede volver a la conciencia.
Recuerdo
como me reí cuando el licenciado Jiménez renunció a una prometedora carrera en
el área de crédito y cobranzas para abrir una tienda de figuras de cerámica que
él mismo modelaba; todos lo criticamos hasta el cansancio pensando que estaba
loco y más cuando supimos que apenas sacaba para comer. Sin embargo, lo más
sorprendente fue que cuando me lo encontré seis meses después me di cuenta que
el anterior ejecutivo de gesto adusto se había convertido en una persona
completamente relajada, cuya sonrisa que mostraba en el rostro jamás lo
abandonó durante la media hora que estuvimos platicando.
Era
una sonrisa de completa felicidad.
Todavía
me atreví a preguntarle qué es lo que le había dicho su esposa cuando renunció
a lo que el simplemente me contestó:
“Ella
me apoya al cien por ciento”.
Ahora
lo envidio.
Lo
envidio porque tuvo el valor de vivir fuera del sistema, algo que yo nunca me he
atrevido a hacer pues tristemente ahora me doy cuenta que en realidad nunca he
hecho algo que yo de verdad haya querido.
Nunca
he sido verdaderamente yo.
Pero
lo peor de todo es la pregunta que no me abandona desde hace algunos años:
“¿Quién
soy yo en verdad?”
He
vivido con miedo, pero no de vivir fuera del sistema, sino de encontrar la
respuesta a esa pregunta; tal vez porque si la encuentro me daré cuenta de
cuanto he desperdiciado mi vida.
Lógicamente,
todo lo anterior llegó a afectar mis obligaciones laborales, pues cada vez me
costaba más trabajo levantarme para ir a mi empleo y cuando llegaba a la
empresa, todo el día estaba de mal humor; incluso llegué a desatender varias de
mis obligaciones debido a las largas horas durante las cuales reflexionaba
acerca de mi vida y de la existencia en general.
Me
sentía como si cuando hubiera nacido me hubieran dado un instructivo de vida el
cual he seguido al pie de la letra durante todos los años que he estado en este
mundo; tal vez mi antiguo jefe que se suicidó lo hizo porque pensó que
solamente así iba a ser libre de verdad.
Pero yo nunca haría
eso; la iglesia dice que el suicidio es un pecado y yo obedezco como buen
esclavo por lo que no lo veo como alternativa.
Ingenuamente
pensé que dentro del mismo sistema podría yo hacer las cosas a mi manera como
cuando le propuse cambiar las estrategias de venta al gerente general para
manejar un sistema más innovador y fuera de lo común; él, como buen esclavo se
negó pues decía que los estudios realizados señalaban que, así como estaban las
cosas era como se debían hacer.
Entonces
exploté.
Fue
un conflicto tan grande que tuve que renunciar pues de otra manera me hubieran
echado sin duda alguna, tomando en cuenta que después de que el gerente no
aceptó mis sugerencias, lo golpeé en la cara.
Un
esclavo no tiene permitido hacer eso.
Cuando
llegué a casa esa noche el pleito con mi esposa fue terrible pues ella, a pesar
de no llegar a los treinta años de edad ya tenía todo un plan de vida para los
dos; cuantos hijos íbamos a tener, a los cuantos años, a que escuela iban a
asistir; incluso tenía planeada mi fecha de retiro para irnos a vivir a una
casa a las orillas de la playa tal y como había leído en una revista, por lo
que mi renuncia estropeaba todos sus planes.
También
ella es una esclava
En
el fondo no esperaba que entendiera mi estado de ánimo, pues cada que yo
cuestionaba la situación existencial en que me encontraba, ella como buena
esclava, decía que esas eran ideas propias de un joven desubicado y que no
correspondían a una persona madura y responsable como lo era yo.
Deje
de hablar acerca de mis pensamientos.
Para
intentar convencerla le dije que pidiera dos semanas de permiso y que nos
fuéramos de vacaciones a un lugar retirado por lo que alquilamos una pequeña
casa a las orillas del desierto para descansar un poco; estaba muy reacia a la
idea pues consideraba un peligro estar lejos de las amistades quienes, por medio
de recomendaciones, me podrían encontrar un empleo adecuado a mis aptitudes y
nivel económico. El solo pensar en volver a trabajar en lo mismo hizo que se me
revolviera el estómago y la única manera de convencerla de mi idea fue
diciéndole que después de unos días de relajamiento iba a regresar con un mejor
ánimo para poder dedicarme a mi carrera una vez más.
A
regañadientes aceptó; nos fuimos a la cabaña donde no hacíamos otra cosa más
que pasear por los alrededores, comer a nuestras horas y terminar los días
viendo televisión para después irnos a descansar.
Desgraciadamente
yo no me relajaba.
El
sistema me había domesticado a tal grado que no sabía qué hacer con tanto
tiempo libre, pues me había dedicado tanto a mi profesión que me daba cuenta
que en realidad nunca había cultivado una afición o gusto por alguna actividad
en particular por lo que me sentía perdido.
Estaba
institucionalizado.
Es
como si hubiera vivido en una cárcel; una cárcel que al principio odiaba, que
después había aceptado y que finalmente, dependía de ella para vivir.
Dependía
tanto de ella que en mis pesadillas soñaba que seguía trabajando en mi oficina
y peor aún, me sentía feliz ahí.
Pero
cuando despertaba me daba cuenta que no podía ser feliz si seguía viviendo de
esa manera.
A la semana de estar supuestamente
descansando, me habló un antiguo compañero de universidad quien se había
enterado de mi situación actual y me ofrecía un puesto en la compañía donde él
laboraba con un buen horario y excelente sueldo; en otros tiempos hubiera
matado por una oportunidad como esa, pero en las actuales circunstancias dudé.
Le dije que me diera unos días para pensarlo y que yo le avisaría a lo que él
me contestó que aceptaba pero que no me tardara mucho pues el lugar estaba muy
peleado y que, si no me decidía, se lo asignarían a otra persona; nos
despedimos mientras yo me quedé con el teléfono en las manos analizando lo que
había escuchado.
¿De
verdad era eso lo que yo quería?
Como
el esclavo que soy tengo miedo; miedo de perder mi libertad, pero peor aún,
miedo de desear volver a la prisión de la cual he salido.
Ese
es el problema con el sistema; te manipula de tal manera que te obliga a
aceptar sus condiciones por lo que vivir fuera de la norma es perderlo todo.
Te
obliga a vivir con miedo.
Miedo
a ti mismo y a tus sueños.
Pensé
que al menos tenía unos días para pensarlo, por lo que de momento no se lo dije
a mi mujer; ya habría tiempo para ello.
El
problema fue que no sé cómo diablos, pero se enteró antes de que yo se lo
dijera, por lo que se desató la hecatombe.
Me
dijo de todo; que debía dejar mis dudas infantiles y tonterías acerca de la vida
y que comenzara a comportarme como un adulto por lo que debíamos regresar
inmediatamente para concertar una cita con mi amigo y aceptar su ofrecimiento.
Me dijo que yo era un profesionista que tenía la obligación de ejercer mi
carrera para vivir como vive todo el mundo.
Salí
enfurecido de la casa para adentrarme en el desierto; planeaba caminar sin rumbo
un par de horas y pensar acerca de lo que me había dicho mi esposa, así como de
las dudas que tenía acerca de mi propia vida.
Mientras
caminaba bajo el sol abrazador del mediodía me di cuenta que había salido sin
pensar siquiera en protegerme la cabeza con alguna gorra y que solo había
tomado una botella de agua, la cual destapé para sentarme y refrescarme un poco
sin dejar de analizar el conflicto existencial que no me abandonaba desde hacía
ya varios años.
Me
terminé mi botella y seguí caminando.
Pensé con amargura
que en realidad no tenía salida; había nacido esclavo y que así es como debía
vivir: dentro del sistema; que mi miedo era tan grande que no me iba a atrever
a desafiar a la vida.
Lo
más desconsolante era que no había nacido esclavo; que todos nacemos con el
poder de decisión de vivir dentro o fuera de la norma, pero yo mismo había
elegido la esclavitud.
Era
esclavo por decisión propia.
Decidí
con amargura que era el momento de regresar por lo que volví sobre mis propios
pasos.
O
al menos eso pensé.
Después
de caminar varias horas y mientras el sol se iba ocultando comencé a darme
cuenta con creciente temor que no sabía hacia donde me dirigía pues por más que
caminaba según yo de regreso, no alcanzaba a ver la cabaña que habíamos
rentado; es más no tenía ni idea de donde me encontraba.
Dentro
de mi confusión mental, me había perdido.
Antes
de que el pánico se apoderara de mí, traté de recordar en qué posición estaba
el sol cuando me metí al desierto; sabía que lo tenía a mis espaldas pues era
donde más sentía el abrazante calor del astro rey, pero cuando volteé al cielo
para ubicarme, con desesperación noté que la tarde había caído por lo que había
perdido mi punto de referencia.
Hice
un análisis de mis opciones; una, seguir caminando hasta encontrar el camino de
regreso lo cual no era recomendable pues era posible que en lugar de regresar
me adentrara cada vez más en el desierto; dos, buscar un refugio y al día siguiente
seguir buscando la salida; pero esta opción también entrañaba sus peligros,
pues no sabía que tipo de animales peligrosos habitaban por esta zona; por otro
lado, había escuchado que en el desierto el clima es muy cambiante pues
mientras que en el día hace un intenso calor por la noche dicho calor se
transforma en un frío que cala hasta los huesos. Pensé que, con todo, la
segunda alternativa era la menos peligrosa pues no era para nada seguro seguir
caminando en la noche y más cuando al voltear al cielo me di cuenta que no se
veían trazas de luna por lo que la oscuridad iba a ser casi total.
Dado
lo anterior, busqué un refugio para guarecerme pero al voltear hacía todos
lados, con desilusión me di cuenta que no había ningún lugar donde pudiera
ponerme a salvo pues no había ningún cerro o montaña en las cercanías para
encontrar una cueva y mientras el pánico invadía mi mente creí que la mejor
solución era dormir en la copa de algún árbol para de esa manera estar a salvo
de cualquier tipo de depredador; una vez más volteé hacia todos lados pero ni
siquiera eso encontré, pues lo único que adornaba el paisaje eran pequeños
matorrales secos y que lo más cercano a un árbol eran unos enormes cactus que
crecían de manera anárquica por todo el lugar; imposible subir a ellos debido a
las largas espinas que los protegían.
Con
desconsuelo me acerqué a uno de ellos para recostarme a un lado de unos
pequeños matorrales que crecían tímidamente al lado del gigante; me acomodé
sobre de mi lado izquierdo para recargar mi cabeza sobre mi brazo e intentar
dormir un poco, pero fue imposible pues estaba tan acostumbrado a los lujos que
me había brindado mi trabajo que no pude pegar ojo durante toda la noche.
Después
de pasar interminables horas durante las cuales en ocasiones dormitaba solo
para ser despertado por extraños sonidos que no me atrevería a decir si eran de
animales o del simple viento, finalmente en la madrugada pude dormir unos
cuantos minutos hasta que me despertaron los potentes rayos solares que me
daban directamente en la cara pues me había rodado sobre de mi espalda debido a
lo cual, al abrir los ojos toda mi cara estaba bañada en sudor.
Me
levanté como pude, completamente adolorido debido a lo duro del suelo mientras
recordaba donde estaba; cuando los pensamientos comenzaron a tomar forma en mi
mente me di cuenta con espanto que no había sido un sueño y que en realidad
estaba perdido en medio del desierto.
Mi
estómago reclamó el habitual desayuno, pero de momento preferí ignorarlo pues
creía más urgente el abastecimiento de agua ya que el día anterior solo me
había tomado la botella de medio litro con la que salí de la cabaña y dada la
cantidad de sudor que había desechado, mi cuerpo sentía una enorme sed como jamás
había experimentado en toda mi cómoda vida.
En
las pocas ocasiones que vi programas televisivos en la enorme pantalla de
cincuenta pulgadas que tenía en la sala de mi casa llegué a ver partes de
programas de supervivencia, pero como el aparato no era una de mis pasiones no
les puse mucha atención; mientras me maldecía por esto último recordé vagamente que los cactus guardan
agua, así que dándole vueltas al ejemplar junto al cual había intentado dormir,
pensé como podía sacar el vital líquido. Sabía que algunas especies en la punta
tienen un charco de agua que cae debido al rocío de la noche, pero escalar los
tres metros de medía era casi imposible; pensé en derribarlo, pero aparte de
que era muy grueso para lograrlo sin la herramienta adecuada, al caer toda el
agua se derramaría debido a lo cual tuve que desechar ese plan.
De
repente recordé que el cuerpo mismo de la planta acostumbra conservar agua así
que con alegría me di cuenta que lo único que tenía que hacer era abrirlo y
extraer el líquido.
¿Pero
cómo hacerlo?
Busqué
entre las escasas pertenencias que tenía en mi bolsillo, pero no había nada que
pudiera cortar, pues solo contaba con mi cartera y unas cuantas monedas;
intenté usar una de mis tarjetas de crédito, pero se rompió debido a la dureza
de la superficie del cactus; entonces recordé mi cinturón y rápidamente me lo
quité para tomar la punta de la hebilla y así abrir la planta.
Desgraciadamente
dada la longitud de aproximadamente cinco centímetros de largo del metal, mis
manos terminaron completamente arañadas por las espinas mucho más largas del
cactus, pero finalmente, después de batallar un largo rato, pude arrancar un
pedazo de corteza de unos diez por veinte centímetros de la espinosa planta.
Cuando
retiré el pedazo observé el interior; solo se veía una masa de color verde
claro completamente mojada. No esperaba que al abrir la planta fuera a brotar
el agua como si de una fuente se tratase, pero al contemplar el interior me pregunté
cómo iba a poder beberla.
Lo
único que se me ocurrió fue pegar mi boca a la carnosidad del cactus y comenzar
a chupar desesperadamente mientras sentía con alivio como el líquido entraba en
mi reseca boca. A pesar de que me parecía que estaba masticando pasto el agua
que pude extraer me supo a gloria; seguí chupando hasta que ya no saqué nada.
No me preocupó pues ahora sabía cómo abastecer mi necesidad de agua, por lo que
apliqué el mismo tratamiento en la planta, pero en otro lugar y a otra altura;
es sorprendente la cantidad de agua que pueden albergar estos ejemplares de la
naturaleza, pues después de realizar la misma operación en varias ocasiones
pude darme por saciado.
Otra
cosa era la comida. No sabía si alguna planta de las que me rodeaban era
comestible por lo que preferí dejar eso para después y me quité mi playera para
amarrarla alrededor de la cabeza; sabía que de todos modos mi espalda iba a
recibir los estragos de los rayos del sol y que iba a terminar quemada, pero también
sabía que lo más indispensable era cubrirme la cabeza para no sufrir una
insolación, por lo que la humedecí lo más que pude con lo que pude extraer del
cactus y con ese extraño turbante comencé
a caminar.
Como
ahora si podía ubicar la posición del sol caminé en la dirección hacia donde yo
creía que estaba la cabaña y de forma decidida me dirigí hacia allá, pero en
eso me asaltó una duda: en realidad no conocía las dimensiones ni la forma del
desierto donde me hallaba; ¿Y si caminaba en la dirección correcta pero alejado
un par de kilómetros de mi destino? Esto es, caminaría en paralelo pasando a
los dos supuestos kilómetros por uno de los lados de la cabaña.
Tenía
que arriesgarme.
Seguí caminando
mientras pensaba que a estas alturas mi esposa ya habría notificado a las
autoridades de mi desaparición por lo que aun cuando caminara en paralelo
pasando de largo la cabaña, había una enorme posibilidad de que me encontraran
mucho antes de que eso sucediera.
Mientras
me encontraba en medio de tan agresivo ambiente comencé a cavilar en lo que me
había pasado últimamente. ¿Era tan mala mi vida? en realidad lo tenía todo; una
profesión con la promesa de un buen puesto, estaba casado y tenía dinero más
que suficiente en mi cuenta bancaria.
¿Qué
tan malo era ser esclavo del sistema?
Empecé
a extrañar mi vida anterior, así como lo que antes odiaba: levantarme temprano,
el tráfico, el mal humor de la gente en las calles, la aburrida vida de
oficina, los compañeros impertinentes y que Dios me perdone, incluso llegué a
extrañar el no tener una vida propia.
Pensé
regresar a la civilización para aceptar mi destino dejando de lado mis sueños
locos de libertad y falta de identidad; que se encargaran de eso los músicos y
sus canciones de protesta.
Iba
a seguir el ritmo del rebaño de ovejas al cual siempre había pertenecido.
Pero
antes de que siguiera con esas ideas mi estómago empezó a gruñir; me di cuenta
que tenía que encontrar alimento de forma inmediata.
¿Pero
qué hacer?
Obviamente
no iba a ir al primer local de comida rápida donde daría mi tarjeta de crédito
para obtener comida como siempre había hecho.
No,
tenía que ser yo mismo quien me proveyera de alimento.
Sabía
que lo más sustancioso era comer carne, pero no tenía ni idea de cómo
obtenerla; había visto ratas y otros roedores más grandes deambular por el
ambiente, pero no sabía cómo cazarlos. Poner trampas era demasiado complicado
para mí y como no sabía cuánto tiempo tardaría en caer la presa, era muy
probable que antes de cazar algo antes moriría de hambre.
Me
decidí por algo más primitivo.
En
cuanto vi al siguiente roedor pasar a unos metros de mí comencé a corretearlo,
pero el animalillo fue más veloz que yo y en segundos desapareció en medio del
desierto, así que decidí utilizar lo que en administración se llama “Prueba y
error”: si algo no te funciona, simplemente lo desechas y buscas otra
alternativa por lo que en este caso, me armé de todas las piedras que pude
cargar entre mis manos y busqué una nueva víctima; a los cuantos minutos paso
otro animalillo más grande que una rata y por lo tanto un poco más pesado lo
que me dio confianza para poder alcanzarla. En cuanto lo tuve cerca de mí
comencé a corretearlo y como me llevaba una cierta ventaja fue entonces cuando
comencé a arrojarle las piedras; la primera pasó lejos de él pero la segunda le
dio entre las patas por lo que rodó y cuando quiso levantarse presa de la
desesperación, solté las piedras que todavía cargaba y me arrojé sobre de él;
ambos dimos vueltas entre la tierra que se levantó y en medio de una nube de
polvo pude agarrarle el cuello y torciéndolo violentamente lo maté.
Me
quedé hincado en el suelo completamente sofocado mientras contemplaba mi obra;
observé los vidriosos ojos del roedor que parecían preguntarme desde el más
allá:
¿Por
qué?
Yo
jamás había matado algo más grande que una araña y eso con mucha repulsión pues
la única vez que lo hice fue porque me obligó mi mujer pues encontró un
arácnido en medio de la cocina y cuando éste corrió en medio de los gritos de
mi esposa yo simplemente levanté mi pie y deje caer mi lujoso zapato sobre la
indefensa criatura.
Cuando
levanté el pie y vi la maza asquerosa en el suelo quise volver el estómago,
pero para no mostrar debilidad frente a mi mujer simplemente me quité los
zapatos, los metí a una bolsa y los arrojé a la basura.
Esto
era algo completamente diferente.
No
sentía la misma repulsión que experimenté cuando maté a la araña. No, en esta
ocasión la sensación que me embargaba era de alivio y una mucho más extraña.
Orgullo.
Comencé
a sonreír y contestando la ficticia pregunta del roedor dije en voz alta:
“Es
la ley del más fuerte amigo”.
Bueno,
ya tenía la comida.
¿Cómo
iba a prepararla?
Ni
hablar de hacer una fogata pues no tenía ni la más remota idea para producir
fuego por lo que iba a tener que comerla cruda; pensé que eso me iba a aterrar,
pero era tanta mi hambre que cada vez se me hacía menos repugnante el hecho de
comer carne cruda.
Saqué
otra vez mi cinturón y con la punta de la hebilla me dediqué durante la
siguiente hora a desollar al animalillo; cuando después de mucho trabajo pude
abrirle la parte del estómago, jalé toda la piel hasta dejarlo casi desnudo por
así decirlo y entonces si llegó la peor parte: abrirlo por completo para
sacarle las tripas.
En
cuanto la hebilla penetró la piel, la sangre comenzó a brotar, pero sin hacer
caso al asco que me provocaba el tener las manos bañadas en el líquido
hemático, le saqué todos los órganos que pude mientras intentaba soportar el
olor que despedían las tripas que iba extrayendo.
Cuando
el roedor quedó más o menos vacío pensé en que hubiera sido formidable tener un
poco de agua para por lo menos enjuagarlo.
Mi
último gesto de decencia.
Contemplé
al animal por algunos minutos y me di cuenta que ahora ya no había marcha
atrás.
Comencé
a comer.
Traté
de comer lo más que pude pues no sabía cuándo iba a volver a hacerlo y cuando
terminé simplemente arrojé los restos a un lado de forma despectiva para
levantarme y seguir caminando; en cuanto mi cuerpo se puso en movimiento me di
cuenta como mis fuerzas se iban recuperando gracias al recién alimento consumido
por lo que incluso me sentí de buen humor así que seguí caminando de regreso
hacia el mundo que conocía.
Caminé
todo el día, pero sin ver a lo lejos más que desierto; me preguntaba si este
lugar tendría fin e incluso llegué a pensar que en realidad había muerto y que
ahora me encontraba en medio del infierno, sin tener manera alguna de salir de
ahí.
Siempre
me había imaginado que el infierno era como el lugar donde ahora me encontraba;
un desierto interminable con un calor sofocante que no me dejara incluso pensar
y una sed que no me abandonara por más cactus que chupara de los que me
encontraba en el camino.
Cuando
el cielo comenzó a oscurecer el ambiente me detuve al pie de un cactus para
tratar de dormir con la esperanza de que al día siguiente finalmente pudiera
encontrar la salida de tan cruel lugar; en cuanto me senté me quité los
costosos tenis que calzaba pues mis pies estaban deshechos de tanto caminar
pues obviamente ese no era el calzado indicado para un lugar tan agresivo como
lo es el desierto.
De
repente empecé a sentir nauseas que anteriormente solo había experimentado
cuando bebía demasiado; sabía lo que venía a continuación pues en cuanto me
recosté de lado volví el estómago.
Era
lógico, pues no estaba acostumbrado a comer carne cruda.
Sin
embargo, lo que más me preocupaba era contraer una enfermedad que me pudiera
haber transmitido el roedor que me había comido, pero tomando en cuenta que
eran animales silvestres cuya comida no estaba llena de químicos como los
alimentos procesados que los humanos civilizados consumen, el peligro era
mínimo.
Esa
noche pude dormir mucho mejor.
La
temperatura sí bajaba por la noche, pero no a un nivel alarmante y eso, solo a
altas horas de la madrugada; con todo, al menos dormí las horas suficientes
para que en cuanto salió el sol, pude levantarme mucho más descansado que el
día anterior.
En
cuanto me puse de pie y me calcé inmediatamente y me dediqué a saciar mi sed
con el cactus que me había servido de compañía durante la noche para
inmediatamente comenzar a buscar mi “almuerzo”.
Así
fue como siguió pasando el tiempo durante mi aventura en ese inolvidable lugar;
caminaba mientras hubiera luz solar y dormía en cuanto caía la noche. En cuanto
a mi subsistencia alimenticia, los cactus me proveían de agua y cada vez me era
más fácil cazar roedores pues incluso había desarrollado una técnica; buscaba
alguno que estuviera comiendo y una vez que terminaba sabía que correría más
lentamente debido a su estómago lleno por lo que lo correteaba sin fatigarme
demasiado mientras le arrojaba piedras y en cuanto una le daba inmediatamente
me arrojaba sobre de él para torcerle el cuello.
Hasta
mi estómago había encontrado su propia técnica pues había dejado de vomitar por
las noches.
Con
todo, seguía preocupándome el hecho de no encontrar la salida del desierto a
pesar de caminar sin descanso, pero aun así no me rendía; si iba a morir al
menos lo iba a hacer luchando por salir de ese infierno.
Dentro
de todo me sucedían algunas cosas que en su momento me levantaban el ánimo como
lo que me pasó al quinto día cuando levanté mi mirada al horizonte y alcancé a
ver un objeto de color azul por lo que corrí hacia él; cuando llegué me di
cuenta que me encontraba en medio de los restos de un campamento.
Me
dediqué a revisar lo que habían dejado los campistas mientras reía, pues cosas
que en el mundo civilizado eran basura en las circunstancias actuales
constituían para mí un tesoro de incalculable valor.
El objeto de color
azul que había visto a la distancia era un viejo morral al que le faltaba un
tirante y con un enorme hoyo en la parte de abajo; vi que le colgaban un par de
agujetas por lo que pensé que si le amarraba una de ellas se podía cerrar el
boquete. Había una delgada cuerda de plástico de aproximadamente dos metros de
largo que guardé en mi nuevo morral pues sabía que me iba a ser de gran
utilidad lo cual comprobé cuando vi un par de pedazos de llanta; pensé en
amarrarlos a las suelas de mis tenis pues debido al tiránico calor que hacía
que el suelo prácticamente hirviera, la suela de mi calzado no me protegía gran
cosa por lo que con estos nuevos artefactos iba a poder caminar con más
confianza.
Por otro lado, me
encontré una botella de agua obviamente vacía, pero pensé en llevármela pues en
caso de encontrar un riachuelo podía sacar agua fácilmente e incluso llevarla
conmigo; pero lo mejor de todo fue que medio enterrado en la tierra estaba el
mango de una sartén que de primera instancia era algo inservible pero
analizándolo más a fondo me di cuenta que este objeto simplemente era una larga
lamina de metal que de un lado se hallaba doblado de forma cilíndrica para
poder agarrar la sartén pero del otro lado sobresalía la punta de la lámina sin
doblar por lo que lo podría utilizar como una especie de cuchillo; no tenía el
filo necesario pero al menos sería más útil para desollar animales que la punta
de la hebilla de mi cinturón.
Mientras observaba
mis riquezas recién adquiridas caí en cuenta de una cosa: era posible que si
encontraba las huellas de los campistas podía asimismo encontrar el camino de
regreso a casa, pero cuando revisé los alrededores no encontré nada; con
desilusión pude comprobar que habían estado ahí hacía ya mucho tiempo pues
debido a los vientos que llegaban a invadir el territorio, las huellas ya se habían
borrado; además, dado que los objetos que encontré estaban semienterrados entre
la tierra, eso me llevó a la conclusión de que habían estado ahí hacía mucho
tiempo.
Aun así, el hecho de
encontrar huellas de presencia humana me levantó el ánimo; de hecho, me hizo
sentirme menos solo. Como quiera que sea, presentía que no estaba lejos de mi
destino.
Solo me preocupaba
que los anteriores visitantes hubieran sido deportistas extremos que gustan de
adentrarse en terreno completamente virgen para sobrevivir a las inclemencias
del clima, pues eso me indicaría que estaba todavía muy lejos mi retorno.
Decidí olvidarme de
cualquier pensamiento pesimista y más cuando al caminar un poco más me encontré
una vieja playera manchada; ahora tenía con que cubrirme la parte superior de
mi cuerpo que había comenzado a despellejarse producto de los rayos del sol que
caían a plomo sobre de mi espalda y pecho.
Desgraciadamente
siguieron pasando los días y yo seguía tratando de sobrevivir en el desierto,
pero como el ser humano es un animal de costumbres, poco a poco me fui
adaptando a mi nuevo entorno; al principio me molestaba la suciedad que había
invadido mi cuerpo producto del polvo que me atosigaba a cada paso y a los ríos
de sudor que bajaban interminablemente desde la cabeza hasta los pies, pero con
el paso del tiempo ese tipo de cosas me dejó de importar; incluso, me sentía
cómodo por el hecho de no tener que pensar en asearme, cortarme la barba que
ahora me crecía anárquicamente por mi cara o peinarme; cosas que en la civilización
son signos de decencia ahora me parecían ridículas pues dudaba que los
habitantes del desierto que ahora me alimentaban me fueran a criticar por ello.
Definitivamente me
sentía más libre.
Después de perder la
cuenta de los días en que anduve vagando por el terreno agreste en el que me
encontraba, a lo lejos noté un manchón de hierbas de un color verde más
encendido que la mayoría que había visto hasta el día de hoy por lo que
apresuré el paso; conforme me acercaba más contemplaba fascinado el hecho de
que dichas hierbas eran grandes matorrales, por lo que casi corrí pues eso solo
podía significar una cosa.
Había encontrado
agua.
Mi suposición fue
correcta pues en cuanto llegué a la maleza vi que efectivamente había una
laguna de aproximadamente unos veinte metros de circunferencia por lo que
riendo escandalosamente me arrojé para darme un chapuzón en ella; no me
preocupó el hecho de que pudiera ser una fosa honda pues era un buen nadador,
pero en cuanto me puse de pie en medio de la laguna me di cuenta que solo tenía
como un metro y medio de profundidad. Me pase como media hora entrando y
saliendo del agua que se sentía tan fresca que parecía que me encontraba en
medio del mar al frente de una de las tantas playas que habíamos visitado mi
esposa y yo a lo largo y ancho del mundo.
Cuando deje de
retozar en la laguna regresé a la orilla donde había dejado mi morral para
sacar la botella vacía que había encontrado; la enjuagué lo mejor que pude para
llenarla hasta el borde y la levanté sobre mi cabeza para contemplarla
extasiado, como si fuera un tributo que se ofrece a los dioses.
La incliné lentamente
frente a mi boca y comencé a beber.
Jamás había probado
algo más exquisito; era como si los dioses hubieran aceptado mi tributo y me
hubieran dado como regalo el más suculento elixir que pudiesen haber creado
desde el inicio de los tiempos. Hasta la parte más insignificante de mi
castigado cuerpo sentía como bajaba el líquido por mi garganta para bañar mi
interior; era como si todas mis células cantaran a coro de la alegría que
sentían al verse alimentadas por lo más preciado que puede tener el hombre.
Agua.
Nada más me
importaba; si en ese momento me hubieran cambiado mi botella de agua por todo
la fama y fortuna del mundo lo hubiera rechazado de inmediato, pues ahora me
daba cuenta que nada de eso tenía la más mínima importancia e incluso
internamente me reía de todos los esclavos del mundo que luchan por forjar su
imperio económico cuando lo único que le hace falta a un hombre es satisfacer
sus necesidades más básicas.
Volví a llenar mi
botella y la bebí ahora más pausadamente; tomé una tercera botella solo para
abastecer mi cuerpo hasta el límite y llenándola una vez más, la introduje en
mi morral.
En seguida, me acosté
en la maleza que adornaba el oasis que acaba de encontrar sintiéndome el hombre
más feliz del mundo; nada me preocupaba, ni siquiera el hecho de estar perdido
en un lugar desconocido y con un destino incierto; no me importaba el nuevo
trabajo que me habían ofrecido ni si jamás volvía a trabajar en toda mi vida;
no me importaba el dinero o las cosas materiales que me estuvieran esperando en
mi lujosa casa tales como mi coche último modelo, mi fastuosa ropa o los
artefactos electrónicos con que había adornado mi mansión; no me importaba mi esposa
ni persona alguna que conociera o que hubiera conocido durante mi existencia.
Solo importaba el
momento presente.
Me quedé dormido un
par de horas y cuando me desperté noté con agrado que el buen humor aún me
invadía, por lo que me levanté alegremente para explorar un poco el lugar.
Buscaba referencias para que, si en algún momento tenía que regresar a él, lo
pudiera encontrar con facilidad, y cuando llegué al otro lado de la laguna vi
con alegría varias botellas de agua vacías lo que me indicaba que el lugar era
visitado por seres humanos. Recogí dichas botellas para llenarlas y guardarlas
en mi morral solo como precaución, pues me daba cuenta que, si el lugar era
conocido por los lugareños, tarde o temprano alguien llegaría y me encontraría.
Decidí darme un
último chapuzón y cuando estaba en medio del agua comencé a escuchar a lo lejos
un estruendo que conforme pasaban los segundos se oía cada vez más fuerte.
¡Era un helicóptero!
Inundado por la
alegría que embargaba mi corazón quise brincar en medio de la laguna para
levantar mis brazos y que me vieran, pero mis pies se resbalaron con el fondo
fangoso de la fosa y mientras trataba de recuperar el equilibrio el aparato dio
media vuelta y se alejó rápidamente en la dirección por la que había venido.
Cuando finalmente me
puse de pie contemplé como se alejaba el helicóptero; sin embargo, eso no me
preocupó.
Solo era cuestión de
seguir su camino y finalmente regresaría a casa.
Casa.
Que hermosa palabra.
Salí del agua y con una sonrisa en el cansado
rostro me eché el morral a la espalda cargado de mis botellas de agua junto mis
escasas pertenencias las cuales habían aumentado pues entre la basura dejada
por la gente que había visitado el oasis me había encontrado una mugrosa
cobija, un largo pedazo de vidrio que me serviría mejor que mi rudimentario
cuchillo y lo mejor de todo; unos lentes oscuros que ahora me evitarían el
sufrimiento del viento, así como del resplandor del sol en la tierra.
Me puse mis “nuevas”
gafas de sol y comencé a caminar con la misma elegancia con la que entraba en
mi oficina todas las mañanas.
Todavía caminé como
unas tres horas y cuando el sol se encontraba en toda su plenitud subí un
pequeño cerro que me había encontrado a medio camino y cuando llegué a la cima
creí ver un espejismo.
Frente a mí se
encontraba un pueblo que a pesar de ser pequeño tenía todo lo que se espera de
un poblado humano; postes de luz, coches, calles pavimentadas y en algunas
casas se alcanzaban a ver antenas parabólicas que indicaban que incluso tenían
televisión por cable.
Había llegado a mi
destino.
Disfruté por unos
minutos mi victoria y mientras contemplaba las casas pensaba en lo que iba a
recuperar; un nuevo trabajo dentro de la administración como corresponde a un
profesionista de mi área de estudios; mi esposa con la cual tendría hijos y
envejecería conmigo; mi enorme casa llena de todos los objetos que siempre
había utilizado para hacerme la vida más cómoda.
Estaba listo para
regresar y contar mi fantástica aventura; incluso hasta me haría de fama pues
estaba seguro que tendría incontables entrevistas en los medios de
comunicación.
Hasta me imaginaba
los encabezados de los periódicos:
“Administrativo sin
ningún tipo de preparación en supervivencia sale con vida de uno de los más
crueles desiertos del país”
¿Quién sabe? Tal vez
hasta una película harían de mí; claro que tendría que contratar a un
representante para las negociaciones pues necesitaría a alguien que me
consiguiera el mejor precio de las entrevistas que daría, así como los derechos
de autor de mi historia.
Mi futuro iba a ser
envidiable.
Pero mis pies no se
movían.
¿Por
qué?
La
sonrisa se me congeló en los labios mientras una palabra comenzaba a retumbar
dentro de mi cabeza.
“Esclavo”.
Me
apreté las sienes mientras cerraba los ojos fuertemente, pero la palabra se
repetía interminablemente hasta que caí de rodillas mientras comenzaba a
llorar.
Era
como si todos los animales del desierto que estaba a mis espaldas me lo
gritaran; hasta las mismas piedras unían sus voces repitiendo la misma palabra;
incluso sentía que los cactus se movían burlonamente al compás del incesante
coro.
“Esclavo”
Mientras
seguía llorando comencé a pensar:
¿A
qué iba a volver?
¿A
realizar una actividad que no me gustaba?
¿A
vivir con una esposa para la cual simplemente era un escalón para su propio
éxito?
¿A
ocupar la celda en la que había estado viviendo toda mi existencia?
Me levanté con aire
triste y mientras me limpiaba las lágrimas de mis ojos contemplé una vez más el
poblado, signo del camino a casa.
Entonces me di la
media vuelta y me regresé al desierto.
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