En
la mayoría de los poblados que se ubican en el sur de México todavía se manejan
antiguas creencias que han perdurado a través del paso de los tiempos rebasando
las generaciones de sus habitantes las cuales, a pesar de vivir de forma más moderna
que sus antecesores, por costumbre y afecto a sus antepasados o incluso por
miedo, siguen practicando y respetando.
En
este sentido, en lo más recóndito de la sierra de Oaxaca se encuentra San Pedro
del Maíz, un asentamiento humano de aproximadamente 300 años de antigüedad. Los
pobladores no tienen mucho contacto con la civilización como tal, pues
dedicados a la agricultura, solo van a las ciudades a vender sus productos así
como s conseguir lo más esencial para su subsistencia como ropa, zapatos, jabón
y alimentos que no cultivan en sus tierras.
Hace
apenas unas décadas el gobierno les llevó instalaciones eléctricas para darles
luz y les pavimentó sus calles, construyendo las respectivas banquetas; aún así
la gente, principalmente los más ancianos, prefieren vivir como sus ancestros;
esto es, siguen creyendo en mitos y leyendas propias del lugar.
Con
todo, con el paso del tiempo fueron llegando nuevos habitantes, como don
Alberto, quien al sentirse abrumado por el ajetreo propio de las grandes
ciudades llegó a vivir a San Pedro poniendo una tienda en la calle principal;
con el paso del tiempo se encariñó de una lugareña, de la cual se hizo su
esposo.
En
los días actuales dicho tendero se encontraba feliz pues hace apenas unas semanas
que había nacido su primogénito a quien puso de nombre Sergio. Don Alberto era
católico como la mayoría de los habitantes del pueblo por lo que llevó a
bautizar a su pequeño a la parroquia del lugar, ceremonia seguida de una
fastuosa fiesta, pero conocedor de las tradiciones de la familia de su mujer,
cuando ésta le solicitó que su hijo también debía ser bautizado conforme a la
costumbre local, el citadino aceptó.
El
antiguo rito se llevaba a cabo en una de las cuevas más grandes que circundaban
al poblado hacia donde se dirigieron la mayoría de los vecinos para acompañar a
don Alberto y su familia. El interior de la cueva se encontraba adornado con
pinturas elaboradas a base de pintura de origen natural, mostrando grotescas
figuras que parecían danzar bajo la luz de enormes cirios blancos que marcaban
el camino hacia el fondo del lugar. Los ancianos, a diferencia de los más
jóvenes iban vestidos con la indumentaria perteneciente a la etnia indígena a
la cual pertenecían, mientras el tendero contemplaba todo el suceso con
curiosidad y un ligero aire de respeto y temor.
La
persona que oficiaba la ceremonia era don Cuco, vecino muy respetado, quien a
sus noventa años, era el chamán al cual acudía mucha de la gente para poder ser
curado de algún mal o incluso en busca de consejo; éste comenzó con el evento
hablándoles a los presentes en un dialecto antiguo mientras cargaba al pequeño
Sergio, el cual se revolvía inquieto entre sus brazos.
Después
de varios episodios solemnes, dentro de los cuales les entregaba a los padres
del pequeño un trozo de madera adornado con flores del lugar e inscripciones
extrañas, el viejo brujo sacó una vela roja de aproximadamente treinta
centímetros de largo para proceder a encenderla en medio de cánticos y dejó
caer un par de gotas del caliente líquido en la frente del pequeño, quien
asustado comenzó a llorar, para preocupación de don Alberto. Éste último se
sintió aliviado cuando don Cuco volvió a hablar en español; éste apagó la vela
y se dirigió a los padres del recién bautizado para decirles que la ceremonia
había terminado y que el nombre del niño era Tech. Cuando el tendero pensó que
lo más extraño había pasado, el chamán les dijo que la vela que había utilizado
para bautizar a Tech había sido enviada por sus antepasados muertos, quienes
desde el más allá velarían por la seguridad del niño con la condición de que Tech
siempre debía de cuidar la vela y que por ningún motivo debería ser encendida;
cuando don Alberto le preguntó qué pasaría si se desobedeciera dicha orden, don
Cuco simplemente dijo:
“Los
muertos vendrán para llevárselo”.
Después
de la comilona que ofrecieron los papás de Sergio a la cual acudió todo el
pueblo, don Alberto estaba guardando la ropa ceremonial de su hijo, cuando se
encontró con la vela roja; la miró detenidamente sintiendo como un escalofrió
subía por su espalda. La contempló largo rato e incluso pensó en la posibilidad
de comprobar las palabras de don Cuco y encenderla, pero se dio cuenta que era
preferible no tentar las creencias así que la guardó.
Comprobar
si lo que dijo el chamán era cierto, le correspondería a Tech.
Sergio
creció como cualquier niño normal pues se comportaba de forma traviesa teniendo
los lógicos accidentes que sufren todos los niños, pero jamás estuvo en peligro
de muerte; don Alberto muchas veces se preguntó si eso era debido a la
inteligencia con la cual había nacido su hijo o si definitivamente, los muertos
lo cuidaban por medio de la vela roja, cual tenía especialmente guardada en una
caja de madera en el fondo de su armario.
Como
todos los poblados de la región, San Pedro del Maíz solo contaba con primaria y
secundaria, por lo que para que Sergio estudiara la preparatoria, don Alberto
decidió mandarlo con un hermano a la ciudad de Oaxaca para dolor de su esposa,
quien en el fondo entendía que si quería un buen futuro para su muchacho debía
dejarlo ir.
Sergio
partió en medio de abrazos de su padre y sollozos y recomendaciones
interminables de su madre y cuando estaba a punto de subirse a la camioneta de
su vecino don Mario, quien se había ofrecido a llevarlo a la ciudad, el tendero
se acercó a Sergio y le dijo:
-Tech,
no te olvides de llevar lo más importante-.
Sergio
sabía que su padre solo lo llamaba con su nombre indígena cuando le hablaba de
forma seria, a diferencia de su madre, quien utilizaba dicho vocablo cuando
estaba contenta con él; volteó a ver a su padre y le preguntó respetuosamente:
-Pero
si ya lo llevo todo ¿Qué se me olvida?-.
Don
Alberto saco un morral de lona y sacó una vieja caja de madera de donde extrajo
una vela roja y simplemente le dijo:
-Tu
vela-.
En
cuanto la sacó, don Mario de forma respetuosa se quitó el sombrero y agachando
la mirada dijo un par de palabras en lengua antigua, mientras don Alberto
volvía a guardar el cirio y se lo daba a su hijo, quien solo dijo:
-Gracias
papá-.
Éste
último le contestó:
-Recuerda
lo que te dijimos al respecto de esto, no lo vayas a olvidar nunca-.
Sergio
dijo con tono paciente y ligero aire de fastidio:
-Si
papá, prometo recordarlo todo-.
Y se subió a la
camioneta.
Sergio
iba sentado en el asiento de la camioneta con el morral de su vela en el
regazo; debido al silencio que el adolescente mostraba, don Mario le comentó:
-No
crees en la tradición de la vela ¿Eh muchacho?-.
Sergio
exclamó incómodo:
-Es
que no entiendo como en estos tiempos todavía haya gente que crea en ese tipo
de cosas-.
Don
Mario contestó con otra pregunta:
-¿Por qué crees que
en el pueblo nadie se muere de manera accidental?-.
Sergio
no se inmutó y dijo:
-Hace
dos semanas se murió doña Juanita-.
Don
Mario insistió:
-Sí,
pero hay que tomar en cuenta que la señora ya tenía ochenta y dos años-.
Y
se persignó.
Entonces
Tech afirmó con tono triunfal:
-Pero
de todos modos se murió; si lo de la vela fuera cierto, todos vivirían para
siempre-.
Don
Mario, sin quitar la mirada del camino replicó:
-Puede
ser, pero hay una verdad universal que no has tomado en cuenta:
Tech
preguntó curioso:
-¿Qué?-.
Don
Mario volteó a verlo y de forma enigmática dijo:
-Que
en este mundo nadie vive para siempre-.
Y
ambos guardaron silencio el resto del viaje.
Tech
se adaptó fácilmente a su nuevo estilo de vida, pues su rutina se limitaba a ir
a la escuela, sacar buenas calificaciones y obedecer a sus tíos, los cuales no
lo presionaban demasiado, sino que simplemente cuidaban que se levantara para
ir a clases, tenerle ropa y comida lista y evitar que tuviera malas compañías;
en cuanto a esto último, al principio el chico se sintió un poco solo pues
extrañaba a sus antiguos amigos y a su familia, pero todos los fines de semana
hablaba por teléfono con sus padres para que no se preocupara por él. En cuanto
a amistades, al principio no se acercaba demasiado a los demás, pero con el
paso del tiempo pudo entablar conversación con algunos chicos y chicas de su
colegio, los cuales al escuchar que venía de un pueblo alejado de la
civilización, al principio lo veían con recelo, pero al darse cuenta que se vestía
y hablaba como ellos, no le dieron gran importancia a su origen. Eran esas
ocasiones en las cuales Tech agradecía que su padre, antiguo hombre de ciudad,
siempre lo educara de tal manera que el joven se podía desenvolver fácilmente
fuera de su lugar de nacimiento.
Sin
embargo, como siempre ocurre, había un grupo de jóvenes quienes al tener una
alta posición económica, menospreciaban a los demás por considerarlos poca
cosa; en este sentido, la familia de Tech tenían tanto o más dinero que esos
muchachos arrogantes, debido a que don Alberto, al ser dueño de la única tienda
en San Pedro y a que contaba con mercancía que solo él vendía, había hecho una
muy buena fortuna, pero jamás le fomentó a Tech la arrogancia de sentirse más
que sus vecinos, por lo que el muchacho no entendía como podían haber personas
que a la menor provocación sacaran a relucir el dinero de sus padres.
En
el fondo, como cualquier joven de su edad, Tech tenía la ilusión de pertenecer
a ese selecto grupo de amistades, a pesar de las advertencias de sus mejores
amigos: Mario, quien se sentaba a su lado en las clases y por lo consiguiente
inmediatamente hizo amistad con él y Samantha, quien al conocer al joven y
darse cuenta que no era mal parecido, también se hizo su amigal, debido
principalmente a que secretamente estaba enamorada de él.
En
una ocasión en que el oriundo de San Pedro del Maíz estaba como de costumbre,
pasando el tiempo en los jardines de la preparatoria acompañado de Mario y
Samantha, vio que se acercaron los niños ricos para molestarlo; cuando llegaron
frente a él, el líder de ellos, llamado
Miguel comenzó con su broma favorita:
-¿Qué
pasó Sergio, cuando nos invitas a tu pueblo para que nos enseñes a ordeñar tus
vacas?-.
Mientras
sus compinches comenzaban a reír Tech, quien en el fondo no deseaba enemistarse
con esos chicos, contestó tranquilamente:
-Nosotros
no tenemos ganado, pues como ya les he dicho anteriormente, nos dedicamos al
comercio-.
Otro
chico quiso participar en la burla y dijo con cara inocente:
-¿Comercio
con las vacas?-.
Todos
sus compañeros soltaron la carcajada, mientras Miguel, para defenderlo dijo:
-Pues
solamente que te refieras a las vacas de tu familia, ¿Cuánto pesa tu mamá?-.
Los
desagradables visitantes inmediatamente dejaron de reír mientras Miguel tomaba
a Mario por el cuello de su playera y le reclamaba:
-¡A ti no te estamos hablando, maldito
muerto de hambre!-.
Tech
intervino tratando de conciliar la situación:
-Bueno,
ya está bien; miren ¿Qué les parece si compramos unas pizzas y nos vamos a
comerlas a mi casa? Bueno, a la casa de mis tíos-.
Todos
quedaron en silencio, sorprendidos de las palabras del joven y entonces Miguel
dijo:
-Pues
vamos; de todos modos no tenemos nada que hacer-.
Cuando
sus compañeros de Miguel lo miraron interrogantes, él simplemente les hizo una
discreta seña.
Y
se dirigieron hacia la casa de los tíos de Tech.
Cuando
estaban en el establecimiento de pizzas que quedaba a una cuadra de la casa de
los tíos de Tech, y mientras Miguel y sus amigos se quedaban adentro hablando
tonterías, Samantha y Mario jalaron a su amigo y le dijeron en voz baja:
-¿Estás
seguro de lo que estás haciendo?-. Preguntó Samantha.
Tech
dijo tranquilamente:
-Pues
sí; ¿No dicen que es mejor hacer amigos que enemigos?-.
Mario
exclamó preocupado:
-Sí,
pero con estos animales nunca se sabe; además, ¿No dices que ahorita no están
tus tíos? ¿Qué pasa si causan destrozos en tu casa?-.
Tech
contestó con tono seguro:
-No
te preocupes, creo que podré controlarlos; además, no compramos alcohol-.
Sus
amigos ya no añadieron nada, pero en el fondo seguían preocupados.
Llegaron
a la casa de los tíos de Tech y cuando los arrogantes chicos supieron que
aquellos no se encontraron se alegraron sobremanera y para sorpresa de Samantha
y Mario, todos sacaron de sus morrales varios botellas de cerveza, las cuales
inmediatamente destaparon para comenzar a consumir su contenido de forma
ruidosa.
Mario simplemente
volteó a ver a Tech con una mirada que decía: “Te lo dije”.
Pero
Tech decidió no darle importancia al hecho y cuando le pasaron la botella le
dio un largo sorbo; él jamás había tomado, pero en el fondo sabía que no debía
de excederse pues había visto los efectos del alcohol en las personas de su
pueblo las cuales, cuando eran los días del festejo de San Pedro, tomaban hasta
perderse, llegando a realizar acciones ridículas e incluso peligrosas.
Mientras,
Samantha y Mario decidieron imitarlo, pero como sabían de las “hazañas” de
Miguel y sus amigos, trataron de tomar lo menos que podían.
Con
el paso de las horas, Miguel y sus amigos se encontraban completamente ebrios,
riendo histéricamente de cualquier tontería que hacían; Tech, a pesar tratar de
controlarse, llegó un momento en que el alcohol comenzó a afectarle por lo que comenzó
a presumir del dinero de su papá, para preocupación de sus amigos, quienes lo
miraban sorprendidos.
En
eso Miguel le dijo al joven:
-A
ver Sergio, yo sé que en esos pueblos se cuentan muchas historias de fantasmas
que los indios del lugar creen que son ciertas. –Le dio un trago a una cerveza
y prosiguió-. Nosotros sabemos que son historias para gente primitiva, pero aun
así platícanos una de esa historias.
Tech,
sintiéndose importante se dedicó la siguiente media hora a narrarles la
ceremonia de su bautizo, incluyendo el episodio de la vela roja.
Todos
lo escucharon en silencio y cuando terminó su relato, Miguel y todos sus amigos
estallaron en carcajadas para disgusto de Tech, quien solo los contemplaba en
silencio, hasta que Miguel hizo un ademán para que los demás se callaran y dijo
en tono de burla:
-Muy
bien mi querido “Tech”. –Abrazó al joven y volteando a ver a sus compinches con
una risa de desprecio en su rostro continuó-. ¿Podemos ver la dichosa vela?
Mario
volteó a ver a su amigo y preocupado le hizo un gesto negativo con la cabeza,
pero éste lo ignoró y dijo tranquilamente:
-Claro,
la voy a sacar-.
Se
dirigió a su habitación y regresó con la caja de manera que contenía el cirio;
puso el compartimento en la mesa y todos inmediatamente rodearon la caja y
cuando Tech la abrió, acercaron sus cabezas empujándose unos a otros para ver
el contenido.
Tech
sacó la larga y polvosa vela y mientras Miguel se la arrebataba de las manos,
sus amigos lanzaban exclamaciones de desilusión por lo que el ebrio chico dijo:
-¿Esta
es la vela que te protege? yo pensé que era algo más espectacular; me imaginaba
que cuando la sacaras iban a desatarse todas las fuerzas del infierno, pero
esta es una vela común y corriente-.
Otro
de los borrachos reclamó:
-Yo
creo que nos estás mintiendo-.
Pero
Tech contestó:
-¡No!,
les estoy diciendo la verdad; esta vela es la que me protege-.
Todos
se quedaron en silencio, mientras Miguel quien no soltaba la vela, comenzó a
reír diabólicamente y le preguntó:
-¿Así
que si la enciendes los muertos te van a llevar con ellos?-.
Todos
abrieron los ojos sorprendidos, pues en el fondo ya esperaban la siguiente
pregunta, la cual no tardó en llegar:
-¿Qué
les parece si lo comprobamos y la encendemos?-.
Sus
amigos inmediatamente gritaron afirmativamente, mientras Tech presa del pánico
les gritaba:
-¡No,
no lo hagan! ¡No saben que es lo que va a pasar!-.
Pero
los amigos de Miguel ya habían tomado al joven por los brazos y ante la mirada
aterrada de Samantha y Mario dejaron que el borracho muchacho sacara un
encendedor dirigiéndola hacia el pabilo del cirio mientras decía burlonamente:
-Después
de todo: ¿Qué es lo peor que puede pasar?-.
Y mientras Tech
forcejeaba con los otros chicos quienes no lo soltaban, Miguel activó el
encendedor y lo acercó lentamente a la punta de la vela; al principio no se
encendía pero después de unos segundos una flama comenzó a aparecer, primero de
forma tímida y luego se elevó un par de centímetros hasta que alumbró de forma
tan incandescente que Miguel asustado soltó la vela la cual cayó en medio de la
mesa.
Cuando
el objeto fulgurante tocó la madera todo se oscureció mientras las caras de los
asustados jóvenes eran alumbradas por la llamarada que ahora despedía el objeto
de cera; en el techo de la habitación se iba formando una nube negra que
comenzaba a descender por toda la estancia, formándose un sinfín de figuras
fantasmagóricas que danzaban alrededor de los presentes en medio de canticos
expresados por medio de gemidos laastimeros. Incluso Tech, a quien los
compinches de Miguel ya habían soltado, se encontraba aterrado y mientras
contemplaba el aterrador espectáculo, se dio cuenta que las historias que se
contaban en su pueblo eran ciertas y que a pesar de que durante muchos años el
mismo no las creyó, ahora se daba cuenta con pavor que en realidad la vela era
la puerta de entrada de los muertos a este mundo.
Cuando
todos miraba petrificados la llama de la vela, comenzó a escucharse un ruido
que iba creciendo más y más; como el lamento de un alma atormentada que quiere
expresarle todo su dolor al mundo entero. Dicho sonido se volvió insoportable y
repentinamente sonó un estallido que lanzó a todos los adolescentes a lo largo
y ancho de la habitación.
Todo
quedó en silencio por algunos minutos.
Poco
a poco los chicos se fueron levantando del lugar donde habían caído; incluso la
borrachera se les había disipado del susto que habían experimentado, cuando se
acercaron a la mesa vieron con espanto que el lugar en donde había estado la
vela roja, solo mostraba una aterradora sombra provocada por una quemadura.
Inmediatamente voltearon a ver a Tech, quien para su sorpresa aún seguía con
vida; Samantha suspiró aliviada abrazándolo frenéticamente y fue cuando alguien
gritó:
-¿Y
Miguel dónde está?-.
Voltearon
hacia el suelo y todos gritaron de horror al ver al joven quien se hallaba
inerte; tenía la superficie de todo el cuerpo carbonizada, los cabellos bancos
y los ojos, que intactos miraban hacia el infinito.
Tal
parecía que los muertos en realidad sí habían venido por alguien.
Pero
no había sido por Tech.
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