domingo, 25 de noviembre de 2018

EL CELULAR


         Juan tenía pensado comprarse un celular desde algunas semanas atrás; se encontraba muy molesto debido a que el último aparato que había poseído se lo habían robado en el transporte público. Reflexionaba, tal vez con justa razón, que no tenía caso comprarse un teléfono de alta categoría toda vez que el anterior, el cual le había costado varios miles de pesos, ahora lo estaría disfrutando el malandrín que se lo había quitado por la fuerza durante el robo; además, tomando en cuenta que no tenía contemplado un gasto así, decidió mejor comprar un celular usado. Investigó entre amigos y familiares buscando quien le vendiera un celular con al menos algunas de las características que él buscaba en un teléfono y que incluso, le eran necesarias para el trabajo de vendedor de una importante empresa de productos de limpieza. Desgraciadamente nadie de sus conocidos tenía planeado vender su teléfono.
         Pero la suerte de Juan estaba a punto de cambiar.
         Al ver que nadie de su entorno lo podía ayudar, decidió arriesgarse a comprar el celular con un desconocido, con el miedo obvio de que le fueran a ver la cara timándole el poco dinero con el que contaba o peor aún, que le vendieran un teléfono robado. Así las cosas, estuvo buscando en conocidas páginas de internet donde se anuncian productos usados a menor precio que los nuevos con la esperanza de encontrar algo de su agrado; buscaba y buscaba pero nada le llamaba la atención ya que los aparatos más baratos eran los más viejos o deteriorados y los que tenían lo que él buscaba, los ofrecían casi al precio de nuevos. Juan empezaba a desesperarse hasta que encontró el anuncio de un celular de una categoría más alta del que le habían robado, pero ofrecido casi a la cuarta parte de lo que él había pagado por el suyo; empezó a dudar de la seriedad del anuncio, pero algo dentro de él le dijo que debía confiar, por lo que marcó el número que había en el anuncio y esperó; cuando le contestaron sintió un poco de alivio al darse cuenta que la voz era la de una mujer de mediana edad, por lo que preguntó:
         -Hola buenas tardes, llamo por la oferta del celular que ofrecen ¿Todavía está disponible?-.
         La mujer le contestó suavemente e incluso con un ligero tono de melancolía:
         -Así es, todavía lo tengo; de hecho a pesar de que lo he ofrecido desde hace dos meses eres la primera persona que pregunta-.
         Juan pensó que la gente al ver las características y precio, pensaban lo mismo que él, que la oferta era un fraude, pero razonó que en todo caso, la señora no tenía la necesidad de hacerle ese comentario, por lo que siguió hablando con la vendedora:
         -Oiga, disculpe la pregunta pero, ¿El precio anunciado es el correcto? Es que se me hace demasiado barato-.
         La dama le contestó:
         -Entiendo tu desconfianza, es posible que por eso nadie más haya llamado; lo que pasa es que lo estoy vendiendo porque me trae malos recuerdos. –Hizo una pausa y continuó-. Pero para tu tranquilidad puedes venir a mi casa y probarlo, además de que te lo voy a dar con la nota de compra de la tienda donde lo adquirí-.
         El joven decidió seguir con la transacción por lo que acordó una cita para el día siguiente y verificar por sí mismo si la oferta era real.

         Juan iba de camino a comprar su posible nuevo celular acompañado de su novia Elizabeth; tal vez no era la mejor opción, pero por lo que había platicado con su futura vendedora, cada vez sentía menos temor de un posible fraude.
         Pero su chica no pensaba lo mismo, por lo que mientras el joven manejaba ella lo seguía cuestionando:
         -Pues no sé; a pesar de todo lo que me has dicho, suena demasiado fantástico que un celular de esas características te lo vendan a ese precio-.
         Juan dijo pacientemente:
         -Ya te dije que lo da a ese precio porque de plano se quiere deshacer de él debido a los malos recuerdos que le trae; además, la zona donde está la casa es más segura incluso que la colonia donde nosotros vivimos, así que no creo que haya problema alguno-.
         Su novia dijo con un tono de crítica:
         -Tú siempre viendo solo lo mejor de las personas. –Y añadió resignadamente-. En fin, veremos qué pasa-.
         Llegaron a la dirección que le habían dado a Juan e inmediatamente se dieron cuenta que la casa era de las más lujosas de la calle donde se encontraba, por lo que el joven cada vez se iba relajando más y más, mientras Elizabeth se sorprendía del tamaño de la casona, por lo que aun así reclamó:
         -¿Lo ves? Por el lujo de la casa dudo mucho que le interese vender su teléfono; esta gente cuando no quiere algo simplemente lo tira a la basura-.
         Juan contestó con una sonrisa:
         -Pues que me digan donde tiran su basura para ir a recogerlo-.
         Llegaron a la reja y tocaron mientras admiraban el cuidado jardín que poseía la casa y después de unos segundos la puerta principal se abrió saliendo una mujer quien al verlos se dirigió hacia ellos; los jóvenes se miraron sorprendidos, ya que la dama en cuestión era una señora ya casi rayando en los cuarenta con una belleza y distinción diga de admirarse, pero lo que más les llamó la atención fue el aire de tristeza que emanaba la dama, lo cual aunado a que su ropa aunque elegante, era completamente negra, les indicaba que esa persona había sufrido una cercana pérdida.
         La señora llegó a la reja e intentó sonreírles, pero solo le salió una mueca melancólica mientras los saludaba:
         -Hola chicos, me imagino que ustedes son los que vienen a comprar el celular-.
         Después de la sorpresa inicial, Juan le contestó:
         -Sí, ¿Usted es la señora Refugio?-.
         La aludida dijo:
         -Así es, pero pasen por favor para que puedan ver el teléfono-.
         Los jóvenes obedecieron y los tres entraron a la sala de la enorme casa dándose cuenta Juan y Elizabeth de que si por fuera se notaba el lujo, por dentro la casa era aún más impresionante, pues estaba amueblada con enseres que ellos solo habían visto en catálogos de tiendas de productos de diseñador; casi les dio pena sentarse en el enorme sofá donde les señaló doña Refugio para esperarla mientras ella iba por el celular.
         Mientras estaban sentados, ambos paseaban la mirada por la estancia, contemplando las esculturas y pinturas que adornaban la habitación, hasta que Elizabeth rompió el silencio diciendo:
         -Definitivamente esta casa suda dinero-.
         Juan reflexionó y comentó:
         -Pues sí, hay lujo desde el techo hasta el tapete de entrada-.
         La chica añadió:
         -¿No te gustaría vivir en un lugar así?-.
         El joven lo pensó unos instantes y contestó:
         -No sé; la casa está muy bonita pero si te das cuenta como que se respira un ambiente de infinita tristeza-.
         Ella analizó la respuesta y a su vez exclamó:
         -¿Si, verdad? Yo creo que a la señora se le murió alguien; su marido o alguien así y por eso anda de luto-.
         Juan iba a contestar cuando en eso regresó la señora Refugio con la caja del celular mientras decía suavemente:
         -Disculpen que no les ofrezca nada de tomar pero es que hoy es el día de descanso de las sirvientas y yo soy una inutilidad en la cocina-.
         La jovencita fue quien contestó:
         -No se preocupe señora; solo venimos por el celular y no le causaremos ninguna molestia-.
         La señora agradeció el gesto con una ligera sonrisa y le entregó a Juan la caja del aparato; el joven sacó el celular dándose cuenta que estaba prácticamente nuevo y cuando vio de reojo las etiquetas del empaque compró que el teléfono había sido comprado en una de las tiendas más lujosas de la ciudad; encendió el aparato y mientras revisaba su funcionamiento Elizabeth, con la clásica curiosidad femenina no resistió la tentación de preguntar:
         -Disculpe señora Refugio, pero si se ve que el aparato está casi nuevo ¿Por qué lo vende?-.
         Juan le dirigió una mirada de reproche, pero la señora dando un largo suspiro comenzó a hablar:
         -Lo que pasa es que yo tengo un celular que utilizo en mis negocios, pero este lo compré solo para que mi hijo me hablara para saludarme-.
         Al ver el gesto de dolor en la cara de doña Refugio la chica tomo suavemente la mano de la señora mientras le decía comprensivamente:
         -Pero él ya no está con nosotros ¿Verdad?-.
         Doña Refugio agradeció el gesto de afecto apretando suavemente los dedos de Elizabeth y dijo:
         -No, falleció hace tres meses-.
         Y antes de que los jóvenes pudieran decir algo, añadió:
         -De hecho, él mismo escogió este modelo de teléfono para ambos; le gustaba tanto su celular que cuando lo sepultamos yo misma eché el suyo dentro de la caja-.
         En eso Juan dijo:
         -Disculpe señora, pero la verdad es que después de escuchar eso no me animo a pagarle tan poco dinero por este aparato-.
         Ella dijo con una sonrisa más relajada:
         -Gracias, eso me demuestra que eres una persona de buen corazón, lo que me indicaría que si te quedas con él, estará en buenas manos-.
         El joven aun así exclamó:
         -¿Pero no lo quiere como recuerdo o algo así?-.
         Doña Refugio volvió a su tono triste y dijo:
         -A veces los recuerdos duelen tanto que resultan insoportables-.
         Juan se quedó callado y sacó la suma de dinero acordada de su cartera para entregarlo a la señora.
         Cuando los chicos se dirigieron a la salida fue entonces que notaron una enorme fotografía que estaba al lado de la puerta la cual mostraba a un niño de mirada traviesa y sonrisa divertida; se dieron cuenta que estaban frente al hijo ausente y antes de que pudiera reaccionar, de los labios de Juan salieron las palabras:
         -¡Pero si era un niño!-.
         Doña Refugio al borde de las lágrimas dijo:
         -Sí, solo tenía siete años-.
Elizabeth, sin pensar en lo que hacía tomo a la señora entre sus brazos para decirle casi llorando:
-¡Lo siento tanto!-.
Y salieron de la casa.

Durante todo el trayecto de regreso, Juan y Elizabeth iban extremadamente callados; reflexionaban acerca de la aventura que acababan de experimentar. Cada uno por su lado filosofaba acerca de la muerte y de la pérdida de un ser querido pensando en la forma como reaccionarían si les ocurriera algo así. Pensaban en miles de escenarios donde alguien conocido abandonara el mundo de los vivos; el trance de los allegados al difunto y todo el proceso del sepelio; Juan se decía que esperaba ilógicamente que jamás le ocurriera algo así, mientras Elizabeth se preguntaba si habría alguien que estuviera preparado no para su muerte, sino para sufrir la ausencia de un ser amado. En lo que ambos coincidían era que cuando salieron de la casa de doña Refugio el aire de las calles les pareció más alegre que nunca.
         Como quiera que sea, Juan en el fondo se sentía contento pues había adquirido un celular de buena calidad, en buen estado y ¿Por qué no decirlo? Incluso pensaba que le había hecho un favor a doña Refugio al quedarse con un aparato que no le traía buenos recuerdos por lo que al tenerlo él, tal vez la señora no sufriría tanto por la muerte de su pequeño hijo. 
         En cuanto dejó a Elizabeth en su casa, Juan se dirigió a la suya encerrándose inmediatamente en su habitación para programar su nuevo teléfono, bajando las aplicaciones necesarias para su trabajo y algunos juegos de los que le gustaba disfrutar cuando tenía algo de tiempo libre; le impresionó la manera de trabajar del aparato lo cual lo convencía cada vez más que había hecho una buena compra. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue que cuando lo revisó antes de personalizarlo era que la señora Refugio no había borrado nada del teléfono; en realidad no tenía más que las aplicaciones de fábrica y en el registro de llamadas solo había un número guardado bajo el nombre de “Pedrito”.
         Eso lo hizo sentirse sumamente triste y por respeto a la señora Refugio y a su dolor de haber perdido a su hijo, decidió no borrar el número.
         Lo que el joven no sabía es que a veces las buenas intenciones no son suficientes.

Después de ese episodio, el joven Juan siguió viviendo su vida como de costumbre, yendo a su trabajo y cumpliendo con sus obligaciones y cuando el tiempo lo permitía, invitaba a Elizabeth al cine, a comer o a cualquiera de los lugares en los que ambos gustaban de pasar sus ratos libres.
         Al siguiente jueves en que llegó hasta casi las diez de la noche de su trabajo después de una inusual y extenuante jornada de labores, decidió ya no cenar para mejor irse inmediatamente a dormir por lo que se despidió de su familia y se dirigió a su habitación; se desvistió, se puso su pijama y en cuanto su cabeza tocó la almohada se perdió en la inconciencia.
         A pesar de lo cansado, por momentos sentía que despertaba o que soñaba que despertaba; por lo regular el joven no tenía pesadillas, pero en esta ocasión cada que cerraba los ojos comenzaba a soñar con figuras fantasmagóricas que lo miraban amenazantes y que cuando él se acercaba, dichas sombras comenzaban a reír con carcajadas infernales que lo hacían despertar con sobresalto. Juan lo atribuía al hecho del enorme cansancio que atacaba a su cuerpo, por lo que intentaba volver a conciliar el sueño.
         En eso, cuando su reloj despertador marcó las tres de la madrugada, sonó su celular.
         El joven entre sueños de manera casi mecánica tomó el teléfono y sintió que la sangra se le helo en las venas al darse cuenta que la llamada provenía del número marcado como “Pedrito”. El aparato sonó como cinco veces mientras Juan no sabía si contestar o no, cuando la llamada terminó. El joven se preguntó si en realidad la señora Refugio se había quedado con el celular de su hijo y trataba de comunicarse con él pero como no se decidió a contestar, no supo que pensar.
         El resto de la noche ya no pudo dormir.

         Al otro día se levantó más cansado que el día anterior y de mal humor por no haber podido dormir; sin embargo, lo que más inquietaba a su mente era la misteriosa llamada que había recibido en la madrugaba, pues razonaba que si doña Refugio se quisiera comunicar con él hubiera llamado a su casa, pues cuando realizaron la transacción del celular, ese había sido el número que Juan había dado de referencia, independientemente de que en todo caso, no hubiera intentado hablar en la madrugada.
         Todo eso lo inquietaba sobremanera, pero con el ajetreo de sus labores poco a poco fue olvidando el asunto y  por la noche, antes de acostarse revisó su teléfono dándose cuenta asustado que el registro de llamadas no tenía ninguna referencia a la que había recibido la noche anterior; se sentó en su cama pensando que tal vez debido al cansancio una de sus pesadillas era precisamente que lo llamaban desde el teléfono de Pedrito.
         Desgraciadamente eso no lo convencía en lo más mínimo.
         Pasaron los días subsecuentes sin ningún otro incidente parecido por lo que comenzaba a creer que en realidad si había tenido una pesadilla horrenda, lo cual le daba más y más confianza en sí mismo y en su cordura.
         Hasta que llegó el siguiente jueves.
         Llegó a su casa a la hora acostumbrada, como a las siete de la noche; cenó tranquilamente e incluso llamó a Elizabeth para platicar de los sucesos del día. Después de su llamada, la cual como de costumbre le ponía de buen humor pues se trataba de su amada novia, vio televisión hasta casi las once; cuando sintió que el sueño lo vencía se fue a su recamara, se vistió para dormir y apagó la luz.
         Cuando dieron las tres de la madrugada se despertó sobresaltado al escuchar que una vez más su teléfono emitía el tono de llamada; se levantó casi de un brinco y encendió la luz, tomando el celular entre sus manos; el alma se le cayó a los pies al ver que la llamada provenía del número de Pedrito.
         Volteó a todos los rincones de su habitación para comprobar que no estaba en medio de una pesadilla y que lo que estaba viviendo era la realidad. Con dedo titubeante oprimió el botón de contestar, apretó fuertemente el aparato llevándoselo a su oido derecho y preguntó con voz temblorosa:
         -¿Hola?-.
         Una voz infantil le contestó con tono angustiado:
         -¡Mamá! ¿Estás ahí?-.
         Las piernas de Juan se le doblaron obligándolo a sentarse en la orilla de su cama, mientras aterrado dijo:
         -¿Quién habla?-.
         La voz del otro lado le dijo:
         -Soy yo mamá, Pedrito-.
         Juan sintió que estaba al borde del colapso y solo atinó a decir:
         -Mira, no sé quién seas, pero este celular se lo compré a la señora Refugio; ahora me pertenece-.
         La voz confundida dijo:
         -¿Me puedes comunicar con mi mamá?-.
         La mente del joven era un torbellino de pensamientos, pues no sabía que era lo que estaba sucediendo, si se había vuelto loco o seguía con la idea de que estaba viviendo una pesadilla tan macabra que creía estar despierto; lo único que se le ocurrió decir fue:
         -¿Para qué quieres hablar con tu mamá?-.
         La voz dijo tristemente:
         -Es que me siento muy solo-.
         Juan no supo que le sorprendió más, si el hecho de hablar con alguien del más allá o las palabras que dijo a continuación:
         -Si quieres, puedes hablar conmigo-.
         Y se pasó gran parte de la noche platicando con Pedrito.

         Al otro día cuando despertó se dio cuenta que estaba acostado como si nada hubiera ocurrido; revisó el historial de llamadas y no le sorprendió ver que no estaba registrada ninguna llamada a las tres de la madrugada, por lo que se levantó para irse a trabajar.
         Durante todo el día tuvo una actitud distante de todo lo que hacía y decía, como si viviera en piloto automático, pues hiciera lo que hiciera su mente volvía una vez más hacía lo que él creía que le había ocurrido la noche anterior.
         Por momentos pensaba que no había sido más que producto de su imaginación, pero también reflexionaba acerca de la muerte, pues se preguntaba hacia donde se iban los seres humanos cuando su tiempo en este mundo se acababa; ¿Había un cielo y un infierno como decían las religiones? Juan nunca había sido muy religioso, pero ahora cuestionaba todo lo que decían los curas en las misas a las que se había visto obligado a asistir; si se supone que los niños son seres inocentes, ¿Por qué Pedrito seguía aquí? ¿Sería una especie de castigo el hecho de no haber ido al cielo? ¿Hizo algo malo en la vida como para no merecer el paraíso?; en eso lo asaltó una duda que hizo que su corazón casi se detuviera: ¿Y si en realidad este mundo es el infierno y Juan es el verdadero muerto? Tal vez era él quien había cometido un pecado tan grande que su castigo era ser atormentado por los fantasmas de las demás personas.
         Todo eso lo estuvo angustiando los siguientes días.

         Como ya se había dado cuenta Juan que las llamadas solo ocurrían en jueves por la madrugada, los demás días de la semana los vivió de manera normal, pero se volvió una persona taciturna e incluso distraída; su familia y la misma Elizabeth que lo conocían como una persona alegre, se sorprendían al ver su ahora actitud seria y reflexiva; incluso cuando su novia lo cuestionaba acerca de su comportamiento, el joven simplemente contestaba que eran cosas de su trabajo, para ya no añadir nada más.
         La siguiente noche de jueves, Juan se acostó en su cama, apago la luz e intentó dormir, sabiendo en el fondo que no lo iba a conseguir y cuando dieron las tres, escuchó ahora sin ningún tipo de sobresalto el tono de llamada de su celular y cuando lo levantó simplemente dijo:
         -Hola Pedrito-.
         Éste le contestó:
         -¿Me puedes comunicar con mi mamá?-.
         Juan contestó pacientemente:
         -Ya sabes que tu mamá no está aquí; ¿Quieres hablar? Pues vamos a platicar-.
         Y una vez más, se pasaron gran parte de la noche hablando como si fueran grandes amigos.
         Y lo siguieron haciendo durante varias semanas más.
         El joven comenzó a tomarle aprecio a Pedrito pues conforme platicaba más y más con él podía comprobar el carácter agradable y dulce del niño; éste le platicaba de lo que había aprendido en la escuela, de cuáles eran las materias que más le gustaban e incluso, quienes eran sus mejores amigos entre sus compañeros del colegio; mientras Juan tristemente notaba de que Pedrito no se había dado cuenta de que ya no estaba vivo. Aun así, nunca lo cuestionó acerca de eso a pesar de que en el fondo tenía la curiosidad de preguntarle acerca de donde creía el niño que estaba y como era ese lugar.
         En varias ocasiones durante el día, pensó en ir a visitar a la señora Refugio para contarle acerca de lo que él estaba viviendo, pero no sabía cómo hacerlo; se decía a sí mismo que era imposible visitar a la señora y decirle: “Hola, estoy recibiendo llamadas en mi celular de su hijo muerto”.
         Eso sonaba fuera de toda realidad.
         Prefirió seguir con sus charlas nocturnas con Pedrito sin platicarle a nadie al respecto, ni siquiera a Elizabeth, pues sabía que nadie le creería ya que no tenía manera de probarlo.
         En una ocasión incluso trató de grabar la conversación, pero al otro día cuando revisó el archivo, solo se escuchaba la voz del joven; eso no le sorprendía pues en un reportaje de fantasmas, el conductor había dicho que no se podía grabar la voz de un muerto, pues debido a que no era parte de este mundo, sus frecuencias se manejaban en planos diferentes.
         No sabía que era lo más loco de todo esto, si alucinar que hablaba con muertos o que en realidad hablaba con muertos.
         Hasta que las cosas cambiaron.

         El siguiente jueves cuando Pedrito se comunicó con Juan, éste inmediatamente se dio cuenta de la angustia del chiquillo en cuanto le dijo:
         -¡Por favor, comunícame con mi mamá!-.
         El joven le contestó pacientemente:
         -Te digo lo mismo de siempre; ya no puedes hablar con ella-.
         Pedrito le preguntó con miedo en la voz:
-¿Por qué no?-.
         Juan supo que había llegado la hora de la verdad, por lo que apretó fuertemente su puño izquierdo, soltó un largo suspiro y le dijo con una infinita tristeza:
         -Porque tú ya estás muerto-.
         Se hizo un silencio interminable al otro lado de la línea hasta que el niño le dijo:
         -Dile a mi mamá que la quiero mucho-.
         Y colgó.
         El chico comenzó a llorar pues en el fondo sabía que jamás iba a recibir otra llamada del pequeño, lo que pudo comprobar al otro día cuando verificó la lista de sus contactos y vio con desolación que el nombre de Pedrito ya no estaba en ella.

         Juan se sintió con la responsabilidad de hablar con doña Refugio para platicarle todo lo que había vivido sin importarle si le creía o no, pero cuando la fue a buscar por más que tocó la reja nadie salió a recibirlo, hasta que una vecina se acercó para informarle que la señora había vendido la casa y que no sabía a donde se había ido.
         Hasta la fecha la sigue buscando pero la esperanza de encontrarla se va agotando cada vez más y más.
Por su parte, desde esos días Juan vive con su propio dolor.
         Extraña a su amigo Pedrito.

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