Víctor
vivía en un pequeño pueblo perdido en la sierra del sur de México, lugar que lo
único que ofrecía a sus habitantes era un calor sofocante y una extrema
miseria; la mayoría de los pobladores habían huido hacia Estados Unidos en
busca de una mejor suerte mientras que los que se quedaron se resignaban a su
triste destino, sacando una irrisoria ganancia de lo que podían sembrar en sus
tierras.
El
joven de no más de veinte años no estaba de acuerdo con ninguna de las dos opciones
y más tonando en cuenta que no tenía una educación formal, pues con trabajos
había ido un par de años a la escuela; debido a lo anterior, decidió irse por
el camino rápido.
Como todo añejo
poblado, su lugar de residencia contaba con sus propias historias, basadas en
la ignorancia y las antiguas creencias que les daban un aire todavía más
misterioso a dichos relatos y mitos.
Se
decía que en las faldas de un enorme cerro que se hallaba a las afueras del pueblo
había una cueva donde se aparecía el Diablo, quien estaba dispuesto a darle
cualquier cosa que pidiera el atrevido que se arriesgara a pasar toda la noche
dentro de dicha caverna. No se conocía a nadie de primera mano que lo hubiera
logrado; solo se escuchaban viejos relatos de parientes de amigos que lo habían
intentado y a quienes jamás se les volvió a ver en el pueblo. Dentro de lo
anterior, se contaba que había un anciano que vivía a las afueras del poblado
que lo había intentado en su juventud pero que fue encontrado dos semanas
después del inicio de su aventura deambulando por los solitarios parajes de las
cercanías al pueblo, completamente desnudo y hablando incoherencias acerca de
demonios y diablos.
A
pesar de todo Víctor se armó de valor y fue a visitar al viejo a la derruida
choza que habitaba y cuando lo tuvo frente a frente le preguntó:
-Buenos
días, lo vengo a ver para…-.
El
anciano, posando sus ojos llenos de completa lucidez, lo interrumpió y le dijo:
-No
hace falta que lo digas; no eres el primero que viene a preguntarme acerca de cuándo
quise hacer un pacto con el Diablo-.
-¿Entonces
es cierto?-.
El
viejo suspiró y dijo:
-Sí,
pero en el fondo nadie me cree-.
Víctor
dijo gravemente:
-Quiero
ir a verlo-.
El
orate comenzó a alzar la voz y le contestó:
-¡No
sabes de qué estás hablando muchacho; te vas a meter en algo que nadie es capaz
de resistir!-.
Y
añadió, con un tono cada vez más angustiado:
-¡Me
dijo cosas que ningún ser humano debería conocer; cosas horribles que
estuvieron a punto de provocar que me suicidara si es que no me encuentran a
tiempo los vecinos!-.
El
joven, cada vez más interesado le preguntó:
-¿Y
qué le dijo?-.
El
viejo loco abrió desmesuradamente los ojos y alejándose de Víctor, lo señaló
con dedo acusador y comenzó a gritar:
-¿Él
te mandó verdad? ¿No se conformó con hacerme perder la razón y ahora viene por
mí? ¿Hasta dónde tendré que ir para escapar del demonio?-.
Y
se echó a correr desesperadamente sin mirar atrás, mientras el joven lo
contemplaba, completamente aterrado.
Aun
así, decidió intentarlo.
Se
armó de una buena dotación de velas, una raída cobija y, antes de partir, se
quitó el escapulario que le habían obsequiado el día de su bautizo, del cual
nunca se había separado hasta la fecha actual.
Entró
a la cueva encendiendo una de sus velas, se enredó en su cobija y esperó.
Trataba de dormir pues no había otra cosa que hacer, pero cuando el sueño comenzaba
a cerrar sus ojos, escuchaba unos horrendos quejidos, como lamentos de personas
caídas en desgracia, almas perdidas que no encuentran el descanso eterno,
mientras que unas sombras enormes adornaban las paredes del horrible lugar,
danzando grotescamente al ritmo del movimiento de la luz del cirio que
alumbraba débilmente como si compartiera el temor del aventurado joven.
Por
momentos pensaba en abandonar su osada misión, pero lo detenía el supuesto
permio que pensaba recibir; esto es, riquezas infinitas que lo sacarían de su
deprimente situación. El terror no lo abandonaba, pero pensaba resistir hasta
la mañana siguiente o morir en el intento, si es que eso es lo que le esperaba
al encontrarse con el Maligno; dentro de sí pensaba que no podía estar peor que
la miseria en la cual vivía por lo que bien valía el riesgo que estaba
corriendo en esos momentos.
Mordía
fuertemente la orilla de su cobija mientras cerraba apretadamente los ojos y
cuando iban a dar las tres de la mañana sintiéndose al borde de la locura, el
Señor de las Tinieblas se le apareció al joven.
Una
sombra mucho más grande y oscura que las otras se formó enfrente de él y con
voz cavernosa le preguntó:
-“Así que quieres riquezas ¿Eh
Víctor?”-
El
aludido, presa de un sombro que estuvo a punto de detenerle el corazón,
contestó con un hilo de voz:
-¿Cómo
es que sabes quién soy?-.
El
Demonio dijo burlonamente:
-“Al igual que mi contrincante yo lo sé
todo; lo que fue, lo que es y lo que será, así como los que fueron, los que son
y los que serán”-.
Víctor
exclamó, con un tono de esperanza:
-¿Entonces
me darás lo que pido?-.
El
Diablo contestó:
-“¡Claro!, pero yo no trabajo gratis;
tienes que pagar”-.
El
joven, sintiendo como un escalofrió le subía por toda su espalda, dijo tímidamente:
-¿Y
qué es lo que quieres?-.
La
voz rió lúgubremente y dijo:
-“Te daré toda la fortuna con la cual has
soñado toda tu vida, pero dentro de seis años regresaré para llevarme el alma
de la persona a quien más ames en ese preciso momento”-.
Víctor
analizó la situación pensando en las posibles consecuencias de su decisión,
pero en eso se le plantó una malévola idea en su cerebro, por lo que contestó
firmemente:
-Muy
bien, estoy de acuerdo-
El
Diablo solo dijo:
-“Sea”-.
Y
soltó una espantosa carcajada provocando que el ambicioso joven perdiera el
sentido.
Cuando
volvió en sí ya era de día, pues el sol mandaba tímidos rayos de luz hacia
dentro de la cueva, como si el mismo astro rey tuviera miedo de meterse a los
dominios del maligno; el joven inmediatamente se levantó y vio ante sí montones
de costales y cuando presa de la desesperación abrió uno a uno, felizmente se
dio cuenta que estaban llenos de joyas, monedas de oro y plata, así como una
obscena cantidad de piedras preciosas. Estuvo a punto de brincar de gusto, pero
inmediatamente se dio cuenta que le esperaba la difícil tarea de transportar su
tesoro, así que fue al mercado del pueblo y con los últimos pesos que poseía,
pues no quería dar muestra de su nueva fortuna, compró una gran cantidad de
costales y regresó a la cueva; sabía que sus pertenencias estaban seguras, pues
nadie del pueblo se atrevería a ir a donde el joven había pactado con el
Diablo. Acarreó los costales uno a uno y
cuando terminó, bañado en sudor, contrató un transporte y desapareció del
pueblo, donde jamás le volvieron a ver la cara.
A
partir de ese infame día, Víctor se dio la gran vida; se compró una formidable
mansión en la cual casi nunca estaba pues dedicó gran parte de su tiempo a
viajar por todo el mundo, conociendo lugares exóticos y gente extraña la cual a
donde quiera que iba, lo recibía como el poderoso millonario en que se había
convertido. Organizó incontables fiestas donde el alcohol, las drogas y mujeres
sin escrúpulos era lo que más abundaba, así como vividores que al menor
descuido salían del lugar con dinero y joyas robadas al rico joven pero a éste
nada de eso le importaba, pues simplemente iba a sus costales y sacaba más y
más dinero el cual nunca se acababa para satisfacción de Víctor.
Entró
en lo más exclusivos círculos sociales; se codeó con gente extremadamente rica
como él, e incluso fue conocido dentro de la farándula, pues varias de sus novias
eran conocidas actrices, atraídas por su fortuna, por lo que su cara era
conocida en las secciones de vida social y de espectáculos de los más reconocidos medios de comunicación a
nivel mundial.
Nadie sabía de
donde había salido el joven que derrochaba dinero a manos llenas, pero por
alguna extraña razón, ninguna autoridad se interesó en investigar el origen del
dinero. Tal parecía que el Diablo lo seguía protegiendo.
Así paso más de
cinco años, presa de una vorágine de lujuria y excesos.
Por
las noches recordaba de la promesa que le había hecho al Diablo; sin embargo,
esto no le preocupaba pues desde que salió de la cueva llevó a cabo su plan
secreto con el cual pretendía engañar al demonio: jamás encariñarse con
alguien. Dentro de su lógica, sabía que podía evitar el pago que en su momento
exigiría el Maligno, pues al no tomarle afecto a persona alguna, sabía que
llegado el momento, su acreedor no tendría manera de cobrar la deuda, por lo
que el joven no sufriría pérdida alguna.
En
su pueblo de origen vivió con su padre, quien siempre fue un ebrio sujeto que
cada que se emborrachaba golpeaba a Víctor, por lo que éste nunca le tuvo un
ápice de amor y como no tenía más familia, no había nadie que corriera
peligro. Más adelante, ya con su fortuna
en las manos, nunca dejo que nadie se le acercara por lo que jamás tejió lazos
de afecto con nadie, pues en cuanto alguien le ofrecía su amistad se alejaba de
esa persona; en cuanto a las mujeres con las cuales estuvo, cuando se daba
cuenta que empezaba a querer a alguna, inmediatamente la abandonaba sin voltear
atrás, pues sabía que le sobraban posibilidades de conseguir otra conquista sin
comprometer sus sentimientos; tuvo hijos, pero con ninguno se tomó siquiera la
molestia de conocerlo y lo único que hacía era mandarles una fuerte cantidad de
dinero periódicamente para evitarse futuros problemas, pero eso era todo; de
esta manera, no había absolutamente nadie en el mundo a quien le hubiera dado
su cariño.
Vivía
sin entregarle su amor a ningún ser humano pero no le importaba pues ahora era
inmensamente rico.
Si,
había engañado al Diablo.
Cuando
se cumplió el fatídico aniversario de su pacto con el engendro del mal, Víctor
se retiró a su cama a descansar tranquilamente como todas las noches, pero en cuanto
apagó la luz, sintió que no estaba solo; en la semioscuridad veía danzar
terroríficas sombras como las que lo habían acompañado seis años atrás. Por más
que intentaba dormir, el sueño no se presentaba como temiendo que esa noche
ocurriría algo en lo cual no se quería involucrar.
Cuando
dieron las tres de la mañana el Diablo, fiel a su promesa se le apareció y con
su horrible voz le dijo:
-“Hola Víctor, veo que te has dado la gran vida con el
tesoro que te di”-.
El
joven le contestó confiadamente:
-Así
es, no me he privado de nada; después de todo para eso es el dinero ¿O no?-.
El
Demonio sonrió y se sentó tranquilamente en una silla que se hallaba al lado de
la cama y habló:
-“Si, tienes toda la razón, pero ahora
ha llegado el momento de pagar”-.
Víctor
dijo muy seguro de sí mismo:
-Pues
sí, nada más que hay un pequeño problema-.
Y
sentándose en su cama, continuó:
-En
todo este tiempo jamás le entregado mi amor o mi afecto a persona alguna, así
que no hay nadie a quien le puedas reclamar su alma-.
El
Diablo dijo a su vez:
-“¿Crees que no lo sé?”-.
El
joven sintió como un miedo desconocido comenzaba a subirle por su garganta y
con un hilo de voz exclamó:
-¿Y
entonces?-.
El
Señor de las Tinieblas le dijo:
-“Hay alguien a quien le has dado todo
tu amor”-.
Víctor
comenzó a sudar frío y preguntó al borde de la desesperación:
-¿A
quién?-.
El
Diablo rió macabramente y le dijo:
-“A ti mismo; has actuado de manera tan
egoísta que siempre has visto por tu propio beneficio sin importarte los demás;
nunca buscaste amigos para compartir tu tiempo, tu atención y tu riqueza con
ellos; usaste a las mujeres para tu propia satisfacción sin pensar en sus
sentimientos y tuviste hijos a los cuales has abandonado, ya que jamás te
ocupaste de ellos.”-.
Y
antes de que el joven pudiera decir algo, finalizó:
-“Tú eres la única persona a quien amas
en el mundo”-.
Víctor
comenzó a lanzar alaridos de terror mientras el Diablo lo envolvía con sus
llameantes brazos.
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