jueves, 14 de febrero de 2019

LOVE TIL DEATH!


         Joaquín trabajaba como ayudante en el servicio médico forense de la ciudad. Su familia y amigos se asombraban del tipo de empleo que había conseguido el muchacho de veinticinco años, por lo que lo hacían objeto de sus burlas e incluso habían comenzado a llamarlo “el ángel de la muerte”; sin embargo, en el fondo dichas bromas solo eran producto del natural temor que todos los seres sienten ante la muerte, por lo que secretamente admiraban al joven. Por su parte, Joaquín simplemente les decía que era el mejor empleo del mundo, ya que era tan bueno en su trabajo de tal manera que “los clientes jamás se quejaban”.
         Lo que nadie sabía era que Joaquín secretamente amaba a la muerte; a pesar de que familia y amigos lo consideraban una persona normal, tranquila e incluso extremadamente romántica, Joaquín vivía fascinado con la muerte y todo lo que le rodeaba por lo que se consideraba afortunado de haber encontrado el trabajo de sus sueños. A pesar de que sus escasas labores consistían en transportar los cadáveres de una sala a otra, lavar la plancha donde se practicaban las autopsias y llevar muestras de tejidos hacia los laboratorios, amaba su trabajo, principalmente porque le dejaba mucho tiempo libre el cual de manera discreta ocupaba visitando el depósito de cadáveres; le encantaba sacar un cuerpo de su gaveta, quitarle la sábana y contemplarlo por largo rato, incluso por horas; se maravillaba de la quietud que los cuerpos inertes mostraban, la palidez macabra de su figura y principalmente, la paz que mostraban sus caras inmóviles.
         Incluso, en muchas ocasiones se atrevió a tomarles fotos con su celular; llegó a comprarse un aparato el cual, aun cuando no tenía las características que buscan los jóvenes al comprar un dispositivo electrónico, sí contaba con el mejor modelo de cámara de alta resolución que le servía muy bien para sus propósitos. Joaquín no veía a los muertos con el morbo propio de las demás personas ya que de hecho, no le interesaban los cadáveres que llegaban hechos trizas como producto de un accidente automovilístico o un asesinato; no, lo que le llamaba la atención era la sobrenatural quietud que mostraban los cuerpos de personas que habían fallecido de forma natural, ya sea por vejez o por enfermedades. Jamás subió sus fotos a su cuenta de Facebook ni las presumió entre sus amigos o conocidos, pues lo consideraba de mal gusto y una falta de respeto a los fallecidos. En realidad, la colección de imágenes eran para su gusto personal, si es que se le puede llamar gusto a ver a los muertos, por lo que todas las noches cuando llegaba a su casa, bajaba las fotos a su computadora y se pasaba largas horas repasando cada una de las imágenes, viéndolas hasta que casi se las aprendía de memoria, incluyendo hasta los últimos detalles.
         Contemplaba su personal tesoro, imaginando como habrían sido en vida las personas de las cuales ahora observaba su cuerpo inerte; si serían individuos tristes, melancólicos, de carácter amargado o incluso, si habían sido felices en vida. Llegó un tiempo en que por la pura expresión de sus caras inmóviles, creyó poder adivinar todo el trayecto de su vida en la tierra de los vivos.
         Si, Joaquín amaba a la muerte.
         Sin embargo, a pesar de disfrutar de su secreta y misteriosa afición últimamente se sentía inquieto, pues se daba cuenta que ya no le atraían demasiado las últimas fotos que había incorporado a sus archivos; era como si poseyera un rompecabezas al cual le hace falta la pieza más importante. Pensaba que tal vez necesitaba algo más que pudiera darle una cierta paz y satisfacción a su extraña alma. Llegó a la conclusión de que ya lo había visto todo por lo que necesitaba dar el siguiente paso; buscó en los avisos laborales de los sitios webs de ofertas de trabajo, pues ahora buscaba trabajar en una funeraria pues tenía la esperanza de que era mejor llegar a ser un restaurador de cadáveres pues se sabía con el talento suficiente como para poder llevar a cabo el trabajo de manera satisfactoria. Sabía, por personas que conocía del medio en el que se desenvolvía, que necesitaba tomar un curso para aprender a maquillar cadáveres, pero confiaba en él mismo, pues le habían contado de varias personas que aprendieron sobre la marcha el oficio y que ahora eran de los mejores en el ramo, así que solo era cuestión de esperar la oportunidad correcta.
         Hasta que todo eso cambió.

         Antes de llegar a su turno por la mañana, fue informado que había llegado un nuevo “inquilino”; una joven de aproximadamente 18 años, que estuvo encamada durante una semana en un hospital debido a una afección cardíaca y que había fallecido en el transcurso de la mañana. El jefe de Joaquín le comento distraídamente que dado que sabían cuál era su enfermedad no le practicarían la necropsia de ley y que como nadie había visitado a la joven mujer mientras estuvo enferma, de un momento a otro la llevarían a la fosa común, que es donde terminan los cadáveres de personas no reclamados.
         Joaquín, quien estaba acostumbrado a ver en su mayoría cuerpos de personas adultas, principalmente ancianos, pensó que era un buen cambio ver a alguien joven para variar por lo que en la tarde, después de terminar sus  acostumbradas labores se dirigió a su refugio privado: el depósito de cadáveres.
         Nada de lo que había visto el joven lo preparó para la experiencia que vivió en esta ocasión, ya que desde que jaló la manija de la gaveta, sintió una emoción hasta ahora desconocida, sensación que iba creciendo dentro de él al saborear de antemano lo que iba él pensaba que iba a encontrar, pero inmediatamente se dio cuenta que a veces la realidad supera la fantasía.
Cuando posó su mirada en el cuerpo inmóvil frente a él se encontró con la mujer más hermosa que jamás hubiera visto en su corta vida; una piel tan blanca como la leche y no precisamente de la palidez propia de los muertos; la blancura era tal que incluso llegaba mostrar los hilos de las venas las cuales, a pesar de ya no transportar sangre, se notaban a lo largo y ancho de su epidermis, la que era adornaba con unas curvas sensuales y voluptuosas y un pelo rubio casi cenizo. Tenía pómulos que apenas sobresalían de su rostro; nariz delgada, cejas abundantes del mismo color del cabello y unos labios ligeramente gruesos, de un color tan rojo que ni siquiera la muerte se había atrevido a arrebatar. El joven enfermero no pudo resistir la tentación y levantó un párpado que se hallaba adornado de las pestañas más largas que él había tenido el privilegio de conocer, para encontrarse con unos ojos más azules que el mar. A pesar de la falta de vida del cuerpo, el joven sintió como si el cadáver lo observara fijamente con una cálida mirada que le llegó hasta su alma.
         Joaquín acababa de conocer el amor.
         Contempló el cadáver por largas horas que él sintió como si fueran días, años e incluso la eternidad; no se dio cuenta cuando sonó el timbre de salida ni mucho menos cuando entró su jefe, quien le dijo de manera triste: “Era hermosa ¿Verdad?, lástima que una chica tan bonita haya fallecido de forma tan prematura” y filosofando, el galeno comentó: “Estoy seguro que ni siquiera conoció el amor”.
         Esto último le partió el corazón al joven.
         El doctor le encargó a Joaquín que cerrara puertas y ventanas antes de irse a casa, a lo que el joven contestó de forma ausente, y cuando su jefe se fue, todavía se quedó algunos minutos admirando el cuerpo femenino, pero ahora ya no con embelesamiento sino con rabia; por primera vez reflexionó enojado acerca de la muerte; la que anteriormente consideraba como una adorada deidad, ahora era blanco de su reclamo pues no era justo que se hubiera llevado a un ser tan hermoso y tan puro y principalmente, le enfurecía que una persona que jamás hubiera experimentado el amor, ahora ya no tenía ninguna oportunidad de hacerlo.
         Pero Joaquín no estaba dispuesto a permitirlo; iba a desafiar a todo y a todos para lograr que su adorado cadáver conociera el amor como ahora él ya lo hacía.
         No le costó trabajo falsificar documentos oficiales y firmas para poder sacar el cuerpo de su amada de la morgue; lo metió en la camioneta destinada al traslado de cadáveres y lo llevó directamente a su casa; dado que vivía solo, esto no tuvo ninguna complicación. Cuando llegó a su hogar, pensó que su futura novia, de quien ahora se dirigía con el nombre de Mary ya había estado demasiado tiempo acostada en el frio metal de la gaveta del hospital, por lo que la depositó suavemente sobre su cama para cubrirla amorosamente con las frazadas; como no la conoció en vida, no sabía si le asustaba la oscuridad, por lo que decidió dejar encendida  la lámpara que se encontraba en su buro al lado del lecho y se fue a acostar en el sofá de su pequeña sala.
         Después de una noche durante la cual casi no pudo dormir por todos los planes que había hecho para él y Mary se levantó alegremente, y dado que era su día de descanso, comenzó a llevar a cabo sus tareas.
         Primero fue a una tienda de ropa femenina para comprar un sinfín de ropa, desde zapatos, ropa interior de suave encaje e incluso, un pequeño sombrero de color morado que encontró en una esquina del establecimiento. Mary merecía lo mejor, por lo que no escatimó en gastos para adquirir un ligero vestido blanco a las rodillas, adornado con flores amarillas; le compró pulseras, un collar y un juego de maquillaje para resaltar su belleza no tocada por la muerte así como un perfume floral que encontró después de oler cientos de ellos para disgusto de la vendedora.
         El perfume se llamaba “La Mort De L’amour.
         El regalo perfecto.

         Una vez que terminó sus compras, regresó a su casa para vestir el cadáver de su dama y maquillarlo adecuadamente; inmediatamente después lo acostó en el sofá, mientras él se sentaba a su lado, recargando la cabeza de su chica sobre sus piernas, pensando en el siguiente paso a seguir. Afinaba detalles de su plan mientras acariciaba el sedoso cabello de Mary y sus fosas nasales se inundaban del tenue aroma de su recién comprado perfume hasta que llegó la noche, sin que el joven enamorado se moviera siquiera para levantarse a comer.
         Al llegar casi la media noche, cargó el cuerpo de Mary y nuevamente lo depositó en su cama para darle un suave beso en la fría frente y salió de la habitación con una sonrisa en la cara para dormir una vez más en su sofá; no le molestaba la dureza del mueble ya que sabía que cuando su amada volviera a la vida, ambos podrían compartir su cama, como lo hacen todas las parejas de enamorados.
         Al día siguiente, en cuanto dieron las diez de la mañana se dirigió a una tienda de artículos esotéricos que conocía de antaño, pues se encontraba de camino a su empleo al cual no se molestó en presentarse, ya que tenía cosas mucho más importantes que hacer que un simple trabajo. Compró todos los libros que encontró que hablaban de muerte, resurrección y conjuros extraños y a pesar de que estuvo interrogando al encargado acerca de cómo volver a la vida a una persona después de la muerte, éste solo se limitó a recomendarle amuletos de los materiales más diversos viéndolo de manera extraña, mientras el joven pagaba el exorbitante precio de los productos sin siquiera pestañear.
         El chico regresó a su casa cargado de libros e ilusiones; empleó todo el día para estudiar la literatura conseguida hasta que encontró lo que él creyó era la respuesta adecuada a su búsqueda; sonrió feliz de haberlo hecho por lo que finalmente se permitió probar bocado; dado que era un día especial, se dedicó a cocinar un platillo laborioso, recomendado para ser degustado en una cita romántica. Cuando terminó de preparar los alimentos, fue a su habitación para ponerse su mejor traje y corrió por Mary, la cargó entre sus amorosos brazos y lo depositó suavemente en la silla de su sencillo comedor; intentó acomodarla de tal manera que la cara de la chica muerta se quedara fija frente a él. Se sentó del otro lado de la mesa y se dispuso a servir; una vez que hubo acabado, puso música romántica y comenzó a comer, mientras le platicaba a su amada la historia de su vida, de tal manera que cuando comentaba alguna anécdota chusca, creía ver que la cara inerte de Mary le sonreía como si disfrutara los chistes de su pareja.
         Casi a la once de la noche, retocó el maquillaje del amor de su vida, le arregló las pequeñas arrugas de su vestido y la metió en una bolsa de cadáveres que selló con cinta adhesiva, ya que el cuerpo comenzaba a oler mal, por lo que para disimular el hedor, la bañó prácticamente con perfume y se dirigió al cementerio de la localidad. Cuando llegó al camposanto, abrió la reja lateral la cual, debido a su trabajo en la morque sabía que siempre se encontraba abierta y cargando a su querida Mary se dirigió caminando entre los sepulcros hasta llegar al fondo del panteón donde se encontraba la fosa común, pues sabía que siempre había una tumba abierta debido a la cantidad de cuerpos sin reclamar que llegaban. Recordando el rito que se había aprendido de memoria, sacó el cuerpo de Mary de la bolsa y lo posó delicadamente dentro de la tumba vacía poniéndole el coqueto sombrero, para acompañarlo con los más variados objetos; desde una cabeza de chivo hasta unos polvos de extraña y repugnante apariencia.
         Una vez que todo estuvo listo, sacó un cuchillo ceremonial y se hizo una pequeña cortada en el dedo, dejando que unas ligeras gotas de sangre cayeran en la frente de su amada, después de lo cual comenzó a recitar el conjuro aprendido del libro comprado, invocando a una deidad del centro de África quien, en palabras del encargado de la tienda esotérica, tenía el poder de regresar de la muerte a cualquier humano; realizó el rito mientras se escuchaban a lo lejos las campanadas de la media noche que sonaban de la lejana iglesia del barrio.
         Joaquín rodeaba la tumba mientras seguía rezando casi a gritos, haciendo extrañas movimientos mientras sentía como le escurría el sudor por su espalda, presa de un gran frenesí. Estuvo invocando espíritus durante casi una hora hasta que poco a poco sus movimientos se fueron haciendo más y más lentos, mientras que los cánticos que salían de su voz se iban apagando y una tristeza infinita se iba apoderando de su alma, al darse cuenta de que el conjuro no daba resultado. Finalmente cayó de rodillas frente a la tumba y comenzó a llorar; primero suavemente y después de forma desgarradora sin poder entender la complejidad del mundo; no era posible que cuando había encontrado al amor de su vida, había sido demasiado tarde y se enfurecía con la muerte por haberle arrebatado la oportunidad de experimentar lo que sueñan todos los seres humanos: encontrar a alguien a quien amar.
         Maldijo mil veces a su misteriosa y fiel compañera la muerte pues sentía que le había fallado; el joven siempre la había respetado y admirado, por lo que consideraba como una traición que ahora no quisiera apiadarse de él dándole lo que ahora él más quería: la vida de Mary. Pensaba que la misma muerte estaba celosa de que él hubiera encontrado a una compañera para toda la vida. Volteó a ver a ésta y contempló con asombro la mirada triste que le dirigía el cadáver pues los ojos se le habían abierto, como una reacción natural de un cuerpo sin vida; pensó que ella también sufría al sentir el amor del joven por lo que también estaba ansiosa por reunirse con su amante.
         Joaquín jamás se sintió tan solo que en ese momento; tal parecía que la muerte se burlaba del amor de ambos, pues no los dejaba reunirse.
         Cayó de rodillas y comenzó a enterrar el cuchillo con rabia entre la tierra, mientras lanzaba maldiciones hacia todo el mundo, desahogándose con los desgarradores gritos que lanzaba al solitario viento.
         De repente se hizo la luz en su cerebro.
         Sintió como si la misma muerte se apiadara de ellos y le susurrara al joven al oído la respuesta a sus plegarias.
         Joaquín comenzó a reír alegremente, pues ya sabía lo que tenía que hacer.
Después de todo, la muerte no le había fallado, como jamás lo hizo; ahora sabía cómo podían él y su amada estar juntos.
         Juntos para toda la eternidad.

         Al otro día, cuando el velador del cementerio llegó y comenzó a revisar el terreno, se encontró con el cadáver putrefacto de una hermosa mujer, el cual era abrazado por un joven, quien tenía las venas de las muñecas cortadas.
          Y una sonrisa de felicidad en el rostro.

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