Mi
nombre no importa; los medios me llaman monstruo, engendro, aberración. A mí el
que me más me gusta es el de asesino serial.
Sí;
me dedico a matar personas.
¿Por
qué lo hago?
Ya
no lo recuerdo.
Comencé
matando gatos y perros que deambulaban cerca de mi casa cuando tenía como diez
años; no entraré en detalles, simplemente diré que me encantaba ver como se
convulsionaban cuando la vida huía despavorida de sus cuerpos.
No
los aburriré con historias de familias disfuncionales pues mis papás, cuando
vivían, me trataban muy bien; festejos en cumpleaños, vacaciones como premio
por mis excelentes calificaciones escolares, entre otros placeres propios de la
niñez.
Nada
de maltrato infantil.
Simplemente
me gusta matar.
Mi
primera víctima humana fue a los quince años; una antigua amiga que tuve en una
ocasión me hizo enfurecer, ya no recuerdo por qué, y comencé a golpearla hasta
que cayó sin vida.
Me
gustó.
No;
de hecho me encantó.
Así
como hay personas que al tocar un lápiz y comenzar a dibujar descubren cuál es
su objetivo en la vida, así me sentí yo; me di cuenta que había nacido para
matar.
Obviamente
he evolucionado; con mi primera víctima simplemente la llevé a una casa
abandonada que conocíamos en mi barrio y ahí la abandoné. Encontraron el cuerpo
putrefacto tiempo después, lo que causó todo un revuelo en esos días.
Pero
lo que más me gustó, aparte de la sensación de matar, fue el orgullo que sentí
cuando en los periódicos dijeron que el asesino que había matado a la chica
había demostrado un elevado nivel de sangre fría y que, dado que no había
dejado ningún rastro, era prácticamente imposible que lo atraparan.
En
el momento actual escojo detalladamente a mis futuras presas; las estudio, las
sigo y aprendo cuáles son sus rutinas de vida para saber en qué momento puedo
atacar.
Esa
espera y planeación es extremadamente excitante.
No
hago distinción entre hombre y mujer, pues eso para mí no es importante; de
hecho, cuando escojo a una chica es porque me parecen bellas. Eso es todo.
¿Nunca
has pensado en destruir algo hermoso?
No
se confundan; no abuso sexualmente de ellas, pues eso me parece asqueroso.
De
hecho, ni siquiera siento necesidades sexuales como todos los demás, pues al
matarlas es simplemente como cuando te encuentras una muñeca nueva y la haces
pedazos, arrancándoles las piernas de juguete, luego los brazos y finalmente
les quitas la cabeza.
No;
mi satisfacción sexual la obtengo al ver el miedo en sus ojos.
Miedo
de saber que van a morir y que no pueden hacer nada para evitarlo.
Y
lo mejor de todo es la expresión de dolor al sentir las “caricias” de mi
colección de instrumentos de muerte que ido ampliando con el paso de los años.
A
veces incluso he llegado al orgasmo mientras veo como la vida abandona sus
frágiles cuerpos.
Claro
que he cometido errores.
Hace
tres años me encontraba siguiendo a un tipo que iba al mismo gimnasio que yo y
tuve la torpeza de primero hacer amistad con él. Cuando encontraron su cuerpo
mutilado, inmediatamente recayeron las sospechas sobre de mí; estuve tres meses
en la cárcel hasta que se dieron cuenta que no había pruebas que me inculparan
por lo que tuvieron que dejarme salir, pero mis huellas y mis datos se quedaron
registrados en el sistema.
Afortunadamente,
mis padres ya habían fallecido pues si hubieron visto a su único hijo ir a la
cárcel, eso los hubiera derrumbado.
Supongo
que si eso hubiera pasado, me habría causado dolor ver su sufrimiento.
O
al menos, eso es lo que imagino.
Para
evitar otro tropiezo como ese, dejé de hacer amistad con mis “prospectos”.
Aparte,
poseo un arma secreta.
Tengo
un primo de mi edad llamado Adán, quien
tenía la afición de jugar fútbol americano. En una ocasión recibió un golpe tan
fuerte en la columna que terminó cuadrapléjico por lo que no puede mover
ninguna parte de su cuerpo; incluso le implantaron un respirador para que pueda
seguir viviendo.
Si
es que a eso se le puede llamar vida.
Su
cerebro sigue funcionando, pues se le nota la alegría cuando lo visitan mis
tíos, pero no puede hablar ni siquiera para saludarlos.
En
una ocasión que lo visité me di cuenta que dado que su existencia no tiene más
utilidad que causarle aflicción a sus padres, bien podría servir para mis
propósitos, por lo que he llevado varios de mis cuchillos para ponérselos en
sus manos muertas y que se les queden grabadas sus huellas digitales; aparte,
de vez en cuando si está a solas en la habitación del lujoso hospital donde ese
encuentra internado, le inserto una jeringa para sacar algunas gotas de su
sangre y así, cuando termino una de mis “travesuras”, impregno el cuerpo de mis
víctimas con su líquido hemático; de esta manera, si pierdo mis herramientas
las huellas que encuentren en ellas serán las de Adán y la sangre derramada contiene
su ADN, no el mío.
No
sé si hasta la fecha al practicar las necropsias de los cuerpos se hayan dado
cuenta que hay otro tipo de sangre en los cadáveres, pero prefiero ya no
arriesgarme; incluso he dejado algunos cabellos suyos en la escena del crimen
que le he arrancado y dado que me he depilado todo el vello de mi cuerpo,
incluido mi propio pelo, en ese aspecto también estoy protegido.
Supongo
que todo eso ha funcionado, pues que jamás he vuelto a ser sospechoso de nada.
Lo
mejor de todo lo referente a mi primo es que también tiene otra utilidad para
mí.
Es
mi confidente.
Sé
que suena arrogante, pero me fascina la idea de saber que soy mucho más
inteligente que los pseudo investigadores que andan tras de mí, sin
encontrarme. Como sería una completa estupidez escribir un diario, prefiero visitar
a mi primo y platicarle la última de mis hazañas. Es divertido ver como se le
abren desmesuradamente los ojos cuando me ve entrar en su habitación, y más
cuando jalo una silla para sentarme a diez centímetros de su cama mientras le
tomo su mano derecha entra las mías y le confieso mis crímenes. A veces es
tanto el miedo que expresan sus ojos mientras platico con él, que los cierra
fuertemente y cuando los abre comienzan a rodar lágrimas por sus mejillas. En
una ocasión mis estúpidos tíos entraron cuando eso sucedía y se enternecieron
al ver la emoción en sus ojos, y más porque lo atribuyeron al dolor de no poder
convivir conmigo como cuando éramos chiquillos.
Desgraciadamente
eso no me duró mucho.
Después
de unos cuantos meses, mi primo empezó a tener un comportamiento extraño, si es
que en sus circunstancias puede haber algo más extraño que vivir sin vivir.
Sucedió que los
médicos notaron que su mirada ya no tenía la viveza que antes mostraban; se lo
atribuyeron al hecho de que se había rendido y que en realidad ya no quería
seguir viviendo.
Una
noche su corazón simplemente dejó de funcionar; todo mundo se lo atribuyó a una
fuerte depresión que le impidió seguir adelante.
Los
humanos pueden ser tan ingenuos.
¿Qué
si yo lo maté con mis confesiones?
No
lo sé; lo único que siento es que me quedé sin mi baño.
¡Ja!,
lo llamo baño porque mi primo se había convertido en el receptor de toda la
porquería que sale de mi mente y que he llevado a cabo a lo largo de mi vida.
Y
eso que no le platicaba los detalles de mis aventuras.
Esos
me los guardo para mí mismo.
Esos
me pertenecen solo a mí.
Hay
noches en que no he dormido hasta el amanecer, pues me deleito repasando lo que
hice horas antes recreando todo el episodio en mi mente como si fuera una
película; desde que comienzo a seguir a mi presa hasta el momento en que me
acerco a ella sigilosamente en medio de la noche para inyectarle un
tranquilizante que hace que su cuerpo pierda las fuerzas pero no la conciencia;
la subo a mi auto y me la llevo a una casa de campo que me heredaron mis padres
y que me evita el riesgo de posibles testigos.
Aun
así, en una ocasión me detuvo una patrulla y al ver que la chica que llevaba no
se movía, me cuestionaron al respecto por lo que simplemente les dije que
veníamos de una fiesta y que como había bebido, la llevaba a descansar a su
casa. Como a esa presa le desfiguré la cara, no hubo riesgo de que la
identificaran como la mujer que vieron la noche anterior.
¡Estúpidos!
Siguiendo
con mis recuerdos, me regodea la parte cuando llegamos a la casa y que los
acuesto en una mesa metálica que tengo en la habitación más amplia de la
vivienda; sus ojos muestran confusión de no saber que está sucediendo y más
cuando comienzo a amarrar sus extremidades al mueble. Después de eso, les corto
las ropas para poder divertirme a mis anchas; preparo mi arsenal mientras pasa
el efecto del tranquilizante, pues es mejor cuando sienten cada una de las
cosas que hago con su cuerpo.
Para
evitar cualquier percance, los amordazo fuertemente pues no quiero que los
gritos atraigan a alguien, a pesar de la
lejanía que tiene la casa con la civilización.
A
veces me pregunto; si les quitara la mordaza: ¿Qué gritarían? ¿Pedirían piedad,
amenazarían, invocarían a Dios?
Prefiero
no arriesgarme.
Así
que mejor sigo con mi pasatiempo y saco mis juguetes para divertirme con ellos.
A
veces he pensado en conservar un par de “recuerdos”, o trofeos como les llaman
los criminólogos, pero eso se me hace demasiado infantil, como cuando
coleccionas estampas de los álbumes que venden afuera de las escuelas.
No;
prefiero que esos recuerdos se queden en mi mente y de esa manera, disfrutarlos
en cualquier momento y en cualquier lugar, como cuando estoy en mi oficina y a
media tarde tomo un pequeño descanso de mis labores. Me recargo cómodamente en
mi sillón de piel y comienzo a repasar mis pensamientos mientras veo pasar
frente a mi puerta a los demás empleados.
¿Qué
pensarían si pudieran leer mi mente?
¿Quién
se imaginaría que un alto ejecutivo como yo se divierte no como ellos, en
conciertos y deportes sino que pasa sus ratos libres descuartizando personas?
Es
de dar risa, ¿No?
Bueno,
hoy es viernes y llegó el momento de divertirme.
Han
pasado tres meses desde que hice un recuento de mi vida; en todo este tiempo
han sucedido muchas cosas, como que la policía ya encontró la sangre y las
huellas de mi primo pero como no tienen con qué comprarlas, no han avanzado en
sus investigaciones. En cuanto a los medios de comunicación, se han deleitado
con las altas ventas de los periódicos al explicar a detalle mis aventuras
mientras la gente horrorizada con los detalles, leen hasta la última palabra a
pesar del ambiente de paranoia que se ha desatado en toda la ciudad a causa
mía.
Morbosos
como todos los seres humanos.
Creo
que ellos están más locos que yo.
Yo
hago esto porque así nací, ¿Pero ellos?
¿Qué
les fascina tanto de mis crímenes?
Todos
tenemos nuestro lado oscuro.
¿Será
que sienten envidia de que yo sí dejo salir al monstruo que tengo dentro y
ellos no pueden hacerlo por miedo?
Tal
vez por eso se nutren consumiendo noticias aberrantes.
Para
saciar su propia sed de sangre.
En
fin, todo esto lo pienso mientras estoy preparando el cuerpo de mi nuevo
visitante; ya está amarrado en la mesa completamente desnudo; ya encendí el
horno que construí para deshacerme de los restos, pues una vez que han
encontrado el ADN de mi primo, eso guiará a las autoridades hacia un camino
equivocado mientras yo puedo divertirme tranquilamente.
Me
he desnudado yo también pues me causa repulsión terminar con la ropa bañada en
sangre; prefiero simplemente bañarme al terminar y así descansar relajadamente.
Pero
algo no anda bien; siento algo extraño en el aire.
Algo
que no debería estar en el ambiente; un intruso que se ha colado en mi casa, en
mi vida, en mi diversión.
Presiento
algo inesperado.
Escucho
una fuerte explosión y pierdo el conocimiento.
Abro
mis ojos trabajosamente y la luz de las lámparas me ciega momentáneamente,
mientras trato de ubicar en donde me encuentro.
Escucho
sonidos intermitentes de máquinas que están instaladas a los lados de mi cuerpo
y mis fosas nasales son invadidas por el olor a alcohol y desinfectante, lo que
me indica que estoy en un hospital.
No
puedo moverme lo que debe ser producto de la anestesia ya que ni siquiera
siento dolor en mi cuerpo; solo puedo mover mis ojos.
¿Sabrán
quién soy?
Supongo
que sí, pues puedo leerlo en la mirada de miedo y repulsión que me lanza el
doctor que acaba de entrar; detrás de ella una enfermera se acerca para revisar
el expediente que está colgado a los pies de mi cama y cuando quiero interrogarla
acerca de mi condición, mis labios no se mueven.
Desisto
de hablar y me dedico a escucharlos.
La
enfermera muestra una mirada de terror mientras el médico le informa que yo soy
el asesino que habían estado buscando las autoridades desde hace varios años;
me encontraron al escuchar una explosión en medio de un paraje desolado y que
cuando llegaron vieron que mi horno había estallado provocando un derrumbe que
ocasiono que las vigas del techo cayeran sobre de mí.
No sufrí ninguna
quemadura lo cual me causa un poco de consuelo pero las lágrimas comienzan a
rodar por mis mejillas cuando oigo el diagnóstico:
“Este hombre ha quedado cuadrapléjico”.
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