miércoles, 15 de mayo de 2019

EL LIBRO MALDITO



         Andrés era un niño de nueve años que se dedicaba a las labores propias del campo, principalmente cuidar del exiguo ganado que poseía su humilde familia; no eran más de una docena de vacas que debía llevar a pastar al llano durante gran parte del día y a media tarde regresarlas a su establo.
         No iba a la escuela pues en esos tiempos las personas pensaban que los estudios eran una pérdida de tiempo así como consideraban que lo que pudieran aprender no les iba a dar de comer por lo que le daban prioridad al cuidado de sus animales pues de la leche y las crías era de donde sacaban difícilmente lo suficiente para vivir.
         El pequeño Andrés vivía con su mama viuda, dos tías de menos de treinta años así como con un tío de diecinueve años llamado Darío, familiar que debido a su edad era con el que más convivía y mejor se llevaba.
         Darío era de las personas que a pesar de tener la vitalidad propia de la edad, no le gustaba mucho el trabajo, por lo que lo eludía cada que podía; de las tareas que le encomendaban sus hermanas, algunas las cumplía a medias, otras simplemente no las hacía y en las ocasiones que acompañaba al pequeño Andrés a cuidar las vacas, prácticamente le dejaba toda la responsabilidad a su sobrino, pues en cuanto los animales llegaban a los pastizales él mejor se dedicaba, en el mejor de los casos, a vagar por la sierra o a dormir entre la hierba mientras el pequeño se encargaba del cuidado de los vacunos.
         Un día, en los momentos en que Andrés estaba disfrutando de su raquítico almuerzo a media mañana, llegó Darío presa de una extraña excitación por lo que el chico lo interrogó curiosamente:
         -¿Y ahora tú, que es lo que te pasa? Parece que encontraste un tesoro-.
         Darío completamente sofocado le contestó:
         -Creo que encontré algo mejor; me metí en una cueva que está cerca del Cerro de las Angustias-.
         Antes de que siguiera, Andrés exclamó con miedo:
         -Pero ya sabes que mi mamá nos ha prohibido que vayamos para allá porque dicen que ese lugar está embrujado-.
         Sin darle importancia a lo que escuchó, el tío prosiguió:
         -Pues no sé si estará embrujado; la cosa es que me metí no sin un poco de miedo y comencé a caminar hasta donde casi no llegaba la luz del sol-.
         -¿Y no viste nada extraño?-.
         Darío experimentó un ligero estremecimiento cuando los recuerdos llegaron a su mente y dijo:
         -Pues hay una parte donde vi unos como huesos, veladoras y otras cosas raras; pero lo mejor de todo es que sobre una enorme piedra que parece una mesa llena de manchas rojas hallé esto-.
         Y jalando el morral que siempre cargaba, sacó un enorme libro forrado de piel negra; en cuanto se lo mostró a Andrés una gran cantidad de nubes comenzó a tapar el cielo azul propio de la primavera, mientras seguía platicando su aventura.
         -Te juro que cuando lo tomé se empezaron a oír unos aullidos y una especie de risas que venían del fondo de la cueva, pero aun así me lo traje-.
         Andrés, cada vez más asustado exclamó:
         -Pues no sé, pero creo que aquí hay algo malo-.
         Darío dijo con orgullo, mientras señalaba el libro:
         -Puede ser, pero de lo que si estoy seguro es que esta cosa puede valer mucho pues se ve muy antiguo; yo creo que me darán mucho dinero por él-.
         Cuando dijo esto último, comenzó a caer una sorprendente lluvia que rápidamente llenó el valle de un agua helada por lo que los dos jovencitos juntaron sus vacas para llevarlas de regreso a su establo; estuvieron a punto de perder a dos de ellas debido a la rapidez con la que la extraña lluvia crecía en intensidad. Pero lo más sorprendente de todo fue que cuando llegaron a su casa, con la misma velocidad que empezó a llover salió otra vez el sol; tal parecía que el mismo astro rey se había dado cuenta que algo maligno había aparecido en el ambiente por lo que había cerrado los ojos ante tal diabólico espectáculo.
         A partir de entonces las cosas no volvieron a ser las mismas.

         Darío les anunció a sus hermanas que se iba a vender algo que había encontrado por lo que ellas accedieron, pero cuando pasaron tres días y notaron que su pariente no había regresado, comenzaron a preocuparse por lo que fueron al pueblo a preguntar si alguien sabía algo de él pero nadie les dio razón del joven.
         Sin saber que hacer decidieron esperar un poco más pues como no sabían que era lo que esperaba vender, pensaban que tal vez no había encontrado comprador en el poblado por lo que se había ido a los alrededores en busca de alguien que adquiriera el objeto que llevaba consigo.
         Andrés era el único que sabía que era lo que en realidad pensaba vender su tío pero muy dentro de él, el miedo le decía que era mejor guardar silencio.
         Y más aún; desde que Darío se había ido, el pequeño sufría de pesadillas que todas las noches lo despertaban en medio de un mar de terror, pues siempre soñaba lo mismo; que un demonio venía a verlo para reclamar la devolución de su libro y cuando el pequeño le decía que él no lo tenía, el extraño ser se le arrojaba encima y justo cuando estaba a punto de tocarlo, despertaba presa de un terror indescriptible.
         Pero aún faltaba lo peor.

         Cuando Darío regreso a su humilde casa apareció convertido en otra persona; esto es, en alguien más siniestro. Vestía una playera de algodón y un pantalón de tela sencilla, todo de color oscuro; lo extraño es que no era ropa precisamente negra, sino más bien oscurecida como si la hubiera atacado el humo de un gran fuego, dejándola macabramente ennegrecida. En cuanto a su físico, estaba más delgado que de costumbre y si anteriormente había sido un hombre no mal parecido ahora se veía repugnante, pues tal parecía que todo la maldad del mundo se había acumulado en su cara llena de verrugas, tez pálida y ojos hundidos; como si alguna fuerza extraña le hubiera chupado la esencia de la vida. Pero lo más macabro era su actitud; tenía un aire macabro y taciturno y si antes le encantaba burlarse de todo y de todos, ahora jamás sonreía y solo observaba a las personas con una mirada llena de maldad sin decir una sola palabra.
         Los hermanas quisieron interrogarlo acerca de donde había andado pero él simplemente contestaba: “Por ahí” sin dar ninguna otra información al respecto.
         La vida en la antes alegre casa cambió por completo, pues cuando las hermanas y Andrés se encontraban solos, platicaban alegremente acerca de cualquier cosa, pero de repente sentían como les llegaba a sus olfatos un olor parecido al azufre e inmediatamente las sonrisas se borraban de sus rostros pues era cuando aparecía el joven Darío y cuando éste se sentaba junto de ellas, el ambiente se tornaba pesado pues sentían como si algo malvado visitase su humilde morada.
         Pero lo que más les asustaba era que el anteriormente inquieto muchacho, ahora siempre andaba con una apariencia lúgubre y a pesar de haber tenido siempre buen apetito desde que regresó ahora casi no comía y por las noches siempre era el último en acostarse.
         ¿A qué se dedicaba?
         Todo el tiempo se la pasaba leyendo el libro que había encontrado.
         Sus parientas le llegaron a preguntar de que se trataba el texto, pues les extrañaba que Darío, quien apenas sabía leer, ahora se mostraba muy interesado en la lectura del libro el cual se había convertido en su inseparable compañero; cuando eso sucedía, él siempre contestaba con tono distraído:
         -Son cosas que ustedes no pueden entender-.
         Las mujeres prefirieron dejarlo en paz al ver la actitud tan perversa que había adoptado el joven.
         Hasta que una noche hablaron entre ellas para tratar de entender y solucionar la situación.
         Se reunieron todas en la habitación donde dormía Andrés y su mamá para discutir acerca de la actitud de Darío; se habían dado cuenta que todo había cambiado a partir de que había llevado el extraño libro del que ahora no se despegaba por lo que pensaban que si desaparecían dicho objeto todo volvería a ser como antes.
         Pero los planes no siempre salen como uno los imagina.
         Durante gran parte del transcurso del día, el joven se la pasaba leyendo el dichoso libro en la mesa de la cocina y cuando salía al baño, sus hermanas corrían para llevarse el ejemplar malvado, pero siempre que llegaban el libro éste no se encontraba donde lo había dejado Darío lo que confundía y aterraba al mismo tiempo a las tres señoras, pues todas habían comprobado que su hermano había salido de la casa con las manos vacías por lo que no podían entender donde había quedado el infernal objeto.
         Más incomprensibles eran las ocasiones en que, en medio de la noche Darío leía el libro en su cuarto; la mamá de Andrés lo mandaba llamar con cualquier pretexto y en cuanto abandonaba su habitación sus hermanas entraban corriendo para buscar el libro y destruirlo pero lo mismo, no encontraban nada; revisaban el cuarto de arriba abajo y en los únicos muebles que poseía el joven, volteaban la cama de un lado hacia otro, revisando bajo de ella; el pequeño ropero donde guardaba sus escasas prendas de vestir de donde las sacaban una a una para comprobar desencantadas que no había nada. Incluso llegaron a pensar si no estaría oculto en algún recoveco de las paredes pero no había lugar alguno donde se pudiera ocultar un objeto tan grande como el que buscaban; en medio de la desesperación pensaban si no lo había enterrado en el suelo pero cuando buscaban en alguna parte de la habitación donde la tierra hubiera sido removida recientemente seguían sin encontrar lo que buscaban tan afanosamente.
         Todo eso las tenía completamente aterradas.
         Andrés, quien era el único que sabía de donde había sacado el libro Darío, seguía guardando silencio, pues él a su vez también se encontraba tremendamente asustado, como si él mismo hubiera hecho algo malo, por lo que esperaba que en algún momento terminase la pesadilla que estaban viviendo en su casa.
         Presas de la desesperación, las hermanas optaron por llamar a un cura para que fuera a bendecir la casa y así evitar la entrada del maligno, por lo que en cuanto Darío abandonó su morada en una de sus incontables ausencias fueron por el párroco del pueblo, pero en cuanto éste dio un pie dentro la casa cayó desmayado, siendo presa de horribles convulsiones que lograron que el clérigo se desmayara; en cuanto volvió en sí, se levantó para irse corriendo jurando jamás volver a lo que él llamó “Tierra maldita”.
         Pero aún faltaba lo peor.

Al día siguiente de la fallida bendición de la casa, las hermanas de Darío se le acercaron con miedo y le pidieron que acompañara al pequeño Andrés para cuidar a las vacas y cuando esperaban que aquel se negaría, el joven simplemente dijo:
         -Sí, iré con él; tengo algunas cosas que hacer en el campo-.
         Al escuchar lo anterior, al chiquillo le brincó el corazón de miedo, pues desde que su tío había regresado de la supuesta venta del libro, jamás habían vuelto a platicar y dada su actitud, ahora Andrés le tenía un terror que no se atrevía a confesar por lo que ambos caminaron el trecho hasta el llano en completo silencio.
         Pero en el fondo, como todo niño curioso cuando estaban almorzando, el pequeño comenzó a cuestionar a su tío:
         -Oye, y el libro que encontraste, ¿De qué trata?-.
         Darío guardó silencio unos instantes y cuando Andrés pensó que no le iba a contestar, le dijo:
         -Habla de grandes poderes que puedes obtener si sigues al pie de la letra las enseñanzas que te indica-.
         Andrés se sorprendió de lo que le dijo su tío, pero más le aterró la manera tan culta que tenía de expresarse, algo que jamás había hecho antes, pero aun así le preguntó:
         -¿Y qué enseñanzas son esas?-.
         El joven solo dijo:
         -No lo entenderías-.
         Y se acabó la conversación.
         Andrés se sentía angustiado pero no sabía bien el por qué; había dejado de disfrutar la compañía de su tío y en ese momento le invadía una incomodidad como si presintiera que algo malo fuera a ocurrir, lo cual aumentó cuando Darío se levantó rápidamente de donde estaba sentado y le dijo:
         -Ahorita regreso, tengo algunas cosas importantes que hacer-.
         Y antes de que el niño le preguntara algo, le ordenó:
         -Y pase lo que lo pase no me sigas-.
         Andrés se dirigió hacia donde estaban sus vacas mientras veía como el joven se dirigía al Cerro de las Angustias de forma decidida.
         El chiquillo se quedó un par de horas arreando a sus animales cuando el cielo comenzó a ser invadido por un sinfín de nubes oscuras y amenazadoras que conforme avanzaban, ocultaban al sol de manera inexplicable mientras el ambiente se enrarecía cada vez más.
         En eso, un viento helado comenzó a soplar mientras el cielo se oscurecía hasta dar la impresión de no ser el medio día pues casi parecía noche cerrada; las vacas mugieron desesperadamente presas del nerviosismo al sentir el viento que circulaba cada vez más rápido.
         Andrés trataba de controlar el ganado lo mejor que podía pero conforme aumentaba la oscuridad y la velocidad del viento se dio cuenta que era tarea menos que imposible, pues todas las vacas se echaron a correr desperdigándose por el campo despavoridas; el pequeño no sabía qué hacer, pues no se decidía entre correr tras los animales y recuperarlos o buscar él también algún refugio.
         Para mayor pavor de Andrés, se escucharon una serie de relámpagos que de repente iluminaban el ambiente de manera grotesca y cuando estaba a punto de echarse a correr pudo ver en medio de los rayos una figura oscura que a lo lejos se acercaba velozmente.
         El chiquillo quiso gritar pero cuando la figura se acercó más, vio con alivio que era Darío que corría con el libro maldito bajo el brazo pero cuando llego junto a él, el terror se volvió a apoderar del niño pues su tío corría desesperado con una expresión de absoluto espanto en sus ojos mientras le gritaba:
         -¡Andrés, Andrés, ayúdame!-.
         Y en cuanto llegó junto a su sobrino, lo abrazó desesperadamente por lo que el pequeño en medio del pánico que experimentaba le contestó también a gritos:
         -¿Qué pasa Darío? ¿Qué está sucediendo?-.
         Darío simplemente gritó:
         -¡Agárrame porque me quiere llevar!-.
         Y el niño exclamó angustiado:
         -¿Llevar? Pero ¿Quién?-.
         Y mientras Darío abrazaba desesperadamente a su sobrino, ambos voltearon hacia el Cerro de las Angustias y con espanto vieron a un hombre vestido con un traje de charro completamente negro que montaba un caballo de igual color que arrojaba fuego por los orificios de la nariz.
         Andrés sentía que estaba a punto de desmayarse pero aun así, le preguntó a su tío:
         -¡Darío! ¿Quién es ese hombre?-.
         El joven en medio de su pavor le contestó:
         -¡Es el Diablo y viene para llevarme con él!-.
         Y antes de que pudieran decir algo más, la siniestra figura les habló con voz estruendosa:
         -¿Así que quieres ser mi aliado Darío? ¡Ya estoy cansado de estúpidos como tú que quieren compartir mi poder pero no quieren pagar el precio: su maldita alma!-.
         Mientras escuchaban lo anterior, Andrés se dio cuenta que al demonio no se le podía distinguir la cara pues solo se veían un par de puntos rojos que al parecer eran sus ojos los cuales miraban con un odio infinito; el caballo brincaba violentamente sobre sus cuartos traseros relinchando de forma horrible mientras el Diablo volvió a hablar:
         -¡Por esta vez la inocencia del niño que abrazas patéticamente te ha salvado pero no quiero volver a saber de ti en lo que resta de tu inmunda vida!-.
         Y dándose media vuelta, desapareció detrás del cerro.
         Inmediatamente las nubes se fueron abriendo para dejar pasar la luz del sol por lo que Darío soltó a Andrés, dejándose caer de rodillas mientras ambos lloraban entre la hierba.
         Poco a poco las cosas volvieron a la normalidad por lo que se dedicaron a buscar a las vacas que se habían refugiado a la sombra de un grupo de árboles a excepción de una que se hallaba en el suelo gimiendo lastimeramente; cuando se acercaron vieron que la mitad de su cuerpo se encontraba completamente quemado por lo que decidieron sacrificarla poniéndose de acuerdo que a las tías de Andrés les iban a decir que le había caído un rayo.

         Después de ese día, Darío convenció a sus hermanas de que mejor vendieran su ganado e iniciaran una nueva vida en otro lugar; las señoras, al ver que el chico había vuelto a la normalidad y que incluso su físico había vuelto a ser el de antes le hicieron caso, por lo que se deshicieron de sus animales y con el dinero se fueron a vivir a otro estado de la República Mexicana, donde pusieron un comercio que atendían entre todos, lo cual con el tiempo incluso mejoró su nivel de vida.
         Darío, a pesar de que lo había abandonado el aire siniestro que había adoptado, jamás volvió a ser el mismo, pues se volvió una persona muy seria dedicada por completo a su trabajo y como jamás se casó, murió solo casi a los ochenta años.
         En cuanto a Andrés, las pesadillas producto de lo que vivió en el ese fatídico día lo hicieron enfermar, por lo que su mamá tuvo que conseguir un santero para que lo curara de espanto.
         Pero como el tiempo todo lo alivia, años después el mismo Andrés dejó de pensar en lo que había experimentado guardando sus recuerdos en lo más profundo de su alma y solo se atrevió a contar dicha historia a sus nietos a quienes les encantaba reunirse alrededor de su abuelo para que les contara una y otra vez la infernal aventura que había vivido de chiquillo; en una ocasión en que uno de sus descendientes le preguntó qué había pasado con el libro maldito, el experimentado anciano lanzó un suspiro de alivio y simplemente contestó:

         -Jamás se volvió a saber nada de él-.

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