martes, 1 de octubre de 2019

LOS RELATOS DE INFERNO




         Guillermo y Pablo se conocían desde los diez años desde que el segundo llegó al mismo orfanato que el primero y cuando ambos cumplieron la mayoría de edad y tuvieron que salir del lugar, decidieron rentar una vivienda para vivir juntos.
         En estos momentos Guillermo tenía veinte y siete años y trabajaba como administrativo en una pequeña empresa mientras que Pablo, quien contaba con veinte y cuatro, se dedicaba a atender una tienda de comics.
         La relación entre ellos era de cordialidad y respeto, pues había un verdadero afecto entre los dos, lo que conseguía que la convivencia fuera de lo mejor.
         Con sus lógicas diferencias.
         Guillermo era de las personas que no estaban conformes con su situación económica y aunque en su trabajo el sueldo era decoroso, siempre pensaba en tener una gran fortuna, aunque no sabía cómo conseguirla.
         Por su parte, Pablo era una persona melancólica, incluso hasta el grado de llegar a la depresión; le gustaba la música gótica y siempre andaba vestido de negro y dado que no era muy sociable, se refugiaba en la lectura de todas las revistas que llegaban al local que atendía, sintiendo especial afición a las publicaciones que contuvieran relatos de terror; era tanto su gusto por este tipo de literatura que contaba con su colección personal de ejemplares acerca de grandes y pequeños escritores del genero del terror, el horror y demás tópicos extraños.
         En uno de sus tantos periodos de tristeza, se hallaba acostado en la cama de su habitación viendo hacia la pared cuando entró Guillermo, quien al verlo de esa manera, frunció el ceño y le dijo:
         -Por lo que veo, otra vez estas hundido en tu depresión, ¿Verdad?-.
         Pablo simplemente volteó a verlo sin decir nada por lo que su amigo se sentó en una silla al lado de la cama y continuó:
         -¿Y ahora qué es lo que te pasa?-.
         Pablo dijo tranquilamente:
         -No sé; a veces siento que debería hacer algo importante con mi vida. ¿Nunca te ha pasado eso?-.
         Guillermo sonrió irónico y contestó:
         -¡Claro que me ha pasado! Te he dicho infinidad de veces que yo nací para ser millonario-. Soltó una carcajada y continuó: -Pero guapo no soy como para dedicarme a la actuación; no tengo estudios para conseguir un mejor trabajo y finalmente-. Hizo una pausa para ponerse una mano en el pecho de forma dramática y finalizó. -No tengo gran creatividad para ser artista-.
         Esto último llamó la atención de Pablo quien se volteó para mirar de frente a su compañero de morada y exclamó de forma enigmática:
         -¿Y si te dijera que yo sí creo tener talento para algo?-.
         Guillermo, intrigado le contestó:
         -¿Ah sí?, ¿Qué sabes hacer?-.
         Pablo sonrió tímidamente y sentándose en su lecho, comenzó a explicar:
         -Mira, tú sabes que me encantan las historias de terror; de hecho, es lo que más me gusta leer-.
         Guillermo lo interrumpió y dijo con algo de burla:
         -¿Saberlo? Pero si también soy parte de eso; cada que me toca limpiar la casa y entro a tu habitación, no sé cuál de tus posters me da más miedo-. Y señalando los carteles pegados en las paredes continuó: -A veces me da miedo el de las calaveras o a veces sueño con ese maldito payaso que parece que cada que entro aquí me sigue con la mirada-.
         Y temblando cómicamente, preguntó:
         -¿Y todo esto que tiene que ver con el talento que tienes?-.
         Pablo contestó con un matiz de orgullo en la voz:
         -Yo también escribo historias de terror-.
         Guillermo preguntó ansiosamente:
         -¿Y son buenas?, ¿Las has publicado en las revistas que llegan  tu trabajo?-.
         Pablo dijo desanimado:
         -La verdad no sé si son buenas y en cuanto a publicarlas, tengo miedo de que me las rechacen-.
         El cerebro de Guillermo comenzaba a trabajar a mil por hora por lo que dijo ansiosamente:
         -¡Pero si las pagan bien; podrías sacar un buen dinero publicándolas!-.
         Pablo dijo de forma insegura:
         -¿Pero y si a nadie le gustan?-.
         Guillermo dijo de forma más fría:
         -Mira; a mí no me gusta tanto la lectura como a tí, pero sí he leído varias de tus revistas por lo que más o menos sé que es lo que les gusta a la gente que las compra-. Y antes de que Pablo volviera  protestar prosiguió. -Déjame leerlas y te doy mi opinión; si yo creo que son buenas las mandamos a las revistas-.
         Pablo dijo aún reacio:
         -¿Y si no lo son?-.
         Guillermo contestó confiadamente:
         -Pues vemos la manera de mejorarlas-.
         El joven de forma dudosa sacó una caja de debajo de su cama para extraer un cuaderno de entre decenas de libretas que había en el interior, por lo que Guillermo le dijo sorprendido:
         -¿Todas esas son historias?-.
         Pablo le informó:
         -Sí, pero las de hasta abajo son las primeras que escribí; no son muy buenas, pero me sirvieron como ejercicio para afinar mi estilo-. Le dio el cuaderno a su amigo y prosiguió. -Aquí están las últimas que he escrito; creo que son las mejores-.
         Guillermo tomo el cuaderno y exclamó con una sonrisa:
         -Bueno, las voy a leer y te diré que pienso-.
         Se levantó para salir de la habitación pero antes de salir, volteó y le dijo confiadamente:
         -Es más, si tus historias son muy buenas, yo seré tu representante-.
         Pablo simplemente dijo:
         -Eso me ayudaría mucho, porque a pesar de trabajar en una tienda a la que llega mucha gente todos los días, tú sabes que no me gusta el contacto con las personas-.
         Guillermo sonrió comprensivamente y solo exclamó:
         -Lo sé-.
         Y salió de la habitación.

         El siguiente domingo como cada dos semanas, a Pablo le tocaba turno en la tienda de comics, por lo que Guillermo se levantó casi al medio día y después de almorzar, puso uno de los cds que más le gustaba escuchar a Pablo y se dispuso a leer sus historias.
         Mientras más relatos revisaba, más se convencía de que Pablo en verdad tenía talento, de tal manera que si hubiera leído su trabajo por la noche no hubiera podido dormir debido al temor que le provocaban las historias macabras que tenía entre sus manos; aun así, cuando se metió a su habitación, prefirió dormir con la luz encendida lo que no evitó que tuviera horrendas pesadillas que lo hicieron levantarse casi temblando.
         Ese lunes se le hizo interminable, pues solo contaba las horas que faltaban para contarle a Pablo todos los planes que se le habían ocurrido en el transcurso del día.
         Cuando salió de su empleo prácticamente corrió hacia la tienda de comics y cuando lo vio, le dijo atropelladamente:
         -¿Tienes quién te cubra hasta que cierren?-.
         El chico le dijo intrigado:
         -Pues sí, ¿Tienes algún problema?-.
         Guillermo contestó con una amplia sonrisa:
         -No, es todo lo contrario-.
         Pablo fue con una compañera de trabajo para informarle que tenía que salir temprano y cuando regresó, Guillermo lo jaló apresuradamente del brazo para llevárselo a un parque que se encontraba frente a la tienda para buscar una banca libre y cuando la encontró casi aventó a Pablo sobre de ella y sentándose a su lado, le dijo emocionado:
         -Ya leí todas las historias que me diste-.
         El chico hizo una mueca de tristeza y dijo suavemente:
         -¿Y son horrendas verdad?-.
         Guillermo sonriendo dijo:
         -Si-.
         Pablo bajó la mirada abatido y exclamó frustradamente:
         -Sí, lo sabía; yo no sé por qué se me ocurrió que podía ser un gran escritor-.
         Guillermo soltó una sonora carcajada y dándole un golpe en la nuca al chico, le dijo:
         -¡Idiota, me refiero que son magníficos!, no pude dormir del miedo que me provocaron-.
         Pablo dijo emocionado:
         -¿De verdad crees que son bueno?-.
         Guillermo dijo de manera arrogante:
         -Te puedo decir que son mucho mejores que los que publican en tus revistas-.
         Pablo sonrió ampliamente y dijo con orgullo:
         -Nunca creí ser tan bueno-.
         Guillermo ya no contestó pues esperaba que Pablo digiriera sus palabras y después de algunos minutos le dijo:
         -Bueno, ahora a trabajar; primero los registramos para que nadie te los pueda plagiar y después los mandamos a las revistas-. Y antes de que Pablo comenzara a protestar, continuó. -No te preocupes, yo me voy a encargar de todo eso; obviamente, voy a necesitar que me firmes un poder notarial para que yo pueda hacer todos los trámites por ti-.
         Pablo dijo aliviado:
         -¿Entonces yo no necesitaría hablar con nadie ni ir a ningún lado?-.
         Guillermo finalizó con una amplia sonrisa:
         -Claro que no; para eso soy tu representante ¿No?-.
         Y tomando a su amigo por el hombro, ambos se dirigieron a su morada.

         Y efectivamente, Guillermo se encargó de todo.
         Fueron con el notario a firmar el poder, el cual le daba amplias facultades para realizar operaciones en nombre de Pablo; “Incluso para pedir un préstamo en el banco”, había dicho el notario. Guillermo simplemente estaba interesado en el porcentaje de ganancias que había acordado con Pablo, por lo que no pensaba abusar de su confianza.
         Como lo había vaticinado, en cuanto mandaron las primeras historias a las revistas de terror, éstas se mostraron bastante interesadas por lo que las publicaron inmediatamente y al ver el notable éxito de Pablo, le pidieron más material.
         El chico estaba contento, pues le enorgullecía ver el triunfo de haber dado a conocer su trabajo; en el caso de Guillermo, aparte de sentir un genuino orgullo por lo que estaba logrando su amigo, le encantaba ver cómo iban llenándose los bolsillos de ambos de bastante dinero. Pablo no le daba mucha importancia a eso, pues simplemente le pedía de vez en cuando le pedía efectivo a Guillermo para comprar libros y revistas de terror, así como algo de ropa; fuera de eso, no tenía idea de cuánto estaban ganando, hasta que su representante le dijo con alegría en la voz:
         -Yo creo que así como vamos, en un mes podemos dejar de trabajar los dos-.
         Pablo dijo contrariado:
         -¿Dejar de trabajar?, eso me dejaría mucho tiempo de sobra-.
         A lo que Guillermo contestó:
         -Sí, pero eso te daría más tiempo para escribir como hacen los grandes autores; solo se dedican a sus historias y a investigar datos para sus nuevos libros-.
         Pablo sonrió con satisfacción y exclamó:
         -Eso me gustaría mucho-.
         Y efectivamente, en unas cuantas semanas más, ambos renunciaron a su trabajo; Pablo dedicaba su tiempo a escribir, ahora ya no en sus cuadernos, sino en una flamante laptop que Guillermo le había comprado; mientras, éste último se dedicaba principalmente a buscar nuevas publicaciones, incluso en el extranjero, para ofrecer los relatos de su amigo y cuando se sobraba tiempo, pues simplemente lo utilizaba para gastarse lo que sacaba de comisión.
         Pero lo mejor estaba por venir.

         Pablo estaba tranquilamente escuchando su música gótica mientras escribía la más reciente de sus historias cuando entró Guillermo quien, completamente emocionado le dijo:
         -¡Ahora si entramos a las grandes ligas!-.
         Pablo confundido le preguntó:
         -¿A qué te refieres?-.
         -¡Me acaban de hablar de la editorial “La Muerte del Cuervo”!-.
         Pablo exclamó:
         -Pero si esa es la editorial más importante en el género del terror; ¿Qué quiere con nosotros?-.
         Cada que el chico se refería a su labor como escritor, hablaba en plural ya que lo consideraba como un “negocio” de los dos, pues se daba cuenta que sin los esfuerzos de su amigo, jamás hubiera podido dar a conocer sus historias, por lo que había decidido que a Guillermo le tocaría el cincuenta por ciento de las ganancias como comisión. Al principio a su compañero no le pareció buena idea, pero dada la insistencia del chico, decidió aceptar.
         Le dijo triunfalmente:
         -Quieren que escribas un libro-.
         Pablo esbozó una amplia sonrisa y dijo:
     -¡Diablos!, jamás creí que llegaría este momento-.
       Guillermo expreso con un dejo de preocupación:
         -¿No tienes ningún problema con eso?-.
         Pablo dijo alegremente:
         -No, ya tengo dos libros escritos-.
         Guillermo dijo asombrado:
         -¿Y por qué no me lo habías dicho?-.
         -Pues por eso; no creí que se llegara a dar esta oportunidad-.
         Guillermo dijo entonces emocionado:
         -Pues entonces dame uno de esos libros para registrarlo y después llevarlo a la editorial-.
         Pablo se levantó de su asiento y sacando su caja de debajo de su cama, extrajo un engargolado para dárselo a su representante, mientras le comentaba:
         -Este es el primero que escribí; si les gusta, el otro que tengo tiene la continuación de la historia-.
         Guillermo lo tomó pero no se movió de su lugar, por lo que el chico le preguntó:
         -¿Hay algo más?-.
         -Sí, la editorial conoce su negocio por lo que me dijeron que para que el libro se vendiera mucho mejor necesitarías un seudónimo-.
         Pablo dijo contrariado:
         -Nunca pensé en algo así, ¿Qué sugieres?-.
         -¿Cómo se llama tu libro?-.
         -Hades; es el lugar a donde van los muertos según la doctrina cristiana-.
         -¿Es como el infierno?-.
         -Algunos lo piensan así, pero de que hay muertos ahí, los hay-. Dijo el joven con una sonrisa enigmática.
         -¿Y tu segundo libro como se llama?-.
         -Kólasi; eso sí significa infierno en griego-.
         Guillermo reflexionó y de repente dijo:
         -Bueno, dada tu obsesión por el lugar a donde van los pecadores, entonces te llamarás INFERNO-.
         Pablo calló unos segundos y simplemente dijo:
         -Por mí está bien-.
         Y se volteó para seguir escribiendo.

         Y el libro “Hades” resultó todo un éxito.
         Fue muy bien recibido por la crítica y los lectores, lo que provocó que el primer tiraje se agotara en semanas, por lo que se decidió imprimir más ejemplares, los cuales eran literalmente peleados por la gente en las librerías, pues las publicaciones y programas especializados en literatura se deshacían en elogios con el libro debut de Inferno.
         Guillermo estaba feliz, pues si con las historias de Pablo habían podido vivir de sus escritos, con el libro prácticamente se habían vuelto ricos.
         Aunque no todo era miel sobre hojuelas.
         A pesar del éxito obtenido, Pablo continuaba con algunas extrañas costumbres que tenía desde que ambos estaban en el orfanato. Aún no podía superar sus periodos de depresión pues había ocasiones en que se pasaba tres o hasta cuatro días sin levantarse de su cama, por lo que Guillermo se dedicaba a llevarle de comer a su habitación; a veces se acababa los alimentos, a veces solo los probaba y volvía a su estado catatónico.
         El representante no se preocupaba mucho, pues cuando el escritor salía de su tristeza, se dedicaba furiosamente a escribir más y más relatos, a veces sin dormir más que por ratos. Guillermo sabía que los escritores y pintores tienen manías que a veces son difíciles de entender y como el chico seguía escribiendo, él respetaba su comportamiento.
         Lo pudo comprobar una tarde en que Pablo se le acercó con unos papeles en la mano y le preguntó:
         -Oye, estaba leyendo el contrato que firmaste y veo que hay una cláusula que dice que tengo que hacer una serie de presentaciones para promocionar mi libro-.
         Guillermo le contestó tranquilamente:
         -Sí, me dijeron que es una cláusula que siempre se pone en los contratos; ¿Por qué?-.
         El chico dijo angustiado:
         -Tú sabes que a mí no me gusta el contacto con las personas; ¿De qué voy a hablar con ellas?-.
         El representante sonrió comprensivo y le contestó:
         -Tranquilo, yo le comenté eso a tu editor y dijo que no había problema-. Y viendo como Pablo se iba relajando al escuchar sus palabras, prosiguió. -Es más, me dijeron que iban a manejar el mito de que eres un escritor que odia a la gente y que solo le interesa dar a conocer su trabajo, por lo que no iba a dar entrevistas a nadie. De hecho, eso ha aumentado las ventas, pues todo el mundo se pregunta quién es Inferno; incluso,  hasta se ha soltado una infinidad de especulaciones al respecto-.
         El chico, ya más tranquilo dijo:
         -Bueno, en este caso, el mito sí está muy apegado a la verdad ¿O no?-.
         Su representante sonrió y expresó:
         -Pues si eso funciona para vender más libros, que piensen lo que quieran-.
         Pablo simplemente dijo:
         -Gracias por evitarme todo eso de la fama-.
         Guillermo exclamó divertido-.
         -Para eso soy tu representante-.
         Desgraciadamente esa relación no iba a durar para siempre.

         Guillermo acababa de llegar casi al anochecer después de pasar la tarde comprándose ropa en un par de tiendas de marcas exclusivas acompañado de hermosas mujeres quienes, al saber que era de buena posición económica, lo seguían a todas partes. Guillermo les compraba a ellas todo lo que le pedían pues sabía que a cambio de eso tenía sexo asegurado. Se daba cuenta que estaba comprando afecto, pero no le importaba, pues su ritmo de vida actual le satisfacía sobremanera y pensaba comprar con su dinero todo lo que pudiera, incluyendo personas.
         Entró silbando alegremente en el lujoso departamento al que se había mudado con Pablo y cuando llamó a éste, solo el silencio le contestó; lo buscó por toda la casa sin encontrarlo. Se quedó inquieto pues sabía que el chico desde que se había dedicado a escribir, prácticamente no salía a la calle pues incluso cuando quería comprar algo, lo encargaba por internet; le preocupó el hecho de que no tenía manera de comunicarse con él, pues Pablo se había negado a comprarse un celular alegando que al único a quien le pudiera llamar era a Guillermo y dado que vivían juntos, no le veía el caso a tener un teléfono.
         Como el representante se sentía cansado se retiró a su recámara a dormir, pensando que al día siguiente en cuanto viera a Pablo lo regañaría por no avisarle de su salida.
         Al otro día en cuanto se levantó, inmediatamente se dirigió a la recámara del escritor pero cuando entró comprobó angustiado que no había pasado la noche ahí pues su cama se hallaba intacta, tal como la había visto la noche anterior.
         Salió de la habitación y se puso a dar de vueltas en la estancia pensando en donde podría buscarlo; incluso pensó en ir a la antigua tienda de comics para preguntar si sabían algo del joven pero la idea se le hizo ridícula, pues Pablo había perdido todo lazo con sus antiguos compañeros de trabajo a pesar de los esfuerzos de éstos para mantener la relación.
         Cavilaba sobre qué acción tomar cuando reparó en que la laptop de Pablo se hallaba encendida por lo que levantó la tapa encontrando una hoja de texto que decía:
         “Hola Guillermo, espero que recuerdes el cerro de la calavera a donde fuimos hace dos años al fallido día de campo con tus amigas; en cuanto leas este mensaje quiero que vayas por mí a ese lugar…”
         El representante sonrió al recordar la anécdota, pues él había invitado a dos chicas que había conocido para llevarlas a un día de campo, pero dada la personalidad misántropa de Pablo, las mujeres los habían abandonado completamente aburridas y fastidiadas de la actitud del chico.
Pero la sonrisa se le congeló en los labios cuando leyó las últimas palabras del mensaje:
         “Perdóname por todo lo que esto te ocasione”.
         Guillermo salió apresurado del apartamento hacia el lugar señalado presa de una indescriptible angustia; incluso estuvo a punto de chocar en un par de ocasiones mientras conducía su lujoso automóvil y cuando llegó al citado cerro, se bajó corriendo hasta llegar al lugar que le había indicado Pablo.
         Al borde del colapso llegó a un claro donde pudo contemplar al joven escritor sentado en el suelo con la espalda recargada en un enorme árbol; se acercó a él para notar que tenía los ojos cerrados. A su lado había una botella de licor lo cual extrañó sobremanera al representante pues el joven nunca bebía; temiendo lo peor, buscó a los lados del chico para descubrir con infinita tristeza un frasco vacío de calmantes.
         Con la cara bañada en lágrimas, notó que entre las manos de Pablo había una hoja de papel, por lo que angustiadamente la zafó de los dedos inertes del joven y comenzó a leer:
         “Guillermo, si estás leyendo esta carta ya te habrás dado cuenta de lo que hice.
         Pensé que el hecho de cumplir mi sueño de escribir historias de terror me iba a traer la felicidad pero fue todo lo contrario; mientras más escribía más angustiado me sentía, como si los espectros de los cuales hablaba en mis historias vinieran hacia mí para reclamar su pago por hablar de ellos. Siento que me estoy consumiendo en vida, pues cada vez me siento más cansado y sin ánimos para vivir. No lo puedo soportar más.
         Gracias por todo”.
         Guillermo comenzó a sollozar sufriendo por la pérdida de su amigo; pensó que desde que habían iniciado su aventura dentro de la literatura, las cosas iban de lo mejor para ambos.
         Se había equivocado.
         Había estado tan inmerso en disfrutar de su creciente fortuna que no había notado las grandes ojeras y la palidez de su compañero de aventuras; hasta ahora se daba cuenta de que de unos meses a la fecha, sus episodios de inactividad eran cada vez más frecuentes y largos.
         Ahora comprendía el por qué.
         En eso sonó su celular y cuando lo sacó, vio que era el número de su editor; quiso avisarle de lo sucedido para que la noticia se supiera inmediatamente pero antes de que pudiera decir algo, escuchó la conversación atropellada del ejecutivo quien exclamaba:
         -¡Guillermo, que bueno que estas disponible; tengo algo muy importante que decirte!-.
         El representante gimió:
         -¡Qué bueno que llama señor Suárez, lo que pasa es que…!-.
         Pero el editor lo interrumpió:
         -Necesito que en un mes a más tardar me entregues el segundo libro de Inferno, pues esta vez hemos llevado a un acuerdo con editoriales extranjeras con las que hemos formado alianzas estratégicas para que este libro se lance a nivel mundial, escrito en varios idiomas. Esta obra se va a dar a conocer casi en todo el planeta, pues dado el éxito que tuvo el primero en países de habla hispana, este será una bomba-. Guillermo guardó silencio confundido mientras Suarez finalizó. -De hecho, tenemos estipulada una ganancia al doble de la del primer libro; obviamente, renegociaremos el contrato de edición sobre de esa base. Mañana te espero por la mañana para que tú hables directamente con nuestro contacto en Rusia-.
         Guillermo se quedó de piedra.
         ¿Rusia?
         ¿Lanzamiento a nivel mundial?
Y lo más importante:
         ¿Ganar el doble de lo ya obtenido?
         “Pero si con lo que ahorita tenía se podía dar una muy buena vida” pensó.
         Sabía dónde había dejado Pablo su segundo libro, pero…
         ¿Qué pasaría cuando se supiera que el autor había fallecido?
         ¿Sería bueno o malo?
         Mientras cavilaba lo anterior, una idea le golpeó la cabeza:
         “¿Qué estaba pensando? Acababa de encontrar a su amigo de toda la vida muerto hace unos segundos y ya estaba pensando en vender su libro.”
         Empezó a analizar la situación.
         ¿Es lo que hubiera querido Pablo?
         ¿Dar a conocer su libro al mundo?
         Después de todo, en donde quiera que ahora estuviere, ya no lo iba a utilizar; incluso, con lo obtenido de las ventas podía construirle un mausoleo del tamaño de un edificio.
         Su mente se debatía entre el dolor de haber perdido a Pablo y el atractivo de las ganancias.
         Primero quiso asegurarse.
         Sacó su celular y se comunicó con Suarez y cuando el editor le contestó, inmediatamente preguntó:
         -Oiga, acabo de leer un artículo de un escritor que acaba de fallecer; ¿Qué sucede en esos casos?-.
         Suarez contestó seriamente:
         -Pues es toda una desgracia; tuvimos un par de situaciones así y los herederos nos mandaron los últimos libros que escribieron los difuntos pero la crítica y los lectores los hicieron pedazos. Los libros no eran malos en sí, pero la gente pensó que los había escrito algún familiar para aprovechar la fama del escritor original, por lo que no se vendieron; todo un fracaso-. Y antes de que el representante pudiera decir algo, Suarez dijo con burla. -Cuida mucho a Inferno, porque nos está dando mucho dinero a ganar-.
         Esto último fue lo que acabo de decidir a Guillermo.
         “Primero lo primero”, pensó.
         Regresó a su coche para ir a comprar una pala y cuando regresó comenzó a cavar un hoyo y una vez que fue lo suficientemente grande, depositó suavemente el cuerpo de Pablo dentro de la cavidad; lo contempló unos segundos mientras recitaba mentalmente una plegaria y tomando la pala una vez más, le arrojo tierra hasta que el cadáver quedó completamente tapado.
         Se sentó a descansar un poco mientras pensaba que el lugar era muy desolado, motivo por el cual habían llevado a las chicas al día de campo y así tener privacidad con ellas; en el momento actual eso le servía pues nadie iba a visitar ese desolado paraje. Eso evitaba el riesgo de que encontraran el cuerpo y aun cuando así fuese, Guillermo no tendría ningún problema legal pues al practicarle la autopsia a Pablo se darían cuenta que había muerto por una sobredosis de tranquilizantes.
         Por otro lado, no había nadie en el mundo que echara en falta la ausencia de Inferno, pues en los últimos meses solo había tenido contacto con el mismo Guillermo y dado que ambos eran huérfanos, no había familiares que preguntaran por él.
         Se levantó para dirigirse hacia su coche mientras pensaba que podía editar el libro sin problemas dado el poder notarial que le había firmado Pablo, pues tenía acceso total a cuentas bancarias y operaciones con la editorial por lo que mientras pagara los respectivos impuestos, no iba a haber ningún problema.
         O al menos eso es lo que pensaba el antiguo representante.

         El segundo libro de Inferno, “Kólasi”, tuvo el éxito esperado, pues al publicarse a nivel mundial, Guillermo tuvo ganancias millonarias; el único detalle fue que en Europa eran más quisquillosos, pues ellos sí reclamaban la participación del autor en sus eventos, pero su “representante” pudo salir al paso con el plan ya establecido: Inferno no quería ser molestado para nada y no le interesaba aparecer en público.
         Por las noches, mientras Guillermo descansaba en su recién comprada mansión disfrutando de un trago de whiskey de los más costosos, sus pensamientos se dirigían hacia su antiguo amigo; la verdad era que lo extrañaba pues a pesar de su comportamiento extraño, ambos se llevaban bien y como quiera que sea, su talento para escribir lo había conducido a llevar la vida lujosa que ahora disfrutaba.
         Aunque Guillermo no contaba con un giro del destino.
         O del más allá.
         Tomaba el sol a la orilla de su piscina cuando sonó el teléfono; como sabía que era Suarez, inmediatamente atendió la llamada escuchando al editor decir:
         -Hola Guillermo, te tengo muy excelentes noticias-.
         El aludido, pensando que se había autorizado una nueva edición del segundo libro de Inferno, tranquilamente contestó:
         -Me imagino que me va a decir, pero prefiero escucharlo de usted-.
         El editor dijo emocionado:
         -Necesito que Inferno escriba inmediatamente un nuevo libro, pues pensamos manejar los tres como una trilogía y lo mejor de todo es que después de la promoción de este trabajo, ya tenemos comprometidos a productores de Hollywood para que hagan una película de cada una de las obras. ¿Te imaginas? Lo que hemos ganado hasta ahorita no se compara en nada con lo que obtengamos con las películas; será tanto dinero que no te lo vas a acabar en lo que te queda de vida-.
         Guillermo se quedó estupefacto.
         Solo atinó a decir:
         -¿Y en cuanto tiempo quiere el libro?-.
         Suarez contestó:
         -Máximo dos meses-.
         Y colgó.
         El antiguo representante de Inferno se puso a dar de vueltas alrededor de la piscina mientras su mente era un caos.
         ¿Había llegado el momento de dar la noticia de la muerte de Pablo?
         ¿Se podría salvar algo diciendo que Inferno había decidido no escribir más?
         De todos modos, podía seguir viviendo de las regalías de los dos libros ya publicados.
         No; eso no era posible pues en el fondo sabía que iba a llegar un momento en que las ventas se iban a acabar, así que eso no era opción.
         Corrió hacia dentro de la mansión para buscar la caja de escritos de su finado amigo.
         Cuando la encontró desesperadamente empezó a sacar todo lo que encontró, con la esperanza de que hubiera un tercer libro del cual Pablo jamás le había comentado.
         Cuando se convenció que no había nada parecido, fue hacia su antigua laptop y la revisó a fondo encontrando solo esbozos de historias cortas.
         Se sentó en el sofá de la amplia sala para evaluar la situación.
         ¿Y si plagiaba una obra ya escrita?
         No; eso sería muy obvio y lo podían descubrir muy fácilmente.
         Por otro lado, sabía que había escritores que vendían sus obras por una ínfima cantidad como pago, renunciando a sus derechos de las mismas, pero el problema es que tendría que encontrar a alguien que tuviera el mismo estilo de Inferno, lo cual era prácticamente imposible.
         De repente, se le ocurrió una idea salvadora.
         Regresó a la caja de Pablo y eligió tres de las historias que le parecieron las mejores y se sentó frente a la laptop.
         Él mismo iba a escribir el tercer libro.

         Guillermo se dedicó durante una semana completa, día y noche a tratar de completar un libro basado en los escritos de Pablo.
         Hasta que se convenció que no podía lograrlo, pues Inferno tenía un estilo tan peculiar de escribir que pretender replicarlo era francamente imposible.
         Decidió ir más allá.
         Buscó entre las cosas que había conservado de Pablo y sacó su ropa para ponérsela, buscando inspiración.
         Recordó que Inferno escribía más cómodamente cuando lo hacía después de la media noche, por lo que ansiosamente pues no había dormido en dos días, esperó las horas necesarias para comenzar.
         Se preparó un trago, se tomó un par de pastillas de cafeína y comenzó.
         Dieron la una, las dos y las tres de la madrugada hasta que al borde del colapso se dio cuenta que no tenía el talento que le sobraba a Pablo; se pasó desesperadamente las manos por su cara mientras se recargada en el respaldo de su silla, cuando el silencio de la noche fue interrumpido por una cavernosa voz a sus espaldas que le dijo burlonamente:
         -¿Verdad que no es tan fácil?-.
         Guillermo sintió como el alma le caía a los pies y presintiendo lo que iba a encontrar, se volteó lentamente.
         Inferno estaba parado frente a él.
         No sabía si de verdad estaba frente a Pablo o todo era una alucinación, producto de la falta de sueño y el alcohol ingerido, por lo que solo se dedicó a contemplar a la aparición.
         Inferno también lo observaba con su clásica mirada taciturna que no lo había abandonado desde que habitara el mundo de los vivos; la imagen se veía traslúcida por lo que se notaba que no era una persona real, pero lo más macabro era que gran parte de su cuerpo estaba manchado de tierra.
         A su antiguo representante solo se le ocurrió decir:
         -¿Vienes para castigarme?-.
         Pablo sonrió irónico y le contestó:
         -¿Por qué?, tú no me mataste-.
         Guillermo exclamó:
         -Pero no te enterré en un panteón, o sea en tierra santa; tal vez por eso andas penando-.
         El espectro soltó una risotada y dijo:
         -Eso de la tierra santa es una estupidez que ha inventado la iglesia católica-. Tomo una pausa y continuó con una lúgubre sonrisa. -No sabes las cosas de las que me he enterado aquí donde estoy-.
         Guillermo pregunto con miedo:
         -¿Y dónde estás?-.
         Inferno solo dijo:
         -Eso no es relevante; lo que de verdad importa es por qué estoy aquí-.
         El representante casi gritó:
         -¡Entonces vienes a asustarme!-.
         Pablo desesperadamente contestó:
         -¡No seas idiota!, vengo a ayudarte-.
         -¿Ayudarme con qué? ¿Con la salvación de mi alma?-.
         Pablo sonrió y le dijo:
         -No, eso te corresponde a ti; en realidad vengo a ayudarte con el libro que te pidieron-.
         Guillermo no sabía que pensar; incluso pensaba que él mismo había muerto de cansancio y que ahora se encontraba en el mismo lugar que Pablo, pero aun así le preguntó:
         -¿Y cómo piensas ayudarme?-.
         Inferno dijo seriamente:
         -Yo te voy a dictar mi nuevo libro-.
         Y continuó:
         -Solo recuerda que en esta vida todo tiene un precio; ¿Estarías dispuesto a pagarlo?-.
         Guillermo preguntó:
         -¿Y cuál es ese precio?-.
         Inferno solo dijo:
         -Eso solo lo sabrás al final-.
         El antiguo representante sabía que el beneficio económico era algo garantizado por lo que casi gritó:
         -Pues manos a la obra-.
         Y se dedicaron a esa tarea. Pablo dictaba y Guillermo escribía; hasta que éste último cayó desmayado sobre de la computadora.
         Al día siguiente cuando despertó se dio cuenta que la máquina seguía encendida por lo que revisó lo que había en pantalla y notó con espantoso asombro que tenía escritos seis capítulos de un libro llamado “Mictlan”; comenzó a leer asustado y vio que era aún mejor que los dos anteriores.
         Las películas serían un éxito de taquilla.
         Algo dentro de él le decía que la experiencia se iba a repetir todas las noches hasta terminar la obra pero no le importaba, pues estaba a punto de conseguir lo que siempre había anhelado: una gran fortuna.
         Y efectivamente, a la media noche se sentó frente a la laptop y esperó.
         No tuvo que hacerlo mucho tiempo, pues en unos minutos volvió a aparecer Inferno, quien inmediatamente comenzó a dictarle los siguientes capítulos; había momentos en que Guillermo sentía como si sus dedos tuvieran vida propia mientras volaban por el teclado de la computadora hasta que una vez más perdió el sentido.
         Y así se repitieron todas las noches hasta que terminaron el capítulo final que era el número sesenta y seis; cuando dejo de escribir le preguntó a Pablo porque ese número específico, a lo que Inferno dijo con una sonrisa burlona en el rostro:
         -No querrás saber el motivo-.

         A la mañana siguiente, Guillermo inmediatamente llevó el libro terminado al editor, quien al verlo y darle una hojeada, exclamó emocionado:
         -¡Esto es una mina de oro!-.
         Y así fue; la obra rompió todos los records de venta y las películas triunfaron a nivel mundial, ganando además un sinfín de premios en todos los certámenes donde se presentaban.
         Guillermo estaba completamente satisfecho.
         Lo único que le preocupaba era que desde que terminó el libro dictado por Inferno, adolecía de un cansancio que por más que dormía no se podía librar de él; comenzó a asustarse cuando empezó a perder peso, dándose cuenta que la ropa que había comprado hecha a la medida, ahora la sentía cada vez más holgada.
         Quiso evitar el mismo final de Pablo, por lo que contrató a un nutriólogo así como a un entrenador personal para llevar una vida más sana, pero nada funcionaba.
         Aun así, se sintió lo bastante inteligente para evadir su destino por lo que revisó los antiguos escritos de Inferno y cuando encontró algunos que le gustaron, se sentó casi al anochecer frente a la computadora para comenzar su plan: escribir los siguientes libros él mismo.
         Y todo sin la ayuda de Pablo.
         Del cansancio que sentía apenas podía moverse, por lo que lentamente tomó asiento; sus débiles dedos apenas acariciaron las teclas, hasta que su cuerpo se dobló frente a la pantalla.
          Volvió a escuchar la voz cavernosa a sus espaldas:
         -¿Crees poder escribir por ti mismo?-.
         Volteó rápidamente para encontrarse una vez más a Inferno, quien lo contemplaba burlón.
         Se levantó de forma ágil para increparlo:
         -¡Claro!, ¿O crees que eres el único que puede escribir un libro exitoso?-.
         Pablo dijo tranquilamente:
         -La verdad es que sí; si lo creo-.
         Guillermo dijo enfurecido:
         -¡Pues te voy a demostrar que yo también puedo lograrlo!-.
         Inferno contestó:
         -Ya es demasiado tarde para eso-.
         Y al ver la mirada interrogante de Guillermo, señaló hacia la laptop.
         Guillermo se sintió al borde de la locura cuando al voltear contempló su propio cuerpo doblado sobre de la computadora.
         Cayó de rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente hasta que Inferno le puso la mano en el hombro mientras le decía:
         -Te dije que tenías que pagar un precio-.
         Guillermo contestó afligido:
         -¿El precio de mi ambición?-.
         Pablo solo dijo:
         -Si-.
         -Supongo que me lo tengo merecido-. Dijo Guillermo con un tono de amargura en la voz y continuó. -Pero ¿Y tú?, ¿Qué pasará ahora con tu obra?-.
         Inferno dijo tranquilamente:
         -Mis libros se seguirán editando pues Suarez se dedicará a seguir sacando provecho de ellos-. Y con una sonrisa de burla añadió. -Hasta que él también pague su precio-.
         Guillermo se levantó del piso reflexionando sobre lo que había pasado y como había terminado todo hasta que preguntó tristemente:
         -¿No extrañas escribir?-.
         Pablo guardó silencio unos instantes y contestó:
         -Claro que lo extraño, y más con las historias que me he encontrado del otro lado; ya las conocerás tú también-.
         Su ex representante dijo:
         -¿Y cómo le vas a hacer?-.
         Inferno contestó confiadamente:
         -Haré lo mismo que contigo; no faltara algún ambicioso que quiera continuar mi trabajo-.
         Y mientras le pasaba el brazo por el hombro a Guillermo, añadió burlón:
         -Alguien como tú-.
         Y ambos se desvanecieron en el aire.

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