lunes, 2 de diciembre de 2019

UNA CUESTIÓN DE TIEMPO



21:00

Tiempo.
Siempre me ha obsesionado el tiempo.
Pienso en él todo el tiempo.
Suena gracioso, lo sé; mi boca dibuja una sonrisa al darme cuenta de eso mientras no dejo de pedalear furiosamente mi bicicleta. Siempre he sabido que sin el tiempo los seres humanos viviríamos en la anarquía pues no habría manera de hacer las cosas de forma eficiente.
¿De qué otra forma podríamos terminar las cosas si no tenemos un límite de tiempo para hacerlo?
Cuando tenemos un plazo para terminar nuestros asuntos es cuando mejor los hacemos; tal parece que necesitamos vivir bajo la presión del reloj para dar un mejor rendimiento.

21:02

Desgraciadamente sé que soy el único ser humano que piensa de esa manera, pues he visto incontables personas luchar contra el reloj por las mañanas para no llegar tarde a su empleo, escuela, citas de negocios o simplemente cuando van a ver una persona.
Lo que al parecer nadie de ellos sabe es que la única forma de vencer al tiempo es programar sus actividades desde antes de salir de casa.
Y respetar esa programación.
Desde la noche anterior dedico quince exactos minutos para programar mi día siguiente; a qué hora me despierto, lo que voy a desayunar, así como su tiempo de preparación, incluso la ropa que voy a ponerme la cual ya se encuentra lista para no perder valiosos segundos.
A mi coche jamás lo voy a encontrar sin gasolina suficiente, pues todos los domingos a las ocho de la noche paso a la gasolinera para llenar el tanque y así tener lo necesario para toda la semana; eso es importante pues solo lo uso de mi casa al trabajo y viceversa, por lo que, con una variable de aproximadamente un litro de diferencia, siempre gasto la misma cantidad de combustible.

21:04

Pedaleo enérgicamente sintiendo el golpe del aire en mi cara; lo siento un poco frio pues estamos en octubre. No importa, siempre y cuando cumpla con mi horario, me digo a mi mismo mientras sigo cavilando acerca del tiempo.
A veces me pregunto:
¿Qué es el tiempo?
No son los pequeños números que son señalados por las diminutas manecillas de alguno de los veinticinco relojes que tengo en mi humilde colección. Me encanta ver documentales donde hablan de mi gran amigo el tiempo; científicos que creo que tienen tiempo de sobra en sus vidas por lo que se dedican a diseccionar al tiempo. Lo abren como animal de laboratorio, analizan sus partes para después exhibirlo impúdicamente al mundo, pensando que han encontrado lo que hace funcionar al animal herido que muestran en su mesa de laboratorio.
Aunque he de reconocer que algunas de sus teorías suenan bien para mí.

Dicen que el futuro no existe pues es inalcanzable; en el momento en que llegamos a tocarlo automáticamente se convierte en presente, por lo que pierde su razón de ser.
El presente no existe pues solo es un momento en el tiempo y en cuando nos damos cuenta de ello se convierte en pasado por lo que deja de ser el presente.
Y del pasado mejor ni hablamos.
¿Entonces en realidad no existe el tiempo?
Eso me suena a blasfemia.
No existe Dios y sin embargo millones de personas a lo largo y ancho del mundo creen conocerlo y le rezan pidiéndole cosas a un pedazo de piedra con la cara de un tipo golpeado y cara de sufrimiento.
¿No podríamos pensar lo mismo del tiempo?
Nadie lo ha tocado o visto pero todos vivimos al pendiente de él.
Tal vez ese sea nuestro verdadero dios.
El tiempo.
Después de todo, le hacemos más caso a él que a cualquier otro dios.
Antes de comenzar a pensar en crear una secta, freno bruscamente pues he llegado a mi destino.
Casi aviento mi bicicleta sobre la banqueta para entrar corriendo a la tienda; me dirijo al fondo del establecimiento pues sé perfectamente donde esta lo que busco. Camino rápidamente hasta llegar a un enorme refrigerador que cubre por completo la pared trasera de la tienda y abro bruscamente la puerta sonriendo al ver mi objetivo.
Un cartón de leche de dos litros.

21:07

Regreso rápidamente a la entrada de la tienda para darme cuenta con disgusto que hay una fila de tres personas en la caja antes que yo; me formo impaciente mientras consulto el reloj digital que me puse hoy, para darme cuenta con alegría que estoy en tiempo.
Desgraciadamente aquí es donde la cosa comienza a complicarse.
El tipo que ahora está pagando platica muy animadamente con el dueño de la tienda; al parecer son amigos de muchos anos pues hablan de personas de su infancia.
Comienzo a desesperarme.
Los seres humanos viven al pendiente del tiempo, pero en realidad no lo quieren como yo; al contrario, todos lo odian por lo que se ha convertido en su más acérrimo enemigo.
Lo que no se han dado cuenta es que si no eres amigo del tiempo en realidad te conviertes en su esclavo.
Y esos son los peligrosos.
Los que no toman en consideración el tiempo de los demás.
Son tan esclavos que creen vivir a su propio tiempo, sin tener respeto de la programación que los demás tengamos.
Son seres no evolucionados que creen estar viviendo fuera del yugo del tiempo.
Me ha pasado incontables veces; ocasiones en que tengo el tiempo perfectamente programado, pero por culpa de un imbécil que no programo el suyo, yo tengo que sufrir las consecuencias.
Y ni hablar de la gente que se manifiesta en las calles.
Uno circula con el tiempo perfectamente medido y cuando llegas a una avenida principal, resulta que te encuentras con un ejército de personas que reclaman no sé qué al gobierno.
No sé y no me importa.
Lo único de verdad importante es cumplir con la programación.
Aun así, he aprendido algo de ellos, por lo que a partir de esas experiencias he tomado precauciones.
Utilizo algunos minutos como cierta tolerancia; cuando utilizo dicha tolerancia, llego a mi trabajo a la hora programada y cuando no, simplemente disminuyo la velocidad de mi auto para llegar en el tiempo exacto.
Sin embargo; ha habido ocasiones en que ni siquiera esa tolerancia ha sido suficiente para llegar a tiempo y cumplir con la programación.
Y eso sí que me ha enfurecido.
Debido a eso, he tenido que actuar en consecuencia.

21:09

Miro mi reloj mientras me hago una pregunta.
¿Tendré que hacer algo al respecto esta noche?
Parece que el cliente que pierde el tiempo con el encargado escucha mis pensamientos pues voltea a ver a los demás que estamos formados en la fila para balbucear una tímida disculpa, paga y sale despidiéndose con un ligero ademán de su mano derecha.
Afortunadamente los otros dos clientes que sigue antes que yo parece que también están programados pues pagan rápidamente y salen del establecimiento.
Qué bueno que nadie intentó pagar con una tarjeta de crédito.
Cuando llego yo a la caja no correspondo la sonrisa amigable del dueño y simplemente deposito el importe exacto de mi compra para salir rápidamente.

21:11

Reviso mi reloj y con disgusto me doy cuenta que existe la posibilidad de no cumplir con el objetivo.
Guardo el recipiente de leche en mi morral, cruzo éste en mi espalda para subir inmediatamente a mi bicicleta y comenzar a pedalear de forma veloz.
Tengo un as bajo la manga.
Si cruzo por el parque me puedo ahorrar unos tres minutos.
El problema es que por lo regular se encuentra lleno de skaters que con sus patinetas llenan los andadores del lugar impidiendo el paso.
No importa; sonrío confiadamente pues estoy seguro que el reto se cumplirá.
Por cierto, no les he dicho en que consiste el reto.
Primero contaré algo de mi vida.
Mucha gente podría pensar que alguien como yo que lleva una relación tan amigable con el tiempo, estaría sola y tendrían razón.
En parte.
Desde que mis padres me regalaron un reloj a la edad de siete años fue que comencé con mi programación; me retaba a mí mismo a terminar la tarea en un cierto periodo de tiempo; cuando jugaba, solo le dedicaba dos horas por la tarde a mis juegos y ni un minuto más.
Eso me fascinaba.
Calcular el tiempo para hacer las cosas y cumplir con mi horario establecido.
Mi familia nunca me comprendió; intenté programarlos, pero ellos siempre me decían la misma estúpida frase:
“No te preocupes; solo es una cuestión de tiempo”.
No sabían lo que decían.
Debido a eso, en cuanto tuve la mayoría de edad, me fui a vivir por mi cuenta; conseguí un trabajo sencillo en una oficina mientras me pagaba la carrera universitaria.
La universidad.
Creo que fue el lugar que terminó de convencerme que nadie comprendía mi programación.
Cuando un profesor pedía una tarea, yo siempre la entregaba exactamente el día señalado y me molestaba cuando llegaban mis compañeros con un sinfín de excusas a fin de conseguir unos días de prórroga para cumplir con lo solicitado.
Lo peor era que cuando pensaba que era el único que iba a aprobar los cursos, me enfurecía al ver como el profesor accedía a dar más tiempo a los demás para cumplir con las tareas.
Me di cuenta que incluso las personas supuestamente cultas también carecían de programación.
Aun así, yo seguí con la mía.
Terminé la carrera hastiado de la desorganización que reinaba en la vida de mis ex compañeros de facultad por lo que jamás volví a verlos.
Ni siquiera fui a la fiesta de graduación.
Cuando cambié de trabajo, ahora con un título bajo el brazo, pude acceder a un empleo mejor pagado. En cuanto mi nuevo jefe comenzó a asignarme mis tareas, al principio se mostró sorprendido porque yo siempre cumplía con los tiempos de elaboración de las mismas; después recibía mi trabajo con gusto para que, últimamente hacerlo con desconfianza.
Sabe que con el tiempo su puesto será mío, pues él es igual de irresponsable que mis compañeros.
Espero con paciencia, pues sé que solo es cuestión de tiempo.
De las demás personas que laboran conmigo solo puedo decir que me hablan porque no tienen de otra; al principio, cuando veían que terminaba mis tareas en tiempo récord, venían a que les ayudara con las suyas, por lo que yo siempre les contestaba de forma despectiva:
“Eso no es parte de mi programación”.
Me gané la antipatía de todos, pues pude darme cuenta con tristeza que a mis espaldas me ponían apodos cada vez más hirientes, pues el más decente era el de “lamebotas”.
Estúpidos.
Si solo pudieran darse cuenta que cualquiera podía vivir como yo, programando su propio tiempo para no estar angustiados a final de mes que es cuando nos exigen terminar con los informes periódicos.
Por el dinero no me preocupo, pues sé que, cumpliendo con los tiempos programados, los dueños de la empresa están a gusto conmigo; sé que tengo mi trabajo seguro pues jamás falto y mucho menos llegó tarde, por lo que el premio a la puntualidad que otorgan cada mes siempre me lo gano yo.
Con todo, de vez en cuando me sentía solo en este mundo lleno de caos, el cual es habitado por personas que no entienden la importancia del tiempo y de la programación de debemos de tener todos los seres humanos para que haya orden en nuestras vidas.
Incluso, debido a la falta de programación que tienen los demás he llegado a tener un sinfín de conflictos con las personas, por lo que he tenido que aprender artes marciales.
Reconozco que no tengo paciencia con la gente que no respeta el tiempo.
Y yo no tengo tiempo para discusiones inútiles.
Llegó un momento en que pensé que iba a pasar el tiempo que me restaba de vida completamente solo.
Hasta que la encontré.
La vi por primera vez en una tienda de servicio de cable discutiendo con el encargado, a quien le reclamaba que se habían comprometido a instalarle el aparato receptor el día anterior y no lo habían hecho; inmediatamente me sentí identificado con ella y más cuando le dijo enfurecida al asustado empleado que quería cancelar su contrato debido a la impuntualidad del servicio.
Creo que en el fondo ella sintió lo mismo, pues en cuanto nuestras miradas se encontraron ella me sonrió dulcemente, pues se dio cuenta de inmediato que yo la entendía.
Una vez que le cancelaron el contrato, me acerqué para invitarle un café por lo que fuimos a una cafetería cercana, sonriendo ambos al esperar más de quince minutos a que nos atendieran.
Fue la primera vez que me reí a consecuencia del retraso de alguien.
Seguimos saliendo y para deleite mío, cada vez me sentía más y más identificado con ella, pues desde la primera cita llegó puntual al lugar pactado; solo una vez llegó tarde, pero me habló antes pata decirme que iba a tardar quince minutos más, los cuales cumplió a cabalidad, pues cuando las manecillas de mi reloj se unieron en el número doce y estaba yo a punto de irme, ella apareció riendo de manera sofocada y cojeando pues se le había roto el tacón de uno de sus zapatos.
Eso me demostró que su programación era igual que la mía.
Vivos o muertos, cumpliríamos con el tiempo pactado.
De hecho, el día de nuestra boda cuando llegué a la iglesia me sentí nadar en un mar de felicidad cuando la vi discutiendo con uno de los sacerdotes, quien le intentaba explicar que la hora de muestra ceremonia se estaba atrasando debido a que los novios de la misa anterior habían llegado veinte minutos tarde; ella le dio tal regañada que el párroco no tuvo más remedio que hablarle al religioso que oficiaba la ceremonia para decirle discretamente que se apurara para poder comenzar con la nuestra en el tiempo programado.

21:13
Entro al jardín sorteando las curvas del camino que atraviesa el mismo mientras recuerdo con placer lo agradable que ha sido nuestro matrimonio.
En los dos años que llevamos de casados cada vez somos más felices, alejados del mundo caótico en el que tenemos la desgracia de vivir; cuando llegamos al atardecer de nuestros respectivos empleos cenamos alegremente mientras nos contamos nuestras aventuras del día. Repasamos con deleite como las demás personas sufren por la falta de programación de su tiempo; que si su jefa llegó tarde por culpa de una llanta ponchada, que si uno de mis compañeros no cumplió con el plazo para entregar su reporte porque se tomó diez minutos extras en su horario de comida y cosas así.
Pero lo mejor llegó desde hace nueve meses, dos días, tres horas y veinte y dos minutos.
Nuestros retos.
Comenzó como un juego, pero cada vez lo tomamos con más seriedad.
Nos retamos a completar una tarea en un cierto periodo de tiempo.
No importa lo que sea.
Puede ser preparar la comida, lavar el auto, el quehacer de la casa.
Y cada vez reducimos más y más el tiempo.
Nos hemos librado en varias ocasiones de sufrir varios accidentes caseros debido a la rapidez con la que cumplimos la tarea encomendada.
Incluso, cuando el reto es llegar a una cierta hora a casa, yo he estado a punto de chocar con algún imbécil que conduce tranquilamente delante de mí y que obviamente no está programado.
Con todo, llevo un récord perfecto.
No así ella, quien en una ocasión terminó de lavar la ropa treinta y seis segundos después del plazo estipulado.
Jamás olvidaré su cara de incredulidad cuando le mostré mi reloj.
Creo que en el fondo no me perdonado las burlas de las que la hice víctima, pues los retos que me lanza cada vez son más exagerados.
Como el de esta noche.

21:14

Resulta que se dio cuenta que se había acabado la leche, por lo que me retó a que fuera a la tienda y regresara en veinte minutos exactos.
Comencé a hacer cálculos para darme cuenta que, si pedaleaba con la velocidad suficiente, podía cumplir el desafío incluso con cuatro minutos de sobra.
Aun así, le dije que el reto era complicado, por lo que me lanzó su frase favorita:
“¿Te rindes?”.
Jamás lo haría.
Salimos a la puerta de la casa y en cuanto ella gritó: ¡Tiempo! salí disparado como saeta.

21:15

No tomé en cuenta al inútil que se la pasó hablando dos minutos con el encargado de la tienda, pero me sentía confiado pues aun podía llegar con holgura a mi hogar.
Y fue cuando ocurrió lo inesperado.
Un chico montado en su patineta que salió de la nada se me atravesó, por lo que no pude frenar a tiempo y terminamos los dos en el suelo; sin hacer caso a sus insultos, me levanté para montarme otra vez en mi bicicleta y seguir mi camino, mientras veía de reojo que sacaba su celular y hablaba desesperadamente por él.
Me di cuenta de lo que había hecho el jovencito cuando unos metros adelante, se pararon enfrente de mí cuatro chicos que a todas luces se veía que eran sus compinches; con desesperación tuve que frenar bruscamente y uno de ellos, al parecer el líder me decía con tono desafiante:
-Así que llevas mucha prisa, ¿Verdad? -.
Yo simplemente guardé silencio mientras trataba de recuperar la respiración.
El jovenzuelo al cual había atropellado llegó rengueando para decirle a los demás:
-¡Este fue el idiota que me acaba de atropellar!-.
Lo miré y lo único que contesté fue:
-Tú fuiste el que se atravesó; yo no tuve la culpa-.
El líder de la banda abrazó su patineta frente a él y dijo confiadamente:
-Creo que necesitas una lección de respeto-.

21:16:42

Vi mi reloj y me di cuenta que estaba a punto de perder el reto.
Me he dado cuenta que la mayoría de las personas no están dispuestas a respetar mi programación; lo malo es que sus reacciones no siempre son agradables.
Sabía lo que tenía que hacer.
Nadie me iba a quitar mi récord de invicto.
Solté mi bicicleta y con la mano izquierda le arrebaté la patineta mientras con la derecha le lanzaba un puñetazo directamente a su garganta; en cuanto mis nudillos tocaron su piel inmediatamente sentí como su tráquea se partía en dos, provocando que cayera de rodillas mientras trataba de respirar angustiadamente. El chico al que había atropellado y que se encontraba detrás de mí intentó reaccionar, pero tomando la patineta con ambas manos por uno de los extremos giré sobre de mí y aprovechando el impulso del rápido movimiento se la estrellé directamente en su frente; gotas de sangre salpicaron mi cara y mi ropa al tiempo que todos escuchamos como la madera se rompía en pedazos.
Lo mismo que los huesos de su cráneo.
Rodó por el piso mientras su cuerpo se convulsionaba para, segundos después, dejara de moverse.
Esbocé una sonrisa siniestra para mirar a los otros tres mozalbetes que me miraban aterrados y les dije suavemente:
 -Acabé con sus dos amigos en siete segundos; ¿Cuánto creen que tardaría en hacerles lo mismo a ustedes? -.
Todos a la vez arrojaron sus patinetas y corrieron lanzando gritos de horror.
Inmediatamente levanté mi bicicleta para montar en ella y seguir mi camino.

21:18:12

Seguí pedaleando furiosamente pues estaba a punto de llegar a mi destino.
Comencé a contar el tiempo, calculando que, si daba dos pedalazos por segundo, todavía podía llegar antes del límite.
Doblé la esquina y levantando la vista observé a mi mujer como a unos diez metros que contemplaba su reloj; llegué frente a ella y fanfarronamente frené haciendo patinar ambas llantas de mi bicicleta y gritando firmemente:
-¡Tiempo!-.
Ella me contempló con esa mirada de orgullo y satisfacción que utilizaba cada que yo cumplía con un reto.
Me dijo con un tono de satisfacción:
-Llegaste doce segundos antes del límite-.
Sonreí con placer; ella dirigió su mirada a mi ropa y al ver la sangre simplemente dijo:
-¿Tuviste problemas?-.
Yo contesté:
-Ninguno-.
Y mientras me limpiaba el sudor de mi cuello con el dorso de mi mano dejándolo completamente rojo, añadí tranquilamente:
-Después de todo, solo fue cuestión de tiempo-.
Reímos los dos y abrazados, entramos a nuestra casa.

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