21:00
Tiempo.
Siempre me ha
obsesionado el tiempo.
Pienso en él todo el
tiempo.
Suena gracioso, lo sé;
mi boca dibuja una sonrisa al darme cuenta de eso mientras no dejo de pedalear
furiosamente mi bicicleta. Siempre he sabido que sin el tiempo los seres
humanos viviríamos en la anarquía pues no habría manera de hacer las cosas de
forma eficiente.
¿De qué otra forma podríamos
terminar las cosas si no tenemos un límite de tiempo para hacerlo?
Cuando tenemos un
plazo para terminar nuestros asuntos es cuando mejor los hacemos; tal parece
que necesitamos vivir bajo la presión del reloj para dar un mejor rendimiento.
21:02
Desgraciadamente sé
que soy el único ser humano que piensa de esa manera, pues he visto incontables
personas luchar contra el reloj por las mañanas para no llegar tarde a su
empleo, escuela, citas de negocios o simplemente cuando van a ver una persona.
Lo que al parecer
nadie de ellos sabe es que la única forma de vencer al tiempo es programar sus
actividades desde antes de salir de casa.
Y respetar esa programación.
Desde la noche
anterior dedico quince exactos minutos para programar mi día siguiente; a qué
hora me despierto, lo que voy a desayunar, así como su tiempo de preparación,
incluso la ropa que voy a ponerme la cual ya se encuentra lista para no perder valiosos
segundos.
A mi coche jamás lo
voy a encontrar sin gasolina suficiente, pues todos los domingos a las ocho de
la noche paso a la gasolinera para llenar el tanque y así tener lo necesario
para toda la semana; eso es importante pues solo lo uso de mi casa al trabajo y
viceversa, por lo que, con una variable de aproximadamente un litro de
diferencia, siempre gasto la misma cantidad de combustible.
21:04
Pedaleo enérgicamente
sintiendo el golpe del aire en mi cara; lo siento un poco frio pues estamos en
octubre. No importa, siempre y cuando cumpla con mi horario, me digo a mi mismo
mientras sigo cavilando acerca del tiempo.
A veces me pregunto:
¿Qué es el tiempo?
No son los pequeños números
que son señalados por las diminutas manecillas de alguno de los veinticinco
relojes que tengo en mi humilde colección. Me encanta ver documentales donde
hablan de mi gran amigo el tiempo; científicos que creo que tienen tiempo de
sobra en sus vidas por lo que se dedican a diseccionar al tiempo. Lo abren como
animal de laboratorio, analizan sus partes para después exhibirlo impúdicamente
al mundo, pensando que han encontrado lo que hace funcionar al animal herido
que muestran en su mesa de laboratorio.
Aunque he de
reconocer que algunas de sus teorías suenan bien para mí.
Dicen que el futuro
no existe pues es inalcanzable; en el momento en que llegamos a tocarlo automáticamente
se convierte en presente, por lo que pierde su razón de ser.
El presente no existe
pues solo es un momento en el tiempo y en cuando nos damos cuenta de ello se
convierte en pasado por lo que deja de ser el presente.
Y del pasado mejor ni
hablamos.
¿Entonces en realidad
no existe el tiempo?
Eso me suena a
blasfemia.
No existe Dios y sin
embargo millones de personas a lo largo y ancho del mundo creen conocerlo y le
rezan pidiéndole cosas a un pedazo de piedra con la cara de un tipo golpeado y
cara de sufrimiento.
¿No podríamos pensar
lo mismo del tiempo?
Nadie lo ha tocado o
visto pero todos vivimos al pendiente de él.
Tal vez ese sea
nuestro verdadero dios.
El tiempo.
Después de todo, le
hacemos más caso a él que a cualquier otro dios.
Antes de comenzar a
pensar en crear una secta, freno bruscamente pues he llegado a mi destino.
Casi aviento mi
bicicleta sobre la banqueta para entrar corriendo a la tienda; me dirijo al fondo
del establecimiento pues sé perfectamente donde esta lo que busco. Camino rápidamente
hasta llegar a un enorme refrigerador que cubre por completo la pared trasera
de la tienda y abro bruscamente la puerta sonriendo al ver mi objetivo.
Un cartón de leche de
dos litros.
21:07
Regreso rápidamente a
la entrada de la tienda para darme cuenta con disgusto que hay una fila de tres
personas en la caja antes que yo; me formo impaciente mientras consulto el
reloj digital que me puse hoy, para darme cuenta con alegría que estoy en
tiempo.
Desgraciadamente aquí
es donde la cosa comienza a complicarse.
El tipo que ahora está
pagando platica muy animadamente con el dueño de la tienda; al parecer son
amigos de muchos anos pues hablan de personas de su infancia.
Comienzo a
desesperarme.
Los seres humanos
viven al pendiente del tiempo, pero en realidad no lo quieren como yo; al
contrario, todos lo odian por lo que se ha convertido en su más acérrimo
enemigo.
Lo que no se han dado
cuenta es que si no eres amigo del tiempo en realidad te conviertes en su
esclavo.
Y esos son los
peligrosos.
Los que no toman en consideración
el tiempo de los demás.
Son tan esclavos que
creen vivir a su propio tiempo, sin tener respeto de la programación que los demás
tengamos.
Son seres no
evolucionados que creen estar viviendo fuera del yugo del tiempo.
Me ha pasado
incontables veces; ocasiones en que tengo el tiempo perfectamente programado,
pero por culpa de un imbécil que no programo el suyo, yo tengo que sufrir las
consecuencias.
Y ni hablar de la
gente que se manifiesta en las calles.
Uno circula con el
tiempo perfectamente medido y cuando llegas a una avenida principal, resulta
que te encuentras con un ejército de personas que reclaman no sé qué al
gobierno.
No sé y no me
importa.
Lo único de verdad
importante es cumplir con la programación.
Aun así, he aprendido
algo de ellos, por lo que a partir de esas experiencias he tomado precauciones.
Utilizo algunos
minutos como cierta tolerancia; cuando utilizo dicha tolerancia, llego a mi
trabajo a la hora programada y cuando no, simplemente disminuyo la velocidad de
mi auto para llegar en el tiempo exacto.
Sin embargo; ha
habido ocasiones en que ni siquiera esa tolerancia ha sido suficiente para
llegar a tiempo y cumplir con la programación.
Y eso sí que me ha
enfurecido.
Debido a eso, he
tenido que actuar en consecuencia.
21:09
Miro mi reloj
mientras me hago una pregunta.
¿Tendré que hacer
algo al respecto esta noche?
Parece que el cliente
que pierde el tiempo con el encargado escucha mis pensamientos pues voltea a
ver a los demás que estamos formados en la fila para balbucear una tímida
disculpa, paga y sale despidiéndose con un ligero ademán de su mano derecha.
Afortunadamente los
otros dos clientes que sigue antes que yo parece que también están programados
pues pagan rápidamente y salen del establecimiento.
Qué bueno que nadie
intentó pagar con una tarjeta de crédito.
Cuando llego yo a la
caja no correspondo la sonrisa amigable del dueño y simplemente deposito el importe
exacto de mi compra para salir rápidamente.
21:11
Reviso mi reloj y con
disgusto me doy cuenta que existe la posibilidad de no cumplir con el objetivo.
Guardo el recipiente
de leche en mi morral, cruzo éste en mi espalda para subir inmediatamente a mi
bicicleta y comenzar a pedalear de forma veloz.
Tengo un as bajo la
manga.
Si cruzo por el
parque me puedo ahorrar unos tres minutos.
El problema es que
por lo regular se encuentra lleno de skaters que con sus patinetas llenan los
andadores del lugar impidiendo el paso.
No importa; sonrío
confiadamente pues estoy seguro que el reto se cumplirá.
Por cierto, no les he
dicho en que consiste el reto.
Primero contaré algo
de mi vida.
Mucha gente podría
pensar que alguien como yo que lleva una relación tan amigable con el tiempo, estaría
sola y tendrían razón.
En parte.
Desde que mis padres
me regalaron un reloj a la edad de siete años fue que comencé con mi
programación; me retaba a mí mismo a terminar la tarea en un cierto periodo de
tiempo; cuando jugaba, solo le dedicaba dos horas por la tarde a mis juegos y
ni un minuto más.
Eso me fascinaba.
Calcular el tiempo
para hacer las cosas y cumplir con mi horario establecido.
Mi familia nunca me
comprendió; intenté programarlos, pero ellos siempre me decían la misma
estúpida frase:
“No te preocupes;
solo es una cuestión de tiempo”.
No sabían lo que
decían.
Debido a eso, en
cuanto tuve la mayoría de edad, me fui a vivir por mi cuenta; conseguí un
trabajo sencillo en una oficina mientras me pagaba la carrera universitaria.
La universidad.
Creo que fue el lugar
que terminó de convencerme que nadie comprendía mi programación.
Cuando un profesor
pedía una tarea, yo siempre la entregaba exactamente el día señalado y me
molestaba cuando llegaban mis compañeros con un sinfín de excusas a fin de
conseguir unos días de prórroga para cumplir con lo solicitado.
Lo peor era que
cuando pensaba que era el único que iba a aprobar los cursos, me enfurecía al
ver como el profesor accedía a dar más tiempo a los demás para cumplir con las
tareas.
Me di cuenta que
incluso las personas supuestamente cultas también carecían de programación.
Aun así, yo seguí con
la mía.
Terminé la carrera
hastiado de la desorganización que reinaba en la vida de mis ex compañeros de
facultad por lo que jamás volví a verlos.
Ni siquiera fui a la
fiesta de graduación.
Cuando cambié de
trabajo, ahora con un título bajo el brazo, pude acceder a un empleo mejor
pagado. En cuanto mi nuevo jefe comenzó a asignarme mis tareas, al principio se
mostró sorprendido porque yo siempre cumplía con los tiempos de elaboración de
las mismas; después recibía mi trabajo con gusto para que, últimamente hacerlo
con desconfianza.
Sabe que con el
tiempo su puesto será mío, pues él es igual de irresponsable que mis
compañeros.
Espero con paciencia,
pues sé que solo es cuestión de tiempo.
De las demás personas
que laboran conmigo solo puedo decir que me hablan porque no tienen de otra; al
principio, cuando veían que terminaba mis tareas en tiempo récord, venían a que
les ayudara con las suyas, por lo que yo siempre les contestaba de forma
despectiva:
“Eso no es parte de
mi programación”.
Me gané la antipatía
de todos, pues pude darme cuenta con tristeza que a mis espaldas me ponían
apodos cada vez más hirientes, pues el más decente era el de “lamebotas”.
Estúpidos.
Si solo pudieran
darse cuenta que cualquiera podía vivir como yo, programando su propio tiempo
para no estar angustiados a final de mes que es cuando nos exigen terminar con
los informes periódicos.
Por el dinero no me
preocupo, pues sé que, cumpliendo con los tiempos programados, los dueños de la
empresa están a gusto conmigo; sé que tengo mi trabajo seguro pues jamás falto y
mucho menos llegó tarde, por lo que el premio a la puntualidad que otorgan cada
mes siempre me lo gano yo.
Con todo, de vez en
cuando me sentía solo en este mundo lleno de caos, el cual es habitado por
personas que no entienden la importancia del tiempo y de la programación de
debemos de tener todos los seres humanos para que haya orden en nuestras vidas.
Incluso, debido a la
falta de programación que tienen los demás he llegado a tener un sinfín de
conflictos con las personas, por lo que he tenido que aprender artes marciales.
Reconozco que no
tengo paciencia con la gente que no respeta el tiempo.
Y yo no tengo tiempo
para discusiones inútiles.
Llegó un momento en
que pensé que iba a pasar el tiempo que me restaba de vida completamente solo.
Hasta que la
encontré.
La vi por primera vez
en una tienda de servicio de cable discutiendo con el encargado, a quien le
reclamaba que se habían comprometido a instalarle el aparato receptor el día
anterior y no lo habían hecho; inmediatamente me sentí identificado con ella y
más cuando le dijo enfurecida al asustado empleado que quería cancelar su
contrato debido a la impuntualidad del servicio.
Creo que en el fondo
ella sintió lo mismo, pues en cuanto nuestras miradas se encontraron ella me
sonrió dulcemente, pues se dio cuenta de inmediato que yo la entendía.
Una vez que le cancelaron
el contrato, me acerqué para invitarle un café por lo que fuimos a una
cafetería cercana, sonriendo ambos al esperar más de quince minutos a que nos
atendieran.
Fue la primera vez
que me reí a consecuencia del retraso de alguien.
Seguimos saliendo y
para deleite mío, cada vez me sentía más y más identificado con ella, pues
desde la primera cita llegó puntual al lugar pactado; solo una vez llegó tarde,
pero me habló antes pata decirme que iba a tardar quince minutos más, los cuales
cumplió a cabalidad, pues cuando las manecillas de mi reloj se unieron en el
número doce y estaba yo a punto de irme, ella apareció riendo de manera
sofocada y cojeando pues se le había roto el tacón de uno de sus zapatos.
Eso me demostró que
su programación era igual que la mía.
Vivos o muertos,
cumpliríamos con el tiempo pactado.
De hecho, el día de
nuestra boda cuando llegué a la iglesia me sentí nadar en un mar de felicidad
cuando la vi discutiendo con uno de los sacerdotes, quien le intentaba explicar
que la hora de muestra ceremonia se estaba atrasando debido a que los novios de
la misa anterior habían llegado veinte minutos tarde; ella le dio tal regañada
que el párroco no tuvo más remedio que hablarle al religioso que oficiaba la
ceremonia para decirle discretamente que se apurara para poder comenzar con la
nuestra en el tiempo programado.
21:13
Entro al jardín
sorteando las curvas del camino que atraviesa el mismo mientras recuerdo con
placer lo agradable que ha sido nuestro matrimonio.
En los dos años que
llevamos de casados cada vez somos más felices, alejados del mundo caótico en
el que tenemos la desgracia de vivir; cuando llegamos al atardecer de nuestros
respectivos empleos cenamos alegremente mientras nos contamos nuestras
aventuras del día. Repasamos con deleite como las demás personas sufren por la
falta de programación de su tiempo; que si su jefa llegó tarde por culpa de una
llanta ponchada, que si uno de mis compañeros no cumplió con el plazo para
entregar su reporte porque se tomó diez minutos extras en su horario de comida
y cosas así.
Pero lo mejor llegó
desde hace nueve meses, dos días, tres horas y veinte y dos minutos.
Nuestros retos.
Comenzó como un
juego, pero cada vez lo tomamos con más seriedad.
Nos retamos a
completar una tarea en un cierto periodo de tiempo.
No importa lo que
sea.
Puede ser preparar la
comida, lavar el auto, el quehacer de la casa.
Y cada vez reducimos
más y más el tiempo.
Nos hemos librado en
varias ocasiones de sufrir varios accidentes caseros debido a la rapidez con la
que cumplimos la tarea encomendada.
Incluso, cuando el
reto es llegar a una cierta hora a casa, yo he estado a punto de chocar con
algún imbécil que conduce tranquilamente delante de mí y que obviamente no está
programado.
Con todo, llevo un récord perfecto.
No así ella, quien en
una ocasión terminó de lavar la ropa treinta y seis segundos después del plazo
estipulado.
Jamás olvidaré su
cara de incredulidad cuando le mostré mi reloj.
Creo que en el fondo
no me perdonado las burlas de las que la hice víctima, pues los retos que me
lanza cada vez son más exagerados.
Como el de esta
noche.
21:14
Resulta que se dio
cuenta que se había acabado la leche, por lo que me retó a que fuera a la
tienda y regresara en veinte minutos exactos.
Comencé a hacer
cálculos para darme cuenta que, si pedaleaba con la velocidad suficiente, podía
cumplir el desafío incluso con cuatro minutos de sobra.
Aun así, le dije que
el reto era complicado, por lo que me lanzó su frase favorita:
“¿Te rindes?”.
Jamás lo haría.
Salimos a la puerta
de la casa y en cuanto ella gritó: ¡Tiempo! salí disparado como saeta.
21:15
No tomé en cuenta al
inútil que se la pasó hablando dos minutos con el encargado de la tienda, pero
me sentía confiado pues aun podía llegar con holgura a mi hogar.
Y fue cuando ocurrió
lo inesperado.
Un chico montado en
su patineta que salió de la nada se me atravesó, por lo que no pude frenar a
tiempo y terminamos los dos en el suelo; sin hacer caso a sus insultos, me levanté
para montarme otra vez en mi bicicleta y seguir mi camino, mientras veía de
reojo que sacaba su celular y hablaba desesperadamente por él.
Me di cuenta de lo
que había hecho el jovencito cuando unos metros adelante, se pararon enfrente
de mí cuatro chicos que a todas luces se veía que eran sus compinches; con
desesperación tuve que frenar bruscamente y uno de ellos, al parecer el líder
me decía con tono desafiante:
-Así que llevas mucha
prisa, ¿Verdad? -.
Yo simplemente guardé
silencio mientras trataba de recuperar la respiración.
El jovenzuelo al cual
había atropellado llegó rengueando para decirle a los demás:
-¡Este fue el idiota
que me acaba de atropellar!-.
Lo miré y lo único
que contesté fue:
-Tú fuiste el que se
atravesó; yo no tuve la culpa-.
El líder de la banda
abrazó su patineta frente a él y dijo confiadamente:
-Creo que necesitas
una lección de respeto-.
21:16:42
Vi mi reloj y me di
cuenta que estaba a punto de perder el reto.
Me he dado cuenta que
la mayoría de las personas no están dispuestas a respetar mi programación; lo
malo es que sus reacciones no siempre son agradables.
Sabía lo que tenía
que hacer.
Nadie me iba a quitar
mi récord de invicto.
Solté mi bicicleta y
con la mano izquierda le arrebaté la patineta mientras con la derecha le
lanzaba un puñetazo directamente a su garganta; en cuanto mis nudillos tocaron
su piel inmediatamente sentí como su tráquea se partía en dos, provocando que
cayera de rodillas mientras trataba de respirar angustiadamente. El chico al
que había atropellado y que se encontraba detrás de mí intentó reaccionar, pero
tomando la patineta con ambas manos por uno de los extremos giré sobre de mí y aprovechando
el impulso del rápido movimiento se la estrellé directamente en su frente;
gotas de sangre salpicaron mi cara y mi ropa al tiempo que todos escuchamos
como la madera se rompía en pedazos.
Lo mismo que los
huesos de su cráneo.
Rodó por el piso
mientras su cuerpo se convulsionaba para, segundos después, dejara de moverse.
Esbocé una sonrisa
siniestra para mirar a los otros tres mozalbetes que me miraban aterrados y les
dije suavemente:
-Acabé con sus dos amigos en siete segundos;
¿Cuánto creen que tardaría en hacerles lo mismo a ustedes? -.
Todos a la vez
arrojaron sus patinetas y corrieron lanzando gritos de horror.
Inmediatamente
levanté mi bicicleta para montar en ella y seguir mi camino.
21:18:12
Seguí pedaleando
furiosamente pues estaba a punto de llegar a mi destino.
Comencé a contar el
tiempo, calculando que, si daba dos pedalazos por segundo, todavía podía llegar
antes del límite.
Doblé la esquina y
levantando la vista observé a mi mujer como a unos diez metros que contemplaba
su reloj; llegué frente a ella y fanfarronamente frené haciendo patinar ambas
llantas de mi bicicleta y gritando firmemente:
-¡Tiempo!-.
Ella me contempló con
esa mirada de orgullo y satisfacción que utilizaba cada que yo cumplía con un
reto.
Me dijo con un tono
de satisfacción:
-Llegaste doce
segundos antes del límite-.
Sonreí con placer;
ella dirigió su mirada a mi ropa y al ver la sangre simplemente dijo:
-¿Tuviste
problemas?-.
Yo contesté:
-Ninguno-.
Y mientras me
limpiaba el sudor de mi cuello con el dorso de mi mano dejándolo completamente rojo, añadí tranquilamente:
-Después de todo,
solo fue cuestión de tiempo-.
Reímos los dos y
abrazados, entramos a nuestra casa.
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