En
el México antiguo, todas las familias que se consideraban de buena cuna, veían
como una obligación tener una extensa servidumbre; sin embargo, en la casa de
los López y Castro contaban solo con una sirvienta, una cocinera y la
infaltable niñera para los vástagos de siete y cinco años que habían procreado.
Las anteriores cuidadoras de niños no habían durado debido a la distancia que
había entre la finca familiar y el pueblo más cercano, lo que ocasionaba que no
hubiera grandes distracciones para los días de descanso. El señor de la casa,
don Gustavo, estuvo entrevistando nuevas candidatas hasta que dio con Marisol,
una joven de veinte y dos años, delgada y de una belleza sencilla y discreta,
la cual contrastaba con la escandalosa ambición que albergaba su corazón.
En
cuanto vio a su futuro patrón, se le plantó en la mente la idea de terminar
como la señora de la casa por lo que no le importaba que su futuro jefe tuviera
más de cuarenta años; éste era de carácter apacible lo cual le caía de perlas a
la jovencita y aún más, no le importaba que estuviera felizmente casado con la
señora Elsa.
El
señor López y Castro quedo conforme con la actitud seria y profesional de la
joven por lo que inmediatamente la contrató, así que Marisol terminó
instalándose en las habitaciones destinadas a los empleados de la mansión.
Al
principio cumplió a cabalidad con sus obligaciones ya que les tenía paciencia a
los niños, pero desgraciadamente esto era solo debido a que los consideraba
como una simple herramienta en la culminación de sus planes. Buscó por todos
los medios hacerse indispensable para que los señores de la casa le tuvieran
toda la confianza posible, pero en cuanto a sus avances con el señor Gustavo,
éstos eran infructuosos, debido que él estaba verdaderamente enamorado de su
esposa.
Todo
lo anterior desesperaba a la jovencita ya que aparte de retrasar sus planes de
llegar a ser la señora de la casa, provocó que le naciera un odio
inconmensurable a la señora Elsa la cual, ignorante del plan maquiavélico de su
empleada, le había tomado aprecio con el paso de los días.
Independientemente
de las perversas maquinaciones que tenía Marisol, le tenía envidia a la señora
debido a la diferencia de clases; Elsa era una persona educada, de familia de legendario
abolengo y muy hermosa, todo lo que la niñera siempre había querido ser; a lo
anterior había que añadir la ropa tan elegante que la señora de la casa utilizaba
y que lucía como si hubiera nacido con ella puesta y en especial, la cantidad
de joyas que poseía, producto de regalos de su cariñoso marido. Marisol
codiciaba en especial un collar con cadena negra y que lucía un extraño símbolo
que la jovencita dentro de su ignorancia, desconocía su significado; la señora
Elsa jamás se lo quitaba debido a que era una posesión de familia heredada
desde varias generaciones atrás.
La
joven niñera siguió con el plan trazado por algunos meses pero al ver que no
avanzaba al ritmo que se imaginaba, decidió tomar medidas más drásticas.
Asesinar a la señora
Elsa.
Como
tenía la libertad de moverse por toda la casa, no le presentó ninguna
dificultad entrar a la cocina y verter un veneno a base de hierbas ponzoñosas
que le recomendó una bruja que conocía. La señora López y Castro comió sus
alimentos sin ningún problema; sin embargo, a partir de ese día, comenzó a
gestarse dentro de ella una enfermedad que después de un par de semanas, la
llevó a la muerte.
El
señor Gustavo se encontraba inconsolable debido a que no podía soportar el
dolor de haber perdido a la compañera de su vida; mientras tanto Marisol,
después del entierro y de los acostumbrados nueve días de duelo, se dedicó en
cuerpo y alma a hacerse indispensable para su patrón, hasta el grado que él,
deshecho por la pérdida tan grande, decidió prácticamente dejarle el mando de
la casa.
La
chica acompañaba a todas horas al señor López y Castro y cada que tenía
oportunidad, buscaba convencerlo acerca de que necesitaba una nueva esposa que
le ayudara con la educación de sus hijos así como la necesaria compañía para
los años que le quedaban de vida; tanto estuvo insistiendo hasta que el ahora
viudo, debido a los numerosos negocios a los que se dedicaba, así como la
lejanía de su casa, le hacía imposible conocer candidatas adecuadas para tal
fin, finalmente terminó proponiéndole matrimonio a la misma Marisol, quien no
cabía en sí de gozo al darse cuenta de que después de tanto tiempo su plan había
resultado como ella se lo había imaginado.
Después
de una sencilla ceremonia donde la única contenta era la jovencita, los recién
casados regresaron a su casa e inmediatamente la antigua niñera dio las órdenes
pertinentes a los criados para que enviaran sus pertenencias a la recámara del
señor Gustavo.
Pasaron
un par de días y Marisol le propuso a su flamante marido que le permitiera
vestir la costosa ropa de su antigua esposa, alegando que era de la misma talla
de ella, y que no tenía ningún sentido que dichas prendas se echaran a perder
por lo que lo más práctico era que las usara; don Gustavo se resistió al principio
diciendo que la ropa de su difunta esposa le traía recuerdos tristes, pero una
vez más, se dejó convencer por Marisol.
La
recién casada no cabía de gozo cuando llegaron los sirvientes con los baúles
llenos de las finas ropas de la señora Elsa y casi brincó de alegría cuando
encontró el alhajero de la difunta; sintió que finalmente había triunfado
cuando sacó el tan codiciado collar, el cual sostuvo entre sus dedos sintiendo
una extraña sensación, cosa que atribuyó a la alegría de saberlo suyo.
En
la misma cena de ese día decidió estrenar uno de los más caros vestidos,
sonriendo con burla al darse cuenta que le quedaba a la perfección. Bajó al
enorme comedor tratando de lucir el elegante vestido, pero se quedó atónita
cuando el señor Gustavo comenzó a llorar, por lo que le reclamó molesta:
-¿Qué
es lo que te pasa? ¿Es que no me veo bonita?-.
López
y Castro dijo tristemente:
-Es
que esa ropa me trae malos recuerdos-.
Marisol
decidió cambiar de táctica y zalamera se dio la media vuelta frente a su ahora
marido, mientras lo consolaba diciendo:
-Pero
es que si te das cuenta, creo que incluso me queda mejor que a la pobre difunta
doña Elsa-.
Y
para terminar de convencerlo, intentó abrazarlo cariñosamente, pero en cuanto
sus brazos hicieron contacto con el cuerpo de don Gustavo, sintió como si la
prenda se hiciera cada vez más pequeña hasta llegar a un punto en que le era
imposible respirar; don Gustavo, al ver la expresión de desesperación, le
preguntó asustado:
-¿Qué
te pasa; por qué pones esa cara?-.
La
ex niñera le indicó con señas que se estaba ahogando, pues incluso el cuello
del vestido le apretaba tanto que no podía articular palabra, por lo que su
marido desesperadamente tomó un cuchillo de la mesa y comenzó a romper el
fastuoso vestido hasta dejarlo hecho jirones en el suelo, mientras ella lo
contemplaba aterrada.
Marisol no supo
explicarse que le había sucedido, por lo que mejor se fue a acostar sin cenar,
bastante sorprendida por lo que había experimentado.
Al
otro día, al recordar el extraño evento simplemente se lo atribuyó a la emoción
de poseer tan finos ropajes y a la extrañeza de su cuerpo de ser vestido con
tanta elegancia, acostumbrado como estaba a la sencilla ropa que había
utilizado durante toda su vida.
Sin
embargo no quiso quedarse con la duda, por lo que aprovechó cuando el señor
Gustavo salió con sus dos hijos para visitar a la familia de doña Elsa y dado
que era el día libre de la servidumbre, esperó a que cayera la noche para
dirigirse a su alcoba y ponerse otro vestido de la difunta; se lo probó
satisfecha al ver que también le quedaba a la perfección e incluso intentó
abrazarse a sí misma como una forma inconsciente de felicitarse por el éxito
logrado, pero cuando sus brazos tocaron sus costados, una vez más el vestido
pareció reducirse hasta que sintió como le apretaba los brazos, las piernas y
lo más peligroso, el torso, el cual a cada segundo se iba vaciando de aire,
ocasionando que Marisol empezara a experimentar una vez los signos de asfixia.
Como el vestido tenía un cierre al frente, la jovencita desesperadamente jaló
el broche de dicho cierre, abriendo los ojos aterrada al ver que se rompía
entre sus dedos; al borde del desmayo jaló ambos lados del vestido el cual se
fue rompiendo a lo largo del cierre, mientras intentaba recuperar la
conciencia, sintiéndose aliviada cuando el oxígeno regresó a sus pulmones.
La
ambiciosa niñera comenzó a sospechar que había algo extraño en lo que estaba
sucediendo, lo cual más que darle miedo, le provocó una enorme furia que
ocasionó que gritara desesperada:
-¡Maldita
estúpida, ni con esto me vas a quitar la satisfacción de que ahora soy yo la que
tengo todo lo que te pertenecía!-.
Y
emitiendo sonoras carcajadas, completó:
-¡Incluyendo
a tu amado marido!-.
Solo
el silencio le contestó.
Marisol
comenzó a reírse de manera burlona; sabía cómo podía vengarse de la difunta,
así que tomó la caja donde se encontraba el codiciado collar y lo saco para
ponerlo a la altura de su vista y así admirarlo; sonriendo malévolamente abrió
el broche de la joya para ponérselo alrededor del cuello y se dirigió hacia el
espejo de cuerpo entero que adornaba la habitación. Cuando tuvo frente a sí
misma su propia imagen, dijo en voz alta como si hablara con su rival:
-¿Verdad
que se me ve mejor a mí que a ti?-.
Contempló
la imagen del collar en el espejo, pero cuando dirigió la mirada hacia su cara
el espejo no reflejaba la faz de la Marisol sin que era la cara de la difunta
Elsa, quien la observaba con mirada majestuosa y mientras la joven sentía como
el terror invadía todo su cuerpo, la imagen de la muerta le contestó:
“Sí; te queda tan bien que mereces
tenerlo puesto para toda la vida”.
Inmediatamente
el collar se fue haciendo más y más pequeño hasta que comenzó a apretar su
delgado cuello; Marisol enterró sus uñas en su propia carne para intentar arrancárselo,
pero el delgado collar cada vez se sentía más duro que el acero, por lo que
todos sus esfuerzos eran en vano. La joya siguió apretando su carne mientras la
cara de la joven se iba poniendo más y más pálida y unos delgados hilos de
sangre escurrían por su delicado pecho. Cayo de rodillas al piso y cuando su cabeza
llegó al suelo volteó hacia el espejo y entonces vio la imagen de la señora
Elsa, quien simplemente le mostraba una sonrisa llena de satisfacción en su rostro.
Al
otro día cuando regresó el señor Gustavo, encontró a Marisol tirada en el piso
de la recámara con una mueca de terror en su cara y los ojos desmesuradamente
abiertos; al acercarse pudo notar una extraña línea roja alrededor de su cuello
y a un lado del inerte cuerpo estaba tirada la caja del collar favorito de doña
Elsa…
Vacío.
A
partir de ese entonces, el señor López y Castro vivió sus últimos días lleno de
una extraña tranquilidad; gustaba mucho de irse a dormir temprano debido
principalmente a que en cuanto cerraba los ojos comenzaba a soñar con su amada
esposa, la elegante señora Elsa, quien lo visitaba y platicaba con él, para
terminar ambos bailando en el jardín de la mansión mientras don Gustavo la
miraba embelesado, deleitándose con su infinita belleza…
…Adornada
con el hermoso collar negro y su enigmático símbolo.
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