domingo, 2 de febrero de 2020

LA NOCHE DEL PERRO


  
         Julián se sentía contento.
Finalmente había podido comprarle el faro nuevo a su bicicleta.
Vivía en un pueblo alejado de la ciudad; lugar donde para fortuna de los habitantes, se había instalado una empresa como a tres kilómetros, la cual había dado empleo a Julián y a sus vecinos, por lo que todos tenían la esperanza de que el progreso comenzara a beneficiarlos.
         Eran los tiempos en que poblados como ese no gozaban de los servicios más básicos pues no tenían agua potable, drenaje ni ninguna de las comodidades a las que estamos acostumbrados hoy en día por lo que, para llegar al lugar de trabajo, Julián tenía que recorrer un par de calles empedradas de la colonia, así como una larga vereda para finalmente llegar a la carretera, la cual se había construido y pavimentado a iniciativa de la fábrica recién instalada.
         Debido a lo anterior, Julián se sentía afortunado pues a diferencia de sus amigos y vecinos, había podido comprarse su bicicleta a fuerza de estar ahorrando algunos meses; sabía que era un gasto justificado pues con esa máquina en sus manos, era capaz de transportarse él mismo, así como en ocasiones a su joven esposa, por lo que, acompañados de su pequeña hija, salían de vez en cuando a visitar a la suegra del joven obrero.
         Como tardaron mucho en comenzar las labores formalmente en la compañía, tenían mucho trabajo atrasado, lo cual trajo como consecuencia que se laborara las 24 horas; los trabajadores tenían que rolarse los turnos, situación que ocasionó que, en la presente situación Julián se encontraba laborando en el turno nocturno.
         No le molestaba trabajar de noche; sabía que su esposa e hija estaban a buen resguardo ya que su madre, quien vivía al lado de ellos, estaba al pendiente de su nuera y su nieta por lo que no había nada que temer. Por otro lado, Julián sabía que el turno nocturno era el más relajado; el trabajo seguía siendo pesado como cualquier otro, pero no tenía la presión de los supervisores quienes vigilaban a los trabajadores en los turnos matutino y vespertino casi como si de celadores se tratase. El único pendiente que tenía el joven trabajador al laborar por las noches era el hecho de que a pesar de que había una carretera recién construida, ésta no contaba con el alumbrado público que ahora acompaña a las grandes vialidades, dado lo cual, en más de una ocasión había estado a punto de caer de su bicicleta con las obvias y dolorosas consecuencias.
         Como ahora su sencillo vehículo contaba con luz propia, Julián se sentía confiado de poder viajar de manera segura hacia su centro de trabajo; incluso se pudo dar el lujo de salir de su casa quince minutos después de la hora acostumbrada. Se despidió de su esposa, tomó su bolsa de comida, atándola a la parte trasera de su bicicleta y encendiendo su recién comprado foco comenzó a pedalear alegremente; las calles y veredas de su colonia no representaron ninguna dificultad para él, ya que las conocía tan profundamente, que incluso las podía recorrer con los ojos cerrados. Cuando llegó a la orilla de la carretera, se detuvo y miró a ambos lados; lo hizo más por costumbre que por otra cosa, ya que por esos tiempos era muy difícil que circulara algún coche por ahí y sólo de vez en cuando pasaban los camiones de carga que se dirigían a la empresa donde laboraba, pero aquellos solo eran vistos durante el día. Miro hacia arriba y admiró el cielo lleno de estrellas por lo que sonrió y volviendo a subir a su bicicleta comenzó a pedalear tranquilamente.
         Julián iba absorto en sus pensamientos, haciendo planes acerca de lo que le pensaba comprar a su pequeña hija con el sueldo de esa semana por lo que pedaleaba emocionado pensando en lo bien que lo estaba tratando la vida; casado con una buena mujer y una pequeña hija, aunado a lo cual un buen trabajo que acababa de conseguir, lo que le daba la confianza de que poco a poco mejorarían su nivel de vida.
         El joven seguía pedaleando cuando al levantar la vista hacia el frente del camino, alcanzó a ver en medio de la carretera una sombra que se movía más adelante; le extrañó tener compañía a esas horas de la noche, pues ni siquiera sus compañeros transitaban a esa hora debido a que, al no tener bicicleta, tenían que salir más temprano de sus casas para llegar a tiempo a su empleo.
         Cuando el faro recién comprado comenzó a iluminar la sombra, Julián pudo darse cuenta que era un perro de enorme tamaño; no conocía de perros ya que nunca le había llamado la atención poseer alguno, así que solo intuyó que el robusto can pertenecía a la raza de los bulldogs. Cuando finalmente pudo alcanzar al animal, este volteó tranquilamente y se hizo a un lado de la carretera de tal manera que ambos caminaron lado a lado; el humano volteó a su derecha que era por donde transitaba tranquilamente el perro y lo contempló: los músculos se adivinaban fuertes y macizos bajo la pelambrera oscura; tenía la lengua ligeramente de fuera, mientras emitía suaves jadeos.
         Julián no sabía si sentirse reconfortado de tener compañía en su camino nocturno o sentirse cada vez más confundido por la docilidad de dicho animal, ya que éste nunca hizo intentos por huir al acercarse a él y, por el contrario, sin importar la velocidad que el joven imprimiera a los pedales, dicho canino siempre se le emparejaba para seguir trotando a su mismo paso.
         La extraña pareja siguió avanzando por unos cuantos cientos de metros en silencio, ya que Julián solo escuchaba en medio de la semioscuridad el suave ronroneo de la cadena de su bicicleta acompañado del golpeteo de las garras del misterioso animal sobre el camino asfaltado; por momentos cuando volteaba a verlo de reojo, creyó incluso ver que cuando las uñas del bulldog raspaban el suelo, salían unas pequeñísimas chispas blancas, que se desvanecían en medio de la noche.
         Como todo hombre rudo que cuando se ve en una situación extraña decide utilizar el buen humor para aligerar el ambiente, Julián quiso gastarle una broma a su inesperado acompañante, por lo que se le ocurrió echarle la bicicleta encima al siniestro can para asustarlo al sentir éste el resplandor de la luz: hizo un movimiento violento con el manubrio, pero en cuanto la luz comenzó a alumbrar al animal sucedió algo espeluznante:
¡El faro nuevo se apagó repentinamente!
         Julián sintió como si todo el miedo del mundo se acumulara dentro de su pecho, por lo que de manera instintiva trato de enderezar el manubrio de su bicicleta y comenzó a pedalear furiosamente; pedaleaba y pedaleaba como si en ello le fuera la vida, mientras escuchaba los espantosos ladridos del perro justo detrás de su cabeza. Con terror notaba como un sudor frío escurría desde su nuca para bajar a todo lo largo de su espalda, mientras dentro de él escuchaba una voz que le decía: “Hagas lo que hagas, no voltees, nunca voltees”.
         Llegó a la fábrica en un tiempo record, y cuando se paró frente a la pequeña puerta de entrada, se bajó de la bicicleta para golpear dicha puerta violentamente y cuando el vigilante la abrió, se encontró con un Julián pálido del susto y completamente sofocado; el joven trabajador casi derribó al viejo guardia, quien se extrañó de la rapidez con la que entraba el visitante, ya que sabía que había tiempo de sobra para poder checar la entrada. A Julián nada de lo anterior le importó; prácticamente arrojó la bicicleta en el rincón donde siempre acostumbraba dejarla y no se sintió fuera de peligro sino hasta que llegó a su lugar de trabajo, donde se sentó momentáneamente para recuperar la respiración y limpiarse el sudor.
         Comenzó con su jornada de trabajo, tratando de convencerse a sí mismo que lo que había experimentado solo había sido producto de su imaginación o algo que había soñado.
         Cuando llegó la hora descanso, el joven obrero ya se sentía un poco más tranquilo, así que se dirigió hacia su bicicleta para tomar su bolsa de comida; mientras sacaba sus alimentos, volvió a preguntarse qué era lo que había pasado:
¿Por qué se había apagado el faro nuevo de su bicicleta exactamente cuándo quiso alumbrar al perro? Su faro le había salido muy barato.
¿Significaba que estaba tan mal hecho que solo había tenido un par de horas de duración? ¿Había salido defectuoso? ¿Era casualidad que justo en ese momento hubiera fallado?
         Mientras se seguía haciendo estas preguntas pensó que la única manera de salir de dudas era revisar el dichoso faro cosa que, de solo pensarlo, le provocaba una opresión en el pecho que no lo dejaba respirar; finalmente hizo acopio del poco valor que le quedaba y caminó al frente de la bicicleta para poder mirarla.

         A Julián se le cayó la bolsa de comida cuando al ver su bicicleta pudo darse cuenta que el manubrio estaba quemado y que el faro estaba completamente carbonizado.

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