Me
llamo Brenda; trabajo en una tienda departamental, tengo veinte y cuatro años y
desde los diez y siete me fui a vivir sola.
¿Quieren
saber por qué?
Tengo
un secreto que a nadie le he revelado.
Al
menos hasta ahora.
Soy
un monstruo.
Lo
sé; todo mundo dice que tiene mal carácter y que cuando se enoja se transforma
en un ser horrendo.
Pero
yo literalmente soy un monstruo.
Todo
comenzó una noche durante mi adolescencia; ya había recibido señales, pues cada
que algo me molestaba, algo muy desagradable dentro de mi comenzaba a surgir.
Sentía como si toda la furia del mundo se acumulara en mi interior hasta el
punto de casi enloquecer.
Con
el paso del tiempo, la situación se fue agravando, pues bastaba con que alguna
de mis pequeñas hermanas tomara algo mío para que mi cabeza explotara y
comenzaba a gritar, rompiendo cosas e insultando a todo mundo. Mis papás
intentaron de todo; psicólogos y terapeutas que me decían que mi carácter
irascible era algo propio de mi edad, grupos de apoyo que lo único que hacían
era obligarnos a tomarnos de las manos y entonar canciones estúpidas de
superación personal, las cuales para mí sonaban francamente ridículas, hasta
que, al borde de la desesperación, me llevaron con sacerdotes e incluso con supuestos
curanderos, porque pensaban que yo estaba embrujada.
Todo
fue inútil.
La
situación fue empeorando, hasta que explotó.
Una
noche que me fui a dormir enfurecida porque mi mamá no me había permitido ir a
una fiesta, me acosté tratando de dormir, cosa punto menos que imposible; daba
de vueltas en mi cama presa de una extraña inquietud pues me movía dormitando a
ratos, para despertar sobresaltada mientras notaba como mi pijama se encontraba
completamente mojada por el sudor que producía mi cuerpo a chorros, a pesar de
que estábamos en pleno invierno. Intentaba tranquilizarme a mí misma, tratando
en vano de recordar los consejos que me habían dado infinidad de especialistas
que había visitado a lo largo de mi adolescencia, pero nada parecía funcionar.
Hasta
que sucedió.
Voltee
a ver mi reloj de noche, agobiada por el cansancio de intentar dormir; cuando
leí los números me di cuenta que el aparato marcaba las tres y media de la
madrugada cuando, al seguir contemplando los dígitos, sentí como si estos salieran
del reloj y comenzaran a danzar frente a mis ojos; los cerré presa del espanto,
pero los números ahora se habían metido en mi mente, moviéndose de un lado
hacia otro velozmente, como si se burlaran de mi desesperación; cuando estuve a
punto de perder la razón, sentí como la cólera que había inundado mi cuerpo,
ahora se apoderaba de él, mientras de mis labios comenzaban a surgir una serie
de gruñidos inhumanos; yo misma me asusté al escuchar dichos sonidos y cuando
creía que lo que me sucedía era algo horrendo, llegó lo peor.
Mi
cuerpo comenzó a crecer distorsionándose mis brazos y piernas, mientras notaba
en medio de la semioscuridad de mi recámara, como en los grotescos dedos de mis
manos salían burdos pelos, como si de un animal salvaje se tratase.
Intenté
levantarme como pude de mi cama y cuando me puse de pie, me di cuenta con
horror que no podía pararme derecha, sino que tenía una postura encorvada, como
si fuera un cavernícola de los que había visto en las películas. El terror que
se había apoderado de mí dio paso a una cólera ciega; tenía ganas de destruirlo
todo, si era posible, destruir el mundo entero.
Tenía
ganas de matar.
Mi
último resquicio de cordura me hizo ver que incluso mi familia estaba en
peligro, por lo que me arrojé a través de la ventana rompiéndola en mil
pedazos; una vez que me encontré en el patio de mi casa, con una agilidad
increíble brinqué la reja de la entrada y comencé a correr por las calles
solitarias.
Sentía
como el aire frío de la noche hería mi piel la cual, a pesar de estar llena de
pelo, acusaba los aguijonazos del gélido ambiente lo cual me hacía enfurecer
más y más.
Me
erguí lo más que pude y en medio de la calle levanté mi cabeza hacia el
estrellado cielo y solté el rugido más espantoso que ser humano alguno hubiera
oído.
Afortunadamente
eso me sirvió como desahogo, pues mi mente y mi corazón comenzaron a calmarse
lentamente, hasta sentirme completamente relajada; con alivio noté como los
inmundos pelos que habían crecido en mi cuerpo iban desapareciendo y los
enormes colmillos que habían surgido de mi boca, ahora se transformaban en mis
blancos y alineados dientes que normalmente tenía.
Volteé
a ver confundida mi pijama completamente desgarrada, por lo que con
preocupación eché a correr de regreso a mi casa, dándole gracias a Dios de no
haberme encontrado con persona alguna; cuando llegué a mi casa noté con
preocupación que mis papás estaban en la entrada gritando mi nombre, pues
habían oído el escándalo al romper la ventana de mi habitación. Me dirigí al
patio trasero y entré sigilosamente por la ventana rota y lo más rápido que
pude me cambié el pijama, ocultando la ropa desgarrada debajo de mi cama y salí
al encuentro de mis padres quienes, al verme, me abrazaron aliviados,
preguntándome que había sucedido. Yo simplemente les expliqué que en uno de mis
ataques de furia había roto la ventana y me había salido a vagar por las calles
para tranquilizarme; ellos me miraron incrédulos, sospechando que había algo
más, pero no dijeron nada y todos nos fuimos a acostar.
Por
primera vez en muchos años dormí tranquila.
Pero
a partir de ahí, mi vida cambió por completo.
Por
lo menos una noche de la semana me veía atacada por un episodio más de
bestialidad como el que ya relaté, por lo que comencé a dormir con la puerta
asegurada con un candado que había comprado para tal fin, pues no quería dañar
a mi familia; la ventana, después de que la arreglaron, siempre la tenía
abierta y en cuanto sentía como la rabia se apoderaba de mí, inmediatamente
salía corriendo de mi casa.
Desgraciadamente
las cosas fueron subiendo de tono.
En
una ocasión que corría en medio de la noche destruyendo todo lo que encontraba
a mi paso, mi ahora fino olfato detectó algo; el olor de otro ser vivo.
Caminé
sigilosamente, acallando lo más que pude mis gruñidos y entonces lo vi.
Un
enorme perro hurgaba en un bote de basura; era de una raza de los que utilizan
para pelear, pues lo notaba en las patas musculosas que mostraba al moverse. Mi
ahora pequeña parte humana pensó que era el perro de alguien y que por eso se
veía bien alimentado, pero que se había escapado al igual que yo y vagaba
libremente.
Ese
fue su error.
Cuando
me fui acercando más, el robusto can sintió mi presencia y sin amilanarse,
comenzó a gruñirme, por lo que yo también le mostré mis enormes colmillos.
Nos
miramos largamente hasta que, como si nuestros instintos se hubieran puesto de
acuerdo, nos arrojamos uno sobre del otro para comenzar la batalla.
Jamás
me sentí tan viva en la vida.
Era
como si hubiera nacido para ello.
El
perro lanzaba tarascadas que solo daban en el aire, pues yo me defendía dándole
manotazos en el rostro, provocándole enormes heridas con mis largas uñas; un
par de sus mordidas me alcanzaron a rozar, pero sin provocarme gran daño.
Hasta
que comenzó el ataque final.
El
animal se arrojó desesperadamente sobre de mí haciendo caer sobre de mi
espalda, sin dejar de tirar mordidas; con mi garra izquierda lo tenía agarrado
del pecho, mientras con la derecha esquivaba sus dientes, hasta que le levanté
la cabeza para dejar expuesto su cuello.
Con
toda mi furia, le tire una mordida destrozándole la garganta.
Mi
contrincante, ahora presa del miedo trataba de seguir ladrando, pero yo misma
sentía como se ahogaba en su propia sangre, hasta que ya no se movió más.
Todavía
con mis fauces sobre su cuello, lo jaloneé hacia los lados para arrojarlo
despectivamente sobre la banqueta.
Lo
contemplé mientras me posaba sobre de mis pies y mis manos en el pavimento de
la calle, saboreando el triunfo de la batalla.
Satisfecha,
me di la media vuelta para irme de regreso a mi casa.
Al
otro día cuando desperté, después de cambiarme la ropa, me metí al baño para
asearme y cuando contemplé mi imagen en el espejo estuve a punto de gritar
horrorizada, pues la imagen que veían mis ojos era la de mi cara completamente
bañada en sangre, de la cual aún sentía su sabor en mis labios.
Corrí
al retrete para volver el estómago.
A
partir de esa ocasión comencé a sentir temor todo el tiempo.
¿Qué
pasaría si en la siguiente ocasión me encontraba con un ser humano?
Desgraciadamente
tuve la oportunidad de comprobarlo.
En
una ocasión que me acosté muy molesta por la obvia consecuencia de mi extraño
comportamiento por lo cual habían bajado mis calificaciones y recibir la
respectiva reprimenda de mis padres, comencé a sentir los ya clásicos síntomas
de mi nueva condición, por lo que inmediatamente salí a recorrer las calles.
Fue
cuando me encontré por primera vez a una persona.
Se
notaba que evidentemente había salido tarde trabajar pues caminaba con paso
cansino; lo observé unos momentos mientras sentía como mi hocico se llenaba de
saliva, como saboreando anticipadamente el festín del que me iba a deleitar y comencé
a seguirlo, mientras gruñía amenazadoramente.
Y
entonces me decidí a atacar.
Iba
a dar vuelta en una esquina cuando me arrojé sobre de él; estaba tan
sorprendido que no atinó a emitir palabra alguna por lo que, en medio de
gruñidos espantosos, le lanzaba zarpazos con mis enormes garras, las cuales
hacían jirones su ropa, provocándoles profundas heridas.
Y
fue cuando empezó a gritar despavoridamente, debido al terror que lo aprisionaba
y al dolor de las cortadas que le habían provocado mis largas uñas.
Trataba
de tirarme manotazos que yo fácilmente evitaba, como si jugara con sus débiles
defensas, hasta que se rindió, resignándose a su suerte.
Incliné
mi horrenda cabeza de monstruo sobre de su cara, mientras un hilo de baba le
caía en sus mejillas y lo contemplé largamente, emitiendo macabros ruidos con
mi hocico.
Abrí
mis fauces para lanzarme sobre de su cuello, hasta que nuestras miradas se
encontraron.
En
lo profundo de sus ojos pude notar su pertenencia a la raza humana; raza a la
que yo anteriormente también pertenecía.
Algo
dentro de mí se conmovió y asqueada de la bestia en la cual me había
convertido, levanté enfurecida mi cabeza al cielo y lancé un sonoro rugido de
frustración.
Me
levanté rápidamente y en cuatro patas, me eché a correr, dejando al hombre
malherido detrás de mí.
Al
otro día, en cuanto desperté, en cuanto recordé lo acontecido la noche anterior
comencé a llorar.
Me
estaba convirtiendo en algo sumamente peligroso para la gente.
Sabía
que ahora había traspasado la barrera después de la cual era una amenaza para
los demás.
En
cuanto vi a mis padres en la cocina, donde se encontraban desayunando, les
comuniqué que me iba de la casa; para mi profundo dolor, no hicieron ningún
comentario para convencerme de quedarme.
Incluso
alcancé a ver una sensación de alivio en su mirada.
Con
lágrimas en los ojos, tomé toda la ropa que pude, mis papeles personales y salí
a buscar mi propio destino.
Como
era de esperarse, a mis diez y siete años, las oportunidades de encontrar un
buen empleo eran muy escasas, por lo que trabajé de lo que pude y viví donde me
permitían pasar la noche a cambio de unas cuantas monedas.
Hasta
que llegué a la situación en la que actualmente me encuentro.
Resulta
que a los diez y nueve años, vi un anuncio en una tienda departamental de mucho
prestigio, donde a base de utilizar todas mis habilidades de convencimiento
incluyendo las súplicas, logré que me dieran una oportunidad de laborar ahí; al
principio solo tenía como trabajo el arreglar la ropa que los clientes dejaban
descuidadamente en los mostradores y anaqueles de la tienda, pero debido a mi
inteligencia innata y las ganas de salir adelante, un año después me dieron el
puesto de vendedora en el departamento de ropa para caballeros.
Fue
entonces cuando mi vida mejoró.
Aun
cuando el sueldo no era tan exorbitante, las comisiones si eran muy atractivas,
las cuales para mí eran fáciles de ganar, debido al personal encanto que
utilizaba para tratar a los clientes y como siempre fui una chica bonita, eso
también contribuyó a elevar mi situación económica, pues me permitió rentar una
habitación que, si bien no era muy grande, nunca se compararía con los nidos de
ratas a los cuales llegué cuando me salí de mi casa.
Las
cosas en general iban mejorando, pues incluso comencé a hacer amistad con las
demás vendedoras, entre las cuales había varias chicas de mi edad que me
invitaban a fiestas o lugares de moda a donde yo acudía gustosa a tomar un par
de copas o simplemente a bailar.
Pero
el monstruo dentro de mí también cambió.
Y
no para bien.
Los
ataques me seguían ocurriendo a la misma hora de la madrugada, por lo que
simplemente dejaba la puerta de mi departamento abierta para que en cuanto me
sucediera, pudiera salir a vagar por las calles; me llegué a encontrar animales
callejeros de los cuales, por vergüenza no les diré que hice con ellos, pero
siempre trataba de evitar el contacto con seres humanos, cosa algo complicada,
tomando en cuenta que tanto mi lugar de trabajo como mi nueva casa se
encontraban en el centro de la ciudad; aun así pude darme mis mañas para
eludirlos y no causarles ningún daño. Otra cosa que pude solucionar fue lo de
la ropa, pues ahora dormía con pijamas enormes, por lo que cuando me
transformaba en monstruo, la misma solo quedaba rota, por lo que no regresaba
casi desnuda como me llegó a ocurrir en mis primeras mutaciones.
Pero
entonces me ocurrió un episodio que nunca voy a olvidar.
En una ocasión, en la tienda me tocó atender a un millonario arrogante que no
estaba conforme con ninguna de las prendas que yo le ofrecía, hasta que en
medio de gritos e insultos humillantes hacia mi persona se fue son comprar
nada, dejándome completamente frustrada; lo peor fue que cuando mi jefa se dio
cuenta me regaló alegando que la tienda había perdido un cliente importante
debido a mi ineptitud como vendedora, a pesar de que mis altas comisiones
demostraban lo contrario; no contenta con el regaño, me dijo que no me iba a mi
casa hasta que volviera a acomodar toda la ropa que se había probado el
engreído sujeto; la tienda por lo regular cerraba a las nueve de la noche, pero
entre el regaño y el acomodo de la ropa, me dieron las once y entonces pude
salir.
Llegué
a la calle frustrada, pues ya no iba a alcanzar el transporte público; intenté
tomar un taxi, pero no se veía ninguno las calles, así que con gran enojo de mi
parte comencé a caminar para ver si en el trayecto encontraba algún medio de
transporte o si no, tendría que regresar andando hasta mi departamento. Mis
pies me dolían pues en la tienda nos exigían utilizar tacones altos para dar
una mejor imagen y desgraciadamente ese día en particular no había cargado mis
zapatos de tacón bajo que me ponía a la salida del trabajo.
Cada
penoso paso que daba hacía crecer mi furia; furia en contra del cliente, de mi
jefa, de mi trabajo, del mundo entero; pero al menos era un enojo controlable y
lo mejor de todo, no era de madrugada.
Pero
las cosas iban a cambiar.
Mientras
seguía caminando inmiscuida en mi molestia, se me emparejó un coche oscuro
desde el que se asomó un chico como de mi edad, quien me invitó en medio de
palabras obscenas un aventón para llevarme a mi casa; volteé a verlo con
desprecio y me di cuenta que no venía solo, sino que estaba acompañado por
otros dos sujetos. Cuando le dije que no me interesaba, los tres comenzaron a
burlarse, haciéndome enojar cada vez más y cuando deje de contestar sus burlas,
uno de ellos exclamó:
-Pues
si no es por las buenas, será por las malas-.
Y
bajándose rápidamente del vehículo, me rodearon y comenzaron a acercarse;
intenté buscar una ruta de escape, cuando uno de ellos me abrazó por detrás y
otro intentaba tomar mis piernas me di cuenta con espanto que querían subirme a
su coche para abusar de mí.
El
tercero intentó taparme la boca, pero sin conseguirlo.
De
todos modos, ni siquiera intenté pedir ayuda.
El
monstruo dentro de mí comenzó a despertar.
Mientras
forcejeaba con mis captores, sentía como mi cuerpo empezaba a crecer, mientras
mis piernas y brazos se iban llenando de pelo; el tipo que finalmente había
podido poner sus manos sobre de mi boca, las retiró asustado al escuchar mis
gruñidos apagados, que no se identificaban ni por asomo con una voz humana. Los
tres me soltaron al unísono, dejándome caer violentamente en la banqueta, para
contemplar paralizados por el horror, como mi cara se trasformaba en la de un
monstruo peludo y de largos colmillos.
Y
una mirada de furia y desprecio por todo lo vivo.
Uno
intentó gemir cuando vio como el tamaño que iba tomando mi cuerpo hacía jirones
mi ropa mientras mis zapatos caían a los lados de mis ahora enormes patas
traseras.
Fue
cuando ataqué.
Me
arrojé sobre de los dos que tenía frente a mí derribándolos en el piso; les
lanzaba rápidos y certeros zarpazos en medio de sus gritos de horror y mis
inhumanos rugidos.
La
sangre volaba por todas partes mientras alaridos de dolor llenaban el silencio
de la noche, hasta que los solté; no quise seguir con ellos y volteé a ver al
tercero, al cual no había tocado todavía.
Era
apenas un adolescente que me miraba con cara de niño aterrorizado; pensé en
acercarme y entonces volteé hacia abajo.
Se
había orinado del susto.
Simplemente
emití un sonido gutural y el chiquillo reaccionó, para salir corriendo con
semblante lleno de pavor.
Mientras
iba retomando mi cordura humana, tomé mi ropa desecha y mi bolsa de mano y
abandoné rápidamente el lugar.
Cuando
pude llegar a mi departamento, ya me había medio vestido con los jirones de
ropa que pude recuperar, tomé un largo baño y me dispuse a dormir, pero esto
último no pude hacerlo por dos cosas.
La
primera cuestión que tomé en consideración fue el haber disfrutado el daño que
les provoqué a esos chicos; no era por el hecho de que hubieran recibido su
merecido, sino el placer que había sentido antes y durante el ataque. Era una
emoción como nunca antes había sentido; un gusto que rayaba en lo morboso,
incluso en la excitación.
Y
eso me dio miedo.
Pero
lo que más me preocupó, fue lo siguiente que pensé.
El
monstruo podía surgir incluso antes de llegar la fatídica hora de las tres y
media de la madrugada; algo me decía que la bestia no se despertaría en el día,
pero, aun así, era una situación muy peligrosa.
¿Qué
pasaría si surgiera en medio de mi trabajo?
Aparte
de lo peligroso que era el hecho de transformarme en medio de tanta gente,
siempre existía la posibilidad de ser atrapada.
¿Qué
explicación podía dar a lo que me sucedía?
Independientemente
de que podía terminar muerta.
Decidí
alejarme de los demás humanos, para evitar el riesgo de lastimarlos.
No
podía dejar de trabajar pues de alguna manera debía de subsistir, además de que
me gustaba mucho a lo que me dedicaba, por lo que lo que hice fue reducir el
contacto al mínimo.
Solo
hablaba con los clientes lo necesario y en cuanto a compañeras de trabajo,
jefes y demás personas con las que convivía, a todas las hice a un lado de mi
vida; dejé de aceptar invitaciones a cualquier lugar u ocasión especial, hasta
que mis anteriores amigas dejaron de acercarse a mí, pensando erróneamente que
me había vuelto una arrogante pues incluso algunas de ellas me dejaron de
hablar.
Nunca
me sentí más sola que nunca.
Pero
en el fondo me consolaba saber que lo hacía por su propio bien.
Hasta
que él llegó a mi vida.
Después de varios años de vivir sin tener amistad con nadie, llegó mi jefa
una media hora antes de cerrar y me ordeno:
-Va
a venir un cliente muy importante que quiero que te esmeres en atender lo mejor
posible; no podemos dejarlo ir con la competencia, pues sabemos que posee una
gran fortuna y piensa vestirse con las marcas exclusivas que manejamos-. Hizo
una desagradable pausa y advirtió. -No necesito decirte que, si no lo hacemos
nuestro cliente, será tu responsabilidad por lo que tendrás que irte
despidiendo de tu puesto-.
Yo
simplemente asentí sin demostrar mi molestia, pues ya había estado en
situaciones similares; un viejo forrado de billetes que siente que todo el
mundo está a su servicio y que hay que rendirle pleitesía.
Pero
nada me preparó para lo que me iba a encontrar.
Ante
mí estaba parado el hombre más guapo que hubiera visto en mi corta vida.
Tenía
el pelo completamente negro al igual que los ojos, lo que contrastaba
sobremanera con la blancura de su piel, la cual mostraba casi el mismo blanco
de su sonrisa que no tuvo empacho en mostrarme una vez que entré a la pequeña
sala destinada a la atención de los clientes especiales.
Tratando
de recuperarme, intenté adoptar mi actitud profesional y correspondiendo sonreí
tímidamente para decirle mientras le extendía la mano:
-Buenas
noches; mi nombre es Brenda y voy a atenderlo en todo lo que se le ofrezca-.
Noté
inmediatamente la mirada de admiración sus ojos, mientras sentía como apretaba
mi mano suavemente y me decía de forma traviesa:
-¿En
todo lo que yo le pida?-.
Sonreí
ante la broma, pues me di cuenta que no me hablaba con ninguna huella de morbo
en sus palabras, como acostumbraban hacerlo los clientes más pedantes que había
atendido con anterioridad.
Le
dije nerviosa:
-Bueno;
me refiero a los artículos que desee que le muestre-.
El
amplió su sonrisa y exclamó:
-Yo
también me refería a eso; así que comencemos-.
Solté
su mano, sorprendida de la frialdad de su piel, lo que atribuí al hecho de que
estábamos casi por terminar el año el cual se auguraba iba a ser muy frío; lo
volví a mirar a los ojos y le pregunté:
-¿Qué
le gustaría ver primero?-.
Él
contestó simplemente:
-Quiero
ver unos trajes, así que muéstreme lo que tenga de la última temporada de la
colección Armani-.
Sentí
un extremo placer en mis oídos al notar su profunda voz que derrochaba
seguridad en sí mismo, así que solo atiné a decir:
-¿Algún
color en particular?-.
Él
dijo viéndome fijamente:
-Negros,
como el que traigo-. Y añadió como en broma. –Después de todo es el color de la
elegancia, ¿O no?-.
Me
dio su talla y me dirigí al almacén para buscar los trajes más finos de la
marca que me había pedido, imaginándome de antemano que le iban a quedar como
si fueran a la medida, pues debajo de su elegante ropa, se adivinaba una
silueta esbelta y bien formada, cosa que yo siempre tenía que tomar en
consideración con todos los clientes para saber que prendas les favorecían más.
Se
midió varios trajes hasta que escogió tres de los más caros, los cuales pagó
sin chistar, a diferencia de otros clientes desagradables los cuales, a pesar
de nadar en dinero, siempre renegaban de los precios.
Una
vez que le dije la fecha de cuando iba a estar listo el dobladillo de los
pantalones de los trajes, él me dijo:
-Me
dio mucho gusto que me haya atendido tan bien señorita Brenda-. Tomó su abrigo
y continuó. –Por cierto, soy el señor Turner, pero prefiero que me hable por mi
nombre: Michael-. Me extendió la mano y me dijo con voz cálida. –Espero que
comencemos una buena relación a partir de esto-.
Yo
sonreí nerviosamente y le comenté:
-Se
refiere a usted y la tienda, ¿Verdad?-.
Me
miró intensamente a los ojos y contestó:
-No;
en esta ocasión sí me refiero a usted-.
Y
efectivamente; a partir de ahí comenzó nuestra amistad.
Michael
acudía por lo menos una vez por semana a comprar y siempre exigía que lo
atendiera yo, sin importar cuales eran los artículos que pensaba adquirir, para
molestia de mis examigas debido a que las comisiones de esas ventas se iban a
mi cuenta, pero en el fondo eso no me importaba; obviamente no era por el
dinero sino por el placer de convivir con alguien tan atractivo como el señor
Turner, por lo que en cuanto me pidió la primera cita, no dudé en aceptar.
Él
siempre acudía a comprar casi al cerrar la tienda, debido a sus múltiples
ocupaciones, por lo que no me extrañó cuando me citó en un fino restaurante en
mi día de descanso, para vernos a las ocho de la noche.
Me
encantaba oírlo hablar.
Me
platicaba de su trabajo, pues era dueño de una empresa de importaciones,
principalmente de productos que adquiría en Europa del Este, por lo que
regularmente tenía que viajar hacia aquellos países; pero no solo hablaba de
él, sino que me animaba a que yo le contara la historia de mi vida. Yo le
contaba algunas cuestiones personales, pero obviamente no le decía toda la
verdad, pues le había comentado que me había salido de mi casa debido a mi
espíritu de independencia, por lo que quería abrirme paso en la vida por mí misma.
No
le había preguntado su edad, pero le calculaba unos cuarenta años, lo que me
indicaba que era todo un hombre de mundo que sabía tratar a las mujeres, cosa
que comprobé cuando sin darme cuenta, comencé a platicarle de mis sueños e
ilusiones que tenía yo de mi futuro; claro que no dejaban ser sueños, pues
debido a mi terrible secreto, sabía perfectamente que jamás iba a poder lograr
lo que yo más anhelaba: una vida normal.
En
las posteriores citas, él notaba que de repente me ponía triste cuando hablaba
del futuro, pero respetuoso que era, jamás me preguntaba el por qué.
Aun
así, era yo completamente feliz.
Y
cuando me besó por primera vez, supe lo que era el amor.
Él,
por su parte, jamás hablaba del futuro, pero a mí eso no me importaba pues lo
único que ocupaba mi mente era vivir el presente.
Siempre
y cuando fuera con mi amado Michael.
Yo
misma me daba cuenta que la felicidad me salía por todos los poros de mi
cuerpo, pues incluso había vuelto a frecuentar a mis antiguas amistades, las
cuales al principio me aceptaron a regañadientes, pero al darse cuenta que
seguía siendo la misma persona que antes, me admitieron de regreso.
Incluso
ellas mismas se daban cuenta que ahora estaba enamorada; me preguntaban de mi
relación con Michael poniendo ojos ensoñadores cuando les platicaba la manera
como él me trataba y lo disfrutaban, pues notaban que nuestro amor era sincero;
ni yo lo buscaba por su dinero, ni él me buscaba para una aventura, pues hasta
la fecha no habíamos hecho el amor todavía.
Pero
había algo mucho más importante.
El
monstruo no había vuelto a aparecer.
Había
notado con alivio que, aparte de los días en que sentía que la furia se
apoderaba de mí y que el monstruo aparecía, invariablemente en las noches de
luna llena era cuando sufría mi transformación, pero desde que me hice novia de
Michael, ni siquiera en esas fatídicas ocasiones había surgido la bestia.
Pensaba
que el amor es tan fuerte que podía curarlo todo.
Incluso
hasta las cosas que parecen salidas del infierno.
Pero
desgraciadamente, este amor tenía que experimentar algo más.
Nuestro
noviazgo había durado casi un año por lo que, para celebrarlo, Michael me
invitó a cenar en el restaurante más exclusivo de la ciudad; después de
disfrutar los finos platillos, salimos tomados de la mano, felices de estar
juntos.
Era
casi la medianoche, por lo que caminamos un par de calles en medio de la
soledad nocturna, pues Michael me había comentado que como había llegado un
poco tarde, no había alcanzado lugar en el estacionamiento del establecimiento.
Para
llegar al coche de mi amado, teníamos que cruzar un oscuro callejón, al final
del cual se veían un par de sombras lo cual hizo que inexplicablemente sintiera
miedo, pero sin dejar de apretar la mano de Michael, seguimos caminando.
Mi
presentimiento se hizo realidad.
Cuando
llegamos a las sombras, vimos que eran dos tipos mal encarados que nos miraban
de manera desafiante; al intentar pasar junto de ellos, nos cortaron el paso
diciendo:
-¡Miren
a los noviecitos!, seguramente tendrán algo bueno que nos puedan dar-.
Michael
caballerosamente se paró frente a los delincuentes, cubriéndome de forma protectora
y preguntó tranquilamente:
-¿Nos
pueden dejar pasar por favor?-.
Los
malhechores comenzaron a reírse y uno de ellos sacando una navaja, exclamó:
-¡Estás
loco viejo; vamos a quitarles todo lo que tengan!-.
Mi
amado sonrió y con su acostumbra seguridad, simplemente contestó sonriendo:
-Ustedes
no quieren hacer eso-.
Los
tipos se vieron el uno al otro sorprendidos, hasta que el más peligroso de
ellos, gritó:
-¿Sabes
algo viejo? Nos vamos a llevar todo tu dinero y hasta a tu noviecita para
divertirnos con ella-.
Y
metió la mano en la cintura para intentar sacar una pistola.
Fue
más de lo que pude soportar.
No
toleraba que le hablaran así al amor de mi vida y peor aún, que intentaran
hacerle daño.
Empecé
a temblar, primer aviso de que el monstruo comenzaba a despertar y mientras los
ladrones discutían con Michael, sonidos guturales comenzaban a salir de mi
garganta.
Cuando
el tipo quiso apuntar con el arma hacia él, el primer rugido salió de mi boca.
Los
tres voltearon sorprendidos hacia mí.
Pudieron
ser testigos de cómo mi cuerpo comenzaba a crecer mientras mi ropa se hacía
trizas; con horror contemplaron como toda mi anteriormente femenina figura se
llenaba de pelo obscuro, mientras las uñas y los colmillos sobresalían de mis
garras y hocico respectivamente.
Los
bandidos, completamente paralizados por el terror, solo abrían desmesuradamente
los ojos mientras presenciaban mi infernal transformación; cuando el de la
pistola quiso reaccionar y trató de levantar la pistola para disparar, brinqué
pasando velozmente al lado de Michael, para caerle encima.
De
hecho, me arrojé sobre de los dos ladrones.
Fue
una orgía de sangre, pues utilicé garras y dientes con ellos, hasta que ya no
se movieron más.
Una
vez que terminé mi horrenda obra, los contemplé en el suelo completamente
destrozados, respirando entrecortadamente.
Poco
a poco sentí como el monstruo comenzaba a desaparecer.
Caí
de rodillas en el suelo y comencé a llorar.
No
por los tipos a los cuales había despedazado, sino porque ahora Michael conocía
mi obscura naturaleza.
Levanté
tímidamente mi mirada para verlo.
Él
solo me observaba, con una mirada seria y sin emoción alguna en los ojos.
Hasta
que yo comencé a hablar:
-Ahora
ya conoces mi secreto-.
Se
inclinó sobre mí y respetuosamente cubrió mi desnudez con su abrigo para decir
con voz lúgubre:
-Todos
tenemos secretos-.
Intentando
enjuagar mis lágrimas, sin poder seguirlo viendo, pues sabía que lo había
pedido para siempre, solo repliqué:
-Pues
a menos que me digas que eres casado, no tienes un secreto como el mío-.
Él
dijo enigmáticamente:
-¿Sabes
que si no hubieras hecho lo que hiciste, yo hubiera acabado con ellos?-.
Quise
sonreír, pero solo me salió un triste gemido al contestar:
-Eso
es imposible; uno de ellos tenía una pistola-.
Michael
exclamó:
-Yo
también tengo un secreto-.
Lo
miré desde el suelo expectante, por lo que él se inclinó hasta la altura de mi
cara diciendo lentamente:
-Yo
soy un vampiro-.
Y
me dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
Adornada
con unos largos y blancos colmillos.
Me
acarició con ternura mi mejilla y dijo cariñosamente:
-Si
tú guardas mi secreto, yo guardaré el tuyo-.
Me
tomó entre sus brazos para cargarme mientras yo lo abrazaba, llena de amor.
Y
nos perdimos en medio de la noche.
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