Soy
un cuchillo.
Así
es; soy un cuchillo.
Fui
creado por un artesano que se dedicaba a la elaboración de diferentes
artefactos de metal en el sur de México. No sé si mi creador fuera considerado
incluso un artista, pues notaba que cada que la gente entraba a su tienda,
salía maravillada por todos los utensilios que él fabricaba y de donde nadie
salía sin llevarse varios de ellos.
En
mi caso, no sé si me creó con tanto amor que me transmitió algo de su
conciencia, lo cual me permite pensar; no me puedo mover porque soy un objeto
inanimado y no puedo hablar ya que no me hicieron una boca, pero si puedo darme
cuenta de todo lo que pasa a mi alrededor.
Tanto
lo bueno como lo malo.
Me
sentí extremadamente emocionado cuando una joven pareja me compró debido a que
iniciaban su vida marital y estaban amueblando su casa, por lo que necesitaban
todo lo necesario para su cocina.
Esa
fue la mejor etapa de mi vida.
Recuerdo
con placer la ilusión que ambos demostraban al llegar a nuestra nueva casa y
comenzar con su matrimonio, pues como a la señora le gustaba mucho cocinar,
trabajo no me faltaba.
Las
cosas fueron mejorando con el paso del tiempo, pues creo si tuviera ojos,
lloraría al recordar la ocasión cuando mi dueña le avisó a su marido que estaba
embarazada; en esos días solo me utilizaba de vez en cuando pues debido a su
estado, debía llevar una dieta especial. No me molestaba eso en lo más mínimo,
pues lo importante para mí no era ser usado todos los días, pues solo entraba
en acción al preparar los alimentos que le iban a ayudar a traer una nueva vida
al mundo, por lo que me esmeraba en cortar las verduras con pulcritud y tomando
en cuenta que la señora me prefería a mí que a los demás cuchillos con los que
contaba, filo nunca me faltaba.
Cuando
el pequeño llegó a la casa, a él solo le preparaban papillas hechas en la
licuadora, por lo que yo solo era utilizado cuando la ama de casa preparaba una
comida especial para su marido; esperaba con placer el momento en que se la
servía, pues sabía yo que en cuanto ella ponía toda la suculenta comida en la
mesa, inmediatamente me ponía a un lado para que ambos, en medio de risas de
alegría, partían la carne conmigo o cualquier otra cosa que la señora preparara
para la ocasión.
Creo
que incluso llegué a sentir como me transmitían su felicidad cada que me tomaban
por el mango de cerámica con el cual estaba recubierta mi empuñadura.
En
cuanto su hijo creció y comenzó a caminar, acompañaba a su mamá a todas partes,
cocina incluida; ella siempre le advertía mientras preparaba la comida que
jamás debía de tocarme pues era demasiado peligroso para él, pero niño al fin,
en varias ocasiones sentí como entraba y, subiéndose a una silla, estiraba sus
pequeñas manitas para intentar agarrarme; en una ocasión noté con espanto como
sus cálidos dedos me tocaron pero no por el mango sino por la empuñadura; se
escuchó su grito de dolor, mientras un delgado hilo de sangre corría por todo
mi cuerpo de metal. En cuanto la señora oyó los lloridos de su niño,
inmediatamente corrió para ver qué pasaba y cuando vio la mano sangrante del
infante, lo cargó para consolarlo, sin evitar regañarlo debido a su
desobediencia.
Nunca
antes me había sentido tal mal como en esa ocasión, pues fue cuando me di
cuenta que, así como podía provocar placer y ser de utilidad, también podía
causar daño.
Esa
fue toda una revelación para mí.
Afortunadamente
el chiquillo aprendió la lección pues jamás se me volvió a acercar; ni a mí ni
a ninguno de mis compañeros de cocina.
Debido
a lo anterior, seguí a cargo de las cenas especiales, pues la señora siempre me
tuvo a buen resguardo, para el caso de que su hijo volviera a tener curiosidad
acerca de mí.
Pero
las cosas cambiaron; y no para bien.
Al
estar encerrado en la alacena, pude notar que cada vez era menos utilizado,
pues las cenas especiales que la señora le preparaba a su marido se iban
espaciando cada vez más; cuando ella abría la puerta, con ilusión esperaba el
momento de ser utilizado para ayudar en la preparación de una comida
sofisticada, solo para darme cuenta con tristeza que me utilizaba para cortar
alguna fruta o legumbre, lo cual hacía solo porque los otros cuchillos estaban
sucios, dejándome confundido acerca de que estaba pasando.
¿La
señora había encontrado un trabajo por lo que ya no tenía tiempo de prepararle la
cena a su marido?
¿Tendría
alguna enfermedad que le impedía cocinar?
O;
pero aún:
Le
había dejado de interesar la cocina.
No
tardé mucho en darme cuenta del triste motivo de mi poco uso.
Sucedió
que una tarde escuché a la señora entrar a la cocina y como hacía ruidos que me
indicaban que depositaba cosas en la mesa, comencé a emocionarme, pues me
imaginaba que esa tarde si iba a ser ocupado; no me equivoqué, pues a los pocos
minutos fui sacado de mi lugar para ver como ella alegremente comenzaba a
preparar la comida; mi emoción creció al escuchar como mi dueña cantaba con
entusiasmo, anticipando la ocasión para la cual se preparaba.
Estaba
contagiado por su dicha, por lo que traté de hacer mi mejor esfuerzo y cortar
todo lo que me ponía enfrente, terminando mi parte del trabajo cuando ella
comenzó a meter los alimentos en el horno; me lavó concienzudamente y me dejó
escurriendo en el fregadero.
Me
sentía feliz, pues me imaginaba que había ocurrido algo importante en la vida
de la pareja por lo que iba a haber una celebración.
Que
equivocado estaba.
Se
escuchó el timbre de la puerta por lo que mi dueña inmediatamente corrió a
abrir, llenándose el ambiente de alegres risas, pero cuando regresó la señora a
la cocina para comenzar a cargar la comida vi que iba del brazo de un hombre.
El
cual no era su marido.
Entre
los dos cargaron las viandas para dirigirse con ellas al comedor tomándome también
a mí, por lo que pude estar presente durante todo el fatídico evento.
Era
aberrante la manera como la mujer lisonjeaba al desconocido quien, con
arrogante semblante, simplemente sonreía satisfecho al escuchar las palabras de
adulación de la tonta mujer.
Cuando
me utilizaron para partir el plato principal, les juro que lo hice con toda la
furia que pudiera albergar un simple objeto de metal, asqueado de las críticas
que hacía le señora a su ausente marido, quejándose de su falta de atención y
comprensión hacia sus sentimientos, cosa que yo sabía era una completa mentira.
Después
de la opípara cena y dos botellas de vino que consumieron, los impúdicos
amantes comenzaron a besarse de forma desenfrenada, hasta que mi joven dueña
tomó de la mano al atractivo hombre para guiarlo a las habitaciones superiores
de la casa, dejándome abandonado en medio de la mesa, sucio y triste por lo que
había atestiguado.
“Qué
tontos son los seres humanos”, pensé; “Cuando tienen lo más importante en su
vida, simplemente tiran a la basura su propia felicidad”.
Después
de esa ocasión, jamás volví a ser utilizado.
Desde
la alacena donde me guardaba se escuchaban las peleas de la pareja; él le
reclamaba el hecho de tener un amante, cuando siempre la había tratado bien y
le había dado todo lo que le pedía, mientras que ella cínicamente negaba las
acusaciones.
Hubiera
querido tener boca para desmentir sus sucias palabras.
Hasta
que el fin llegó.
Un
par de semanas después de la última pelea, se abrió la gaveta donde yo descansaba
para notar que la señora sacaba con lágrimas en los ojos todo lo que ahí había.
En la mesa de la cocina ya no había nada de utensilios, solo un par de cajas
donde ella repartía los objetos; pensé que unos iban a ser regalados o tirados
a la basura y otros conservados, por lo que esperaba que yo fuera de éstos
últimos.
Cerró
la caja donde me encontraba y un hombre la subió a un camión de mudanzas,
confirmando mi deseo de seguir siendo útil y mientras el vehículo avanzaba, me
preguntaba con quién me iba a quedar, si con el señor o la señora.
Prefería
mil veces quedarme con él.
Seguía
con mis conjeturas al respecto cuando se escuchó un fuerte golpe que hizo que
la caja donde me habían guardado saliera volando junto con las demás hasta caer
en el camino; como era una tarde lluviosa, inmediatamente me hundí en medio del
lodo, mientras varias personas corrían para auxiliar a los humanos que habían
quedado atrapados en los vehículos involucrados en el accidente.
Después
de varias horas, llegaron varios policías y mientras unos revisaban la escena
del accidente, otros recogían todo lo que se había esparcido en el camino.
Recogieron
todas las cosas, menos a mí.
Fue
ahí cuando se acabó mi feliz etapa con esa familia.
No
sé cuánto estuve en el fango; tal vez fueron meses o incluso años, pues sentía
como toda mi estructura se iba llenando de óxido con el paso del tiempo.
Hasta
que sentí que alguien escarbaba arriba de mí.
Cuando
la luz me dio de lleno, fui sacado por unas manos grandes y ásperas; el hombre
que me había tomado me levantó hasta la altura de sus ojos y me contempló largamente.
Como
obviamente no podía hacer nada, simplemente les puedo decir que dicho sujeto me
guardó en un sucio morral para llevarme a su casa; cuando me sacó noté que
estábamos en su sótano, el cual estaba lleno de un sinfín de herramientas y
otros artefactos metálicos cuya función desconocía.
Desgraciadamente,
después me iba a enterar para que servían.
El
repulsivo hombre se dedicó las siguientes dos horas a limpiarme
concienzudamente para después afilarme de manera perfecta; me animó darme
cuenta que después de tanto tiempo en el olvido, iba a tener la hermosa
apariencia con la cual había sido creado.
Una
vez que estuvo satisfecho, el extraño hombre me contempló con una misteriosa
sonrisa en su boca.
Sentí
como si toda la maldad del mundo se proyectara en esos perversos ojos.
Pasaron
varios días, hasta que una noche mi nuevo dueño me sacó del elaborado estuche
donde me había guardado para meterme en su cintura y nos encaminamos a la
calle.
Me
preguntaba a que se dedicaba este sujeto, pues consideraba que no cualquiera le
pone tanta atención a un cuchillo como él lo había hecho; tal vez sería un
famoso cocinero por lo que trabajo no me faltaría.
Jamás
me imaginé cual iba a ser mi nuevo destino.
Después
de caminar varias calles, llegamos a una avenida extremadamente oscura, donde
mi dueño se recargo en una esquina y esperó.
A
los pocos minutos se escucharon pasos que se iban acercando y antes de que
comprendiera la situación, fui sacado de forma veloz de la cintura del hombre,
mientras escuchaba gritos y risotadas de mi dueño.
Y
fue cuando ocurrió.
Fui
incrustado violentamente en el pecho de la persona que se había acercado
momentos antes.
No
puedo describir la sensación repugnante al ser bañado completamente de la
sangre tibia y espesa de la pobre víctima; ignoro por qué, pero conforme la
sangre corría, yo mismo sentía como la vida del pobre hombre se iba
extinguiendo, en medio de gritos de dolor.
Una
vez que cayó al piso, mi dueño me saco de su cuerpo y tranquilamente me limpió
con un trapo que llevaba consigo para guardarme otra vez.
Y
nos alejamos en medio de la noche.
Entendía
poco de la naturaleza humana, pues solo había tenido una dueña, así que siempre
me imaginé que mi función era la de cortar comida para alimentar a las personas.
Jamás
me imaginé que pudiera ser utilizado para acabar con la vida de un ser humano.
Desgraciadamente
no fue la única ocasión.
Tal
vez la muerte en la cual había participado solo había sido una especie de
ensayo, pues la siguiente ocasión que me sacó de mi estuche me di cuenta que
estábamos en el sótano del horrible sujeto, en el cual también se hallaba una
persona amarrada a un poste de madera con la cabeza tapada con una capucha.
Mi
dueño me puso en una mesa donde se encontraban otras herramientas diversas; le
guitó la capucha a su víctima y comenzó a burlarse de él dándole fuertes golpes
con sus manos y pies mientras la otra persona solo gemía de dolor, pues estaba
amordazado.
Cuando
creí que esto era perverso, vino lo peor.
El
psicópata comenzó a tomar las herramientas para torturar a la indefensa
persona; no quiero describir todas las horrendas cosas que le hizo a su cuerpo
y cuando pensé que se había olvidado de mí, fue cuando me tomo entre sus
asquerosos dedos.
Me
había reservado para el terrible final.
Cuando
se acercó al pobre hombre, éste se hallaba al borde del desmayo, debido a las
largas horas de martirio, por lo que mi demente propietario simplemente me
hundió entre sus costillas para repetir esa acción incontables veces.
Una
vez más, me sentí asqueado de haber participado en tal carnicería.
Cuando
el pobre humano finalmente expiró, su victimario comenzó a reír
desaforadamente, produciendo unos ruidos ensordecedores, como salidos del
infierno.
Fui
guardado en mi estuche para la siguiente ocasión.
Para
mi mala fortuna y la de las siguientes víctimas, esas ocasiones se repitieron
más de lo que hubiéramos querido.
Cuando
no era usado por varios días para mi horrible tarea, me preguntaba si estaba
destinado eternamente a causar dolor a las personas.
Tal
vez lo mejor hubiera sido seguir enterrado en medio de la tierra hasta el final
de los tiempos.
Recuerdo
que una ocasión en que mis antiguos dueños me utilizaron para una cena
romántica y después de comer, se sentaron a ver un programa de televisión donde
dijeron una frase que en ese momento no entendía, pero que ahora había podido
comprobar su veracidad:
“Las
armas no son malas; malas son las personas que las usan”.
No;
yo no era culpable del uso que me daba mi pervertido dueño.
Aun
así, eso no me consolaba en lo más mínimo.
Pero
en esta vida nada es eterno; ni siquiera la maldad.
La
siguiente ocasión que fui sacado de mi estuche para cumplir con mi ingrata
tarea, esta vez me sorprendió que los acostumbrados gemidos de nuestras
víctimas se oían diferentes a los anteriores, por lo que con horror noté que
eran sollozos de una mujer.
Había
algo en esos sonidos que me traían viejos recuerdos, pero no atinaba a saber de
qué se trataba.
Cuando
el asesino levantó la capucha de la persona que había atrapado, encontré la
razón.
En
la madera se hallaba amarrada mi antigua dueña, quien al verse liberada comenzó
a llorar desconsoladamente; para provocarse más placer, su captor le quitó la
mordaza por lo que la joven señora comenzó a suplicar por su vida, diciéndole
que no le hiciera daño, pues acababa de reconciliarse con su esposo y pensaba
enmendar los errores de su pasado.
Cuando
escuché eso me dio mucha alegría, pues era bueno saber que mis antiguos dueños
habían decidido darse una segunda oportunidad.
Lástima
que ahora era demasiado tarde para eso.
Ella
seguía tratando de convencer al asesino diciéndole que no quería dejar a su
hijo en la orfandad mientras él solo emitía burlonas risotadas; el hombre
siguió mofándose de las súplicas de su recién capturada presa y para callarla,
me clavó fuertemente al lado de su mano derecha, haciéndole pegar un sobresalto
de angustia.
Mi
dueño caminó a la mesa mientras le explicaba que buscaba con que herramienta
iba a comenzar con su “diversión”.
Ella
volteó a verme y cuando sus ojos comenzaron a brillar, entendí el por qué.
Estiró
su mano tratando de que yo cortara las ataduras que la aprisionaban.
Cómo
hubiera querido yo hacerme más grande para poder contar por completo las
cuerdas; aun así, ella siguió frotando su mano para liberarse, mientras yo
notaba como unos delgados hilos de sangre escurrían por su piel, pues en su
desesperación por soltarse, no le importaba que también su mano fuera cortada.
Desgraciadamente
en ese momento el psicópata regresó con un largo gancho y se lo acercó a unos
centímetros de su cara, por lo que ella se quedó inmóvil sin dejar de llorar.
La
contempló deleitándose con su sufrimiento; me sacó de entre la madera y recorrió
su suave cuello con mi filo provocándole un ligero arañazo en su blanca piel,
mientras le decía todo lo que le pensaba hacer.
Y
fue cuando ocurrió.
Ella
jaló rápidamente su mano, rompiéndose la parte de la cuerda que no había
alcanzado a cortar y me agarró también; el hombre quedó tan sorprendido que
cuando quiso jalarme para que la señora me soltara, ella hizo un giro con sus
dedos y me empujo en el pecho del asesino.
Cómo
me deleité al notar como la sangre de ese monstruo recorría toda mi hoja, hasta
bañar mi empuñadura con su inmunda sangre; el sujeto cayó al suelo, sorprendido
de que su aparentemente débil víctima lo había vencido.
Su
respiración se hizo más tenue hasta que exhaló su último suspiro.
Conmigo
dentro de él.
La
señora emitió sollozos de susto y de alivio y una vez que se recuperó, soltó
sus ligaduras para correr escaleras arriba.
Horas
después bajaron infinidad de policías y personas que revisaban el lugar,
mientras otras más sacaban fotografías del asesino serial, que era como
llamaban a mi último dueño.
Finalmente,
alguien me sacó de su asqueroso cuerpo y me guardó en una bolsa de plástico.
Después
de todo ese horrible episodio, fui relegado a una caja de cartón que fue
depositada en una bodega de la policía durante mucho tiempo.
No
me importaba; después de todo lo que había pasado era mejor estar guardado a
ser utilizado para causar tanto dolor. Me emocionaba el saber que había ayudado
a mi antigua dueña y que, de alguna manera, había contribuido a evitar que un
monstruo como mi antiguo dueño dejara de hacer daño.
Actualmente
me siento contento, pues hace un par de días me sacaron de mi caja y mientras
un policía me contemplaba, otro le preguntaba que iban a hacer conmigo, a lo
que su compañero le contestó que todos los objetos de metal que se habían
utilizado en crímenes se iban a donar a una fábrica que se dedica a fundirlos
para hacer instrumental hospitalario, principalmente para médicos ginecólogos.
Eso
es algo que da mucho gusto, después de haber creado tanta muerte.
Ahora
voy a ayudar a crear vida.
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