viernes, 15 de mayo de 2020

EL ARMA DEL ASESINO



            Soy un cuchillo.
            Así es; soy un cuchillo.
            Fui creado por un artesano que se dedicaba a la elaboración de diferentes artefactos de metal en el sur de México. No sé si mi creador fuera considerado incluso un artista, pues notaba que cada que la gente entraba a su tienda, salía maravillada por todos los utensilios que él fabricaba y de donde nadie salía sin llevarse varios de ellos.
            En mi caso, no sé si me creó con tanto amor que me transmitió algo de su conciencia, lo cual me permite pensar; no me puedo mover porque soy un objeto inanimado y no puedo hablar ya que no me hicieron una boca, pero si puedo darme cuenta de todo lo que pasa a mi alrededor.
            Tanto lo bueno como lo malo.
            Me sentí extremadamente emocionado cuando una joven pareja me compró debido a que iniciaban su vida marital y estaban amueblando su casa, por lo que necesitaban todo lo necesario para su cocina.
            Esa fue la mejor etapa de mi vida.
            Recuerdo con placer la ilusión que ambos demostraban al llegar a nuestra nueva casa y comenzar con su matrimonio, pues como a la señora le gustaba mucho cocinar, trabajo no me faltaba.
            Las cosas fueron mejorando con el paso del tiempo, pues creo si tuviera ojos, lloraría al recordar la ocasión cuando mi dueña le avisó a su marido que estaba embarazada; en esos días solo me utilizaba de vez en cuando pues debido a su estado, debía llevar una dieta especial. No me molestaba eso en lo más mínimo, pues lo importante para mí no era ser usado todos los días, pues solo entraba en acción al preparar los alimentos que le iban a ayudar a traer una nueva vida al mundo, por lo que me esmeraba en cortar las verduras con pulcritud y tomando en cuenta que la señora me prefería a mí que a los demás cuchillos con los que contaba, filo nunca me faltaba.
            Cuando el pequeño llegó a la casa, a él solo le preparaban papillas hechas en la licuadora, por lo que yo solo era utilizado cuando la ama de casa preparaba una comida especial para su marido; esperaba con placer el momento en que se la servía, pues sabía yo que en cuanto ella ponía toda la suculenta comida en la mesa, inmediatamente me ponía a un lado para que ambos, en medio de risas de alegría, partían la carne conmigo o cualquier otra cosa que la señora preparara para la ocasión.
            Creo que incluso llegué a sentir como me transmitían su felicidad cada que me tomaban por el mango de cerámica con el cual estaba recubierta mi empuñadura.
            En cuanto su hijo creció y comenzó a caminar, acompañaba a su mamá a todas partes, cocina incluida; ella siempre le advertía mientras preparaba la comida que jamás debía de tocarme pues era demasiado peligroso para él, pero niño al fin, en varias ocasiones sentí como entraba y, subiéndose a una silla, estiraba sus pequeñas manitas para intentar agarrarme; en una ocasión noté con espanto como sus cálidos dedos me tocaron pero no por el mango sino por la empuñadura; se escuchó su grito de dolor, mientras un delgado hilo de sangre corría por todo mi cuerpo de metal. En cuanto la señora oyó los lloridos de su niño, inmediatamente corrió para ver qué pasaba y cuando vio la mano sangrante del infante, lo cargó para consolarlo, sin evitar regañarlo debido a su desobediencia.
            Nunca antes me había sentido tal mal como en esa ocasión, pues fue cuando me di cuenta que, así como podía provocar placer y ser de utilidad, también podía causar daño.
            Esa fue toda una revelación para mí.
            Afortunadamente el chiquillo aprendió la lección pues jamás se me volvió a acercar; ni a mí ni a ninguno de mis compañeros de cocina.
            Debido a lo anterior, seguí a cargo de las cenas especiales, pues la señora siempre me tuvo a buen resguardo, para el caso de que su hijo volviera a tener curiosidad acerca de mí.
            Pero las cosas cambiaron; y no para bien.

            Al estar encerrado en la alacena, pude notar que cada vez era menos utilizado, pues las cenas especiales que la señora le preparaba a su marido se iban espaciando cada vez más; cuando ella abría la puerta, con ilusión esperaba el momento de ser utilizado para ayudar en la preparación de una comida sofisticada, solo para darme cuenta con tristeza que me utilizaba para cortar alguna fruta o legumbre, lo cual hacía solo porque los otros cuchillos estaban sucios, dejándome confundido acerca de que estaba pasando.
            ¿La señora había encontrado un trabajo por lo que ya no tenía tiempo de prepararle la cena a su marido?
            ¿Tendría alguna enfermedad que le impedía cocinar?
            O; pero aún:
            Le había dejado de interesar la cocina.
            No tardé mucho en darme cuenta del triste motivo de mi poco uso.
            Sucedió que una tarde escuché a la señora entrar a la cocina y como hacía ruidos que me indicaban que depositaba cosas en la mesa, comencé a emocionarme, pues me imaginaba que esa tarde si iba a ser ocupado; no me equivoqué, pues a los pocos minutos fui sacado de mi lugar para ver como ella alegremente comenzaba a preparar la comida; mi emoción creció al escuchar como mi dueña cantaba con entusiasmo, anticipando la ocasión para la cual se preparaba.
            Estaba contagiado por su dicha, por lo que traté de hacer mi mejor esfuerzo y cortar todo lo que me ponía enfrente, terminando mi parte del trabajo cuando ella comenzó a meter los alimentos en el horno; me lavó concienzudamente y me dejó escurriendo en el fregadero.
            Me sentía feliz, pues me imaginaba que había ocurrido algo importante en la vida de la pareja por lo que iba a haber una celebración.
            Que equivocado estaba.
            Se escuchó el timbre de la puerta por lo que mi dueña inmediatamente corrió a abrir, llenándose el ambiente de alegres risas, pero cuando regresó la señora a la cocina para comenzar a cargar la comida vi que iba del brazo de un hombre.
            El cual no era su marido.
            Entre los dos cargaron las viandas para dirigirse con ellas al comedor tomándome también a mí, por lo que pude estar presente durante todo el fatídico evento.
            Era aberrante la manera como la mujer lisonjeaba al desconocido quien, con arrogante semblante, simplemente sonreía satisfecho al escuchar las palabras de adulación de la tonta mujer.
            Cuando me utilizaron para partir el plato principal, les juro que lo hice con toda la furia que pudiera albergar un simple objeto de metal, asqueado de las críticas que hacía le señora a su ausente marido, quejándose de su falta de atención y comprensión hacia sus sentimientos, cosa que yo sabía era una completa mentira.
            Después de la opípara cena y dos botellas de vino que consumieron, los impúdicos amantes comenzaron a besarse de forma desenfrenada, hasta que mi joven dueña tomó de la mano al atractivo hombre para guiarlo a las habitaciones superiores de la casa, dejándome abandonado en medio de la mesa, sucio y triste por lo que había atestiguado.
            “Qué tontos son los seres humanos”, pensé; “Cuando tienen lo más importante en su vida, simplemente tiran a la basura su propia felicidad”.
            Después de esa ocasión, jamás volví a ser utilizado.
            Desde la alacena donde me guardaba se escuchaban las peleas de la pareja; él le reclamaba el hecho de tener un amante, cuando siempre la había tratado bien y le había dado todo lo que le pedía, mientras que ella cínicamente negaba las acusaciones.
            Hubiera querido tener boca para desmentir sus sucias palabras.
            Hasta que el fin llegó.
            Un par de semanas después de la última pelea, se abrió la gaveta donde yo descansaba para notar que la señora sacaba con lágrimas en los ojos todo lo que ahí había. En la mesa de la cocina ya no había nada de utensilios, solo un par de cajas donde ella repartía los objetos; pensé que unos iban a ser regalados o tirados a la basura y otros conservados, por lo que esperaba que yo fuera de éstos últimos.
            Cerró la caja donde me encontraba y un hombre la subió a un camión de mudanzas, confirmando mi deseo de seguir siendo útil y mientras el vehículo avanzaba, me preguntaba con quién me iba a quedar, si con el señor o la señora.
            Prefería mil veces quedarme con él.
            Seguía con mis conjeturas al respecto cuando se escuchó un fuerte golpe que hizo que la caja donde me habían guardado saliera volando junto con las demás hasta caer en el camino; como era una tarde lluviosa, inmediatamente me hundí en medio del lodo, mientras varias personas corrían para auxiliar a los humanos que habían quedado atrapados en los vehículos involucrados en el accidente.
            Después de varias horas, llegaron varios policías y mientras unos revisaban la escena del accidente, otros recogían todo lo que se había esparcido en el camino.
            Recogieron todas las cosas, menos a mí.
            Fue ahí cuando se acabó mi feliz etapa con esa familia.

            No sé cuánto estuve en el fango; tal vez fueron meses o incluso años, pues sentía como toda mi estructura se iba llenando de óxido con el paso del tiempo.
            Hasta que sentí que alguien escarbaba arriba de mí.
            Cuando la luz me dio de lleno, fui sacado por unas manos grandes y ásperas; el hombre que me había tomado me levantó hasta la altura de sus ojos y me contempló largamente.
            Como obviamente no podía hacer nada, simplemente les puedo decir que dicho sujeto me guardó en un sucio morral para llevarme a su casa; cuando me sacó noté que estábamos en su sótano, el cual estaba lleno de un sinfín de herramientas y otros artefactos metálicos cuya función desconocía.
            Desgraciadamente, después me iba a enterar para que servían.
            El repulsivo hombre se dedicó las siguientes dos horas a limpiarme concienzudamente para después afilarme de manera perfecta; me animó darme cuenta que después de tanto tiempo en el olvido, iba a tener la hermosa apariencia con la cual había sido creado.
            Una vez que estuvo satisfecho, el extraño hombre me contempló con una misteriosa sonrisa en su boca.
            Sentí como si toda la maldad del mundo se proyectara en esos perversos ojos.
            Pasaron varios días, hasta que una noche mi nuevo dueño me sacó del elaborado estuche donde me había guardado para meterme en su cintura y nos encaminamos a la calle.
            Me preguntaba a que se dedicaba este sujeto, pues consideraba que no cualquiera le pone tanta atención a un cuchillo como él lo había hecho; tal vez sería un famoso cocinero por lo que trabajo no me faltaría.
            Jamás me imaginé cual iba a ser mi nuevo destino.
            Después de caminar varias calles, llegamos a una avenida extremadamente oscura, donde mi dueño se recargo en una esquina y esperó.
            A los pocos minutos se escucharon pasos que se iban acercando y antes de que comprendiera la situación, fui sacado de forma veloz de la cintura del hombre, mientras escuchaba gritos y risotadas de mi dueño.
            Y fue cuando ocurrió.
            Fui incrustado violentamente en el pecho de la persona que se había acercado momentos antes.
            No puedo describir la sensación repugnante al ser bañado completamente de la sangre tibia y espesa de la pobre víctima; ignoro por qué, pero conforme la sangre corría, yo mismo sentía como la vida del pobre hombre se iba extinguiendo, en medio de gritos de dolor.
            Una vez que cayó al piso, mi dueño me saco de su cuerpo y tranquilamente me limpió con un trapo que llevaba consigo para guardarme otra vez.
            Y nos alejamos en medio de la noche.

            Entendía poco de la naturaleza humana, pues solo había tenido una dueña, así que siempre me imaginé que mi función era la de cortar comida para alimentar a las personas.
            Jamás me imaginé que pudiera ser utilizado para acabar con la vida de un ser humano.
            Desgraciadamente no fue la única ocasión.
            Tal vez la muerte en la cual había participado solo había sido una especie de ensayo, pues la siguiente ocasión que me sacó de mi estuche me di cuenta que estábamos en el sótano del horrible sujeto, en el cual también se hallaba una persona amarrada a un poste de madera con la cabeza tapada con una capucha.
            Mi dueño me puso en una mesa donde se encontraban otras herramientas diversas; le guitó la capucha a su víctima y comenzó a burlarse de él dándole fuertes golpes con sus manos y pies mientras la otra persona solo gemía de dolor, pues estaba amordazado.
            Cuando creí que esto era perverso, vino lo peor.
            El psicópata comenzó a tomar las herramientas para torturar a la indefensa persona; no quiero describir todas las horrendas cosas que le hizo a su cuerpo y cuando pensé que se había olvidado de mí, fue cuando me tomo entre sus asquerosos dedos.
            Me había reservado para el terrible final.
            Cuando se acercó al pobre hombre, éste se hallaba al borde del desmayo, debido a las largas horas de martirio, por lo que mi demente propietario simplemente me hundió entre sus costillas para repetir esa acción incontables veces.
            Una vez más, me sentí asqueado de haber participado en tal carnicería.
            Cuando el pobre humano finalmente expiró, su victimario comenzó a reír desaforadamente, produciendo unos ruidos ensordecedores, como salidos del infierno.
            Fui guardado en mi estuche para la siguiente ocasión.
            Para mi mala fortuna y la de las siguientes víctimas, esas ocasiones se repitieron más de lo que hubiéramos querido.
            Cuando no era usado por varios días para mi horrible tarea, me preguntaba si estaba destinado eternamente a causar dolor a las personas.
            Tal vez lo mejor hubiera sido seguir enterrado en medio de la tierra hasta el final de los tiempos.
            Recuerdo que una ocasión en que mis antiguos dueños me utilizaron para una cena romántica y después de comer, se sentaron a ver un programa de televisión donde dijeron una frase que en ese momento no entendía, pero que ahora había podido comprobar su veracidad:
            “Las armas no son malas; malas son las personas que las usan”.
            No; yo no era culpable del uso que me daba mi pervertido dueño.
            Aun así, eso no me consolaba en lo más mínimo.
            Pero en esta vida nada es eterno; ni siquiera la maldad.

            La siguiente ocasión que fui sacado de mi estuche para cumplir con mi ingrata tarea, esta vez me sorprendió que los acostumbrados gemidos de nuestras víctimas se oían diferentes a los anteriores, por lo que con horror noté que eran sollozos de una mujer.
            Había algo en esos sonidos que me traían viejos recuerdos, pero no atinaba a saber de qué se trataba.
            Cuando el asesino levantó la capucha de la persona que había atrapado, encontré la razón.
            En la madera se hallaba amarrada mi antigua dueña, quien al verse liberada comenzó a llorar desconsoladamente; para provocarse más placer, su captor le quitó la mordaza por lo que la joven señora comenzó a suplicar por su vida, diciéndole que no le hiciera daño, pues acababa de reconciliarse con su esposo y pensaba enmendar los errores de su pasado.
            Cuando escuché eso me dio mucha alegría, pues era bueno saber que mis antiguos dueños habían decidido darse una segunda oportunidad.
            Lástima que ahora era demasiado tarde para eso.
            Ella seguía tratando de convencer al asesino diciéndole que no quería dejar a su hijo en la orfandad mientras él solo emitía burlonas risotadas; el hombre siguió mofándose de las súplicas de su recién capturada presa y para callarla, me clavó fuertemente al lado de su mano derecha, haciéndole pegar un sobresalto de angustia.
            Mi dueño caminó a la mesa mientras le explicaba que buscaba con que herramienta iba a comenzar con su “diversión”.
            Ella volteó a verme y cuando sus ojos comenzaron a brillar, entendí el por qué.
            Estiró su mano tratando de que yo cortara las ataduras que la aprisionaban.
            Cómo hubiera querido yo hacerme más grande para poder contar por completo las cuerdas; aun así, ella siguió frotando su mano para liberarse, mientras yo notaba como unos delgados hilos de sangre escurrían por su piel, pues en su desesperación por soltarse, no le importaba que también su mano fuera cortada.
            Desgraciadamente en ese momento el psicópata regresó con un largo gancho y se lo acercó a unos centímetros de su cara, por lo que ella se quedó inmóvil sin dejar de llorar.
            La contempló deleitándose con su sufrimiento; me sacó de entre la madera y recorrió su suave cuello con mi filo provocándole un ligero arañazo en su blanca piel, mientras le decía todo lo que le pensaba hacer.
            Y fue cuando ocurrió.
            Ella jaló rápidamente su mano, rompiéndose la parte de la cuerda que no había alcanzado a cortar y me agarró también; el hombre quedó tan sorprendido que cuando quiso jalarme para que la señora me soltara, ella hizo un giro con sus dedos y me empujo en el pecho del asesino.
            Cómo me deleité al notar como la sangre de ese monstruo recorría toda mi hoja, hasta bañar mi empuñadura con su inmunda sangre; el sujeto cayó al suelo, sorprendido de que su aparentemente débil víctima lo había vencido.
            Su respiración se hizo más tenue hasta que exhaló su último suspiro.
            Conmigo dentro de él.
            La señora emitió sollozos de susto y de alivio y una vez que se recuperó, soltó sus ligaduras para correr escaleras arriba.
            Horas después bajaron infinidad de policías y personas que revisaban el lugar, mientras otras más sacaban fotografías del asesino serial, que era como llamaban a mi último dueño.
            Finalmente, alguien me sacó de su asqueroso cuerpo y me guardó en una bolsa de plástico.
            Después de todo ese horrible episodio, fui relegado a una caja de cartón que fue depositada en una bodega de la policía durante mucho tiempo.
            No me importaba; después de todo lo que había pasado era mejor estar guardado a ser utilizado para causar tanto dolor. Me emocionaba el saber que había ayudado a mi antigua dueña y que, de alguna manera, había contribuido a evitar que un monstruo como mi antiguo dueño dejara de hacer daño.
            Actualmente me siento contento, pues hace un par de días me sacaron de mi caja y mientras un policía me contemplaba, otro le preguntaba que iban a hacer conmigo, a lo que su compañero le contestó que todos los objetos de metal que se habían utilizado en crímenes se iban a donar a una fábrica que se dedica a fundirlos para hacer instrumental hospitalario, principalmente para médicos ginecólogos.
            Eso es algo que da mucho gusto, después de haber creado tanta muerte.
            Ahora voy a ayudar a crear vida.

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