Miguel
era un adolescente de quince años que siempre se había sentido atraído por lo
macabro; le atraían de manera muy particular todo lo referente a las calaveras.
Usaba ropa negra desde los pies hasta la cabeza; portaba playeras con
estampados de esqueletos en diversas posturas y situaciones; le encantaba en
particular una que tenía dibujado un esqueleto tocando una guitarra fabricada
de huesos humanos. Tenía colguijes y pulseras con figuras de metal en forma de
cráneos; incluso se habría tatuado calaveras en todo su cuerpo si no se hubiera
lo prohibido expresamente su mamá. Le molestaba dicha prohibición, pero sabía
que en cuanto cumpliera la mayoría de edad, el permiso de su progenitora no iba
a ser necesario.
En
la escuela donde estudiaba todo el mundo lo veía raro y le tenía miedo, al
igual que hace toda la gente cuando se encuentran a una persona diferente. Los
estudiantes que lo aborrecían y lo molestaban le habían puesto de apodo “Chico
Calavera”, pero a Miguel lejos de molestarle, le gustaba el sobrenombre con el
cual lo habían bautizado; incluso lo utilizaba con orgullo. Su gusto obsesivo
con los cadáveres humanos descarnados llegaba a tal grado que incluso él mismo
se sentía un esqueleto; era demasiado delgado para su 1.80 de estatura, lo cual
era más notable debido a la ropa entallada que acostumbraba usar. En fiestas y
ocasiones especiales, incluso llegó a maquillarse ligeramente la cara,
utilizando polvo blanco para acentuar el tono ya de por sí pálido de su rostro,
mientras que alrededor de los ojos y bajo los pómulos utilizaba un tono oscuro,
para darse a sí mismo un aspecto cadavérico.
Al
contrario de sus compañeros de estudios, quienes esperaban el día del amor y de
la amistad para salir con sus parejas en turno o la Navidad para festejar con
amigos y familia, la festividad preferida de Chico Calavera era el día de
muertos donde todos, chicos y grandes acostumbran disfrazarse de toda suerte de
seres venidos del más allá: brujas, demonios y por supuesto, esqueletos. Chico
Calavera se pasaba prácticamente todo el año planeando y confeccionando su
disfraz para dicha ocasión tan especial para él; le enorgullecía que cada vez
se superaba a sí mismo, pues utilizaba infinidad de materiales para crear su
vestimenta, por la cual incluso había llegado a ganar concursos de disfraces.
Lo
que nadie sabía era que Miguel llevaba su gusto por seres tan horrendos a tal
extremo que no solo quería parecer una calavera.
Él mismo quería ser
una calavera.
A pesar de sus
extraños gustos, por el hecho de haber sido criado en una familia católica,
sabía que el suicidio era un pecado por lo cual ese camino quedaba descartado;
incluso no deseaba ser un muerto, sino más bien ser una calavera viviente. A
diferencia de los demás chicos de su edad que sueñan con ser un superhéroe, a
Chico Calavera le fascinaba la idea de ser un esqueleto con vida; tal vez de
esa manera los demás lo respetarían, pues en el caso de que alguien lo
molestara, simplemente se quitaría la ropa para mostrar sus huesos y así sus
enemigos huirían despavoridos, mientras él emitiría una risa infernal, la cual
había practicado cientos de veces frente al espejo que tenía en su recámara.
En
una ocasión que asistió a una exposición llamada “Culto a la Muerte”, Chico
Calavera se encontró con un libro llamado “Muertos Vivientes, Demonios y
Esqueletos” por lo que el joven no dudó en comprarlo; sabía que dentro del
texto adquirido encontraría la respuesta a sus deseos ya que pensaba que el
exagerado precio que había pagado por dicho libro, le garantizaba la seriedad
de su contenido.
Esa
noche se dedicó a leer el libro hasta que encontró lo que buscaba: un capítulo
llamado “Como convertirse en un esqueleto viviente”; estudió el conjuro el cual
le indicaba que su cuerpo iba a ser transformado en un esqueleto con excepción
de la cabeza, lo cual le iba bien, ya que así podía burlarse más macabramente
de sus burlones compañeros de estudios, mientras les lanzaba maldiciones.
Sonrió alegremente pues sabía que ya contaba con la mayoría de los ingredientes:
velas negras, tierra de panteón, un cuervo muerto disecado, etcétera; lo demás
le iba a costar más trabajo y dinero conseguirlo, pero al cabo de unos cuantos
días, lo logró.
Lo
único que le incomodaba era esperar tres noches hasta que hubiera luna llena.
Aun así, se sintió feliz
al pensar que pronto haría realidad su más anhelado deseo.
La
siguiente noche de luna llena después de cenar, se retiró a su habitación
mientras sentía que los minutos se alargaban sobremanera hasta la llegada de la
medianoche, hora señalada en el conjuro. Cuando finalmente sus papás se fueron
a dormir y no se escuchaban ruidos en toda la casa, comenzó a sacar su material
y a manera de festejo, se puso su playera preferida de la calavera roquera
tocando la guitarra; terminó los preparativos unos cuantos minutos antes de la
hora fatídica, por lo que emocionado sacó el libro de debajo de su cama,
abriéndolo en el capítulo señalado y comenzó a recitar el conjuro apropiado,
parado en medio de un círculo con un pentagrama alrededor.
Sorprendido
y asustado se dio cuenta que el hechizo comenzaba a surtir efecto; su
habitación se oscurecía a pesar de la brillante luz emanada de las velas negras
que tenía a su alrededor, mientras sentía dentro de su nariz un olor parecido
al azufre, todo adornado con el ruido de sus propios rezos, así como de una
serie de lejanas voces que parecían acompañarlo en sus plegarias. Sintió como
el ambiente se tornaba cada vez más pesado por lo que comenzó a marearse, hasta
que vio como una luz enceguecedora iluminaba la habitación apagando
repentinamente las velas y haciendo estallar el foco del techo.
Así de rápido como
llego la macabra luz, ésta se apagó mientras que las velas volvieron a
encenderse espontáneamente; Chico Calavera intentaba respirar en medio de todo
el humo que había inundado su recámara, hasta que al borde del desmayo salió del
circulo maldito y caminó hacia atrás hasta chocar con su ropero, escuchándose
un violento golpe.
Cuando
Chico Calavera pudo recuperarse completamente, reparó en un hecho muy extraño;
cuando su mano chocó con el ropero se oyó un golpe seco, como si algo duro y
sólido hubiera chocado con el mueble. La mano le quedó sorpresivamente
adolorida aun cuando el impacto no había sido demasiado fuerte, por lo que
presa de un extraño temor, levantó su extremidad y lentamente bajó su mirada
para ver algo horrendo:
¡Su
mano no tenía piel y era solo huesos!
Miguel
intentó asimilar lo que acababa de experimentar; quiso corroborarlo y se quitó
la playera para comprobar que efectivamente se había convertido por completo en
un esqueleto, se tocó el esternón y lo sintió duro, como cualquier superficie
ósea, pero lo más sorprendente de todo es que sentía el contacto de sus manos
sobre su pecho.
Quiso
repetir la carcajada tantas veces ensayada, pero solo le salió una especie de
gruñido; empezaba a sospechar que algo no andaba bien con su reciente
transformación por lo que se acercó rápidamente hacia el espejo de su habitación
y pudo darse cuenta aterrado que la cabeza también estaba hecha solo de huesos.
Comprobó
con espanto que la transformación había salido mal, ya que no esperaba ver su
reflejo en el espejo de esa manera. Quiso gritar de desesperación, pero al no
tener lengua, no pudo articular palabra alguna. Rápidamente se acercó a revisar
el conjuro recién invocado para encontrar una solución a su predicamento, pero
sus falanges solo raspaban las páginas y por lo mismo no podía encontrar lo que
buscaba; tomó una goma de borrar para pasar las páginas y revisó el libro de
principio a fin, tarea que le llevó casi toda la noche. Finalmente, de manera
triste tuvo que hacerse a la idea de que no había manera de corregir lo que
había experimentado; cayó de rodillas en el suelo desconsoladamente sintiendo
un agudo dolor en las mismas al chocar con el suelo. Se tapó la cara con las
manos intentando llorar, pero el hecho de no tener ojos ni lagrimales hacían
imposible su deseo.
No
sabía qué hacer; gemía pensando que, si antes lo habían tratado mal por haber
sido diferente a los demás, ahora se había convertido por completo en un fenómeno
que ocasionaría repulsión a todos los seres humanos. En su afán de convertirse
en una calavera, no había buscado un posible conjuro de reversión, por lo que
estaba prácticamente destinado a verse de esa manera por siempre. Por primera
vez en su vida, contempló de manera seria el suicidio, pero él mismo se daba
cuenta que no era posible matar lo que no estaba vivo.
Pero tampoco sabía si
podía considerarse como un muerto, ya que aun cuando podía ver con las cuencas
vacías de sus ojos y que el aire que entraba por los huecos de en medio de su
cara salía entre sus costillas, sabía que dichas sensaciones no eran las de un
ser viviente.
Sintió
un profundo dolor en el pecho y subió sus huesudas manos hacia el lugar donde
alguna vez tuvo corazón para apoyarlas sobre sí mismo intentando darse
consuelo, pero en el fondo sabía que todo era inútil.
Se
maldijo a sí mismo por el estúpido deseo que acababa de complacer; pensó si
debía ir a refugiarse a alguna cueva lejana como un moderno Frankenstein, pero
no conocía un lugar así y le entristecía abandonar a su familia, quienes aun
cuando nunca lo habían comprendido, jamás lo trataron mal. Se acostó boca arriba
en el suelo para contemplar el techo, mientras pensaba en su amargo destino.
Cada movimiento que hacía provocada un sonido de huesos crujiendo el cual era
cada vez más insoportable; como no podía cerrar los ojos al no tener párpados,
se tapó los hoyos con las manos, sintiendo con molestia el choque de los huesos
de sus dedos contra los de su cráneo. Deseó morir para poder volver a nacer y
de esa manera, hacer las cosas de manera diferente, tomando mejores decisiones,
pero sabía que no podía volver a comenzar y mucho menos regresar el tiempo.
Decidió
salir a las solitarias calles para vagar sin rumbo, no sin dificultad para
abrir la puerta de su casa; iba solo tapado con una enorme gabardina negra, un
sombrero del mismo color y unas botas que al tener correas de material
adherente, pudo abrochárselas a los pies, lo cual no significaba que no tuviera
que caminar lentamente pues con cada paso, dicho calzado amenazaba con salirse
de sus extremidades inferiores.
Comenzó
a llover.
Chico
Calavera pensaba que el cielo estaba tan triste como él y que las gotas de
lluvia eran lágrimas de pesar por el destino del imprudente joven.
Quiso
guarecerse de la tormenta que se acababa de desatar bajo la marquesina de una
tienda, cuando llegó corriendo un transeúnte completamente empapado; llego por
detrás de Chico Calavera, por lo que inocentemente le preguntó:
-Qué
maldita lluvia acaba de caer ¿Verdad?, encima de que salí tarde del trabajo no
puedo llegar a mi casa por el clima-.
Como
la siniestra figura no le contestó, añadió.
-¿Vives
por aquí?-.
Fue
cuando Chico Calavera quiso hablar y se volteó para contestar la pregunta, pero
en cuanto un rayo que cayó en la distancia alumbró su cadavérico rostro, el
recién llegado intentó abrir la boca para decir algo, pero su cara quedó
petrificada del terror. En cuanto reaccionó, en medio de alaridos se fue
corriendo en medio de la lluvia.
Chico
Calavera lo contempló con tristeza mientras corría, solo para darse cuenta de que
en realidad, asustar a las personas no era tan divertido como parecía.
Caminó
tristemente hasta llegar a un restaurante de comida rápida que abría las veinte
y cuatro horas y como ahora ya había comprobado el espanto que provocaba su
apariencia, simplemente se paró en la esquina del negocio, para contemplar la
comida que era exhibida en la vitrina.
Eran
tres pizzas recién hechas, su comida favorita.
Quiso
salivar del gusto, pero era cosa imposible, por lo que se dio cuenta con
desesperación que jamás iba a poder volver a disfrutar de la comida, pues al no
tener órganos internos, no había manera de que pudiera comer y si lo hacía, no
le iba a saber a nada la comida.
Independientemente
de que sin importar lo que comiera, el alimento simplemente caería al suelo.
¿Será
ese su destino de ahora en adelante?
No
podía disfrutar la comida; si quisiera ir a uno de los conciertos que tanto le
agradaban, en cuanto lo viera la audiencia, iban a correr despavoridos; ni
siguiera podía deleitarse con la misma música pues al no tener orejas, los
sonidos le llegaban como apagados y lejanos; de su familia ni hablar, pues
nadie estaría dispuesto a convivir con un esqueleto.
Se
dio cuenta con infinita tristeza que, a partir de esa fatídica noche, se
hallaba completamente solo.
Comenzó
a valorar su antigua vida la cual, a pesar de los altibajos por los que pasan
todos los adolescentes no era tan mala, pues tenía familia y casa; su situación
económica no era tan mala pues prácticamente sus papás le daban para comprar
todo lo que quisiera; tenía pocos amigos, pero sabía que podía contar con ellos
cuando lo necesitara.
Después
de todo, no tenía una mala existencia.
Y
ahora todo eso lo había perdido.
Se
dio la media vuelta y regresó cabizbajo hacia su casa, sin importar la lluvia
que caía torrencialmente sobre de él.
Cuando
llegó a su hogar, trató de tomar la llave de la entrada, pero ésta se le cayó
de las manos y por más que intentó recogerla no pudo, por lo que solo se le
ocurrió brincar la barda, rogándole a todos los santos que sus papás no se
dieran cuenta pues en cuanto lo vieran, seguramente tendrían la misma reacción
que la persona a la que acababa de asustar.
Cuando
saltó al interior de su casa, sus rodillas se doblaron y cayó estrepitosamente
en el duro cemento, sintiendo como todo el dolor del mundo lo atormentaba.
Se
dio cuenta con preocupación que, a causa de no tener piel, eran sus huesos los
que recibían directamente el impacto de cada golpe. Si eso no fuera suficiente,
notó asustado que uno de sus brazos se le había zafado y estaba como a cinco
centímetros de él; lo contempló unos momentos, cuando el brazo comenzó a
moverse por sí solo, hasta volver a unirse a su adolorido cuerpo.
Una
vez más comprobó que ni la muerte lo podía liberar de la maldición que él mismo
se había provocado.
Afortunadamente
pudo llegar a su recamara en medio del sigilo, por lo que en cuanto entró a su
habitación se quitó trabajosamente sus ropas para una vez más, dejarse caer en
el suelo boca arriba.
Quería
gritar, pero no podía.
Quería
llorar, pero no podía.
Simplemente
se tapó las cavidades donde anteriormente tuvo ojos y guardó silencio.
Siguió
en esa posición hasta que no supo más de él.
Chico
Calavera recuperó la conciencia cuando sintió los rayos del sol que entraban
por su ventana y le daban directamente sobre su pecho desnudo, provocándole una
molesta sensación de ardor, abrió los ojos y se sintió momentáneamente
enceguecido por la luz solar, por lo que subió sus manos para frotárselos,
mientras sus labios musitaban un “Maldita sea”, producto de la desolación que
aún sentía por lo ocurrido la noche anterior.
De
repente, empezó a reflexionar sobre lo que acababa de hacer; sus párpados se
abrieron, su piel se quemaba, su boca articulaba palabras. Chico Calavera no lo
podía creer.
Había vuelto a ser un
humano normal.
Se levantó
rápidamente para verse en el espejo y mientras contemplaba su reflejo, con sus
manos comenzó a revisarse su cuerpo; ahí estaba su piel blanca, sus manos
delgadas entre las cuales se marcaba el azul de sus venas; dirigió su mirada
hacia su cara la cual también había regresado a la normalidad. Veía sus ojos,
su nariz que se movía violentamente con cada respiración; su sonrisa traviesa y
lo mejor de todo: el pelo rubio del cual se sentía tan orgulloso.
Chico
Calavera se dio cuenta que la vida le daba otra oportunidad y ahora no pensaba
desaprovecharla. Arrancó todos los posters de esqueletos, sus playeras negras,
colguijes macabros y los envolvió en una sábana, dentro de la cual también
introdujo las velas utilizadas en el pasado conjuro y finalmente tomo el libro
para mirarlo detenidamente; se decidió y lo arrojó con desprecio entre las
demás cosas, todo lo cual pensaba tirar a la basura para jamás volver a saber
nada de esqueletos y calaveras.
¡Qué
preciosa sentía la vida!
Con
una sonrisa en el rostro, decidió que era momento de disfrutar todo lo que
había rechazado del mundo.
Su
sonrisa se hizo más amplia cuando recordó que las cosas siempre pueden ser
peores:
Antes
de adquirir su gusto por las calaveras, sus criaturas más admiradas eran los
zombis necrófagos.
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