domingo, 16 de agosto de 2020

CHICO CALAVERA

 

         Miguel era un adolescente de quince años que siempre se había sentido atraído por lo macabro; le atraían de manera muy particular todo lo referente a las calaveras. Usaba ropa negra desde los pies hasta la cabeza; portaba playeras con estampados de esqueletos en diversas posturas y situaciones; le encantaba en particular una que tenía dibujado un esqueleto tocando una guitarra fabricada de huesos humanos. Tenía colguijes y pulseras con figuras de metal en forma de cráneos; incluso se habría tatuado calaveras en todo su cuerpo si no se hubiera lo prohibido expresamente su mamá. Le molestaba dicha prohibición, pero sabía que en cuanto cumpliera la mayoría de edad, el permiso de su progenitora no iba a ser necesario.

         En la escuela donde estudiaba todo el mundo lo veía raro y le tenía miedo, al igual que hace toda la gente cuando se encuentran a una persona diferente. Los estudiantes que lo aborrecían y lo molestaban le habían puesto de apodo “Chico Calavera”, pero a Miguel lejos de molestarle, le gustaba el sobrenombre con el cual lo habían bautizado; incluso lo utilizaba con orgullo. Su gusto obsesivo con los cadáveres humanos descarnados llegaba a tal grado que incluso él mismo se sentía un esqueleto; era demasiado delgado para su 1.80 de estatura, lo cual era más notable debido a la ropa entallada que acostumbraba usar. En fiestas y ocasiones especiales, incluso llegó a maquillarse ligeramente la cara, utilizando polvo blanco para acentuar el tono ya de por sí pálido de su rostro, mientras que alrededor de los ojos y bajo los pómulos utilizaba un tono oscuro, para darse a sí mismo un aspecto cadavérico.

         Al contrario de sus compañeros de estudios, quienes esperaban el día del amor y de la amistad para salir con sus parejas en turno o la Navidad para festejar con amigos y familia, la festividad preferida de Chico Calavera era el día de muertos donde todos, chicos y grandes acostumbran disfrazarse de toda suerte de seres venidos del más allá: brujas, demonios y por supuesto, esqueletos. Chico Calavera se pasaba prácticamente todo el año planeando y confeccionando su disfraz para dicha ocasión tan especial para él; le enorgullecía que cada vez se superaba a sí mismo, pues utilizaba infinidad de materiales para crear su vestimenta, por la cual incluso había llegado a ganar concursos de disfraces.

         Lo que nadie sabía era que Miguel llevaba su gusto por seres tan horrendos a tal extremo que no solo quería parecer una calavera.

Él mismo quería ser una calavera.

A pesar de sus extraños gustos, por el hecho de haber sido criado en una familia católica, sabía que el suicidio era un pecado por lo cual ese camino quedaba descartado; incluso no deseaba ser un muerto, sino más bien ser una calavera viviente. A diferencia de los demás chicos de su edad que sueñan con ser un superhéroe, a Chico Calavera le fascinaba la idea de ser un esqueleto con vida; tal vez de esa manera los demás lo respetarían, pues en el caso de que alguien lo molestara, simplemente se quitaría la ropa para mostrar sus huesos y así sus enemigos huirían despavoridos, mientras él emitiría una risa infernal, la cual había practicado cientos de veces frente al espejo que tenía en su recámara.

         En una ocasión que asistió a una exposición llamada “Culto a la Muerte”, Chico Calavera se encontró con un libro llamado “Muertos Vivientes, Demonios y Esqueletos” por lo que el joven no dudó en comprarlo; sabía que dentro del texto adquirido encontraría la respuesta a sus deseos ya que pensaba que el exagerado precio que había pagado por dicho libro, le garantizaba la seriedad de su contenido.

         Esa noche se dedicó a leer el libro hasta que encontró lo que buscaba: un capítulo llamado “Como convertirse en un esqueleto viviente”; estudió el conjuro el cual le indicaba que su cuerpo iba a ser transformado en un esqueleto con excepción de la cabeza, lo cual le iba bien, ya que así podía burlarse más macabramente de sus burlones compañeros de estudios, mientras les lanzaba maldiciones. Sonrió alegremente pues sabía que ya contaba con la mayoría de los ingredientes: velas negras, tierra de panteón, un cuervo muerto disecado, etcétera; lo demás le iba a costar más trabajo y dinero conseguirlo, pero al cabo de unos cuantos días, lo logró.

         Lo único que le incomodaba era esperar tres noches hasta que hubiera luna llena.

Aun así, se sintió feliz al pensar que pronto haría realidad su más anhelado deseo.

 

         La siguiente noche de luna llena después de cenar, se retiró a su habitación mientras sentía que los minutos se alargaban sobremanera hasta la llegada de la medianoche, hora señalada en el conjuro. Cuando finalmente sus papás se fueron a dormir y no se escuchaban ruidos en toda la casa, comenzó a sacar su material y a manera de festejo, se puso su playera preferida de la calavera roquera tocando la guitarra; terminó los preparativos unos cuantos minutos antes de la hora fatídica, por lo que emocionado sacó el libro de debajo de su cama, abriéndolo en el capítulo señalado y comenzó a recitar el conjuro apropiado, parado en medio de un círculo con un pentagrama alrededor.

         Sorprendido y asustado se dio cuenta que el hechizo comenzaba a surtir efecto; su habitación se oscurecía a pesar de la brillante luz emanada de las velas negras que tenía a su alrededor, mientras sentía dentro de su nariz un olor parecido al azufre, todo adornado con el ruido de sus propios rezos, así como de una serie de lejanas voces que parecían acompañarlo en sus plegarias. Sintió como el ambiente se tornaba cada vez más pesado por lo que comenzó a marearse, hasta que vio como una luz enceguecedora iluminaba la habitación apagando repentinamente las velas y haciendo estallar el foco del techo.

Así de rápido como llego la macabra luz, ésta se apagó mientras que las velas volvieron a encenderse espontáneamente; Chico Calavera intentaba respirar en medio de todo el humo que había inundado su recámara, hasta que al borde del desmayo salió del circulo maldito y caminó hacia atrás hasta chocar con su ropero, escuchándose un violento golpe.

         Cuando Chico Calavera pudo recuperarse completamente, reparó en un hecho muy extraño; cuando su mano chocó con el ropero se oyó un golpe seco, como si algo duro y sólido hubiera chocado con el mueble. La mano le quedó sorpresivamente adolorida aun cuando el impacto no había sido demasiado fuerte, por lo que presa de un extraño temor, levantó su extremidad y lentamente bajó su mirada para ver algo horrendo:

         ¡Su mano no tenía piel y era solo huesos!

         Miguel intentó asimilar lo que acababa de experimentar; quiso corroborarlo y se quitó la playera para comprobar que efectivamente se había convertido por completo en un esqueleto, se tocó el esternón y lo sintió duro, como cualquier superficie ósea, pero lo más sorprendente de todo es que sentía el contacto de sus manos sobre su pecho.

         Quiso repetir la carcajada tantas veces ensayada, pero solo le salió una especie de gruñido; empezaba a sospechar que algo no andaba bien con su reciente transformación por lo que se acercó rápidamente hacia el espejo de su habitación y pudo darse cuenta aterrado que la cabeza también estaba hecha solo de huesos.

         Comprobó con espanto que la transformación había salido mal, ya que no esperaba ver su reflejo en el espejo de esa manera. Quiso gritar de desesperación, pero al no tener lengua, no pudo articular palabra alguna. Rápidamente se acercó a revisar el conjuro recién invocado para encontrar una solución a su predicamento, pero sus falanges solo raspaban las páginas y por lo mismo no podía encontrar lo que buscaba; tomó una goma de borrar para pasar las páginas y revisó el libro de principio a fin, tarea que le llevó casi toda la noche. Finalmente, de manera triste tuvo que hacerse a la idea de que no había manera de corregir lo que había experimentado; cayó de rodillas en el suelo desconsoladamente sintiendo un agudo dolor en las mismas al chocar con el suelo. Se tapó la cara con las manos intentando llorar, pero el hecho de no tener ojos ni lagrimales hacían imposible su deseo.

         No sabía qué hacer; gemía pensando que, si antes lo habían tratado mal por haber sido diferente a los demás, ahora se había convertido por completo en un fenómeno que ocasionaría repulsión a todos los seres humanos. En su afán de convertirse en una calavera, no había buscado un posible conjuro de reversión, por lo que estaba prácticamente destinado a verse de esa manera por siempre. Por primera vez en su vida, contempló de manera seria el suicidio, pero él mismo se daba cuenta que no era posible matar lo que no estaba vivo.

Pero tampoco sabía si podía considerarse como un muerto, ya que aun cuando podía ver con las cuencas vacías de sus ojos y que el aire que entraba por los huecos de en medio de su cara salía entre sus costillas, sabía que dichas sensaciones no eran las de un ser viviente.

         Sintió un profundo dolor en el pecho y subió sus huesudas manos hacia el lugar donde alguna vez tuvo corazón para apoyarlas sobre sí mismo intentando darse consuelo, pero en el fondo sabía que todo era inútil.

         Se maldijo a sí mismo por el estúpido deseo que acababa de complacer; pensó si debía ir a refugiarse a alguna cueva lejana como un moderno Frankenstein, pero no conocía un lugar así y le entristecía abandonar a su familia, quienes aun cuando nunca lo habían comprendido, jamás lo trataron mal. Se acostó boca arriba en el suelo para contemplar el techo, mientras pensaba en su amargo destino. Cada movimiento que hacía provocada un sonido de huesos crujiendo el cual era cada vez más insoportable; como no podía cerrar los ojos al no tener párpados, se tapó los hoyos con las manos, sintiendo con molestia el choque de los huesos de sus dedos contra los de su cráneo. Deseó morir para poder volver a nacer y de esa manera, hacer las cosas de manera diferente, tomando mejores decisiones, pero sabía que no podía volver a comenzar y mucho menos regresar el tiempo.

         Decidió salir a las solitarias calles para vagar sin rumbo, no sin dificultad para abrir la puerta de su casa; iba solo tapado con una enorme gabardina negra, un sombrero del mismo color y unas botas que al tener correas de material adherente, pudo abrochárselas a los pies, lo cual no significaba que no tuviera que caminar lentamente pues con cada paso, dicho calzado amenazaba con salirse de sus extremidades inferiores.

         Comenzó a llover.

         Chico Calavera pensaba que el cielo estaba tan triste como él y que las gotas de lluvia eran lágrimas de pesar por el destino del imprudente joven.

         Quiso guarecerse de la tormenta que se acababa de desatar bajo la marquesina de una tienda, cuando llegó corriendo un transeúnte completamente empapado; llego por detrás de Chico Calavera, por lo que inocentemente le preguntó:

         -Qué maldita lluvia acaba de caer ¿Verdad?, encima de que salí tarde del trabajo no puedo llegar a mi casa por el clima-.

         Como la siniestra figura no le contestó, añadió.

         -¿Vives por aquí?-.

         Fue cuando Chico Calavera quiso hablar y se volteó para contestar la pregunta, pero en cuanto un rayo que cayó en la distancia alumbró su cadavérico rostro, el recién llegado intentó abrir la boca para decir algo, pero su cara quedó petrificada del terror. En cuanto reaccionó, en medio de alaridos se fue corriendo en medio de la lluvia.

         Chico Calavera lo contempló con tristeza mientras corría, solo para darse cuenta de que en realidad, asustar a las personas no era tan divertido como parecía.

         Caminó tristemente hasta llegar a un restaurante de comida rápida que abría las veinte y cuatro horas y como ahora ya había comprobado el espanto que provocaba su apariencia, simplemente se paró en la esquina del negocio, para contemplar la comida que era exhibida en la vitrina.

         Eran tres pizzas recién hechas, su comida favorita.

         Quiso salivar del gusto, pero era cosa imposible, por lo que se dio cuenta con desesperación que jamás iba a poder volver a disfrutar de la comida, pues al no tener órganos internos, no había manera de que pudiera comer y si lo hacía, no le iba a saber a nada la comida.

         Independientemente de que sin importar lo que comiera, el alimento simplemente caería al suelo.

         ¿Será ese su destino de ahora en adelante?

         No podía disfrutar la comida; si quisiera ir a uno de los conciertos que tanto le agradaban, en cuanto lo viera la audiencia, iban a correr despavoridos; ni siguiera podía deleitarse con la misma música pues al no tener orejas, los sonidos le llegaban como apagados y lejanos; de su familia ni hablar, pues nadie estaría dispuesto a convivir con un esqueleto.

         Se dio cuenta con infinita tristeza que, a partir de esa fatídica noche, se hallaba completamente solo.

         Comenzó a valorar su antigua vida la cual, a pesar de los altibajos por los que pasan todos los adolescentes no era tan mala, pues tenía familia y casa; su situación económica no era tan mala pues prácticamente sus papás le daban para comprar todo lo que quisiera; tenía pocos amigos, pero sabía que podía contar con ellos cuando lo necesitara.

         Después de todo, no tenía una mala existencia.

         Y ahora todo eso lo había perdido.

         Se dio la media vuelta y regresó cabizbajo hacia su casa, sin importar la lluvia que caía torrencialmente sobre de él.

         Cuando llegó a su hogar, trató de tomar la llave de la entrada, pero ésta se le cayó de las manos y por más que intentó recogerla no pudo, por lo que solo se le ocurrió brincar la barda, rogándole a todos los santos que sus papás no se dieran cuenta pues en cuanto lo vieran, seguramente tendrían la misma reacción que la persona a la que acababa de asustar.

         Cuando saltó al interior de su casa, sus rodillas se doblaron y cayó estrepitosamente en el duro cemento, sintiendo como todo el dolor del mundo lo atormentaba.

         Se dio cuenta con preocupación que, a causa de no tener piel, eran sus huesos los que recibían directamente el impacto de cada golpe. Si eso no fuera suficiente, notó asustado que uno de sus brazos se le había zafado y estaba como a cinco centímetros de él; lo contempló unos momentos, cuando el brazo comenzó a moverse por sí solo, hasta volver a unirse a su adolorido cuerpo.

         Una vez más comprobó que ni la muerte lo podía liberar de la maldición que él mismo se había provocado.

         Afortunadamente pudo llegar a su recamara en medio del sigilo, por lo que en cuanto entró a su habitación se quitó trabajosamente sus ropas para una vez más, dejarse caer en el suelo boca arriba.

         Quería gritar, pero no podía.

         Quería llorar, pero no podía.

         Simplemente se tapó las cavidades donde anteriormente tuvo ojos y guardó silencio.

         Siguió en esa posición hasta que no supo más de él.

        

         Chico Calavera recuperó la conciencia cuando sintió los rayos del sol que entraban por su ventana y le daban directamente sobre su pecho desnudo, provocándole una molesta sensación de ardor, abrió los ojos y se sintió momentáneamente enceguecido por la luz solar, por lo que subió sus manos para frotárselos, mientras sus labios musitaban un “Maldita sea”, producto de la desolación que aún sentía por lo ocurrido la noche anterior.

         De repente, empezó a reflexionar sobre lo que acababa de hacer; sus párpados se abrieron, su piel se quemaba, su boca articulaba palabras. Chico Calavera no lo podía creer.

Había vuelto a ser un humano normal.

Se levantó rápidamente para verse en el espejo y mientras contemplaba su reflejo, con sus manos comenzó a revisarse su cuerpo; ahí estaba su piel blanca, sus manos delgadas entre las cuales se marcaba el azul de sus venas; dirigió su mirada hacia su cara la cual también había regresado a la normalidad. Veía sus ojos, su nariz que se movía violentamente con cada respiración; su sonrisa traviesa y lo mejor de todo: el pelo rubio del cual se sentía tan orgulloso.

         Chico Calavera se dio cuenta que la vida le daba otra oportunidad y ahora no pensaba desaprovecharla. Arrancó todos los posters de esqueletos, sus playeras negras, colguijes macabros y los envolvió en una sábana, dentro de la cual también introdujo las velas utilizadas en el pasado conjuro y finalmente tomo el libro para mirarlo detenidamente; se decidió y lo arrojó con desprecio entre las demás cosas, todo lo cual pensaba tirar a la basura para jamás volver a saber nada de esqueletos y calaveras.

         ¡Qué preciosa sentía la vida!        

         Con una sonrisa en el rostro, decidió que era momento de disfrutar todo lo que había rechazado del mundo.

         Su sonrisa se hizo más amplia cuando recordó que las cosas siempre pueden ser peores:

 

         Antes de adquirir su gusto por las calaveras, sus criaturas más admiradas eran los zombis necrófagos.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario