domingo, 2 de agosto de 2020

SOMBRAS EN LA OSCURIDAD



            Espero que en esta casa me vaya mejor que en la anterior.

            Era bastante desagradable tener que soportar fiestas cada tercer día por parte de los propietarios, unos profesionistas que rondaban los treinta años de edad a quienes les encantaba reunirse con supuestos amigos a los que solo utilizaban como posibles clientes de su negocio de ventas.

            Lo que sucede es que por lo regular prefiero la tranquilidad, por lo que la música estridente, gritos de los invitados e incluso sus pleitos, llegaron a hartarme.

            Eso lo disfrutaba en el pasado.

            Cuando estaba vivo.

            Sí; porque actualmente soy un alma en pena que está condenada a compartir su extraña existencia rodeada de seres humanos que desgraciadamente, no saben aprovechar su vida.

            No me pregunten como llegué a esta situación porque ni yo mismo lo sé; lo único que recuerdo es que “desperté”, por decirlo de alguna manera, en una casa abandonada en la que habité durante mucho tiempo. ¿Cuánto? En mi condición el tiempo y el espacio son relativos y no se tiene conciencia de esos conceptos que tanto afligen a los vivos. Tengo algunos vagos recuerdos de mi vida en la Tierra, pero por más que devano mis sesos no encuentro el motivo por el cual no me fui al cielo o, incluso al infierno; tal vez cometí un crimen tan horrible que ni siquiera el Diablo me acepta en su reino.

            Como en la vida normal, en el inframundo también existen reglas; nadie me las dijo ni tengo un reglamento en mis transparentes manos, simplemente las sé. No podemos interactuar con los vivos a menos que se nos dé la orden. Todavía no entiendo ese aspecto, pues al principio me imaginaba que solo podía manifestarme en presencia de personas malvadas, pero en otras ocasiones he tenido contacto con gente común y corriente; ha habido ocasiones en las que sin que yo haga algo, algunas personas, principalmente niños, advierten de mi presencia. Recuerdo que cuando estaba vivo había escuchado historias de gente que tiene la facultad de comunicarse con los muertos; en el caso de los pequeños, ahora compruebo su nivel de percepción, pues en muchas ocasiones me han tomado como su “amigo imaginario”.

            Siguiendo con el inicio de mi historia, después de mucho tiempo de habitar la casa abandonada, me di cuenta con tristeza que unos hombres llegaron con la intención de derribarla; obviamente no me pidieron permiso por lo que en los días subsecuentes pude ver como la casa iba cayendo a pedazos hasta que de repente, aparecí en otro lugar. He estado en infinidad de casas, algunas grandes, otras pequeñas e incluso en otros países; los idiomas no son importantes, pues automáticamente puedo entender lo que la gente dice e incluso leer su escritura. Si de vivo hubiera tenido la oportunidad de transportarme a voluntad de un espacio físico a otro, entendiendo todo en su totalidad, hubiera sido maravilloso.

            Pero en estas circunstancias, nada de eso tiene importancia.

            En la mayoría de ocasiones en que he recibido la orden de hacerme presente, han sido cosas sencillas; produzco algunos sonidos extraños, muevo un poco los muebles o me materializo como una oscura sombra para pasar rápidamente detrás de alguna persona. Algunas veces las personas se han asustado hasta el grado de abandonar su morada, pero en otras, llegan a acostumbrarse a mi compañía, pues incluso han llegado a adoptarme, tomándome como un miembro más de la familia; eso me agrada, pues en esas situaciones ellos respetan mi espacio, mientras que yo solo realizo algunas manifestaciones inofensivas.

            Pero hubo otros momentos más extremos.

            Recuerdo con una insana satisfacción cuando estuve la casa de un tipo de aspecto siniestro y extremadamente solitario del cual al inicio no recibí orden de asustar, por lo que simplemente lo ignoré.

            Hasta que conocí sus sucios secretos.

            Salía por las noches a otra propiedad que también poseía y donde se dedicaba a torturar personas que previamente secuestraba; en cuanto recibí la orden, les juro que realicé mi tarea lo mejor que pude, pues encontré en nuestra casa un enorme baúl donde guardaba todos los “recuerdos” de sus fechorías, desde ropa, mechones de cabellos e incluso fotografías que se había sacado él mismo al momento de asesinar a sus pobres víctimas; con esa información en mis manos, pude aterrarlo haciéndole creer que eran los espíritus de las personas que había asesinado, los cuales ahora regresaban buscando venganza. El tipo, al borde de la locura, se fue corriendo a confesar todos sus crímenes a la policía.

            Todavía de vez en cuando recibo la orden de visitarlo en su celda.

 

            Esa es la existencia que llevo desde hace tanto que ya hasta me acostumbré a mi nueva condición.

            Sé que hay muchos más como yo, pero no tengo contacto con ellos, solo sé que existen.

            Y eso me hace sentirme extremadamente solo.

            Por eso me gusta acercarme a los niños, pues ellos, dentro de su inocencia me aceptan sin asustarse; esa es la única manera como me puedo comunicar con otros seres y agobiar un poco mi soledad.

            Por las noches en las que, por lo regular, la casa que habito se halla en competo silencio, me siento en medio de la oscuridad a reflexionar; si cometí un pecado tan grande que tengo que seguir así, me gustaría saber cuándo se va a terminar mi castigo; si, por el contrario, soy tan valioso que tengo que seguir en este “trabajo”, me gustaría saber cuándo me voy a jubilar.

            Desgraciadamente no hay quien me lo diga.

            A veces me siento tan cansado que si fuera un ser vivo, ya hubiera buscado la manera de irme de este mundo, pero dado que estoy atrapado entre dos dimensiones, no sé cómo escapar de esta prisión.

            Trato de evitar esos pensamientos deprimentes, explorando la nueva casa a la que he llegado actualmente; de momento no hay nadie, por lo que me imagino que sus ocupantes están de viaje; me encontré un documento en la mesa de la sala que tiene escrita la fecha del día siguiente, por lo que en poco tiempo conoceré a mis compañeros de convivencia.

            Espero que sean personas agradables.

 

            Finalmente conocí a mis compañeros de vivienda; es una señora joven llamada Margarita, la cual por lo que comenta es madre soltera, pero que gracias a su trabajo ha podido salir adelante. Por su parte su hija, una preadolescente de 12 años de edad llamada Erika, también se ve agradable al igual que su madre, pues se nota inmediatamente que se llevan bien y que se quieren mucho.

            Creo que aquí voy a estar a gusto.

            O al menos eso es lo que pensaba al principio.

            Durante el transcurso del día, los fantasmas también convivimos con los vivos, pero es tan ajetreada su forma de vida que no nos toman en cuenta; puedes cruzarte con alguno de nosotros en la calle, vernos asomarnos por las ventanas de las casas o incluso, puedes sentarte junto a nosotros en el transporte público.

            Nadie te asegura que la persona que te sonríe en la calle está viva.

            O muerta.

            Con todo, preferimos la noche, pues es cuando podemos vagar por las casas que habitamos o incluso en las grandes ciudades a nuestro entero placer; algunos han sido captados en fotografías o en videos; eso es debido a las órdenes que se les han dado o lo hacen simplemente para recordarle a los seres humanos que estamos ahí, entre las sombras.

            La mejor manera de entender la vida es saber que algún vas a morir.

            Desgraciadamente, la mayoría no se ha dado cuenta de eso y por eso destruyen sus propias vidas.

            En mi caso en particular, he empezado a congeniar con las mujeres que comparten su casa conmigo; me imaginaba que iba a ser así. Han comenzado a notar que hay algo raro en la casa a la que llegaron, pero lo toman con humor.

            No tardarán en hacerme sentir como si fuera parte de la familia.

            La vida de esta pequeña familia es tranquila, pues la señora Margarita se dedica principalmente a su trabajo y cuando está en la casa se ocupa en la limpieza de la misma, por lo que los pocos momentos libres que tiene, los dedica a Erika, llevándola a comer fuera o al cine; por parte de la niña, como cualquier chiquilla de su edad vive enfocada a sus estudios, pero sin dejar de lado su pequeño grupo de amigos quienes, al ser de la misma edad, conviven muy bien con ella. De hecho, su compañía es la que más me gusta, pues, por un lado, es el ser humano que más tiempo está en nuestra casa y por el otro lado, me acepta muy bien, pues después del poco temor que me tuvo al escuchar ruidos extraños en la casa, me considera una especie de confidente; platica conmigo todas las noches y aun cuando no puedo contestarle, me da mucho gusto notar que me toma en cuenta.

            Creo que he empezado a apreciarla, por lo que no me gustaría que nada cambiara mi actual situación.

            Pero los vivos son impredecibles, por lo que las cosas desgraciadamente cambiaron.

 

            Como la señora Margarita tiene muy bonita apariencia, no le falta compañía masculina, hasta que en una ocasión comenzó a incluir en sus conversaciones un nombre en particular, por lo que su hija y yo nos dimos cuenta que había una relación en puerta, cosa que confirmamos días después cuando su mamá comentó que estaba enamorada. Erika inmediatamente la felicitó, pero noté un brillo extraño en su mirada lo cual al principio achaqué a los normales celos que tienen los niños acerca del afecto de sus padres, cuando consiguen una nueva pareja.

            Después pude darme cuenta del verdadero motivo.

            A los dos días de la noticia romántica, la señora anunció que llevaría a su nueva pareja a cenar a la casa, por lo que le recomendaba a su hija que se esmerara en tratarlo bien, pues según ella, “esto era el inicio de algo hermoso”.

            La chiquilla se arregló lo más que pudo para dar una buena imagen al compañero de su mamá y cuando estaba terminando de peinarse en su habitación, escucho la voz de la señora Margarita llamándola; inmediatamente los dos salimos de su recámara para conocer al recién llegado y cuando lo vimos, estoy seguro que pensamos lo mismo.

            Su apariencia era aterradora.

            No me refiero a su vestimenta, pues estaba pulcramente vestido con un traje de diseñador que le sentaba perfectamente a su atlética figura; su cabello tenía un corte impecable que adornaba su atractivo rostro y cuando se movió con una sonrisa que mostraba su blanca dentadura, el ambiente se llenó con el suave aroma de una fina loción.

            No; no era su físico lo que daba miedo.

            Era su mirada.

            Como he dicho antes, las personas, hasta antes de llegar a la adolescencia, son muy perceptibles, pues pueden notar cosas que los adultos no. El problema es que no siempre saben interpretar lo que perciben, por lo que pueden caer en situaciones de riesgo sin darse cuenta.

            En este caso, al parecer Erika sí se dio cuenta, pues inmediatamente se quedó congelada al pie de la escalera contemplando al recién llegado, mientras yo me acercaba a él para poder analizarlo más a fondo.

            A pesar de su atrayente apariencia, sus ojos dejaban ver una maldad que parecía salir desde el mismo fondo de su alma; parecía como una serpiente la cual, puede parecer fascinante e incluso hermosa, pero no por eso deja de ser extremadamente peligrosa.

            Y en este caso, así era.

            Erika, animada por su mamá, se acercó al hombre y le estiró su pequeña mano para saludarlo, cosa que aprovechó el hombre para envolverla en un fuerte abrazo, el cual se me figuró como cuando un animal aprisiona su presa hasta saciarse de ella.

            La niña se separó de forma incómoda, mostrando un rictus de repulsión, el cual solo yo noté, mientras la señora se deshacía en adulaciones hacia el nuevo visitante.

Pasaron los tres a la mesa, siempre seguidos por mí, pues en el ambiente sentía un ambiente de diabólico peligro que me hacía sentir una opresión en el pecho, cosa prácticamente increíble, pues desde que estaba muerto, jamás había sentido algo así.

En cuanto la chica terminó sus alimentos, inmediatamente le pidió permiso a la señora Margarita para retirarse, quien le contestó de manera distraída, por lo que la chiquilla corrió escaleras arriba para refugiarse en su recámara, dejando a los enamorados a solas en la sala.

Yo me quedé contemplando la amorosa escena, tratando de obtener más datos del extraño hombre, pero por más que lo intentaba, no recibía ninguna señal.

Preferí dejar el examen para después y me retiré, pensando que después de todo, en su afán de no estar sola y suplir la falta de padre de Erika, la señora Margarita se la pasaba buscando compañía masculina ocasionando que ninguna de sus relaciones durara, por lo que lo más probable era que esta tampoco lo hiciera.

Pero estaba equivocado.

 

Alan, como se llamaba el sujeto, se volvió asiduo a nuestra casa, por lo que casi no había noche en que no llevara a la señora Margarita de regreso y pasara a cenar o por lo menos quedarse un par de horas, sin olvidar nunca de llevar un pequeño presente para Erika, quien lo aceptaba por educación, pero en cuanto entraba a su recámara, arrojaba el objeto en una caja que tenía en su armario, para jamás volver a tocarlo.

La niña presentía algo, pues evitaba en lo posible la compañía y el contacto con tan repulsivo hombre y cuando éste, falsamente interesado por sus actividades y aficiones le preguntaba algo, ella solo contestaba con monosílabos.

Yo esperaba pacientemente a que el nuevo noviazgo de la señora terminara, pero no había ninguna señal de ello; al contrario, en una ocasión, él soltó un par de palabras enigmáticas acerca de tener un futuro juntos que ocasionaron que a la ingenua mujer se le llenaran los ojos de lágrimas por lo que lo abrazó agradecida de que considerara la idea de cumplir sus sueños de tener una familia completa.

Lo único que me consolaba era el hecho de no haber recibido alguna orden de provocar manifestaciones paranormales, por lo que consideraba que tal vez, después de todo, el tipo era sincero en sus intenciones.

Pero Erika no pensaba lo mismo.

En una ocasión en la cual, cambié de lugar los audífonos de su celular como broma, ella se dio cuenta que no estaban en su lugar de origen y simplemente sonrió.

Y me habló:

-Sé que estás ahí; no sé quién o que seas, pero no creo que seas algo malo-.

Escuchaba atentamente sin provocar ningún movimiento, dejando que siguiera hablando.

-Me imagino que te das cuenta de todo lo que sucede en esta casa; a pesar de que tengo mis dos mejores amigas, a ninguna de ella le he contado de ti y sé que mi mamá tampoco lo ha hecho-. Sonrió traviesa y prosiguió. –Pensarían que estamos locas ¿Verdad?, pero ni siquiera a ellas les he contado lo que te voy a decir-.

Me quedé a la expectativa, hasta que ella borró la sonrisa de su hermoso rostro y dijo gravemente:

-El nuevo novio de mi mamá me da miedo-.

Aun cuando sabía del recelo de la chica hacia el desagradable sujeto, no dejé de sentir angustia dentro de mí por sus palabras; ella volvió a sonreír y preguntó:

-¿Crees que estoy equivocada?-.

Al escuchar esto último, lo único que se me ocurrió fue tocar un collar que tenía colgado en la pared frente a ella y lo moví hacia los lados.

Ella dijo preocupada:

-Sí; sabía que pensabas lo mismo-.

Y se metió entre las frazadas de su cama para intentar dormir.

Toda la noche me la pasé como de costumbre, vagando por toda la casa, pero sin importar donde estuviera, mi mente regresaba a las palabras de Erika; entendía su angustia y me inquietaba pensar en esa situación.

Y había algo más.

Todavía no había recibido la orden de intervenir.

Eso me confundía pues, o era una situación inofensiva o algo mucho más horrendo.

Erika estaba condenada.

 

Dos días después de mi contacto con la chica, la señora Margarita le dijo que iba a ir con Alan a una fiesta, por lo que iba a regresar tarde a lo que ella simplemente le contestó con un resignado “está bien”; después de escuchar las indicaciones de seguridad de la casa, la señora se fue muy alegre a trabajar, dejando a Erika desayunando. Una vez que terminó se dirigió a la puerta, pero antes de salir, dijo alegremente al aire:

-¡Me voy; cuidas la casa y no hagas fiestas mientras no estemos!-.

Y emitiendo sonoras risotadas abandonó el lugar.

Me sentí contento de que me hubiera dicho lo anterior, por lo que traté de quedarme en paz.

El problema era que mientras más transcurrían las horas, en mi interior crecía una angustia indescriptible, como si presintiera que la conclusión de todo se acercara; daba de vueltas por todo el lugar, pero la pesadumbre que me embargaba se negaba a abandonarme.

Ni siquiera me sentí mejor cuando regresó la niña a media tarde; comió y se dedicó a ver videos musicales por horas, tratando de imitar los pasos que veía en la pantalla de su computadora mientras yo la contemplaba embelesado, pues no podía creer que alguien quisiera hacerle daño a una criatura tan agradable e inocente como la jovencita que ahora se movía al compás de la música.

Algo de ella me era familiar, pero no sabía por qué, pues como no podía recordar mi vida pasada, esos pensamientos eran como sueños dentro de mí.

Una vez que la chiquilla se cansó de tanto bailar, se metió al baño para ponerse su pijama y se metió a su cama para dormir, por lo que yo bajé a la sala a esperar a la señora Margarita y verificar que todo había salido bien.

Nunca me imaginé lo que vi a continuación.

Cuando estaban por dar las dos de la madrugada, entraron ambos; ella venía caminando titubeante por lo que noté con espanto que estaba tomada. Sabía que no acostumbraba el alcohol, por lo que por muy mínima que hubiera sido la cantidad consumida, era suficiente para debilitarla.

Mientras Alan por su parte, se veía completamente consciente y lo peor de todo:

Tenía una sonrisa malévola en su cara.

Dejó a la señora Margarita en el sofá y salió para regresar a los pocos minutos con una extraña maleta negra de dónde sacó una pequeña botella cuyo contenido vació en un vaso para dárselo a beber a su novia, la cual, al sentir el repugnante sabor, le preguntó somnolienta:

-¿Qué me estás dando?-.

Él contestó tranquilamente:

-No te preocupes; es una bebida que te va a reanimar-.

Y en cuanto la joven señora bebió, quedó completamente noqueada.

Una vez que Alán comprobó que su nueva pareja estaba fuera de combate, comenzó a soltar insanas risotadas y se dirigió escaleras arriba.

Inmediatamente entendí.

Iba a abusar de Erika.

Lo seguí rápidamente intentando desesperadamente recibir alguna señal de ataque, pero nada ocurría, por lo que sentí como la desesperación se apoderaba de mí y más cuando el tipo se paró frente a la puerta de Erika para abrir suavemente la puerta; intenté adelantarme para mover algún objeto a fin de alertar a la chica, pero con horror noté que no podía lograrlo, por lo que no me quedó más que ser mudo espectador de lo que Alan pretendía, pues de entre sus ropas sacó una larga cuerda y en cuanto llegó a la cama de la chiquilla inmediatamente tapó su boca con una de sus enormes manos y ella, al sentir el violento contacto, abrió los ojos asustada.

La volteó boca abajo casi sentándose sobre de ella, sacó un pañuelo y se lo amarró en la boca con él, para ahogar sus gritos mientras ella intentaba patalear con todas sus fuerzas inútilmente; después, con la cuerda le amarró los brazos y se la echó en los hombros.

Esto último me confundió pues pensaba que, si iba a abusar de ella, lo más lógico era hacerlo ahí mismo.

Tal vez no era un abusador, sino un secuestrador.

¿Pero entonces, que le iba a decir a Margarita cuando se despertara?

Al parecer, no pensaba matar a la señora, pues ya lo hubiera hecho.

A menos que pensara secuestrar a las dos.

Pensaba en todo eso mientras los seguía escaleras abajo, escuchando con angustia los ahogados gemidos de la asustada niña.

Una vez que llegaron a la sala, la depositó descuidadamente en uno de los sillones y jalando su mochila sacó una serie de objetos extraños, tales como velas, figuras de cerámica, un libro antiguo y un enorme cuchillo.

En cuanto los dejó en el suelo, comenzó a desnudarse hasta quedarse en calzoncillos, mostrando en su musculoso torso unas palabras escritas en idioma extraño tatuadas a lo largo y ancho de su dermis.

Algo dentro de mí me indició que dichas palabras eran tan horrendas que ningún ser humano se atrevería a pronunciarlas, de lo mágicas y poderosas que eran.

Ahora lo tenía todo claro.

Alan era un adorador del Diablo.

E iba a realizar un sacrificio en honor al demonio.

Iba a sacrificar a Erika.

El macabro sujeto aventó la mesa del comedor hacia un lado de la habitación y en el desnudo suelo dibujó un enorme pentagrama con un polvo oscuro que sacó de su mochila, mientras yo pensaba desesperadamente que podía hacer para ayudar a las cautivas mujeres.

Pero aún faltaba algo más.

Estaba ensimismado en mis angustiados pensamientos, cuando Alan dijo tranquilamente:

-Espero que te guste el espectáculo que estás a punto de presenciar-.

No entendía a quien le hablaba, hasta que él continuó:

-Sí; te habló a ti, al ánima que habita esta casa-.

Me quedé estupefacto, escuchando sus palabras.

El añadió:

-¿Creíste que no me había dado cuenta de tu presencia? Tengo poderes de los que jamás te hablaron-.

Y riendo burlonamente, finalizó:

            -Sé que eres un alma pura, pero desgraciadamente no hay nada que puedas hacer-.

            La furia se apoderó de mí, pero antes de que pensara en hacer algo, Alan sacó una figura de cerámica de su mochila que asemejaba a un horrendo demonio y la depositó en el suelo; en cuanto el horrible objeto tocó el piso, una extraña debilidad me atacó por lo que me desvanecí en el suelo.

            Él sonrió y dijo:

            -Puedes ver, pero no participar-.

            Tomo el libro entre sus manos y comenzó a recitar lo que contenía, provocando que dos enromes sombras aparecieran en la estancia, mientras se escuchaba un coro infernal de lamentos que anticipaban lo que estaba por venir.

            Las sombras se acercaron y tomaron a Erika entre sus manos para quitarle las cuerdas y acostarla en el centro del círculo; Alan, sin dejar de leer en voz alta las palabras escritas en idioma antiguo, tomó el lago cuchillo y se inclinó sobre la niña, quien lloraba desesperadamente.

            Y yo seguía sin recibir ninguna orden.

            Sentía como una profunda tristeza me invadía, pues ahora pensaba que en realidad no era Dios quien me había puesto en esta dimensión, entre los vivos y los muertos.

            Era el mismo Diablo quien me había mandado aquí para ser parte de este malévolo aquelarre.

            Tal vez había sido una persona tan perversa cuando estaba vivo, que este era mi castigo.

            Me iba a ir al infierno junto con mi querida Erika.

            Alan iba bajando lentamente más y más el arma hacia el pecho de la chiquilla, quien no dejaba de patalear, hasta que ocurrió lo inesperado.

            La niña alcanzó a ver la figura del demonio que me tenía atado al suelo y con un brillo de esperanza en los ojos, lo pateó.

La figura estallo en mil pedazos.

            Sentí como poco a poco recuperaba mis fuerzas.

            Y entonces me abalancé sobre del adorador del demonio.

            No había recibido ninguna orden, por lo que fue mi furia interior la que me permitió arrojarme sobre del diabólico sujeto cayendo los dos al suelo, luchando por el cuchillo.

            Alan, completamente sorprendido, forcejeó conmigo, pero sin soltar el cuchillo, por lo que lo enterró en mi figura; no me podía matar pues yo ya estaba muerto, pero cada cuchillada me provocaba un dolor tan fuerte como si estuviera vivo, minando mis nacientes fuerzas.

            Del techo descendieron dos demonios más para auxiliarlo, por lo que me di cuenta que tenía poco tiempo para actuar, por lo que en medio del atroz dolor que sentía, tomé el cuchillo por la hoja volteándolo para clavarlo en el pecho de mi enemigo.

            El satánico engendro, al sentir como se le hundía el cuchillo, mostró una cara sorprendida, la cual dio pie a dejar de luchar y al soltarme, su cuerpo cayó pesadamente al suelo.

            Las sombras que tenían aprisionada a Erika la liberaron acercándose lentamente a nosotros y cuando el alma de Alan abandonó su cadáver, me contempló asustado exclamando:

            -¡Ayúdame; me dijeron que si no completaba el sacrificio me condenarían al infierno!-.

            Yo simplemente lo ignoré, viendo tranquilamente como las sombras lo tomaban entre sus siniestros brazos y se lo llevaban hacia la oscuridad de la habitación, en medio de los espeluznantes gritos de Alan.

            Miré a donde había caído su cuerpo y pude notar que ahí solo quedaba un humeante montón de cenizas.

            Seguía yo en el suelo, tratando de recuperarme de la impresión, cuando recordé a las mujeres; volteé hacia el sofá y vi que las dos estaban abrazadas, pues Margarita ya se había recuperado de su inconciencia.

            Ambas me miraban fijamente.

            Fue Margarita la que exclamó:

            -Así que tú eres el ánima que habita nuestra casa-.

            Ante de pensarlo, respondí sorprendido de escuchar mi gutural voz:

            -Sí; soy yo-.

            Erika me veía con mirada llena de admiración, que me enterneció hasta lo más profundo y me dijo:

            -Sabía que eras un alma buena-.

            Le sonreí, confundido porque los vivos me pudieran ver; anteriormente ni siquiera yo podía hacerlo, pues movía todas mis extremidades y caminaba, pero no podía ver ninguna parte de mi cuerpo. Ahora, volteé hacia abajo y me daba cuenta que tenía una apariencia semitransparente; contemplé los largos y delgados dedos de mis manos y entonces violentamente lo recordé todo.

            Toda mi vida pasada.

            Como una película en cámara rápida, pasaron por mi mente sucesos de mi existencia; mi niñez, mi adolescencia, cuando me casé, como morí y el dolor de perder a mi familia cuando ocurrió.

            Y lo más importante.

            Tenía una hija de la edad de Erika.

            Me levanté pesadamente y me dirigí a las mujeres que seguían viéndome con afecto.

La niña me preguntó:

-¿Y ahora que va a pasar?-.

Pero antes de que le contestara, noté algo extraño en el techo de la casa.

Les dije:

-No lo sé; pues estoy viendo una luz arriba que me atrae hacia ella-.

Erika dijo emocionada:

-¡Debe ser la luz blanca que te va a llevar al cielo; te lo ganaste por habernos ayudado!-.

Yo contesté confundido:

-La luz no es blanca; es de un color como jamás había visto-.

Margarita dijo seria:

-¿Vas a ir hacia allá?-.

Yo solo exclamé:

-Sea a donde sea que me lleve, tengo que ir-.

Y comencé a caminar hacia el extraño fenómeno; solo alcancé a voltear para decirles:

-Les deseo toda la felicidad del mundo-.

Cuando caminaba hacia la luz, me asaltó una duda que me hizo detenerme:

¿Y si no era el cielo? A pesar de lo sucedido, había violado la ley, pues no había recibido la orden de interferir en la vida terrenal.

Tal vez era la entrada al infierno donde me esperaba mi castigo por haber desobedecido.

Sentía como si lágrimas corrieran por mi cara, pensando que después de todo, el diablo no se había olvidado de mí.

Entonces, suspirando profundamente levanté mi cabeza en todo lo alto para caminar decididamente.

Lo que hubiera detrás de la luz, estaba dispuesto a enfrentarlo.

Había salvado una vida.

Eso es lo único que de verdad importa.


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