Christopher era un adolescente de quince años
que no resaltaría de los demás chicos de su edad si no fuera por su cabello
color rojo encendido, producto de su herencia irlandesa; pertenecía al clan de
los Brennan, quienes, al no encontrar un buen futuro económico en su país de
origen, decidieron venir a establecerse en México para tener una mejor fortuna.
Al
pelirrojo no le molestaba el hecho de ser diferente, a pesar que debido a su
físico se había ganado el mote de Cabeza de Zanahoria, por lo que era más fácil
que sus escasos amigos y compañeros de clase se dirigieran hacia él con ese
apodo que como su nombre real.
Con
todo, Cabeza de Zanahoria llevaba una vida apacible y cómoda, ya que su padre y
tíos habían fundado una empresa de construcción, lo que le permitía a la
familia darle al joven todo lo que materialmente puede desear alguien de su
edad: buena ropa, viajes durante los periodos vacacionales y claro, los
dispositivos electrónicos que todo chico en la actualidad desea poseer.
Cabeza
de Zanahoria no sentía especial afecto por sus raíces irlandesas; escuchaba a
sus parientes hablar con nostalgia de la “Homeland”, que era como llamaban
ellos a la madre patria, pero como el adolescente ya había nacido fuera de
ella, en realidad no podía extrañar nada de eso y la verdad de las cosas era
que tampoco le importaba.
Pero
todo eso estaba a punto de cambiar.
Christopher
conservaba algunos juguetes de su niñez, los cuales tenía acomodados arriba de
su ropero junto con algunos muñecos de peluche que asemejaban personajes de la
cultura irlandesa; peluches que no se había atrevido a desechar para no
decepcionar a sus padres quienes le habían hecho tales obsequios en sus
cumpleaños, alegando que eso formaba parte de sus orígenes por lo que debía de
sentirse orgulloso del lugar de donde había venido la familia original.
Una
tarde que entró apresuradamente a su recámara para cambiarse de ropa y salir
con sus amigos, notó distraídamente la presencia de algo extraño; desde la
imagen de su espejo de medio cuerpo que tenía en su habitación, alcanzó a ver
de reojo que algo se movía arriba de su ropero, pero cuando volteó rápidamente no
vio nada extraño, por lo cual lo atribuyó a las prisas para salir a divertirse
con su pandilla.
Durante
el transcurso de la velada fuera de casa olvidó el incidente, hasta que cuando
llegó por la noche antes de encender la luz, comenzó a escuchar unos pasos muy
tenues; eran los pasos de algo o alguien pequeño, incluso se oían como los
pasos de un niño. Cabeza de Zanahoria se quedó inmóvil intentado ubicar el
origen de dichos sonidos hasta que entre las sombras de la oscuridad alcanzó a
ver una pequeña silueta que corría para esconderse bajo su cama. Sintiendo que
el miedo comenzaba a dominarlo, rápidamente encendió la lámpara que tenía al
lado de su cama y se acercó a su lecho; caminó lentamente mientras sus cabellos
de color rojo furioso se le erizaban en la nuca y se agachó, levantando la
colcha de su cama; tragando saliva, inclinó la cabeza para asomarse debajo del
mueble y cuando poso su mirada en medio de las sombras, suspiró con alivio al
darse cuenta que no había nada fuera del polvo y un par de cajas de zapatos que
guardaba debajo en ese lugar.
Esa
noche no durmió tranquilamente como acostumbraba.
Soñaba
con demonios vestidos a la usanza de los antiguos irlandeses que se reían con
maldad y que lo perseguían incesantemente; pero lo más macabro era que de vez
en cuando se despertaba en medio de la noche para volver a escuchar los
pequeños pasos que ya había percibido con anterioridad. Cuando a las tres de la
mañana volvió a despertar, ya no oyó pasos, sino que escuchó una suave sonrisa
burlona arriba de su ropero; presa del terror, no se atrevió a encender la luz
y mejor tomó una lámpara de mano que tenía guardada en su buró y dirigió el haz
de luz hacia arriba del mueble para iluminar sus juguetes. Cuando pensó que no
había nada de qué preocuparse, alumbró los mencionados peluches y con horror se
dio cuenta que había un muñeco de aproximadamente cincuenta centímetros de
alto, vestido con un saco, un pantalón corto y un bombín, todo de color verde;
dicho muñeco tenía una sonrisa diabólica, la cual mostraba una especie de
colmillos en lugar de dientes; Cabeza de Zanahoria pensó preocupado que no
recordaba haber visto ese muñeco antes, pero para no seguir dejando volar su
imaginación, arrojó una toalla sobre aquel extraño ser y se volteó, dándole la
espalda a tan horripilante figura para intentar volver a dormir.
Al
otro día despertó sintiéndose somnoliento por la falta de descanso y cuando su mente
recordó lo acontecido la noche anterior, volteó presuroso hacia su ropero y vio
que la toalla que había arrojado estaba hecha bola en el suelo; se levantó
rápidamente para subirse a una silla y revisar arriba del mueble, pero sonrió
con alivio al darse cuenta que el horrendo muñeco que creía haber visto la
noche anterior ya no estaba.
Durante el transcurso
del día siguió pensando que todo había sido producto de su imaginación y casi
lo creyó, hasta que cuando en la escuela entró al sanitario, al pasar junto al
espejo del lavabo, vio una vez más la figura del muñeco de los horribles
colmillos, quien seguía sonriendo burlonamente; salió corriendo del baño y ya
no pudo concentrarse en sus clases, por lo que en cuanto llegó a su casa habló
por teléfono con su tío Michael, quien al ser el mayor de toda la familia, era
una persona llena de sabiduría.
Cuando
su tío contestó la llamada, Cabeza de Zanahoria preguntó:
-Hola
tío Michael, disculpa que te moleste con estas tonterías; ¿Tú conoces un
personaje vestido de saco y pantalón corto de color verde y que usa pelo y
barba tan rojas como mi cabello?-.
El
tío, después en pensar un poco le contestó:
-Bueno
Christopher, en realidad lo que me estás describiendo es un Leprechaun; es lo
que en occidente se conoce como Gnomo o duende. ¿Por qué?-.
Cabeza
de Zanahoria analizó la respuesta y volvió a preguntar:
-Y
dime: ¿Son buenos o malos?-.
Michael
le contestó de manera más seria:
-Pues
mira, la mayoría simplemente son criaturas traviesas, pero existen algunos que
son de naturaleza más maligna-.
Y
añadió ya francamente preocupado:
-Espero
que no te hayas encontrado con uno, ¿O sí?-.
El
joven, cada vez más intrigado decidió mentir y le contestó:
-No,
lo que pasa es que lo vi en un libro si mal no recuerdo; pero, ¿Por qué no
debería encontrarme con uno de ellos?-.
El
tío le contentó con una voz cargada de temor:
-Lo que pasa es que
sobre el clan Brennan pesaba una maldición acerca de que cada cierto tiempo
llega un Leprechaun a asesinar a algún miembro de la familia-.
Cabeza de Zanahoria
con un hilo de voz le preguntó:
-Y en dado caso, ¿Hay
alguna manera de acabar con un demonio de esos?-.
Michael dijo, ya más
seguro de sí mismo:
-Pues yo nunca he
escuchado hablar de alguien que haya matado a un Leprechaun; pero no lo tomes
tan en serio sobrino, pues muchas de las cosas que se platican de la Homeland
en realidad son leyendas antiguas; o al menos eso es lo que yo espero-.
Cuando
el pelirrojo cortó la comunicación, se sentó en el sillón de su sala
completamente desolado, ya que se daba cuenta que ahora él había sido escogido
como la nueva víctima de la maldición familiar y que tal vez no tendría salida;
desanimadamente salió a caminar para intentar asimilar lo que le acontecía, por
lo que se echó a andar por las calles de la ciudad.
Cuando
dio vuelta en una esquina, iba tan inmerso en sus tristes pensamientos que
cuando empezó a poner atención a su entorno, se dio cuenta que no había persona
alguna en las calles; comenzó a sudar frío y cuando volteó hacia la calle de enfrente,
se dio cuenta con pavor que ahí se encontraba el Leprechaun, quien ahora lo
saludaba maléficamente sin dejar de emitir su risa burlona; lo más horrible de
todo era que el duende traía en su mano derecha un enorme cuchillo que movía de
un lado hacia otro. Cabeza de Zanahoria no lo pensó dos veces, por lo que
dándole la espalda al gnomo comenzó a correr desesperadamente pensando que dada
la diferencia de tamaño, era imposible que el Leprechaun lo pudiera alcanzar;
antes de dar vuelta en una esquina, volteó su mirada y desesperado vio que la infernal
criatura a pesar de su corta estatura, corría casi con la misma velocidad que
la del pelirrojo, por lo que éste reanudó su carrera mientras sentía que con
cada paso comenzaba a sofocarse y el sudor ahora le corría a raudales por toda
su cara.
Recordó
que cerca de ahí se encontraba un edificio que la empresa de su papá estaba
construyendo, por lo que dirigió sus zancadas hacia la estructura en busca de ayuda
o por lo menos refugio. Cuando llegó vio que no había absolutamente nadie en
dicho edificio, pero aun así entró corriendo por los pasillos llenos de
montículos de arena y bultos de cemento hasta que se topó de frente con una
pared de aproximadamente metro y medio de alto que acababan de levantar por lo
que ahí se detuvo recargándose en el muro para recuperar la respiración. Volteó
hacia sus espaldas y vio que el Leprechaun ya se encontraba frente a él,
acercándose con su enorme cuchillo y su risa infernal; cuando éste levantó el
arma para arrojarse sobre de Cabeza de Zanahoria, el pelirrojo de manera
desesperada intentó escalar la pequeña pared y cuando llegó a la cima, el muro
comenzó a derrumbarse, cayendo una lluvia ladrillos en el suelo con Cabeza de
Zanahoria sobre de ellos, desmayándose.
Después
de un par de horas, el adolescente despertó tratando de ubicarse mentalmente;
vio que estaba lleno de polvo y cemento y que todo su cuerpo presentaba
raspones producto de la caída. Cuando recordó lo que había pasado, se levantó
rápidamente buscando al Leprechaun; volteó hacia todos lados y no lo encontró
hasta que se le ocurrió levantar los tabiques caídos y cuando levantó los
últimos vio con extrañeza que en el suelo solo había una mancha de una sustancia
viscosa de color verde. Pensó con alivio que el gnomo había muerto aplastado
por la barda así que comenzó a sonreír, dándose cuenta que después de todo sí
se podía matar a un Leprechaun; rio de manera jactanciosa pensando que todas
las leyendas de la Homeland eran simples miedos de personas primitivas e
ignorantes así que se levantó sacudiéndose el polvo de su ropa y emprendió el
camino de regreso a casa, caminando de manera arrogante en medio de la
oscuridad que comenzaba a caer sobre la ciudad.
Cuando
llegó a su casa, vio que estaba solo, por lo que decidió esperar hasta el día
siguiente para platicarle a alguien su aventura; pensaba que al primero al que
le hablaría sería a su tío, para que cuando éste fuera a visitar la Homeland,
pudiera presumirle a los descendientes del clan Brennan que su sobrino había
sido el primer irlandés que había matado a un Leprechaun y lo mejor de todo, un
descendiente de la familia original irlandés ya nacido en América había acabado
con la maldición, algo que ellos nunca habían podido lograr.
Entró
a su recámara, pero antes de encender la luz, escuchó una tenue risa
proveniente de una de las esquinas de la habitación, y luego escuchó otra y
otra más, hasta que el sonido se convirtió en un coro de risas; lentamente estiro
la mano hacia el interruptor y cuando la recamara se iluminó, el pelirrojo vio
con horror que la habitación estaba completamente llena de Leprechauns,
vestidos con el mismo traje completamente verde y la misma sonrisa diabólica.
Comenzaron a acercarse mientras Christopher cerraba los ojos con tristeza pensando que esta vez tendría que correr mucho más rápido.
Los
gritos de Cabeza de Zanahoria fueron acallados por el sonido de una macabra
melodía tradicional irlandesa.
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