viernes, 1 de marzo de 2019

LA BRUJA


       En los tiempos en que comenzaban a desvanecerse las señales de la Revolución Mexicana, en la provincia del estado de Jalisco, aproximadamente a veinte kilómetros de la capital, Guadalajara, vivían Pedro y Silvia, una pareja que no pasaba de los treinta años de edad. Debido a la devastación tanto social como económica que había dejado la pasada conflagración, estos campesinos, como la mayoría de sus vecinos eran extremadamente pobres y vivían de lo poco que les daban las tierras apenas rescatadas de la guerra. Lo anterior, aunado al hecho de que en medio de la batalla habían perdido a los pocos parientes que les quedaban, provocaba el hecho de vivir más que en la miseria económica, en la tristeza de la soledad.
         Pedro era un rudo campesino que trabajaba todos los días en las faenas propias del campo; por su parte Silvia, quien a pesar del mismo origen humilde que el de su marido, tenía una inusual belleza que inspiraba la admiración de los vecinos y amigos con los que contaban. Ella dedicaba su tiempo a las labores del hogar y a diferencia de su esposo, aceptaba el hecho de no poseer dinero o cualquier otro tipo de riquezas materiales; tenía la esperanza de que con el tiempo la situación del país en general iba a mejorar y que se iban a cumplir los ideales por los que todos los desposeídos habían luchado en el cambio del régimen político, lo cual por fuerza traería beneficios a la población, incluyéndolos a ellos.
         Desgraciadamente Pedro no compartía el optimismo de su mujer debido a sus delirios de grandeza. Como a todos, le molestaba la fortuna mal habida de los caciques y terratenientes del país y aun cuando no participó de manera directa en la lucha, creía que tenía el derecho de que le tocaran parte de los bienes confiscados a los ricos por parte del nuevo gobierno y aún más, le frustraba el hecho de que dicha repartición tardara tanto.
Debido a lo anterior, el campesino se la pasaba renegando de todo: su pobreza, su ocupación, su casa y su situación en general por lo que imaginaba ideas disparatadas para hacer dinero fácil, ideas que nunca llevaba a cabo, ya que a Pedro no le gustaba trabajar, sino que él simplemente quería ser rico sin esforzarse para lograrlo.
         Silvia al principio no le daba importancia a los comentarios de su cónyuge, ya que los achacaba al hartazgo del duro trabajo del campo por lo que al principio no hacía casos a sus quejas poniéndole buena cara todos los días cuando llegaba a su pobre casa cansado y de mal humor, pero al seguir escuchando sus lamentos comenzó a preocuparse; le afligía que incluso cuando ella se le acercaba de manera afectuosa, el recio campesino la rechazaba de manera tosca. La señora se pasó varios días pensando en esa situación y con tristeza se dio cuenta que debía hacer algo al respecto; se había jurado a sí misma que jamás iba a volver a realizar lo que estaba a punto de hacer, pero como era tanto el amor que le tenía a Pedro, se convenció que era la única solución a todos sus problemas.
          Esa noche, cuando ambos se acostaron en el sencillo catre que utilizaban para descansar, Pedro se sintió más agotado que de costumbre por lo que de inmediato se durmió; era tanto su cansancio que comenzó a soñar, pero a diferencia de los sueños que normalmente experimentaba dentro de los cuales se veía a sí mismo como un rico hacendado, en esta ocasión las imágenes eran extremadamente extrañas, pues veía figuras distorsionadas de lo que parecían seres humanos, las cuales conforme se le acercaban se convertían en sombras fantasmagóricas, como demonios que revoloteaban de un lado a otro, provocándole un sinfín de sobresaltos. Cuando de manera infantil buscó protección en brazos de su bella esposa al estirar sus manos se dio cuenta que se encontraba solo en la cama. Quiso abrir los ojos para confirmarlo, pero éstos se negaban a abrirse mientras el agricultor sentía una misteriosa debilidad que no le permitía despertar por completo.
         Al otro día se levantó todavía sintiéndose inquieto y confundido, tanto por los extraños sueños como por encontrarse solo en mitad de la noche; no sabía si el hecho de no haber encontrado a su esposa a su lado había sido también parte de sus pesadillas, pero muy en el fondo su corazón le indicaba que lo ocurrido la noche anterior había sido real; aun así trató de convencerse a sí mismo pensando que no había nada de qué preocuparse, ya que se explicó que lo más seguro era que Silvia sencillamente había salido al baño al momento en que la buscó la pasada noche.
         Y más aún, al encontrar a la joven señora a su lado como todas las mañanas, pensó que simplemente había víctima de una pesadilla producto del mal humor que últimamente lo acompañaba a todas horas.
         Se reconfortó a sí mismo con la anterior explicación por lo que aliviado comenzó sus labores del día casi contento de haber encontrado una respuesta coherente a lo que había sucedido la noche anterior y que eso no había sido producto de alguna maldición infernal, ya que como buen católico que era, le habían inculcado la idea de que el Diablo rondaba entre los humanos para provocarles daño.
         Pero esa noche se daría cuenta de que no era precisamente el Diablo el que habitaba su casa.
         Era algo todavía más horrendo.

         Cuando se fueron a dormir, Pedro una vez más cayó en la misma extraña somnolencia de la noche anterior, pero en esta ocasión los demonios que visitaban sus sueños se acercaban y alejaban, riendo en infernales carcajadas, provocadas por el miedo que le producían al asustado hombre. Como en la anterior ocasión, Pedro volteó hacia su mujer para abrazarla sin abrir los ojos y cuando hizo el primer movimiento, sintió con alivio que sus piernas tocaban las de Silvia; entre sueños esbozó una tímida sonrisa que se le congeló en los labios cuando al estirar los brazos, una vez más encontró la cama vacía. Su mente se negaba a comprender lo que ocurría; sentía como las piernas de la señora estaban entrelazadas con las suyas, pero en la parte superior no estaba el torso y la cabeza que cualquiera esperaría encontrar en tales circunstancias. Intentó abrir los ojos, pero una fuerza superior a él se lo impedía; por más que forcejeaba no lograba despertar hasta que ya no supo más de sí.
         Al otro día cuando despertó, Silvia ya se encontraba de pie, preparando el frugal desayuno acostumbrado; se veía normal, incluso más alegre que los pasados días, por lo que Pedro cada vez se sentía más confundido. Quiso interrogarla para saber si ella no había notado nada fuera de lo común la noche anterior, pero ella con una sonrisa le dijo que simplemente había tenido una pesadilla, debido a su preocupación por la deprimente situación económica por la que pasaban, pero que todo iba a cambiar pues ella estaba segura que las cosas estaban a punto de mejorar.
         Pedro se pasó todo el día trabajando como de costumbre, pero su mente regresaba una y otra vez a los recuerdos de las noches anteriores, preguntándose si no se estaría volviendo loco; también pensaba en las enigmáticas palabras de su esposa y la seguridad con la que ésta las había pronunciado. Sabía que su esposa era muy optimista, pero esta vez había hablado como si supiera algo que al menos de momento, no le quería comunicar a su marido. Como todos los hombres de esa época, inmediatamente pensó que su esposa andaba en malos pasos, por lo que decidió esa misma noche quedarse despierto a toda costa, hasta dar con la verdad.

         Esa noche se comportó de la manera más normal que pudo aun cuando presentía que lo que iba a encontrar no le iba a agradar, pero sabía cómo solucionar el problema ya que en la tarde se había dedicado a sacarle filo al machete que normalmente usaba en el trabajo de su parcela; cuando se fueron a dormir, el campesino se acostó dándole la espalda a su esposa e  hizo todo lo posible por permanecer despierto a pesar de que por momentos, sentía como si algo lo forzara a cerrar los ojos; aun así, pudo seguir en vela. Cuando escuchó las lejanas campanadas de la iglesia marcando la media noche, sintió como Silvia se movía suavemente a sus espaldas y escuchó como se vestía; le extrañó no escuchar pasos en el piso de su humilde vivienda, por lo que pensó que su esposa hacía el menor ruido posible para evitar despertarlo. Cuando oyó que la puerta se cerraba, todavía esperó unos segundos para darle algo de ventaja, pues pensaba seguirla machete en mano dispuesto a defender su honor, seguro de confirmar lo que estaba ocurriendo.
         Cuando calculó que ya había pasado tiempo suficiente, se volteó sobre sus espaldas para levantarse rápidamente, pero la sangre se le heló en las venas al notar que sus pies rozaban las piernas de su mujer.
Brincó de la cama buscando los cerillos para encender la vela con la que alumbraban su sencillo cuarto, cayéndose todos en el suelo; cuando pudo recuperar uno, con manos temblorosas encendió el pedazo de cera y volteó a la cama solo para notar que no había ningún cuerpo humano en ella; se acercó para revisar con mayor detenimiento y pudo ver que a los pies del catre sobresalía un extraño bulto. Haciendo acopio de todo su valor levantó la cobija y se encontró cara a cara con las piernas de su mujer. Pedro no podía creer lo que sus ojos le revelaban; no había cuerpo, solo un par de piernas que inmediatamente adivinó como las de Silvia. No había sangre, por lo que no había ocurrido algún accidente, pero entonces: ¿Cómo era posible que solo las extremidades inferiores de una persona se encontraran en medio de la cama?
Se dio cuenta con horror que se había casado con una bruja; sabía por los relatos de parientes y amigos que dichos seres son capaces de quitarse partes de su cuerpo para así poder salir a cometer sus fechorías y que la única manera de nulificar su poder era quemar las partes desprendidas de su cuerpo. Comenzó a llorar desconsoladamente  al darse cuenta de la realidad; Silvia, la mujer que lo había acompañado durante los últimos ocho años de su vida, a la que había conquistado a pesar de la enorme competencia de vecinos y amigos debido a su encantadora belleza y buen humor, era un ser diabólico.
Mientras las lágrimas escurrían por su cara se dio cuenta con desolación que solo había una cosa por hacer.
Terminar con ese ser infernal.
Sin que el terror abandonara su corazón encendió con la vela el fogón donde calentaban sus alimentos y tomando con repulsión las extremidades encontradas, las envolvió con la misma cobija para arrojarlas directamente en el fuego, viendo como salía un humo perverso y se desprendía un hedor nauseabundo.
 No pudo aguantar más y cayó desmayado en el suelo.

         Cuando la luz de la mañana despertó al campesino, éste trató de recordar cómo había llegado al suelo; cuando los recuerdos golpearon su cerebro se levantó rápidamente, reviviendo en su mente todo el horror sufrido la noche pasada. Miro hacia la puerta para ver si algo más había sucedido, y en eso escuchó la dulce voz de Silvia detrás de su espalda:
         -¿Por qué me has hecho esto?-.
Pedro casi brincó al escuchar la dulce voz de su esposa, y aunque le repugnaba la idea de voltear a verla lo hizo, y se encontró a una Silvia quien con lágrimas en los ojos se hallaba acostada en el catre, tapando la parte donde anteriormente tenía sus piernas con una sábana.
Contestó asustadamente:
-¿Y tú, porque nunca me dijiste que eres una bruja?-.
Ella le contestó tristemente:
-¿Me hubieras querido por igual si lo hubieras sabido?-.
Él no supo que contestar, por lo que ella prosiguió:
-Siempre he estado contigo como lo haría cualquier mujer que ama a su marido; y ahora tú me has hecho daño, un daño irreparable-.
Mientras Pedro iba recuperando el valor, comenzó a interrogarla:
-Siempre me han dicho que las brujas son malas y que se deben destruir; jamás me imaginé que tú serías una de ellas. ¿Naciste como una bruja o eres víctima de una maldición?-.
Silvia sin dejar de llorar comenzó su explicación:
-Vengo de una estirpe de brujas que han heredado su poder desde hace muchas generaciones; desde pequeña supe que había algo diferente conmigo y cuando tenía diez años mi abuela y mi madre quienes también son brujas me explicaron mi condición. Me dijeron que dentro de mí había un poder como el que ningún ser humano ha soñado siquiera con tener; me platicaron que es algo que traemos en la sangre, por lo que desde que nací soy bruja y que ellas me iban a enseñar a controlar mis poderes pero como yo nunca quise hacerle daño a nadie, me alejé de ellas para siempre pues quería vivir una vida normal-.
Pedro quiso saber más:
-¿Nunca le has chupado la sangre a alguna persona?-.
Ella dijo lacónicamente:
-Jamás, he preferido acostumbrarme a alimentarme como la gente normal, a pesar de las ansias que he tenido de dejar salir mi propia naturaleza en contra de la cual me he rebelado toda mi vida-.
Su marido trató de justificarse diciendo:
-Pues a mí siempre me han dicho que las brujas son malas y que acabar con ellas-.
Ella solo exclamó:
-¿Alguna vez te he lastimado?-.
Pedro bajó la mirada avergonzado, pero entonces volvió al ataque:
-Pero si dices que siempre has estado en contra de ser bruja, ¿Por qué ahora cambiaste de opinión?-.
Silvia se limpió los llorosos ojos con un raído pañuelo y explicó:
-Todo lo hice por ti-.
Su marido casi brincó de la impresión y gritó:
-¿Por mí? ¿Acaso has ido a matar gente solo por mí?-.
Ella lentamente prosiguió:
-No, ya te dije que yo jamás lastimaría a nadie. Lo que pasa es que uno de los poderes que tenemos las brujas es recorrer grandes distancias que a cualquier ser humano normal le tomarían días, pero que nosotras lo podemos hacer en minutos. Conozco un lejano cerro en cuyo interior hay oro, pues me he dado cuenta que eso es muy importante para ti; la riqueza-.
Para decepción de Silvia, en cuanto escuchó la palabra oro, Pedro puso más atención y de forma precipitada preguntó:
-¿Y lo encontraste?-.
Ella solo contestó:
-Mira debajo de la cama-.
El ansioso hombre inmediatamente se arrodilló bajo el catre y extrajo un saco de lona negro; lo jalo con gran dificultad pues pesaba demasiado y cuando lo tuvo frente a él, lo abrió desesperadamente para meter la mano y sacar el contenido.
Los ojos se le iluminaron al contemplar los grandes pedazos de oro del tamaño de la palma de su mano; reflejaban tanto la luz del sol que incluso lo cegaban al seguir admirando el valioso metal.
Casi no escuchó cuando a su esposa cuando ésta dijo suavemente:
-Y ahora lo has echado todo a perder-.

Pedro salió de su pobre vivienda para tratar de aclarar sus ideas.
Le emocionaba saber que ahora era rico, pero le asustaba la manera como había conseguido su tesoro, aparte de que no sabía a qué se refería Silvia cuando le dijo que las cosas habían salido mal; pensó que tal vez el oro se desvanecería en el aire, por lo que entró rápidamente y volvió a abrir el saco, confirmando que su riqueza seguía ahí y cuando volteó para obtener más información de su esposa, vio que ésta respiraba con dificultad y que estaba prácticamente bañada en sudor; el líquido era tan abundante que el catre a todo su alrededor se encontraba empapado de él. Cuando volteó a ver su cara, Silvia lo miró tristemente y solo musito: “Te amo”, mientras que su respiración se iba deteniendo lentamente.
Cerró los ojos y se quedó inmóvil.
         El ahora viudo no sabía si sentirse culpable de lo que le había hecho a Silvia o sentirse aliviado de haber acabado con una bruja; después de todo ellas son malas ¿O no? Incluso racionalizar el hecho pensando que le había hecho un favor a la gente al acabar con un ser maligno y lo más excitante de todo: ahora ya tenía la riqueza que siempre había estado buscando.
         Decidió lo que tenía que hacer; levantó el pesado saco y sin cargar siquiera con su ropa, salió de su casa. Una vez fuera, tomo dos montones de hierba seca para encenderlos y los arrojó sobre del techo de su antigua morada; inmediatamente ardió con sus pocas pertenencias dentro y lo más importante, con el cuerpo de su fallecida esposa.
         Vio quemarse la estructura por algunos segundos, para después colgarse dificultosamente el saco en su hombro derecho y echarse a caminar por la vereda que iba rumbo hacia la ciudad de Guadalajara.
         Mientras caminaba iba haciendo planes para el tesoro recién adquirido; llegó un momento en que el dolor de haber perdido a Silvia le pareció algo muy lejano, como si formara parte de una vida pasada de la cual no quería acordarse jamás, por lo que desechó dichos pensamientos y siguió planeando su nueva existencia.
         Caminaba alegremente pensando en los hijos que iba a tener con su nueva esposa, la cual debía de ser una joven de buena familia; alguien digna para un potentado como el que él estaba destinado a ser; se sentía tan poderoso mentalmente que hasta el cuerpo era más fuerte, ya que el saco que contenía su fortuna ahora le pesaba menos.
Pensó en los nombres de sus futuros cuatro hijos que pensaba tener, los cuales no sufrirían la pobreza que le había acompañado durante toda su vida mientras notaba que el saco le pesaba menos.
Contaba las cabezas de ganado que iba a comprar con su oro; tendrían que ser de la mejor calidad pues quería poseer un rancho donde pasar el tiempo contemplando sus fastuosas posesiones mientras el saco le pesaba menos.
Pensaba en el fino caballo con el que se pasearía por las calles de Guadalajara saludando a sus nuevos vecinos quienes al verlo pasar incluso se quitarían el sombrero en señal de respeto para saludarlo, mientras él de manera magnánima les arrojaría dinero a los desharrapados niños quienes se pelearían entre ellos para ganar las monedas arrojadas mientras el saco le pesaba menos.
         De repente pensó que no era normal el cambio de peso de su carga, por lo que sintió como una atormentadora angustia le iba naciendo en su corazón; no quería mirar dentro, pero sabía que tenía que hacerlo, por lo que se alejó del camino y dejo caer el ahora ligero saco bajo la sombra de un árbol.
Se hincó lentamente frente a él mientras un sudor frio comenzaba a bajarle por su espalda, empapándole la vieja camisa que usaba y desató la cuerda que aprisionaba el saco, mientras respiraba violentamente.
         Presa del pánico buscó en el interior para sacar el contenido esperando ver el oro que había contemplado anteriormente.
Lo único que sus manos encontraron fueron unos huesos humanos.

Completamente carbonizados.

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