miércoles, 17 de junio de 2020

EL FANTASMA DEL LAGO



          

           Siempre me he considerado una persona melancólica, de esas que cuando las ves, no te gusta estar cerca de ellas; no me importa, pues a mí tampoco me interesa el contacto humano. Soy perfectamente capaz de tener una conversación normal, como lo he demostrado en mi trabajo, pues me dedico a dar soporte técnico a computadoras e incluso con mi familia, con la cual cada vez siento más y más que somos personas completamente diferentes.
            Es solo que prefiero estar conmigo mismo. No soy mal parecido, pues incluso se ha dado la oportunidad de chicas que se me acercan para intentar conocerme, pero que se alejan al toparse con mi muralla de silencio.
            A veces siento que no encajo en este mundo, pues durante muchos años intenté integrarme a la raza humana, sin tener éxito, por lo que me rendí y preferí alejarme de todos.
            De hecho, estoy pensando hacerlo en estos días.
            Como la mayor parte de mi trabajo lo puedo hacer desde mi laptop en la comodidad de mi casa y ocasionalmente presentarme en mi empresa, he decidido salir del hogar paterno e irme a vivir en algún lugar retirado de la civilización.
            Y ya lo encontré.
            Rente una pequeña casa en un poblado a las afueras de la ciudad que colinda con un pequeño bosque y un lago, por lo que es perfecto para vivir en soledad.
            A final de cuentas, siempre me he sentido solo en esta vida, qué más da que ahora también esté físicamente solo.
            Después de despedirme de mis padres, subí a mi coche y enfilé rumbo a mi nueva morada a fin de pasar el tiempo de la mejor manera posible; pasaba las mañanas con los pendientes de mis labores y por las tardes me dedicaba a arreglar un poco la casa, para dejarla un poco más a mi estilo.
            Transcurrieron dos semanas y como ya no había nada más que cambiarle a la vivienda, me dediqué a vagar por los alrededores; como el lugar es muy pintoresco, infinidad de turistas lo visitan en épocas de vacaciones, pero como ahorita faltan casi tres meses para que termine el año, el lugar está inundado de una apacible tranquilidad
            Tranquilidad que a mí me encanta.

            Comienza a sentirse algo de frio en el ambiente, pero es soportable, por lo que me enfundo en mi chamarra y salgo de casa a fin de echarme a caminar sin destino fijo.
            He visitado el pequeño bosque que está cerca del poblado donde vivo y a pesar de que no soy muy afecto a la naturaleza, me gusta su paz y quietud, pero esta tarde voy a cambiar de rumbo.
            Voy a visitar el lago.
            Desde que vine a ver la casa que renté, me habían hecho comentarios de dicho lago; nado muy bien debido a las clases de natación que tomé durante mi época de universitario, pero casi nunca voy a playas o balnearios, salvo en compañía de mi familia, para terminar aburriéndome de la compañía de las demás personas.
            Como sea, no sé si en este lugar se permita nadar, pero por lo menos voy a conocerlo.
            Caminé atravesando un conjunto de grandes árboles hasta llegar a mi destino.
            Me paré en seco, asombrado de lo que contemplaban mis ojos.
            Pensé que me iba a encontrar un pequeño riachuelo, pero en lugar de eso, mi mirada se deleitó con el enorme lago de aguas cristalinas y vegetación de intenso verdor que tenía frente a mí.
            Y lo mejor de todo; estaba completamente solo.
            Me senté tranquilamente en la orilla para seguir contemplando la belleza que la naturaleza me ofrecía; a pesar de no ser un experto, me imaginaba que, por el tamaño, el lago en su parte central debía de ser muy hondo, y posiblemente por eso ni los lugareños lo visitaban. Decidí recorrer un poco las orillas tratando de encontrar la fauna que habitaba ese húmedo ecosistema, pero me asombré al darme cuenta que no había huellas de animales que se hubieran acercado al lugar a beber agua y lo más extraño; no había peces dentro del lago.
            Entonces me di cuenta de algo que no había notado.
            Un enorme silencio reinaba el lugar.
            Era perfecto para mí.
            Me recargué en un árbol que estaba en la orilla y simplemente contemplé el desolado paisaje; la soledad del lugar me ayudaba a reflexionar por lo que me quedé ahí por horas.
            Cuando comenzaba a oscurecer, con pesar de mi alma, decidí regresar a mi casa.
            Mañana volvería.

            El hermoso lago se volvió parte esencial de mi existencia, pues no había tarde en la cual, después de comer me dirigiera hasta él para sentarme en una de las orillas y admirar el lugar, filosofando acerca del mundo, las personas y la vida en general.
            Nunca fui más feliz.
            Felicidad que no se fue ni siquiera cuando supe su terrible secreto.
            Resulta que una tarde en que me quedé un poco más de tiempo en mi lugar preferido, me retiré como siempre, caminando por la orilla de la carretera; era una distancia considerable la cual no me molestaba recorrer caminando, pues esa simple actividad me gusta mucho. En esta ocasión, cuando apenas llevaba andando unos pocos metros, pasó una camioneta, cuyo conductor al veme, me hizo señas para que subiera; a pesar de mi rechazo a las personas no quise ser descortés por lo que abordé el vehículo, dándome cuenta que el conductor era un hombre ya de la tercera edad quien, al verme, me saludó extrañado de encontrarme vagando por ahí, por lo que me dijo:
            -¿Qué anda haciendo por aquí a estas horas joven?-.
            Sin dejar de mirar el camino, le contesté:
            -Nada en particular; me gusta venir a visitar el lago-.
            Él volteó a verme con mirada asombrada y exclamó con preocupación:
            -Ese lugar es peligroso-.
            Sonreí confiadamente y dije:
            -Bueno, según tengo entendido, por estos lares casi no hay delincuencia-.
            El viejo comentó seriamente:
            -No me refería a ese tipo de peligro-.
            Ahora fui yo quien volteó a verlo sorprendido, pero como no dije nada, el anciano me preguntó:
            -Usted es quien vino a rentar la casa de mi compadre Jacinto ¿Verdad?-.
            Me di cuenta que, al ser un poblado pequeño, todos los vecinos se conocían entre sí, por lo que comenté:
            -Así es, ¿Entonces mi casero es su compadre?-.
            Pero mi compañero de viaje ignoró mi pregunta y siguió con su plática:
            -¿Sabe cómo le dicen a ese lago?-.
            Sintiendo que mi curiosidad comenzaba a despertar, pregunté:
            -No; no lo sé. ¿Cómo le dicen?-.
            El viejo tomó aire y dijo con repulsión:
            -El lago de los suicidios-.
            Abrí los ojos, sorprendido de mi morboso interés por lo que acababa de escuchar, por lo que animé al anciano a continuar:
            -A ver; platíqueme más al respecto-.
            Él, de forma incómoda, comenzó a relatar:
            -Desde hace muchos años, las personas han escogido ese lugar para suicidarse; vecinos de por aquí e incluso turistas que se meten al algo y ya no salen-. Su cuerpo experimentó un escalofrío y continuó. –Unos lo hacen por asuntos de dinero, otros por decepciones amorosas y algunos más simplemente porque se cansan de vivir; no hay una razón en particular-.
            Yo comenté filosóficamente:
            -En pocas palabras, mueren de tristeza-.
            El viejo guardó silencio unas fracciones de segundo para analizar mis palabras y entonces dijo:
            -Sí; yo también creo que es por eso-.
            Y siguió conduciendo en silencio.
            Cuando llegamos a la entrada de mi casa, me bajé lentamente del vehículo y volteé para darle las gracias al viejo, pero él me contestó a manera de advertencia:
            -Los que vivimos por aquí no sabemos el motivo; si las personas escogen el lugar o es el mismo lago el que los escoge para que se suiciden. Lo que si le recomiendo es que no vaya mucho por allá-. Hizo una pausa y añadió. –Sobre todo por las noches-.
            Sonreí casi con burla, y exclamé:
            -No se preocupe; no tengo planeado suicidarme en estos días-.
            El señor, sin contestar la sonrisa, me dijo muy seriamente:
            -Lo que pasa es que ese lugar tiene otro secreto mucho peor-.
            Y antes de que le volviera preguntar, finalizó diciendo:
            -En ese lago espantan-.
            Y arrancó rápidamente su vieja camioneta.

            Si antes me gustaba mucho el lago, después de la plática que tuve con mi vecino, se despertó en mí una mórbida fascinación por la hermosa laguna que acababa de conocer.
            Continué con mi ritual de visitarlo todas las tardes, pero ahora ya no me dedicaba a reflexionar acerca de la vida.
            Ahora reflexionaba en la muerte.
            Como toda persona solitaria, claro que he pensado en el suicidio, pero materialmente nunca he llegado a hacerme daño. Sin embargo, dadas las circunstancias actuales, me gustaba mucho pasarme las tardes pensando en las personas que habían decidido terminar con sus vidas por su propia mano; quienes eran y por qué lo habían hecho.
            Horas y horas mi mente se llenaba de múltiples fantasías donde imaginaba los problemas que habían sufrido hombres, mujeres e incluso adolescentes para llegar a tan fatídica decisión.
            En la cúspide de mi locura, imaginaba la manera como lo habrían hecho; si se metían nadando hasta llegar a mitad del lago y simplemente dejaban de moverse; si desde la orilla se iban caminando hacia adentro o si era como en las películas; se subían a un bote, se amarraban una piedra al cuello y se arrojaban al agua.
            Todo eso me provocaba una infinita tristeza.
            Pero también era algo que me gustaba sentir.
            No espero que ninguna persona normal lo entienda, pero para mí es como una droga que necesito para vivir; de hecho, sentirme triste me da una razón para vivir.
            Soy feliz cuando estoy triste.
            Es la única manera de explicarlo.
            En lo que si le hice caso al anciano que acababa de conocer fue en su último consejo:
            En cuanto veía que comenzaba a oscurecer, me retiraba a mi casa.
            Hasta que decidí ir más allá.
            Una tarde que me sentía especialmente deprimido, me dirigí a mi lugar preferido a fin de hacerle compañía a los seres quienes, sin conocer siquiera, ahora los consideraba como mis amigos, pues sentía que solo yo entendía por lo que habían pasado en su triste paso por este mundo.
            Me dediqué a mis acostumbradas fantasías acerca de los suicidados mientras sentía como el ambiente comenzaba a bajar de temperatura, pues se acercaba el fin de año y prácticamente estábamos a unos cuantos días del invierno; cerré mi chamarra para poder aguantar el aire gélido y cuando las sombras de la noche iniciaron si descenso, intenté levantarme de la piedra donde normalmente me sentaba a contemplar el lago.
            Pero en eso, una idea comenzó a anidarse en mi mente.
            Me sentía como un niño a punto de hacer una travesura; como un delincuente a punto de cometer un delito; como un enamorado a punto de robar un beso.
            Había decidido quedarme en el lago durante la noche.
            Después de todo, si de verdad había fantasmas en el lugar, éstos serían los fantasmas de las tristes almas que me hacían compañía todas las tardes y que al menos dentro de mis fantasías, volvían a vivir.
            No creía que alguien así me quisiera hacer daño.
            Levanté mi mirada al cielo para admirar como la enorme luna llena comenzaba a alumbrar tímidamente el lugar, mientras en la superficie del lago salía una ligera niebla debido a la condensación del agua.
            Todo eso le daba una imagen fantasmagórica al lugar, lo cual me deleitaba hasta el punto de comenzar a sonreír, feliz de estar ahí.
             Tiempo después, cuando la luna estuvo en todo lo alto, reflejándose perfectamente su imagen en la superficie del agua, mi felicidad aumentó aún más.
            Me dieron ganas de cantar y bailar.
            Y fue lo que hice.
            Me quité toda mi ropa, ignorando el frío que acuchillaba mi piel y empecé a danzar alrededor del lago, cantando con enormes gritos.
            No me pregunten que cantaba, pues lo único que recuerdo son sonidos que salían de mi boca, expresando el éxtasis en el cual ahora me encontraba.
            Me sentía como si bailara en la frontera entre la cordura y la locura.
            Me sentía como si cantara en la frontera entre la vida y la muerte.
            En el paroxismo de mi demencia, incluso llegué a escuchar voces que me hacían coro en mi canción dedicada a los muertos.
            Tal vez eran ellos mismos los que me contestaban, contagiados de la felicidad que inundaba todo mi ser.
            Después de varias horas de mi extraño espectáculo, mi cuerpo cayó rendido; el sudor que bañaba mi piel se confundía con la humedad de la hierba sobre la cual ahora reposaba relajadamente.
            Me vestí lentamente, contento por lo que acababa de vivir y me dirigí a mi casa, pensando alegremente que iba a regresar a la noche siguiente.
            Después de todo, tenía varias noches más de luna llena.

            La siguiente noche llegué al lago cuando ya había oscurecido; volteé al cielo y sonreí con satisfacción al notar la hermosa luna llena que se posaba sobre del lugar. Desgraciadamente en esta ocasión hacía un frío de los mil demonios, por lo que decidí no quitarme la ropa para mi ritual de locura, lo cual no me afectaba en lo más mínimo, pues lo importante era que me encontraba en el lugar donde había encontrado mi felicidad.
            Una vez más, la niebla comenzó a cubrir la superficie del agua, por lo que comencé con mi insano baile.
            Una vez más, a mis grotescos movimientos acompañó mi extravagante cántico por lo que en minutos comencé a sentirme como la noche anterior; lágrimas de felicidad humedecían mis ojos mientras una sonrisa de dicha se posaba en mis labios. Seguí bailando hasta que, en el clímax de mi locura, levanté mis brazos y mi mirada hacia la luna, como dedicándole mi actuación; después de exclamar un largo y desentonado grito, bajé lentamente mi mirada hacia el lago.
            Y fue cuando la vi.
            La más hermosa mujer que hubiera llegado a contemplar en toda mi vida, caminaba flotando sobre del agua en dirección hacia mí.
            Mi boca y mis ojos se hallaban abiertos desmesuradamente, pues todas las partes de mi cuerpo se negaban a obedecer a mi cerebro, por lo que no me quedó otra opción que admirar el espectáculo que tenía enfrente.
            Era una chica de no más de veinte años, cabello negro y piel blanca quien, enfundada en un largo y blanco camisón, me veía con una mirada llena de curiosidad.
            Cuando estuvo a punto de salir del lago me estiró una mano, como invitándome a tomarla.
            Fue cuando mi cuerpo reaccionó.
            Agarré sus fríos y mojados dedos y comencé a caminar; cuando mis pies tocaron el agua, comenzaron a hundirse y fue cuando sentí, más que escuchar que, dentro de mi cabeza, una suave y delicada voz me decía.
            “No pienses, solo siente; siente mi piel, siente el aire, siente el agua”.
            Y cuando di el siguiente paso, mi pie caminó sobre del agua; era como si caminara sobre de una suave alfombra, por lo que seguí a mi extraña acompañante hasta que llegamos al centro del lago.
            Ella me abrazó al tiempo que comencé a escuchar un vals de los que se tocaban a principio del siglo pasado.
            Y comenzamos a bailar.
            No sé si de verdad mis pies tocaban el agua o al igual que mi pareja de baile, estaban flotando en el aire.
            Solo sé que fui feliz.
            Bailábamos al compás de la música la cual, a pesar de que yo jamás había bailado anteriormente, ahora me movía de forma natural, pues a cada movimiento de ella, yo la seguía, como si hubiéramos ensayado por años.
            Sentía como su mojada ropa rozaba la mía, mientras yo simplemente contemplaba la profundidad de la mirada de sus oscuros ojos y la blancura de sus dientes al mostrarme una angelical sonrisa, así como su expresión de tímido coqueteo.
            Y bailamos toda la noche.        
            Lo siguiente que recuerdo es haberme despertado en mi cama completamente vestido; cuando quise moverme, me sentí extrañamente adolorido como si hubiera corrido una maratón la noche anterior, pues me costaba trabajo mover los pies. Cuando finalmente pude levantarme, noté que toda mi ropa estaba húmeda, y que mis tenis estaban bañados de lodo, lo cual me indicaba que lo que había experimentado no había sido un sueño.
            Cuando recordé la cara de mi compañera de baile, mi rostro se iluminó con una sonrisa de esperanza.
            Esa noche iba a regresar.

            En cuanto las sombras nocturnas cayeron sobre de mi casa me dirigí hacia el lago, casi corriendo; una vez que llegué, sin siquiera tratar de recuperar el aliento comencé a bailar desesperadamente mientras cantaba a grito abierto.
            Todo fue inútil, pues nada sucedió.
            No se apareció mi pareja de baile.
            Me senté desolado en la piedra de costumbre y lancé un suspiro lastimero.
            Y entonces escuché una extraña voz decir:
             -No siempre ocurre de la misma manera-.
            Mi corazón experimentó un sobresalto, pero aun así volteé rápidamente hacia mi derecha.
            Y ahí estaba.
            La chica del lago.
            La contemplé detalladamente y si la noche anterior me pareció hermosa, en esta ocasión se veía divina; estaba sentada en la hierba abrazando sus rodillas, mientras me sonreía amigablemente. Su piel se veía más blanca que nunca y su cabello, extremadamente largo, le caía libremente por la espalda.
            Y como la vez anterior, estaba completamente mojada.
            Mi emoción se llevó el poco miedo que pude haber experimentado, por lo que le dije tímidamente:
            -Bueno; si no será como anoche, entonces hoy no bailaremos-. Sin esperar respuesta añadí. –Pero podemos platicar, ¿No?-.
            Ella me miró detenidamente y exclamó:
            -Sí; me parece bien-.
            Con satisfacción, le extendí la mano y mientras ella la envolvía entre la frialdad de la suya, me presenté:
            -Me llamo Octavio ¿Y tú?-.
            Ella sonrió amigablemente y contestó:
            -Me llamo Nadia-.
            Y Nadia y yo comenzamos a platicar.
            Me platicó acerca de su vida pasada; su familia, amigos y todo lo que experimentó durante los pocos años que vivió en este mundo. Cuando me tocó a mí, le platiqué todo acerca de mí; no nada más de mi vida personal, sino de todas las ideas que pasaban por mi mente, como lo que pensaba de la vida y la muerte, mi aversión a las personas y mi falta de pertenencia a la raza humana. Veía con enorme felicidad como ella me escuchaba con suma atención, por lo que no le ocultaba nada.
            Sentía que me estaba enamorando de ella.
            Desgraciadamente, algo rompió el encanto del momento.
            Después de algunos comentarios que me hizo de sus últimos días de vida, se me ocurrió preguntarle:
            -¿Y por qué te suicidaste?-.
            Ella bajó la mirada avergonzada; pensé que había sido muy imprudente con mis palabras, por lo que cerré los ojos avergonzado y cuando los abrí, se había ido.
            Nadia había desaparecido.
            Pensé que había perdido la oportunidad de mi vida, pues por primera vez había encontrado alguien con quien me sentía identificado, sin importar que fuera una muerta, pero en el fondo me consolaba el hecho de que tal vez ella tampoco tenía muchas opciones.
            Aun así, la siguiente noche acudí una vez más al lago con un poco de aprensión en el pecho.
            Me senté en mi acostumbrada piedra y esperé; para consuelo de mi atribulada alma, a los pocos minutos de espera, vi que del otro lado del río venía mi chica caminando por la orilla de la laguna.
            Comencé a sonreír y cuando ella estuvo junto a mí, no correspondió el gesto, pero su cariñosa mirada me demostró que la tensión de la plática de la noche anterior había quedado en el pasado.
            Con todo, había muchas cosas que me hubiera querido preguntarle; a donde se iba cuando no estaba conmigo, si era la única que habitaba el lago o incluso, por qué seguía en este mundo.
            Decidí actuar con cautela y preferí que era mejor platicar acerca de nosotros, sintiéndome una vez más fascinado por todas las cosas que ella me contaba; las anécdotas de su niñez, la vida cotidiana que llevaba con su familia, las personas que había conocido, pero cuando le pregunté que si alguna vez se había enamorado una vez más se quedó seria, por lo que antes de que desapareciera otra vez, preferí cambiar de tema y le pregunté:
            -¿Y eres la única persona que anda por estos lugares-.
            Ella guardó silencio unos instantes y empezando a sonreír, me contestó:
            -En realidad no; somos muchos los que estamos aquí-.
            Y señalando el centro del lago, comencé a ver con miedo a infinidad de personas de todas edades y géneros, vestidos con ropa de diferentes épocas quienes comenzaron a salir del agua; cuando pasaron a mi lado, algunos me miraron con curiosidad, pero la mayoría siguieron su rumbo.
            Nadia me explicó:
            -No te preocupes, no te molestarán; a ninguno nos gustan las visitas de los vivos, pero como yo les he hablado bien de ti, en cierta medida te han aceptado-.
            Contemplé a la multitud de muertos que paseaban alrededor del lago tranquilamente; algunos incluso charlaban entre ellos y los más jóvenes sonreían mientras se hacían bromas.
            Sentí más curiosidad y exclamé:
            -No creí que fueran tantos; ¿Conoces la historia de todos ellos?-.
            Mi hermosa acompañante guardó silencio unos instantes y dijo divertida:
            -En realidad sí, pues todos platicamos acerca de nuestras vidas pasadas-. Señaló a un hombre mayor que revisaba la hierba en la orilla del lago y continuó. –Por ejemplo, él es el señor Robles; lo único que le interesaba cuando estaba vivo era su jardín lleno de flores, por eso cuando salimos, inmediatamente se dirige a las plantas que hay alrededor del lago para admirar las que crecen por aquí-.
            Al notar el interés que yo mostraba, comenzó a reír y siguió hablando:
            -De hecho, cuando en el pasado venían personas a visitar este lugar y los niños maltrataban las flores, se les aparecía y los regañaba-. Y concluyó divertida. –No necesito decirte que jamás regresaron-.
            Yo también reía, pero al recordar algo importante, me puse serio y pregunté:
            -¿Entonces siempre salen en las noches de luna llena?-.
            Su sonrisa también desapareció y dijo seriamente:
            -No; salvo las esporádicas apariciones de algunos de ellos, solo se nos permite salir cada ciertas épocas-.
            Sentí temor de preguntar lo siguiente, pero aun así me animé y dije:
            -¿Es Dios quien se los permite?-.
            Nadia bajó la mirada y solo contestó con tristeza en la voz:
            -No-.
            Cuando notó que la tristeza también me invadía, me tomó mi mano entre las suyas mojadas y dijo con una sonrisa melancólica en el rostro:
            -Pero no te preocupes; mañana es la última noche de luna llena y aún podemos vernos-.
            Hice una mueca de resignación y correspondí a su apretón de manos.
            Y seguimos hablando durante horas.
            Cuando estuvo a punto de amanecer, me di cuenta con desencanto que todos los muertos se dirigían de regreso al lago, por lo que le dije a Nadia:
            -Llego el momento de separarnos, ¿Verdad?-.
            Ella contestó:
            -Sí; pero mañana nos veremos una vez más-.
            Y antes de que yo reaccionara, se inclinó y me dio un beso en mis labios; los suyos se sentían extremadamente húmedos y fríos.
Aun así, sentí como un hermoso calor inundaba mi corazón.
            Regresé a casa caminando lentamente por todo el camino, extremadamente triste.
            Finalmente había encontrado una persona con la cual podía ser y mismo, pues a Nadia no le ocultaba nada sabiendo que no me juzgaría sin importar lo que yo le platicara; no me importaba que estuviera muerta, pues estaba conforme con el hecho de solo verla por la noche a la orilla del lago. Había crecido en mí la esperanza que cada época de luna llena volvería a ver a mi chica, por eso me sentía devastado por lo que acababa de decirme.
            Tal vez jamás la volvería a ver.
            Me acosté al borde del llanto, pues el dolor de mi corazón era tan grande que incluso sentía que me ahogaba; trataba vanamente de consolarme al recordar todos y cada uno de los momentos que había pasado con ella las últimas noches. Reproducía en mi mente todas las palabras que me había platicado, deleitando mis oídos con su suave y tierno tono de voz; pero lo que más me encantaba era la manera como olía, pues era un aroma de flores mezclado con tierra húmeda que me traía ciertos recuerdos que no atinaba a identificar.
            Hasta que lo logré.
            Me acordé de una ocasión hace muchos años que mi mamá me llevó a visitar la tumba de mi abuelo, a quien nunca conocí; ella puso un ramo de flores frescas en la sepultura y comenzó a regarla con agua fresca, la cual también bañó la tierra que cubría la tumba.
            Ese era el olor que buscaba en mis recuerdos.
            Sonreí ensoñadoramente al darme cuenta de ello.
            Mi chica olía a panteón.
            Y ahora que lo sabía, no estaba dispuesto a separarme de ella.
            Me acomodé en mi cama para dormir tranquilamente pues ahora sabía lo que debía hacer.

            Al otro día me levanté casi a la una de la tarde; comí algo que me encontré en mi refrigerador y mandé algunos informes que tenía pendientes a mi jefe. Después, le escribí una larga carta donde le informaba mi renuncia, así como las claves para acceder a toda la información de la empresa que tenía bajo mi cuidado; programé mi correo electrónico para que dicho mensaje se enviara dos días después, pues eso me daría un buen margen de tiempo para lo que pensaba hacer.
            Ahora pensaba dedicarme a otra tarea no menos grata.
            Escribí un nuevo mensaje también programado para dos días, pero ahora dirigido a mis padres, donde me despedía de ellos y también les daba los números de mis cuentas bancarias para que pudieran sacar todo el dinero que guardaba en ellas.
            Después de todo, al lugar donde pensaba ir no necesitaría dinero.
            Ni dinero ni nada de lo que los vivos siempre están buscando en este asqueroso mundo.
            El tiempo que restaba para que apareciera la noche, lo dediqué a guardar todas mis pertenencias para que las pudieran sacar de la casa sin ningún problema y una vez que la oscuridad invadió mi morada, me enfundé mi inseparable chamarra y comencé a caminar.
            Nunca el trayecto hacia el lago me pareció tan largo; hubo momentos en que incluso quería correr, pues sabía que al final del camino me iba a estar esperando Nadia, pero pensé que como a partir de esa noche nada nos iba a separar, decidí seguir caminando tranquilamente.
            Una vez que llegue a mi destino, contemplé largamente el lago y lanzando un suspiro volteé hacia el cielo para admirar la luna, quien como si fuera mi silenciosa cómplice, me observaba desde las alturas; le lancé una mirada gratificante, pues gracias a ella había conocido al amor de mi vida y entonces comencé con mi plan.
            Empecé a quitarme toda mi ropa sintiendo como el frío atacaba mi delgada figura hasta hacerme temblar violentamente.
            Respiré un par de veces y de forma decidida me dirigí hacia el lago; en cuanto la gélida agua toco mi piel, sentí como un profundo dolor atenazaba mi cuerpo haciéndome temblar aún más, pero como no pensaba dejar que nada me detuviera, seguí caminando hasta que el agua me cubrió por completo y entonces empecé a bucear pues pensaba llegar hasta el fondo del lago.
            De esa manera, no había posibilidad alguna de regresar.
            El agua era tan cristalina y la luna iluminaba tan brillantemente que incluso pude percibir las imágenes de la vegetación submarina, pero lo más sorprendente de todo fue que cuando casi llegaba al fondo, comencé a ver los rostros de los suicidados que me miraban sorprendidos al nadar junto a ellos; cuando estuve a punto de tocar el lecho del lago, simplemente dejé de nadar, mientras el agua comenzaba a invadir mis pulmones. Sentí como mi cerebro comenzaba a embotarse, pues extrañas luces comenzaban a danzar frente a mis ojos, mientras mis pensamientos se distorsionaban en mi mente.
            De repente todo se complicó.
            El agua se tornó oscura, mientras infinidad de burbujas me impedían ver las caras que pasaban frente a mí de forma centelleante y cuando pensé que había llegado el fin, fui sacado violentamente del agua.
            En medio de la seminconsciencia, noté con desesperación que ahora mi cuerpo estaba acostado sobre de la hierba a la orilla del lago, mientras varios de los muertos me sostenían los brazos.
            Sorprendido, quise gritar, pero solo pude decir de forma entrecortada:
            -¿Por qué me sacaron; que no ven que quiero estar con ella?-.
            Uno de los fantasmas me dijo con tono lúgubre:
            -Tú no perteneces aquí-.
            Y se dieron la media vuelta para regresar al lago.
            Sin poder entender todavía lo que había sucedido, noté con desesperación que, al moverse los muertos, Nadia estaba parada frente a mí.
            Me miraba con profunda tristeza.
            Solo pude decirle a manera de explicación:
            -Lo único que quiero es que estemos juntos-.
            Ella sonrió comprensivamente y comentó:
            -Tal vez algún día lo estemos, pero tu momento aún no ha llegado-.
            Y caminó de regreso al lago, siguiendo a los demás fantasmas.
            Las lágrimas corrían libremente por toda mi cara, confundiéndose con la fría agua del lago, mientras mis tristes ojos contemplaban como se alejaba el amor de mi vida.
            Cuando el nivel del lago le llegó al pecho, se volteó y dijo con una sonrisa en sus bellos labios:
            -¿Harías algo por mí?-.
            Desde el suelo, casi grité:
            -Te prometo que haré cualquier cosa que me pidas-.
            Ella amplió su sonrisa y exclamó:
            -Vive la vida-.
            Y desapareció para siempre.
            Con profundo pesar en mi alma, me puse mis ropas y empecé a deambular cabizbajo de regreso a casa; sentía como si toda la tristeza y la desdicha del mundo se hubiera acumulado sobre mis hombros.
Hasta que recordé las últimas palabras de mi amada.
            Sin dejar de caminar, me sequé por completo las lágrimas y levantando la cara, comencé a sonreír.
            Pensaba cumplir la promesa que le había hecho a Nadia.
            Iba a vivir la vida.
            Y sin bajar nunca más la mirada, seguí caminando.

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